El hombre-caballo y los cambios que trajo a mi vida.


Mi madre me ha repetido mil veces que, cuando nací, el mismo Eumolpo se alzó desde las aguas –las aguas del inodoro de nuestro apartamento, supongo, porque ella insistió en darme a luz en la bañera y no se me ocurre por dónde más pudo salir mi pobre hermanastro– para tocarme las más bellas melodías con su lira, que el propio Bóreas dejó todas sus obligaciones para soplar levemente sus más tiernos vientos y así secarme la carita y que todas las auras bailaron contentísimas dando vueltas a mí alrededor. Mamá me llama amargada cuando cuestiono la veracidad de ese cuento de hadas, yo creo que tengo buenos motivos para dudar las palabras de una madre que ha intentado convencerse por demasiados años que no hizo nada malo al dejarme atrapada en la situación en la que actualmente estoy.

Seguro que no estás entendiendo nada de lo que te estoy diciendo, querido lector, déjame decirte algo que te ayudara muchísimo con el resto de esta novela.

Yo tampoco entiendo nada de lo que está pasando, mucho menos lo que te estoy contando. Me voy a limitar a describirte qué diantres pasa por delante de mis ojos y ojalá logres entender el significado de todo esto, porque, como te acabo de decir, podríamos decir que incluso estoy más pérdida que tú.

Querido lector, yo no quería ser una semidiosa, mucho menos tener la madre divina que tengo, pero las Moiras son unas viejas muy desagradables y crueles que se divierten viendo a gente como a nosotros sufriendo por todas las locuras que se les ocurren.

Porque ahí está lo más importante de la cuestión, por si no te habías dado cuenta. Tú y yo sabemos que si estás leyendo esto es porque alguna sospecha tienes de que podrías estar metido en el mismo marrón, te diría que apagues el aparato por el que estés leyendo mi historia y salgas corriendo al campo sin internet más cercano que tengas para que allí te crees una vida, con suerte, lejos de todas estás locuras. Pero tú y yo sabemos a la perfección que si has llegado hasta aquí ya es algo tarde para ti, vamos, ¿has visto las advertencias para edad? No te puedes librar tan fácil ahora, por rebuscar tanto has acabado aquí y te fastidias un poco, es lo que hay.

Y ya que estamos metidos en esto los dos, mejor te voy dando consejillos a la par que te cuento qué diantres pasó conmigo.

Me encantaría hacerte la broma de que todos mis problemas empezaron con mi nacimiento y que desde entonces todo ha ido en picado, pero no, no fue allí, fue un poquito antes. Los problemas llegaron en el cuerpo de una veinteañera que empezaba a acariciar los temibles treinta, con una mirada azul oscura amenazante –que mi madre insiste con que era irresistible, pero no sé yo si le creo eso– y una larga melena negra como las noches más frías de invierno. Mis madres se conocieron un año antes de la gigantomaquia, cuando los planes ya empezaban a llevarse a cabo y mi madre divina estaba metida hasta las trancas en todo el plan de la madre del titán Cronos, pronto todo el temita de secuestrar al pobre dios de la Muerte empezaría y, mientras Quíone tomaba la forma de una quinceañera para poder ligar amenamente con el héroe Jason –que en paz descanse– y recibir los halagos de un hijo de Hefesto, mi madre se daba cuenta que estaba embarazada de una diosa.

También me encantaría decirte que mi pobre madre mortal no tenía ni idea de dónde se estaba metiendo, como la mayoría de las madres mortales, que ella jamás pudo haber imaginado que acabaría embarazada de una mujer que hasta entonces le había parecido cis, que ella no sabía absolutamente nada sobre los dioses griegos ni su existencia... pero en verdad mi madre mortal no era del todo mortal y tampoco tenía la cabeza en los laureles. Mi madre mortal desciende de Afrodita, la diosa del amor y la sexualidad; la pobre no está del todo segura de que tantos tátaras tiene que darle a la diosa olímpica, pero ahí estaba en el árbol genealógico, por lo que, desde ese punto, mi madre conocía todo el tema del panteón griego. Por otro lado, alguien no pudo cerrar el pico. Quíone se había pasado toda su relación asegurándole que, luego de que los titanes fallaran estrepitosamente, serían ellos, aquellos que se aliaron con los gigantes, quienes cambiarían el mundo actual por completo, derrocando a los reyes actuales y estableciendo un panteón mucho más poderoso y justo para los dioses menores olvidados, Quíone se encargó de obviar todos los destrozos que habría en el mundo si su equipo ganaba para venderle la guerra a su amante como el mayor milagro de toda la historia...

