Te amé desde antes de conocerte
La mansión Andrey era un caos esa mañana, cuando la tía abuela se enteró que Candy había escapado casi de la un ataque, pensó para sí misma que ya no tenía la capacidad ni las energías para lidiar con las locuras de la protegida de William, desde el momento en que se encapricho con adoptarla supo que esa chiquilla solo le traería problemas, sin embargo, hubo un tiempo en el que casi llego a sentir afecto por ella, no podía negar que la mansión en Lakewood se había vuelto más alegre con la llegada de Candy, además de que sus queridos sobrinos estaban más felices, en especial Antony, a quien ella amaba de una manera especial por ser el hijo de su querida Rosemary. Sin embargo, la muerte de Antony cambió todo, Candy se había convertido en un constante recordatorio de la ausencia de su amado sobrino, no la culpaba como lo hacía Eliza, pero ya no podía verla de la misma manera. Además, la rebeldía de Candy y las incontables veces en que había avergonzado a la familia no le permitían sentir afecto por ella.
En el fondo sentía un poco de pena por ella, no podía obligarla a casarse con Neil, pero tenía la esperanza de que además de esconder la falta de Candy, la madurez de ésta ayudaría a Neil a por fin convertirse en hombre, el afecto que sentía por su sobrino no le impedía ver que aun actuaba como un chiquillo caprichoso que siempre recurría a la protección de su madre y hermana. No obstante, eso ya no era posible, no había manera de anular el matrimonio de Candy y Terry ya que había sido más que consumado. En el fondo, tampoco quería quitarle su hijo a Candy, ¿pero que opción tenía? No podía permitir una madre soltera en la familia.
Sentía un punzante dolor de cabeza, ahora además de no tener noticias de William, Candy había desaparecido también.
–Uno de estos días me van a matar de un coraje– grito Elroy mientras sacaba papel para escribirle una carta al Duque, iba a pedirle que obligara a Terry a cumplir con el compromiso que tenía con Candy, conociendo el sentido del honor del que tanto se jactaban los ingleses, seguro haría a su hijo cumplir con su palabra. Pensó que por ahora eso era lo único que podía hacer, mandó a un sirviente a buscar a Candy al hogar y a George a buscarla a Nueva York, rogaba porque al fin la muchacha hubiera recapacitado y vuelto al lado de su marido, aunque seriamente lo dudaba porque de haberlo hecho, no se habría escapado, Candy tenía su consentimiento para volver con el inglés, pero era una necia que se empeñaba en avergonzar a los Andrey. Ya encontraría ella la manera de esconder el pecado la protegida de William.
Summerville
Samuel Reed no podía creer que la linda enfermera que lo había atendido en Chicago fuera su hija, el parecido con Candice era obvio, el extraño sentimiento que le provocaba su presencia, la necesidad de querer protegerla, la ternura, el afecto inexplicable que sentía por una chica a la que acababa de conocer. El llamado de la sangre, el lazo invisible que los unía y que la había llevado de vuelta a él. En cuanto la vio bajar del carruaje quería correr a abrazarla y decirle que era su hija, pero debía ser paciente, no podía darle esa noticia de golpe, además tenía miedo de que lo rechazara, a pesar de que hasta hace poco el no sabía de su existencia, temía que ella no comprendiera. Sin embargo, no esperaba que Candy lo saludara con un cálido abrazo, le agradeció su ayuda y le prometió que solo estaría el tiempo necesario, mientras podía localizar al tío abuelo y esperaba que el pudiera frenar las locuras de la tía abuela y de los Legan.
–No tienes que ir a ningún lado Candy, ni tampoco esperar a que el tío abuelo aparezca, yo sé cómo solucionarlo todo y que dejes de depender de los Andrey– dijo Samuel mientras conducía a Candy y Annie hacia adentro de la casa.
Después de que las chicas se instalaron en sus habitaciones y descansaron un rato, se reunieron con Samuel y Alex a la hora de la comida. Al terminar, Samuel se ofreció a acompañar a Candy a caminar por el jardín de la casa, la cual, aunque no era tan opulenta como la mansión Andrey, era espaciosa y tenía un bello jardín en la parte trasera. Caminaron sin decir palabra por unos minutos, hasta que Candy rompió el silencio para agradecer nuevamente a Samuel que la hubiera recibido. El hombre se quedó mirando fijamente a Candy, considerando si ese era el mejor momento para decirle la verdad.
