Uno largo en lugar de dos cortos ya que hay muchas partes del libro de SM.


Cuando Aro y su guardia se alejaron, Edward conminó a todos a regresar a su parte del claro, empujando a Bella y a Emmet delante de él.

Jacob fue el más lento de todos a la hora de emprender el repliegue, caminaba hacia atrás y tenía erizada la pelambrera de los hombros, irguiéndose mientras le enseñaba las fauces a Aro, parecía incapaz de controlar su naturaleza depredadora. Bella le dio tirones del rabo mientras retrocedía para obligarle a caminar.

En el lado de los Vulturis, Cayo comenzó a discutir con Aro de inmediato.

—¿Cómo soportas semejante infamia? —se puso con los brazos en jarras y los dedos curvados en forma de garras—. ¿Por qué permanecemos aquí mano sobre mano?

—Porque es la verdad hasta la última palabra —respondió el interpelado con calma—. Observa el número de testigos. Todos ellos están en condiciones de dar testimonio: No se ha incumplido ley alguna. Todos ellos —prosiguió mientras hacía un gesto lo bastante amplio para abarcar desde Amun, situado en un extremo, hasta Siobhan, ubicada en el opuesto.

—Ella es humana

—Sí, pero está vinculada al Alfa de la manada con la que tienen un tratado.

—Un tratado que no es nuestro.

—¿Y eso cómo nos da la razón, hermano? —contestó Aro con aspecto apenado ante la afirmación de Cayo.

—¿Defiendes esa alianza, Aro? —Inquirió Cayo—Los Hijos de la Luna han sido nuestros más acérrimos enemigos desde el alba de los tiempos. Les hemos dado caza hasta prácticamente extinguirlos en Europa y Asia; y a pesar de ello, Carlisle dispensa un trato de familiaridad a esa inmensa plaga, sin duda en un intento de derrocarnos más adelante, lo que sea para proteger su corrupto estilo de vida.

Edward carraspeó de forma tan audible que el cabecilla le miró. Aro se cubrió el semblante con una de esas manos suyas: finas y delicadas. Daba la impresión de estar avergonzado por el comportamiento del otro anciano.

—Estamos en pleno mediodía, Cayo —comentó Edward mientras señalaba hacia Jacob—, resulta claro que no son Hijos de la Luna. No guardan relación alguna con tus enemigos.

—Aquí criáis mutantes —le replicó el anciano de forma abrupta.

—Ni siquiera son hombres lobo —contestó Edward con voz invariable tras abrir y cerrar las mandíbulas—. Aro puede explicártelo todo, lo ha visto

—Mi querido Cayo —murmuró Aro—. Aunque esas criaturas se consideren licántropos, en realidad, no lo son. Son metamorfos. La elección de la figura lupina es pura casualidad. Podría haber sido la de un oso, un halcón o una pantera cuando se realizó la primera metamorfosis. En verdad te aseguro que estas criaturas no guardan relación alguna con los Hijos de la Luna. Únicamente han heredado esa habilidad de sus ancestros. La continuidad de la especie no se basa en la infección de otras especies, como ocurre en el caso de los hombres lobo.

Cayo fulminó con la mirada a Aro. Estaba irritado y flotaba en el ambiente algo más, una posible acusación de traición.

—Conocen el secreto de nuestra existencia —espetó el otro sin rodeos.

—También ellos son criaturas del mundo sobrenatural, hermano, y tal vez ellos dependan del secreto más que nosotros. Además, es difícil que nos expongan. Ve con cuidado, Cayo. Los alegatos capciosos no nos conducen a ninguna parte.

Cayo respiró hondo y asintió; luego, ambos ancianos intercambiaron una larga y significativa mirada.

Aro era peligroso y muy inteligente. Sabía que los cargos falsos no les iban a ayudar en nada a lograr que sus propios testigos se pusieran de su parte. Aro, con su mirada, avisaba a su compañero de que pasaran a la siguiente estrategia. Y él pareció comprender.

—Deseo hablar con la delatora —anunció de pronto Cayo, y se volvió para mirar a Irina.

La vampira no prestaba atención a la conversación de los líderes de los Vulturis. No apartaba la vista de sus hermanas y tenía un semblante agónico y crispado por el sufrimiento. El rostro de Irina dejaba bien a las claras que ella sabía que todo aquello era culpa suya.

—Irina —bramó Cayo, descontento de tener que dirigirse a ella.

Ella alzó la vista, sorprendida en un primer momento y luego asustada. Cayo chasqueó los dedos.

La vampira avanzó con paso vacilante desde el límite de la formación Vulturis para presentarse de nuevo ante el anciano caudillo.

—Has cometido un grave error en tus acusaciones, o eso parece —comenzó Cayo.

Tanya y Kate se adelantaron, presas de la ansiedad.

