Llegaron con gran pompa, alineados en una formación rígida y formal, avanzando en perfecta sincronía como una procesión de sombras negras suspendidas a pocos centímetros del suelo níveo.
Era imposible para Bella verles los rostros, ensombrecidos y ocultos por las capuchas a tanta distancia, pero podía oír el tenue roce de las pisadas que parecía música debido a la regularidad de la cadencia, como un latido de ritmo intrincado que no mostraba ninguna vacilación.
De pronto la formación se desplegó elegantemente hasta quedarse en los flancos dejando que varios de ellos avanzaran por el centro con deliberada lentitud.
Era el paso de los invencibles.
No demostraron asombro ni consternación ante el variopinto grupo de vampiros que los esperaba, una camarilla que de pronto, y en comparación, parecía desorganizada y falta de preparación.
—Se acercan los casacas rojas, se acercan los casacas rojas —musitó Garrett para el cuello de su camisa antes de soltar una risa entre dientes y acercarse un paso a Kate.
—Así que han venido —comentó Vladimir a Stefan con un hilo de voz.
—Con toda la guardia —contestó Stefan, siseante—. Míralos, todos juntitos. Hicimos bien en no intentarlo en Volterra.
Los Vulturis continuaron avanzando, con paso lento y mayestático.
Al principio, reinó entre los recién llegados la sorpresa y una cierta ansiedad al descubrir una inesperada fuerza de combate a la espera, pero esa preocupación pasó enseguida y se sintieron seguros gracias a la superioridad numérica.
Pero había un vampiro de la fuerza enemiga que parecía no pertenecer a ninguno de los bandos. Era Irina, que dudaba entre las dos compañías con una expresión diferente a la de todos los demás. No apartaba la mirada horrorizada de la posición de Tanya, situada en primera línea.
Edward profirió un gruñido bajo pero elocuente.
—Alistair estaba en lo cierto —avisó a Carlisle.
Él le miró, interrogante
—¿Que Alistair tenía razón...? —inquirió Tanya en voz baja.
—Cayo y Aro vienen a destruir y aniquilar —contestó Edward con voz sofocada.
— Han puesto en juego múltiples estrategias. Si la acusación de Irina sobre los lobos es falsa, les da igual, vienen dispuestos a encontrar cualquier otra razón. Nos van a escuchar, pero no tienen intención de hacer otra cosa que matarnos. Todo ha sido una excusa.
La procesión se detuvo de sopetón al cabo de dos segundos y dejó de sonar la suave música producida por el roce de los movimientos sincronizados.
Como si esa fuera la señal, Jacob arañó con la pata sobre la tierra y los lobos comenzaron a avanzar.
Bella fue lentamente con ellos, sin soltar el agarre que mantenía sobre Jake, el resto de las manadas los siguieron.
Se desplegaron despacio, tomando posiciones en cada extremo de la desigual linea de los vampiros, adoptando formaciones alargadas en los flancos
Jacob se metió entre los Cullen y tomó su puesto al lado de Emmet, dejando a Bella entre él y Edward.
Rosalie profirió un feroz gruñido que nacía desde el fondo de su estómago y, tras ella, Zafrina y Senna corearon su rugido ahogado.
Casi todos los rostros de los Vulturis continuaban impasibles. Sólo dos pares de ojos traicionaban esa aparente indiferencia. Aro y Cayo, en el centro del grupo y cogidos de la mano, se habían detenido para evaluar la situación. La guardia al completo los había imitado y se habían detenido a la espera de que dieran la orden de matar. Los cabecillas no se miraban entre sí, pero era obvio que se hallaban en permanente contacto. Marco tocaba la otra mano de Aro, pero no parecía tomar parte en la conversación. No tenía una expresión de autómata, como la de los guardias, pero se mostraba casi inexpresivo. Al parecer se encontraba completamente hastiado.
Una mujer se había situado detrás de Aro y le tocaba la espalda
Bella se dio cuenta de que debía ser el escudo, Renata y se preguntó si podría realmente proyectar el suyo propio de nuevo en el estado de nervios en el que se encontraba.
Había seguido practicando y sabía que por lo menos podría hacerlo con los que permanecieran más pegados a ella, pero sin la conversión no podía forzarlo más del límite que le permitía su humanidad.
—Mirad allí —susurró Edward —cerca de ellos están Alec y Jane.
Y allí estaban, junto a Marco, flanqueados al otro lado por Demetri.
