Hermes Express está a tu servicio, así que calma tus tendencias sádicas.


Mamá estaba algo melancólica por el estado actual de su auto, eso me hizo sentir como una idiota, sobre todo porque cuando intente crear unas puertas de hielo para aguantar hasta llegar a Estados Unidos estas se derritiendo en cuanto daba un parpadeo. Jamás me había sentido tan inútil, resolvía gran parte de mis problemas con mi magia de hielo, me libraba de varios problemas con mi magia de hielo, era un parte muy importante de mí, todavía no me podía creer que me estaban fallando de esta manera, todavía no me podía creer que ir en contra el hielo de mi madre divina me pudiera haber drenado tanto.

Hiccup no se había vuelto a recostar a pesar de que parpadeaba con algo de lentitud y ya había empezado a soltar uno que otro bostezo, en lugar de darse una merecida siesta luego de un buen espectáculo de cómo congelar del miedo a la hija de Quíone mientras te enfrentas a una Furia, Hiccup sencillamente se quitó el cinturón, ató las alas de cuero cercenadas del pobre monstruo del Inframundo, se las tiró sobre el hombro y dijo que volvería en un rato.

Me sentí como una porquería cuando la melancolía de mi madre la llevo pasar las manos por el coche –no hizo falta que quitara la capa de hielo, se derritió solita la muy desgraciada– y comenzar a relatarme una que otra historia con respecto a su querido coche.

Ha sido su único carro a lo largo de su vida, había aguantado muchísimos años por lo bueno que era, el abuelo y la abuela eran gente de buena economía, yo era una de esas semidiosas que, a pesar de los destrozos en los que solía meterme, jamás había afrontado problemas económicos. El abuelo y la abuela no se hablaban mucho conmigo, había roto comunicación hace muchos años cuando mamá se puso firme y dijo que había tenido una hija con una diosa despreciada. No le habían cortado el grifo, y enviaban regalos costosos en cada cumpleaños y navidades, pero la única caricia que me habían dado fue cuando tenía tres años y les había hecho un horrible dibujo lleno de corazoncitos y mucha ilusión infantil. El abuelo me acunó con pena el rostro y la abuela me dio un beso en la frente. No recuerdo mucho más de ellos.

El carro era un regalo de los abuelos, mamá observaba con lágrimas saliendo de sus ojos el espacio que las tres puertas arrancadas habían dejado, el montículo de nieve que había evitado que nos estrelláramos contra un árbol se había derretido por completo, quería imitarle para saltarme toda esta vergüenza.

Mamá había llevado de paseo a Quíone en aquel coche, según ella era tremendamente divertido ver como una diosa se aferraba con fuerza a su asiento incluso cuando la velocidad realmente no era para tanto, ni hablar de la ocasión en la que, en otra fiesta en la que mamá aprovechó para presentar a Quíone con sus amigas, la conductora designada fue alguien más y, lamentablemente para la diosa, le pisaba un poquillo más al acelerador de lo que le hubiera gustado.

En aquel coche dije mis primeras palabras, eso fue lo que más me rompió el corazón. Dije nieve porque mamá me lo repetía todo el tiempo, porque ese día nevaba y, según mi madre mortal, en aquel momento Quíone se había presentado solo para mí, sin ser capaz de afrontar a su antigua amante.

De verdad que seguí intentando arreglar con mi magia de hielo aquel simple automóvil que tanto significaba para ella, pero no fui capaz de hacer nada.

Ella me abrazó y me insistió que me limitara a descansar, no me sentía con ganas de hacerlo, pero acepté a meterme nuevamente en aquel coche, seguramente por última vez en toda mi vida, para recobrar un poco más de toda la energía que había agotado por completo.


Soñé con Deméter, nunca me había ocurrido eso. Solía dormir con imágenes de monstruos, en ocasiones se me aparecía el bueno de Apolo para asegurarme un sueño tranquilo, desde que rescaté a su hija el dios del sol le había pedido a Hipnos que le permitiera de vez en cuando meterse para dejarme descansar de verdad con algo de buena música de fondo, había visto a Piper McLean en varias ocasiones, jamás a mi madre a pesar de que solía ver los enfrentamientos que habían llegado a tener. Soñaba en ocasiones con pequeñas deidades, con antiguas ninfas, sencillos semidioses que su vida tranquila no pasaría a la historia. Mayormente me topaba con historias de trágico romance, como si los dioses se burlaran de lo que mis madres habían vivido y adelantándome cómo terminaría todo.

Jamás había soñado con Deméter, llegué a ver a Pluto, el hijo que tuvo con el noble príncipe humano llamado Iasión, que desde el Campo de Elíseos seguía soñando con volver a tener a la diosa entre sus brazos. Pero jamás había visto a la diosa de la agricultura, a una de las hijas de Cronos.

