After Death
Capítulo 3
Calibre 0.22
El hombre cierra los ojos y se acomoda mejor en el sofá, dispuesto a continuar durmiendo en tan exquisito lugar, maravillándose con la posibilidad de que sea más cómodo que su propia cama, cuando su oído entrenado percibe el giro del pomo de la puerta principal, aunque demasiado lentamente para su gusto.
Como si la persona que está a punto de entrar no deseara que nadie lo escuchara.
Leon abre los ojos completamente, pero no se mueve, se obliga a permanecer absolutamente quieto, mientras sus oídos perciben claramente como la puerta se abre con lentitud, con absoluta parsimonia, para después escuchar un par de pesadas botas pisando cuidadosamente el piso, evidentemente esforzándose por no hacer ruido, el silencio del movimiento haciendo que todos sus sentidos salten en alarmas por todo su cuerpo.
'¡¿Pero qué demonios…?!'
Lo más sigilosamente posible, Leon se resbala del sofá, y, apoyándose con una mano y un pie, se deja caer en silencio sobre la alfombra, arrastrándose con los codos para poder observar desde el borde del mueble: afortunadamente para él, los grandes ventanales del departamento permiten que la luz del sol ilumine en su totalidad la pequeña estancia, y el agente observa a la perfección cómo tres hombres vestidos de negro, con sendas pistolas acopladas a silenciadores, y todas ellas apuntadas hacia el frente, entran uno tras otro en la estancia, dirigiéndose al cálido pasillo del lugar. Uno de ellos, el de la vanguardia, hace señas a sus compañeros para que registren el lugar, mientras él mismo se dirige hacia el cuarto principal, desde donde se escucha claramente el agua cayendo de la regadera abierta.
'¡Maldición! ¡Jill!'
Sintiendo de pronto pánico de pensar que encuentren a la chica expuesta como debe de estar, Leon se recarga un poco más contra el borde del sofá, para evitar que lo detecten, mientras dirige una mano hacia su pecho, buscando su cuchillo, y cierra los ojos con fuerza al recordar que, tan pronto se subió al helicóptero, se había quitado el chaleco antibalas junto con todos sus aditamentos, incluyendo su adorado cuchillo de combate… y que ahora se encuentran cómodamente resguardados en la cajuela del auto.
'Me lleva la…!'
Apretando con fuerza los puños, y aguantando por un momento la respiración, observa la pistola que pasa por encima de él, percibiendo la sombra de uno de los hombres que se asoma por encima del respaldo del sofá, buscando cualquier cosa sospechosa. Al no encontrar nada, el hombre se da la vuelta para seguir a sus compañeros, y Leon logra exhalar, concentrándose en el siguiente movimiento.
Que debe de ser rápido, ya que alcanza a escuchar que el primer hombre se ha detenido, probablemente porque ha llegado a la puerta del cuarto.
Lentamente, Leon toma lo único que puede ser de utilidad en ese momento: la pequeña cuchara de su café, que Jill dejara sobre la mesita para él, y prueba el borde del mango con la yema de los dedos: no es muy afilada, pero, quizá con la suficiente fuerza aplicada, pueda perforar algo de piel.
Después de todo, sólo necesita unos cuantos centímetros.
Por su parte, el primer hombre ya ha entrado en la habitación, y sonríe, libidinoso, al depositar su oscura mirada en cada una de las prendas de Jill, descartadas sin mucho pensamiento sobre el piso, la cama, y sus ropas íntimas sobre el tocador. Sin poder, ni querer evitarlo, el asaltante se relame los labios, mientras se dirige a la puerta del baño, desde donde se escucha el agua correr sin descanso.
Jill ya ha terminado de bañarse, pero se niega a arrancarse del abrazo del agua caliente, de la deliciosa y relajante sensación que le produce el calor sobre sus músculos adoloridos, por lo que echa para atrás la cabeza para dejar que el agua caiga sobre la cara y su cuello extendido, derramándose sobre su piel, mientras suspira de placer.
