Sé que estamos a más de 30º, pero lleva una rebeca.


Mi madre inhala y exhala estresada, apretando con fuerza el volante del auto apagado. Con la mirada perdida en el horizonte, o tal vez fija en la muchedumbre que estaba aglomerada en la entrada de la iglesia de la que acaba de salir siendo arrastrada por mí. Le expliqué, mientras ella no dejaba de observar boquiabierta a aquella preciosa mujer saliendo de la zona del padre del confesionario, que esa mujer no era otra que Afrodita que había tenido la amabilidad de traerme por escrito una profecía que teníamos que cumplir ambas. Una vez dentro del coche, le fui explicando lo poco que había deducido y que Afrodita me había dejado ver.

–Vamos a recapitular, cielo –suspira pesadamente mi madre, todavía sin mover su mirada del mismo punto, yo solo asiento a pesar de que no me observa–. Acabas de hablar con Afrodita, la mujer que salió del confesionario diciendo que había sido divertido pasar "un buen rato" con el padre Jones.

–Ajá.

Vuelve a inhalar con fuerza. –Te ha dado un papelito que llevaba escrito una profecía que el oráculo de Delfos pronunció poco después de que fuera a recogerte.

–Sí, exacto.

–Y ahora, las dos, tú y yo, tenemos que ir al territorio de tu madre ha encontrar... ¿a la calamidad y la lujuria?

Asiento. –El chaval con el que soñé, sí.

–Oh, y claro, no es solo que no te lleves bien con los campistas, no es solo que desconfíen de ti... sino que el Olimpo quiere tener una buena excusa para matarte –me limito a volver a asentir, viendo, al igual que ella, como sacaban a patadas al padre Jones–. Bien... bien, vale, bien.

–¿Quieres pitar para desahogarte un poco? –pregunto con delicadeza–. Pensarán que lo haces en contra el padre Jones.

Mi madre no contestó, solo presionó con rabia una y otra vez el claxon del volante, sacudiendo todo el cuerpo de paso, mirando fijamente al avergonzado y espantado padre Jones. Le saludo con una mano con una sonrisa falsa para luego sacarle el dedo medio, él agacha la cabeza y sale corriendo. Mamá deja en paz el claxon entonces.

–¿Te sientes mejor? –le pregunto poniendo una mano sobre su hombro más cercano. Ella niega.

–No, pero es que ya se ha ido.

–Ah, de acuerdo –es todo lo que contesto–. Mira el lado positivo, seguramente nos encontremos con varios monstruos que te puedas cargar para desahogarte un poco más –intento sonreírle, pero ella solo arranca el coche con algo de brusquedad mientras intenta calmar su respiración–. Vamos a casa, necesitaremos provisiones y mis armas.

Mamá finalmente se voltea a verme, me muestra la expresión de pánico perfectamente dibujada en su rostro, aquello me confunde un poco, sabe a la perfección que necesito armas, sabe que sin ellas habría sido devorada por monstruos hace mucho.

–¿Sales de casa sin tus armas? –me pregunta espantada. Vale, eso tiene más sentido.

Resoplo con gracia mientras que meto la mano dentro del pequeño bolsillo que mamá cosió hace bastante tiempo en mi falda larga. Saco mi llavero dorado, lo tiro al aire y cuando regresa a mi mano se convierte en el largo y precioso arco que nunca fallaba que me había regalado Apolo.

–Solo con esto, la espada y el escudo siguen en casa –le explico con simpleza y calma, logrando tranquilizarla un poco. Vuelvo a convertir el arco en un llavero apretando su punta superior, no necesitamos que un artículo tan terriblemente mágico llame la atención de nadie–. No tienes ni idea de cómo pelear con una espada, el escudo te pesaría mucho, así que te dejaré el arco. Eso sí, antes de usarlo, tienes que dar gracias.

Sacando la vista de la carretera por un segundo, mi madre me mira con una ceja alzada, yo me explico rápidamente.

–A Apolo, tienes que agradecer a Apolo la primera vez que lo uses, es su regalo después de todo –digo apresuradamente, mamá regresa la mirada hacia adelante, pero por su ceño fruncido puedo adivinar que todavía está un poco confundida–. ¿Recuerdas que hace dos años rescaté a una hija suya? Pues como agradecimiento conseguí su recomendación para la universidad y ese arco, es un regalo, así que hay que agradecer por poder usarlo.

Me frustro un poco al ver que sigue sin comprender de todo la situación. –De acuerdo... –es todo lo que dice, estirando las palabras–, aceptaré que eso es normal.

Asiento, dando por terminada la conversación para que mi madre pueda conducir apresuradamente de regreso a nuestro piso.

