Disclaimer. Los personajes de Naruto NO me pertenecen, sino al mangaka Masashi Kishimoto.
Advertencia. Esta historia es clasificada como M porque contiene y/o contendrá temas que pueden herir la susceptibilidad de ciertos lectores (lenguaje obsceno, escenas sexuales, temas delicados y/o adultos, entre otros asuntos). Leer bajo su propio criterio. Gracias.
Comentarios generales. Quisiera agradecer a las personas que se pasearon por aquí a leer el primer capítulo, aún más a Kou, Masapam, Bry y Kohana17 por decidirse a seguir la historia. ¡Gracias!
Ahora, sin mucha más dilación…
¡A leer!
Palabras: 9.326
.
Capítulo 2
Pasodoble
.
—¿Cómo vamos con las inversiones?
Madara caminaba altivo a través del solitario pasillo privado en el séptimo piso de su modesto complejo empresarial, mismo que consistía en un sencillo edificio con fachada ventilada de cerámica y se distribuía en unas ocho plantas divididas en dos alas.
La luz se colaba entre las ventanas e iluminaba los distintos cruces y escritorios apostados en una amplia sala en la cual se alzaba una pantalla en el lateral derecho de la entrada.
Le flanqueaban dos personas bastante peculiares en lo que se refería a su aspecto. El primero de ellos, llamado Kakuzu, era un hombre bastante alto con los iris verdes incandescentes y una esclerótica rojiza que hacía parecer que no dormía demasiado. Su cabello, largo hasta un poco más abajo de los hombros, ocultaba un puñado de cicatrices en su cuello en forma de heridas cosidas. Madara lo había contratado como su tesorero desde hacía varios años y nunca se interesó por preguntar sobre sus cicatrices la primera vez que las había notado. La vida personal de sus empleados no era su asunto siempre y cuando no afectara el plano laboral.
Al costado contrario estaba Kisame, el experimentado corredor de bolsa con su enigmática sonrisa de tiburón, ojos pequeños acompañados por una aparente piel enfermiza que se veía azul, y que, curiosamente, compartía el color (pero de una distinta tonalidad) con su cabello corto y peinado en punta. La confianza que le tenía se había cimentado a través de las constantes luchas y conversaciones sobre la bolsa de valores y los decididos buenos consejos gerenciales en cuestión de acciones que le había proporcionado. Por supuesto, no estaba de más decir que su actitud confiada y sumamente arrojada ante sus deducciones sobre los cambios de balances económicos, le agregaban un punto importante a su favor. Madara había decidido reclutarlo y mantenerlo junto a él en cuanto apareció en su radar.
El Uchiha fue el único que se colocó frente a la pantalla grande llena de cifras y números en constante cambio, cruzó los brazos sobre el pecho y mantuvo una mirada adusta. Kakuzu se movilizó hasta la computadora contigua a la de otro de los empleados llamado Yahiko y Kisame se inclinó hacia la pantalla del ordenador que manejaba un consternado Nagato. Fue este último el que habló con cierto tono alarmado.
—La Corporación Senju está participando en la puja de acciones, señor Madara.
El semblante del aludido no tembló, pero tensó notablemente la mandíbula cuando los números volvieron a cambiar. ¡Ese maldito de Hashirama otra vez! No podía concebir a nadie más que le disputara de esa manera la propuesta por el porcentaje de las acciones de Hokage Inv., casi redoblando el precio original. Tenía que ser un excéntrico de mierda.
—¡Hashiramaaaa! —desahogó su furia hacia la pantalla, deseando tenerlo de frente solo para pelearse con él otra vez, como en aquella ocasión ya tan lejana en el tiempo.
Todos en la oficina se sobresaltaron con su repentino grito de guerra, pero sabían que era algo natural cuando se hablaba del líder de los Senju, cuya animadversión era compartida a juzgar por las veces que habían tenido que estar en el mismo sitio, cada uno al extremo opuesto del otro.
Yahiko chasqueó la lengua, se echó hacia atrás en el asiento y revolvió su cabello cobrizo entre los dedos, incapacitado para hacer algo más sin la debida orden. Su rostro era un poema de muecas. Kakuzu lo notó y frunció el ceño, decidido a ojear la puja sin infartarse por el movimiento del dinero en el proceso, pero el flujo de las cifras volvió cambiar, mostrando un valor casi exorbitante según su punto de vista para tan pocas acciones.
—¡¿Cincuenta mil Ryō?! —La moneda de Konoha solo subía en precios de mercado desde la columna a la izquierda, disputándose su valor gracias al peso de la Corporación Senju—. ¡Está más allá de nuestro promedio ponderado! —exclamó el tesorero.
—Incluso teniendo el presupuesto, ¿podríamos comprar en el último segundo de venta? ¿Tenemos la sustentabilidad? —inquirió Kisame hacia Kakuzu, quien negó rápidamente, pero la sonrisa de tiburón solo se extendió más—. Yo digo que sí… —comentó, ignorando deliberadamente la precaución financiera del tesorero. Su instinto de guerrero comercial le gritaba que debían comprarlas hoy o no lo podrían hacer nunca.
—Nagato —llamó Madara por fin, pero sin voltear a mirarlo. Parecía que estaba pensando profundamente en algo, quizás teniendo el mismo presentimiento arriesgado de Kisame y atendiendo a las palabras del mismo—. Utiliza el fondo A y compra en el último segundo. ¡Rápido! —ordenó con los ojos fijos en la pantalla cambiante.
El pelirrojo así lo hizo sin rechistar, confiando en el instinto de su jefe bajo la mirada estupefacta de Yahiko y la de Kakuzu, quien estaba casi infartado por todo el dinero que se iba a gastar solo por querer ganarle a Hashirama Senju en la puja; no obstante, el hombre de salvaje cabellera parecía mucho más serio y sereno de lo normal, como si tuviese un plan bajo la manga.
—Movimiento arriesgado, pero selectivo… —auguró Kisame con un despojo de risa muy baja para no interrumpir los pensamientos que parecía estar teniendo su jefe.
La sala contuvo el aliento y todos se fijaron en el marcaje que anunciaba el tope del tiempo. La última oferta había sido de la Corporación Senju, pero Madara estaba extendiendo una sonrisa belicosa con minuciosa lentitud.
—Pudieron con las anteriores pujas… ¡¿Qué tal si pueden con esta?! —prorrumpió alzando los dedos hacia Nagato, quien ya tenía todo preparado.
Pulsó en el último segundo. El nombre de Akatsuki se alzó en la pantalla como vencedor total de la encarnizada batalla financiera antes de que los números se quedaran estáticos. Madara alzó la barbilla con presunción y su pérfida mirada se mantuvo unos segundos en su rostro mientras se vanagloriaba en su victoria sobre su rival nominado.
Nagato suspiró y Kisame palmeó con fuerza su hombro, felicitándole en silencio por la envalentonada. Sabía que era un trabajador bastante tímido pero muy inteligente que se preocupaba enormemente por el futuro de Akatsuki y sus negocios empresariales.
—¡¿Por qué tanto dinero por esas acciones?! —Salió a relucir el alarido de un muy acalorado Yahiko. No parecía estar de acuerdo con el control que le estaba dando Madara a la organización en crecimiento.
