XLIII – El cuervo renegado (Sherry)
El metrónomo seguía sonando, lento, constante.
Acompasando su respiración e inquietando su mente.
¿Cómo había llegado finalmente hasta su peor pesadilla?
Un pequeño golpe de unas hojas al impactar de mala manera contra la mesa hizo que el joven detective soltará su cálida taza de café, contemplando de que se trataba esta vez: fotocopias de distintas casas de noticias en internet sobre el incendio del hogar del famoso inventor y ahora desaparecido Hiroshi Agasa.
–Me dijiste que se trató de un pequeño incendio –Shiho suspiraba, golpeando con uno de sus dedos la fotografía más grande, no quedaba ningún rastro de su antiguo hogar y con ello, otro pequeño vestigio de la vida de Ai Haibara quedaba destruido –, tu casa se salvó de milagro Kudo.
–¿Por qué lo has buscado?
–¿Por qué me has mentido?
–Sólo queremos que estés bien, Shiho.
La joven científica suspiró, apartando hacia arriba su rojizo flequillo de la cara, en forma de desespero y a su vez de desahogo. Un día más Shinichi desviaría todos los temas que ésta quisiese debatir con él. Sentándose enfrente de su compañero, se sirvió un poco de café en una de las tazas que hacían juego con la de él.
–No estoy bien si la mitad de mi investigación se fue con esas llamas –cerraba los ojos, deleitándose del cálido sabor de la bebida que se deslizaba lentamente por su garganta, mejorando un poco su mal humor –. En el disco duro que rescataste solo está las bases de mi investigación y muchos datos fueron dañados, si no fuera por los antídotos que sinteticé estaríamos igual que cuando nos conocimos.
–No pienses más en ello por ahora, todo está bien y seguirá siendo así, te lo prometo.
–No prometas cosas que no puedes cumplir.
Obviamente no se sentía cómodo mintiendo a su compañera de deducciones, sin poder orientarla con todo lo ocurrido, pero el riesgo era demasiado alto para todos, si se estresaba o se sintiese en peligro descubriendo lo de Vermouth o lo más importante aún su embarazo con Gin podía caer de nuevo en ese profundo sueño como defensa… y esta vez no podrían tentar tan fácilmente a la suerte.
–¿Qué es lo que me estás ocultando?
El sonido del metrónomo volvía a sonar, repicando en su subconsciente, guiando sus recuerdos junto con sus peores temores: ¿Por qué sentía como la gente cercana a ella la engañaban? ¿Por qué muchos de ellos la miraban de reojo para luego murmurar a sus espaldas? ¿Qué es lo que había hecho mal? ¿Qué es lo que había pasado mientras estaba dormida? Pero sobre todo… ¿Por qué tantos secretos hacía ella?
¿Y cuándo empezó a tener más secretos con él?
–Sabemos que tu única opción es volver a la Organización, deberías aprovechar la oportunidad que te han brindado –la voz de una sombra le daba la espalda a la joven científica antes de marcharse, como muchos otros hacían –, todo lo que necesitas tu y nosotros está allí, no nos queda otra elección.
–Kudo no lo entenderá.
–Aunque te sorprenda, si lo hará.
Nuevamente volvía ese profundo sonido, mucho más pronto que la anterior vez, sintiendo como alguien la tocaba con sumo cuidado, aunque no podía discernir dónde ni quién era el dueño de ese gesto tan lejano. Necesitaba preguntárselo, una vez más, para poder surcar entre todos esos confusos recuerdos creados por la imponente e incesante hipnosis.
¿Realmente todo su pasado como Ai Haibara fue en vano?
Una lágrima emanaba de uno de los ojos cerrados de Shiho, deslizándose sobre la mejilla, apreciando como con delicadeza una suave mano recorría el mismo trayecto, tomando consigo ese frágil sollozo. Como respuesta abrió su mirada, para ver como su hermana una vez más estaba cuando más la necesitaba.
–No fue en vano.
–Pero moriste para que fuera libre –la culpa y el remordimiento consumía cada parte de su cuerpo desde el día que se despertó de aquel sueño profundo –. ¿Cómo no va a ser en vano?
–Siempre temí que jamás conocerías el amor condicional de la amistad, si te hace sentir mejor recuerda siempre que mi muerte hizo que llegarás al pequeño detective y a manos de un profesor que te trató como a su propia hija –sonreía dulcemente –. Conociste compañeros con el corazón más puro que puedes imaginarte y es algo que marcará cada una de tus futuras decisiones, durante el resto de tu vida.
–¿Y si no los vuelvo a ver?
–Siempre formarán parte de ti –sonreía, acariciando el rostro de su hermana pequeña –, como yo. Siempre estaremos en la parte más profunda de tu subconsciente, muy lejos de tu consciencia, un lugar inalcanzable e inaccesible para la oscuridad de Gin que tanto te manipulaba.
–Necesito tanto tus consejos.
–El tiempo apremia, siempre que te veas perdida recuérdalo: Aunque no te veamos, yo y nuestros padres siempre te querremos –su rostro mostraba intranquilidad ante un factor que la joven científica aún no se había percatado –. Mamá me dijo una vez, que una bala de plata es una bala de justicia. Por eso, quiero que vueles, directa, hacia cualquier lugar como esa brillante bala. Con determinación hacia lo que creas correcto.
–¿Y qué es lo correcto?
–Lo verás, con el tiempo –la voz de su querida hermana mayor se distorsionaba, como cada vez más lejana y si intentaba escucharla con esfuerzo un dolor intenso le atizaba la cabeza –, sé con tranquilidad que empezarás a notarlo y verás cosas que antes no podías apreciar.
–Sé que me pediste que viviera mi vida, que hiciera lo que hiciera siempre me apoyarías pero en el fondo siento que te estoy defraudado.
–Nunca me vas a defraudar, créeme.
–Akemi…
–No nos queda mucho tiempo, el sonido a cesado.
Shiho parpadeó, sintiendo como la ansiedad envolvía esta vez su cuerpo, sabía a que se refería. Con la conversación no había percibido que pulsaciones del metrónomo se habían interrumpido desde hacía un tiempo y, con ello, una inevitable cuenta atrás a la realidad.
–Nunca muestres debilidad alguna, hermanita.
Finalmente, lo sabían todo.
