La reencarnación nunca fue uno de mis temas de interés. Sólo sé que sucedió.

No sé cómo ni el por qué.

Recuerdo fragmentos dispersos que no tienen ni pies ni cabeza, tampoco puedo ir más allá en mis memorias por mucho que me esforzara. Lo que sí sabía, era que este es un después. Lo sabía como una respuesta predeterminada ante mis cuestionamientos.

El caso es, no sé cómo morí, ni las razones que me trajeron a este lugar que es mucho más colorido de lo que solía estar acostumbrada. Mis ojos ardían por los colores que prácticamente vibraban de vida, o tal vez simplemente era mi reciente vista de bebé. Lo que, sí, era inquietante ser un bebé al que le cambiaban el pañal, le daban de comer, y golpeaban la espalda para eructar.

Mi primer día aquí fue un gran shock. Hice que, la que ahora es mi madre, entrara en un severo pánico al verme llorar en silencio cada vez que me mantenía despierta. El hecho de no reaccionar por mucho que intentara hablarme, llamarme o hacerme comer, agravaba el asunto.

Era solo que... me sentía vacía.

Enojada.

Confundida.

Preocupada.

Frustrada.

Y...

Bueno tal vez, no vacía per sé. Era que tenía tantas emociones en mí, la mayoría negativas, que prácticamente me convertí en un agujero negro. Un tumulto de emociones con el suficiente peso para hacerme sentir vacía.

Y luego vi un pájaro. Un pelícano con sombrero blanco y periódicos colgando de un morral.

Fue como si una masa de hierro chocara con mi cabeza. Todo vino a mí. Todo One Piece. Seguía sin saber quién era, pero sí sabía que este mundo no era más que fantasías y mentiras. De sueños y esperanzas. De gritos y libertad.

...

Renací en otro mundo.

En el mundo de One Piece.

Y honestamente... no sé qué esperar de esto.