–Ven Candy, sentémonos un momento, si me lo permites, quisiera contarte una historia–
Candy asintió y se sentaron en una pequeña banca bajo un árbol, el cálido sol acariciaba el rostro de Candy y les daba un brillo especial a sus ojos esmeralda. Samuel no pudo evitar recordar los ojos de la madre de Candy, eran igual de bellos y nobles. La rubia lo miraba atenta esperando escuchar la historia que iba a contarle, parecía una chiquilla a la cual están a punto de contarle un cuento antes de dormir.
Samuel le habló de la mujer a la que amó tanto, su único y verdadero amor, de cómo los separaron y de que apenas hace unos meses se enteró de que aquella mujer le había dejado el más inesperado y hermoso recuerdo, una hija. Candy escuchaba atentamente al hombre y sentía pena por él y por lo que le habían hecho. Le dolió escuchar la forma tan cruel en la que lo separaron de su amada y en especial le conmovió saber que lo habían separado de su hija. Se puso las manos sobre el vientre de forma protectora y le murmuró a su bebe que nunca permitiría que le hicieran lo mismo a ella, así tuviera que desaparecer para siempre, aunque le dolía la idea de no volver a ver a sus madres del hogar.
Samuel se dio cuenta de que su relato había impactado mucho a la muchacha, y le aseguró que a su lado estaba a salvo, que nunca permitiría que nadie la separara de su hijo como hicieron con él; estas palabras conmovieron a Candy, quien había estado tratando de ser fuerte las últimas semanas, por fin sentía que podía descansar y soltar las preocupaciones que la agobiaban, se lanzó a los brazos de Samuel y lloró como no lo hacía en mucho tiempo, lloró por el engaño de Terry, por su hijo que nacería sin padre, pero también lloraba de alivio, sentía que las palabras de Samuel eran sinceras. Se sentía protegida, pero no como se sentía al lado de Terry, ni de Albert o sus primos. Se sentía protegida de otra manera que no se podía explicar, el abrazo de Samuel era cálido, tierno, casi paternal.
Samuel la dejo desahogarse, hasta que Candy se separó para limpiarse las lágrimas y disculparse por tremenda escena –Lo siento mucho, estábamos hablando de usted y yo lo he interrumpido– se disculpó la rubia. Samuel la miró con ternura y le aseguró nuevamente que estaba a salvo y que el siempre estaría ahí para protegerla.
–¿Por qué se toma tantas molestias conmigo? apenas me conoce– dijo Candy un poco mas calmada.
–¡Porque tú eres la hija que he estado buscando! –
– ¡Tú eres hija mía y de mi Candice! – chilló Samuel tomando a Candy por los hombros
Candy no podía creer lo que estaba escuchando, no sabía que responder, la historia era demasiado increíble, pero ella había sido abandonada en el hogar de Pony, recordaba que de niña había tenido una muñeca con su mismo nombre. Pero, de verdad, ¿la casualidad o el destino habían llevado a Samuel precisamente al hospital donde ella trabajaba?, ¿en verdad el destino los reunía ahora? Ella ya había perdido la ilusión de tener padres, no podía comprender el caudal de emociones que la desbordaban en ese momento, dudas, alegrías, nostalgia, que sensación tan agridulce, tenía un padre, pero desafortunadamente su madre había muerto cuando ella nació, nunca tendría la oportunidad de conocerla. Eran demasiada información y emociones para procesar en un solo día.
Tanto Samuel como Candy se quedaron callados, el silencio se volvió incomodo y Samuel pensó que tal vez se había precipitado en darle la noticia a su hija, tal vez debió ganarse su cariño primero y después contarle que él era su padre. Se levanto de la banca y le dijo a Candy que no esperaba que lo aceptara como padre, al menos no aún. Comprendía que para ella era un desconocido, pero estaba impaciente por decirle que, aunque no hacía mucho que se había enterado de su existencia ya la amaba, lo separaron de su hija diecisiete años, tenia mucho tiempo perdido por recuperar.
De repente Candy se levantó de la banca y volvió a abrazar a Samuel
–¡Tengo un papá! Exclamo la chica entre lagrimas
–¡No soy una huérfana, tengo un papá! –
Candy no paraba de repetir esas palabras, primero entre lágrimas y después a carcajadas, con esa risa tan alegre que la caracterizaba y que no había escuchado hacía semanas. Se separo de Samuel para comenzar a correr a su alrededor como una chiquilla repitiendo que tenía papá.
