Las espadas también mandan mensajes, sobre todo amenazantes.
Desperté escuchando una firme voz hablando en griego antiguo. Desperté con los brazos llenos de sangre y las manos ardiéndome como si estuvieran envueltas en llamas, desperté viendo solo a mi madre desmayada cubierta casi por completo con nieve, desperté con un zumbido en las orejas disminuyendo cada vez más y sintiendo mucho menos frío que antes. Tosí un poco y, temblorosa, intenté extender una de mis ensangrentadas y destrozadas manos hacia mi madre.
La voz en griego antiguo empezó a hablar un poco más lento, logrando que pudiera entenderla correctamente.
–¿Eres tú quién me ha liberado? –me preguntan con calma, tomando de momento a otro mi ropa para alzarme levemente el torso de la nieve y obligarme a verle, alejándome de la vista de mi madre.
Esos ojos verdes se clavaban de mí como filosas dagas cubiertas en veneno. Lo tengo encima mío, levemente sentado en mi regazo, inclinado hacia atrás, con tan solo un fuerte brazo alzando mi peso muerto, reposando una mano sobre la empuñadura de una espada envainada.
–S... sí –respondo titubeando y con el corazón acelerado. Él me deja caer con brusquedad, de su cinturón de cuero saca una cantimplora, la abre y toma de momento a otro mis manos con brusquedad. Siseo de dolor y me retuerzo debajo de él por lo bruto que ha sido al tomar mi zona herida.
–Quieta –me ordena y obedezco como tonta. Vierte agua sobre mi herida y uno de sus pulgares se aprieta con mi carne viva. Vuelvo a retorcerme bajo él, ahora también chillo porque el idiota es demasiado brusco al hacerlo, las lágrimas vuelven a salirme de los ojos pero la respiración se me calma poco a poco–. Tranquila, para de llorar, pronto dejará de doler –me asegura con una voz más tranquila y comprensiva.
Cuando me suelta noto aquello que es evidente pero imposible. Me ha sanado las manos.
¿Cómo narices me ha sanado las manos con agua?
Vuelve a pillarme de la sudadera y, mientras se levanta él mismo, me alza por completo de la nieve con un solo brazo. Si no fuera porque tengo miedo a que me mate o algo peor, podría admitir que eso había sido ardiente de narices.
Felizmente, una vez parados, él da pasos atrás, marcando una comodísima distancia entre nosotros. Pero sus ojos jamás dejan los míos y una de sus manos sigue reposando sobre su arma. ¿Recuerdas que te dije que Thalia Y Reyna parecía diosas de la guerra y la muerte? Este tío, por muy atractivo que fuera, era mil veces peor que ellas dos juntas.
La lujuria y la calamidad, ahora esas palabras tenían mucho más sentido.
–Tu nombre –exige saber con calma.
–Elsa Snow –le digo en inglés, porque nieve y Quíone en griego significan lo mismo y eso sería confuso de narices.
Él frunce el ceño. –¿Qué idioma hablas?
–Inglés, desciende de una variante del germánico –respondo con todo lo que puedo recordar de las clases de idiomas antiguos de Quirón, tampoco le voy a dar una clase de evolución de la lenguas indoeuropeas, no me apetece.
Ahora alza una ceja, me mira de arriba abajo y vuelve a fruncir el ceño. –Eres demasiado pequeñita y delicada para ser una bárbara... demasiado linda también.
–¿Linda? –repito mientras me regaño por sonrojarme ante su cumplido. Él asiente con algo de obviedad, como si el hecho de que yo misma dudara le pareciera imposible–. Ah... ¿gracias?
–Tengo una pregunta importante que hacer –me dice con calma, sin moverse en lo absoluto a pesar de que yo no dejo de voltear hacia mi madre aún desmayada–, bueno... en verdad tengo varias.
–Adelante –asiento para que empiece a hablar.
–¿Cómo me has regresado del Hades? –pregunta un poco acusatorio, seguramente sin creerse que alguien como yo pudiera llevar a cabo tal hazaña. No le juzgo por cuestionarme esa posibilidad, literalmente casi me muero por intentar descongelar un hielo, era bastante grande, sí, pero no dejaba de ser un trozo de hielo–. ¿Y por qué lo has hecho?
–En verdad... no estabas muerto.
Él finalmente pega un respingo, dando unos pasos hacia atrás. –¿Cómo que no estaba muerto?
–Solo congelado, no moriste, amigo.
Lo veo con la respiración algo acelerada y tirando sus castaños mechones hacia atrás, sus verdes ojos revelan un terrible pánico cocinándose cruelmente en su interior. Se sigue alejando más y más de mí, me siento tentada a acercarme para consolarle lo mejor posible, pero no me atrevo a estar más cerca de lo necesario de ese sujeto.