Kakuzu se irguió en toda su altura y miraba con ojos desorbitados al Uchiha.
—¿Tiene idea de cuánto hemos gastado de más por ese mínimo porcentaje de acciones? ¡Una pérdida total! —Casi parecía llorar por tanto dinero yendo a parar al ejecutivo vendedor, ahora nadando en dinero.
El jefe por fin se giró hacia ellos y les ofreció una mirada segura, todo bajo control cual presencia que tiene el poder absoluto de su existencia y la de las demás. Kisame, tan perceptivo como solo él podía serlo en esa situación, solo sonrió.
—Una ganancia total —corrigió orgullosamente a Kakuzu y liberó a sus brazos del cruce—. Tenemos en nuestro poder las únicas acciones que Hokage Inv ha puesto en venta pública en años debido a sus problemas con uno de los socios. Evitamos que la Corporación Senju pase por encima de nosotros y ahora estamos asociados con la multinacional más influyente dentro de Konoha —aclaró.
—Nuestro propio valor subirá en la bolsa con la asociación, un suceso conveniente para los próximos proyectos—agregó Kisame con su típica sonrisa.
El resto solo pudo relajar los hombros, aunque Kakuzu seguía dolido por haber visto afectada su propia avaricia pecuniaria.
—Ya lo han entendido, así que sigan trabajando —instruyó ya dirigiéndose hacia la puerta, sin embargo, se detuvo en el marco de la misma—. Esta noche tengo una reunión con el Grupo Tsukuyomi en Izanami, así que salen temprano —culminó antes de continuar sus pasos y dar por finalizada la reunión.
Detrás de él, se alzaron los vítores, pero no prestó mucha más atención. Subió al trote el piso que le quedaba hasta llegar a su oficina privada, la cual ocupaba toda el ala oeste de ese piso. En la otra ala estaba la oficina de Izuna, pero Madara sabía que encontraría a su hermano en la suya, pues había estado leyendo los papeles que él le había entregado después de llegar a la empresa esa misma mañana.
La puerta de doble hoja de un oscuro caoba, combinaba sobriamente con las paredes de color borgoña que exhibían las portadas de las sagas y novelas literarias más prominentes de su editorial, su primera empresa y el origen de todo el poderío del que gozaba actualmente. Giró el pomo y se encontró con una estancia amplia, de varios sillones pequeños alrededor de una mesa circular de madera hacia un lado, un escritorio robusto en el otro y una gran alfombra con un patrón de flamas que surcaba la parte central de la oficina, la cual era iluminada tenuemente por los rayos de sol que se colaban entre las cortinas del ventanal ubicado justo en la pared contraria a la puerta. Detrás del escritorio había una serie de gabinetes con varios libros de distintas ediciones, aunque los más destacables eran sobre la famosa saga de las "Crónicas de las Naciones Elementales" y sus seis novelas hasta el momento.
El autor de la saga seguía siendo un misterio al público, pero había sido esa la que le había dado el tan afamado renombre a la Editorial Akatsuki y se notaba, pues Madara tenía los libros bastante visibles para cualquiera que entrase. El mencionado giró la cabeza y se encontró con el sofá granate de tres plazas que se ubicaba en diagonal al escritorio, pero lo interesante no había sido eso, sino el rápido movimiento de Izuna, que se había quitado la mano de la cabeza en cuanto lo sintió entrar. El mayor de los hermanos le miró con perspicacia.
—¿Te duele la cabeza, Izuna? —preguntó lentamente.
Su hermano menor le sostuvo la mirada, imprimiéndose de fortaleza, pero teniendo que aceptar que no podía fingir demasiado cuando se trataba de Madara, así que simplemente puso los ojos en blanco y se recostó en el respaldar, cerrando los ojos. Los papeles estaban cuidadosamente revisados y ordenados sobre la mesa alta a un lado del sofá.
—Ya va a pasar. Me tomé el analgésico de la prescripción —aseguró, casi convirtiendo su voz en un gruñido porque detestaba parecer débil. Consideraba que no era el lugar ni el momento.
—Podemos ir para que te hagas un chequeo.
—Estoy bien —cortó con sequedad, mas inmediatamente abrió los párpados y se disculpó con la mirada por haber sido áspero, pero no había dureza en los ojos de su hermano, sino comprensión—. Solo estoy cansado, lo prometo.
Madara lo observó de forma contemplativa, pero decidió no seguir con el tema, aunque le preocupaba la salud de su hermano menor, lo único bueno que había logrado conservar a lo largo de su vida y la persona a la que cuidaba con esmero.
La única razón por la que había estado dispuesto a no negarse al apellido y a la ayuda del Clan Uchiha durante su adolescencia.
Su familia materna los había criado después de la muerte de su madre y la desidia de Tajima quien, aparentemente, no había estado al tanto de la existencia de los dos hijos que le había engendrado a la joven sirvienta de su mansión, al menos no hasta que la tía de ambos lo contactó. Ese hecho le había parecido una excusa barata tomando en cuenta los cinco años de diferencia entre las edades de Madara e Izuna, pero él se había obligado a callar la rabia que había sentido por dentro cuando tuvo frente a él al patriarca Uchiha en ese momento.
La enfermedad neurológica de Izuna, descubierta cuando él estaba apenas entrando en la pubertad, había sido mucho más importante y apremiante que cualquier orgullo. Si tenía que utilizar los recursos de los Uchiha y agotar cualquier posibilidad para lograr curar a su hermano, lo haría gustoso y solo pensando en él.
Los mejores médicos habían visto a Izuna por la influencia de la familia Uchiha y logrado determinar que sobreviviría con los cuidados necesarios, así que podía llevar su vida completamente normal, pero siempre con tratamiento y sin excederse. Así se había dedicado a cuidarlo de cerca durante los últimos veinticinco años aproximadamente. Había estado muy orgulloso al ver a su hermano graduarse de la escuela de derecho sin que esa extraña afección hubiese hecho estragos en su deseo por ser el mejor de su generación.
Ahora, no podía evitar temer por él.
—Agradecería que me dijeras si te sientes mal. No quiero entrar y de repente encontrarte tirado en mi alfombra —dijo el mayor, apelando al instinto de supervivencia de su hermano, quien solo gruñó en respuesta antes de volver a mantenerse callado.
Madara tomó asiento a su lado con una postura relajada al reclinarse también sobre el espaldar del sofá.
—¿Qué tal la puja? —cuestionó el Uchiha menor mientras colocaba su coleta sobre el hombro.
—Ya tenemos acciones en Hokage Inv., impedimos que los Senju las obtuvieran —dijo con un leve tono pretencioso que se ocultaba detrás de su seriedad.
—No lo dudé ni por un instante —aseguró Izuna antes de abrir los ojos y dedicarle una sonrisa cargada de un incipiente engreimiento, cual hermano orgulloso que abrazaba el inminente poder de su persona más cercana—. Ahora, todo lo que queda es presentarles la propuesta —completó aludiendo hacia los documentos a su lado en la mesa.
Madara devolvió el gesto y luego su semblante se imprimó de seriedad.
