Me confieso con mi abuela, esperen su turno.


Quise saber un poco más del pobre muchacho estatua que mi madre había asesinado tan cruelmente, pero antes de que ningún otro fogonazo apareciera en mi sueño, uno en la vida real me despertó. Me desperté de golpe, levantándome casi por completo, jadeando y con el corazón yendo a mil por hora, mi madre al lado de la ventana pegó un respingo al verme actuar de esa manera.

–¿Siempre te levantas así? –pregunta con una mano sobre el corazón y con el ceño fruncido por el susto.

Me pasó las manos por la cara mientras intentó procesar el hecho de que estoy despierta. –Cosas de que tu madre sea una diosa griega –gruño sobando mis ojos, adaptándome lo mejor posible a la luz natural, cuando lo logro frunzo el ceño al darme cuenta de un dato importante–. Espera, ¿qué haces en mi cuarto?

Mi madre me mira incrédula y alza una ceja. –¿Hablas del cuarto que dejo que utilices en la casa que yo pago?

–Oye, tú eres la que se metió con una diosa, no yo. Si no querías darme una habitación y privacidad debiste haberlo pensa ¡Au! –su leve golpe en mi cabeza me cerró la boca de inmediato–. ¿Segura que descendemos de Afrodita? Apostaría lo que sea en Ares, honestamente.

Pero mi madre no entendía mi sentido del humor, por lo que niega con la cabeza mientras pellizca el puente de su nariz. –Más te vale guardarte esas bromitas cuando estemos en la iglesia. No quiero a las vecinas ni a la gente de allá murmurando cosas sobre nosotras.

Mamá se preocupaba mucho por la apariencias, tanto que no comprendía como detalles tan cruciales se le pasaban por alto. No puedo evitar recordarle que ella es una mujer joven, sin anillo de casada y con una hija, además de haber sido por mucho tiempo conocida en mis institutos como la madre loca de la pobre niña que definitivamente necesitaba que llamarán a servicios sociales. Mi madre vuelve a darme un leve golpe en la cabeza, o al menos lo intenta, porque me alejó rápidamente de su tonto ataque alegando que solo estaba reforzando mi argumento. Suspira aguantándose una sonrisa, porque en el fondo sabe que sí que soy divertida, para luego recordarme que tengo que vestirme como una señorita.

Déjame explicarte algo, a mi madre le encanta vivir en el pasado, no solo con todo lo referente a mi madre la diosa que quería conquistar el mundo, sino también en su apariencia. Era casi un milagro que su ideología distara tanto de la imagen de mujer estadounidense perfecta que quería dar. Para ella vestirme como una señorita significa vestirme como la bendita Sandy Olson de Grease. No tengo nada en contra de la ropa vintage, pero aquellas prendas eran más bien un uniforme que tenía que calzarme para dar la mejor imagen en la iglesia, lograr de toda manera posible que ignoren las marcas de mi rostro que muestran que no soy precisamente una chiquilla angelical que todo lo que se lastimaría serían las rodillas por rezar tanto. Mis brazos y piernas están llenos de moretones, mi cara y sus heridas revelan que he entrado en demasiados enfrentamientos que ni siquiera he sabido ganar.

Luego de vestirnos de tal manera que parecíamos sacadas de los terriblemente problemáticos años 50, mientras desayunamos en silencio, no puedo evitar cuestionarme si debería de contarle a mamá a cerca del sueño que tuve y todos sus matices. Seguramente el tema de haber visto todo desde los ojos de una antigua helena no le preocupe demasiado, tampoco le angustiaría el chaval tatuado que había visto morir congelado, pero algo me decía que su día entero se arruinaría por completo si me atrevería a mencionar la oportunidad que tuve de observar cara a cara a mi madre, su semana entera se volvería un asco si me atreviera a hacer mención alguna de que la primera vez que había visto a mi madre, la primera vez que pude visualizarla en mis sueños, no eran en lo absoluto algo positivo ni algo que ella haya hecho.

