Es la tercera noche de vigilia en las afueras de Konoha y todavía no hay rastro alguno del jinchuuriki del kyuubi. Sólo un torbellino de recuerdos amargos, ansiedad y tensión por estar tanto tiempo en esa tierra maldita. Es por eso que Obito no reaccionó cuando un Deidara recostado en el futón le tocó casual el pecho y los brazos. Simplemente no lo comprende a tiempo, sólo lo deja ser, dejando entrar la relajación a su endurecido cuerpo. Sus manos comienzan a devolverle las caricias; enseguida le es insuficiente, se quita los guantes y toca la piel de bebé de Deidara.

Ronroneos, risitas, murmullos y hasta casi un gemido. Definitivamente no va a mirar, porque hace un rato ya llevan con ese juego, y los sonidos que emite su compañero no son algo que él pueda procesar. Sigue mirando hacia las murallas, pero nada aparece, Deidara le tironea el spandex desde el cuello, el cuerpo de Obito casi cae encima suyo.

Obito cierra su ojo, se repite firmemente que no, no va a ver. Pero oye, oye y siente, y a nada de eso se ve capaz de ponerle un fin.

El que es capaz es Deidara. Con voz cansada le reprocha.

–Tobi, ya llevas bastante rato sin hacer nada, o me follas ya mismo o me dejas dormir, hm.

¿Qué ha dicho qué cosa?

Ese muchacho está loco.

Esta vez sí, con miedo gira la cabeza y lo mira detrás de la máscara, como buscando signos de la locura de Deidara. Pero culparlo solamente a él es totalmente injusto, le responde la imagen, se han acercado tanto y él no sabe cómo.

Inclinado sobre el único futón, con Deidara semidesnudo bajo sus manos limpias, el rubio casi acurrucándose contra sus caderas adonde ahora destaca una erección.

Obito no lo sabe, pero Deidara está en plan casual. Si el tipo pica, excelente, si no lo hace, se va a dormir en contacto con ese cuerpazo sin cerebro. No le importa mucho la situación, pero siente el mismo tedio que el Uchiha ante una misión que ya ambos quieren abandonar.

Y lo único que hay para distraerse es el torso musculoso y torneado de su compañero a su lado, respirando casi sensualmente, y él que ya lleva cuatro días sin masturbarse ni meterse nada en el culo.

Escucha un "¿Qué sabes tú?", y sonríe; Tobi es tan virgen y tan bobo.

–Sé que, por ejemplo, tú eres un seme– indica mientras le acaricia los grandes muslos que no se han apartado aún.

–¿Un qué?

Obito nunca ha escuchado o leído sobre tal palabra. Un suspiro le atrae la atención otra vez hacia Deidara.

–Un seme, que yo dejaría que me claves el kunai, ya sabes.

Obito entiende aún menos. Y de repente, empieza a entender demasiado.

–Te chuparía la vaina, mataría el tiempo con ese cuerpazo que tienes, estúpido, hm.

Deidara se muerde el labio inferior después de cada enunciado, poniendo más énfasis. Obito está al borde del cortocircuito. Toda la mierda sobre Konoha se le ha olvidado, y ni siquiera se ha dado cuenta de ello ni de cómo acabaron en semejante situación.

Cómo lo sabes, cómo te diste cuenta, cómo te gusta, cómo sabes si estás frente a uno igual que tú, todas esas preguntas se agolpan en su mente y al final no puede enunciar ninguna.

Eventualmente Deidara lo deja, cansado de esperar, y le da la espalda.

–Me avisas cuando me toque, hm– resignado, cierra los ojos, Tobi aún es demasiado virginal como para dar el paso.

Pero ahora Obito está duro, duro y sin pensamientos, y le agarra de una muñeca, le gira. Se le pone encima y de repente toda esa velocidad se detiene ante la absoluta verdad: no sabe qué demonios sigue a continuación.

–Senpai.

–¿Vas a hacerme morder el futón, Tobi?

Y suena tan delicioso que finalmente Obito tiene una revelación.

–Tengo curiosidad.

El click en su mente es total.

–Tengo curiosidad por probarte.


Se la va metiendo, su verga comenzando a sentir el apriete y la succión de aquellos músculos.

–Sí... Mi amor– suspira extasiado. Otra vez va a estar adentro de ese culo.

Otra vez va a sentirlo. Deidara.

El terrorista se revuelve un poco en su lugar, ríe con pesadez mientras se empala y le da la espalda a su discípulo.

–Cuidado con lo que sueñas, Tobi.

Pero Obito no le escucha. Está demasiado concentrado en ver bien todo el proceso y no arrancarse la máscara en la desesperación por no perderse nada. El sharingan trabaja como nunca, graba todo lo que ve, intenta aprender hasta las sensaciones físicas.