La vi en el anochecer, en un campo cualquiera que se extendía por kilómetros y kilómetros, con el bajar del sol, el bajar de Apolo y su carro, dejando todo de un precioso tono anaranjado y morado. Ella se extendía por sobre los dos metros, con cabellos ondulados y oscuros llegando libres, sin atadura alguna, hasta por debajo de sus caderas, con un tono de piel aceitunado y una mirada firme, oscura e intimidante que de vez en cuando conseguía tonillos dorados y deslumbrantes.

Hiccup, al menos una versión muy joven de él, se postraba con la frente pegada a la tierra frente a ella. Era muy tierno de niño, sus ojitos verdes eran un poco más grandes, su piel todavía no estaba tan llena de cicatrices además de las heridas que había en sus pies descalzos.

Tarde me di cuenta que estaba sollozando frente a la diosa.

–Mi madre... –intentaba hablar entre sollozos–, mi pobre madre... al igual que usted, su divinidad... ella fue tomada a la fuerza, mediante engaños... fue humillada por el mismo cruel dios...

–Hablad con más respeto de los dioses que encima de ti se rigen, niño esclavo –le interrumpe la diosa de la agricultura. A pesar de que la diosa parece estar dispuesta a esperarle para que siga hablando, Hiccup tiene que tomarse unos segundos más para terminar de sollozar. Quiero acercarme para abrazarle, pero me detengo en cuanto la mirada tenebrosa de Deméter viaja hasta a mí, espantándome–. Te estoy permitiendo ver demasiado, pequeña rata, te estoy permitiendo comprender cosas que podrían darte demasiada ventaja, agradece a Afrodita por esto, si por mí fuera, si por los demás fuera, estarías justo donde tus primos están ahora mismo. O tal vez con tus tíos, cualquier cosa que fuera digno castigo para la estirpe maldita del invierno. Así que quédate quieta y sigue observando recuerdos privados y delicados.

Quisiera preguntarle a qué se refería con eso, pero el recuerdo sigue avanzando, dejándome tras una especie de pared transparente que me limitaba a servir como espectadora pasiva.

–Soy el hijo de un dolor injusto, de un matrimonio cruelmente destrozado, de un dios apático que tan solo quería disfrutar de algo que no era suyo –la voz del pequeño Hiccup suena terriblemente destrozado, yo intento adivinar a dónde quiere llegar–. Su hija predilecta, su Perséfone, nació de engaños y de un amor perdido.

–No os atreváis a hablar de más, hijo de los mares.

Finalmente Hiccup alza el rostro. –Mi madre ha sufrido como usted, por el mismo verdugo, sé que solo soy mortal, sé que no puedo pelear dignamente frente a un dios, pero por favor, permitidme al menos el poder para impedir que mi pobre madre llegue pasar por algo parecido.

–Lo que anhelas no es venganza, ¿es eso lo que decís? –pregunta la diosa, auténticamente interesada y levemente asombrada–, ¿lo que en verdad deseas es impedir el mismo dolor? –Hiccup solo es capaz de asentir–. Pues viaja hasta al Inframundo, hijo de Poseidón, ve con la bendición de tu madre, busca un punto que te ate con la mortalidad y conviértete en mi campeón, en el campeón de la diosa que sufrió por el mismo dios que lastimó eternamente a tu madre. Supera la Prueba de Tetis y jamás olvides quien te ha guiado hasta la grandeza.

Un tatuaje apareció en el brazo limpio de Hiccup. Una pequeña, simple y negra marca que reconocía como el símbolo que Deméter usaba para reconocer a sus hijos en el Campamento Mestizo. Pude ver por su expresión que conseguirse aquella marca le dolió un poco, pero lo disimuló lo mejor posible.

Intenté probar suerte y volver a meterme en el recuerdo con la esperanza de que Deméter estuviera dispuesta a responder alguna que otra duda que tenía, la primera que se venía a la cabeza era con respecto a los primos que había mencionado, pero un fogonazo de luz me llevó a otro recuerdo.

Esta vez Hiccup estaba más crecido, pero seguía siendo solo un crío, tal vez tenía trece años, pero no mucho más. Llevaba la armadura de un gladiador, se veía tan intimidante a pesar de ser solo un niño, estaba en una estancia sin más vano que uno para salir que tenía una cortina como puerta. A la mitad de la pared del fondo se encontraba la estatua colorida de un dios, de Ares, a sus rodillas, Hiccup sacrificaba un pobre potrillo.

–Un hermano mío hirió de la peor manera posible a una de sus hijas –su voz era demasiado ronca y deprimente para tan solo ser un preadolescente–, Esparta os aprecia, lord Ares, yo tan solo soy un esclavo, hijo de un dios que ha hecho demasiado daño. Esta es mi ofrenda, la ofrenda del campeón de Deméter, para obtener su bendición en su batalla, le muestro mi más eterno respeto, su divinidad, y todo lo que pido a cambio es no morir esta mañana.