—Lo siento —respondió la interpelada en voz baja—Estaba tan enfadada con los lobos por lo de Laurent…

—Mi querido Cayo —terció Aro—la pena de la pérdida ¿No crees?

Cayo removió los dedos para silenciar a su homólogo.

—Todos estamos al tanto de tu error —continuó con brusquedad— Pero ¿Cuales fueron los motivos?

—¿Mis motivos?

—Sí, para empezar, ¿por qué viniste a espiarlos?

La vampira respingó al oír el verbo "espiar"

—Estabas molesta con los Cullen. ¿Me equivoco?

—No, estaba enojada —admitió.

—¿Y por qué...? —la urgió Cayo.

—Porque los licántropos mataron a mi amigo y los Cullen no se hicieron a un lado y no me dejaron vengarle.

—Licántropos, no, metamorfos —le corrigió Aro.

—Así pues, los Cullen se pusieron de parte de los metamorfos en contra de nuestra propia especie, incluso cuando se trataba del amigo de un amigo — resumió Cayo.

Edward maldijo en voz baja con disgusto mientras el Vulturis iba repasando una por una las entradas de su lista en busca de una acusación que encajara.

—Yo lo veo así —replicó Irina, muy envarada.

Cayo se tomó su tiempo.

—Si deseas formular alguna queja contra los metamorfos y los Cullen por apoyar ese comportamiento, ahora es el momento.

El anciano esbozó una sonrisa apenas perceptible llena de crueldad, a la espera de que Irina le facilitara la siguiente excusa. Con ello demostraba que no entendía a las familias de verdad, cuyas relaciones se basaban en el amor y no en el amor al poder. Tal vez había sobreestimado la fuerza de la venganza.

Irina apretó los dientes, alzó el mentón y cuadró los hombros.

—No deseo formular queja alguna contra los lobos ni los Cullen. Mío es el error y asumo por completo la responsabilidad. Los Cullen son inocentes y vosotros no tenéis motivo alguno para permanecer aquí. Lo lamento mucho —nos dijo, volviéndose hacia nosotros, y luego se encaró con los testigos Vulturis—. No se ha cometido ningún delito, ya no hay razón válida para que continuéis aquí.

Aún no había terminado de hablar la vampira y Cayo ya había alzado una mano, sostenía en ella un extraño objeto metálico tallado y ornamentado.

Se trataba de una señal, y la reacción llegó tan deprisa que nadie se movió y todo terminó antes de que pudieran reaccionar.

Tres soldados Vulturis se adelantaron de un salto y cayeron sobre Irina, cuya figura quedó oculta. En ese mismo instante, un chirrido metálico rasgó el velo de quietud del claro. Cayo serpenteó sobre la nieve hasta llegar donde estaban y el estridente sonido se convirtió en un géiser de centellas y lenguas de fuego.

Cuando los soldados se apartaron, el anciano líder estaba junto a los restos en llamas de Irina.

Un jadeo de horror recorrió la masa de testigos congregada detrás de los Vulturis.

Al otro lado del claro, los aquelarres estaban demasiado consternados para proferir algún sonido. Una cosa era saber que la muerte se avecinaba a feroz e imparable velocidad y otra muy diferente ver cómo tenía lugar.

—Ahora sí ha asumido por completo la responsabilidad de sus acciones — aseguró Cayo con una fría sonrisa.

Lanzó una mirada hacia las formas heladas de Tanya y Kate.

Cayo jamás había minusvalorado los lazos de una verdadera familia. Ésa era la táctica. Nunca tuvo interés en las reclamaciones de Irina, buscaba su desafío, un pretexto para poder destruirla y prender fuego al inflamable vaho de violencia que se condensaba en el ambiente.

Había arrojado una cerilla.

Aquella tensa conferencia de paz se tambaleaba ahora con más vaivenes que un elefante en la cuerda floja. Nadie iba a ser capaz de detener el combate una vez que se desatara. La espiral de violencia no dejaría de crecer hasta que un bando resultara totalmente aniquilado.

Edward sabía que no serían el bando vencedor por lo que cuando todo ocurrió gritó

—¡Detenedlas!

Saltó de la fila a tiempo de agarrar por el brazo a Tanya, que se lanzaba vociferando como una posesa hacia el sonriente Cayo. No fue capaz de zafarse de la presa de Edward antes de que Carlisle la sujetara por la cintura.

—Es demasiado tarde para ayudarla —intentó razonar Carlisle a toda prisa mientras forcejeaba con ella—. ¡No le des lo que quiere!

Fue más difícil contener a Kate. Lanzó un aullido inarticulado similar al de Tanya y dio la primera zancada de una acometida que iba a saldarse con la muerte de todos. La más próxima a ella era Rosalie, pero ésta recibió semejante porrazo que cayó al suelo antes de tener tiempo de hacerle una llave de cabeza. Por suerte, Emmett la aferró por el brazo y le impidió continuar; luego, la devolvió a la fila a codazo limpio, pero Kate se escabulló y rodó sobre sí misma.

