CAPÍTULO 24.
—¿Cómo te sientes?
Miré por encima del hombro y sonreí.
—Mucho mejor. Apenas me duele ya al andar— me llevé la mano al estómago, donde todavía tenía algunas vendas. Kaede y sus maravillosas plantas medicinales obraban milagros, pues apenas había tenido queja alguna en mi época convaleciente.
—Me alegra oírte— Sango me correspondió la sonrisa y se apoyó conmigo en la cerca que rodeaba el huerto de la amable anciana. Una vez pude ponerme en pie, aquel se había convertido en mi lugar favorito para estar porque después del medio día daba el sol de lleno y podía pasarme horas simplemente notando sus cálidas caricias mi piel.
No sabía lo tantísimo que lo había echado de menos hasta que no volví a sentirlo en mí.
—¿Cuándo habéis vuelto? Pensé que no llegaríais hasta la noche.
—En realidad la aldea no estaba muy lejos y cierta persona no dejaba de apresurarnos para que fuéramos más rápido— me dijo con una sonrisa pilla.
Sentí mis mejillas enrojecer.
—¿Dónde has dejado a Miroku?
Ella bufó, como si entendiera lo que no estaba diciendo, pero no hizo comentario alguno.
—A Miroku le retuvieron algunos de los aldeanos e InuYasha desapareció cuando atravesamos las primeras casas.
—Oh.
Aunque intenté no hacerlo, terminé echando un rápido barrido a mi alrededor, esperando... ¿qué? ¿Verle? Como bien había sabido desde el principio, no sirvió de nada, y eso solo hizo que me enfurruñara conmigo misma.
De verdad, Kagome, tienes que dejar de ser tan dependiente a él. No haces más que hostigarlo y en cualquier momento puede hartarse de ti.
—¿Y el demonio que fuisteis a buscar? ¿Os dieron una buena recompensa por matarlo?
La escuché resoplar.
—Una vez más, los rumores hicieron engrandecieron los hechos. Con que hubiéramos ido dos de nosotros habría sido más que suficiente.
—Hum-mhm— acepté, sinceramente sin prestar mucha atención. Mi cabeza no hacía más que bullir sobre el mismo tema.
—Oye, Kagome...
El tono uniforme de Sango me hizo volver al presente.
—¿Qué pasa?
Sango estaba jugueteando con sus dedos, un gesto para nada propio de ella, mientras miraba a un punto indeterminado del horizonte.
—Miroku y yo hemos estado hablando... y creemos que ha llegado el momento de emprender el camino.
Oh.
Sentí un tirón allí en el pecho ante la idea de la inminente separación. En parte sabía que este momento llegaría, pero... después de todo este tiempo, me había encariñado tanto con Sango y Miroku que los consideraba unas grandes personas y unos buenos amigos.
—Te lo digo porque no tenemos rumbo pensado, así que quería proponerte... bueno, podríamos ir en dirección a tu aldea. Supongo que en algún momento querrías volver, y los caminos no son muy seguros que digamos.
¿Mi aldea? ¿Volver a casa?
Si era sincera conmigo misma, había tenido tanto momentos en los que pensé que jamás volvería, como momentos en los que sentía la añoranza igual que un desgarro en el corazón. Me había pasado horas y horas allí encerrada rezando por a ver a mi madre aunque fuera una última vez, creyendo que eso no pasaría... y ahora que tenía la oportunidad frente a mis ojos... lo sentí como un rayo certero a mi corazón, el cual empezó a latir con emoción y ganas.
Pero entonces...
—¿E InuYasha?
—¿Eh?
—¿Qué ha dicho él que va a hacer?
La ausencia de respuesta de Sango me dijo todo lo que quería saber. Contuve un suspiro y dejé vagar la mirada por la aldea que veía a los pies de la pequeña colina en la que se encontraba la cabaña de Kaede.
Después de nuestro reencuentro, ninguno de los dos nos habíamos atrevido a sacar el tema de qué sería de nosotros, y aunque InuYasha había estado preocupado y atento por mi recuperación, jamás había dado entender que nuestra relación se extendería más allá a que me pusiera bien.
Y yo, creyendo que la duda era mejor al rechazo, había dejado pasar el tiempo; contentándome con las interacciones entre InuYasha y yo; de su intensa mirada, sus muecas de molestias, sus sonrisas de lado... pero ahora... el simple hecho de pensar que nuestro adiós sería pronto y quizás definitivo...
No, no podía permitirlo.
Había llegado la hora de buscar a InuYasha y plantarle cara a la situación tan ambigua en la que nos encontrábamos.
·
0-0-0
·
Lo encontré sentado en las raíces de un altísimo y frondoso árbol.
Tuvo que escucharme llegar porque alzó la cabeza y miró en mi dirección mientras yo iba dejando atrás los últimos árboles y arbustos que circundaban el claro.
—¿Qué haces aquí?— inquirió él, poniéndose en pie inmediatamente— No deberías hacer esfu-
—Estoy bien, InuYasha— afirmé, y lo escuché resoplar, pero aguardó a que llegara junto al árbol.
Él volvió a sentarse un poco de mala gana y yo imité el gesto. Todavía al doblar la barriga me tiraba la herida pero no dejé que él lo notase. No tenía ganas de escuchar su sermón.
—InuYasha...— dudé, sobre todo al sentir su mirada puesta en mi— Me voy.
—¿Qué?
—Yo...— jugueteé con un hilo suelto de mi yukata, sin querer mirarle— Sango, Miroku y yo hemos llegado a un acuerdo de que me acompañarán de vuelta a mi aldea.
Por un eterno momento, esperé una respuesta de InuYAsha. Me atreví incluso a mirarlo por el rabillo del ojo y me lo encontré con el cuerpo tenso y los ojos mirando al infinito. Casi parecía que no respiraba.
No estaba segura de si yo también lo hacía.
Pero había venido con una decisión, y no pensaba echarme atrás. No ahora. No cuando era mi última oportunidad.
Así que inspirando hondo, reuní toda la fuerza de voluntad posible y lo miré. Quizás sintiendo el peso de mi mirada, él también lo hizo, aunque sus ojos dorados eran un muro impenetrable.
Y entonces, sellé mi destino:
—Ven conmigo, InuYasha.
·
·
Palabras: 1000
Como dicen en mi tierra: ¡ya es hora de coger el toro por los cuernos!