Leon observa que el primer hombre ha desaparecido dentro de la recámara, mientras el segundo, un pie ya dentro del mismo cuarto, observa atento algo en el piso, haciéndole hervir la sangre.
'¡Malditos abusivos!' Leon grita en su cabeza. '¡¿Cuantos hombres piensan someter a una mujer desarmada?!'
Obligándose a mantener la calma, y sabiendo que la única manera de ayudarla es, primero, deshacerse de los dos últimos atacantes, Leon camina lentamente hasta llegar en unos cuantos pasos a espaldas del tercero, quien se encontraba asomándose dentro de la cocina, y le clava sin miramientos la pequeña cuchara en el ángulo del cuello, al tiempo que le tapa la boca para que no emita sonido, empujándolo hacia adentro, y lo abraza con fuerza mientras espera que se desangre en sus brazos. Su compañero, el de en medio, al notar el ruido que acaban de hacer, se asoma de regreso al pasillo, pero apenas alcanza a ver cómo se cierra lentamente la puerta de la cocina. Echándole una última mirada a su compañero que está a punto de entrar al baño, y obligándose a arrancar su mirada de las prendas femeninas desperdigadas en el cuarto, el hombre se dirige a revisar a su camarada, pistola en mano, continuando sigilosamente su caminar… que se acelera cuando escucha ruido de trastes cayendo y rompiéndose en el interior.
Jill, ya habiendo cerrado la regadera, y estando en el proceso de secarse, también alcanza a escuchar el ruido de los trastes, y suspira, agotada, mientras le grita a su visita.
-¡Espero que no estés haciendo nada raro, Leon! ¡O tendrás que pagarme todo lo que rompiste!
A pesar de eso, ella sonríe, mientras se coloca su bata de baño, pues sabe que se morirá de frío en cuanto salga a regañar a ese rubio presuntuoso, tan amigo de Claire, cuando nota cómo la perilla de la puerta se abre lentamente.
Al principio se enoja, pensando en que el rubio quiere entretenerse un poco, y se regaña a sí misma por su ingenuidad: nunca debió haber permitido que Leon, alguien a quien no conoce muy bien que digamos, entrara a su departamento. Pero en el momento en que vuelve a escuchar cosas cayendo de su cocina, se da cuenta que algo no está bien, y de inmediato todos sus sentidos se alertan.
Mientras su mirada sigue los lentos movimientos de la perilla, ella abre la llave del lavabo, tratando de simular que se encuentra ocupada en él, mientras sigilosamente busca la pequeña pistola calibre .22 que tiene escondida bajo este, y se coloca detrás de la puerta, entrecerrando los ojos al ver cómo esta se abre, apenas una rendija, pero que permite que se asome un arma aún más poderosa que la suya, cargando un silenciador. Ni tarda ni perezosa, en cuanto la mano se asoma, Jill patea la puerta con todas sus fuerzas, machucando estruendosamente la mano ofensiva, haciendo gritar a su dueño, quien casi suelta el arma. Jill vuelve a abrir la puerta parcialmente, para arremeter una segunda vez con todo su peso, escuchando claramente cómo la madera, o quizá los huesos de la mano, producen un horrible crujido, y finalmente el arma cae. Con un pie desnudo, Jill patea el arma hacia adentro, lejos del atacante, y sale a hacerle frente, pistola en ristre, disparando hacia la cabeza del hombre. Pero este es evidentemente un profesional, porque de inmediato se mueve a un lado, y con la mano sana, la toma del antebrazo para, con un fluido movimiento, hacerle una llave al frente que le lastima la muñeca, haciéndola gritar, y la obliga a tirar su arma.