Parecía imparable.

Garrett se abalanzó sobre ella y volvió a tirarla al suelo; luego, le rodeó el tórax y los brazos en un abrazo y le sujetó las muñecas a fin de completar la presa de inmovilización. El cuerpo de Garrett se estremeció cuando la vampira empezó a lanzarle descargas. Puso los ojos en blanco, pero se mantuvo firme y no la soltó.

—Zafrina —gritó Edward.

Kate puso los ojos en blanco y sus gritos se convirtieron en gemidos. Tanya dejó de forcejear.

—Devuélveme la vista —siseó Tanya.

Garrett, que por fin había recuperado el control de sí mismo y la retenía en el suelo cubierto de nieve dijo:

—¿Vas a tumbarme otra vez si dejo que te levantes, Katie?

Ella soltó un refunfuño por toda respuesta y no cesó de repartir golpes a diestro y siniestro.

—Escuchadme, Tanya, Kate —pidió Carlisle en voz baja pero con vehemencia—. La venganza ya no va a ayudarla. Irina no habría deseado que despilfarrarais la vida de esa manera. Meditad las consecuencias de vuestros actos. Si atacáis ahora, moriremos todos.

Los hombros de Tanya se encorvaron bajo el peso del sufrimiento y se echó hacia atrás, sobre Carlisle, en busca de apoyo. Kate dejó de debatirse al fin.

Garrett y Carlisle continuaron consolando a las hermanas con palabras demasiado precipitadas para reconfortarlas de verdad.

La guardia Vulturis había dejado a un lado la contención marcial y todos se inclinaban hacia delante, prestos para saltar y lanzar un contraataque en cuanto los otros iniciaran la ofensiva.

Los cuarenta y tres testigos permanecían detrás de ellos con una expresión diferente a la del comienzo, pues se había pasado de la confusión a la sospecha. La destrucción fulminante de Irina los había conmovido a todos. Se preguntaban cuál había sido el crimen de la vampira y cuál sería el curso de los acontecimientos ahora que no iba a producirse el ataque inmediato previsto por Cayo para distraer la atención de la brutal ejecución. Aro miró a sus espaldas y sus facciones dejaron entrever durante unos instantes su exasperación. Le gustaba tener público, y ahora le había salido el tiro por la culata.

Al otro lado del claro, Stefan y Vladimir hablaban sin cesar y con alegría, para descontento de Aro.

Era evidente el interés del anciano líder por no desprenderse de la aureola de integridad de la que se habían investido los Vulturis hasta ahora y si seguían adelante iban a perderla.

—Irina ha sido castigada por levantar falsos testimonios contra este aquelarre—dijo a modo de excusa; luego, prosiguió—: Quizás no hay mucho más que hacer aquí… sin embargo… Resulta irónico que cuanto mayores son los logros técnicos del ser humano y más afianzan su dominio del planeta, más lejos estamos de ser descubiertos. Nos hemos convertido en criaturas más desinhibidas gracias a su incredulidad ante lo sobrenatural, pero la tecnología ha reforzado a los hombres hasta el punto de que serían capaces de amenazarnos y destruir a algunos de nosotros en caso de proponérselo. El secreto ha sido durante miles y miles de años una cuestión de conveniencia y comodidad más que de verdadera seguridad. Este último siglo tan belicoso ha alumbrado armas de tal potencia que ponen en peligro incluso a los inmortales. Ahora, nuestra condición de simples mitos nos protege de verdad de las criaturas que cazamos.

Intuimos que este sorprendente vínculo entre razas, esta… alianza entre humanos, vampiros y metamorfos puede funcionar pero en realidad no hay forma de conocer cuál será el futuro de algo tan… delicado —hizo una pausa para mirar a todos los que le observaban—: Únicamente lo conocido es seguro y aceptable. Lo desconocido es... vulnerabilidad.

La sonrisa de Cayo se ensanchó de forma maliciosa.

—Ahora estás mostrando tu juego, Aro —dijo Carlisle con voz sombría.

—Haya paz, amigo. No nos precipitemos —una sonrisa cruzó el rostro de Aro, tan amable como siempre—. Contemplemos el problema desde todos los ángulos.

—¿Puedo sugerir uno a vuestra consideración? —solicitó Garrett en voz alta tras adelantarse un paso.

—Nómada... —dijo Aro, asintiendo en señal de autorización.

Garrett levantó la barbilla, miró de frente a los corrillos de testigos situados al final del prado y dirigió a ellos su alocución.