Mi madre sigue pensando que si Gea hubiera ganado, y por tanto Quíone, las cosas tampoco hubieran sido tan malas, se basa bastante en que, teniendo en cuenta que para aquel entonces ella estaba embarazada conmigo, seguramente Quíone se hubiera preocupado en mantenernos con vida y nos habría resguardado en un bellísimo palacio de hielo y nieve mientras ella comenzaba a gobernar el mundo con frío y terror... Algo me dice que está muy equivocada, pero ¿quién soy yo para quitarle esas ilusiones? A la pobre se le había venido el mundo abajo cuando tuvo que afrontar la realidad de que Quíone no volvería y que ahora tenía que criarme ella sola. He de admitir, y no estoy orgullosa de esto, que me he pasado muchos años resintiendo la inocencia de mi madre mortal, pero el tiempo me ha enseñado que ella no tuvo más culpa que la de enamorarse de una diosa loca y problemática.

Yo no quería ser una semidiosa, querido lector, y la tristeza de sus ojos me dicen que mi madre no quería ser la coprotagonista de esta terrible historia de amor congelado.

Mi nombre es Elsa Snow –venga, ríete, que sé que tienes ganas de reírte de la hija de la diosa de las nieves con el apellido que significa nieve– y soy la única hija que se le conoce a la traidora del Olimpo repudiada, Quíone. Comprenderás, querido lector, que para los doce olímpicos ser hija de una traidora te convierte en traidora. No importa cuánto lo haya estado intentando desde los diez años, no importa cuántas pequeñas y variadas misiones haga por ellos ni cuanta comida tire al fuego en sus nombres, nunca dejaré de ser la posible amenaza, la cría que podría destruirlo todo, el pequeño problema del Campamento Mestizo que tenía que ser arreglado lo antes posibles.

Pero me estoy adelantando demasiado, perdona mis prisas, comencemos correctamente: con mi llegada al Campamento Mestizo, la zona segura para muchos de nosotros.

Como te he comentado antes, mi madre era consciente de que ella misma tenía algo de divinidad en sus venas, muy arriba en el árbol genealógico se encontraba la diosa Afrodita por lo que, llegado el momento, terminó escuchando del Campamento Mestizo, aunque por ser un legado tan lejano nunca se vio perseguida por monstruos y nunca vio necesidad de asistir en su años mozos. Pero mi caso era diferente, por lo que un día de verano, luego de años repitiéndome de que no tenía padre por mucho que mis profesores insistían con que no pude haber nacido sin un hombre de por medio y de asegurarme que los dioses griegos se paseaban amenamente por diferentes zonas de Estados Unidos, me dijo que vaciara mi mochila de tonterías, metiera conjuntos de ropa, crema solar y todo lo que viera necesario para pasar tiempo en el bosque; me metió en el coche y empezó a conducir con una sonrisa tranquila en el rostro.

–¿A dónde vamos, mamá? –le llegué a preguntar en aquel entonces algo confusa y muy temerosa de por qué me estaba llevando a un bosque. Tenía diez años, pero había visto las suficientes películas para saber que ese tipo de viajes significaban muerte, ya sea mía o la de alguien más, pero muerte al fin y al cabo–. Mamá, en serio, ¿a dónde me estás llevando? ¿vas a dejarme enterrada en el bosque? ¡Te juro que yo no le hice nada al gato de la vecina! ¡Sabes que adoro los gatos! ¡Es ella que me tiene manía!

Pero ella no me respondía, solo conducía con una leve sonrisa en el rostro.