Conduce con el cuerpo completamente tenso, aprovechando cada luz verde, tamborileando nerviosa cada vez que teníamos que detenernos, mirando a todos los espejos del automóvil, como si estuviera revisando que nadie nos siguiera. Yo jugueteaba intranquila con mi llavero regalado por Apolo, preparada para alzarlo en el aire cuando hiciera falta, preparada, tal vez igual que mi madre, a tener que enfrentar a la primera cosa que se me apareciera por el rabillo del ojos, preparada para convertir a cualquier cosa en polvo dorado.

No pasa mucho tiempo hasta que estaciona por completo, ella suele guardarse las llaves en el bolso, pero cuando salimos me he dado cuenta que las mantiene fuertemente apretadas en su mano izquierda, preparada para cuando volvamos a subirnos al coche.

Entramos apresuradamente en el piso, mamá intenta seguirme el ritmo, pero yo voy subiendo los escalones de tres en tres, no tenemos realmente que apresurarnos, realmente no hay una fecha límite que tenga que cumplir antes de que el mundo entero sea destrozado por un nueva deidad demente y tiránica que quiera venganza o algo así. Pero si tengo una misión significa también que hay gente no muy interesada en que la lleve a cabo. El Olimpo me quiere eliminar, estoy intentando suprimir todo lo que eso significa porque sé que si me detengo a pensar en ello me derrumbaré por la presión y la ansiedad, tengo una oportunidad de ganarme el derecho a seguir con vida si cumplo las misiones que Afrodita me ha dado y realmente no tengo ni idea de que pasará si las desperdicio.

Mientras abro la puerta apresuradamente no puedo evitar preguntarme algo que debí preguntarme hace media hora, algo que debí haberle preguntado a la diosa del amor que, al fin he conseguido confirmarlo, está en mi árbol genealógico.

¿Afrodita está obrando por mandato del Olimpo? Es decir, ¿esto es una prueba de ellos para ver si soy capaz de ser una semidiosa leal y eficiente? Si es así entonces tendré la vida resuelta en cuanto cumpla la misión. Rescatar al tío ese de mis sueños, hacer lo que sea que Afrodita me encargue después, aprobar la prueba de los dioses, tal vez conseguir así el respeto del resto del Campamento Mestizo, dejar de ser la hija de la traidora para empezar a ser Elsa Snow, solo Elsa Snow, como mucho la hija de una madre soltera que sigue esperando por su princesa en brillante armadura de las nieves.

Ya estoy en mi habitación mientras las buenas posibilidades se me arremolinan desorganizadamente en mi cabeza. He sacado la mochila que tengo preparada para misiones del armario, dentro hay suficiente néctar y ambrosia para curar heridas graves, conjuntos de ropa limpia, desodorantes de diferentes marcas y varios perfumes, una chapa con el dibujo minimalista de un tío cualquiera de la disco de los 50 con la frase Stayin' alive que cuando presionabas el imperdible para abrirlo se convertía en un enorme escudo dorado, además de una espada con una hoja de unos treinta y cinco centímetros enfundada como si fuera una flauta terriblemente larga. Dejó la mochila a un lado para empezar a cambiarme, no podía ir a una misión con esta ropa, antes de intentar matarme, seguro algún monstruo me haría la broma de que los 50 pedían que les devolviera la ropa. Además, el territorio de mi madre era frío, ¿recuerdas lo que dije de temperaturas extremas y como sí me afectaban? Pues eso, no es que vaya a sentir el frío que tú sentirías, pero lo notaría.

Seguramente estás confundido, querido lector, seguramente pensabas que en un ambiente frío lo lógico sería que gane más poder. Podríamos decir que en cierto punto así es, pero no del todo. ¿Conoces al tío ese de Boku No Hero Academia? La copia mitad hielo y mitad fuego de Zuko de Avatar, pues de la misma forma que el no puede usar mucho un lado u otro sin poner algo de balance, cuando estoy en un clima extremadamente helado se combina con la propia frialdad de mi cuerpo, por lo que a la parte mortal de mi ADN le da un patatús y deja de funcionar. Te lo resumo de esta manera, si pones a un hijo de Zeus a provocar rayo tras rayo y luego lo pones a recibir rayos de su padre... pues el muchacho se te va a fundir tarde o temprano por muy semidivino que pueda ser.

Esa es la razón por la que metí una bufanda delgada, unos guantes antiguos que no estaba segura si todavía me quedaban bien y unos cuantos pares de calcetines extras en la mochila para misiones. Me quité la blusa apresuradamente mientras rebuscaba esas chaquetas de invierno que me ponía solo para disimular frente compañeros de clase. Cambié la larga falda por unos pantalones militares grises y las converse blancas por unas botas de nieve.