Usando el borde de su mano, Jill golpea hacia arriba con fuerza, dándole de lleno en la nariz a su enemigo, provocando que brote sangre y haciéndolo tambalearse, por lo que la obliga a soltarla. En un rápido movimiento, la agente se gira sobre sí misma para darle una patada en la cara, pero el hombre levanta su brazo y lo detiene con el antebrazo, para después propinarle un derechazo que le parte el labio y la voltea de lado, dejándola mareada. El hombre no le da tiempo de reponerse, sin miramientos tirándole un rodillazo en las costillas que le saca el aire.
Jill no puede evitarlo y cae de rodillas frente a él, jadeando, casi sin aire, escuchando con intensa furia como el hombre ríe a sus expensas.
-¿Esta es la famosa Jill Valentine? ¡Bah! Definitivamente es más fama que nada.
Sin darle un segundo para pensar, Jill le propina un tremendo derechazo en sus partes nobles, lo que lo hace encogerse dolorosamente, para después girarse sobre sí misma y hacerle un barrido sobre los pies, haciéndolo que caiga a su lado. Sin darle tiempo a que reaccione, tan pronto el hombre toca el suelo, la agente le propina un golpe a la cara con el codo, dejando caer todo su peso, haciendo que su cabeza rebote. Sin perder tiempo, Jill camina a gatas hacia el baño, buscando la pistola que el hombre tirara, mientras lucha por reincorporarse.
-¡M-maldita!
Sin embargo, antes de que ella pueda levantarse por completo, su enemigo la toma de ambos tobillos, jalándola hacia atrás y haciendo que caiga de bruces en el suelo.
-¡No te me vas a escapar!
Jill de inmediato se gira para tirarle una patada, pero el hombre evita su pierna con el antebrazo de la mano lesionada, mientras con la otra mano le atrapa el cuello, fijándola contra la alfombra, y logra sentarse a horcadas sobre ella.
-¡N-no!
El hombre, la cara completamente ensangrentada, sonríe maliciosamente mientras sus dedos aprietan con fuerza la garganta de ella.
-Buen intento, preciosa, pero no será suficiente.
Sin embargo, Jill se niega a darse por vencida.
Utilizando ambas palmas, golpea con fuerza los oídos de su atacante, arrancándole un grito y sacando sangre de ambas orejas, efectivamente logrando que el hombre la suelte. La mujer se gira de inmediato para quitárselo de encima, y encoje ambas piernas, pateándolo de lleno sobre el pecho, haciendo que éste se aleje más, y en una marometa, alcanza la puerta del baño. Sin embargo, para su mala suerte, su enemigo había caído muy cerca de su propia pistola, y después de escuchar la detonación, Jill siente como la carne de su espalda, de su lado izquierdo, arde con fuego intenso.
-¡Aaargghh!
Sin embargo, a pesar de que cae de rodillas, ni permite que el dolor la detenga, por lo que gira de nuevo y logra entrar al cuarto de baño, sendas balas persiguiendo su cuerpo sin lograr alcanzarlo, y de inmediato recoge la pistola del hombre, que estaba cerca de la regadera, para dar un giro que apenas logra esquivar una última bala, la cual rasguña el borde de su pierna, mientras ella apunta hacia su cabeza, escuchando un disparo certero que produce una explosión de sangre, destrozando la frente de su contrincante.
Respirando agitadamente, y sin dejar de apuntar a su enemigo, Jill espera en el caso en que el hombre decida levantarse. Después de todo, tiene muy malas experiencias con gente que se niega a permanecer muerta. Después de una decena de segundos, cuando es evidente que el hombre no se levantará, Jill de todos modos le contesta.
-No sé qué tan famosa realmente sea… pero en cambio tu fama termina aquí, malnacido. - En ese momento se escuchan gruñidos, muebles destrozándose y disparos, provenientes del pasillo, el sonido logrando despertarla de su estupor. – ¡Leon! – Haciendo un tremendo esfuerzo por levantarse, y sujetando con una mano el arma enemiga, sale corriendo a ayudar a su compañero.