Los dioses a veces tienen la decencia de acordarse que alguna vez se lo montaron de lo lindo con un mortal y que dejaron un semidiós perdido por el mundo terrenal, cuando se acuerdan de susodicho hijo y este está en problemas, tienen la inmensa amabilidad de mandar mensajes mediante los sueños, señales de que no solo los reconocen, sino que se interesan por ellos. Quíone jamás ha hecho eso por mí. Me la he imaginado gracias a las narraciones de mi madre, la he visto pintada en el mural que hace años hizo Hazel Levesque, pero jamás la había tenido delante de mí en verdad, ni tan siquiera en sueños, en ninguna de todas las formas en las que se había mostrado a lo largo de los eones. Anoche fue la primera vez y dudo que hubiera sido por obra suya... incluso dudaba que hubiera dado su consentimiento para ser mostrada.

Me la imaginaba diciendo. –¿Cómo que he aparecido en uno de los sueños de mi única hija semidiosa actual? –le preguntaría indignadísima a Morfeo–. ¿Quién ha hecho eso? ¡He sido expuesta por completo! ¡Voy a demandar a todo el mundo por esta fragante violación a los derechos de autor! ¡Esperad a que mi padre se entere de esto! ¡Os vais a cagar! ¡Un año entero de huracanes para ustedes, cabronazos!

O algo así, yo qué sé, no sé cómo en verdad se comporta mi madre.

Me preguntaba quién en verdad había enviado aquel sueño, quién me estaba enviado ese mensaje que no sabía descifrar en lo absoluto.

–¿Qué tanto piensas? –me pregunta entonces mi madre, notando que me había quedado completamente ensimismada en mis pensamientos.

La miré a los ojos, frunciendo levemente el ceño. Necesitaba hablar de ese sueño con alguien, quien sea, significaba algo que no entendía y si no lo entendía seguramente algo terrible me llegaría sin estar preparada a pesar de las advertencias. Posiblemente, cuando la deidad que me envió el mensaje notase que no había descifrado nada y que me había ido igual de mal que si no hubiera recibido nada, me tomaría de los pelos y me zarandearía por todos lados a ver si me enteraba la próxima vez.

Pero no podía dejar de pensar que a mi madre le sentaría fatal saber que había soñado con Quíone y no gracias a ella.

–Es solo... el sueño que tuve anoche –logro decirle, decidiendo que omitiría detalles–. Era una muchacha con esclavos en la Antigua Grecia, hablaba con un muchacho lleno de tatuajes...

Ella me interrumpe con el ceño fruncido. –Los griegos no se tatuaban.

–Ya, pero él era esclavo, además de extranjero... creo.

Su ceño se frunce levemente mientras su cabeza ladea, sus manos se extienden hasta llegar a las mías, me sujeta con delicadeza y amor. No quiero partirle el corazón. –¿Y qué ocurría con él, cariño?

Quíone lo mataba. Quería decirle.

–Yo... creo que lo maldecí para que muriera... él... él me abandonaba –intenté explicar–. Pero no era yo exactamente –sentí que intentaba excusarme por un comportamiento que viví en primera persona pero no era mío–, era alguien más... alguna verdadera helena... estaba viéndolo todo desde sus ojos... murió por mi culpa... no sé qué significa nada de eso.

Mi madre suspira pesadamente, se ve frustrada y sobrepasada por la situación, no necesito que me niegue con la cabeza como lo está haciendo en este momento para darme a entender que no tiene ni la más remota idea de cómo podría ayudarme en esta situación. Yo acarició una de sus manos para darle a atender que le agradecía el intento, que comprendía que esto era demasiado para ella.

También suspiro de manera pesada, porque realmente no sé que más hacer.

Ella, que es un amor de persona con demasiado dolor en el corazón como para haber acabado en esta desastrosa situación, me acaricia delicadamente el rostro y me deja un beso en la frente. No podrá ser capaz de ayudarme, pero me deja en claro que estará a mi lado para lo que sea.


