Nota: Los personajes y la historia principal de Harry Potter no me pertenecen a mí, sino a la autora de este maravilloso universo, JK Rowling, aunque habrá personajes creados por mí para este fanfic
Escocia. Año 1935
La carta había llegado puntual a casa de los Moody durante las primeras horas de la mañana del dieciocho de enero, justo el mismo día en que el pequeño Alastor cumplía once años.
No podía decirse exactamente que la llegada de la lechuza de Hogwarts le hubiera tomado por sorpresa, pues habiendo nacido en una familia de sangre pura, el futuro auror había crecido siempre rodeado de magia y cientos de historias fascinantes sobre el misterioso castillo, y sabía que tarde o temprano él también acabaría asistiendo. Aún así, cuando al fin pudo sostener el sobre que contenía la carta de admisión, no pudo evitar dibujar una amplia sonrisa que iluminó su rostro aniñado y con la que se atrevió a mostrar la misma ilusión y alegría que el resto de magos y brujas de su edad de empezar su nueva vida como estudiante en la escuela de magia.
—¡Enhorabuena, Alastor!— su madre, que hasta entonces se había limitado a observarle desde cierta distancia, se aproximó hacia él para felicitarle y estrecharle en un abrazo tan fuerte que por poco le cortó la respiración—¡Dentro de poco por fin tendremos a un nuevo mago en la familia!
—Así es, pero eso significa que a partir de ahora necesitarás una dosis extra de disciplina, muchacho — el señor Moody decidió intervenir también en la conversación, aunque a diferencia de ella, éste prefirió optar por una actitud más brusca y distante a la hora de dirigirse a él, lo que encajaba a la perfección con su carácter habitual, poco dado al sentimentalismo y a las muestras de afecto frente a cualquier persona que no fuera su esposa— Si de verdad deseas llegar a ser un auror como nosotros, tendrás que ser el mejor y trabajar muy duro en tus estudios. Unas notas mediocres o simplemente aceptables te cerrarán todas las puertas para siempre. Que no se te olvide nunca.
Alastor no se dejó impresionar por la dureza que había empleado su padre en su comentario, pues al fin y al cabo, aquella no era ni de lejos la primera charla que había tenido acerca de su futuro. Desde que tenía uso de razón, los señores Moody no sólo se habían preocupado de que conociera toda la historia de su linaje (formado en su gran mayoría por talentosos y renombrados cazadores de magos tenebrosos), sino que también se ocuparon de inculcarle el mismo sentido de la justicia y el mismo desprecio hacia las artes oscuras que ellos mismos habían recibido durante su juventud, de modo que a pesar de que todavía era un niño y que ni siquiera había empezado aún su educación mágica, él ya sabía con exactitud cuál debía ser su camino a seguir para honrar el legado de su familia. Y estaba determinado a hacer todo lo que estuviera en sus manos para lograrlo.
—Prometo cumplir con mi deber— les aseguró con toda la solemnidad de la que podía hacer gala un chico de su edad- sacaré las mejores calificaciones y haré que os sintáis orgullosos de mí.
—Sabemos que lo conseguirás. Siempre has sido muy diligente —le sonrió la bruja, tratando de rebajar la inmensa presión que su esposo acababa de ponerle sobre los hombros— pero el futuro todavía puede esperar un poco más. Ahora es momento de que celebremos tu admisión en Hogwarts, y tu día especial como corresponde. ¡Feliz cumpleaños, hijo!—y tras aquellas últimas palabras, ella hizo aparecer unos cuantos paquetes que él no tardó en desenvolver con rapidez y entusiasmo, encontrándose con varias prendas de ropa pero sobre todo libros de toda clase, ya que sabían que éstos eran una de las cosas que más le gustaban al joven mago.
Y cuando Alastor pensaba que el día ya no podía mejorar más, la señora Moody decidió sorprenderle al mediodía con un auténtico banquete, repleto de una gran variedad de exquisitos manjares que fueron desapareciendo conforme transcurrían los minutos, mientras él escuchaba con atención todos los consejos que ella le iba dando para que pudiera afrontar mejor su primer año.
—Es una lástima que Kyle no pueda compartir este momento con nosotros. Me habría gustado que todos estuviéramos juntos, igual que lo estuvimos cuando a él también le llegó su carta—concluyó la bruja, mientras contemplaba con nostalgia y cierta melancolía un retrato familiar que había colocado cerca de la chimenea del salón—
—¿Bromeas, madre? su ausencia es uno de los mejores regalos que haya podido recibir hoy. Doy gracias a que él no esté aquí para arruinarlo todo, como siempre hace —Alastor cambió su expresión alegre por una más lúgubre tras escuchar el nombre de su hermano mayor, el único miembro de la familia Moody que había sido seleccionado para Slytherin y que en aquel momento se encontraba cursando su segundo año en Hogwarts.