Salí mientras seguía acomodándome la mochila sobre uno de mis hombros, pensando ahora en qué pasaría si realmente todo esto no fuera una prueba aprobada por el Olimpo ¿Y si Afrodita obraba a escondidas del resto de los doce? ¿Y si incluso al completar correctamente la misión los doce Olímpicos querían enviarme al castigo más cruel del Tártaro? Tal vez ella solo me ayudaba por ser su descendiente, o tal vez solo se estaba burlando de mí y aprovechándose de mi desesperación.

Me sujeto del marco de la puerta cuando los nervios por aquella opción me martillea la cabeza con tal violencia que me da terribles escalofríos por todo el cuerpo, necesito relajarme y ver a mi madre confundida por la ropa que había pillado ayuda un poco.

–¿Qué llevas puesto? –me pregunta alzando una ceja.

Yo me miro, luego la miro a ella, que sí siente el calor y el frío por lo que no se iría preparando desde ahora para el helado clima de Canadá.

–Bueno es que nos vamos a Canadá, al territorio del dios de los vientos del norte, de sus hijos alados y de la diosa de la nieve... ¿si recuerdas que el frío extremo me afecta?

Ella asiente, aun mirándome espantada. –Ya, pero por el momento no estamos en una zona de frío extremo, ¿verdad que no? Estamos en pleno verano, en Nueva York, la gente te va a mirar.

Chasqueo la lengua. –Buen punto –me hundo en hombros–. Pero bueno, lo hecho, hecho está.

–Vete a cambiar.

–Sí, mamá –respondo de inmediato ante su firme orden. Me doy vuelta mientras pienso en qué podría ponerme y quejándome mentalmente de toda la razón que mamá tiene al advertirme de toda la gente que mirara como si estuviera completamente loca. Me detengo en cuanto ella me vuelve a llamar–. ¿Qué ocurre?

–Entonces... anoche soñaste con tu madre –aquello no fue en lo absoluto una pregunta, parecía que sencillamente necesitaba pronunciarlo en voz alta. Asiento lentamente, esperando a que me regañe por no haberle contado un dato tan importante antes, pero no es eso lo que ocurre–. ¿Qué sentiste?

Y aquello había sido una excelente pregunta que hasta ahora no me había planteado y que, ahora que la escuchaba, realmente no estaba segura si quería responderla en lo absoluto. Me quedo en completo silencio por unos largos segundos, intentando si quiera recordar cómo se me había aparecido en aquel sueño mi madre divina... no, en verdad no se me había presentado a mí, se le había aparecido a aquella helena rabiosa, se le había aparecido a aquel muchacho que haría de su pobre víctima, pero no a mí, como te he comentado antes, querido lector, ni siquiera sé si esa era la forma en la que mi madre quería que yo la viera por primera vez.

Suspiro pesadamente antes de afrontar las frágiles esperanzas de mi madre.

–Ella atendía a una petición terrible –dice con toda la delicadeza del mundo–… no fueron imágenes agradables... verla fue... fue ver una tempestad arrolladora a punto de llegar a ti... –me quedé en completo silencio, esperando a que mi madre respondiera de alguna manera, pero solo me miraba con el cuerpo temblando levemente–. Siento no poder verla como tú lo haces, mamá.

–No es tu culpa... es cuestión de perspectiva.

Asiento, aunque no coincido con su opinión.


¿Te he comentado que no me gusta el contacto físico? Porque no me gusta ni un pelo, sobre todo si es repentino.

Lo cual es terriblemente irónico, porque mi lenguaje del amor es exactamente eso mismo, el contacto físico.

Ya sé que me explico falta, deja que lo haga más sencillo. Cuando alguien que aprecio está pasando por un mal momento o simplemente quiero mostrarle mi cariño, me limito a entrometerme en su espacio personal de alguna manera y abrazarlo con fuerza. A la gente que quiero le gusta su espacio personal, a mí también me gusta su espacio personal. Muchas veces, incluso a esta edad, me he metido de momento a otro en la cama de mi madre para dormir juntas. Cuando la acompañamos por primera vez al campamento, mientras Astrid y Heather iban a su ritmo, centradas en sus cosas, yo nunca solté la mano de Rapunzel y cuando teníamos que enfrentarnos a monstruos la mantenía abrazada a mí. Cuando me despedí de Reyna hace a penas unos días la abracé al menos por cinco minutos enteros en los que ella solo soltaba una que otra risilla mientras algunas cazadoras nos miraban algo confundidas.

