Día 17/8:
Affection
Kagome la vio rodar hacia ella hasta que terminó por golpear suavemente sus pies.
A los lejos, las carcajadas de los niños se metieron en su cabeza y bajaron por su esófago hasta quedar clavadas en su corazón. No sabía qué estaba pasando, pero había una voz en su cabeza que le decía que no iba a gustarle ni un pelo lo que iba a vivir.
Sin saber muy bien el motivo que la impulsó a ello, Kagome se agachó y cogió el objeto entre sus manos. Se quedó mirándola por unos segundos antes de otear a su alrededor.
Entonces, lo vio. Un pequeño niño de pelo albino y unos expresivos ojos dorados que corría hacia ella, y que se detuvo a pocos pasos de distancia, con el nerviosismo y la indecisión grabados en su rostro redondeado.
—H-hola— dijo él con voz aguda.
—Hola...— dijo ella, con la boca un poco seca y el corazón yéndole a mil. Advirtió como la mirada del pequeño se desviaba a su manos, así que se obligó a salir de su estupor— ¿Esto es tuyo? ¿Estabas jugando con ella?
—Eh... sí— respondió él después de lanzar una rápida mirada por encima de su hombro al grupo congregado que seguían riéndose y soltando comentarios que no quería ni pensar cuáles eran.
—Toma— se lo tendió con una sonrisa.
Él no se la devolvió; en realidad, la miraba como si esperase que en cualquier momento fuese a tirarle la pelota a la cara y golpearle con ella si se mostraba desprevenido. El corazón de Kagome se partió en mil pedazos, incapaz de aguantar aquella imagen.
No pudo contenerse. Quizás, si lo hubiera pensado dos veces, se habría dado cuenta de que no era la idea más brillante del mundo, pero en ese momento su corazón habló por encima de la razón y su cuerpo actuó por cuenta propia. De un segundo a otro, Kagome se agachó para posar sus rodillas en el suelo y extendió los brazos. Rodeó con fuerzas el pequeño cuerpo del niño, y lo atrajo hacia ella deseando esconderlo para siempre en su corazón.
—Aguanta. Aunque creas que no, la vida te irá mejor y te traerá cosas buenas, lo prometo. Yo me aseguraré de que así sea— musitó ella para sí misma, desgarrada por el dolor y la impotencia que la consumían.
Sintió el cuerpo del niño estremecerse en sus brazos y temió haberle asustado.
Rápidamente le apartó el cuerpo aunque ella no se levantó, así que sus rostros quedaron prácticamente a la misma altura. Siempre había pensado que los ojos de su InuYasha eran increíblemente hermosos y brillantes, pero eso era porque nunca tuvo la oportunidad de verlos antes de que las vilezas del mundo destruyeran su ilusión por la vida.
La ligera emoción y esperanza que pudo atisbar entre el mar de desconfianza que era la mirada de él se clavó con saña en su corazón y sus entrañas como dos saetas lanzadas con precisión en sus puntos más débiles.
Oh, lo que daría por llevárselo consigo y no dejar que ningún mal le tocase...
—¿Quién eres?— inquirió él con voz trémula.
Kagome sonrió suavemente.
—Soy tu amiga, tu mejor amiga.
¿Solo eso?, se preguntó a sí misma.
La sorpresa se añadió a esa miríada de sentimientos en su expresión.
—¿Mi amiga?
—Sólo si tú quieres.
Durante un segundo, él se quedó en silencio, pensativo. Entonces, le sonrió y cualquier mal sentimiento que había en él quedó sepultado en el interior del niño. Kagome no pudo más que derretirse ante la expresión de pura ilusión y emoción que destilaba este pequeño InuYasha.
—¡Claro que quiero! ¡Ven, juguemos juntos!
Y con una sonrisa que le cruzaba el rostro de oreja a oreja, el medio demonio fue a por su pelota, que se había caído anteriormente, y se la lanzó a su nueva (e inesperada) amiga.
Kagome le siguió, feliz.
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~o~o~o~o~
·
—InuYasha...
—...
—Oh, vamos, InuYasha, ¿por qué no me hablas?
—¿Qué quieres, Kagome?
—Yo... ¡espera, deja de andar! Hemos dejado a Sango y los demás a un buen trecho de distancia con tu caminata, creo que ya estás a solas.
—No lo suficiente.
—... Bien.
—... Mierd- Kagome, espera, carajo. No te vayas. ¿Qué quieres?
—De tu malhumor, nada.
—Kagome...
—¿Qué? Es verdad. ¿Por qué esa cara tan larga desde que salimos de la aldea? No te hemos hecho nada para que lo pagues con nosotros, yo no te he hecho nada.
—¡Keh, ya lo sé, carajo!
—... ¿Entonces? ¡Ignóralos!
—¿No ves que eso hago?
—No, no lo haces porque sigues enfurruñándote cada vez que salimos de una aldea.
—¡No estoy molesto!
—¿Ah, no?
—... ¡Keh!
—InuYasha, por favor. Esa gente no es nadie. Ellos nunca te conocerán por como eres, sino por como... te ves. No merecen que gastes ni un segundo de pensamiento con ellos.
—¡Keh!
—InuYasha... Ains... mírame, anda.
—¿Qué?
—Ellos no saben quién eres, cómo eres. Por favor, soy tu... amiga, así que escúchame a mí y no a ellos cuando te digo que no hay nada malo en ti. Son ellos el problema, no tú; son ellos los que viven con prejuicios.
—¿Mi amiga?
—... Eso creo, ¿no?
—Tú... Keh...
—...
—...
—InuYasha...
—¿Eso lo hacen también los amigos?
—... ¿Qué estás insinuando?
—Que no quiero ser solo tu amigo, Kagome.
—...
—...
—Oh.
