Al día siguiente, cuando Adrián y Marinette llegaron a la escuela, descubrieron que había un enorme retrato de Gabriel Agreste presidiendo el hall. Adrián se detuvo en seco al verlo.

—¿Qué es… eso? —murmuró, un poco asustado.

Marinette miraba a su alrededor en busca de una explicación, y la encontró. Le señaló los carteles que adornaban las paredes, y que reproducían la misma fotografía de Gabriel Agreste, en pequeño. Se acercaron a leer uno de ellos. Anunciaba que los eventos en homenaje al gran diseñador de moda se desarrollarían a lo largo de todo el trimestre, e incluían una exposición, un concurso de diseño, un desfile de moda «y muchas cosas más», según prometía el cartel.

—Oh, no —murmuró Adrián.

—Parece que Narcisa se lo ha tomado en serio —comentó Marinette.

Como si acabara de invocarla, la chica apareció justo tras ellos.

—¡Adrián, Marinette, justo a tiempo! ¿Qué os parece todo lo que estamos preparando? ¡Va a ser un evento memorable!

Adrián desvió la mirada. Marinette le dedicó a Narcisa una sonrisa tensa.

—Es… maravilloso —pudo decir.

Narcisa se quedó mirando a Adrián, y él se vio obligado a añadir:

—Sí…, maravilloso.

Ella le dedicó una sonrisa empalagosa.

—¡Es lo menos que podemos hacer para honrar la memoria de tu padre, Adrián! ¡Fue una gran inspiración para todos nosotros! Esto no es más que el humilde homenaje de una escuela de secundaria, ¡pero pondremos en él todo nuestro corazón, no te quepa duda! ¿Verdad que sí Marinette? ¿Verdad que Gabriel Agreste fue un gran hombre, y no se merece menos?

Marinette tragó saliva.

—Sí…, claro —farfulló—. Sí, eso es.

—¡Ya sabía yo que estarías de acuerdo conmigo! Después de todo, tú lo conociste personalmente, ¿verdad? Ya ves, Adrián: ¡la organización de los eventos dedicados a tu padre está en buenas manos!

—Sí… Gracias, Narcisa.

Se escabulleron hacia su clase, pero no les fue sencillo llegar. No dejó de pararles gente por los pasillos para saludar a Adrián, darle el pésame, decirle lo mucho que admiraban a su padre o, directamente, pedirle una foto o un autógrafo. Si el primer día de clases había algunos alumnos que conocían su identidad, ahora, desde luego, lo había descubierto prácticamente todo el mundo en la escuela.

—Lo siento mucho —murmuró Marinette, un poco abochornada—. No esperaba que pasara esto, la verdad.

—No es culpa tuya —la consoló Adrián—. Sé que no tienes nada que ver con toda esta locura.

«Un poco, sí», pensó ella, avergonzada. Se prometió a sí misma que tenía que hablar a solas con Narcisa y pedirle que la borrara de la organización del evento. No parecía que a Adrián le entusiasmase todo aquello y, en el fondo, Marinette no creía que el hecho de que ella participase con sus diseños fuera a mejorar las cosas.

Adrián soportó como pudo el resto de las clases y sintió un gran alivio cuando sonó el timbre que ponía fin a la jornada escolar. Se apresuró a salir a la calle, acompañado de Marinette, y sintió que volvía a respirar cuando dejó atrás los pasillos de la escuela, forrados con la imagen de Gabriel Agreste.

—Lo siento mucho —repitió Marinette—. Todo esto debe de ser muy duro para ti.

«Sí que lo es, pero no por las razones que piensas», se dijo él. No era difícil para él porque estuviese de luto o porque echase de menos a su padre, sino porque cada vez le costaba más mantenerse callado ante la gigantesca mentira colectiva que se había creado en torno a su figura.


Se alegró de poder reunirse con Ladybug después de las clases. Investigar la identidad de la nueva Mariposa lo mantenía ocupado y le hacía sentirse útil. Además, era un alivio poder hablar con alguien que sabía la verdad acerca de Gabriel Agreste. Alguien que no repetía a todas horas lo buena persona que era. Alguien que lo había conocido también como Monarca.

Siguiendo el plan establecido, Ladybug y Cat Noir acudieron a su cita con Tomoe Tsurugi. Pero ella no se mostró particularmente dispuesta a cooperar.

—Los datos de geolocalización de nuestros clientes son confidenciales —declaró—. Y, además, no los almacenamos.

—Entonces, ¿no nos dejan acceder a ellos por razones de privacidad, o porque no los tienen? —preguntó Ladybug, esperando sorprenderla.

