—¡Argh!

El grito de frustración hizo que varios oficiales levantaran la cabeza de sus estaciones de monitoreo en dirección a la mesa de operaciones sobre la que se encontraba inclinada la Comandante Misa Hayase.

—¿Sucede algo? —preguntó el Capitán de la fragata desde su silla. Era un hombre apenas algo mayor que Misa de tez morena y frondosa barba negra.

—Son los datos. —dijo la mujer pasándose la mano por la frente para tratar de apartar la frustración. —¿Cómo es posible que dos satélites muestran dos lecturas diferentes de una misma área?

—Tal vez uno de ellos esté defectuoso… o tal vez ambos lo estén. —respondió el hombre acariciándose la barba. —Con toda la chatarra que hay en la órbita del planeta luego de la última batalla, no me sorprendería que esos cacharros estén machacados a impactos de toda clase.

La fragata «Rocinante» era un navío del Tipo 26 construido en los astilleros del Reino Unido durante la Guerra de Unificación. Era uno de los pocos buques de superficie que habían sobrevivido al bombardeo orbital de la flota Zentradi y había sido asignado a la patrulla del Pacífico en aquella zona. Actualmente se encontraban anclados al pequeño puerto de la isla de Midway y salvo una pequeña embarcación de investigación usada por la pequeña dotación de científicos residentes en la isla, eran la única embarcación allí presente.

La isla estaba prácticamente desierta y las blancas arenas reflejaban la luz del sol del verano. Un pequeño monte de palmeras rodeaba el perímetro del puerto y más allá de las copas podía verse la pista de aterrizaje y los hangares en donde había operado el ahora desaparecido Escuadrón 22 del Cuadrante del Pacífico.

Misa tomó su Pad de la mesa y tras apagar el display holográfico que mostraba el mapa del área de operaciones se dirigió a la salida del puente ante la atenta mirada del Capitán. La mujer salió al exterior y dejó que la brisa marina acariciara sus cabellos castaños. Olía a sal y a algas en proceso de descomposición que las olas depositaban en las arenas de la playa.

Se apoyó en la barandilla y miró hacia los hangares, tratando de vislumbrar algo de actividad entre los edificios, pero solo vió los reflejos del sol y el espejismo del calor elevándose desde el asfalto de las calles de rodaje. Desde allí no podía ver el poblado que se levantaba tras la base; una media docena de edificios de no más de dos plantas, la mayoría de ellos abandonados y en diferentes estado de deterioro.

La isla no estaba solamente habitada por el pequeño contingente de pilotos del desaparecido escuadrón y su personal de soporte; la isla era también el hogar de un puñado de científicos puestos allí por la UNSpacy por algún motivo. No vió ninguna de las dos aeronaves que quedaban en toda la isla por lo que se imaginó que estarían aún dentro del hangar recibiendo los mimos de los dos hombres que las pilotaban.

Misa suspiró. Habían pasado tres semanas desde que llegaran allí y no habían logrado descubrir la causa de esas desapariciones. Día tras día los aviones y helicópteros de reconocimiento habían peinado cada kilómetro de océano alrededor del área y no habían logrado descubrir nada. La flota de Zentradis volvió a la órbita del planeta y tras dos semanas de búsqueda infructuosa lo hicieron el resto de los barcos que Global había enviado a ayudarlos. Ahora solo quedaban ellos solos: La pequeña fragata del Capitán Gale con su helicóptero de apoyo y los dos cazas variables que habían venido como su escolta personal; uno de ellos era obviamente el Skull 1, el VF-1S de su esposo junto a su ala, el Teniente Olliver, más conocido por el apodo "Rex".

El Pad de Misa comenzó a sonar y la joven se lo llevó hasta el oído. —Aquí la Comandante Hayase. —dijo.

La voz que sonó en el aparato era inconfundible. —Misa. —dijo el Capitán Global. —¿Aún estás allí?

—Almirante. —respondió la mujer sin dejar de mirar el horizonte salpicado de olas que se extendía hasta donde se perdía la mirada. —Si, me temo que aún no tenemos resultados en la búsqueda de esos hombres. —respondió.

—Ya lo sé. —respondió la voz familiar. —He leído todos los informes desde que llegaron allí. ¿No crees que es hora de regresar? —preguntó. —Tenemos asuntos más apremiantes en este momento y te necesito a cargo de la organización de la Flota de Defensa.

—Mi esposo aún cree que hay esperanzas. —respondió Misa, aunque en el fondo sabía que las esperanzas se habían acabado hacía rato.

El suspiro de Global se oyó con claridad en el aparato. —A mí tampoco me agrada la idea de darnos por vencidos y dar por perdidos a esos hombres… pero me temo que ha llegado el tiempo de ser realistas. —dijo.

—¿No puede enviar algo más de ayuda? —pidió la mujer. —Nos hemos quedado casi sin medios de búsqueda, y la zona a rastrillar es demasiado grande. —pidió.