—He venido aquí a petición de Carlisle en calidad de testigo, al igual que los demás —empezó—, y por lo que todos hemos podido ver, era innecesario. No se ha roto ley alguna. Pero también me he quedado para ver algo más, a vosotros —señaló con el dedo a los desconfiados vampiros—. Conozco a dos de vosotros, Makenna y Charles, y compruebo que muchos otros sois vagabundos y azotacalles, como yo. No respondéis ante nadie. Sopesad con cuidado mis palabras. Los antiguos no han venido aquí a impartir justicia como os han dicho. Muchos lo sospechábamos y ahora ha quedado probado. Acudieron aquí mal informados, cierto, pero se presentaron porque tenían un pretexto válido para desencadenar la ofensiva. Sed testigos ahora de la debilidad de sus excusas a la hora de continuar su misión. Reparad en sus esfuerzos para encontrar una justificación a su verdadera intención: destruir a esa familia de ahí.

Garrett abarcó con el gesto a Carlisle y Tanya.

—Los Vulturis están aquí con la intención de borrar del mapa a quienes perciben como unos competidores. Quizá vosotros, como yo, miréis a ese clan de los ojos dorados y os maravilléis. No es fácil comprenderlos, es verdad, pero los antiguos miran y ven algo más que esa extraña elección, ven poder. He presenciado los lazos de unión de esa familia, y digo familia, no aquelarre. Estos extraños de ojos dorados niegan su propia naturaleza, pero ¿acaso no han encontrado algo más valioso que la simple gratificación del deseo? Los he estudiado un poco a lo largo de mi estancia en esta zona y me parece que algo intrínseco a esos vínculos familiares tan intensos, los cuales hacen posible todo lo demás, es el carácter pacífico de esta vida de sacrificio. No hay entre ellos el menor atisbo de agresión, a diferencia de lo visto en los grandes clanes sureños, cuyo número aumentaba y disminuía enseguida durante el transcurso de sus salvajes venganzas. Nadie se molesta en pensar en la dominación, y Aro lo sabe mejor que yo.

El semblante del aludido estaba lleno de tensión.

—Cuando nos informó de lo que se avecinaba, Carlisle nos aseguró a todos que no nos llamaba para luchar. Esos testigos de ahí —dijo mientras señalaba a Siobhan y Liam— estuvieron de acuerdo en dar testimonio a fin de ralentizar el avance de los Vulturis con su presencia y que así Carlisle tuviera la ocasión de defender su causa. Pero algunos de nosotros nos preguntábamos —prosiguió al tiempo que sus ojos se posaban en el rostro de Eleazar— si a Carlisle le bastaría tener la razón de su parte para detener la así llamada justicia. ¿Qué han venido a proteger los Vulturis? ¿Nuestra seguridad o su propio poder? ¿Pretenden eliminar una forma de vida elegida con libertad? ¿Se quedarían satisfechos cuando el peligro resultara ser un simple malentendido o echarían los restos sobre el tema sin contar con la coartada de la justicia? Ahora tenemos las respuestas a esas preguntas en las palabras falaces de Aro, alguien provisto del don de conocer la verdad de las cosas, y en la sonrisa ávida de Cayo. Su guardia es una simple herramienta sin inteligencia, un instrumento en manos de sus maestros para lograr su objetivo: la dominación. Por eso, ahora se plantean nuevas preguntas que debéis responder. ¿Quién os gobierna, nómadas? ¿Respondéis ante alguien que no seáis vosotros mismos? Decidme, ¿vais a ser libres de elegir vuestro camino o van a ser los Vulturis quienes decidan vuestra forma de vida? He venido a prestar testimonio y me quedo para luchar. Los Vulturis persiguen la muerte de nuestro libre albedrío —entonces, volvió la cara a los ancianos—. ¡Sea lo que sea, decidlo! No soltéis más mentiras elucubradas. Sed consecuentes con vuestras intenciones y los demás lo seremos con las nuestras. Elegid ahora, y dejad que estos testigos vean cuál es el verdadero tema del debate.

Garrett volvió a posar una mirada inquisitiva en los testigos de los Vulturis. Sus rostros reflejaban el efecto evidente de la alocución.

—Podríais considerar la posibilidad de uniros a nosotros. Si acaso pensáis que los Vulturis os van dejar con vida para que podáis contar esta historia, os equivocáis. Tal vez nos destruyan a todos, pero también es posible que no —se encogió de hombros—. Quizá tengamos una posición más segura de lo que creen. Es posible que los Vulturis hayan encontrado al fin la horma de su zapato. En todo caso, os aseguro una cosa: si nosotros caemos, vosotros nos acompañaréis.

Garrett retrocedió y se situó junto a Kate nada más terminar su acalorado discurso. Luego, se inclinó hacia delante, medio en cuclillas, dispuesto para lanzarse a la matanza.

Aro sonrió.

—Un gran discurso, mi revolucionario amigo.