Me gusta abrazar, me gusta ser abrazada, me gusta ir de la mano, me gusta los besitos esquimales, son la cosa más tierna del mundo, me pongo tonta cuando me apretujan –con cuidado y cariño, obviamente– el rostro, incluso el más leve contacto significa mucho para a mí.

Pero que desconocidos me toquen aunque sea un pelo me pone de los nervios y puede que meta espadazos sin pensarlo primero, es un milagro que pueda contenerme con las señoras de la Iglesia, sobre todo teniendo en cuenta lo bruscas que son. Tener que tocar texturas incómodas también significa un rato terriblemente desagradable para mí.

Ya te imaginarás que estar frenando a una quimera colocando mi espada en su boca, llenándome de sus babas y reteniendo con hielo las otros dos cabezas... era una experiencia que sencillamente jamás querría repetir. Al parecer la grandiosa noticia que me encaminaba a una misión que involucraba tocar las puertas del hotel de mi madre y robarle una de sus estatuas de hielo había llegado extremadamente pronto a los oídos de varios bichos desagradables. A penas mi madre se había metido en el coche para cuando me di cuenta que había una maldita quimera corriendo como loca a embestirnos.

Todavía estaba a varios metros lejos de nosotras, por lo que le lancé una flecha a la boca, deseando poder hacer que se la trague tal y como lo logró hace siglos Belerofonte, pero la muy desgraciada le dio tremendo mordisco con su cabeza de león y destrozó mi proyectil. Maldije en griego antiguo antes de cerrar la puerta del copiloto de un portazo y correr a distraer a esa cosa mientras pensaba en un plan mejor y mi madre ponía en marcha el coche. Pensarás que lo más sensato sería pasarle por encima a esa cosa, pero es que no tenemos el tiempo ni el dinero para un coche nuevo –porque esa cosa de seguro que se carga el que tenemos ahora– y a mí no me apetece a ir a pata hasta Quebec. Intenté clavarle la espada en la boca de en medio, por eso estoy en la situación en la que estoy, el problemita es que tarde me acordé que aquel bicho no solo estaba compuesto de otros varios animales y tenía una piel indestructible... sino también que el cabronazo escupía fuego.

No puedo evitar maldecir cuando, apresuradamente, tuve que crear un grueso bloque de hielo en las bocas de la bestia para apartarme de ella, de su aliento de fuego que apestaba y de sus malditas babas de mí. –Metrokoites! –maldigo lo suficientemente alto como para que mamá me escuchara desde el coche.

–¿Qué has dicho? –pregunta verdaderamente confundida, entonces me doy cuenta que finalmente ha conseguido encender el coche.

–¡Nada! –me apresuro a decir mientras intento volver apuñalar los interiores de aquella cosa. Por poco se carga la espada también, por lo que decido algo más brutal que tal vez haga vomitar a mamá. Apartó a la bestia con púas de hielo que lo lanzan bastante lejos de mí. Pillo nuevamente el arco, ahora con flechas de hielo que rezo para que no las derrita ni las destroce antes de que lleguen a su cuerpo indestructible.

Disparo tres veces, apuntando siempre a la cabeza de en medio, una la destroza de una zarpazo, la otra la muerde de tal manera que al menos una parte de la ha tragado.

Perfecto.

Intento concentrarme, ignorar la bestia que se acerca corriendo enfurecida hasta mí, pensar en aquel trozo de hielo que, con algo de suerte, no se había derretido en su interior. Pensé "expándete" y así lo hizo.

La quimera estalló desde adentro, se convirtió en polvo dorado. Me salpicó un poco en la cara.

Mientras me quitó los restos de quimera del rostro con leves manotazos, mamá va frenando el coche levemente a mi lado, mirando con espanto como he quedado por el encontronazo. Me termino de quitar de encima los restos de la quimera antes de abrir la puerta del copiloto y finalmente meterme.

–Nos están notando mucho antes de lo que creí que lo harían... habrá que ir mucho más rápido entonces.

A mamá le cuesta un poco dejar de ver los restos polvorientos y brillantes de aquel bicho de tres cabezas tan peligroso, pero, luego de que tomara aire profundamente, empieza a conducir hasta nuestra misión.


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Según una buena persona de Reddit, Metrokoites significa algo así como hijo de puta. He intentando confirmar esto, pero es complicado buscar con Internet como se mandaban a tomar por tiempo los antiguos griegos, así que confiaremos en el usuario de Reddit.

Me encantaría decir que tengo más cosas que comentar de este capítulo, pero llevo dos días con una fiebre horrible sumada a varios viajes en autobuses de más de cinco horas... mi cerebro no está funcionando correctamente, así que... os veré en los comentarios, supongo.