Los gemelos brujos, como los llamaba Vladimir, eran la piedra angular de la ofensiva de los Vulturis. Las piezas selectas de la colección de Aro.
Todos pudieron ver como Cayo y Aro recorrían la fila con sus ojos como ascuas y se dieron cuenta del desencanto escrito en las facciones de Aro mientras su mirada iba y venía sin cesar, en busca de una persona a la que echaba en falta. Frunció los labios con disgusto y Edward soltó un suspiro.
—Gracias a Dios por la deserción de Alice.
—¿Qué opinas, Edward? —inquirió Carlisle con un hilo de voz.
—No están muy seguros de cómo proceder. Sopesan las opciones y eligen los objetivos clave: Eleazar, Tanya, tú, por descontado, y yo mismo. Marco está valorando la fuerza de nuestras ataduras. Les preocupan sobremanera los rostros que no identifican, Zafrina y Senna sobre todo, y los lobos, eso por supuesto. Nunca antes se habían visto sobrepasados en número. Eso es lo que les detiene.
—¿Sobrepasados...? —cuchicheó Tanya con incredulidad.
—No todos los que veis aquí están para luchar—contestó Edward—. Casi todos son un cero a la izquierda en un combate. Están ahí porque a Aro gusta de tener público.
—¿Debería hablarles? —preguntó Carlisle.
Edward vaciló durante unos segundos, pero luego asintió.
—No vas a tener otra ocasión.
Carlisle cuadró los hombros y se alejó varios pasos de los demás, extendiendo los brazos con las palmas hacia arriba a modo de bienvenida.
—Aro, mi viejo amigo, han pasado siglos…
Durante un buen rato, reinó un silencio sepulcral en el claro nevado. Bella sintió la tensión en el cuerpo de Edward a su lado cuando Aro evaluó las palabras de Carlisle. La tirantez iba a más conforme transcurrían los segundos.
Entonces, Aro avanzó desde el centro de la formación enemiga con su escudo pegado a la espalda. Las líneas Vulturis reaccionaron por vez primera. Un gruñido apagado cruzó sus filas, pusieron rostro de combate y crisparon los labios para exhibir los colmillos. Unos pocos guardias se acuclillaron, prestos para correr.
Aro alzó una mano a fin de contenerlos.
—Paz.
Anduvo unos pocos pasos más y luego ladeó la cabeza con curiosidad.
—Hermosas palabras, Carlisle —resopló con esa vocecilla suya tan etérea— Parecen fuera de lugar si consideramos el ejército que has reclutado para matarnos a mí y mis allegados.
Carlisle sacudió la cabeza para negar la acusación y le tendió la mano derecha como si no mediaran cien metros entre ambos.
—Basta con que toques mi palma para saber que jamás fue ésa mi intención. Aro entornó sus ojos legañosos.
—¿Qué puede importar el propósito, mi querido amigo, a la vista de cuánto has hecho?
A continuación, torció el gesto y una sombra de tristeza le nubló el semblante.
—No he cometido el crimen por el que me vas a sentenciar.
—Hazte a un lado en tal caso y déjanos castigar a los responsables. De veras, Carlisle, nada me complacería más que respetar tu vida en el día de hoy.
—Nadie ha roto la ley, Aro, deja que te lo explique —insistió Carlisle, que ofreció otra vez su mano.
Cayo llegó en silencio junto a Aro antes de que éste pudiera responder.
—Has creado y te has impuesto muchas reglas absurdas y leyes innecesarias —siseó el anciano de pelo blanco—. ¿Cómo es posible que defiendas el quebrantamiento de una tan importante?
—Nadie ha vulnerado la ley. Si me escucharais…
—Vemos a los Hijos de la Noche —refunfuñó Cayo—. No nos tomes por idiotas. — También a una humana en vuestras filas… estáis rompiendo las leyes Carlisle, lo sabes. Poniéndonos en riesgo a todos.
—No son licántropos —respondió Carlisle señalando a los lobos.
—Si no has quebrantado las reglas —le atajó Cayo—, entonces, dime, ¿por qué has reclutado un batallón?
—Son testigos, como los que tú has traído, Cayo —Carlisle hizo un gesto hacia la linde del bosque, donde estaba la horda enojada; algunos integrantes de la misma reaccionaron con gruñidos—. Cualquiera de esos amigos puede declarar la verdad acerca todo esto.
—¿Qué verdad? ¡Los estamos viendo! —Le espetó Cayo—. ¿Dónde está la denunciante? ¡Que se adelante! —estiró el cuello y miró a su alrededor hasta localizar a la rezagada Irina detrás de las ancianas—. ¡Tú, ven aquí!