La señora Bosg me tira del cuello de la blusa para apretujarme el rostro entre sus huesudas y arrugadas manos. Uno solo de sus ojos saltones se centra en mí con preocupación, analizando todas las heridas que tengo repartidas por el rostro, las manos con un agobiante olor a lavanda o vainilla de todas las señoras de aquel círculo me tocan diferentes partes del rostro o las extremidades superiores. Me mueven de un lado a otro mientras se lamentan de todos los daños que "mi cara de angelita" tiene.

–Ay, mi niña –se lamenta una mujer irónicamente llamada Athena, una mujer de rojos cabellos con una familia numerosa y obsesionada con el mar–, cada que vuelves de ese bendito campamento tienes una nueva herida en el rostro.

Evidentemente la buena señora no sabe que se trata de un campamento de verano para hijos de dioses paganos, sabe que es un campamento, sabe que voy en verano, y que me dan una que otra paliza, no mucho más.

Maudie, una señora que servía como ama de casas en una de las zonas ricas de la ciudad, que la traían en coche hasta aquí cada día porque esta era la iglesia a la que sus padres siempre la habían traído de niña, me acaricia cariñosamente el rostro, aunque aprieta tanto en un herida que no puedo evitar sisear levemente por el dolor.

–No entiendo como nadie podría hacer daño esta criaturita de nuestro Señor, con lo mona que eres, cielo, pensar que te tratan así...

Con algo de ayuda de mi madre, logro escapar de ellas. Les insisto que no se preocupen tanto, aunque desearía poder decirles que no me toqueteen tanto, que me pongo nerviosa, pero me contengo, porque como esas señoras dejen de tenerme tanto cariño ya la he fastidiado por completo.

Mi madre intercede antes de que las mujeres vuelvan a intentar llenarme de caricias de abuela. –Bueno, hemos venido tan temprano porque hace tiempo que mi niña no se confiesa, ya va siendo hora –dice, apuntando levemente el confesionario con la cabeza. Intento que no se note mucho en mi cara que no me gusta todo el temita de contarles mis pecados de rodillas a un anciano cualquiera, hago un gran trabajo, porque ellas me sonríen y asienten, retirándose un poco dejándome avanzar hacia el pequeñito confesionario. Dejándome escuchar, en cuanto doy los primeros pasos lejos de ella, las típicas felicitaciones a mi madre por el espléndido trabajo que hizo al criar a una niña tan bien comportada y respetuosa... ja, si supieran.

Camino completamente sola, dejando que mi buena madre lidie con las señoras toca-caras. Intento acordarme de que cosas suponían un pecado para los católicos. Me había metido en muchas peleas, eso debería de servir, también había peleado con mi madre el día de ayer, eso seguro que era un pecado.

Claro, siempre podría mencionar el temita de la pansexualidad, pero eso sería liarla muchísimo. Entre ser señalada como una abominación y tener que explicar que, evidentemente, no me lo quiero montar con un pan... seguramente me ganaría otro castigo de mi madre, además de obligarnos a mudarnos.

Abro la puerta y la cierro detrás de mí, me aguanto un quejido aburrido cuando tengo que ponerme de rodillas, me aguanto un bufido irrespetuoso cuando junto mis manos en posición de oración.

–Perdóneme, padre, porque he pecado...

Una voz me interrumpe antes de seguir. –Cariño, revisa cuánto quieras, te juro que notarás que no soy tu papi.

Pego un respingo ante la refinada y dulzona voz femenina. Me tapo bruscamente la boca para que el chillido que suelto no se escuche. Del otro lado de la rejilla de madera veo a una mujer negra con un vestido rosa apretado sin mangas que marca a la perfección todas sus curvas. Está maquillada con un labial con brillantina, un delineado blanco, un rubor y sombras de ojos artísticos, además de pecas falsas con forma de estrellitas. Su cabello afro es de un color rosa pastel que está preciosamente decorado con flores blancas de seda y con brillantina. Sus ojos dorados están fijos en mi rostro, su sonrisilla traviesa se extiende solo por un lado, sus piernas cruzadas picaronamente me dejan ver que lleva unas botas largas y blancas que seguramente le quedan de muerte.