—¿Cómo vamos con la contratación de nuevos redactores?
—Bastante bien. Nos han llegado más de veinte solicitudes estos dos días, aunque falta uno más para completar la fecha tope. ¿Vas a leer todas las redacciones? —preguntó, impulsándose hasta colocar sus antebrazos sobre sus piernas separadas. Parecía sentirse un poco mejor.
—Sí, ya sabes —respondió.
Era natural que Madara leyera el trabajo previo de cada aspirante que decidía contratar para la editorial, con el fin de que Akatsuki continuara manteniendo su perfil impecable. Siempre había sido así, pero ahora que tenía más obligaciones y compromisos, estaba resultando algo difícil, sin embargo, seguía empecinado en revisar cada trabajo él mismo porque no aceptaba nada más que la perfección según sus parámetros.
—Te daré todas en cuanto acabe el plazo —dijo mirando hacia delante, a un lado del ventanal, justo en la pared que tenía una vieja fotografía enmarcada de Madara y él mismo en la primera feria internacional en la que habían logrado colocar su stand, el primer evento para la, en ese entonces, emergente Editorial Akatsuki.
—Bien —pronunció a la par que colocaba la mano sobre el hombro de su hermano y le brindaba un apretón antes de levantarse, rumbo a su escritorio—. El Grupo Tsukuyomi quiere cerrar el trato esta noche en Izanami —comentó mientras se sentaba detrás del escritorio para clasificar algunos documentos.
—Ah, ¿el Club de Sasori? Según lo que me comentó Sai hace unos días, sus primos darán un concierto allí —emitió, pero al ver el semblante ceñudo de su hermano, bufó por lo bajo, divertido—. Los famosos Hermanos de la Arena son primos de Akasuna Sasori —informó.
No obstante, Madara solo se encogió de hombros.
—No sé lo que escuchan los jóvenes hoy en día —argumentó, causando una carcajada descarada en Izuna.
—Claro que sí, como no, vejestorio —recalcó entre dientes, ganándose un gruñido por parte de su hermano mayor.
Ambos se quedaron en un cómodo silencio durante un largo rato, cada uno en sus pensamientos antes de que tuvieran que volver a sus obligaciones hasta finalizar el día.
Como Madara había comentado, salió temprano y sus ejecutivos también lo hicieron. Condujo por varios minutos hacia el dichoso Club y no tardó en aparcar su descapotable en el lugar reservado para él. Apenas habían llegado personas para cuando él arribó al sitio y mostró una de las tarjetas antes de agregar oportunamente:
—Akatsuki Madara. Vengo a una reunión del Grupo Tsukuyomi —anunció antes de que se le preguntara, intercambiando su maletín de una mano a otra para más comodidad.
—Adelante, señor Akatsuki. El señor Akasuna le espera arriba —demarcó el vigilante con un tono formal antes de que la propia encargada del Club, llamada Mei Terumi, apareciera y le condujera hasta la sala VIP con su sinuoso y sensual andar; sin embargo, Madara no le prestó demasiada atención más allá se enfocarla de arriba abajo cuando ella le sonrió. No venía a jugar.
Pronto, al cruzar el marco iluminado de la aparente sala desierta, se encontró con Sasori sentado mientras hablaba con un par de sus empleados de seguridad. Su pose relajada con la espalda apoyada y los brazos extendidos sobre el espaldar, además de su pierna flexionada con su tobillo sobre la rodilla de la pierna contraria, le indicaba que estaba en completa confianza. Vestía bastante casual pero elegante, todo de negro, infundiéndole cierta dureza a sus rasgos juveniles.
—Ah, ya has llegado, señor Madara. Siempre puntual, como ya comprobé antes —alabó con una fina sonrisa que denotaba cierta soberbia, pero que se mantenía muy tenue en su semblante. Uchiha sabía que el propietario de Izanami y uno de los altos ejecutivos del Grupo Tsukuyomi odiaba que le hicieran esperar, así que era mucho mejor empezar la contienda con algo a su favor. Era el primero de los inversores que había llegado.
—Con certeza —contestó sucinto.
Sasori, con su cabello tan despeinado que parecía adrede, estiró su brazo con elegancia para indicarle que se sentara en el puesto que él mismo le había asignado para ocupar en la reunión. Madara le escuchó decir un par de cosas más a sus hombres de seguridad y los despachó con un sutil asentimiento.
—Ya tienes ventaja. ¿Qué tal si me hablas de tu propuesta con antelación? —sugirió, inclinándose hacia adelante como único signo de que tenía su atención.
Madara sonrió, sagaz ante su iniciativa.
Para cuando llegaron los demás, el club se empezaba a llenar de personas. Madara ya le había dado un gran panorama de su planeación y, aunque Sasori y los miembros restantes del Grupo habían estado escuchando cada oferta con mente abierta, estaba claro que Madara había sido el indiscutible ganador. Logró alzarse con la victoria y asentado sus cláusulas y peticiones justo cuando estaba iniciando el concierto. Sentía una mirada insistente sobre él, como un sensor que captaba el mínimo peligro, pero lo ignoró, quizás era la paranoia de estar de espaldas hacia la entrada y no saber quién llegaría de improvisto.
Una vez cerraron el trato entre algunas quejas y aceptaciones varias, Madara estrechó la mano de Sasori y de los socios que le acompañaban, además de intercambiar asentimiento de cabeza con el resto de inversores que se habían visto aplastados por el aguerrido proceder comercial del conocido señor Akatsuki, pero sin rencores (aunque al Uchiha le tenían sin cuidado los pensamientos que rondaban sus cabezas, en todo caso).
Cuando estuvo decidido a irse casi al final del concierto, la aparición de Sai con su rostro sereno caminando en su dirección, le detuvo en medio del pasillo entre la planta exclusiva y las escaleras. Madara había bebido un poco, pero no lo suficiente como para desestabilizarse o no estar consciente de su entorno, como había asegurado, seguía teniendo buen aguante y casi nada de cansancio tras las discusiones legales del tratado comercial.
—Te hacía en la fiesta de bodas —glosó con las cejas alzadas cuando su sobrino llegó hasta él. Lo observó encogerse de hombros.
—La fiesta estuvo bien, la cena estuvo tensa —expresó con una mueca surcando sus pálidos rasgos—. Parecía más un velorio que un matrimonio, pero eso es normal en la familia, así que decidí venir a ver a la banda, alegando que prefería estar en la disco que en el cementerio —comentó con una sonrisa falsa.
El Uchiha mayor exhaló el aire con cierto humor, acostumbrado a los sentimientos lúgubres alrededor de su familia paterna; sin embargo, cuando estuvo a punto de responder a su frase poco convenida, un grito lo hizo girar la cabeza.
—¡Melena divina! —escuchó decir a una rubia, pero tardó en percatarse de que venía directamente hacia él con los brazos extendidos, listos para abrazarle.