Ahora, no me gusta admitir eso, pero era una cría con una madre que todo el mundo llamaba loca metida en el coche hablando conmigo misma porque ella no me respondía en lo absoluto... comprenderás, lector, que me puse a llorar en silencio convencidísima de que mi madre me iba a matar y a enterrar en ese bosque, a ver si sus problemas así desaparecían.

¿Sabes algo, lector? Viéndolo desde aquí, seis años después de esa anécdota, tampoco hubiera estado mal que mi madre me hubiera hecho el enorme favor de acabar con todo mi futuro sufrimiento antes de que llegara.

–Vas a estar bien, ratoncita –me había dicho mientras yo me apretujaba en mi asiento, abrazada a mi mochila azul, todavía tengo esa mochila azul, solo como recuerdo, pero aún la tengo–. Todo va a ir de maravilla a partir de ahora.

–Mentirosa –le dije en ese momento llena de rabia, y no me equivocaba, porque empezar a quedarme en el Campamento realmente no hizo más que empeorar mi situación. Pero ella, que podía ganarse la mirada de incluso diosas pero no ver el futuro –problemas de ser descendiente de Afrodita y no de Apolo–, se limitó a llevar una de sus manos a su cabeza para acariciarme el pelo, me relajo un poco y que luego me prometiera por el dedo meñique que obviamente no iba a matarme ayudó bastante a que no berreara todo el camino hacia el bosque.

Si pudiera elegir dónde morir, lo supe en aquel entonces, el bosque que ocultaba el Campamento Mestizo era mi opción favorita, sin duda alguna. Los árboles durante el verano eran frondosos e inmensos, tapizaban con su verdor el cielo despejado de Nueva York, el pasto le hacía leves cosquillas a mis tobillos descubiertos y el olor a naturaleza me había invadido dulcemente los pulmones. Había cierto cantico celestial corriendo por la brisa y podía ver colores revoloteando por el viento, conocí la magia en ese sencillo bosque, antes de siquiera observar la magia verdadera... es cierto que es un poco raro que una cría de diez años estuviera pensando en dónde le gustaría morir, pero, oye, al menos tenía las ideas muy claras.

Toda la vida había visto cosas extrañas, sobre todo porque mi madre jamás intentó fingir que esos monstruos que veía por el rabillo del ojos eran tan solo imaginaciones. Mi madre quería que entendiera por completo qué era yo, cuál era mi lugar en este mundo y por qué había nacido de la forma que lo había hecho. Me permitió jugar con la nieve veraniega de casa toda la vida, me permitió experimentar qué tanta agua podía congelar con un solo toque y, aquel día, me cargó en sus brazos y me alzó para rozar con mis dedos las escamas de aquella criatura gigantesca que rodeaba recelosamente un ancho árbol. Sus ojos eran dos esferas de pura rabia y desconfianza, pero aun así me permitió toquetearle suavemente el espacio entre los ojos, me dejo imitar las caricias que me hacia mi madre en el rostro para ayudarme a dormir aunque en ese entonces la bestia no parecía querer echarse una siesta.

–Veo que le habéis caído bien a Peleo –nos había dicho una voz masculina de momento a otro, yo había pegado un respingo y mi madre volteó a verlo bruscamente, alejándome de la magnífica criatura–, bienvenidas al Campamento Mestizo, familia Snow.

–Mamá –la llamé en ese entonces mientras no dejaba de mirar fijamente al hombre de canoso cabello castaño y espesa barba... con piernas de caballo–, mamá, ¿qué diantres le pusiste a mi desayuno?

Ella me regañó en ese momento, como si estar viendo a un tío con patas de caballo fuera resultado de un desayuno completamente nutritivo y nada alterado con estupefacientes. Pensé en ese momento que seguía dormida, que aquello era un sueño rarísimo y que ahí estaba yo criticando a mi propia madre cuando era todo culpa de una imaginación infantil un tanto demasiado alocada, pero los dolorosos pellizcos que me di a mí misma no jugaron a favor de esa teoría. El hombre en aquel momento solo rio levemente mientras galopaba hacia nosotras, negando un poco la cabeza y mirándome como si fuera lo más entretenido del mundo entero, que a veces lo era, no te lo niego, ser consciente de que controlas el hielo y la nieve suele darte cierto humor que deja impactado a casi todo el mundo.