—La junta se negó. —respondió Global y Misa captó el rencor en las palabras del veterano oficial. —He hecho todo lo posible hasta ahora, pero nuestros recursos son… extremadamente limitados. —reconoció el Almirante.

Misa asintió en silencio. La Humanidad había sufrido mucho durante la Primera Guerra Espacial y había quedado reducida casi a niveles críticos; llevaría al menos un par de décadas para que los índices de natalidad se recuperaran lo suficiente para salir de la zona de extinción a la que habían entrado tras el bombardeo orbital de los alienígenas. Si tan solo hubiera alguna forma de acelerar la repoblación del planeta…

—No puedo enviar personal a ayudarlos en estos momentos. —continuó hablando Global. —Pero logré conseguir un RQ-4N, debería llegar allí en cualquier momento.

—Algo es algo. —respondió Misa mirando el horizonte pensando que podría ver llegar aquel aparato. Los RQ-4N eran la versión naval del dron de reconocimiento conocido como Global Hawk; una aeronave no tripulada (UAV) con una enorme autonomía y equipada con un vasto arsenal de instrumental de vigilancia y rastreo. —Muchas gracias, Señor, lo usaremos al máximo de nuestras capacidades.

—Estoy seguro que así será… buena suerte, Comandante. —dijo Global cortando la comunicación.

La mujer guardó su aparato y volvió a contemplar la pista vacía. Aquel dron podría suministrarles información en tiempo real del área de operaciones y gracias a su operación autónoma, ampliará el tiempo de búsqueda para incluir también las horas nocturnas.

Algo llamó su atención, pero no desde el horizonte, sinó desde la pista de aterrizaje. Un brillo fugaz, como de un espejo. Volvió a mirar en esa dirección pero no vio nada. ¿Se lo había imaginado? Los minutos pasaron y no vió nada más por lo que se incorporó y volvió a entrar al puente de mando de la fragata para dar las noticias del arribo del dron y de los preparativos para enlazar el software de control y monitoreo desde el CIC de la nave.

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Del otro lado de la isla, Hikaru yacía de espaldas sobre las blancas arenas mirando una pequeña nube cruzar el límpido cielo azul. Aquella mañana habían despegado temprano para aprovechar el día, pero la computadora del VF-1 de Rex había informado sobre lecturas erróneas en la presión del fluido hidráulico en su aeronave por lo que Hikaru juzgó que era mejor cancelar la búsqueda y regresar a la base. Así y todo habían patrullado durante unas dos horas una área de más de dos mil kilómetros cuadrados sin obtener ningún resultado. Tras volver a la base y revisar la aeronave de Rex descubrieron que uno de los filtros de la bomba auxiliar estaba incorrectamente ajustado y tras aplicar el torque adecuado según el procedimiento del manual, dejaron lista la aeronave para la salida del día siguiente.

El joven piloto suspiró. Tendría que matar el tiempo hasta entonces, pero teniendo en cuenta lo poco que había que hacer allí en esa isla medio desierta, sería mejor que se quedara allí cerca del hangar por si pasaba algo.

El sol calentaba su cuerpo y la agradable brisa hacía mover sus cabellos mientras el sonido de las olas del mar arrullaban sus oídos. Se sentía muy bien allí.

Pensó en Misa y en las pocas oportunidades que había tenido de estar a solas con ella. Habían pasado solo tres días de luna de miel, pero habían sido tres días de lo más apasionados que hubiese podido imaginar con su nula experiencia previa; el pensar en ella y en cómo se veía desnuda en la cama mientras los rayos de sol que entraban por la ventana creaban dibujos de luz y sombra sobre sus pronunciadas curvas hizo que su cuerpo reaccionara en forma involuntaria.

—¿Es eso una Muñequita de Minmay en su bolsillo, piloto? —preguntó una voz desconocida a sus espaldas.

Hikaru giró rápidamente sobre sí mismo y quedó acostado sobre la arena, ocultando su excitación a la vista de la joven que se encontraba de pié frente a él. —Quién… ¿Quién eres tú? —preguntó sorprendido, aunque pronto se sintió algo avergonzado de haber preguntado semejante estupidez.

—Me llamo Mao… Mao Nome. —respondió la joven de guardapolvo blanco. —Soy la Jefa del destacamento de Investigación de esta isla… ¿Y usted es…?

—Hikaru… Teniente Hikaru Ichyjio. —respondió el piloto sentándose sobre la arena (Afortunadamente la sorpresa había hecho que su cuerpo volviese a la normalidad y sus pantalones no mostraban ya nada vergonzoso) —¿Eres la jefa…? ¡Pero si eres tan joven! —exclamó genuinamente sorprendido.

