20

Las horas pasaron una detrás de otra sin que Milk fuera del todo consciente de esto. Su enfocó tanto en intentar atrapar esa vasija, que Karin movía por todo aquel espacio jugando "al gato y al ratón" con ella, que no reparó en lo tarde que se estaba haciendo hasta que el sol comenzó a meterse. Fue también en ese instante en el que el cansancio de su cuerpo se volvió más tangible e insostenible, y sus piernas terminaron por ceder y su cuerpo entero se desplomó de sentón al suelo.

Se quedó ahí un buen rato, respirando agitadamente, y con su corazón retumbando con violencia bajo su pecho.

—¿Qué pasa? —le preguntó la voz chillona de Karin, de pie a unos metros de ella—. ¿Ya te cansaste tan pronto?

—¿Tan pronto? —exclamó Milk con irritación. Se giró entonces a mirar al cielo, que comenzaba a tornarse de un tono anaranjado con el inminente ocaso—. No puede ser que en verdad esté anocheciendo ya.

«Estuve todo el día en esto» pensó, como una pequeña recriminación para sí misma.

Lo extraño era que no le había dado hambre en todo ese tiempo, y aún no lo sentía. ¿Sería algún efecto de la semilla que me habían dado más temprano? Como fuera, no se paró demasiado a pensar al respecto, pues lo que más le agobiaba era la frustración de no haber logrado nada. No estaba ni un poco más cerca de obtener la dichosa Agua Ultrasagrada, o lo que fuera.

—Bien, me parece que fue un buen primer día —exclamó Karin con optimismo, y se dirigió en ese momento hacia las escaleras que llevaban al nivel inferior—. Si quieres descansemos y seguimos mañana.

—¿Mañana? —espetó Milk, exaltada. Y sobreponiéndose a su cansancio, logró ponerse de pie e ir tras él—. Espere un momento, ¿cuánto tiempo tiene pensado seguir con esto?

—El tiempo que necesites —respondió Karin con asombrosa normalidad—. Yo no tengo ninguna prisa.

—¡Pero yo sí!

Milk siguió al viejo ermitaño hasta el nivel inferior de la torre. Éste aún cargaba consigo su bastón, y la vasija colgando de ésta. Se sintió tentada a intentar quitársela ahora que le daba la espalda y estaba (aparentemente) distraído. No obstante, tras todo un día de estarlo persiguiendo, presintió que pasaría exactamente lo mismo de todas formas.

—No hay necesidad de que te presiones a ti misma —comentó Karin—. Después de todo, a Goku le tomó tres días arrebatarme la jarra.

—¿Tres días? —exclamó Milk sorprendida, deteniéndose de su sitio—. ¿Él tuvo que hacer lo mismo…?

Había comenzado a pensar que aquello era algún tipo de broma que le estaba jugando sólo a ella. Pero, ¿Goku igualmente tuvo que hacer eso mismo cuando subió por primera vez? Si ese fue el caso, le hubiera gustado que se lo contara, quizás así hubiera estado mejor preparada para lo que se encontraría. Pero supuso que era una de esas cosas en las que su difunto marido no solía pensar si nadie le preguntaba al respecto directamente.

—Así es —asintió Karin, y luego se giró de lleno hacia ella para encararla—. Aunque claro, a Roshi le tomó unos… tres años.

Aquello para Milk fue como un balde de agua fría cayéndole directo en la cabeza, desapareciendo en un chasquido cualquier rastro de agotamiento que le quedara encima.

—¡¿Tres años?! —exclamó en alto, resonando casi como un rugido—. ¡¿Me está diciendo que el Maestro Roshi estuvo aquí tres años hasta que pudo quitarle esa vasija?!

—Más o menos —respondió Karin con absoluta calma.

—Eso… eso mentira, ¡no puede ser cierto!

—Yo nunca miento —declaró Karin con firmeza—. No normalmente, al menos.

Acompañó su comentario con otra de esas risas burlonas.

Las piernas de Milk volvieron a ceder, y cayó de sentón al suelo una vez más. Su cabeza le daba vueltas, y sintió de pronto una fuerte opresión en el estómago.

Le sería imposible de creer lo que le decía, sino fuera por su propia experiencia de ese día, en el que por más que lo intentó no logró acercarse a esa vasija más de lo que el Maestro Karin claramente quería que se acercara. Era demasiado rápido, y era como si lograra predecir por completo cada uno de sus movimientos, al mismo tiempo que lograba moverse tan impredeciblemente que la tomaba totalmente desprevenida. Y a eso encima tenía que sumarle lo mucho que se le dificultaba respirar en ese sitio, muy seguramente por la altura.

Goku tardó tres días, y el Maestro Roshi tres años… Y ambos eran guerreros muy por encima de ella. ¿Cuánto tiempo le tomaría lograr lo mismo…?

—No… —susurró despacio, y justo entonces se paró rápidamente con mayor convicción—. ¡No puedo perder todo ese tiempo aquí! ¡Mi hijo me necesita ahora mismo! ¡Y esos extraterrestres llegarán en menos de un año!

—No tienes que quedarte aquí si no quieres —señaló Karin con simpleza—. Puedes irte a casa como te propuse desde el inicio.

—¡¿Por qué no sólo me da el agua y ya?! —exclamó Milk, molesta—. Dijo que con beberla me volvería lo suficientemente fuerte para entrenar con los otros. ¿Por qué pasar por todo esto? ¡Es absurdo!