Balbuceo atontada al notar que aquella diabólicamente bella mujer está sentada en el regazo de un anciano pastor inconsciente.

Me cuesta un poco, pero los puntos en mi cabeza se unen.

–¿Afrodita? –es todo lo que logro soltar, sin dejar de observarla fijamente a través del poco espacio que la rejilla de madera deja.

Con un elegante y delicado movimiento de muñeca, ella deshace el obstáculo entre nosotras para posar una de sus manos –con unas uñas preciosas y larguísimas– en mi mentón, alzando mi rostro y acercándome más a ella. Sé que soy su legado, que prácticamente somos familia, pero ¿me vas a decir que tú no te sonrojarías si la diosa de la lujuria te hace lo mismo a ti?

–Saludos, mi preciosa niña –dice, acariciándome el mentón con el pulgar. Trago saliva con dificultad–, me alegro de conocernos finalmente, cariño.

–¿Su niña? –repito, aun balbuceando y tratando de acostumbrarme a su celestial belleza–. Entonces es verdad, soy legado tuyo –ella asiente encantada, yo todavía necesito procesar toda la situación con cuidado–. Mi tátara...

Me corta de inmediato. –Con mamie está bien.

–¿Mami? –cuestiono alzando una ceja, ella rueda los ojos mientras sonríe con algo de burla.

Mientras niega, me corrige. –Mamie, es francés, cielo, francés. Eres mi legado, sabes hablar el idioma del amor.

–Ah, guay, no podrán corregirme cuando diga baguette –bromeo, sintiéndome un poco más calmada cuando ella deja de sujetar mi mentón–. Dos preguntas, mamie –me siento tonta llamándola así–, ¿qué haces aquí? y ¿qué has hecho con ese pobre anciano?

Su sonrisa se borra al mirar de reojo al hombre dueño del regazo en el que está sentado. –¿Este cerdo? –pregunta repugnada–. Tenía que comunicarme contigo de alguna manera, arruinado la reputación de un tío tan asqueroso como este me pareció la mejor opción posible.

Asentí, lamentándome la mala manía de algunos miembros de la Iglesia, si es que era por tipejos como esos que la imagen de los católicos se arruinaba tanto.

–Entonces... ¿qué era aquello que querías comunicarme?

Ella me tiende un papel escrito con bolígrafo rosa con letra cursiva y varios dibujitos de corazones. Vale, es la diosa del amor, creo que todos ya habíamos entendido ese dato.

DONDE LA AMANTE DE LA NIEVE TIENE PERDÓN

LOS VIENTOS TE DEJARÁN ENCONTRAR

A LA LUJURIA Y LA CALAMIDAD

QUE LOS CELOS CONGELARON POR TODA UNA ETERNIDAD

Luego de leer el papelillo, frunzo el ceño y la miró confundida.

–Esto... ¿esto es una profecía? –pregunto no muy segura, pero su sonrisa se extiende con algo de infantilidad–. No fastidies, ¿de verdad?

–Dicha por el propio oráculo pocas horas después de que te marcharás del campamento –me responde contenta, aunque pronto se le pasa–. Se supone que debiste haber estado en el campamento para cuando la profecía llegara, habría todo este numerito de Rachel caminando hacia a ti, apuntándote con un dedo y pronunciándola. Pero te piraste por lo que el sueño no tuvo sentido alguno y ahora he tenido que meterme en una iglesia para hacerte llegar el mensaje.

Me aguanto las ganas de decirle que si me había ido no había sido culpa mía, me limito a volver a mirar el papelito dándome en cuenta entonces el dibujo de un copo de nieve en una esquina, le daré puntos extras por la bonita presentación. –Entonces... ¿tú me hiciste soñar con todo eso? –ella asiente–. Esa muchacha... ¿en verdad era hija tuya?