La interpelada le miró con fijeza y desconcierto. Su rostro parecía el de quien no se ha recuperado de la pesadilla de la que se ha despertado. Cayo chasqueó los dedos con impaciencia. Uno de los guardaespaldas de las brujas se colocó junto a Irina y le propinó un empellón. Ella parpadeó dos veces y luego echó a andar en dirección a Cayo ofuscada por completo. Se detuvo a unos metros del cabecilla, todavía sin apartar los ojos de sus hermanas.
Cayo salvó la distancia existente y le cruzó la cara de una bofetada. El tortazo no debió de hacerle mucho daño, pero resultó de lo más humillante. La escena recordaba a alguien pateando a un perro.
Tanya y Kate sisearon a la vez.
Irina se envaró y al final miró a Cayo; éste señaló a los lobos con uno de sus dedos engarfiados.
Cayo se puso púrpura al escuchar el gruñido que retumbó en el pecho de Jacob.
—¿Esos son los Hijos de la Luna a los que protegen los Cullen? —Inquirió Cayo—¿Los que querían levantarse contra nosotros?
Irina miró a su familia con ojos de miope, horrorizada al darse cuenta de lo lejos que habían llegado sus intenciones de que acabaran con los asesinos de Laurent.
—¿Y bien...? —rezongó el líder de los Vulturis.
—Si… son los lobos que mataron a mi compañero —admitió ella.
La mano del anciano se tensó, como si fuera a abofetearla de nuevo.
—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber Cayo en un susurro acerado. —Sabemos que son lobos, los podemos ver, Nos dijiste que estaban preparándose para levantarse contra nosotros —entrecerró los ojos — y los vemos aquí, liderados por una humana, unidos a un pequeño ejército de vampiros.
Bella sintió a los lobos gruñir y casi rió con histeria, segura de que no les hacía gracia que pensaran que era la que los lideraba.
—No creo que los Cullen… yo… en realidad no lo entiendo.
Cayo soltó un jadeo entrecortado entre los dientes, de pronto perfectamente visibles.
Irina enmudeció antes de terminar y Aro revoloteó hasta la altura de su hermano, poniéndole una mano en el hombro a fin de calmarle.
—Sosiégate, hermano. Disponemos de tiempo para dilucidar esto. No hay necesidad de apresurarse.
Cayo le volvió la espalda a Irina con expresión malhumorada.
—Ahora, dulzura —empezó Aro con voz melosa y aterciopelada mientras extendía la mano hacia la confusa vampira—, muéstrame qué intentas decir. Irina tomó la mano del Vulturis con algunos reparos. Él retuvo la suya por un lapso no superior a cinco segundos.
—¿Lo ves, Cayo? —murmuró—. Obtener lo que deseamos es muy fácil.
El interpelado no le respondió.
Aro miró por el rabillo del ojo a su público y a sus tropas, luego se volvió hacia Carlisle.
—Al parecer, Irina intentaba hacer matar a esa manada de licántropos, pero en realidad no sabe nada de ellos… es curioso, tenía entendido que los Hijos de la Luna no podían convertirse a su elección.
—Esto es justo lo que intento explicar —repuso Carlisle.
—¿Y qué hay de Isabella? —preguntó Aro —puedo oír su corazón…
—No puede ser convertida. Ya no.
Aro vaciló durante un momento.
—Preferiría la versión de algún protagonista de la historia, amigo mío y creo que el mejor medio para conseguirlo es ese prodigio de hijo tuyo —ladeó la cabeza en dirección a Edward—La última vez que nos vimos parecía muy apegado a esa humana que ahora se aferra a ese lobo.
Edward dio un pequeño apretón en el hombro a Bella y un asentimiento muy breve a Jake y luego echó a andar con grandes zancadas por el campo nevado palmeando la espalda de Carlisle al pasar.
Esme soltó un gemido bajo y Bella se dio cuenta de que temía por su hijo.
Edward siguió caminando hacia el cabecilla de los Vulturis, deteniéndose a escasos metros de Aro y ofreciéndole la mano.
El líder de los Vulturis la tomó y se concentró en escarbar en los recuerdos de Edward mientras éste utilizaba sus propios dones para buscar también la información de los demás.
Finalmente Aro se enderezó y abrió los ojos aunque no soltó la mano.
—¿Lo ves? —preguntó Edward con voz sedosa y calmada.