Ambos guardaron silencio unos segundos, mirándose mutuamente (o al menos a Milk le pareció que en efecto la miraba). Mientras la expresión felina de Karin era totalmente indescifrable, en el rostro de Milk se reflejaba una fierra convicción y dureza.

Tras esos momentos de silencio, Karin volvió a hablar al fin, con voz calmada, casi monótona.

—Cuándo tu hijo te dice que una lección es muy difícil o muy larga… ¿le permites pasar de ella? ¿O lo dejas usar algún atajo?

Milk se sobresaltó, un tanto destanteada por el comentario tan repentino que, a primera vista, no tenía relación con lo que estaban hablando. Sin embargo, no requirió pensar mucho al respecto para entender qué era lo que intentaba decirle.

—No, claro que no —le respondió en voz baja.

—¿Y eso por qué?

—Porque el esforzarse hasta el último momento, es parte también de la lección —indicó con firmeza en voz, pero sin alzarla de más.

Karin asintió, complacido con la respuesta.

—Pues esto es lo mismo. No hay atajos para esto. Se tiene que hacer de la forma que se tiene que hacer. Si no quieres hacerlo así, entonces no lo hagas.

—Pero ésta es una situación extraordinaria, de vida o muerte —declaró Milk, aunque en esa ocasión con mayor temple que antes—. ¿Acaso no puede ver la diferencia?

—Ya te dije que la vida de tu hijo no corre ningún peligro.

—¡Y yo ya le dije que no hay forma de que crea eso!

—Bueno, bueno, evidentemente estás algo irritable. Descansemos y sigamos intentándolo mañana, ¿te parece?

Dicho eso, se dio media vuelta, con la evidente intención de retirarse justo como decía. Milk, sin embargo, no estaba dispuesta a dejar las cosas así como así. Por lo que, en cuanto Karin le dio la espalda, se lanzó sin vacilación alguna hacia él, extendiendo sus manos hacia la vasija. Pensó que podría tomarlo por sorpresa, pero fue obvio que no sería así en el momento en que tanto el gato como la vasija desaparecieron de un parpadeo a otro de delante de ella, y la mujer terminó estrellándose de cara contra el suelo.

—¡Ah! —exclamó adolorida, girándose para quedar sobre su espalda, y tomando su rostro enrojecido con ambas manos.

—Buenas noches —escuchó pronunciar la voz de Karin. Y para cuando logró girarse y voltear a verlo, el viejo maestro simplemente había desaparecido.

—¿Qué? —exclamó Milk azorada. Se sentó rápidamente, e inspeccionó todo aquel lugar con su mirada, pero no vio rastro alguno del gato ermitaño—. ¿Maestro Karin? ¡¿A dónde fue?! ¡Oiga!

No recibió ninguna respuesta. Se puso rápidamente de pie y subió las escaleras hacia la parte superior, esperando encontrarlo ahí, pero no fue así. Donde quiera que se hubiera escondido, era evidente que no quería que lo encontrara. Y lo peor era que se había ido con todo y el Agua Ultrasagrada.

—No puede ser —maldijo con molestia, golpeando el suelo con un pie—. Suficiente, me largo de aquí.

Caminó furiosa hacia el barandal que rodeaba aquella terraza, miró fijamente al horizonte, y tomó aire para así poder gritar con fuerza.

—¡Nube Vo…! —comenzó a pronunciar, pero se detuvo a último momento.

Las palabras que Karin había pronunciado hace rato resonaron en su cabeza:

Cuándo tu hijo te dice que una lección es muy difícil o muy larga… ¿le permites pasar de ella? ¿O lo dejas usar algún atajo?

Conforme aquella idea tomaba forma, su rostro furioso se fue suavizando lentamente, al igual que sus hombros y sus puños, conforme la ira menguaba.

¿Qué haría si se iba de ahí? ¿Volver a enfrentarse con Piccolo? Pasaría exactamente lo mismo que la primera vez, y muy posiblemente ahora sí la mataría sin que Krilin ni nadie pudiera intervenir para salvarla. Esa era la única forma de volverse lo suficientemente fuerte para salvar a su hijo. Y, como el Maestro Karin bien había dicho, no había atajos para lograrlo. Era hacer eso, o irse a casa y esperar a que Goku reviviera, muerta de la angustia por no saber lo que le pasaría a su amado hijo. Al menos haciendo eso sentía que estaba haciendo algo… apenas.

Suspiró con pesadez y algo de cansancio. Se apoyó entonces contra el barandal, y fijó su mirada hacia el frente, contemplando lo poco que quedaba del ocaso.

«Gohan, mi pequeño Gohan… por favor, que en verdad estés bien. Resiste, por favor. Tu mamá irá a salvarte en cuanto pueda, te lo prometo»

Alzó su mirada entonces hacia el cielo, que en esos momentos ya comenzaba a verse tupido por las estrellas. Y entre todos esos brillantes puntos que alumbraban el firmamento, le pareció por un momento visualizar el apacible rostro de su esposo, observándola desde las alturas.

«Goku, ¿acaso tú puedes verme desde dónde estás? Quiero pensar que sí. ¿Te estás esforzando mucho por volver con nosotros y salvarnos de esta amenaza que se encuentra sobre nosotros? Por favor, no tardes tanto… en serio te necesito, mi amor…»

Su familia significaba todo para ella. Sin ellos, la agobiante soledad que la oprimía resultaba más asfixiante que la falta de aire de ese sitio.

Cruzó sus brazos sobre el barandal, y apoyó su cabeza sobre estos, recostándola sobre su costado. A pesar de la incómoda posición, y quizás debido a lo realmente agotador que había sido aquel día, no tardó mucho en caer dormida.