–Pensé que había dejado que me ahogara... pensé que me dejaría volver a ver a mi madre –lo escucho lamentarse tan rápidamente que a penas y entiendo lo que dice atropelladamente. De golpe, vuelve su mirada a mí–. ¿Te ha enviado mi padre?
Se escucha enfurecido por esa idea, yo niego rápidamente con la cabeza. –Ha sido Afrodita, quería que enmendara los errores de su hija Idylla.
Él tiembla y se tensa al escuchar ese nombre.
Titubeante, preguntó siguiente. –Idylla... ella mandó a la diosa de las nieves, ¿verdad? –asiento lentamente, lo veo apretar los puños hasta que se deja los nudillos blancos y de sus palmas empieza a escurrir pequeñas gotas de sangre, el dolor de sus ojos es tan intenso que está a punto de destrozarme a mí también–. Nunca fui liberado en verdad... sigo siendo su esclavo, ¿verdad?
Aprieto los labios con nerviosismo. –En verdad... –me mira con algo de indignación cuando escucha mi titubeante y complicado tono–, ella ya está muerta y se ha ilegalizado la esclavitud hace mucho así que... eres un hombre libre y no importa en lo absoluto que antes fueras esclavo.
–¿Qué?
Vale, ¿cómo le explicó más de veintiún siglos de historia de golpe y porrazo a un pobre ex-esclavo espartano?
–Llevas... bastante tiempo congelado en realidad, la historia te ha dejado muy atrás, Hiccup Haddock.
Vuelve a fruncir el ceño en mi dirección. –¿Qué tanto?
–Unos... veintiún siglos más o menos, un poquito más en verdad –le respondo con dificultad, sintiéndome terriblemente culpable por todas sus penas al verlo sentarse bruscamente en la nieve para pasarse las manos por el rostro y el cabello una y otra vez. Jugueteo con mis dedos, pensando en qué decirle para consolarlo, pensando en cómo calmar su dolor–. ¿Tienes hambre? –pregunto sintiéndome algo tonta en cuanto sus ojos se muestran entre sus dedos–. Puedo conseguirte una buena cena, además de ropa más cómoda.
Él se ve sumamente sorprendido por mis palabras. –¿En verdad el mundo ha cambiado tanto? –pregunta con un voz tan dolida que me muero de ganas de apretujarlo en un abrazo eterno–, ¿ha cambiado tanto como para que te preocupes por un antiguo esclavo?
No puedo evitar arrodillarme a su lado, me siento tan tentada de abrazarle o pasarle una mano por esos alocados mechones, darle cualquier tipo de mimos en definitiva, pero me contengo y me limito a posar una mano sobre su antebrazo, tiemblo un poco al sentir su calor natural y él tiembla al sentir mi frío, espero no estar trayéndole ninguna memoria desagradable.
–No conozco mucho de tu vida, pero por lo poco que me han contado creo que tengo algo muy claro –empiezo a decirle, acariciando levemente su piel, mirándole a los ojos y notando que cada vez brillan un poco más–, nunca te han tratado como te merecías, nunca han sabido apreciarte... te prometo que eso cambiará. No te preocupes por todo lo que necesitas comprender, de todo lo que te has perdido, tienes bastante tiempo por delante.
Me levanto lentamente, tendiéndole ahora yo una mano para ayudarle a ponerse de pie una vez más. Me sonríe y yo siento que jamás veré algo tan maravilloso como eso.
Dioses, cuando toma mi mano siento que voy a desmayarme. Aunque la repentina aparición de Dylan hace que todo ese ambiente romántico que me estaba inventando en la cabeza desapareciera con demasiada facilidad. Intento voltearme para preguntarle que había pasado exactamente con la explosión, pero escucho a la perfección el desvainar de una espada y mi mirada regresa a Hiccup, quien avanza seriamente hacia Dylan haciendo girar su espada en su mano mientras una mueca aparece en su rostro.
–Pensé que ya me había librado de todos ustedes –le escucho mascullar con molestia, como si hablara de molestos mosquitos. Me quedo algo impactada al ver el espanto en la mirada de Dylan, logro reaccionar tomando uno de los brazos de Hiccup, deteniéndole de golpe.
–¡No! Es amigo mío, me ayudó a liberarte –le digo apresuradamente, intentando no reírme ante la imagen de un tembloroso y espantado Dylan. Hiccup me mira en completo silencio por unos segundos para luego, sin quitar su mirada de mí en lo absoluto, guardar su espada con algo de brusquedad. Aún así, delicadamente, quita mis manos de encima de su piel y comienza a caminar hacia Dylan, quien no deja de temblar y lamentarse su suerte pero no huye en lo absoluto, se queda flotando donde estaba.
Hiccup lo toma bruscamente del cuello y lo acerca de un tirón a su rostro.