—¿Revolucionario...? —gruñó Garrett, que se mantenía listo para atacar—. Si me permites la pregunta, ¿contra quién me sublevo? ¿Acaso eres tú mi rey? ¿Deseas que también yo te llame amo, como esa guardia tuya tan servil?

—Paz, Garrett —terció Aro con ánimo tolerante—. Me refería únicamente a tu época de nacimiento. Veo que sigues siendo un patriota.

El mencionado le devolvió una mirada fulminante.

—Preguntemos a nuestros testigos —sugirió Aro—. Adoptaremos una decisión tras conocer su opinión —nos dio la espalda con despreocupación y se desplazó unos metros en dirección a las lindes del bosque para estar más cerca de sus nerviosos espectadores—. Decidnos, amigos míos, ¿qué opináis de todo esto? No es a los metamorfos a quienes tememos, os lo puedo asegurar. Pero ¿Corremos el riesgo de dejar esta alianza viva? ¿Ponemos en peligro nuestro mundo para preservar a su familia? ¿O acaso tiene razón el impetuoso Garrett y os vais a unir a ellos contra nuestra repentina búsqueda del poder?

Los testigos soportaron el escrutinio del líder Vulturis con la prevención escrita en las líneas de la cara. Una mujer menuda de pelo negro miró de soslayo a su compañero, un vampiro de pelo rubio oscuro situado junto a ella.

—¿No tenemos más alternativa? —le preguntó de pronto, devolviéndole la mirada a Aro—. ¿O estamos de acuerdo con vosotros o luchamos contra vosotros?

—No, por descontado, mi encantadora Makenna —repuso Aro, fingiendo estar horrorizado de que alguien hubiera podido llegar a esa conclusión—. Podéis ir en paz tal y como hizo Amun, por supuesto, incluso aunque discrepéis con la decisión de esta asamblea.

Makenna intercambió otra mirada con su compañero; éste asintió de forma casi imperceptible.

—No hemos venido aquí a luchar —hizo una pausa, suspiró y agregó—: Acudimos sólo para oficiar de testigos, y nuestra conclusión es que la familia acusada es inocente. Todo cuanto afirma Garrett parece cierto.

—Ah, cuánto lamento que lo veas de ese modo —repuso Aro con tristeza—. Sin embargo, ésa es la naturaleza de nuestro trabajo.

—No es lo que veo, pero sí lo que siento —intervino el compañero de Makenna, el vampiro de pelo color maíz, con voz aguda y nerviosa. Miró a Garrett—. Él mencionó que los Vulturis tenéis una forma de identificar las mentiras. También yo tengo modo de saber cuándo oigo la verdad y cuándo no.

Dicho esto, se acercó un poco más a su compañera con el miedo brillando en los ojos mientras aguardaba la reacción de Aro.

—No nos temas, amigo Charles. El patriota se cree su discurso, eso no lo pongo en duda —comentó Aro riéndose entre dientes.

Charles entornó los ojos.

—Hemos cumplido nuestro cometido y ahora nos vamos —anunció Makenna.

Ella y Charles echaron a andar hacia atrás con paso lento y no se atrevieron a dar la espalda al claro hasta estar entre los árboles, ocultos de cualquier mirada. Otro desconocido emprendió una retirada idéntica y tres más le siguieron, corriendo como balas.

Uno tras otro todos los testigos de Aro se marcharon dejando únicamente a los Vulturis y su guardia.

Habían perdido la ventaja numérica.

—Nos superan en número, queridos amigos —anunció— y no podemos esperar ayuda exterior.

¿Debemos dejar sin solucionar esta cuestión para salvar la piel?

—No, amo —susurraron al unísono.

—¿Es más importante la protección de nuestro mundo que algunas bajas en

nuestras filas?

—Sí —contestaron en voz baja—. No tenemos miedo.

Aro sonrió y se volvió hacia sus compañeros de ropajes negros.

—Es mucho lo que debemos considerar, hermanos —afirmó con voz lúgubre.

—Deliberemos —pidió Cayo con avidez.

—Deliberemos —repitió Marco con voz de absoluta desidia.

Los tres se tomaron de las manos hasta formar un triángulo velado de negro.

Al lado de Bella, Jacob gruñó por lo bajo. Era un sonido áspero y sin altibajos, continuo como un ronroneo. Tenía de punta el pelaje del cuello y los colmillos al descubierto.

—No podría desear estar en otro lado que junto a ti—murmuró Bella—en esta vida o en la siguiente, Jacob. Siempre.

El lobo profirió otro aullido lastimero y agachó la cabeza para frotarle el hombro con el hocico

—Lo sé —musitó ella—. Yo también te quiero.

—Entonces, ¿Hay esperanza Edward? —susurró Carlisle. La voz no delataba miedo

alguno, sólo resolución y resignación.