Pero Tomoe replicó sin inmutarse:

—Las dos cosas.

Y no fueron capaces de sonsacarle nada más.

De regreso a los tejados, Cat Noir comentó:

—No esperaba que fuese a darnos acceso a esos archivos, la verdad. ¿Crees que es cierto que los han eliminado?

—Estoy segura de que no —replicó Ladybug—, pero nos conviene que piense que la hemos creído y que no vamos a investigar más por ahí.

—¿Y eso por qué?

Ella sonrió enigmáticamente.

—Porque tengo un plan B.

Apenas había terminado de hablar cuando un tercer superhéroe aterrizó junto a ellos. Cat Noir lo saludó con una sonrisa. Se trataba de Pegaso. Venía acompañado de Markov, su pequeño robot.

—¿Querías verme, Ladybug? —dijo él.

—Sí —asintió ella—. Cat Noir y yo tenemos una misión para ti. No exactamente para Pegaso, sino… para Max y Markov.

El chico y el robot cruzaron una mirada. Cat Noir alzó una ceja, intrigado.

En los momentos siguientes, Ladybug se dedicó a explicarle a Pegaso todo lo que necesitaba saber: el prodigio desaparecido, la teoría de que alguno de los miraculizados pudo habérselo llevado, el hecho de que Tomoe se había negado a colaborar.

—A ver si lo he entendido bien —concluyó Pegaso—: Necesitas que Markov y yo nos colemos en los servidores de Industrias Tsurugi para averiguar la identidad de todos los miraculizados que estuvieron en la mansión Agreste durante la lucha contra Monarca.

—Y justo después —agregó Ladybug.

—Y justo después —anotó el superhéroe—. Sabes que eso es ilegal, ¿verdad?

—También es ilegal destruir la Torre Eiffel —comentó Cat Noir con ligereza—, y nosotros lo hemos hecho un montón de veces.

—Pero eso son accidentes, daños colaterales, y además yo lo arreglo todo después —se apresuró a añadir Ladybug—. Comprendo tus reservas, Pegaso, pero no podemos andarnos con miramientos. Si localizamos el prodigio de la mariposa ahora que su nuevo portador está aprendiendo a utilizarlo, nos ahorraremos muchos problemas después. Piensa en lo mucho que nos costó encontrar y derrotar a Monarca, y todo lo que tuvo que sufrir París hasta entonces. No podemos permitirnos que vuelva a pasar. Hay que cortar esto de raíz.

Pegaso aún dudaba.

—Para eso no necesitáis un superhéroe, sino un hacker —señaló.

—Necesitamos un superhéroe que sea hacker también.

—Espera, Ladybug —intervino Cat Noir—. Quizá les estés pidiendo demasiado. Quiero decir que no debe de ser sencillo entrar en los servidores de Industrias Tsurugi. Probablemente no sean capaces de hacerlo.

—¿Cómo que no? —se indignó Pegaso.

—Soy perfectamente capaz de colarme en esos servidores con los ojos cerrados —replicó Markov, muy digno—. ¡Es pan comido para mí!

—En ese caso… —empezó Cat Noir, pero no terminó la frase.

Pegaso y Markov cruzaron una mirada. El chico suspiró.

—Está bien, lo haremos. Dime qué necesitas exactamente y trataremos de conseguirlo lo antes posible.


Un rato más tarde, ya a solas, Ladybug y Cat Noir realizaron una rápida patrulla de rutina. Por alguna razón, terminaron en la plaza de los Vosgos, y se detuvieron a contemplar la estatua de Gabriel Agreste.

—¿Recuerdas cuando la estatua que había aquí nos representaba… a nosotros? —murmuró Cat Noir.

—Sí —suspiró Ladybug, abatida.

La habían retirado tiempo atrás para una exposición en el museo y nunca habían llegado a devolverla a su lugar.

—No puedo evitar pensar… que es como si hubiese vencido él, y no nosotros.

—Bueno… tampoco importa tanto lo que la gente piense, ¿no es así? Nosotros sabemos la verdad. —Cat Noir frunció el ceño, recordando que, tiempo atrás, él mismo le había dicho algo parecido a Marinette, acerca de Lila. Y había estado equivocado—. Pero lo más importante —prosiguió Ladybug—, es que él ya no puede hacer daño a nadie. Y por eso sé que hemos vencido, a pesar de las apariencias.

Cat Noir consideró aquel razonamiento. Su compañera tenía razón, en parte. La falsa imagen de heroísmo de Gabriel Agreste parecía un precio pequeño a pagar a cambio de la paz en París.