Mi madre me bajó de sus brazos y me dijo que me quedaría todo el verano con aquel hombre en un lugar llamado Campamento Mestizo, comprenderás, querido lector, que en ese momento no tenía ni idea en qué consistía eso del Campamento Mestizo y lo que estaba comprendiendo es que mi madre me dejaba en el bosque, con solo una pequeña mochila azul de equipaje y acompañada por un completo desconocido.

Le dije que no pensaba quedarme allí yo sola, que ya había escuchado y visto los suficientes casos de crímenes reales como para saber que eso no acabaría bien para mí, que si pensaba que no me estaba dando cuenta que esto olía a asesinato en primer grado me creía mucho más tonta de lo que era. Mamá me pegó un golpe en la nuca y me dijo que me dejara de tonterías, me dio un beso en la frente y me dijo que me cuidara, yo le respondí que me estaba dando mensajes cruzados y antes que me diera otra colleja me escurrí lejos de ella y, decidiendo finalmente hacerle caso, me acerque levemente al hombre caballo. Cuando mi madre se fue, lo cual me dolió bastante porque todavía no entendía del todo qué hacía en el aquel lugar, el hombre con mucha ternura se presentó a sí mismo como Quirón, entrenador de héroes.

–Dime Elsa –me había dicho mientras caminábamos hacia adelante, de vez en cuando tomándome de la mano para que no me cayera de morros con zonas húmedas en las que podía tropezarme–, ¿qué sabes del panteón griego?

Yo en aquel entonces me apretuje los labios intentando acordarme. –He escuchado el musical Hadestown, así que sé que me conozco el mito de Orfeo y Eurídice... también me he visto algunas películas acerca de Aquiles... sé de los gigantes y de Gea... Y poco más la verdad –fue entonces que miré, bastante irrespetuosamente la verdad, hacia atrás para ver las piernas de Quirón–. ¿Puedo preguntar? –me atreví a señalar su cuerpo con uno de mis dedos.

–Soy un centauro, Elsa, mitad hombre, mitad caballo –yo en aquel momento asentí como si realmente pensara que algo de eso tenía sentido–. Verás, Elsa, tu madre me ha comentado que ya eres consciente de la verdad, pero quiero preguntártelo a ti, ¿sabes qué eres, Elsa?

Me quedé viéndolo fijamente en eso momento, de vez en cuando desviando la mirada, no del todo segura de a qué se refería ese hombre.

–¿Habla de mi otra madre? –pregunté en voz baja, acostumbrada a no hablar mucho de esa mujer por las reacciones melancólicas que siempre se dibujaban en el rostro de mi pobre y solitaria madre. Quirón asintió, yo fruncí un poco el ceño–. Mi madre es una mortal, más o menos, porque dice que Afrodita está en su árbol genealógico... mi otra madre manda sobre las nieves y el invierno.

Él me detuvo justo en una entrada de madera. Observé el letrero y, a pesar de mi dislexia, las letras se acomodaron correctamente casi de inmediato.

–Eres una mestiza, Elsa –fue lo que me dijo Quirón en aquel preciso momento, mientras yo seguía intentando comprender cómo aquella danza tranquila y organizada de letras nunca antes la había presenciado–, una semidiosa, una mitad tuya es mortal, la otra es divina. Desciendes de una diosa griega y eso significa problemas, muchacha. Ser una semidiosa es peligroso, Elsa, tienes que saber cómo defenderte y aquí te enseñaremos a hacerlo. Podrás convertirte en una heroína, o sencillamente tener una vida común y corriente, a salvo de los monstruos que te perseguirán.

–¿Monstruos? –fue todo lo que pude repetir en toda esa explosión de información–. ¿Qué monstruos?