Tan pronto llega al pasillo se encuentra con que el rubio forcejea con otro hombre vestido de negro, aventándose fuertemente contra la pared uno al otro, mientras se intercambian puñetazos a las costillas, los dos de vez en cuando lanzando miradas significativas hacia la pistola que se encuentra abandonada sobre el pasillo.
-¡Jill! ¡Aléjate! – Leon da un fuerte puñetazo a las costillas de su enemigo, pero este le regresa con un codazo sobre la barbilla, tomándolo por sorpresa y obligándolo a separarse, mientras el rubio trastabilla hacia atrás. El último hombre en pie se avienta sobre la pistola que ha caído al suelo, alcanzándola para dirigirla hacia su contrincante, pero Jill le dispara directo a la cabeza, matándolo instantáneamente. Leon, viendo finalmente abatido al último contrincante, se recarga en la pared, respirando agitadamente. – Gracias…
-N-no hay… problema… - Escuchando su voz cansada, Leon finalmente le dirige una mirada a su compañera, abriendo los ojos de par en par al darse cuenta que ella también se recarga sobre la pared, dejando que su cuerpo resbale lentamente al piso… aunque en su caso, deja una estela de sangre contra el color blanco de dicha pared.
-¡Jill! - Leon corre de inmediato hacia ella, y toma su rostro entre ambas manos, limpiando con el pulgar la sangre que sale de su labio partido, provocando un gemido de la agente, mientras él hace todo lo posible por no ver cómo la bata se abre más de lo debido, que aún así le permite ver que realmente no le dieron tiempo de ponerse nada debajo de ella. Tratando de mantener el pudor de su compañera, Leon voltea a ver hacia la pared manchada de sangre. – ¡Estás herida! ¿Dónde?
Cerrando los ojos y siseando de dolor, Jill le responde entre dientes.
-En… en el la espalda… hacia el hombro…
Jill se inclina un poco al frente, y, tratando de no ser tan agresivo, toma con suavidad el cuello de la bata, para observar la espalda desnuda de la mujer. El hombre pasa saliva, obligándose a no pensar en la deliciosa piel que tiene debajo de él, hasta que encuentra el sitio de la herida, aún sangrando, cuyos coágulos ya forman puentes sobre la tela que la cubre.
-Demonios…
Con los ojos aún cerrados, Jill percibe la preocupación del rubio.
-¿Tan mal se ve?
Leon ignora a propósito la pregunta.
-Necesito un kit de primeros auxilios. Por favor, dime que tienes uno.
La mujer asiente lentamente.
-Hay uno… dentro del baño… - Con preocupación el hombre nota que su respiración se encuentra agitada. Eso definitivamente no es buena señal.
-Espera un momento, voy por él. – Corriendo lo más rápido que puede, Leon busca desesperadamente el kit, mientras llama al 911 para pedir una ambulancia y a la policía, en lo que sus manos buscan entre las cosas del baño. El conmutador de la línea le responde inmediatamente.
-911, ¿en qué le puedo ayudar?
-Habla el agente de la D.S.O. Leon Scott Kennedy, necesito que manden de inmediato una ambulancia y apoyo policíaco a la dirección que le voy a dar. Tengo a una agente de la B.S.A.A. herida de bala y tres cuerpos abatidos de sus asaltantes.
-De inmediato mandamos a alguien. No se mueva del lugar.
-Entendido. – Sin perder el tiempo, Leon marca al teléfono de Chris, pero este no contesta, aún después de dos intentos. – Vamos, Chris… ¡vamos! – tan pronto encuentra el kit, regresa corriendo con su compañera, que ya tiene los ojos cerrados, presa del dolor que la empieza a embargar. – No te preocupes, Jill, estarás bien. Una ambulancia ya viene en camino.
La mujer asiente y trata de regalarle una sonrisa, pero de inmediato recuerda algo que la hace abrir los ojos de par en par, su mano sana aferrándose al antebrazo de él.
