Los personajes aquí utilizados pertenecen a la mangaka Rumiko Takahashi; historia de mi autoría.

Si todo sale bien, se actualizara cada domingo.


PRÓLOGO.

Caminaba de un lado a otro dentro del salón principal, sentía que el corazón se le saldría del pecho en cualquier momento. La reina Sakura, su esposa, se encontraba en labores de parto en una de las habitaciones de arriba, casi doce horas llevaban ahí dentro ¡doce!, doce horas que se habían convertido en una eternidad.


Naoko y Sakura llevaban muy poco tiempo de casados, un año para ser exactos, y la diferencia de edad entre ellos era de casi quince años. Se conocieron dos años atrás en un baile en el que los dos asistieron por mero compromiso, ella era hija de los Condes de Raidén y en aquel momento tenia 17 años, mientras que el rondaba los 31 y ya llevaba varios años como monarca del reino Higurashi.

Era un hombre atractivo, noble y de buen corazón, que se encontraba en búsqueda de una esposa; al conocer a Sakura quedo perdidamente enamorado de ella, aquella joven habia cautivado su corazón al primer instante, parecía un ángel, sus mejillas eran de color rosado, tenia una hermosa cabellera rizada de color castaño y los ojos celestes mas deslumbrantes que hubiera visto en su vida.

Naturalmente comenzó a cortejarla y en el momento en que Sakura cumplió 18 años decidieron casarse, sin embargo pese a todos sus esfuerzos, Sakura no lo amaba... fueron sus padres quienes aceptaron el matrimonio, el cual al poco tiempo se llevó a cabo.

El rey creyó que con el paso de los años ella llegaría a enamorarse de él, lamentablemente las cosas no pintaban de esa manera, lo único que Sakura parecía sentir hacia el era un profundo respeto, admiración, cariño, quizá, pero nada más.

De cualquier forma Sakura sabia que debía cuando menos darle un hijo al rey, ese era su deber, brindarle un próximo heredero al reino, por lo que no tardó mucho en engendrar.

Los nueve meses de su embarazo fueron los mejores de su vida, protegida y mimada por todos, no hubo un solo antojo que se le negara a la reina, pero mas alla de eso Sakura amaba a ese bebé tanto como Naoko, no le importaba si no era producto del amor, ella lo amaba, y anhelaba su llegada mas que cualquier otra persona en el reino, naturalmente todos esperaban un hijo varón, pero ella seria dichosa fuera lo que fuera.


Naoko subía las escaleras camino a su habitación cuando el llanto de un bebé resonó en sus tímpanos, una ola de emociones recorrio su cuerpo y termino de subir a toda velocidad, justo antes de abrir la puerta pudo distinguir que se trataba de dos llantos distintos; sin pensarlo mas tiro de la puerta y quedo pasmado ante tan maravillosa imagen, dios había sido sumamente bondadoso con ellos, pues no solo les envió un hijo, sino dos.

Kaede, una mujer perteneciente a la enfermería real se acerco con uno de los bebés en brazos.

— Es una niña preciosa. — Dijo la mujer extendiendo a la pequeña frente a su padre.

El rey la tomo en brazos y por primera vez en su vida sintio miedo, miedo de poder lastimar a esa pequeñita tan frágil, miedo de no poder protegerla de los peligros inminentes del mundo, se sintió indefenso, pues entendió que la felicidad absoluta existía y la de el se encontraba justo entre sus brazos, dio en beso en la frente a su princesa mientras mentalmente juraba dedicar su vida entera a hacerla feliz.

— Y el es un varón. — Comento otra de las mujeres, sacando al rey del transe en el que se encontraba — fue el primero de nacer. — Concluyó, mientras lo acercaba al brazo que Naoko tenia libre.

Tener a sus dos hijos en brazos era el sentimiento mas maravilloso de todos, nada se comparaba con eso, ni todo el poder ni todo el oro del mundo se comparaban con ese tesoro, en sus brazos tenia a los próximos herederos, ¡Un nuevo rey ha nacido!, gritó.

— ¿Puedo cargarlos? — Se escucho una voz débil al fondo de la habitación — Era Sakura llamando a sus hijos, el rey estaba tan eufórico por el nacimiento de los niños que poco se había preocupado por la salud de su esposa; estaba irreconocible, postrada en la cama, pálida, exhausta, el sudor en su cuerpo era tanto que cualquiera juraría que le habían lanzado un balde de agua, claro, si tener un hijo era difícil, no podía imaginar lo que era parir a dos.

- Lo hiciste bien, amor mío. - Le susurro al oído mientras recostaba a los bebés, uno a cada lado de ella, se inclinó en señal de respeto y le brindo un tierno beso en la frente.