Sus manos, desnudas hace un tiempo, aprietan las caderas de Deidara para que se empale con más fuerza.

El rubio suelta sensual quejido y comienza a gemir con menos intermitencia.

Se gana una rápida visión de Obito, fija el sharingan en los hombros ahora temblorosos y en la cortina de cabello rubio cubriendo gran parte de la espalda pequeña, mientras el chico agita levemente su cabeza, con su característico peinado ya bastante desprolijo.

Sigue las líneas del cabello, vuelve a ver el final de su espalda, el surgimiento de esas nalgas redondeadas que se abren sedosas a su paso.

Deidara presiente que está siendo observado e inclina más adelante la espalda, expone al máximo su trasero. El movimiento le hace sentir con brusquedad la verga que aún no termina de penetrarlo.

Obito se muerde el labio hasta hacerse sangrar, y aprieta con más fuerza esas caderas a falta de saber qué hacer para perpetuar la sensación. Pero su voluntad no dura mucho, dirigiendo sus manos a pellizcarle el culo. Empujó la cadera hacia adelante mientras aprieta la carne con brío, desea que ojalá se enrojezca y se deleita en el resultado. El sharingan no deja de grabar.

Deidara se queja un poco y Obito prosigue para ver más de lo que quiere. La cara interna de las nalgas de Deidara ahora se sonroja ante la presión de sus dedos, y maravillado con el resultado, vuelve a empujar, escucha cómo eso que le hace a su compañero le quita el aire de repente y una sonrisa de superioridad aparece en su rostro.

Sostiene la zona cercana al ano con sus pulgares, el resto de sus largo dedos se estira hacia las caderas, asegurando ambos extremos con fuerza. Le imprime una única fuerza a su empuje, y vence la resistencia interna, abriendo la carne restante.

Deidara gime como un loco, sus uñas rompen con desesperación la tierra antes maciza.

Obito termina por abrirlo de un golpe, espoleado por la escalada de notas que conmueven sus oídos.

Eso es lo que quiere.

Era es lo que ansía escuchar.

Aunque es la segunda vez que se lo coge, sabe que esos sonidos son los que quiere atrapar para sí. Mientras comienza a empujar y su ritmo se interrumpe con el de Deidara, quien quiere arrancar con las sentadas pero aún no logra sincronizarse, empieza a perseguir como un borracho el sonido de esos gemidos.

Todo lo que quiere es ese orgasmo auditivo, y arrancarle a Deidara gritos y quejas, sentir al fin que recobra el control con ese chico rebelde que siempre le hace perder los estribos pese a lo mucho que se esfuerza por mantener su rol de tonto. Cuando es Deidara el único que se supone que deba perder los estribos.

Con un sentimiento de desesperación, Deidara intenta imponer su ritmo de sentarse, subir y volver a sentarse. Pero la inexperiencia de Tobi interrumpe su búsqueda de armonía, y si bien ha querido demostrarle que domina completamente en esa posición, los empujones brutos y profundos le hacen perder la concentración, sacándole gritos como a un perro en apuros.

Su cuerpo se inclina más hacia delante, sintiendo la tierra meterse entre sus uñas y dedos. Tobi aprovecha para empujar con más fuerza, y Deidara sacude sus caderas hacia abajo en un momento infortunado, desesperado por mantenerlo en su sitio. Logra que Tobi no rompa la postura de cuclillas que mantenía, sí, pero a costa de un roce demasiado violento que le hace gritar vergonzosamente, confundido entre el dolor y el placer.

Obito cierra los ojos al sentir como la cadera de Deidara se impone sobre la suya y se lo clava mucho más, casi dolorosa, profundamente en el recto. Pero con ese movimiento y el torso casi echado sobre el suelo, Deidara no tiene mucho que hacer, y Obito sigue pujando y pujando. Ya no pretende cambiar de pose como antes, sino ensancharle más luego de esa violenta clavada.

Deidara gime más fuerte y sus caderas pierden toda voluntad por unos instantes, dejándose hacer. Mientras su boca se abre inconscientemente, sus piernas y caderas terminan por sumarse al ritmo de Tobi, olvida su primera intención, pasa de la dominancia a la sumisión en tan pocos segundos, que jamás sabría encontrar un cómo.

Obito pasa sus manos por las nalgas ajenas, se apoya sobre la mejor parte de la carne para asegurar la intolerancia de su empuje. Sólo guiándose por el sonido, había logrado que Deidara se viera despatarrado sobre el suelo, las piernas como las de una rana por saltar, sin poder hacer nada al respecto. Sólo disfruta de ese sonido y se concentra en cómo suenan los deliciosos gemidos del otro; ha perseguido el origen de los mismos con el movimiento de sus huesos, sus músculos y sus articulaciones, logra voltear las tornas a su favor.