-Necesitamos marcarle a Chris… esto no fue un ataque aislado… ¡Leon! ¡Ellos tenían entrenamiento militar!
El hombre asiente mientras le descubre el hombro y parte de la espalda, haciendo un esfuerzo por no descubrir más allá.
-Lo sé. Ni me lo recuerdes. Me costó mucho trabajo dominarlo. – El hombre suspira, sin poder encontrar una manera de atender adecuadamente su herida sin lastimarla. - Necesito sacar tu brazo de la bata, ¿me ayudas?
Ella le sonríe de lado, mientras asiente, levantando su brazo despacio, cubriéndose el seno con la otra mano, en lo que él le sostiene la manga.
-Y al final… realmente quien terminó dominando… a ese tipo, fui yo.
Él ríe un poco.
-Sí, fue muy evidente que la que tiene habilidades de combate superiores entre los dos, definitivamente eres tú. Estoy muy orgulloso. – Leon le clava su mirada al tiempo que le enseña un apósito recién abierto, el cual baña en antiséptico. - Lo siento, preciosa. Esto te va a doler.
Ella resopla, divertida ante su declaración de orgullo, para después gemir de dolor, apretando los ojos y los puños con fuerza, al sentir la firme presión de la mano de Leon sobre su herida abierta.
-Lo siento…
Temblando y sudando frío, la mujer hace un esfuerzo y abre los ojos para verlo a la cara, buscando darle seguridad.
-No te preocupes por mí… y haz lo que tengas que hacer… aunque no lo creas, he estado en peores condiciones.
Sus palabras cada vez son más lánguidas, su tono más bajo, por lo que él se preocupa.
-No dejes de hablarme, Jill, ya casi llega la ayuda. O, mejor, habla con Chris, necesitamos avisarles.
Los ojos de Jill se abren de inmediato al recordar la preocupación sobre sus amigos.
-Es cierto… pero no sé dónde quedó mi teléfono…
-Marquémosles desde el mío entonces. Yo lo tengo aquí.
Queriendo seguir trabajando sobre su compañera, Leon coloca el teléfono entre ellos, poniendo el altavoz.
Para su mala fortuna, aún después de dos llamadas, Chris sigue sin contestar.
-¡Demonios! Espero que estén bien.
Recargando su cabeza en el hombro de él, Claire inspira profundo, tratando de aguantar el dolor, mientras el hombre continúa limpiando la herida.
-Inténtalo con Claire… Estoy segura que están bien.
En esta ocasión, afortunadamente la pelirroja les contesta casi de inmediato.
-¡Hola, Leon! ¿Por qué me hablas tan temprano? Pensé que te quedarías ahí mucho rato más. Como, por ejemplo, hasta mañana…
La diversión en la voz de Claire es más que evidente, y Leon no puede evitar sonrojarse, especialmente al ver que una delicada ceja frente a él se levanta al escuchar el comentario evidentemente cargado de doble sentido.
-Déjate de tonterías, Claire, estás en altavoz.
-¿Y por qué habrías de ponerme en altavoz? – La voz de la pelirroja sigue divertida. - A menos que quieras que suelte toda la sopa…
Leon se queda anonadado por un momento, sin saber qué responder, cuando, molesta, Jill le arrebata el aparato.
-Te estoy hablando… por una urgencia, Claire, ¿dónde… dónde está tu hermano?
En su beneficio, de inmediato se nota que Claire está a la altura, cambiando su voz por una de seriedad, al notar el mismo tono en su mejor amiga.
-¡Hola Jill! ¿Pasó algo? Mi hermano se está bañando, después de finalmente arreglar mi calentador. ¿Están bien? Te oigo un poco… mal.
Jill gime un poco al momento en que Leon aprieta con fuerza la venda alrededor de la herida.
-N-no, Claire… no estamos bien. Tres hombres armados entraron a mi departamento y nos atacaron.