Edward no respondió. La respiración de Esme sonaba entrecortada cuando se adelantó, acariciando los rostros de sus hijos al pasar, para situarse junto a Carlisle.

Se tomaron de la mano.

De pronto, todo fueron una sucesión de palabras de despedida y frases de cariño dichas a media voz en el grupo.

—Te seguiré adonde quieras si sobrevivimos a esto, mujer —le aseguró Garrett a Kate con un susurro.

—A buenas horas me lo dices... —murmuró ella.

Rosalie y Emmett intercambiaron un beso rápido, pero cargado de pasión.

Tia acarició el semblante de Benjamin; éste le devolvió la sonrisa con alegría, le tomó la mano y la sostuvo junto a su mejilla.

—Preparaos —susurró finalmente Edward— Está a punto de empezar.

—Antes de votar... —empezó de pronto Aro— No tiene por qué haber violencia sea cual sea la decisión del concilio, os lo recuerdo.

Edward soltó una sombría carcajada.

Aro le miró con tristeza.

—La muerte de cualquiera de vosotros sería una pérdida lamentable para nuestra raza, pero sobre todo en tu caso, joven Edward. Los Vulturis acogeríamos de buen grado a muchos de vosotros en nuestras filas. Benjamin, Zafrina, Kate. Se os ofrecen muchas alternativas. Consideradlas.

Chelsea intentó predisponer favorablemente los ánimos de algunos de ellos, pero se estrelló impotente contra la barrera de Bella, que sabía a quien tenía que proteger y los tenía cerca. Aro les recorrió en busca del menor indicio de vacilación, más, a juzgar por su expresión, sólo encontró resolución en todos.

—En tal caso, votemos —concluyó con aparente renuencia.

—Voto a favor de la lucha —se apresuró a contestar Cayo—. Debemos destruir la alianza y a todos cuantos la protejan.

Se puso a la expectativa y sonrió.

Marco alzó sus ojos colmados de desinterés y pareció taladra a todos con la mirada mientras emitía su voto.

—No veo un peligro tan inmediato. Siempre podemos evaluarlos otra vez más adelante. Dejémosles ir en paz.

Su voz era incluso más débil que los suspiros etéreos de sus hermanos.

Ningún miembro de la guardia relajó el ademán a pesar de esa discrepancia. La sonrisa de anticipación de Cayo no se alteró lo más mínimo. Era como si Marco no hubiera dicho absolutamente nada.

—Mío es el voto decisivo, o eso parece —musitó Aro.

De pronto, Edward se irguió.

—¿Aro? —le llamó Edward a voz en grito y con una nota casi triunfal en la voz.

El interpelado vaciló y antes de responder se tomó unos momentos para evaluar con precaución este nuevo estado de ánimo.

—¿Sí, Edward? ¿Tienes algo más...?

—Tal vez ¿Por qué no te unes a nosotros, Alice? —pidió Edward en voz alta.

—Alice —susurró Esme, asombrada.

— ¡Alice! —Exclamó Bella.

—¡Alice, Alice! —murmuraron otras voces alrededor.

—Alice —exhaló el líder Vulturis.

Ella y Jasper atravesaban el bosque a la carrera

Ambos bandos permanecieron inmóviles y expectantes. Los testigos de los Vulturis torcieron el gesto y se mostraron confusos.

Alice apareció en el claro desde el sureste con esos elegantes movimientos suyos de bailarina y Jasper, cuyos ojos destellaban con fiereza, le pisaba los talones. Junto a ellos corrían dos desconocidos.

El primero era una vampira de tez olivácea con una larga coleta de pelo negro y unos ojos de intenso color borgoña que recorrían con un pestañeo nervioso los preparativos bélicos.

El otro era un joven de piel morena, con pelo negro recogido en una coleta, cuyos movimientos al correr no eran tan rápidos ni tan elegantes como los de sus acompañantes. Examinó el gentío congregado con unos ojos de color muy semejante a la madera de teca y todos le devolvieron la mirada, anonadados ya que podían sentir el sonido de su corazón palpitando a causa del ejercicio.

Alice se detuvo al lado de Edward y Bella estiró una mano para tocarle el brazo, poco después Edward, Esme y Carlile hicieron lo mismo a modo de saludo ya que no había tiempo para mayores bienvenidas.

—Hola Aro —dijo Alice caminando hacia él —traigo dos cosas conmigo —Jasper se colocó tras ella y lo mismo hizo Edward —por un lado una visión —con el rostro impertérrito le acercó la mano —quiero que veas lo que yo veo que ocurrirá cuando des tu voto, si te interesa observar el futuro —dijo en voz muy baja sabiendo que no podría contenerse a hacerlo.

Él, ansioso, buscó la mano de la joven y la tomó entre las suyas.