Fuera de la sala retumbaron de la manera más aterradora posible furiosos relámpagos, la luz de las velas que iluminaban esa estancia de piedra asfixiante tiembla y falla por unos segundos, como si corriera una tormenta allí mismo. El potrillo desapareció, Hiccup suspiró con alivio y agradeció la nueva marca en el brazo donde estaba el símbolo de Deméter, ahora tenía las lanzas de Ares en el interior de la muñeca.


Desperté al oír un silbido. Pegué un respingo al ver a Hiccup fuera del coche... del coche reparado.

Como lo haya hecho con agua te juro por los dioses que me pego un tiro aquí mismo.

Su sonrisa juguetona y victoriosa hizo que me sonrojara. Que sí, que me sonrojo mucho con él, déjame en paz, querido lector.

Abre la puerta mientras sigue apreciando los arreglos del coche que supuestamente debería estar destrozado, con tres trozos de cartón bien cortados entre los dedos de su mano izquierda, y algo de tierra en los nudillos. Cuando nuestras miradas se vuelven a encontrar su sonrisa se extiende aún más y me dedica un juguetón giño.

Ese tipo de cosas deberían ser ilegales, no puedes hacerlo eso a una pobre muchacha con un corazón demasiado alocado, que irresponsable y poco considerado. Si no llamas tú a la policía, lo haré yo, uno puede ir por la vida guiñando ojitos y sonriendo de esa manera, puede acabar en tragedia.

–Elsa –me llama y por un momento su acento suena rarísimo. Me tiende los papelitos que estaban entre sus dedos–. Aún no puedo leer, ¿me traduces esto?

Pego un respingo enorme que despierta bruscamente a mi pobre madre que, al igual que yo, se levantaba sin tener ni la remota idea de cómo el coche se veía incluso mejor que antes de el encontronazo con esas malditas Furias.

–¿Cómo es que...?

–Una ayuda de mi patrona, Deméter –me aguanto con facilidad las ganas de decirle que ese dato lo acababa de ver en un sueño, tal vez se lo comente luego. Me concentro en su sonrisa infantil, es una buena forma de distraerme–, ¿recuerdas las alas que le arranqué a esa Furia?

–Sí, las veré mil veces en mis pesadillas, ¿qué hay con eso?

Siento a mamá enderezándose con algo de espanto. –¿Qué ha pasado?

–Los dioses han arreglado nuestro vehículo, señora Snow –dice sonriente, seguramente tremendamente contento de poder comunicarse sin problema alguno con mi madre, o al menos eso parece por su expresión y su mirada fija en ella–. Bueno, la cosa es que enterré las alas de la Furia.

Mamá se muestra espantada. –¿Las que arrancaste de un tirón? –pregunta, esperando que la repuesta fuera negativa, Hiccup, sin embargo, asiente con emoción.

–¡Exacto! Bueno, las entregué como una ofrenda a Deméter y le pedí algo de ayuda para seguir con nuestro camino de forma segura, al rato cayeron estas tarjetas sobre la tierra que había excavado para enterrar allí las alas –señaló entonces los cartones que me había otorgado–, y cuando volví para aquí vi la carrocería reparada, así que creo que es correcto suponer que Deméter ha contestado favorablemente a mi petición.

–¿Deméter? –escucho repetir a mi madre mientras me concentro en los trozos de cartón que me había entregado Hiccup, dándome cuenta entonces que uno de ellos era más pequeño, era una tarjeta de presentación, los otros dos imitaban a una simple postal.

Era un sencilla tarjeta beige con dibujos de un mapa mundi convencional en esquinas contrarias, el simple dibujo de la tierra rodea con la estela de un avión estaba en el centro y unos centímetros por debajo ponía "HERMES EXPRESS. Mensajero de los Dioses".

No tenía ni idea de que Hermes tenía tarjetas de presentación, la verdad es que se veía bastante bien, algo sencillo, nada del otro mundo, en lo absoluto hortera, te dejaba bastante claro que era lo que pretendía y eso era respetable. Me fije entonces en las postales y empecé a leer en voz alta pues, tal y como me había dicho Hiccup, quería saber que ponían pero no tenía ni idea de cómo descifrar lo que le parecía un extrañísimo idioma. Ambas tenían un diseño idéntico, hubiera sido divertido que cada dios tuviera su propia tarjeta personalizada para saber quién te estaba escribiendo nada más verla de reojo.

La de Deméter decía lo siguiente:


Querido sobrino,

Le he pedido al bueno de Hermes que arregle vuestra carrocería y que de paso te permita comunicarte mejor, que te hará falta.