-¡¿Cómo?! – La joven levanta la voz con fuerza, para después escucharle que grita a su hermano a todo pulmón, exigiéndole que salga del baño de inmediato, y sin perder un segundo regresa con ella al auricular. – ¿Estás bien, hermana? ¿Estaba Leon contigo? ¿Qué fue lo que pasó?
En eso Leon la interrumpe, al escuchar toquidos en la puerta del departamento.
-Claire, te dejo con Jill, por favor, hazla que se mantenga hablando, tiene una herida de bala en el hombro, ya detuve la hemorragia externa, pero no sé si está sangrando por dentro.
-¡¿Que?! ¡Cómo crees, Jill! ¡Voy de inmediato para allá!
-¡No! ¡Te necesito con ella! – Le dice Leon, angustiado de ver la palidez de la mujer incrementándose a cada minuto.
Jill lo fulmina con la mirada.
-No te… preocupes, Claire, es una pequeña entrada… fue un calibre muy pequeño…
Claire exhala a través del auricular, pero los ojos de Leon están neciamente fijos en los de Jill, posando una mano sobre su hombro sano, pero ella tozudamente niega con la cabeza, casi suplicándole silenciosamente que no haga la pregunta que sabe que hará.
-¿Qué calibre era, Jill?
La mujer niega de nuevo con la cabeza, sosteniendo la mirada azul, pero es Claire quien insiste.
-¿Por qué? ¿Eso es importante? ¿No dices que es una entrada pequeña?
Leon no da su brazo a torcer, y vuelve a formular la pregunta, esta vez su nariz casi tocando la de su compañera, su pregunta con mayor énfasis.
-¿Jill? ¿Qué calibre era?
-Jill, por favor, responde. – Claire no entiende lo que pasa, pero confía en Leon, por lo que decide apoyarlo.
La mujer suspira, agotada, rindiéndose al interrogatorio.
-Calibre… calibre .22…
Los ojos color zafiro se mantienen fijos, sin parpadear.
-¿Regular?
A pesar de la situación, Jill resopla, casi divertida, sin perder el contacto con los ojos acusadores.
-Me ofendes…
-Jill…
Sintiéndose más agotada cada vez, Jill baja la cabeza y la recarga de nuevo en el hombro de Leon, luchando por jalar más aire, pues siente que cada respiración es insuficiente.
-Balas expansivas…
Leon cierra los ojos lentamente, sintiendo que el mundo se le viene encima, especialmente después de remover los cabellos empapados de sudor, descubriéndole la cara y la oreja, para poder bajar su mirada a los labios de la mujer, y notar su respiración aún más agitada, ver que esos deliciosos labios han dejado de sangrar y van perdiendo su color.
-¿Leon? ¿Por qué es importante? ¿No son buenas noticias que sea un calibre tan pequeño? – Claire no puede con la angustia, con la impotencia de no estar ahí. Algo que se nota en su tono de voz.
El aludido regresa su mirada a los ojos azul celeste, y aunque ve súplica ahí, se niega a ceder, y toma la muñeca de Jill, la que sostiene el celular, acercándose el aparato a la boca para responderle con la verdad a su amiga.
-Porque, aún cuando esos producen una entrada pequeña, se dedican a rebotar dentro del cuerpo de la víctima… desgarrándola por dentro. Y las que tiene Jill… bueno, son aún más terribles.
Jill le dirige una mirada enojada a Leon, pues no quería angustiar a su amiga más de lo que debía, pues sabe cómo es una Claire desbordada de angustia.
-Eso fue… muy gráfico, y absolutamente innecesario…
Pero el hombre sólo se encoje de hombros, lanzándole un guiño, al escuchar de nuevo la puerta, esta vez más insistente.
-Quédate con ella, Claire. – Sin decir más, el agente le suelta la mano y corre a atender la puerta.
-¿Jill? ¿Es cierto eso?
A pesar de sentir enojo al escuchar en efecto la voz angustiada de su mejor amiga, Jill tiene que admitir que la idea de Leon no es tan descabellada, pues de pronto siente que un intenso sueño se apodera de ella.