La relación entre ambos jamás había sido del todo buena, dada la abismal diferencia que había entre sus personalidades, pero desde que Kyle había comenzado a asistir a la escuela de magia, la brecha que los separaba se había ensanchado aún más, hasta el punto en que ya no eran capaces de tolerarse entre sí. Una situación que llegó a su punto álgido de tensión casi al final de las pasadas vacaciones de Navidad.
—¿Sabes qué es lo que más anhelo?— le había preguntado Kyle durante uno de aquellos días, mientras cumplían con la tarea que les habian encomendado sus padres de deshacerse de los molestos gnomos de jardín que habían invadido su casa.
—No— había replicado él con aspereza y sin mostrar el más mínimo interés por lo que su hermano tuviera intención de decirle. Conociéndole como le conocía estaba casi seguro de que se trataría de algún tipo de insolencia. Y no se equivocaba.
—Me encantaría que en realidad fueras un squib y que nunca te llegara la carta de Hogwarts—continuó Kyle, haciendo caso omiso a la indiferencia de Alastor mientras lanzaba por encima de la valla a una de aquellas grotescas criaturas, desterrándola de inmediato del jardín— ¡Imagina esperar tanto tiempo para que al final te acabes convirtiendo en todo un don nadie y en la mayor decepción que haya dado esta familia!
Alastor rara vez se molestaba en caer en sus provocaciones, pues sabía de sobra que era justo lo que él quería y no pensaba darle esa satisfacción. Sin embargo, aquel comentario que le acababa de hacer, tan cruel y malicioso, se convirtió en una de las escasas excepciones a la norma, y no dudó lo más mínimo en lanzarle con todas sus fuerzas el gnomo que acababa de atrapar, aunque desgraciadamente su hermano demostró tener buenos reflejos y logró apartarse justo antes de que se estrellara en su cara.
—¡Oye! ¿A ti qué te pasa?— bufó Kyle, antes de sacar su varita de un bolsillo para apuntar en dirección a Alastor, con la intención de echarle un maleficio —¿Es que te has vuelto loco?
—No puedes hacer magia fuera de la escuela mientras seas menor de edad— le recordó él, sin dejarse intimidar— aunque pensándolo bien, quizás sí deberías intentarlo ¿Por qué no? Tengo ganas de ver la cara de idiota que se te va a quedar cuando te expulsen y te quiten la varita para siempre.
La mirada envenenada que le dirigió Kyle en respuesta dejaba muy claro que si fuera por él (y de haber tenido la edad y los conocimientos necesarios para hacerlo) le habría transformado en cualquier objeto o animal que fuera lo suficientemente humillante como para poder castigarle por su insolencia. Sin embargo, decidió echarse atrás en el último momento, nada dispuesto a echar por tierra todo su futuro por una estúpida discusión.
—Tienes razón. No tengo permiso para emplear mi magia— se vio obligado a reconocer de mala gana mientras guardaba de nuevo la varita—pero nadie me ha prohibido usar mis propias manos para darte una lección.
—¿Se puede saber qué estáis haciendo? — la voz iracunda de su padre resonó a sus espaldas antes de que sus manos duras y firmes agarraran los brazos de sus dos hijos y los forzara a separarse, evitando así que la pelea física que ya se había iniciado entre ambos fuera a más y resultaran heridos — ¡No os hemos educado para que os comportéis como unos salvajes!
—Todo ha sido culpa de Alastor—declaró Kyle, buscando eludir su responsabilidad para librarse del castigo que con toda seguridad les iban a imponer—¡Me ha lanzado un gnomo de jardín a propósito y casi me mata!
—¿Es eso cierto?—el señor Moody clavó sus ojos oscuros en los de su hijo menor.
—En parte sí— reconoció él— pero sólo porque Kyle se lo buscó con sus provocaciones. Además, ni siquiera le rozó...
—No me importan vuestras excusas. Este comportamiento es intolerable— gruñó el señor Moody, arrastrándoles a ambos hacia el interior de la casa— bastante tengo ya con lidiar con el dolor de cabeza que son los magos tenebrosos como para aguantar también vuestras tonterías cuando estoy en casa.
—Lo siento—se disculparon los dos al unísono, al tiempo que agachaban la cabeza, en señal de respeto hacia su padre.