Aún así tendrás que esforzarte para darte a entender y entender, solo cosechas lo que siembras con esfuerzo.

Mis bendiciones,

Deméter.

Posdata: Me alegro de que no estés muerto, ha sido una grata sorpresa.


Me costó un poco leer la posdata que había dejado Deméter, pero valió por completo la pena al ver la sonrisa tan honesta y llena de alivio que se le dibujo a Hiccup en el rostro. Me vuelvo a preguntar que tan buena idea sería comentarle lo que vi en mi sueño, pero no llegó a ninguna buena respuesta, por lo que me limito a leer la siguiente "postal" traída por Hermes.

Luego estaba un mensaje de Hades, lo que hizo que de inmediato me recorriera un escalofrío, nunca era bueno recibir un mensaje del dios de los muertos.


Querido Niñato,

He revisado a conciencia mis registros y parece ser que tú y la hija de esa traidora de hielo teníais razón, nunca has estado muerto.

Una disculpa por la confusión, procuraré revisar mejor antes de volver a enviarte ninguna Furia.

Mis más neutrales deseos,

Hades.

Posdata: No le arranques las alas a las Furias, pedazo de bruto, ¿sabes lo traumático qué es?


No pude evitar carcajearme por un buen rato cuando terminé de leer la postal de Hades, mamá no tardó en seguirme, aunque Hiccup realmente no parecía muy contento. No sabría decir si le angustiaba saber que Hades le escribía o si de alguna forma estaba ofendido que el dios del Inframundo hubiera cometido un error de ese tipo.

En cuanto dejé de reírme una duda pasó por mi cabeza, ¿cómo es que Hades se había equivocado? Sé que han pasado muchos siglos desde su supuesta muerte, pero Hiccup era un hijo de Poseidón, ¿no le daba eso un pase directo el Campo de Elíseos? ¿Cómo puedes olvidarte a un chaval que va directo para allí? ¿cómo podrías olvidarte de tu propio sobrino?

El bostezo pesado que suelta Hiccup hace que salga de mis pensamientos.

–Dioses... creo que necesito otra siesta, estoy agotado –masculla mientras se pasa una mano por el rostro.

Escucho a mamá soltar una risilla. –Has pasado más de mediodía sin comer nada, ¿no sería mejor que comieras algo primero?

Entonces, el imponente hijo de Poseidón, ese tío que hace unas horas se cargó de forma cruel a una pobre Furia, arrancándole las alas de cuero y todo, ese mismo tío puso una cara de que recién se acordaba de que su cuerpo tenía necesidades y que, obviamente, tenía que comer algo. Su estómago entonces rugió levemente, como si incluso su cuerpo se hubiera olvidado de eso.

Mi madre volvió a soltar una risilla antes de salir del coche por la única puerta que no había sido arrancada y se movió hasta el asiento de copiloto para tenderle toda la comida que yo tenía guardada.

–Muchas gracias, estoy tan hambriento que podría comerme un caballo entero.

Frunzo el ceño, evitándome una risa burlona. –¿Los caballos no son el animal representativo de tu padre?

Con una mirada extraña, fija y carente de cualquier tipo de emoción me clavó la mirada en los ojos. –Exacto –fue todo lo que dijo antes de ponerse a comer.

Este tío da mucho miedo para lo terriblemente bueno que está.


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El tema de las posdatas es más visual que otra cosa porque esto se sube a otras plataformas donde se pueden añadir imágenes, pero el tema es que aquí no se puede nada de eso, así que me he hecho un pequeño tablero en Pinterest "La Traición del Invierno" para que podáis ver algunas imágenes que tengo en mente mientras escribo o todo lo visual que ha habido hasta este momento.

Ya tenéis un tablero de Pinterest y una lista de Spotify, si es que soy tan generosa ;)

Con respecto a por qué Hiccup es un campeón de Deméter es más que nada por lo que se explica en el sueño de Elsa, creo que al saber que su madre y la diosa pasaron por algo similar Hiccup intentaría ganarse el apoyo de de Deméter de alguna forma, aunque salió bastante mejor de lo que él se hubiera esperado.

Se verá a lo largo de toda la novela que realmente considero que los antiguos semidioses, al estar en un mundo más inseguro y violento, son sencillamente mucho más fuertes que lo actuales, la diferencia entre Hiccup y la generación de Elsa es sencillamente algo brutal que veremos en unos cuantos capítulos. Además de ser más poderosos, creo que tendrían una relación más cercana con los dioses como lo vemos en héroes de los verdaderos mitos griegos.

Tengo claro que en algún momento Percy e Hiccup se conocerán, pero todavía no estoy segura de cómo quiero que se desarrolle este encuentro.