XXXIX – Máscaras
Ese olor… ese hedor a muerte y destrucción provocó que instintivamente sus manos temblaran, apartándolas del teclado. No podía ser, ¿uno de ellos se había colado entre todos aquellos hombres que la vigilaban junto con Agasa día y noche?
Colocó las manos en la zona de su temeroso corazón. Conan se había marchado horas antes con el antídoto para Gin y volver a la escuela. Era imposible que la hubiera dejado sola ante el peligro y más en su estado actual. Nunca dejaría entrar a una persona sospechosa en su nuevo hogar, después de pocos días de despertar y más si sentía que fuera de la Organización.
Bueno, en verdad, ya lo hizo con uno aunque ella le avisó miles de veces que aquel hombre no era trigo limpio… Subaru Okiya. Aunque siempre se comportaba bien con ella, ese olor que solo se obtenía de una oscura manera le mantenía en alerta para no ser engañada por su dulce rostro. Ese hombre ocultaba algo y ahora con su aspecto real no conocería sus cartas a jugar.
La puerta se abrió lentamente, mostrando sus peores temores.
–Buenos días Shiho –sonrió el joven agente del FBI con una bandeja de té entre sus manos, la joven se alegró de ver que Jodie se encontrara detrás de él, seguramente por recomendación del pequeño detective –, ¿Qué tal llevas esta mañana?
–La llevaba bien –miró de reojo como dejaba aquella taza de porcelana cerca de ella, volviendo a teclear para ocultar el miedo que recorría por dentro de ella –, hasta que ha llegado usted, me provoca un dolor de cabeza terrible.
–Vaya al parecer te caigo un poco mal.
–No, solo me estorba un poco, afecta a mi concentración.
–¿Te estorbo?
Subaru esbozó una amplia sonrisa como si el mordaz comentario de la científica le hubiera hecho mucha gracia, aunque su cuerpo ahora fuese más adulto le fulminaba con la misma mirada que hacia cuando era Haibara. En verdad sus gestos eran idénticos a los que hacia Akemi, que aprendió como hermana menor y única familia que tenía.
–Shiho, tenemos que llevarte a rehabilitación no puedes quedarte aquí encerrada todos los días –Jodie colocaba la mano sobre el hombro de la chica para que bajara un poco el escudo contra Okiya –, te prometo que estarás bien protegida, todos iremos en un coche oficial con cristales tintados junto con dos furgones que harán de muro.
La joven científica suspiró de mala gana, mirando hacia otro lado para evitar la conversación. Solo quería estar tranquila, habituarse a la realidad: tocar, oler, ver, sentir para poder comprender que ya no había vuelta atrás… aunque debía de admitir que con las piernas que apenas podían sujetar su delicado peso, le complicaba bastante la labor y emocionalmente se sentía inútil.
–Por favor, estarás segura en ese recinto y solo serán pocas horas al día.
Shiho parpadeó, mirando los ojos tan azules como el agua de aquella mujer, intentó esbozar una sonrisa para calmarla. Solo quería que Okiya se marchara de allí, ¿Por qué siempre tenía que estar tan pegado a ella? ¿Estaba esperando su momento para llevarla a la Organización? ¿Ya que, ahora por ordenes de Anokata por boca de Gin no la podían disparar?
–De acuerdo, pero que nadie me toque, puedo yo sola –frunció el ceño, rindiéndose –, y ni se os ocurra sacar una silla de ruedas, a la mínima que la vea me voy.
–Tan testadura como siempre, no has cambiado para nada en todos estos años.
Sintió como sus venas se helaban, ese comentario ya lo había escuchado en un pasado atrás. Siguió, con su débil mirada, como los dos hombres se marchaban de allí, cerrando la puerta, para devolverle aquella intimidad que tanto deseaba mientras ellos lo preparaban todo.