–Si los dioses existen, muchacha –empieza a explicarme mientras retoma su andar, pasando finalmente por aquella entrada de letras que danzaban correctamente–, los monstruos de su misma mitología también. Eres especial, Elsa, cualquier semidiós lo es, tu cuerpo entero está preparado para la batalla, solo tenemos que perfeccionarlo para que puedas defenderte sin problema.

Entenderás, querido lector, que en ese momento yo me estaba llevando el susto de mi vida. ¿Puedes siquiera imaginártelo? Solo tienes diez años, acabas de viajar con tu madre hasta un bosque al que nunca habías ido, te ha dado un beso en la frente y te dice que volverá al finalizar el verano, te has puesto a hablar con hombre-caballo y ahora, de momento a otro, este mismo desconocido con piernas de potro te está explicando que no solo eres especial sino que esa diferenciación con el resto del mundo te había hecho ganar varios cupones de una paliza gratis por diferentes bichos aterradores.

Él me dio una palmada en la espalda en aquel entonces, como si eso fuese a ayudarme en lo más mínimo.

–No te estreses, muchacha –me dice con calma, mientras las primeras cabañas empiezan a alzarse ante mi asombrada vista–, estarás a salvo, últimamente la vida de un semidiós se ha facilitado enormemente gracias a nuestra nueva alianza con el Campamento Júpiter.

–¿Qué es el Campamento Júpiter? –pregunté mientras me apretujaba contra Quirón al ver a varios adolescentes correr con espadas enormes y lanzas gigantescas. Mi primera idea fue lo lejos que se podía llegar cuando tu madre no te aconsejaba no correr con tijeras en la mano–. ¿Eso de ir con espadas en mano va a ser muy normal por aquí?

Quirón soltó una risilla, como si hubiera visto a niños tirando flores alegremente entre saltitos y cantos sobre el amor y la amistad. –Pronto te veré incapaz de alejarte de tu arma, ya verás. Y, con respecto a tu anterior pregunta, el Campamento Júpiter es parte de la ciudadela donde los semidioses romanos se mantienen a salvo y llevan a cabo su entrenamiento. Si consigues llegar a más de los dieciocho años, seguramente podrás postularte para pedir una bacante en la universidad de Nueva Roma.

Yo me detuve de golpe en ese momento a pesar de que el centauro siguió caminando.

–¿Cómo que "si llego"? –pregunté angustiada mientras recuperaba los pasos que él me había adelantado–. Dijiste que aquí estaría a salvo.

Él se hundió de brazos. –Nada es seguro cuando eres un mestizo, pronto lo entenderás mucho mejor, muchacha.

–¿Para qué estoy aquí entonces? ¿Por qué no quedarme con mi madre?

–Tu madre no podrá cuidar de ti eternamente. Has aprendido muy prontamente que eres una semidiosa, Elsa, pronto los monstruos notarán tu olor.

Me cruce de brazos bruscamente en aquel entonces. –Huelo a rosas, que lo sepas, por si tu nariz de hombre-caballo no lo nota del todo.

Él me alzó una ceja, aunque tenía una sonrisilla intentando cobrar espacio en su rostro.

–Todo semidiós tiene un olor que atrae a los monstruos. No te niego que huelas a rosas, muchacha, pero seguramente ellos dirían que esas rosas están acompañando a un maravilloso corte de carne.

–Ah, que lo quieren es comerme –bromee con algo de indignación–, que maravilla tú, que ilusión –farfulle con el ceño completamente fruncido–. ¿A dónde vamos exactamente?

–A por una camisa del campamento, luego te llevaré a la fogata para que tu madre te reclame oficialmente.

–¿Reclamarme? ¿Por qué? Ya sé quién es mi madre divina.

Él se hundió de hombros. –Simple formalismo. Tienes suerte muchacha –se equivocó en aquel entonces, no sé si se lo pensó mucho, pero se equivocó enormemente–, eres la única hija de Quíone, toda una cabaña para ti sola. También eres la líder de tu cabaña, por favor, mantenla limpia.