Su expresión vuelve a ensombrecerse, no le gusta hablar de eso, es obvio.

–No la mejor de mis niñas, no te lo negaré... mucho menos la mejor persona del mundo que digamos –suspira pesadamente, cerrando los ojos para calmarse–. El Olimpo te quiere muerta, Elsa Snow.

–Guay, me encanta eso de tener que morir porque mis madres se liaron hace dieciséis años –la interrumpo sin pensarlo.

Ella me alza una ceja, yo me disculpo.

–Como decía... el Olimpo te quiere muerta, cariño, y la única forma que se me ocurre para salvarte es reparar los errores de otros. Encuentra la estatua más preciada de Quíone, arregla el error de mi hija, cuando lo consigas, tu siguiente misión será revelada.

Parpadeo espantada. –¿Dos misiones?

–Dos misiones... por el momento.

–¡Venga ya!

Ella vuelve a alzarme una ceja. –¿Qué? ¿Prefieres la muerte? –niego rápidamente–. Ya, eso me imaginaba. Parte con tu madre, Elsa, no hay tiempo para volver al campamento y establecer una misión oficial.

Al unir cabos, miro nuevamente el papel. –Donde la amante de la nieve tiene perdón –recito con voz solemne–. Territorio de Bóreas y Quíone... mi madre y yo tenemos que ir hacia allá –el corazón me golpea los interiores desesperado, incrédulo por todo lo que tengo que procesar en un maldito confesionario frente a ninguna otra que la diosa Afrodita–. Una cosa, ¿la calamidad y la lujuria? ¿De verdad es buena idea liberar algo como eso?

Su mirada me juzga de la peor manera posible. –¿Insinúas, hija de Quíone, que consideras más valido el juicio de tu madre traidora que el de una de las doce olímpicas?

–¡No! –me apresuró a gritar–. Solo... solo es que no lo entiendo.

Ella posa un dedo sobre el papel. –Libera al muchacho de lujuria y violencia, libera al aprendiz de las mortales melodías, al esclavo de Esparta, a la posesión más preciada de toda mujer que lo ha apresado.

Frunzo el ceño mientras intento comprender. –El muchacho que vi en mis sueños.

–Ese mismo.

–Pero... pero está muerto.

–No lo está –niega Afrodita–. Ahora, si me disculpas, tengo una reputación que arruinar –dice, acomodándose el vestido, haciendo aparecer botellas de vino, tequila y whiskey acabadas–. Aprovecha la conmoción para irte rápidamente, mi niña. Y buena suerte en tu misión.


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La señora Bosg es la Bruja de Valiente, Bosg, según el bueno de Google Translate, es bosque en escocés. Y ya está, no me compliqué más la vida después de no encontrar ningún apellido escocés que me convenciera del todo.

Fíjate que me pensé en meter Ariel como parte de la mitología de alguna forma, pero al final decidí hacerla mortal para no complicarme tanto la vida con todos los personajes relacionados con Poseidón que meteré en el futuro.

Tal y como dije, ya tengo anotaciones para posibles secuelas, así que si veis que alguno de los personajes de los que suelo hablar no están aquí es porque todo será mejor tratado en las secuelas planeadas.

Afrodita cambiará constantemente su descripción a pesar de que la veremos siempre desde el punto de vista de Elsa, porque me encanta el temita de siempre tiene una imagen diferente, esa es una de mis cosas favoritas del Riordanverse.

Ya sabéis a quién se refiere la profecía, os lo he dejado bastante claro, pero me pregunto que creéis que significan exactamente todas esas pistas.

La elección de vestuario no tiene más explicación de que me gusta imaginarme a Elsa con ropa de esa época, pero no creo que la usaría por decisión propia, al menos no en este AU. Creo que su estilo es más Dark Academy que cualquier otra cosa.