Intercambió una mirada extrañada con Sai, quien miraba la escena, estupefacto. Madara alzó las manos y mantuvo su maletín lejos del alcance de la joven, completamente desconfiado. Otra muchacha se acercó rápidamente hasta ellos y él la detalló. Se veía igual de joven, de tez blanca aperlada y un cabello rosa con unas leves ondas. Estatura pequeña. Él entrecerró los ojos, aún con más sospechas, pero entonces la joven de cabellos exóticos alzó sus ojos de jade hacia él, mostrándole todo tipo de emociones antes de enfocarse en una. Su mirada pasó de la vergüenza a la disculpa en un parpadeo, descolocándolo un poco por el forcejeo mental que parecía tener. Quizás estaba ebria.
—Bueno, melena divina, creo que tienes buena compañía hoy —habló Sai con ese tono aparentemente despreocupado que en realidad servía para incomodar a cualquiera que le escuchara.
Madara casi le rezongó, pero se contuvo al ver el sonrojo en las mejillas de la mujer, quien despegó forzadamente a la amiga de su agarre mientras le regañaba por lo bajo, gesticulando de una manera que a él le pareció graciosa, pero se limitó a observarla.
—Disculpe. —La oyó murmurar con voz ahogada después de bajar la mirada.
—Descuida. Solo dale algo para que se le pase un poco —indicó con seriedad mientras ella le agradecía entre un balbuceo y un rápido asentimiento de cabeza. Su partida fue aún más desconcertante, porque parecía que estaba huyendo de él, aun cuando podía entenderlo por haber pasado algo que consideraba vergonzoso.
—Mira nada más, tío. —Sai volvió a alzar su voz cuando ambas salieron de su rango de visión—. Una rubia esta vez… ¿Ya has tenido una noche dorada antes? —preguntó con desparpajo, pero solo se ganó una palmada en la espalda (más fuerte de lo normal) por parte del mencionado.
—Mejor cállate.
Sakura solo quería salir de ahí. Urgentemente. Hasta las ganas de orinar se le habían ido por la vergüenza que acaba de pasar por culpa de Ino, a quien fulminó con la mirada y casi le metió la cara al lavabo para ahogarla. Esa mirada interrogativa y espeluznante de esos ojos oscuros no la iba a olvidar nunca en lo que le quedara de vida. Lanzó un gimoteo al aire, entre frustrado y molesto, mientras le echaba agua en el rostro a su imprudente amiga, quizás con más fuerza de la requerida.
—¡Sa…Sakura! ¡M-Me aho…gas! —Intentaba decir entre cada chorro de agua que recibía.
—¡Haberlo pensado antes de que me hicieras pasar vergüenza, Ino! —protestaba Sakura con la decisión de restregarle la cara hasta que ya no tuviese ni maquillaje ni alcohol encima, aunque esto último sería lo difícil.
—¡Pero tú…!
—¡Yo nada! —chistó, callándola en un instante y sonrojándose de nuevo por la vergüenza interna que sentía hacia su ridículo apodo para ese hombre—. Ahora contrólate, vamos a buscar a Shikamaru y nos vamos.
Ino suspiró, lamentándose mientras arrastraba las palabras y Sakura la arrastraba a ella. No supo si sintió alivio o más vergüenza al ver el pasillo despejado nuevamente, pero buscó a Shikamaru en medio de la última canción de la banda en cuanto llegó a la zona VIP y le pidió el favor de que las llevara a casa, a cada una a la suya.
—¿Segura de que quieres ir a tu casa? —cuestionó Shikamaru una vez más cuando estuvieron fuera de Izanami. El resto de las personas ya estaban saliendo también.
—Sí, estoy segura de que la cerda se las arreglará bien sin mí —afirmó con el rencor surcando su mirada.
—No fue mi intención, frentona —habló entre quejidos—. No lo vuelvo a hacer, ¿sí?
Sakura solo puso los brazos en jarras mientras Shikamaru, silencioso, observaba el intercambio sin querer saber la razón detrás de toda esa discusión. Lo cierto era que la joven de hebras rosadas no estaba molesta con su amiga de toda la vida, faltaba más, solo quería ir a su casa. Ahora se mantenía con el semblante fuerte y temperamental, una perfecta coraza para el bajón de adrenalina que había sentido en cuanto el concierto estuvo a punto de terminar. La noche no sería eterna y los efectos del alcohol tampoco. Quería ir a llorar en paz sin que nadie se lamentase por ella. La emoción de por fin ver y escuchar a los Hermanos de la Arena en vivo y en directo permanecería como una llama en sus memorias, opacando el hecho de haber sido plantada en el altar, pero no borraría todos los años que le dedicó a Sasuke ni cómo este había jugado vilmente con su amor hasta hacerla creer estupideces.
—Ahora eres tú la que me debe el desayuno de mañana —advirtió, recibiendo un fuerte asentimiento por parte de la rubia.
Shikamaru solo se encogió de hombros. En menos de cinco minutos, ya cada uno estaba dentro de la camioneta de detective Nara.
Llegar a casa después de una escueta despedida y un asentimiento muy agradecido por parte de Sakura hacia Shikamaru, resultó mucho más difícil de lo que pensó. Cada parte de ese apartamento tenía demasiados recuerdos de todo tipo con los que había aprendido a vivir. Este también había sido el hogar de sus padres en vida y el suyo al volver después de la graduación del instituto, ya con la idea asumida de que sus padres no estarían para recibirla.
Sakura se movilizó lentamente por su sala luego de dejar los tacones en la entrada, observando cada parte de las paredes de un color ocre muy suave. Las fotos y los adornos le saludaron como un fantasma, recordándole que seguía aquí y no se había ido a su luna de miel a Tsuchi no Kuni como tantas veces le había dicho a Sasuke. Irónico. Él siempre le había respondido que irían adonde ella quisiera esta vez, que escogiera ella el destino que les depararía después de casarse, pero él ni siquiera le había dado tiempo de elegir algo por primera vez en su relación.
Fue particularmente doloroso observar la foto central en la mesita contigua al sillón de alto espaldar, mismo que estaba en diagonal a su sofá de dos asientos con un par de cojines. La enfermera caminó hasta allí y se arrodilló ante la imagen, intentando no arrugar la cara, como si la foto de sus padres junto a una versión muy joven de sí misma, tuviese la posibilidad de preocuparse por su semblante.
—Mamá... Me iba a casar con Sasuke hoy y... Se canceló —susurró, apoyando la barbilla sobre el dorso de sus manos afincadas en la mesita—. Naruto hizo muchas bromas al respecto, como que tenía diarrea y esas cosas, ya sabes cómo es... —Sus ojos se humedecieron, pero se forzó a mantener el llanto a raya—. ¿Recuerdas cuando me dijiste que debería olvidarme de Sasuke y no te hice caso? Te dije que lograría que él me quisiera como su novia antes de terminar el instituto... pero, ¿de qué me sirvió perseverar tanto? ¿De qué me sirvió esperar incluso otros ocho años más después de eso? —Su voz se quebró inevitablemente y profirió un jadeo desesperanzador—. ¡Ay, papá! I-Incluso me gustaría escuchar algún chiste tuyo ahora, sin importar lo malo y lo inoportuno que fuese. Solo escucharlos, con eso me bastaría... —culminó en un hilo de voz, dando rienda suelta a su llanto y moviéndose hacia un costado.