Querido lector, seis años después de mi llegada al Campamento Mestizo, luego de seis años de un montón de locuras y desgracias, con orgullo pude decir algo: Mantuve la cabaña limpia, muy limpia la verdad, incluso podrías comer en el suelo... pero no lo hagas, que luego tendré que limpiarlo, además que no te gustaría estar en la cabaña por muy limpio que está todo.

La pequeña cabaña de Quíone tenía solo dos camas, una de ella por simple amabilidad, la otra la usaba yo y tenía la pared de al lado llenas de fotos y diferentes tipos de recuerdos. Una de ellas, aquella que siempre estaba vacía, estaba dura por el terrible frío dentro de la cabaña y por la falta de uso, eternamente tendida a la perfección, sin una sola arruga, tampoco tenía una almohada, ya lo siento mucho por la falta de simetría o por aquel sentir de vacío que le podría generar a cualquiera, pero las almohadas del Campamento eran bastante largas y a mí siempre me ha gustado abrazar cosas mientras duermo. La cama vacía estaba fría, completamente blanca, y me recordaba siempre que el error que había supuesto mi nacimiento no se volvería a repetir.

La pequeña cabaña de Quíone estaba decorada solo en mi pared de recuerdos y una pequeña parte del techo en el que, con el pasar del tiempo, había pegado unas cuantas de esas pegatinas de estrellas que brillan en la oscuridad. El resto era solo pared pintada de un celeste tan claro que parece blanco, las ventanas eran simples, con cortinas blancas en las que había dibujado copos de nieve en mi primer verano aquí, también había un candelabro pequeño que yo misma había hecho de hielo, iluminaba de una forma muy extraña, pero me negaba a cambiarlo.

La pequeña cabaña de Quíone era mi casita de verano por la que no tenía que pagar aire acondicionado para que estuviera fresca. Aunque en verdad no necesitaba que estuviera fresca, mi propio frio corporal me hacía incapaz de sentir en lo absoluto otras temperaturas que no fueran completamente extremas. No importa cuántos grados haga, solo sentiré calor estando cara a cara frente a un volcán activo, creedme, lo he comprobado. Y es gracias a esta habilidad, querido lector, que consigo tener un poco de justa vendetta con ciertos campistas.

Te lo he comentado antes, cuando eres hija de una traidora, los dioses consideran que tú también eres una posible o absoluta traidora. Lo que no te he dicho es que, según los semidioses, la misma lógica se aplica.

Ser la hija de una diosa menor que formó parte del bando de Gea durante la segunda Gigantomaquia no es la mejor manera de conseguir buenos amigos en un campamento lleno de gente que ha perdido a hermanos y hermanas por esa guerra. Ser la hija de Quíone que nació mientras los Siete de la Profecía combatían a tu propia madre, definitivamente no es la mejor manera de no ser la paria social del Campamento Mestizo. Mucha gente aquí ha oído las atrocidades de cómo tantas vidas se perdieron, muchas cazadoras siguen extrañando a sus hermanas caídas en batalla, y como no se puede encarar a un dios, por muy menor que sea, y los antiguos aliados de la madre de Cronos ya están muertos y encarcelados en el Tártaro, a toda esta gente rota no le queda más remedio ni más opción que descargar toda su rabia y tristeza en... mí.

Entiendo sus traumas, por completo, pero tampoco me puedo dejar pisotear por toda esa gente. Yo no pedí ser quien soy y no pedí tener la madre divina que tengo. Que maldigan a Quíone todo lo que quieran, los acompañaré con gusto, pero no puedo ni quiero dejarles descargar toda su dolor en mí, que se consigan un buen psicólogo o algo. Por eso les molesto tan mínimamente a pesar de todo lo bien que intento caer, porque quiero amigos y quiero recordar que no soy un muñeco de prácticas en el que desestresarse.