—Ya lo creo que lo vais a sentir—les espetó el mago—me aseguraré de que a partir de ahora los dos aprendáis a pensar en las consecuencias que pueden tener vuestros actos . Puede que a la próxima os lo penséis dos veces antes de cometer cualquier estupidez como la que habéis hecho hoy.
Y como era de esperar, el mago, junto a su esposa, que también se había mostrado visiblemente decepcionada e indignada con ambos cuando se enteró de lo ocurrido, cumplió de inmediato con su amenaza castigándoles con la obligación de realizar todas las tareas domésticas a mano, al más puro estilo muggle.
—¡No es justo!— protestó Kyle después de almorzar, mientras fregaba con movimientos furiosos una gigantesca pila de platos que tenía amontonada frente a él— ¡No soy ningún elfo doméstico para estar haciendo estas cosas!
—Podría haber sido mucho peor, así que no te quejes tanto y sigue lavando—Alastor le lanzó una mirada desdeñosa mientras realizaba su propia tarea.
Afortunadamente para ellos, el infernal castigo tan sólo duró unos pocos días, hasta que las vacaciones de Navidad tocaron a su fin y Kyle tuvo que regresar de nuevo al castillo, llevándose consigo cualquier rastro de tensión y regresando de nuevo la tranquilidad al hogar, aunque a raíz de aquella disputa, los dos hermanos procuraron a partir de entonces evitarse el uno al otro siempre que les era posible y cruzar entre sí las mínimas palabras indispensables.
—No seas tan antipático con él— le regañó la señora Moody—sé que vuestra relación dista mucho de ser perfecta pero todavía sigue siendo tu hermano. Dentro de poco tendréis que veros muy a menudo por los corredores de Hogwarts así que los dos tendréis que poner de vuestra parte para no meteros en problemas.
—Veré que puedo hacer, pero no prometo nada—el chico trató de dar por zanjado aquel tema de una vez por todas desviando la mirada hacia su padre, que permanecía del todo ausente y ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, ocupado como estaba leyendo el ejemplar diario de El Profeta para enterarse de las últimas noticias acontecidas en su mundo. Un detalle que tampoco pasó desapercibdo para ella.
—¿Qué ha pasado ahora? — la auror se dio cuenta al instante de que algo no iba bien, a juzgar por la actitud tensa y malhumorada que estaba exhibiendo su esposo.
—Es ese maldito Grindelwald— gruñó el señor Moody mientras contemplaba con el ceño fruncido una imagen en movimiento del famoso mago tenebroso que parecía burlarse de todo aquel que estuviera mirándolo, con una sonrisa arrogante en el rostro.
—¿Hay alguna novedad sobre él?— quiso saber ella, procurando ocultar tras un rostro sereno, la preocupación que en realidsd sentía para no alarmar a su hijo con asuntos que todavía no le incumbían, aunque de todas formas él ya sabía quién era el hombre del que estaban hablando. A esas alturas era imposible que todavía existiera alguien que no lo conociera después de que todos los medios mágicos se hubieran encargado de bombardearlos a noticias sobre los crímenes que había cometido, la cantidad de seguidores que se le habían unido y su posterior huida
—Parece que sigue empeñado en continuar su absurda guerra contra los muggles y nadie en todo el condenado mundo es capaz de pararle los pies de una vez por todas. Lástima que no se encuentre en este pais. Me habría encantado ser la persona que le echara el guante y le diera su merecido a ese canalla asesino. Si de mí dependiera...
—¡Basta, Emory!— le reprendió la bruja, cortándole justo a tiempo tras adivinar la clase de comentario que tenía pensado hacer— No se te ocurra decir esas cosas delante de Alastor. Es tan sólo un niño y no tiene por qué escucharlas.
—No deberías ser tan blanda con él, Elayne— masculló el señor Moody, completamente en desacuerdo con la postura protectora de su esposa—si todo sale bien, algún día nuestro hijo seguirá nuestros pasos y tendrá que enfrentarse a estos problemas a diario. Es bueno que empiece cuanto antes a aprender a tratar con toda esta gentuza para que llegue lo más preparado posible a su entrenamiento.