- Son bellísimos, Naoko, son nuestros hijos.- Le respondía Sakura con lagrimas cayendo por sus mejillas, el sonido de su voz se apagaba cada vez mas, apenas podía respirar.

- Majestad, salga por favor - Le indico el medico encargado del parto, parecía preocupado.

- ¿Qué sucede Tomoe? .- Pregunto el rey confundido, toda la felicidad que emanaba en esa habitación en cuestión de instantes se había convertido en tensión, bastaba con ver la cara del personal medico para darse cuenta que algo pasaba, algo grave.

- Aun no estoy seguro, por favor Majestad, espere afuera.

–Escúchame bien Tomoe, con tu vida respondes por la vida de la Reina, amenazó saliendo de la habitación.

Nuevamente los segundos parecían horas, segundos que eran cruciales para la vida de su esposa, al cabo de un rato la puerta por fin se abrió, por la cara de todos los presentes sabía que no eran buenas noticias.

-No hay nada que hacer, Majestad. Sus pulmones se están llenando de liquido amniótico, yo... yo no puedo salvarla. – Respondió Tomoe bajando la mirada y dejándose caer de rodillas ante el Rey, como si de esa forma suplicara por su vida.

Pero eso era lo que menos le importaba a Naoko en un momento como ese, por primera vez en todos estos meses deseo nunca haberse casado con Sakura, el la habia privado de su libertad al haberse empeñado en casarse con ella, el fue quien la embarazó, el y solo el era el culpable de su agonía.

Las lágrimas comenzaron a brotar de su rostro mientras acariciaba los mechones castaños de Sakura.

– Perdóname Sakura, yo te he hecho esto.– Repetía entre sollozos una y otra vez, mientras de fondo escuchaba a sus bebés recién nacidos llorar.

–Tu me has dado el regalo más hermoso. –Respondió la reina lanzándole una dulce mirada. –Eres un buen hombre, Naoko, confío en que sabrás ser un buen padre para nuestros hijos, y que no tomarás ninguna represalia en contra de los médicos, ellos no tienen la culpa de que pasá.

Sakura tenía un corazón gentil y era amada por cualquiera que tuviera la dicha de conocerla, era increíble que incluso en sus últimos momentos de vida fuera capaz de preocuparse por terceras personas, pero logró su cometido, logro que el rey le prometiera no ensañarse con Tomoe ni con ninguna de las mujeres que la asistieron durante el parto. Sin lugar a duda era una mujer sin igual.

Aquellos ojos celestes que tanto amaba comenzaron a llenarse de lágrimas, que una a una caían por sus mejillas, aquellas que siempre estaban de color rosado pero que ahora estaban totalmente pálidas.

–Háblales mucho de mi, y cuéntales cuánto espere su llegada, cantales mis canciones, por favor, quiero que sepan que su madre los amo hasta el último suspiro y que no habrá día en el que deje de velar por ellos en el mas allá. – Con cada palabra parecía que sus minutos de vida se acortaban, apenas podía respirar, sus ojos se entrecerraban. Acercaron a los niños por última vez para que su madre pudiera despedirse de ellos con un beso en la frente a cada uno. - Me hubiera encantado verlos crecer y escucharlos llamarme mamá- le susurro a los niños.

–Me gustaría que la niña llevará el nombre de mi madre, por favor. En cuanto al niño, dejare que tu elijas su nombre.

Aquel 17 de enero fue un día agridulce para todos, el día en que la reina cerro sus ojos para no despertar jamás, aunque un parte siempre tiene sus riesgos nadie nunca imagina que algo asi pueda suceder, se suponía que el reino entero se regocijaría por la llegada del heredero, por supuesto que todos estaban felices por el nacimiento de la princesa y del príncipe, pero también cargaban una profunda pena por la inesperada muerte de su reina.

Sakura fue colocada en un ataúd bañado en oro y fue sepultada en un recinto ubicado a unos cuantos metros del palacio real, el reino enteró acudió al funeral, entre lagrimas, flores y sollozos dieron el último adiós a su querida reina.

Naoko entendió que dios no había sido bondadoso con el al brindarle dos hijos, al contrario, estaba cobrándose vida por vida al arrebatarle a su amada esposa, el jamás volvió a casarse, entrego todo su ser al reino y a ser padre, se encargo de educar a sus hijos para que un dia fueran ellos quienes gobernaran su reino, tal como le prometió a su esposa dedico su vida a proteger y a velar por el bienestar de sus hijos, a quienes nombró Kagome y Sota.