—Sí, ya veo, ya —admitió Aro. Curiosamente, parecía divertido—. Dudo que nunca se hayan visto las cosas con tanta claridad entre dos dioses o dos mortales —Me has dado mucho en lo que pensar, joven amigo, no esperaba tanto — prosiguió el anciano sin soltar la mano de Edward, cuya posición rígida era la propia de quien escucha. Pero no le contestó.
—¿De qué va esto, Aro? —espetó Cayo antes de que Edward tuviera ocasión de responder.
—Tómate un momento para cavilar, porque la justicia que pretendíamos aplicar no alcanza a este caso.
Cayo soltó un siseo de sorpresa al oír semejantes palabras.
—Paz, hermano —le advirtió Aro en tono conciliador — Hay un tratado entre los Cullen y estas mandadas… una… alianza que todos parecen respetar.
—¿Qué hay de la humana? —Cayo dio un paso adelante —Os advertimos que no damos segundas oportunidades.
El veterano líder seguía sin soltar la mano de Edward.
—Dadas las circunstancias, considero aceptable un compromiso en este punto. Nos reuniremos a mitad de camino entre los dos grupos.
Dicho esto, liberó al fin a Edward, que se volvió hacia su familia sin siquiera parpadear cuando Aro le pasó un brazo por el hombro de modo casual, como si fueran grandes amigos para mantener el contacto con la piel de Edward.
Cruzaron el campo de batalla y la guardia entera hizo ademán de echar a andar detrás de ellos, pero Aro alzó una mano con desinterés y los detuvo sin dirigirles siquiera una mirada.
—Deteneos, mis queridos amigos. En verdad os digo que no albergan intención de hacernos daño alguno si nos mostramos pacíficos.
El descontento de la tropa se expresó con gruñidos y siseos de protesta.
—Amo —susurró con ansiedad Renata, siempre cerca de su maestro.
—No temas, querida —repuso él—. Todo está en orden.
—Quizá deberían acompañarte algunos miembros de tu guardia —sugirió Edward—. Eso haría que el resto se sintiera más cómodo.
El líder Vulturis asintió como si esa sabia observación debiera habérsele ocurrido a él. Chasqueó los dedos un par de veces.
—Felix, Demetri.
Los dos vampiros se situaron a su lado en un abrir y cerrar de ojos, ambos altos y con el pelo oscuro. Demetri duro y afilado como la hoja de una espada; Felix, corpulento y amenazador como una garrota con púas de acero.
Los cinco se detuvieron a mitad de camino.
—Bella, Jacob —pidió Edward.
El lobo gruñó, descontento, pero dio un paso adelante.
El cabecilla Vulturis había llevado tres protectores a esa conferencia al más alto nivel, por lo que Bella decidió que ella también podría llevar compañía.
— ¿Emmett? —preguntó en voz baja.
Él se acercó a ella con una sonrisa de oreja a oreja.
Flanqueada por el enorme lobo Alfa y por Emmet, Bella cruzó el campo.
—Tienes unas compañías de lo más interesantes —le comentó Demetri a Edward en un cuchicheo.
Edward no le respondió, pero Jacob dejó escapar entre los dientes un sordo gruñido.
El pequeño grupo se acercó y Edward se deshizo del brazo de Aro y se unió a ellos con rapidez, quedándose cerca del lobo.
Se produjo un momento de silencio cuando se encontraron todos y Felix hizo una leve venia a modo de saludo.
—Hola otra vez, Bella.
El guardia esbozó una ancha sonrisa llena de arrogancia mientras vigilaba el movimiento del rabo de Jacob con su visión periférica.
—Hola, Felix —contestó ella con valentía mientras le dedicaba una seca sonrisa
—Tienes buen aspecto —rió entre dientes— es una pena que no seas inmortal, después de todo.
—Sí, qué pena, ¿verdad...? —murmuró ella acariciando a Jacob que parecía estar luchando por mantener el control y mostraba los dientes temblando incontrolablemente.
Si la toca le arranco la garganta, Cullen.
— Tranquilo — murmuró Edward.
Felix pestañeó al no ver el miedo en los ojos de un simple mortal, pero ella estaba más allá de todo eso. O vivían o morían. No tenía tiempo de tener miedo de ese imbécil.
Aro no prestó atención alguna al intercambio dialéctico.
— En verdad, joven Bella, la inmortalidad te habría convertido en una criatura de lo más extraordinaria, pude verlo en la mente de la hermosa Alice. Parecía que hubieras estado predestinada a esta vida. Es una lástima.