Sakura abrazó sus piernas y escondió el rostro lloroso entre las rodillas. Sus sollozos se amortiguaron contra su piel y sintió la humedad salada de sus lágrimas. Ojalá tuviese la posibilidad de arrancarse el corazón, de triturarlo hasta hacerlo añicos, hasta que no fuese nada más que polvo en el ambiente. Ojalá poder dejar de pensar en Sasuke y en su maldita existencia. Ojalá poder continuar con su vida y dejarle atrás de un día para otro...
Pero tenía la certeza de que no iba a pasar página tan fácilmente, de que sus memorias compartidas no lo olvidarían nunca. Había estado tan enamorada de él por tantos años que su situación actual se sentía como si se le hubiese desprendido un brazo, como si ya no tuviese manos. Se sentía débil e imposibilitada. No creía que fuera capaz de volver a levantarse, pero podía fingir y ocultar todo el dolor detrás de ese temperamento que todos decían que tenía.
Así sobreviviría, y aunque se estuviese muriendo por dentro, nadie lo notaría si lo escondía bien.
El ónice en sus ojos se estremeció ante la luz que se colaba entre las cortinas de jacquard. La estancia amplia de paredes tapizadas en blanco y rojo le devolvió el silencio sepulcral de ese lado de la mansión. Parpadeó un par de veces más para desperezarse y se levantó. Su camisa blanca seguía teniendo los mismos dos botones desabrochados y el pantalón sastrero negro seguía en su lugar.
Con un andar neutro se dirigió hasta la jarra de agua sobre el mesón ubicado a unos cuantos metros frente a la cama. Tomó un vaso y bebió en abundancia porque se sentía demasiado seco. Se pasó una mano por el despeinado cabello negro y observó el inutilizado lecho nupcial de la habitación con una perturbación creciente. Ni siquiera sabía cómo se suponía que debía sentirse, si es que estaba sintiendo algo al respecto con todo esto, claramente.
Sasuke siempre había sido el hijo menor ejemplar, dispuesto a superar a su hermano y complacer los deseos de su padre con cada uno de sus mandatos. Era lo que un verdadero Uchiha tenía que hacer para mantener su poderío sobre todo aquello que aclamaban como suyo. El compromiso con Hinata Hyūga solo había sido un paso más para mantener ese nivel de vida que aparentaba ser perfecta, pero que Sasuke sabía que no lo era en absoluto; incluso así, estuvo dispuesto a acatar.
Había querido terminar con Sakura varias veces, hace meses atrás, cuando le había increpado a su padre sobre la decisión de casarlo con Hinata, diciéndole con claridad que no deseaba ser desposado con nadie, pero Fugaku solo se había alzado con los puños contra el escritorio. "Será lo que la familia diga, no lo que tú quieras", eso le había dicho, advirtiéndole y amenazándolo visualmente cuando Sasuke había mostrado esa mirada fría y desafiante. Sí, había sucumbido a la orden, pero terminar con Sakura inmediatamente solo significaba que su padre seguía teniendo tanto control sobre él como cuando era un niño apenas. Y Sasuke detestaba que otra persona concibiera y supiera el control que ejercía sobre él, incluso siendo su propio padre.
Sí, había estado dispuesto a terminar con Sakura, pero cada vez que estuvo a punto de decirlo, se perdía irremediablemente entre la unión de sus cuerpos y los dulces gemidos en su oído, en sus suaves curvas entre sus manos, en su cabello rosado desparramado en su almohada debajo de él mientras la embestía. La había mantenido engañada, atada a sus suposiciones, ajena a la verdadera vida que se empezaba a desarrollar dentro de las paredes de su hogar. A ella, que había estado siempre corriendo detrás de él desde que eran niños y le había acompañado en todas las etapas... Sin duda, en alguna parte de su vida, Sakura le había llegado a gustar más allá de su química sexual, porque con ella y con Naruto compartía la sensación plena de libertad, de poder hacer lo que realmente quería sin dar explicaciones.
Naruto…
Tomó su celular y se dio cuenta de todas las llamadas perdidas que tenía del rubio, además de un par de avisos del recepcionista del edificio donde tenía su propio apartamento. Mierda. Explicarle a Naruto su proceder iba a ser como intentarle explicar por qué existía la ausencia de luz. Ni siquiera quería imaginarse cómo estaría Sakura. Se llevó la mano hasta la cara antes de movilizarse hacia el baño, asearse lo mejor que podía y salir de nuevo con la misma ropa que utilizó en su boda, pero prescindiendo del saco. No tenía idea de dónde estaba su nueva esposa y tampoco le interesaba saber.
Miró la hora en el reloj y asumió que toda la planta estaría vacía a esa hora, pues en la casa del Clan Uchiha se llevaba un cronograma estricto de las actividades del día, incluidas las comidas, así que era muy probable que todos estuviesen abajo en el comedor. Debido a ello, se tomó la libertad de entrar un momento al despacho para buscar un par de carpetas de la empresa, pues como gerente de ventas de una de las sucursales de las empresas Uchiha, debía encargarse de ello, pero no quería continuar en la mansión. Se iría hacia su apartamento después de tomar lo necesario.
Sin embargo, al abrir la puerta, se quedó estático un segundo al notar quién estaba sentado en el sillón junto al escritorio; sin embargo, se recuperó rápido y caminó.
—Buenos días, Itachi —saludó a su hermano sin mirarle, consciente de que él no despegaba sus ojos de él.
—Buenos días, Sasuke. —Su voz sonaba tranquila en su usual tono bajo, pero Sasuke no pudo evitar la sensación de que estaba a punto de decirle algo. Y así fue—. Supongo que has reflexionado sobre lo que hiciste.
El menor de los hermanos observó por fin al mayor. Itachi se mantenía con las pupilas enfocadas sobre él, los brazos cruzados, una postura rígida que se sentía relajada y las piernas estiradas, un tanto cruzadas desde los tobillos. Sasuke no mostró alguna emoción con sus palabras, pero para Itachi no hizo falta nada más allá que ver el remolino en sus ojos azabache. Alzó su celular y le mostró un mensaje de Naruto. Solo eso fue suficiente para que, por fin, Sasuke exhalara el aire con frustración y desviara la mirada.
—Ese estúpido… —pronunció entre dientes, desviando su rostro hacia la pared.
—Lo que hiciste fue lo estúpido, Sasuke. ¿Cómo es posible que hayas engañado a Sakura de esa manera? —El tono de su voz no se había elevado, pero llevaba una carga intrínseca de reprimenda—. Me dijiste que habías terminado tu relación amorosa con ella en cuanto te enteraste del compromiso con Hinata, sin embargo, le propusiste matrimonio. ¿En qué estabas pensando? —preguntó y el cariz en su voz se aceró, destilando algo parecido a la decepción.
Sasuke se sintió aún más frustrado y se giró hacia él con una mueca de furia.
—¡No necesito tus sermones, Itachi! —respondió en un arranque.
—Los sermones no sirven de nada contigo a estas alturas, pero debes enfrentar esta situación como un hombre y sin lastimar a tu esposa en el proceso. —Itachi se levantó, aparentemente tranquilo, pero la tensión en sus hombros delataba su propio estado interno—. No voy a decirle nada a nuestro padre porque el asunto es tuyo, pero tienes que resolver esto lo más pronto posible. —Y así, dejando solo la estela de su coleta detrás, Itachi abandonó el despacho en silencio.