Pero no era del todo cierto que él ya no hiciese daño a nadie. Su hijo Adrián aún sufría cada día las consecuencias de sus actos.

—Tengo que confesar que no esperaba todo esto —musitó Ladybug, tras un instante de silencio—. La estatua, los homenajes… Lo único que pretendía era que Adrián supiese que su padre no había muerto en vano.

—Y no lo hizo —replicó Cat Noir—. Quitarse de en medio es lo mejor que pudo hacer por todo el mundo, incluido su hijo. —Ladybug se volvió para mirarlo con cierta sorpresa, pero él no retiró aquellas duras palabras—. Y si además reparó la salud de Nathalie… —añadió.

Ella inclinó la cabeza, pensativa.

—Entiendo lo que quieres decir. Pero no me parecía suficiente.

—¿Suficiente para ti… o para Adrián?

—Suficiente para todos. Hemos aprendido a convivir con el hecho de que cualquiera de nosotros puede ser akumatizado en un momento de debilidad. Pero convertirse en Monarca… utilizar conscientemente los prodigios para crear el caos… una y otra vez… es otra cosa muy distinta. Y creo que todo el mundo pensaba en él como en un monstruo, un criminal ajeno a nuestra sociedad. No en alguien con nombre y apellidos. Alguien a quien todo el mundo conocía. Nosotros sabemos que cualquiera podría ser un superhéroe en secreto, y es una idea emocionante, pero… ¿cómo convives con la posibilidad de que tu vecina, tu amigo, tu profesora o… tu padre… podría ser un supervillano?

—¿Tal vez por eso lo homenajean? —aventuró Cat Noir, señalando la estatua—. Porque para ellos es un héroe sin máscara. Alguien que luchó contra el mal sin mantener su identidad en secreto. O, al menos, eso es lo que piensa todo el mundo.

—Sí, es posible.

Él sacudió la cabeza.

—Pero es mentira, Ladybug.

—Ya lo sé —replicó ella, y Cat Noir detectó por primera vez la duda y el conflicto en su voz—. Ya lo sé. Habría sido más fácil si hubiese recuperado su prodigio, ¿verdad? Así podríamos cerrar todo este asunto para siempre, y la gente acabaría por olvidarse de Monarca y de Gabriel Agreste con el tiempo. Pero, si vuelven las akumatizaciones…

—Lo detendremos —le prometió él—. Recuperaremos el prodigio de la mariposa, y esta vez será la definitiva.

Ella le dirigió una sonrisa de agradecimiento.


Cuando Adrián llegó a casa, un rato más tarde, se sorprendió al oír voces procedentes del antiguo despacho de su padre. Una era la de Nathalie y la otra, también femenina, le resultaba familiar, aunque no terminaba de ubicarla. Aguardó en el recibidor, intrigado, hasta que se abrió la puerta del despacho. Entonces él cerró la puerta de la calle, fingiendo que acababa de llegar. Con gesto inocente, echó un vistazo a las dos personas que salían de la estancia… y se sorprendió mucho al comprobar que la chica que acompañaba a Nathalie era nada menos que Narcisa Gialla.

—¡Ah, Adrián, justo a tiempo! —lo saludó Nathalie, sonriente—. Narcisa me ha contado que ya os conocéis.

—¡Hola, Adrián! —saludó ella con una risita.

—Sí, nos… conocemos de la escuela —respondió él, aún desconcertado—. Narcisa, ¿qué haces aquí? Quiero decir… ¿Cómo…?

—Ah, es muy fácil de explicar. ¿Recuerdas el evento que estábamos preparando? Bueno, cómo no lo vas a recordar, si hemos estado hablando del tema esta misma mañana. ¡Qué tonta soy! —Y se rió de nuevo, de aquella manera que Adrián encontraba tan inquietantemente familiar—. Bueno, pues resulta que se nos ocurrió proponer una colaboración a la Fundación Gabriel Agreste, ¿a que es una gran idea?

Adrián miró a Nathalie con perplejidad. Ella asintió con una media sonrisa.

—Narcisa me ha mostrado el proyecto en el que están trabajando. La verdad es que me parece muy completo y muy interesante. Creo que sería bueno que colaborásemos con la escuela Gabrielle Chanel, ¿no te parece? Podemos organizar su desfile de diseños sin problema, lo hemos hecho otras veces.

—Pero… —balbuceó Adrián.

—Y cobrar entradas a precios asequibles, y donar los ingresos a obras benéficas —prosiguió Nathalie, embalada—. Es lo que tu padre habría querido.