–¿Envías mensajes, espíritu de la tormenta? –le pregunta a Dylan con una voz amenazante, él asiente infinidad de veces aunque sé que a cualquier otro le hubiera dicho que él no hacía eso–. Pues dile a Poseidón que su hijo ha vuelto de entre el hielo y tiene muchas preguntas para él.
No. Me. Fastidies.
Para cuando mamá se despertó, yo seguía flipando. Se sentó preguntando qué diantres había pasado y todo lo que pude hacer es señalar a Hiccup y decirle a mi madre que él era un hijo del dios de los mares. Mamá preguntó lo obvio, que si eso significaba que era hermano de Percy Jackson, el dos veces héroe del Olimpo que había derrotado al mismísimo dios de la guerra cuando solo tenía doce años, yo asiento con la cabeza varias veces. Es entonces que Hiccup me mira con el ceño fruncido y me pregunta qué diantres estábamos diciendo.
–Un hermano tuyo de esta época –le respondo–. Perseo Jackson, o mejor dicho Percy, héroe del Olimpo. Bastante conocido la verdad, seguramente eso hará que te ganes un buen lugar en el campamento.
–¿Qué campamento?
–Actualmente hay un campamento pensado para mantener a salvo y entrenar a los que somos hijos de dioses y mortales, es un lugar seguro que mantiene monstruos alejados de nosotros, puedes quedarte durante el verano o todo el año. Creo que lo obvio sería llevarte hacia allá.
Él pregunta algo que no me esperaba. –Entonces, ¿tú también eres una semidiosa?
–¿De verdad no te parece extraño que pueda estar en un lugar tan frío con tan poca ropa encima? –le pregunto con algo de gracia mientras me encaminó a mi madre para terminar de ayudarla a levantarse. Ella me pregunta en qué idioma estamos hablando y yo le explico que Hiccup solo sabe hablar griego antiguo y que luego le contaré de qué conversábamos–. Soy hija de Quíone –le digo ahora a Hiccup, antes de poder disculparme por las acciones de mi madre, él me interrumpe.
–¿Cuál?
–¿Cómo dices?
–¿De cuál de las Quíone más conocidas? –repite con más información esta vez–. ¿La que vive en las nubes por piedad de Zeus, la que fue tomada por Hermes y Apolo o la diosa que me convirtió en hielo y en su propiedad?
No quería indagar demasiado en las otras dos, sobre todo porque de algo me sonaba la segunda y por lo poco que recuerdo podría asegurar que ella realmente no había consentido del todo ser tomada por dos dioses. –La diosa que te convirtió en hielo –le contesto con algo de incomodidad–, lamento eso por cierto. Mamá tiene una pésima costumbre de convertir chicos lindos en estatuas –digo señalando todas las otras estatuas que hay a nuestro alrededor, esperando que su atención se centrara en eso.
Pero en lugar de eso, él repite la tontería que había permitido que se escapara de mi boca. –Chico lindo, ¿eh? –dice con una sonrisilla asomándole por un lado del rostro. Mis mejillas se llenan de color en ese preciso momento, o eso supongo por lo ardientes que están... un poco menos de lo ardiente que es él... ¡No! ¡no pienses así! ¡Hormonas malas!
Intento disimular que ese semidiós está alterando mi cuerpo entero por solo estar ahí parado y ser bonito, pero la pequeña risilla que sale de sus preciosos labios solo logra que me ponga aún más nerviosa y sonrojada.
–Como estés flirteando ahora mismo, señorita, te juro por los dioses... –mamá empieza a amenazarme en cuanto nota lo tonta que estoy actuando frente a Hiccup y la manera en la que él me está sonriendo.
Yo ignoro su mirada acusatoria. –Mamá, por favor...
–Tan si quiera niégalo.
–¡Mamá!
Escucho a Hiccup reírse detrás de nosotras, creo que no hace falta saber un idioma en común para comprender que una madre está avergonzando de una manera u otra a su hija adolescente. Me limito a ignorar a esos dos y comenzar a caminar apresurada de regreso hacia las rejas para salir de una buena vez del jardín del hotel de mi familia divina. Espero que la explosión no haya llamado la atención de nadie dispuesto a intentar matarnos, aunque el hecho de no pudiera ver ningún otro espíritu de la tormenta por los alrededores hacía que pensara que seguramente ningún monstruo nos atacara con Hiccup caminando a nuestro lado.
Fue entonces que volteé con algo de brusquedad en su dirección.
–¿Tú causaste la explosión? –le pregunté con una ceja alzada, él asiente ante mi pregunta con tanta sencillez que da algo de miedo–. ¿Cómo lo hiciste?
–El hielo es tan solo agua congelada, cuando descongelaste mi cuerpo pude recobrar la consciencia y me liberé del resto de hielo.
