Nombre: Just Say it!

Resumen: Conjunto de increíbles y disparados momentos que marcan la relación entre nuestra intrépida y franca viajera del tiempo y nuestro huraño medio demonio. Capítulos cortos.

Nota: Esta historia está inspirada en el reto #Inukagfluffweek2023; un capítulo por cada día de la semana, todos con un promt establecido. La he escrito en un tiempo récord, así que no intentéis hallarle mucho sentido. Aún así, ¡espero que os guste!


Día 13/8:

Comfort.


Si su madre la viera en aquel momento... seguro que se llevaría las manos a la cabeza.

Ella, que siempre había tenido el sueño tan endeble, tan fugaz, tan... difícil de alcanzar. Aún con uno de los mejores colchones del mercado (su madre se había dejado un buen riñón en ello, pero había sido un regalo de cumpleaños y por más que ella había insistido porque lo devolviera, le habían ignorado olímpicamente) y una de las mejores almohadas (ergonómica, elástica, que se amoldaba al peso y figura de la cabeza). Aún habiendo pasado años tomando los remedios naturales que una médica amiga de su madre le había recetado, y que a veces funcionaba. Aún siendo consciente toda la casa que a partir de cierta hora debían estar en completo silencio y sin perturbar la paz en el templo para no molestarla en sus escasas horas de sueño que podía tener.

Insomnio crónico, le había dicho su médico de cabecera después de meses de investigación.

Otra cosa más en la que te pareces a tu padre, fue la respuesta de su madre con un suspiro, ya habiéndolo intuido pero necesitando de todas formas una certificación médica.

No podíamos habernos parecido en otro aspecto distinto, fue el pensamiento de Kagome, sacudiendo la cabeza para sí.

Nunca llegó a saber el motivo de su enfermedad. Allá cuando era una novel adolescente que acababa de entrar al instituto, una noche le costó conciliar el sueño y aquel suceso que podría haberse en un momento puntual de su vida continuó ocurriendo por los siguientes, días... semanas... meses. De pronto, su normalidad se convirtió en dormir tres horas máximo al día. En algunos sueños efímeros acompañados por largas horas de vigilia. En amaneceres contemplados a través de su ventana, deseando en realidad estar durmiendo y reponiendo fuerzas.

No había nada que hiciera, cuyas consecuencias deseadas (dormir) durasen mucho tiempo. Quizás una noche, dos, tres. A la semana volvía todo a la normalidad, a su triste y agónica veladas insomne. Después de meses, años, luchando contra su condición, Kagome terminó aceptando de mala gana que aquella sería su vida: esporádicos sueños sin soñar, porque ni siquiera su cuerpo llegaba a tal estado de relajación, y que no habría remedio alguno a sus desvelos.

Que su cabeza, como decía su madre, no quería tiempo para descansar, por mucho que lo necesitase.

Pero entonces hubo un hecho que alteró por completo su rutina; o alguien, más bien.

El ser más terco, gruñón, maleducado, intolerante, bruto y... desesperante de la historia: InuYasha Tú-eres-Kikyo-no-no-lo-soy-sí-lo-eres Taisho.

Y con él vino de la mano la aventura más alocada e inimaginable de la historia: la búsqueda de los fragmentos de la Perla de Shikon (insértese aquí que no se está dando nombre de los culpables del comienzo de dicha aventura, ya que para esta historia no es importante... o quizás no quieren que se mencionado). Y Kagome se vio viajando por la Era Segonku, en una tierra infestada de demonios, bandidos y animales salvajes, junto al medio demonio más insoportable y tozudo que jamás había conocido (en realidad, ella nunca había conocido a ningún medio demonio, pero se entendía el punto), un adorable kitsune, una valiente y amable cazadora de demonios, un libidinoso e inteligente monje y una dulce y fiera demonio gata. Se vio cazando presas para comer, huyendo de animales y demonios que deseaban tenerla de comida/cena (depende del momento del día en el que trascurriera)... siendo golpeada y secuestrada, lanzada por los aires y vapuleada. Se vio convertida en la voz de la conciencia, en una mano amiga, en una fortaleza maternal y una fuente de sabiduría.

En definitiva, se vio... qué carajo, se vio viviendo: riendo, llorando y sangrando.

Kagome se acomodó en su saco de dormir, oyendo de fondo el sonido del crepitar del fuego fundiéndose con el arrullo del bosque en la noche. No era su cama, ni de lejos podía compararse; su rebosante e inconfundible mochila amarilla era un pobre intento de la almohada que le aguardaba en casa... y el silencio... oh, dulce ironía de la vida, no se acordaba lo que era eso ya entre la vida salvaje y tantos sobresaltos.

Pero entonces... ¿cómo era posible entonces que nunca se hubiera sentido tan descansada que como en aquel tiempo?

Oyó un suspiro bajo y Kagome abrió los ojos. Gracias a los ondulantes destellos del fuego, pudo atisbar el rostro dormido del pequeño Shippo, quién se acurrucaba en sus brazos con la cabeza metida en el hueco de su cuello. También oyó un murmullo bajo a su espalda, y se imaginó que serían Sango y Miroku, quizás repasando el plan para la siguiente jornada. Y también sintió un ligero pero notable roce en su espalda; seguramente la rodilla de InuYasha al reacomodarse, pues se encontraba tras ella, apoyando la espalda en el tronco de árbol y haciendo la primera guarda.

—Duerme, ya es tarde y empezaremos a movernos con el amanecer— espetó él, notando que su respiración no era acompasada.

¿Cómo era posible?, respondió para sí misma conteniendo una sonrisa.

—Sí...

Sin necesidad alguna de querer hallar una respuesta, cerró los ojos y pronto, demasiado pronto para ser ella, se dejó llevar por lo que occidente llamaban... los brazos de Morfeo.