-Mejor… haz caso a Leon, y sigue platicando conmigo. – Jill se vuelve a recargar en la pared, obligándose a respirar con profundidad. - Claire… tengo mucho frío… aunque seguro es porque… no traigo otra cosa más que mi bata. – La agente trata de sonreír, pero siente cómo el lugar comienza a oscurecerse alrededor de ella.
-¡No! ¡No! – Jill puede escuchar la desesperación en la voz de su mejor amiga, y realmente lamenta tener que hacerle eso. – ¡Quédate conmigo, Jill! ¡Sígueme hablando, preciosa! Platícame, ¿cómo… cómo fue que entraron esos hombres?
– Claire… yo…
-¡Jill! ¡Despierta! ¡Estoy aquí, contigo! Te lo suplico… - Jill escucha cómo un sollozo se le escapa a la más joven de los Redfield, y se obliga a sí misma a abrir los ojos que ya empezaban a cerrársele.
-Estoy aquí, Claire… también estoy contigo…
-Cuéntame entonces, nena. ¿Cómo entraron esos hombres?
Jill se endereza un poco más sobre la pared, pues nota que empieza a resbalarse, quejándose suavemente ante el movimiento.
-Eso no importa… dile a Chris que… no permitas que regrese a su casa… podrían también estar esperándolo…
Puede escuchar la voz agitada de Claire a través del auricular, y casi tiene la certeza de que ha salido de su departamento.
-Sí, no te preocupes, él me alcanzará. Sólo… sígueme hablando, por favor.
-Rebecca…
-¿Qué hay de Rebecca?
Es muy evidente que cada vez le cuesta más trabajo articular una frase completa, y los ojos se niegan a mantenerse abiertos, pero escuchando la respiración agitada de Claire la obliga a mantenerse con ella, a contestar. No puede abandonar a Claire así.
-¿Jill? Abre los ojos, nena. ¿Qué hay de Rebecca?
Jill vuelve a sonreír de lado, orgullosa de Claire, al notar que su voz se escucha más segura, al percibir que ha controlado su angustia, al menos un poco.
-Necesitamos saber… si ella está bien. Fue la primera en descender…
-¡Demonios! ¡Es cierto! – Jill sonríe cansadamente, casi puede ver a su amiga caminando ansiosamente, primero hacia adelante, luego hacia atrás, indecisa sobre el curso de acción a tomar.
-No te preocupes, hermana. Nos encargaremos de Rebecca, pero necesitas seguir hablando. ¿Ya llegaron con la ambulancia?
Hermana… ¡cómo le gustaría que fuera cierto, y que Claire y Chris fueran sus hermanos! Apenas se siente con fuerzas para moverse, pero al menos logra girar la cabeza lo suficiente para ver un grupo de siluetas entrando a través de su puerta, hablando con Leon.
-Sí… creo que sí…
Escucha un suspiro cansado a través del auricular.
-Me alegro mucho…
-Claire… tengo mucho sueño…
-¡No! ¡No, no no no no! Jill! – La mujer pega un grito, que suena casi a un sollozo, al escuchar las palabras arrastrándose. – ¡Jill, háblame! ¡Sigue conmigo! ¡Te lo suplico!
-Claire… te…
'te quiero…'
Jill trata de decirlo, pero no tiene la certeza si lo dijo en voz alta o sólo lo pensó, pues apenas logra notar que su mano ya no tiene fuerzas para sostener el teléfono, y este ha caído sobre su regazo. Antes de cerrar los ojos, Jill Valentine percibe, en la oscuridad que la rodea, una silueta enorme sobre ella, una tal con ojos azules y precioso cabello rubio.
ooooooooooooOOOOOOOOOOOOOOOOoooooooooooo
A/N: Chispas… no sé qué decir, más que perdón por ser tan gráfica. Espero que aún así les guste el capítulo.