Al fin puede sentir que concreta su sed de venganza contra ese chico atrevido que siempre sale indemne de sus intentos de destruirle los sueños y la creatividad inocente. Finalmente encuentra un modo de hacerle callar la boca de esas presunciones arrogantes sobre arte y otras mierdas efímeras, es el triunfo de Tobi sobre su senpai, de Obito sobre la ideología de Deidara.

Si no puede destruirla y usarla para sus fines, ya no importa, ha descubierto que tiene el poder de callar a Deidara si le pone la verga en la boca, porque se la va a comer como el vicioso que es. O quizás en el culo, como en ese momento, para que en vez de oírlo rebelarse y escaparse constantemente de su veneno, todos sus argumentos se conviertan en gritos de lupanar. Gritando de esa manera, le hace dudar seriamente de si acaso, el artista no lo está disfrutando más que él.

Aunque no importa en absoluto quién de los dos lo disfruta más. Obito no deja de hacer uso absurdo de su sharingan, cuando todo lo que le importa es el sonido. Cuando, ante cualquier variación ignorante que intenta, le saca una nota nueva a Deidara. Cuando dirige una mano hacia su pecho y le pellizca un pezón escucha una cosa, cuando se corre levemente la máscara y le lame la oreja oye otra, y la curiosidad le vuelve loco obligándole a probar más cosas como morder para obtener otro sonido, golpear muslos, estrujarle el pene.

Cualquier cosa que intenta producía octavas de diferencia que de repente escucha muy bien, y se siente ciego, toca de los modos más inverosímiles ese cuerpo para obtener música para su alma mustia.

Ya no importa tanto su placer personal de penetrarlo y ya, lo que ahora importa es poner a Deidara a musicalizar la muy buena follada que le está dando.

Y a Deidara ya no le importa zanjar el dominio, sino entender por qué se siente cómodo sin tener el control por primera vez en su vida, y a manos -literal- del idiota de su compañero.

El pensamiento le pone tan duro, que supone que el orgasmo se acerca.

–Tobi– se le escapa, quiere avisar.

El otro resopla, pero no le responde. Deidara no sabe que el enmascarado repite en la mente su tono de voz pronunciando su falsa identidad.

Cada sílaba como un pequeño orgasmo en la cabeza del Uchiha.

Obito empuja más fuerte, más caliente que nunca.

Más gritos.

Más gemidos.

Si Deidara no se los da con eso, se los va a arrancar. Uno por uno. Le hará llorar de ser necesario.

Se dice que es por todo lo que tiene que soportar con un personaje tan tonto como Tobi. Por toda la altanería de ese terrorista suicida. Y por toda la mierda que le ha ocurrido en la vida. Va a dejar mudo a Deidara luego de hacerle gritar tanto, para que nunca más esa voz agitada le ponga tan duro y le haga renunciar a todo cuidado, como está pasando ahora.

Porque si pierde el dominio del plan y de Akatsuki, la culpa será del rubio, su culo y esas tres lenguas que le lamen tan bien. Y esos ojos dejarán de brillar tanto, cuando Deidara no se atreva nunca más a seducirlo como lo ha hecho, arrepentido y con el culo roto como lo va a dejar.

Los sonidos roncos, borrosamente parecidos a los de un asno, suben en intensidad, coronan todo el placer de sus pensamientos.

Sin poder pensar ni ver, se sigue guiando por el sonido y comprende que esos gritos desesperados le están haciendo venir.

A duras penas dirige la mirada hacia abajo para grabarlo todo con su sharingan, temblando de placer. Ignora que Deidara está mordiendo y tragando tierra mientras explota él también, feliz de sentir como Tobi le inunda poco a poco el culo de leche desconocida.

Obito gime, mientras termina de venirse en su interior, comenzando a dilucidar el líquido blanco que intenta escaparse del interior lleno de Deidara.

Se vence finalmente las piernas de Deidara, se recuesta sobre el suelo a la par que Tobi sale bruscamente de él y le hace doler.

Ese es el último y pequeño gemido que Obito consigue. Y le hace sentir pleno como un demonio en el esplendor de su poder.

Se da cuenta entonces de que el también resopla como un animal. Se reacomoda la incómoda máscara, y se tumbó boca arriba, la vista perdida en el cielo azul como los ojos de Deidara.

"Otra vez esas estupideces", se reprende.

Deidara también mira perdido el cielo, preguntándose cómo demonios la dinámica aburrida de las misiones de siempre ha acabado con Tobi despidiéndose de su evidente virginidad.

Y sobre todo, cómo él, Deidara, ha sido hecho mierda a la segunda del novato.

Se quita con vaguedad algo de tierra de las comisuras y se sonríe. Tobi lo vuelve todo tan interesante, no es la primera vez que lo piensa.