Todos contuvieron el aliento, expectantes y durante mucho rato, el anciano líder se quedó allí, en silencio, con los ojos cerrados y el rostro abstraído.

Cuando soltó la mano de Alice ésta dio un paso atrás sin apartar sus ojos ambarinos de los de él.

—Ahora ya lo sabes. Eso es lo que va a ocurrir.

Aro se giró a la guardia y a sus hermanos y, para asombro de todos, susurró:

—Hoy no vamos a luchar, queridos míos. Lo que veo es que la alianza funcionará, si no luchamos… estaremos seguros y eso es todo cuanto importa ¿Verdad?

Hubo muchos asentimientos aunque Cayo se envaró

—¿Qué? —preguntó con los ojos muy abiertos

—Hablaremos después, hermano.

El otro apretó las mandíbulas y durante un instante parecía que fuera a discutir, pero Aro negó con la cabeza y no dijo nada más.

—Al parecer la joven Alice también viene hasta aquí para exponer una denuncia —dijo levantando las manos — ¿Y bien?

—Ésta es Huilen y él, su sobrino Nahuel. Ella es quien debe hablar.

—Testifica, Huilen —ordenó Aro—. Di lo que debas decir.

La menuda mujer contempló a Alice con algo de nerviosismo y ésta le dedicó un asentimiento para infundirle coraje.

—Me llamo Huilen —anunció la mujer con una dicción clara aunque marcada por un acento extranjero. Conforme continuó, se hizo evidente que se había preparado a fondo, había practicado para contar aquella historia que fluía con el ritmo propio de una canción infantil—. Hace siglo y medio, mi hermana y yo vivíamos con nuestra tribu, los mapuches.

Bella y Jacob se tensaron a la vez y se miraron.

—Mi hermana era muy hermosa, tal vez demasiado. Un día me contó que se le había aparecido un ángel en el bosque y que acudía a visitarla por las noches. Yo la previne, por si los cardenales de todo el cuerpo no fueran suficiente aviso —Huilen sacudió la cabeza con melancolía—. Se lo advertí, era el libishomen de nuestras leyendas, pero ella no me hizo caso. Se quedó embarazada de él y yo la acompañé a lo más profundo del bosque porque quería encontrarle, pero no lo encontró. La cuidé y cacé para ella cuando le fallaron las fuerzas. Comía la carne cruda y se bebía la sangre de las piezas. No necesité de más confirmación para saber qué clase de criatura crecía en su vientre aunque ella amaba a su hijo, le llamaba Nahuel. La criatura se hizo fuerte al crecer y le rompió los huesos, y aun así, ella le adoraba. No logré salvar a mi hermana, el niño se abrió paso desde el vientre para salir y murió desangrada mientras me pedía en sus últimos momentos que me hiciera cargo de Nahuel y accedí. Él bebé me mordió mientras intentaba sacarle del cuerpo de su madre y me alejé dando tumbos para esconderme a morir en la selva. No llegué demasiado lejos, pues el dolor era insoportable. El niño, siendo solo un recién nacido, gateó entre el sotobosque, me encontró y me esperó. Cuando desperté el dolor había cesado y me lo encontré aovillado junto a mí, dormido. Cuidé de él hasta que fue capaz de cazar por su cuenta. Cobrábamos nuestras piezas en las villas próximas al bosque donde habíamos instalado nuestra morada y allí hemos estado desde entonces.

Aro frunció los labios y miró al joven de tez bronceada.

—¿Tienes ciento cincuenta años, Nahuel? —inquirió.

—Década más o menos, sí —respondió con voz cálida e increíblemente hermosa. Hablaba sin apenas acento—. No llevamos registros.

—¿A qué edad alcanzaste la madurez?

—Fui adulto a los siete años, más o menos.

—¿Y no has cambiado desde entonces?

—No que yo haya notado —Nahuel se encogió de hombros.

—¿Y qué me dices de tu dieta? —quiso saber Aro, que se mostró interesado incluso a su pesar.

—Me nutro de sangre casi siempre, pero también tomo comida humana y puedo sobrevivir sólo con eso.

—¿Eres capaz de crear a otro inmortal? —inquirió el Vulturis con voz de repente muy intensa al tiempo que hacía una señal hacia Huilen.

—Yo, sí, pero no es el caso de las demás.

Un murmullo de asombro recorrió los tres grupos y Aro enarcó las cejas de inmediato.

—¿Las demás…?

—Me refiero a mis hermanas —explicó con un nuevo encogimiento de hombros.

Aro le miró como un poseso antes de lograr recobrar la calma.

—Quizá fuera mejor que nos contaras el resto de tu historia, pues me da la impresión de que hay más por saber.

Nahuel puso cara de pocos amigos.