Sasuke respiró entre dientes, afincando las manos sobre el escritorio antes de dar un puñetazo sobre la superficie. Tomó las carpetas que necesitaba intentando calmarse en el proceso y luego salió por la parte de atrás, sin saludar a su familia, sin querer hacerlo siquiera. Subió a su auto y condujo hasta el complejo residencial donde vivía. Esperó con una inquieta mano en la cabeza a que el portón por fin se abriera y se situó en el lugar de siempre, en la calzada final de esa planta del estacionamiento.
Enfrascado en sus pensamientos como estaba y embargado de silencio, le sorprendió el puñetazo que se estrelló justo en su rostro en cuanto cerró la puerta de su vehículo. Apenas pudo mantenerse estable y recuperarse rápidamente para devolver el ataque, pensando que, de ninguna manera, podía ser un ladrón.
Y no lo era. Se permitió un segundo de sorpresa antes de recibir otro puñetazo que detuvo con la palma abierta, pero Naruto no tardó en agarrarlo por el cuello de la camisa para estabilizarlo él mismo. Su gesto iracundo era irreal, nunca creyó que vería a su amigo de la infancia con tal semblante. Nunca se lo hubiese imaginado hasta el día anterior, hasta que dejó plantada a Sakura en el altar sin ningún remordimiento de consciencia.
—¡¿Tú tienes idea de cómo estaba Sakura ayer?! ¡¿Te haces una idea?! ¡Maldito seas, Sasuke! —Su voz era tan fuerte como su cólera. Naruto tenía la cara arrebolada de rabia y le zarandeaba.
Cuando el rubio decidió lanzarlo con fuerza contra el suelo, Sasuke no intentó impedirlo. Una parte de él le decía que se lo merecía, por imbécil; no obstante, la parte que predominaba era esa que se mantenía ecuánime ante la mirada ruin y dolorosa de su mejor amigo, quien le estaba expresando todo un mar de emociones a través de su rostro a diferencia de él. Uchiha se quedó en el suelo, tomándose un momento para calmar su interior y sus ganas de devolverle el puñetazo.
Naruto era su otro pilar, el mejor amigo que le había cedido la oportunidad con la chica que le gustaba. Para él nunca había sido un secreto su enamoramiento por Sakura y los infructuosos avances que había hecho antes de aceptar que ella solo tenía ojos para Sasuke. Él simplemente se mantuvo con ellos, ocultando esos sentimientos y apoyándolos con todo el bombo que alguien tan escandaloso y enérgico como él podía aportar.
Aunque con familias muy diferentes, la situación de Sasuke y Naruto podía ser comparable. El hiperactivo joven también había sentido el peso de algo enorme sobre sus hombros al quedar huérfano con una gran fortuna a cuestas. Los Namikaze habían estado vinculados a negocios turbios que el padre de Naruto, Minato, había querido desaparecer de sus vidas y limpiar el nombre que su padre había ensuciado con su manejo familiar; sin embargo, la tragedia los había alcanzado primero cuando, sin previa amenaza, Minato y Kushina fueron interceptados en su auto, ya rodeado por los antiguos enemigos de su padre. Estos les habían acribillado a balazos en un callejón cercano a su residencia.
Naruto solo había sobrevivido por haber estado dormido y porque Kushina y Minato lo habían protegido con sus cuerpos, haciendo de escudo para él. Fue un milagro que solo empezase a llorar cuando no había peligro cerca. Para cuando su padrino, Jiraiya, lo encontró, ya era demasiado tarde para salvar a sus padres, si es que había alguna posibilidad de salvarlos. Desde ese entonces, el viejo había sido su tutor y criador, como un padre. Él le había cambiado el apellido y utilizado el de Kushina de soltera para proteger la identidad de Naruto y que los mafiosos no fuesen a buscarlo. Había logrado mantener la fortuna que Minato había limpiado dignamente para Naruto y hecho crecer para darle una buena calidad de vida en honor de aquellos a los que había considerado como sus hijos desde muy jóvenes.
—¿Qué? ¿No estabas allí para consolarla? —Fue lo primero que se le ocurrió decir, retándole, como si quisiera que Naruto lo moliera a golpes y lo hiciera desaparecer.
—¡Ella te ama, canalla! —exclamó aún más molesto, tirándose sobre él para darle otro puñetazo, pero Sasuke lo esquivó y forcejeó con él hasta que consiguió incorporarse.
—¿No estás feliz, dobe? ¡¿No lo estás?! —vociferó, logrando pegarle en la mejilla derecha y luego en la izquierda de manera consecutiva. Naruto apenas se tambaleó, pero ya estaba botando sangre por la nariz cuando recargó de nuevo y alcanzó a darle a Sasuke en la mejilla.
—¡¿Cómo carajos voy a estar feliz cuando lastimaste a Sakura, teme?! ¡No te mereces nada de ella!
—¡Ya puedes tener lo que ya usé entonces! —clamó, drenando toda su frustración a modo de furia, partiéndole la nariz a Naruto en el proceso.
El rubio respiró hondo, jadeó colérico, sin importarle lo más mínimo el dolor. Era mucho más grande el sentimiento de pérdida que sintió al ver a Sakura llorar tan amargamente en los brazos de Ino y su furia al escuchar las palabras de Sasuke, como si Sakura solo hubiese sido un objeto para él. Era cierto que Naruto había estado enamorado de su amiga y en alguna ocasión estuvo dispuesto a todo por ella, pero eso había quedado en la adolescencia, hace muchos años atrás.
—Eres un malnacido, ¡tienes que pedirle perdón de rodillas a Sakura! ¡Ella no es ningún entretenimiento turístico tuyo! —Los ojos azules de Naruto lo martillaban, lo señalaban con saña, inquieto y supremamente molesto a la par que lanzaba otro puñetazo.
Sasuke se tambaleó y él logró pegarle en la barbilla. Saboreó la sangre contra su lengua y se limpió con el dorso de la mano el hilillo rojizo que se asomaba de entre la comisura de sus labios.
Naruto estaba bastante peor que él, pero ni eso parecía poner a raya su resistencia.
—¡Hey! ¿Qué es lo que está pasando allá? —preguntó a los gritos uno de los dos guardias que venían corriendo hacia ellos.
—Justo lo que pedí —voceó entre dientes el moreno mientras que el rubio no apartaba su mirada de él—. ¡No pasa nada! —contestó al momento y con tono neutro.
Sin embargo, no se salvaron de las indicaciones del vigilante.
—Córtalo todo, hasta la barbilla.
La estilista de Sakura se quedó lívida al escuchar a la muchacha. Siempre que se cortaba el cabello con ella, le requería que solo tocase sus puntas, no más, porque a su novio le gustaba que llevara el cabello largo.
—¿Estás segura?
Sakura le dirigió una mirada malhumorada.
—Sí, estoy segura —subrayó, conteniéndose de hablar de más, harta de que todo el mundo le preguntara si estaba segura de esto o de aquello. Incluso ella que no sabía nada de lo que había pasado también lo hacía. Era simplemente cargante.