Al cabo de cinco minutos, las respiraciones se han regulado un poco y Deidara gira, apoya su cabeza en su mano derecha.

–Hey. Tobi.

Obito siente que su corazón salta de miedo puro.

Y no sabe el por qué.

Lentamente, gira su cabeza hasta observarle, deseando muy fuertemente que Deidara fuera otro y le lloriqueara porque le dolía el culo, que le pida que no se lo cogiera más porque no va a aguantarlo, o que se hubiera quedado mudo ya y no lo expusiera a ninguna otra situación embarazosa.

Porque en esos minutos donde cree que sus pulmones fallarán, es consciente de todo lo que ha experimentado, y vergüenza es una palabra que se le queda corta.

En su inexperiencia, ruega porque Deidara le pidiera que nunca más lo hicieran. Tiene que ser eso, porque los ojos del rubio están rojizos.

Eso le calma un poco.

Deidara se mueve como lagartija luego de colocar su capa bajo su vientre, protege así su intimidad del contacto con la tierra.

Obito se asusta de ver que el chico no se frena, y sigue hasta acomodar sus antebrazos sobre su pecho pegoteado al spandex negro.

Coloca su mentón sobre sus manos, sus tobillos se elevan para comenzar a mover suavemente los pies desnudos en el aire.

El brillo que llegó a creer que se extinguiría, le revela ahora una mirada cómplice, traviesa, juvenil, y peor aún si es posible, hasta contagiosa.

–No esperaba que lo lograras así, pero al fin le caes bien a tu senpai.

Obito cree que le va a dar un infarto. No, eso no es lo que había buscado.

Deidara se ve radiante de felicidad, completamente en su mundo, y con su integridad más fuerte que nunca: salta a la vista.

–Vamos a hacerlo siempre a partir de ahora, ¿sí?– propone risueño, mientras se agacha para darle una profunda chupada al pene flácido que cuelga de las piernas de su compañero.

Obito ve en colores.

Deidara está de nuevo encima de su pecho, con una carita de felicidad inocente.

"¡Después de todo esto...!".

Obito ignora que el inocente es él.

Deidara lleva un índice hacia la máscara y lo empuja contra la zona en la que supone se esconde la nariz de su compañero. Aún no siente prisas de descubrirle el rostro, le agrega un condimento que nunca ha vivido y aún tienen mucha diversión por adelante. Y va a explotarla al máximo.

Contento con el avance de su discípulo, le guiña un ojo mientras se abraza a su pecho y comienza a remolonear, dispuesto a descansar un poco.

El futuro de Akatsuki puede esperar, el aire silvestre se siente demasiado bien contra su cuerpo desnudo y sus nalgas mojadas.

El ojo bueno de Obito se abre tanto que parece que nunca más va a cerrarse. Como una sirena, Deidara lo ha tentado con sus sonidos, él ha buscado disuadirlo destrozándole el culo y se ha alimentado lo suficiente de todos esos gritos y gemidos como para vivir mil años. Pero tonto de él, que había creído que todo terminaría ahí.

Que Deidara pediría clemencia o algo parecido, cuando lo había disfrutado más que nunca.

Queriendo domarlo de una forma extrema, le había complacido como nadie.

Se lleva las manos a la cabeza, tomando real dimensión de todo el asunto, mientras baja la mirada para observar cómo Deidara comienza a babear en su pecho, dormido.

Encima se ve lindo.

Y lo peor era que si le hace caso a Deidara, volverá a escuchar esos sensuales sonidos dedicados a él. Él que se creyó que con dos veces se saciaría, y que seguiría más firme que nunca con su plan, la tentación que representaba el rubio finalmente vencida.

Quiere gritar y arrancarse los cabellos hasta dejarse calvo, por necio ignorante. Y ni siquiera va a hacerlo, porque Deidara se ve cómodo así y por algún motivo, perturbar su sueño ahora se le antoja más sacrílego que quitarle el bastón a una abuelita reumática.

Obito sabe que en la primera vez hubo mucho de su curiosidad, en la segunda, vicio por la música de Deidara. Se vuelve a repetir que sólo ha sido eso, romperle el trasero y esperar a que eso acobardara a su compañero.

Pero había olvidado quién era Deidara.

Y, por sobre todas las cosas, Obito Uchiha ha descubierto lo que es el sexo.


¡Vuelvo a publicar! Esta es una historia corta, de seguro un two-shot o three-shot a lo sumo. Estoy muy feliz de poder dejar algo nuevo aquí sin que sea por la tobideiweek. He perdido práctica y me canso bastante jaja. Espero que anden bien. Encuentros y Consecuencias siguen, tenedme un poco más de paciencia por favor, si es que alguien queda allí jaja. Se despide con una reverencia, sin mas dilaciones ni dilataciones (hm), sayo!