Abrió levemente la boca para expresar algo que no logró salir, disfrutando del calor que emanaba aquella taza de té que sujetaba con ambas manos. Suspiró una vez más, mirando por el rabillo del ojo la puerta antes de verter todo el contenido de la pieza en una de las macetas cercanas, fue un gesto corto, pero elegante.
En verdad hacia un buen día, aunque los cristales oscuros del auto impedían que entrase toda la luz en el interior. Con una de sus manos apoyadas en su mejilla Shiho se dejaba envolver en sus pensamientos sin dejar de seguir el paisaje con su mirada.
¿Cómo estaría ahora Kudo en clase? ¿Con los demás niños? Seguro que riéndose y haciendo planes para la tarde… aunque ella siempre se los pasaba en casa de Agasa ahora se daba cuenta de todo lo que se estaba perdiendo. Tragó saliva para aliviar ese dolor que tanto quemaba su garganta, sin poder evitar que una lágrima se le escapase de los ojos que gracias a Dios nadie vio.
¿Por qué ella no podía volver allí? ¿Por qué no se encogió como ellos dos? Era la única de los tres que no quería volver a su cuerpo real y por ironías de la vida le tocó a ella... ¿Sería que el antídoto hacia distinto efecto en el código genético de una mujer?
Tendría que investigarlo, por suerte ahora se encontraba fuera del alcance de Gin que seguramente esperaba el mínimo error para atraparla entre sus oscuras alas para llevarla a aquello que llamaba hogar. Ese hombre era un cazador nato, esperaría lo que tuviese que esperar para llevar a cabo su fin.
Se miró las palmas de las manos, haciendo que Okiya mirase desde el retrovisor su estado. Aunque eso le aterrorizase en parte le echaba de menos, desde hacía años que había crecido a su lado, bajo su protección y aunque supo que le traicionó no la mató. Sí la golpeó en varias ocasiones y no era nada a su favor pero aún así… aquella noche, la trató como si lo fuera todo para él, sus besos, sus acaricias, su calor… además qué…
–Shiho, ya hemos llegado.
Alzó la mirada para contemplar que era cierto. Jodie junto con Subaru salieron los primeros del auto, reuniéndose con todos aquellos hombres trajeados que poco se diferenciaba al estilo de vestir de la Organización.
Hasta que no miraron bien cada rincón no la dejó bajar, colocó sus manos sobre el pecho, andando con dificultad sin dejar que nadie la ayudase, con la cabeza baja… ¿Por qué ahora quería verle? ¿Por qué sabía que ahora no la podría encontrar y no le podría ver? Esa mirada fría y penetrante que llegaba a tocar toda su alma sin tener que hacer ningún tipo de movimiento.
Una agradable enfermera se acercó hacia su localización, sin dejar de sonreír en ningún momento para que la paciente se sintiera en todo momento cómoda. Agradeció que la dejaran sentarse aunque fuera unos instantes, sus piernas ya no podían más.
–¿Qué sería más cómodo para ti? –se acercó a ella, ignorando el bullicio y dándole la espalda a Okiya y a la otra mujer del FBI –, ¿ejercicios en la piscina o en una barra?
–Piscina me iría bien.
Jodie torció el labio haciendo que la enfermera se girase a su localización para tener una conversación más privada que la joven no llegó a discernir, sólo se limitaba a fulminar con la mirada a Subaru que le miraba sereno, con las manos guardadas en los bolsillos. Dejando pasar los minutos sin que ambos movieran ni un solo musculo.
No le gustaba nada ese hombre, nada.
Lo mejor sería tener cuidado con él.
–Bueno, lamento decirle que la piscina está averiada –gracias al soplo de Jodie sobre el estado de la joven decidieron lo mejor para ella –, empezaremos con las barras.
Un tenue fulgor iluminó durante pocos segundos la gran sala central donde se hallaban estos, interrumpiendo así la conversación pero sin darle importancia al hecho. ¿Qué había sido eso? ¿Un flash?
