Día 18/8:

Wedding Day


Las manos le temblaban a Kagome. En realidad, ¡qué decía! ¡El cuerpo entero lo sentía como si estuviera hecho de gelatina! Las piernas apenas le sostenían, su cabeza no dejaba de darle vueltas y sus pulmones no trabajan lo suficiente para conseguir el oxígeno que exigían sus pulmones.

Pero a pesar del amasijo de nervios que era, Kagome nunca se había sentido tan segura de lo que iba a hacer que en aquel instante. Del ahora. Del presente. Del momento que durante tantísimo tiempo había parecido tan lejano e irreal que ahora que lo vivía en sus carnes, creía estar viviendo un maravilloso sueño. Pero no, era real. Por fin había llegado el día. Por fin iba a casarse.

Por fin iba a convertirse en la señora Taisho.

Estaba allí escondida- no, aguardando en una pequeña habitación adyacente a la capilla acomodada para la novia a que la llamasen para decirle que todo estaba listo. Novia. Ella era la novia, aún le costaba asimilar la palabra. Tanto su madre, como su hermano, abuelo y amigos se habían ido a coger sitio, después de una intensa conversación llena de sonrisas, risas y alguna que otra lágrima.

Y ella, en ese momento, se encontraba a solas esperando a Miroku, pues le había prometido que sería él quién la llevaría la altar.

Cerró los ojos, inspiró hondo una última vez y exhaló lentamente, sus manos aferrándose con fuerzas al ramo que sostenía en el pecho.

—Estás preciosa, hija.

El cuerpo de Kagome se tensó, y permaneció en el sitio, sin atreverse siquiera a abrir los ojos. Seguro que todo había sido un producto de su imaginación.

—Te has convertido en una increíble mujer, cariño, y cada día que pasa me siento más orgulloso de ti.

No, no podía sonar tan real y estar en mi imaginación.

Kagome abrió los ojos y se giró subitamente. Y allí lo vio, a tan solo unos pasos de ella, tan corpóreo que casi parecía real... su querido y añorado padre.

—Papá...— susurró en un hilillo de voz.

El hombre, vestido con un elegante traje negro pero sin corbata («no importa cuánto le insistiera, él nunca quería ponérsela», le dijo una vez su madre), dio un paso hacia adelante, acortando la distancia que les separaba. A pesar de que si Kagome extendía los brazos podía tocarlo, lo sentía a varios mundos de distancia.

—Perdona a este viejo padre por estar vigilándoos desde el más allá, pero tenía que conocer al hombre de mi hija; un hombre, por cierto, que no podría haber escogido mejor para ti, mi niña. Y perdóname por la intrusión también pero tuve la necesidad de venir a verte en este día tan importante para ti.

—Papá...

—Kagome, ¿me harías el honor de dejarme acompañarte al altar como último deseo?

La respiración de Kagome se detuvo por un par de segundos, así como su corazón también; y a pesar de que su cabeza en ese momento era un hervidero de pensamientos, se obligó a salir de su letargo, hizo a su cuerpo moverse y se acercó a su padre. Rodeó con su brazo el codo que él le tendía. Su presencia se sintió etérea y un poco brumosa, pero a Kagome no le importaba porque disfrutaría y atesoraría cada momento que estaba viviendo en su corazón.

—Claro, papá. Me encantaría.

Su padre le sonrió con esa sonrisa cálida y paciente que él siempre portaba, y se inclinó para posar sus labios sobre el cabello elegantemente recogido de la novia.

—Te quiero, mi estrellita— le susurró aquel apodo que era suyo, y que tantísimo había echado de menos.

Los ojos de Kagome se cerraron y mientras saboreaba el breve roce, una par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

—Yo también te quiero... siempre.

·

~o~o~o~o~

·

—¿Qué haces aquí fuera? Es tarde y como Sango te vea levantada, nos reñirá a ambos. A ti por no descansar y a mi por estar... keh, rondándote esta noche. A ver para que le dijiste esa dichosa norma de tu tiempo.

—...

—¿Kagome? ¿Estás bien?

—Sí, perdona. Solo estaba... pensando.

—¿Pensando qué? ¿Tú no... no querrás...?

—¿Qué? ¡No! No, InuYasha, nunca podría arrepentirme ni echarme atrás, créeme. Quiero que llegue ya mañana.

—Keh... ¿entonces?

—Bueno... es solo que echo de menos a mi familia... y sinceramente era algo que había asumido que pasaría. Me encantaría que Souta, mamá y el abuelo estuvieran aquí mañana, pero ellos... bueno, ya sabes qué pasa... Y... también he estado pensando en mi padre. En que me hubiera gustado que fuera él el que me llevara del brazo.

—¿Llevarte adónde? ¿A hacer peregrinaje?

—No, tonto... En el futuro, otra de las tradiciones que tienen las bodas occidentales es que el padre de la novia debe acompañarla hasta dónde está colocado el novio frente al cura para "entregársela en mano". Ya sabes, proviene de la idea que se ha tenido, bueno, que tiene esta época, de que las mujeres de la familia primero pertenecían a su padre y después a su marido. Pero en mi tiempo creo que se ha conservado como un gesto de... amor, ¿orgullo parental, quizá?

—...

—Pero que estoy bien, InuYasha, de verdad. No es nada de lo que tienes que preocuparte. De niña pensé en esto varias veces, pero lo he asumido. Es solo que... bueno, me ha venido el pensamiento y me he puesto triste, pero lo superaré.

—No me gusta... que estés triste... y menos esta noche o mañana, u hoy, mejor dicho...

—Oh... Ven aquí, anda. No pasa nada. InuYasha, nunca me cansaré de repetirte que me has hecho y me haces cada día la mujer más feliz del mundo. Y, vale, puede que nos enfademos y discutamos cada dos por tres y que me saques de quicio constantemente, pero eso no mengua ni un ápice mis sentimientos por ti. Amo esta aldea, amo saber que voy a vivir junto a mi familia: Sango, Miroku, sus hijos, Shippo, incluso con la ya-no-tan-pequeña Rin o Kirara y Kohaku...; pero lo que más amo es saber que voy a pasar mi vida contigo, a tu lado. Estos tres años de separación no han desgastado ni un gramo de mi amor por ti. Y mañana, cuando nos casemos, seré la mujer más estúpidamente feliz del mundo entero. Estuve lista para decirte que sí desde el instante en el que te vi atado al árbol sagrado.

—... ¿Decir sí a que?

—Ains... Ven y dame un beso, tontín.

—¡Oy-

—...

—...

—Yo también estoy feliz de que quieras compartir tu vida conmigo, Kagome. Prometo que haré todo cuanto esté en mi mano para darte un vida tranquila y próspera; para que no te arrepientas ni por un segundo de haberme elegido.

—Esas promesas, házmelas mañana.

—Per-

—...

—...