Annie y Alex venían en camino a buscarlos para que regresaran a la casa porque ya comenzaba a enfriar la tarde. Cuando Candy vio a su amiga, corrió hacia ella y la tomó de las manos –¡Annie, sabias que tengo un papá! – dijo Candy emocionada con las mejillas sonrojadas de tanto corretear. Annie la miró extrañada, pero Candy no le dio tiempo de preguntarle nada porque la soltó para volver donde Samuel, lo tomó del brazo para volver adentro de la casa, mientras le rogaba que le contara más de su madre, ¿cómo era? ¿Qué le gustaba? Candy tenía tantas preguntas.
Alex los miró conmovido, él sabía que Candy era muy noble y aceptaría a su padre en cuanto supiera quien era. Annie por su parte seguía desconcertada por la escena que acababa de presenciar, intentó obtener una respuesta de su acompañante, pero éste le dijo que sería mejor que Candy le contara todo, ella asintió, aunque la situación le parecía demasiado extraña.
Unas horas después Candy se encontraba en su habitación, tenía muchas preguntas, pero Samuel insistió en que descansara un poco porque habían sido muchas emociones por un día. Aun no lograba asimilar que después de tantos años había encontrado a su verdadero padre, ella siempre trató de no juzgar a sus padres y no guardarles rencor por haberla abandonado, sin embargo, siempre sintió ese vacío por creer que no la habían querido. Pero ahora sabía que su madre la amo hasta el último momento, que su padre la amaba y comenzó a buscarla en cuanto supo de su existencia. Saberse amada por sus padres, le dio la seguridad y la fuerza que creyó haber perdido cuando se separó de Terry. Era una sensación que nunca había experimentado, ni en el hogar a pesar del amor de la hermana María y la señorita Pony, ni cuando la adoptaron los Andrey y mucho menos cuando llego a la casa de los Legan. Ahora pertenecía a alguien, era la hija de Samuel y Candice, no una huérfana. Sabía que era un poco egoísta pensar de esta manera, pero al fin tenía una familia para ella, un padre y un hermano. Estaba lista para enfrentar lo que fuera, para superar el despecho y la desilusión ocasionada por el engaño de Terry. Su hijo no tendría un padre, pero tendría una madre y ahora también a un abuelo amoroso. Con esta nueva ilusión, Candy se quedó dormida y por primera vez desde que volvió de Nueva York pudo descansar, sin pesadillas, sin dolor, durmió hasta el día siguiente inundada de la paz que tanto necesitaba.
Chicago
Terry perdió el equilibro y fue a parar al piso por el golpe inesperado que le dio Archie apenas se encontró frente a él.
–¿Cómo te atreves a venir aquí después de lo que le hiciste a Candy? – gritó Archie furioso acercándose a Terry para propinarle otro golpe, sus ojos destellaban furia.
Terry se levantó y para sorpresa de Archie ni siquiera trató de defenderse.
–No es lo que parece– gritó Terry tratando de esquivar el siguiente golpe de Archie.
Se armó tal escándalo en la mansión que tuvieron que intervenir los sirvientes para tratar de detener a Archie, pero éste logro soltarse del agarre, estaba furioso, si ese ingles engreído pensaba que Candy estaba sola, estaba muy equivocado, lo tenía a él, su fiel primo.
Archie golpeo nuevamente a Terry y el actor seguía sin meter las manos.
–¡Defiéndete maldita sea! – gritó Archie, pero Terry seguía recibiendo sus golpes estoicamente, mientras insistía en que todo había sido una trampa y que el necesitaba explicarle todo a Candy.
Archie estaba a punto de dar otro puñetazo a Terry cuando una voz conocida los interrumpió
–¿Qué demonios está pasando aquí? – preguntó con vos severa un hombre al que ambos muchachos conocían bien, pero que apenas reconocieron al verlo vestido con un traje elegante y porte autoritario.
–¿Albert? – preguntaron Archie y Terry sorprendidos al ver a su amigo.
Continuara….
Han pasado 84 años desde que publiqué un capítulo…
Les ofrezco una enorme disculpa por haber abandonado mi historia por tanto tiempo, podría usar mil excusas, pero solo puedo decir que la vida pasa, y a veces nos enfrentamos a situaciones inesperadas y vivimos procesos de sanación que bien pueden tomar meses o años.
Después de tantos años supongo que será difícil entender la continuidad de la historia. Yo tuve que leerla otra vez para recordar los detalles.
Si desean volver a leer, se los gradezco de corazón, ¡espero no decepcionar!
¡Feliz Jueves y feliz lectura!
Serena G.