—Estoy bastante contenta con mi vida actual, en realidad.
Aro se echó a reír, encantado.
—Tan imprudente… que maravillosamente refrescante.
—¿Podría tocar al lobo? —preguntó en un murmullo anhelante —al parecer —dijo mirando a Edward —tu hermana no puede ver el futuro de ellos, pero tú si puedes escucharlos, me pregunto si yo….
Edward se sobresaltó y pudo ver como Bella abría un poco más los ojos, supuso que pensando lo mismo que él. La mente de Jake era un problema en sí misma, Aro podría ver cualquier cosa en ella, desde sus deseos de desmembrarle como todos y cada uno de los secretos de su manada y su tribu.
Bella se concentró. Aferró más el pelaje de Jacob y empujó su escudo, cubriendo lentamente a Jacob, intentando con toda su alma protegerle del don de Aro.
—Oh —dijo el anciano con frustración al tocar la frente del animal y no ver absolutamente nada —que lástima.
Frunció el ceño, descontento y Bella se tragó un suspiro de alivio.
—Este lobo es el Alfa de una manada de metamorfos—le anunció Aro a su compañero y al resto de la guardia sin apartar la mirada ellos— Respetan el tratado con los Cullen y no matan si no son atacados —ladeó la cabeza mirando más fijamente a Jacob, ansiando poder penetrar en los escudos de su mente —Isabella es su compañera. ¿Y aún así eres leal al joven Edward?
— Sigue siendo importante para mí.
— Ya veo — dijo con su voz tranquila y espeluznante — pero no tanto como este lobo. Que interesante
—Maravilloso —se burló Cayo — Recuerdo como es el vínculo de los licántropos y sus compañeras…
—Es más que eso hermano. Por eso no pueden convertir a Bella —continuó Aro —es la ley más sagrada de la manada. No se toca a la compañera de uno de ellos. Eso rompería el tratado. Es interesante que pueda haber un acuerdo entre dos razas depredadoras sin que corra la sangre ¿No os parece? ¿Cómo es posible conseguir que las bestias dejen a un lado su naturaleza y se comporten… de forma tan racional? ¿Es Bella la válvula que los regula? —Suspiró —tantas preguntas. Si solo pudiera… —estiró la mano como si fuera a tocar de nuevo a Jacob y Bella estiró su escudo, pero el lobo gruñó y dio un paso atrás. —Obremos con calma y cuidado, hermano —continuó Aro— Conozco bien tu amor por la justicia, pero debemos ser cautos.
Volvió a mirar a Jacob con un extraño anhelo.
—No funciona de ese modo —contestó Edward.
—Sólo era una idea peregrina —repuso el anciano líder mientras valoraba el potencial de Jacob sin tapujo alguno.
Luego, recorrió con la mirada las dos líneas de licántropos situados detrás de los demás
—No nos pertenecen, Aro. No acatan nuestras órdenes, como has podido ver están aquí por voluntad propia.
Jacob gruñó de forma amenazadora.
—Sin embargo están muy vinculados a vosotros —repuso Aro—, y leales a esta humana a la que querías hacer tu compañera y a tu... familia.
—Ellos se han comprometido a la protección de la vida humana. Eso hace posible la coexistencia pacífica con nosotros, y el cumplimiento de nuestro tratado pero a no ser que cambiarais vuestro estilo de vida.
Aro rió con júbilo.
—Como dije era solo una idea—repitió—. Tú mejor que nadie conoces cómo va esto. Ninguno de nosotros es capaz de controlar por completo los deseos.
Edward hizo una mueca.
—Sí, conozco de qué va la historia, y también la diferencia existente entre esa clase de pensamiento y el de otro con segundas intenciones. Nunca podría funcionar, Aro.
Jacob movió su gigantesca cabeza hacia Edward y soltó un débil gañido.
¿Qué le pasa a esta apestosa sanguijuela vieja?
—Está intrigando con la idea de tener... perros guardianes —contestó Edward.
Se hizo un silencio sepulcral y al cabo de un segundo un coro de furibundos aullidos procedentes de toda la manada llenó el enorme claro.
Sam y Jacob gruñeron y todos se callaron al instante.
—Supongo que eso responde a la pregunta —admitió Aro con otra risa—. Esta manada ha elegido bando —Queda mucho por discutir —concluyó Aro con el tono pragmático de un hombre de negocios— y más por decidir. Si vosotros y vuestro peludo protector me excusáis, mis queridos Cullen, he de deliberar con mis hermanos.