Cuando termino de atar los cordones de mis zapatillas me levanto con toda la emoción posible de la cama, tomó la gruesa sudadera azul que hace tiempo me regaló mi madre y tomo todo el aire necesario para comenzar el día. Hoy tengo que participar en Captura de la Bandera pues las cazadoras de Artemisa lo propusieron anoche con sonrisas sádicas dibujadas en sus rostros y Quirón insistió con que todos las cabañas de cinco o menos campistas tenemos que participar sí o sí. Hubiera sido capaz de reconocer que el centauro hablaba de mí incluso sin su mirada clavada en mí, pero a Quirón siempre le ha gustado exagerar para dejar en claro su punto.

El sol me recibe con amabilidad en cuanto salgo de la cabaña, es bueno caerle bien a Apolo, el dios más querido, tal vez un poco por detrás de Hestia, de todo el panteón griego. Hace varios años había llevado a cabo un misión personal para recuperar la divinidad que su padre le había arrebatado para enseñarle una lección, se habían perdido a buenos semidioses en el camino, pero había servido para que el dios del sol y la poesía aprendiera lo que significaba la vida de un mortal y desde entonces era como un segundo director del campamento, contento de ayudarnos en todo lo posible y brindándonos todo el apoyo en las diferentes misiones pequeñas que algunos llegaban a tener. Hace un par de años se había aparecido llorando como loco y vestido de luto porque se había enterado de que una de sus hijas más jóvenes había sido secuestrado por una mortal lunática, nos dijo que necesitaba, por mucho que no quería, mandarnos a alguno de nosotros en una misión para rescatarla porque Zeus no le dejaba ir él mismo porque "era un dios y tenía cosas más importantes que hacer". Me presente voluntaria junto a una hija de Ápate, diosa del engaño, y una hija de Niké, diosa de la victoria, se llaman Heather y Astrid respectivamente.

Fue una misión sencilla, conseguí descubrir dónde tenían retenida a la cría, Heather logró que la mujer nos dejara entrar y Astrid le metió tremenda hostia que me dolió hasta a mí. Rescatamos a la niña y desde entonces Apolo nos proclamó como sus hijas honorarias, me regaló un arco que podía convertirse en un llavero porque insistía que ya me hacía falta una arma, a Heather la bendijo con una voz que podría engatusar a cualquiera, como si la hija de la diosa del engaño necesitara más poder para convencer para hacer cualquier locura a todo el mundo; y a Astrid, aparte de una corona de laureles dorados que fascinó a la hija de la victoria, le entregó la última recomendación que necesitaba para obtener una beca en el universidad de Nueva Roma, universidad a la que tenía pensado partir dentro de dos años al igual que yo. Heather tenía dos recomendaciones, Astrid ya tenía las tres necesarias, en mi caso solo tenía la recomendación de Apolo y estaba buscando la forma de contactarme con mi tátara-algo-abuela Afrodita para ver si podía sacar algo de ella.

No tengo más opciones. No sé a qué otro dios recurrir para conseguir la recomendación que me falta. He intentado hablar con el señor D, pero el hijo de Zeus se limita a ignorarme y repetir que ya le faltaba muy poco para acabar su castigo como para meterse en más líos con la niña traidora de hielo. He intentado probar suerte con dioses menores, pero todos se escabullen espantados cada vez que me ven llegar.

Aunque es cierto que hoy podría intentarlo con Artemisa.

Las cazadoras de Artemisa se habían presentado para pasar algo de tiempo con los semidioses griegos luego de dos semanas entrenando con los romanos, hasta ahora habían entrenado y forjando tranquilamente hasta ayer en la noche, tal y como todos habían temido cada uno de los campistas, que comentaron que ya era hora de jugar captura la bandera. Voy a serte honesta, querido lector, no suelo participar en esta actividad, es complicado hacerlo siendo la única de mi cabaña teniendo en cuenta que los equipos se forman según las cabañas. Como te he dicho, la mirada de Quirón en ese momento se mantuvo en mí de forma que sabía que no podría escaparme en esta ocasión, de tal manera que incluso las cazadoras, aquellas que le habían seguido la mirada a Quirón y me había reconocido, parecían interesadas en descubrir qué podrían esperar de la hija de la diosa traidora.