—Ya nos ocuparemos de eso cuando llegue el momento adecuado. Por ahora sus únicas preocupaciones han de ser sus estudios y disfrutar de su adolescencia, como haría cualquier otro chico de su edad. —Elayne adoptó una expresión desafiante en su rostro afilado para dejarle bien claro que ella no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer en ese asunto —¡Y haz el favor de dejar de leer el periódico mientras estamos comiendo! —
A partir de aquel día, el tiempo pareció congelarse y transcurrir con tal lentitud que el chico incluso llegó a temer que jamás llegaría a poner un pie en Hogwarts en toda su vida. Sin embargo, la llegada del verano, el regreso de su molesto hermano a casa y la anticipada visita que habían hecho en familia al Callejón Diagon para adquirir todos los útiles escolares, ( incluidas las túnicas y la primera varita de Alastor) habían conseguido romper la monotonía de los últimos meses y cuando él se quiso dar cuenta, las semanas se habían convertido en días, y los días en horas hasta que llegó el momento que tanto llevaba esperando cuando agosto tocó a su fin y dio inicio el mes de septiembre.
—¡Despierta, Alastor!— vociferó Emory Moody en la mañana de su partida, mientras aporreaba la puerta de su dormitorio con tanta energía que casi daba la impresión de que en realidad lo que quería era echarla abajo—No querrás llegar tarde y perder el tren ¿verdad?
No hacía falta que se lo repitiera dos veces. En realidad, apenas sí había dormido aquella noche por los nervios y justo acababa de volver a despertarse unos minutos antes de que él se plantara frente a su cuarto, de modo que no corría el riesgo de que se le pegaran las sábanas. De un salto se levantó de la cama, se vistió en un abrir y cerrar de ojos con la ropa que había dejado preparada la noche anterior y salió disparado hacia la cocina donde todos, excepto su padre, se encontraban ya sentados alrededor de la mesa mientras disfrutaban de su desayuno.
—Buenos días hijo, me alegra verte tan animado—Elayne le dio un beso en la mejilla a modo de saludo antes de que él tomara asiento frente a ella—Ahora para ti empieza una nueva vida y...
—No. Ahora empieza mi pesadilla- interrumpió Kyle, que se encontraba de muy mal humor aquella mañana—¿Por qué no podíais haberle mandado a otra escuela de magia? He oído que Beauxbatons está muy bien, o incluso podría asistir a Ilvermony. Cuanto más lejos, mejor.
—¡Kyle!— exclamó la señora Moody, escandalizada por la horrible sugerencia de su hijo mayor—¿Será posible que ni siquiera en el momento más importante para Alastor seas capaz de alegrarte por él?
— Con todos mis respetos, madre, pero Alastor es un bicho raro y solitario y seguramente acabe avergonzándome delante de mis amigos. No quiero que me dejen de lado por su culpa.
—Si eso es lo que te tanto te preocupa, ya puedes quedarte tranquilo— respondió el chico con calma, poco dispuesto a permitir que nadie, y menos aún su hermano mayor, le amargara el día mas especial de su vida—no tengo el menor interés por juntarme contigo y menos aún me apetece conocer a ninguno de tus estúpidos amigos.
—Me alegra saberlo. Tú por tu lado y yo por el mío. Como si no nos conociéramos de nada.
— Bien.
— Bien.
Un silencio tenso se adueñó entonces de la estancia. La bruja exhaló un largo suspiro, sintiéndose agotada y desesperada por no saber qué más hacer para que ambos se llevaran bien, igual que lo hacían la mayoría de los hermanos que ella misma conocía. En ocasiones tenía la sensación de que resultaba más sencillo lidiar con los magos tenebrosos que amenazaban la seguridad de su mundo y a cualquier persona que osara interponerse en sus caminos, que lograr la armonía dentro de su propia familia. La sola idea le resultó inquietante y desalentadora a partes iguales.
—Más os vale que os pongáis en marcha cuanto antes. No nos queda mucho tiempo —les advirtió ella con severidad, mientras con un movimiento preciso de su varita limpiaba los platos y los vasos que se habían quedado en la mesa, haciéndolos levitar después hasta el lugar donde solían permanecer guardados.
En aquel instante apareció Emory para avisarles de que ya se había encargado de bajar los baúles y el resto de pertenencias de sus hijos, de modo que en cuestión de pocos minutos, tras comprobar por última vez que no se olvidaban de nada importante, se dispusieron a partir, aunque Alastor se tomó un momento para echarle un último vistazo al único hogar que había conocido hasta entonces, y al que no volvería a regresar hasta las próximas Navidades.
—Cuando vuelvan a verme ya sabré realizar unos cuantos hechizos y preparar algunas pociones sencillas— sonrió feliz, sin ningún temor a lo desconocido ni a lo que podría aguardarle el futuro dentro del castillo. Por ahora todo marchaba bien y con eso le bastaba.