–Espera, ¿qué? ¿No estaba derritiendo el bloque de hielo sino a ti?
Ahora es él quien parece algo espantado. –¿No sabías que estabas haciendo?
–¡Me estaban arrancando la piel de las manos! ¡No, no sabía qué estaba haciendo! –me defiendo rápidamente, consiguiendo que un escalofrío me pase por todo el cuerpo al recordar aquella horrible sensación–. Oh dioses, insulté a mi madre gratuitamente cuando en verdad sí que me estaba ayudando.
–Tendrás que destripar muchos animales para calmarla –bromea él hundiéndose de hombros.
–Ya no se hace eso –le dejo de saber de inmediato, no quiero tener ningún tipo de problema por el que el pobre espartano congelado en el tiempo no sabía que eso de matar animales en nombre de los dioses ya no estaba de moda. Hiccup se muestra honestamente sorprendido por esa información, tanto que nuevamente me da algo de miedo ese hijo de Poseidón.
El pobre Hiccup tuvo que cambiarse en un baño público femenino, porque no teníamos suficiente dinero para pillarnos un hotel decente y el antiguo esclavo espartano evidentemente tenía varias dudas con respecto a como funcionaba la ropa actual. Me negué rotundamente en entrar en ese averno conocido como baño para hombres y me quedé fuera del cubículo que Hiccup ocupaba, agradeciendo de que no hubiera absolutamente nadie más.
Todavía no sé cómo nadie se dio cuenta del chaval con ropa de gladiador caminando amenamente por Quebec hasta el primer centro comercial que se nos cruzo por el camino. Quirón jamás me enseñó como controlar la niebla por insistencia de algunos hijos de Hécate que lo tomaban como un terrible insulto en su contra, evidentemente mi madre no tenía ni idea si quiera de que la niebla se podía controlar. Puede que fuera cosa de Hiccup mismo, pero no podía asegurar nada.
–¿Te queda bien? –pregunto luego de un rato de que no escuchara nada desde dentro.
La puerta entonces se abre provocándome un respingo. Hiccup sale con el pantalón negro que le habíamos conseguido, las medianamente largas botas del mismo color, la camiseta gris de manga larga que le cubría hasta los nudillos y la chaqueta de aviador que él se había dejado completamente abierta. Mete las manos en los bolsillos con la misma sonrisa en el rostro que el de una mujer que se da cuenta que su vestido o falda tiene bolsillos.
–Esto es muy práctico, me gusta –me responde con alegría antes de avanzar para mirarse en los espejos más grandes. Extiende una de sus manos y toca el cristal–. Hace tiempo que no me miraba en uno de estos. Se supone que solo las mujeres lo usan, pero siendo esclavo de Idylla era imposible no ver tu reflejo de vez en cuando –de momento a otro su expresión se ensombrece, rehúye del reflejo volteando para verme a mí ahora–. Gracias por la ropa –me sonríe con algo de dificultad, yo le devuelvo el gesto con un poco más de naturalidad.
–No hay de qué, es lo mínimo que podía hacer por ti –me encanta como algo tan honesto y simple ha logrado que su preciosa sonrisa se extienda y que sus mejillas se enrojezcan levemente. Era tan extraño verlo tan amable y tierno a pesar de que él solo había destrozado un enorme bloque de hielo y seguramente se habría cargado a todos los espíritus de la tormenta que habían quedado luego de la explosión. Era ridículo pensar que no era alguien extremadamente poderoso, su solo porte te lo dejaba claro, su sangre divina también te lo exponía abiertamente, tenía a alguien con la fuerza de los mares a tan solo unos pasos delante de mí y lo más sorprendente es que estaba segura de que no me haría daño alguno–. Venga, salgamos para que puedas comer algo.
–Sí... necesitaré una buena cena luego de veintiún siglos sin comer nada.
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Yo sé, yo sé. Mayormente tenemos a Hiccup simpeando por Elsa en mis novelas, ¿pero a quién le viene mal un pequeño cambio de tuerca? Ya nos hacía falta verla a ella actuando como tonta por lo lindo que es él, porque admitámoslo, el muchacho es lindo.
¿Sabéis ese terrible gustillo que el fandom de PJO tiene por la idea de un Dark! Percy? Pues... digamos que Hiccup, sobre todo el como lo veremos a la hora de enfrentamientos, está fuertemente basado en eso.
No sé si deje claro que Hiccup sería un hijo de Poseidón, creo fui un tanto menos evidente que Rick "este personaje va a hacer estallar baños y sus padres se conocieron en la playa" Riordan, espero que haya sido divertido descubrirlo. Aunque bueno, si habíais leído antes el pequeño one-shot antes ya lo sabíais.
Pues creo yo que esto sería todo lo que comentar por el momento, hasta el siguiente domingo.