Adrián se quedó mirándola, sin poder creer lo que oía. «¿En serio, Nathalie?», le preguntó en silencio. Pero al observarla con mayor atención detectó algo nuevo en la mirada de su tutora: ¿remordimientos, tal vez? Adrián quiso creer que se sentía culpable por mentirle. Pero entonces Narcisa batió palmas, encantada, y exclamó:

—¡Qué gran idea! ¡Es perfecto, señorita Sancoeur!

Y el rostro de Nathalie se iluminó con una sonrisa. Entonces Adrián comprendió que, para ella, no se trataba tanto de limpiar el nombre de Gabriel Agreste sino, sobre todo, de utilizar su legado para compensar de algún modo todo el mal que él había causado.

—¡Y Adrián podría participar también como modelo! —añadió Narcisa, como si se le acabase de ocurrir—. ¿No sería maravilloso?

En esta ocasión, Adrián y Nathalie reaccionaron a la vez:

—No creo que…

—No voy a…

Se interrumpieron y cruzaron una mirada apurada. Nathalie asintió, cediendo la palabra al chico, y este aclaró:

—Verás, Narcisa, el caso es que ya no soy modelo. Lo he dejado.

—Oh, ¿de verdad? —se sorprendió ella—. ¡Nunca lo hubiera dicho! Como participaste tan activamente en la campaña de los Alliance… e incluso eras uno de los avatares…

—No era exactamente yo, sino una imagen virtual. Y de todos modos…

—No, no, si lo comprendo. Imagino que no debe de ser fácil para ti, ahora que tu padre ya no está. —Hizo una pausa y añadió con una taimada sonrisa—: Pensé que te haría ilusión participar en esto con Marinette. Pero puedo haberme equivocado, claro.

—¿Marinette? —repitió él, confuso—. ¿Qué tiene que ver ella con todo esto?

—Oh, ¿no te lo ha dicho? ¡Qué modesta es! —Narcisa se rió de un modo que Adrián encontró particularmente irritante—. Pues resulta que la hemos elegido para que haga los diseños para el desfile. ¡Tiene tanto talento…!

—¿Cómo…? ¿Marinette…?

—¡Oh, espera, ahora que lo pienso… quizá no te lo ha dicho porque quería que fuese una sorpresa! —Se cubrió la boca con las manos, azorada—. ¡Qué torpe soy! Por favor, no le digas que te lo he contado yo, ¿vale?

—Seguro que Marinette hará un buen papel —intervino Nathalie—. Sé que acaba de empezar en la escuela, pero Narcisa tiene razón, es una chica muy talentosa y trabajadora. Será una gran oportunidad para ella. Aunque no se trate de un desfile profesional, le dará mucha visibilidad de cara al futuro.

—Claro —murmuró Adrián con tono apagado—. Lo entiendo.

—Ella está muy ilusionada porque es una gran admiradora del trabajo de tu padre, Adrián —añadió Narcisa—. Pero seguro que eso ya lo sabías.

Él frunció un poco en ceño, desconcertado. Sí, Marinette había sido una fiel seguidora de la marca Agreste, pero también había conocido la otra cara de su padre: el hombre severo e intolerante que consideraba que ella no era lo bastante buena para su hijo.

Claro que, por otro lado, Marinette tampoco conocía toda la verdad, ni el secreto que se ocultaba tras la máscara de Monarca. Ladybug había dicho a todo el mundo que Gabriel era un héroe y, además, se trataba del padre de su novio. ¿Cómo no iba a prestarse a colaborar? Seguro que hasta creía que al propio Adrián le haría ilusión que lo hiciese.

—Claro —repitió.

No añadió nada más. Narcisa y Nathalie terminaron de perfilar los detalles y se despidieron. Cuando la chica se marchó, Adrián se acercó a Nathalie.

—Me gustaría preguntarte algo.

—Claro, dime.

—¿Recuerdas lo que hablamos el otro día… sobre cambiar de escuela?

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Te lo estás pensando todavía?

—Sí, es que… siento que la Gabrielle Chanel no es mi sitio. Que estoy allí por mi padre y por Marinette. Pero yo no soy como ellos. No tengo talento para el diseño ni me interesa especialmente la moda. Es un campo que conozco y se me da bien porque es algo que llevo haciendo desde niño, pero no creo que sea… lo mío.

—Entiendo. ¿Quieres que pregunte si quedan plazas en la escuela del profesor Damocles, pues?

—Sí, por favor —respondió él.