Sabía que no tenía la culpa, así que se había puesto una mordaza para evitar que su humor paupérrimo llegara hasta la humilde trabajadora que solo estaba haciendo lo que sabía hacer. La observó alzar las cejas y luego fruncir el ceño antes de comenzar su trabajo, pero no dijo nada más.
Se había levantado muy temprano, muy segura de que Ino no la llamaría a esa hora para ir a desayunar, pero, contra todo pronóstico, sí lo había hecho. Sakura había visto los mensajes del comité organizativo y los pagos que debía hacer como devolución por todo el servicio perdido y la comida desperdiciada. Había hecho de tripas corazón para avisar que pagaría en el transcurso de los días pautados y luego se había colocado su uniforme de enfermería antes de acudir al lugar en el que había quedado con Ino.
En el camino recibió un mensaje de Naruto lleno de emojis, en el cual se disculpaba por desaparecer y no haberlos acompañado a Izanami, pero que el sabio pervertido había tenido unos planes de última hora y debió acompañarlo. Sakura logró sonreír al imaginarlo haciendo un montón de morisquetas mientras escribía el mensaje. Su humor mejoró un poco más al notar que Ino tenía gafas de sol, a lo que la rubia había respondido que no volvería a beber, ya la décima vez desde que habían empezado a emborracharse juntas.
Al parecer Ino tenía trabajo de oficina en la estación y Sakura tenía el día libre, pero de ninguna manera iba a estar rondando como un fantasma intentando animarse. Necesitaba trabajar, por lo que, después del sencillo desayuno, ambas tomaron caminos distintos y Sakura tomó el bus hacia el Hospital General de Konoha, pero al bajarse no había podido evitar mirar el salón al otro lado de la acera, uno de sus salones habituales para cortarse las puntas del cabello y hacerse arreglos, así que decidió cortarse todo ese cabello que ya no necesitaba en su vida.
Estaba de más decir que la cara de la directora del hospital, su maestra Tsunade, se volvió todo un poema al verla allí entre los cambios de turno de enfermería. Ella no había podido ir a la ceremonia porque tenía una operación sumamente importante pautada para ese día, así que Sakura la había entendido. Era el trabajo de salvaguardar la vida la primera prioridad. De todos modos, agradecía que no hubiese ido.
—¿Pero tú no estabas en tu luna de miel, muchacha? —preguntó con ese tono fuerte suyo.
A Sakura le había temblado el labio y se dio un golpe mental para reaccionar.
—No hubo boda —respondió brevemente, haciendo que Tsunade la interrogara con la mirada—. Me dejó plantada —completó como autómata, aunque se negó a decir que la había dejado para casarse con otra el mismo día.
—¡¿Pero que jodidos les pasa a los mocosos de hoy en día?! —su puño hizo temblar el escritorio y Sakura pudo haber jurado escuchar el leve tintineo de las ventanas también—. Incluso te cortaste el cabello.
—Esto es por practicidad en el trabajo —argumentó con rapidez antes de sonrojarse. ¿Para qué mentirle a su maestra y jefa? Suspiró y se sentó en la silla a un lado de ella, haciendo que Tsunade girara el asiento sobre su eje para mirarla con agudeza—. Cortarme el cabello fue como deshacerme de Sasuke, al menos en parte. Todavía falta arrancarme el corazón —aseguró con la voz rota, casi queriendo dormir y despertar en Marte.
—Ah, mi alumna romántica empedernida —compadeció. Sus ojos color miel la miraban con la dulzura de una madre—. Ya llegará otro hombre a tu vida que hará de ese corazón un huracán que se llevará por el medio a toda la basura que tenga Sasuke Uchiha por nombre. Ni lo vas a recordar después. Acuérdate de mis palabras.
Sakura quiso tener fe en sus palabras, pero dudaba que ocurriera algo así. Había pasado toda la vida enamorada de ese maldito Uchiha y la única conclusión a la que había llegado entre el día de ayer y hoy, era que colapsaría y botaría espuma por la boca si volvía a ver a otro Uchiha, fuese quien fuese. Incluso Itachi, sus padres… ¿Ningún Uchiha había tenido la decencia de avisarle de algo? ¿Al menos de preguntarle algo después de que Sasuke la presentara como su novia ante ellos? Un escozor le recorrió el cuerpo al pensar en la familia de Sasuke y en lo mucho que debieron haberle visto la cara de estúpida.
Casi quiso reírse, pero en vez de su voz, se escuchó la alarma. Ambas miradas se cruzaron. Tsunade tenía la vista afilada y Sakura una de preocupación.
—Es la alarma para emergencias… —susurró ella y la médico se levantó de un salto para acudir al llamado a pesar de que no tenía que hacerlo, pero el cuidar a las personas sin importar qué puesto ostentaba, era algo que Sakura siempre había admirado de ella.
La muchacha de pelo rosa corrió detrás de Tsunade.
—No es necesario que vayas a la sala, Sakura. Se supone que no estás hoy. —Sakura sabía que en otra circunstancia la hubiese arrastrado a la escena, aunque estuviese durmiendo en su casa, así que estas palabras solo la hicieron endurecer el semblante. No quería la conmiseración de nadie, ni siquiera de la persona a la que quería como a una madre.
—Yo iré, sí —manifestó con un tono duro.
Sakura no la vio, pero Tsunade sonrió. Esa era su estudiante.
No obstante, nada la hubiese preparado para la carnicería presenciada a causa de ese accidente aparatoso tan temprano en la mañana. El tránsito estaba tan colapsado y las vías tan congestionadas, que Sakura supo de inmediato que había pasado algo realmente muy grave más allá del accidente. Tsunade se puso a trabajar de inmediato y Sakura no lo pensó dos veces para hacer su trabajo, estabilizando a los pacientes y comprobando los signos de todos para ayudar a los doctores presentes.
Sus ojos se transformaron y todo se volcó en su cabeza, se olvidó de la tristeza que la embargaba y se colocó en el papel de la enfermera virtuosa que hacía todo lo posible por ayudar a los pacientes. Sakura fue de camilla en camilla, entre lamentos, sangre y gritos. Seguían llegando heridos, pero pronto colapsarían, así que tomó la iniciativa de contactarse con el hospital más cercano y hacer que recibieran al resto de afectados allí.
Para cuando logró estabilizar a muchos y hacerle los primeros auxilios antes de que los atendiese un médico, tenía el uniforme empapado de sangre y se había cambiado de guantes muchas veces, incluso sin darse cuenta, de forma automática. El ceño le dolía de tanto fruncirlo, pero había hecho todo el procedimiento que podía a pesar de saber hacer mucho más, era una estudiosa y tenía los conocimientos necesarios, pero no tenía la licencia para ejecutarlos. Casi quiso ahorcar a un médico que estaba cosiendo mal una herida, pero tomando todo su autocontrol, se acercó como si nada y le ofreció una sonrisa mecánica.
—¿Quiere que yo me encargue, doctor? Es probable que la doctora Tsunade le necesite.