—Mi padre vino a buscarme unos años después de la muerte de mi madre — el desagrado le desdibujó un tanto las facciones—. Estuvo encantado de localizarme —el tono del narrador dejó claro que la satisfacción no era mutua—. Tenía dos hijas, pero ningún hijo, y esperaba que me fuera a vivir con él, tal y como habían hecho mis hermanas. Le sorprendió que no estuviera solo, ya que el mordisco de mis hermanas no era venenoso, pero quién puede saber si eso es cuestión de sexo o de puro azar... Yo ya había formado una familia con Huilen y no estaba interesado — deformó la palabra al pronunciarla— en efectuar cambio alguno. Le veo de vez en cuando. Ahora, tengo otra hermana. Alcanzó la madurez hará cosa de diez años.

—¿Cómo se llama tu padre? —masculló Cayo.

—Joham —contestó Nahuel—. El tipo se considera una especie de científico y se cree que está creando una nueva raza de seres superiores.

No intentó ocultar el disgusto de su voz.

—Eso venimos a denunciar —aclaró Alice —os pedimos que detengáis a Joham.

—Lo haremos, lo haremos sin duda querida Alice —convino Aro.

—Detened a Joham si os place, pero dejad en paz a mis hermanas —intervino Nahuel, que no se andaba por las ramas—. Son inocentes. Ellas necesitan ser salvadas.

Aro asintió con expresión solemne y luego se volvió hacia la guardia con una cálida sonrisa.

—Nos vamos pues, tenemos un viaje que preparar. Hay que hacer justicia —anunció.

Los integrantes de la guardia asintieron al unísono y abandonaron sus posiciones de ataque Aro tendió las manos a los Cullen en un gesto de disculpa, o casi. A sus espaldas, la mayor parte de la guardia, junto con Cayo, Marco, empezó a marcharse a toda prisa y en precisa formación.

—Ve en paz, Aro —contestó Carlisle con frialdad—. Haz el favor de recordar que nosotros debemos mantener el anonimato y la reserva en estas tierras, de modo que no dejes que tu guardia cace en esta región.

—Por descontado, Carlisle —le aseguró Aro—. Lamento haberme granjeado tu desaprobación, mi querido amigo. Tal vez llegues a perdonarme con el tiempo.

—Tal vez, con el tiempo, y sí demuestras que vuelves a ser nuestro amigo.

Aro era la viva imagen del remordimiento cuando inclinó la cabeza y se deslizó hacia atrás antes de darse la vuelta. El grupo entero contempló en silencio cómo el último de los Vulturis desaparecía entre los árboles.

Imperó el silencio entonces.

—¿De verdad ha terminado? —preguntó Bella a Edward en voz baja.

—Sí —respondió él con una ancha sonrisa—, sí. Se han rendido y ahora escapan como matones apaleados: con el rabo entre las piernas.

Soltó una risilla entre los dientes y Alice se unió a él.

—Es de verdad, no van a volver —añadió —Podemos relajarnos todos.

Se hizo el silencio durante otro segundo.

—Así se pudran —musitó Stefan.

Y entonces, todo estalló.

Se produjo una explosión de júbilo. Aullidos de desafío y gritos de alegría llenaron el claro.

Bella se lanzó a abrazar con fuerza al enorme lobo que era Jacob y sollozó en su cuello sin poder contener la alegría tan absoluta que la embargó

—Te necesito —le susurró en la oreja entre estremecimientos —te necesito ahora Jake.

Al instante él invirtió la fase y ella se encontró abrazando su perfecto y muy desnudo cuerpo. La miró riendo y la sujetó de las mejillas, repartiéndole besos por toda la cara.

—Bells —susurró ahondando en un beso un poco más íntimo y apoyando la frente en la suya para mirarla a los ojos —se acabó. Realmente se acabó cariño.

—Se acabó —repitió ella llorando entre lágrimas.

Se volvieron a abrazar allí tirados en el claro ajenos al resto de la algarabía general.

Seth llegó poco después en su forma de lobo con un pantalón entre las fauces y Jacob se tapó pese a que con el escándalo que había a su alrededor nadie había parecía haber reparado en su desnudez.

—¡Alice!

Bella se tiró en brazos de su amiga y la abrazó con fuerza

—Oh Alice te eché de menos

—Bella —su risa clara se elevó de forma musical — cuando los mapuches nos contaron esa historia sobre el vampiro que experimentaba con humanos tuve una visión —aclaró a todos.

—¿Tú lo sabías? —preguntó Jacob a Edward

—Solo sabía que iba a ayudar a la tribu. Ellos vinieron con la condición de tener nuestra ayuda ¿Recuerdas?

—Lo que vi después —siguió Alice —fue como ayudarles y ayudarnos al mismo tiempo —Oh, vaya —dijo mirando a Garret besar profundamente a Kate —eso no lo vi venir

Todos rieron aliviados de que se hubiera acabado.