En el mismo momento en que lo dijo, sintió que se quitaba un gran peso de encima. Y de inmediato se preguntó cómo se lo iba a decir a Marinette.

—¿Lo has hablado ya con Marinette? —le preguntó Nathalie, como si le leyese la mente.

—Aún no, pero se lo contaré esta noche… o quizá mañana, cara a cara. No lo sé.

Se mostraba abatido, y ella le sonrió y colocó una mano sobre su hombro para darle ánimos.

—Seguro que lo comprenderá. Además, aunque no estéis juntos en la misma escuela, podéis veros siempre que queráis, después de clase. Sabes que ella es bienvenida aquí —le aseguró, mirándolo a los ojos.

Adrián leyó entre líneas: «Los tiempos en los que tu relación con Marinette estaba prohibida han terminado para siempre», parecía decirle. Él suspiró para sus adentros. Cada vez sentía menos deseos de rendir homenaje a la memoria de su padre. Y, en el fondo, una parte de él aún se sentía mal por ello.


—¿Estás seguro de lo que vas a hacer? —le preguntó Plagg un rato después, cuando ya estaban ambos a solas en su habitación—. ¿Lo de cambiar de escuela y todo eso?

—Me sabe mal por Marinette, y sé que la voy a echar de menos, pero creo que nunca llegaré a sentirme a gusto en la Gabrielle Chanel. No solo porque no sea mi mundo en el fondo, sino, sobre todo… porque no aguantaría mucho tiempo en un lugar donde todo el mundo me recuerda que soy hijo de mi padre —concluyó con amargura.

Plagg suspiró.

—Mira, chico, sé que está siendo duro para ti…, pero quizá no debas alejarte de Marinette precisamente ahora. Todo es muy complicado, estás descubriendo muchas cosas sobre tu padre, hay una nueva amenaza sobre París… Creo que te sentará bien contar con su apoyo.

—No voy a romper con ella ni nada por el estilo, Plagg. Solo… iremos a escuelas distintas. Kagami y yo íbamos a colegios diferentes, y también Luka y Marinette cuando empezaron a salir, y encontrábamos momentos para vernos, ¿no?

Plagg no respondió, pero puso cara de circunstancias. Adrián se dio cuenta de que estaba pensando algo como «Y al final mira cómo acabasteis todos». Pero el kwami no lo dijo en voz alta, y él se lo agradeció.

—Además, tengo la sensación de que ella no me comprende realmente. No es culpa suya, es simplemente… que hay demasiadas cosas que no le puedo contar.

Plagg lo miró con simpatía.

—Yo creo que te entiende mejor de lo que crees —insinuó.

Pero Adrián no se dejó convencer.

—No sabe quién fue realmente mi padre, y yo no puedo contárselo. Y tampoco puedo decirle que soy Cat Noir, porque hay otro villano acechando en algún lugar de París. No es culpa suya —insistió—, sino mía, porque tengo demasiados secretos que ocultar.

Plagg suspiró, pero no lo contradijo.

—¿Qué vas a hacer, entonces? ¿Vas a llamarla o…?

Adrián lo pensó un momento.

—Voy a esperar a que Nathalie me confirme que aún puedo cambiar de escuela. Entonces se lo diré cara a casa, no por teléfono. Espero que no le siente mal —murmuró, preocupado.

—Seguro que lo comprenderá. Ella sabe desde hace tiempo que nunca te gustó ser modelo, y que tampoco te entusiasma el mundo de la moda. Eso sí que lo entiende, ¿verdad? Porque tú se lo has podido contar.

—Sí —respondió Adrián, más animado—. Sí, es verdad. Gracias, Plagg.

El kwami iba a decir algo cuando, de pronto, un estallido sacudió los cimientos de la casa. Adrián se sujetó al sofá para mantener el equilibrio mientras miraba a su alrededor con desconcierto.

—¿Qué es eso? ¿Qué está pasando?

Plagg había volado hasta la ventana y contemplaba la noche parisina a través del cristal.

—Parece que tenemos trabajo, chico —le dijo.

Adrián se reunió con él. Y descubrió con asombro que un enorme robot gigante que parecía salido de un anime japonés avanzaba directamente hacia ellos.

No perdió más tiempo.

—¡Plagg, garras fuera!


NOTA: Ya está Lila haciendo labor de zapa 😈.

En otro orden de cosas, estos días voy a tardar un poco más en actualizar, porque ya no estoy de vacaciones. Pero la historia seguirá adelante, aunque no pueda subir capítulos tan a menudo. Todavía quedan muchos secretos por desvelar…

¡Muchas gracias a todos por leer!