—Ah, sí, Haruno… Sí, sí —exteriorizó, como un poco ido, pero le cedió los instrumentos poco antes de partir, diciéndole algo irrelevante sobre la herida. Ella ya lo estaba evaluando y solo estaba evitando mirarlo para no gritarle que lo estaba haciendo fatal.
—Joder, qué gusto. Hubiese tenido un accidente antes si hubiese sabido que me atendería esta belleza. —Sakura solo frunció más el entrecejo y alzó la vista al escuchar aquella risa estruendosa, pero en cuanto notó que había otra persona de pie justo frente a ella al otro lado de la camilla, tuvo que aferrarse a sus pensamientos más cuerdos para no congelarse.
No era ese hombre de ojos violeta y cabello blanco con sus impertinentes comentarios lo que la había sacado de zona, sino su acompañante. Era él. El de melena divina. Su atuendo de traje azul oscuro estaba impecable, complementado con su postura de brazos cruzados sobre el pecho y sus facciones serias, pero… Ella notó una herida que le surcaba el puente de la nariz hasta el final del pómulo de su perfil izquierdo. Tenía sangre seca y no se veía grave, pero podría infectarse si no se trataba debidamente.
Un solo segundo más para volver a su estoico ser profesional.
—No mueva la pierna. ¿El doctor le aplicó la anestesia antes de la sutura?
—Sí —contestó el pelinegro con su voz profunda, casi mandando a callar al hombre impertinente—. Solo porque no dejaba de quejarse.
—¡Pero jefe! ¿Quién dice que me estoy…? ¡Ay! —emitió cuando Sakura hizo el esfuerzo por corregir el punto quirúrgico desastroso del anterior doctor y seguir una línea más limpia.
No emitió palabra alguna mientras elaboraba su trabajo, con precisión y diligencia, tal y como se lo había enseñado muy bien Tsunade y los buenos ejemplos que había tenido en el hospital. Para cuando terminó, el hombre afectado la observaba con una sonrisa socarrona y el otro mantenía una mirada seria sobre ella. Bajo esa oscuridad de sus pupilas se sintió expuesta y evaluada, pero mantuvo los ojos altivos en su dirección, contactándose con él de una manera silenciosa.
—Bueno, ahora le toca a usted. —Eso pareció descolocarlo, lo vio como un parpadeo en sus ojos y en el fruncimiento leve de su entrecejo, pero ella simplemente ejerció su voluntad como enfermera poco después de quitarse debidamente los guantes—. Tome asiento —ordenó acercándose y apoyando su palma sobre su hombro para sentarlo en un espacio mínimo de la camilla. El otro hombre se rio como si no hubiese escuchado mejor chiste en su vida.
Sakura simplemente vio de soslayo cómo el moreno le dedicaba una mirada mortal al de pelo albino y lo hacía callar, sin más. Al menos, se tranquilizó ella, había aceptado sentarse en la camilla para que ella pudiese hacer su trabajo.
Con la misma dedicación, tomó todos los implementos necesarios para limpiar su herida, prevenir la infección y taparla. Llamó a todo su instinto profesional para evitar ponerse nerviosa bajo su mirada insistente, en constante fijación y valoración, ¿se estaba acordando de la vergüenza que pasó? ¿Si quiera se acordaba de anoche? Al estar tratando con una herida en su rostro, era consciente de que aquellos ojos negros la seguían muy de cerca, pero ella también podía demostrar solo imparcialidad en sus gestos.
Tomó la cinta Micropore para tapar su herida y se irguió, dándose cuenta de lo alto que era, pues apenas había diferencia entre sus estaturas estando él sentado. Y ni siquiera sabía su nombre…
—Es Madara —respondió él, sobresaltándola. ¿Le había leído el pensamiento o qué?—. Por tu mirada interrogante, supongo que es eso lo que querías preguntar sobre tu paciente improvisado, ¿verdad? ¿Enfermera Haruno? —Le escuchó tantear con su voz compacta.
—Haruno Sakura —respondió de manera mecánica, alejándose un paso más por inercia cuando él volvió a levantarse. Comprobó que apenas le rozaría la nariz con su coronilla.
—Mucho mejor saber tu nombre verdadero en vez de vincularte a melena divina… Aunque esa fue tu amiga. —Ella luchó por no volverse a sonrojar mientras le mantenía la mirada. Si tan solo supiese que ese estúpido apodo se lo había colocado ella… La vergüenza nacional.
—Disculpe eso, estuvo muy emocionada —prosiguió con las pupilas fijas en él. Madara también la continuó viendo, pero Sakura no sabía interpretar su mirada.
Por fortuna o desgracia, la voz del doctor de antes volvió a hacer acto de presencia y ambos quitaron la mirada el uno del otro. El albino estaba extrañamente callado y se había sentado ya con los puntos cubiertos.
—Ah, muy bien, Haruno. Eres muy buena terminando los trabajos. —La mencionada quiso lanzarle una bandeja de utensilios, la más dura que encontrara. Incompetente de mierda—. El señor Yugakure Hidan ya se puede retirar. No tiene heridas más graves, por fortuna —terminó por decir con una carpeta de archivo a la mano.
—Menos mal, porque sería una reverenda mierda —cacareó el aludido con socarronería, la miró y le guiñó un ojo. Sakura contó hasta tres para no abrirle la herida otra vez.
—Muchas gracias por su atención, enfermera Haruno —habló Madara con una leve inclinación de cabeza, sumamente respetuoso pero frío como un témpano. Ella le devolvió la inclinación, sintiéndose un poco vanidosa porque él decidió darle las gracias exclusivas a ella y no al doctor. Que mucho no había hecho, como ya lo sabían todos los presentes.
Sus ojos verdes se conectaron una última vez con los ojos azabache y, de un momento a otro, Madara ya no estaba en su rango de visión, tampoco su amigo impertinente llamado Hidan. Ella no podía concebir cómo es que dos personas que se notaban tan diferentes andaban juntas, pero no había podido evitar escuchar que el de ojos violeta le llamaba "jefe". No encontró una profesión en la que pudiese encajar ese hombre, pero se negó a pensar que Madara pudiese ser una especie de mafioso o algo por el estilo.
Al llegar un poco más allá del mediodía, se sentía agotada por la descarga de adrenalina que había tenido atendiendo a los afectados por el accidente durante la mañana. Se había cambiado de uniforme, pero se mantuvo en emergencias por orden discreta de Tsunade ante cualquier eventualidad. Ella asumió la responsabilidad con mucho gusto, porque la confianza que su docente clínico había depositado en ella era lo mejor en lo que podía pensar ahora mismo.
Eso, hasta que vio el destello amarillo apareciendo por la puerta.
Sakura se horrorizó al ver tantos moretones, cortadas y sangre en el rostro de Naruto, pero ni siquiera tuvo que preguntar para obtener la respuesta y confirmar el presentimiento.
—Me pelee con Sasuke —afirmó.
Sus brillantes ojos azules estaban más tristes y oscurecidos que nunca cuando la miró. Sakura sintió que se tambaleaba.
Bueno, va creciendo la interacción y se acercan los problemas a pasos agigantados. Vamos a ver si Sakura aguanta entre tanto meollo. Una vez más, gracias por leer.
¡Saludos!