–Yo que tú me apresuro –escucho la voz brusca y el fuerte acento nórdico europeo viniendo de debajo de los escalones–, te queda poco tiempo para desayunar. Pronto comenzará captura la bandera y cómo perdamos, Snow, te juro que...

Ella me está señalando, como si ganar o perder dependiera únicamente de mí, como si no hubiera cabañas enteras llenas de hijos de Ares, Niké y Atenea, como si realmente me fueran a tener en cuenta para el enfrentamiento, seguramente me enviarán a esconderme arriba de un árbol y me obliguen a quedarme allí durante toda la actividad.

–Claro, por supuesto, será cosa mía si perdemos contra la maldita Thalia Grace y Reyna Arellano, por supuesto, Astrid, todo cosa mía –respondo con ironía mientras me encamino hacia el Pabellón del Comedor, intentando disimular la manera en la que me rugía el estómago a causa del hambre que tenía.

A diferencia de lo que hubiera querido, Astrid empieza a seguirme. –Te asignarán cuidar la bandera por tu cuenta, te necesitamos en buena forma.

Me detengo de inmediato, pero como ella sigue avanzando no tengo más opción que seguir caminando.

–¿Perdona? –ella se limita a hundirse en hombros–. ¿Me vais a dejar sola contra esas bestias? ¿Os creéis que gente como ellas van a estar de defensa? –Astrid no me responde, solo sigue avanzando con desinterés, como si yo no supiera que ella no tiene algo que ver con las estrategias. Llegamos al comedor, sigo enojada, pero tomó rápidamente comida porque prefiero no morirme de hambre–. Oye, ni mi madre pudo hacer nada contra ellas, ¿qué esperáis de mí?

–Tienes poderes de hielo –señala con obviedad Astrid, luego apunta a mi bolsillo–, tienes un arco regalado por el mismo Apolo, puedes hacer algo... aparte tu madre no peleó precisamente contra esas dos.

–No, tienes razón, perdió contra una hija de Afrodita, lo que es pe...

Un rímel lanzado en mi contra me interrumpe. Volteo enojada para enfrentarme cara a cara con un chico pelirrojo sentado sobre la mesa de Afrodita, Hans Westergaard, genial, claro que tengo todo el tiempo del mundo como para enojarme con él.

–¿Qué estabas diciendo, hija de Quíone?

Yo le alzo una ceja incrédula. –¿De verdad quieres que admita que una hija de Afrodita puede ser más poderosa que una hija del rey de los dioses? ¿de verdad?

Me lanzan ahora un lápiz labial, yo recojo ambas cosas y me las guardo con amargura en el bolsillo, se fastidian, ahora me lo quedaré yo. Podría sacarles el dedo medio, podría hacerles una estatua de hielo de una mano gigante alzándoles el dedo medio, pero eso sería meterme en muchos más problemas de los que puedo manejar. No tengo más opción que comer apresuradamente mi desayuno, no creo que nadie vaya a escucharme cuando les diga que me niego rotundamente a ser dejada por completo sola con todas las cazadoras que tomarán los papeles de atacante, dentro de las cuales, sin duda, estarían la hija de Zeus y la de Belona, es cierto que si logro destacarme en este enfrentamiento podría convencer a estas heroínas para que me dejaran tener una conferencia con su jefa y así conseguir mi siguiente recomendación en la misión que me mandara, pero si fallaba estrepitosamente seguramente me llevaría una paliza de parte de la cabaña de Ares... todo o nada, allá vamos.

Deséame suerte, querido lector.


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Pues eso oye, que se me ha ido muchísimo la olla y de lo que iba a ser un two-shot he sacado todo una novela, así soy yo, ¿qué le voy a hacer?

Como os podéis imaginar, quería mantener muchísimo el humor de la saga de Percy Jackson, espero haberlo logrado.

Los capítulos de este fanfic van a ser bastante cortos, pero van a haber bastante.

Voy a establecer un horario exacto para este fanfic. Cada dos domingos tendréis un capítulo nuevo. A ver si así logro la misma calma para actualizar que tenía de Huyendo del Destino.