La muchacha se rió y Hikaru observó que debajo del guardapolvo blanco la joven vestia una malla de baño de una pieza de color azul marino. En su mano derecha llevaba un extraño aparato alargado, como uno de esos micrófonos que se colgaban al final de un mango largo para alcanzar lugares remotos, pero lo que había en la punta de aquel instrumento era una especie de sensor óptico de extraño aspecto.

La muchacha era muy hermosa; su cabello corto era de color Lavanda, asi como sus ojos, que tenian ese profundo brillo violeta, casi como el que tenía el cielo del crepusculo. La visión de aquel cuerpo joven cuyas formas eran resaltadas por el traje de baño hicieron que su cuerpo volviera a reaccionar en forma indecente, pero esta vez logró disimularlo cruzando sus brazos sobre el vientre.

La joven no pareció notarlo y en cambio se sentó junto a él en la arena depositando con cuidado el extraño aparato a su lado. —Hay tan poco personal científico en el planeta que los pocos que quedamos somos realmente muy jóvenes. —respondió con una sonrisa. —Mi Doctorado es de hace solo un año, pero como soy la única experta en mi campo, eso quiere decir que soy la más experimentada del equipo. —reconoció entre risas.

Hikaru la miró con interés. —¿Cual es su campo de Investigación, Doctora Nome? —preguntó.

—Puede llamarme Mao, teniente. —respondió la joven. —Estoy investigando los vestigios de la Protocultura en el planeta Tierra. —explicó.

—Puedes llamarme Hikaru. —dijo el piloto. —¿Así que la Protocultura, eh? —preguntó. —Eso es muy interesante.

La joven asintió y señaló el parche de escuadrón que Hikaru había cosido en una de las mangas de su traje. —Ese emblema de la calavera… Yo lo conozco. —dijo con curiosidad.

—Es el emblema del Escuadrón Skull. —explicó el joven mientras acariciaba la tela con uno de sus dedos.

—Escuadrón Skull. —La doctora Mao repitió el nombre como si recordara algo del pasado. —Yo conocí un piloto cuyo avión tenía este mismo emblema pintado. —recordó.

Los ojos de Hikaru se abrieron de par en par por la sorpresa. —¿Usted conoció a mi Sempai? —preguntó. —¿A Roy?

La muchacha asintió. —Si, él y muchos otros pilotos más del Portaaviones Asuka II nos ayudaron durante la Guerra de Unificación y nos rescataron durante la última batalla de la guerra. —explicó con melancolía. —Roy Focker era su nombre ¿Verdad? ¿El fué tu mentor? De seguro eres un piloto genial. —dijo.

Hikaru sonrió y miró la arena a sus pies. —Yo… yo jamás pude superar a mi Sempai. —reconoció. —Fué un excelente piloto y un gran ser humano… no hay un solo día en los que no piense en él.

—Me puse muy triste al saber que no sobrevivió a la guerra. —dijo Mao sin poder ocultar su tristeza. —El conflicto armado se llevó a mucha gente querida.

Los dos jóvenes contemplaron el mar en silencio, trayendo desde la profundidad de sus memorias aquellos rostros queridos que habían partido para siempre hacía tiempo.

—¿Alguna vez Roy le mencionó algo sobre un piloto llamado Shin Kudo? —preguntó la joven de pronto.

—¿Shin? —preguntó Hikaru sorprendido. —Creo… creo que una vez escuché mencionar su nombre. —dijo tratando de recordar. —Fué una noche en la que Sempai había bebido demasiado y recordó a alguien que había conocido durante la guerra de Unificación… pero creo que se trataba de algo muy confidencial porque al otro día me pidió que olvidase todo lo que pudiese haber escuchado y no volvió a mencionar ese nombre. —dijo.

La joven sonrió. —Supongo que sigue siendo algo clasificado entonces. —dijo soltando un profundo suspiro. —Era el novio de mi hermana Sara; ella y Shin se conocieron durante la guerra, pero desaparecieron tras la batalla final. —dijo con tristeza.

—Lo siento mucho. —dijo el joven piloto con sinceridad.

—Aunque… estoy segura que ambos están bien y son muy felices. —dijo sacudiendo la cabeza. —Sea donde sea que estén.

Hikaru no comprendió las palabras de la muchacha y en el momento que estaba por pedir explicaciones fué interrumpido por el rugido de una turbina y el vendaval producido por los rotores del helicóptero de la fragata "Rocinante" mientras descendía en la playa frente a ellos.

Hikaru y Mao se pusieron de pié mientras protegían sus rostros del viento y la arena que el aparato levantaba mientras la puerta lateral se abría, revelando al pasajero que los miraba fijamente.

—Kadun. —dijo Mao señalando con la mano a la Comandante Misa hayase. —Esa mujer que está allí… esa mujer tiene un aura de violencia y peligrosidad extrema. —dijo la joven sujetándose del traje del piloto.

—Lo sé. —respondió Hikaru. —Es mi mujer. —dijo con una sonrisa forzada. —Y está enojada. —agregó preparándose para lo peor.