Regresar de entre el hielo es más divertido que volver de entre los muertos.
Hiccup durmió otras varias horas, ahora tenía un poquito más de sentido teniendo en cuenta que, fíjate tú por dónde querido lector, el chaval tenía la Maldición de Aquiles sobre sí mismo. Un hijo de alguno de los Tres Grandes eran palabras mayores, bastaba con ver a Thalia Grace para saber eso, bastaba con oír acerca de Nico Di Angelo o de Hazel Levesque y del inmenso alcance de sus poderes; hablar de un hijo de alguno de los Tres Grandes que tuviera sobre él la Maldición de Aquiles era ya otro nivel, el último hijo de Poseidón con dicha maldición había sido Percy Jackson, y creo, querido lector, que ya sabes a la perfección todo lo que ha sido capaz de hacer. Algo me decía que Hiccup era algo incluso mayor que eso, era un joven guerrero de la mismísima Esparta, con la bendición no solo de Deméter, sino del propio dios de la guerra, no te negaré que Ares ha sido derrotado una que otra vez, pero eso no quitaba en lo absoluto el hecho de que seguía siendo quien en el Olimpo representaba la brutalidad y la violencia.
No podía parar de preguntarme que tan poderoso en verdad era Hiccup Haddock, qué significaba en verdad todos esos temibles apodos que le habían otorgado, qué era capaz de hacer en verdad, qué tanta locura podría traer a mi vida ahora que lo había sacado de la prisión congelada de mi madre.
Le había preguntado a Afrodita si en verdad era buena idea liberar a alguien que se le conocía como la lujuria y la calamidad, ella básicamente me había dedicado un "porque lo digo yo y punto" en el que realmente no podía colocar ni media parte de mi confianza. Quíone no lo había atrapado por un buen motivo, así que tampoco es que me estuviese posicionando con mi madre divina, y tampoco creo que se mereciera haberse quedado congelado en el tiempo como el bendito Capitán América. Te sonará cruel, querido lector, pero lo único que se me ocurría para solucionar su desastrosa situación era la muerte, cuando me habló de su madre, cuando se dio cuenta que todavía tenía mucho camino por delante para reunirse con todos aquellos que había perdido, pude verlo en ese momento, ese dolor, esa decepción de tener que seguir con aquel sendero doloroso y peligroso que era la vida de un semidiós.
Mi siguiente misión me aguarda, por mucho que no sepa cuando volveré a ver a Afrodita, de la misma forma que cada día estoy más cerca de pararme frente a los doce Olímpicos para que decidan si lo correcto es matarme por ser hija de una traidora del Olimpo o dejarme vivir, seguramente con la amenaza que el primer paso en falso me dejaría desterrada para la eternidad en el Tártaro o con algún castigo por el estilo.
Por la casi neutralidad de Artemisa, el apoyo de Afrodita y la amistad con Apolo, había dado por hecho que en verdad no es que los dioses me tuvieran en tan baja estima, no creía que me odiaran, tan solo eran conscientes de que si se me iba la olla podría llegar a ser una molestia importante para ellos. Pero el encontronazo en sueños con Deméter me hizo darme cuenta que Afrodita no exageraba o se refería a pocos cuando me avisó de que el Olimpo me quería muerta.
Ella me había llamado algo en particular en mis sueños. Los hijos siempre me Deméter siempre me habían llamado así, rata. Me pasé dos años enteros sin entender en lo absoluto a qué se referían e ignorándolo de manera envidiable porque el temilla de ser un roedor no me molestaba en lo absoluto, mamá me había dado el apodo cariñoso de ratoncita desde que había aprendido a hablar, por lo que, aunque nunca se los hice saber, en verdad me daba mucha gracia que intentaran insultarme con algo que me parecía tan cariñoso. No fue hasta que Quirón lo escuchó por primera vez que me explicó de dónde salía todo eso.
–Cuando su hija, Perséfone, desapareció por ser raptada por Hades, Deméter desatendió sus obligaciones en los campos –empezó a explicarme aquella vez. Le interrumpí para decirle que ya me conocía esa historia, que todo el mundo se la sabía y que estaba segura que mi madre no tenía papel alguno en ella–. Escucha, entiende –me había dicho en aquel entonces, ahora me daba cuenta que Quirón siempre me pedía entender a otros, comprenderlos, pero jamás había pedido a los demás entenderme a mí–. Mientras Deméter buscaba a su hija, tu madre, Quíone, aprovechando la muerte de las plantas, decidió tomar algo de ventaja sobre la tierra, congelando, bajando mucho más las temperaturas, cubriéndolo todo con nieve. Cuando Deméter se reencontró con su hija estuvo tremendamente ofendida por las acciones de tu madre, la acusó de aprovecharse de su dolor, la comparó con una rata, por aprovechar de forma rastrera lo que otros habían descuidado. Enfureció de terrible manera cuando Zeus se limitó dejar que Quíone siguiera tomando control cada invierno.
Le pregunté aquella vez por qué no había regañado a los campistas que me llamaban de esa manera todo el tiempo, me dijo que era porque sabía que no me ofendía, entonces le insistí con preguntas, que por qué me lo estaba explicando sabiendo que ahora comprendería el insulto y me afectaría, él me dijo una excusa de es bueno conocer el pasado para sobrellevar el presente. Me alejé bufando de él en aquel momento, cansada de su nula acción cuando se refería a algo que me molestara a mí.
Deméter seguía considerando a mi madre una rata, lo mismo pensaba de mí, supongo que tendré que hacer demasiado bien mi siguiente misión para tener a la diosa de la agricultura de mi lado.
Es un poco por accidente, pero no puedo evitar preguntarme si Hiccup hablaría en mi favor, cuando estuviera frente a los dioses, tal vez a su lado al haber sido regresado a la vida de entre "el hielo" –a él le gustaba decirlo así–. Es cierto que soy la hija de la diosa que lo encerró por siglos sin permitirle descansar luego de haberlo perdido todo, es cierto que, aunque él no lo sepa aún, también tengo parentesco con su antigua dueña, Idylla, quien lo mandó a matar, por ser ambas descendientes de Afrodita.
Quería creer que, con el poco tiempo que habíamos pasado juntos, Hiccup hubiera notado ya que no soy en lo absoluto nada parecido a ninguna de ellas.
Volvíamos a estar en la carretera, sin música para mi dolor y pena, pero tampoco había necesidad de exponernos tanto al peligro a pesar de que Hiccup pudiese encargarse de todo con bastante facilidad. Estábamos completamente en silencio, mamá concentrada en la carretera de regreso a Estados Unidos, Hiccup durmiendo detrás, yo mirando por la ventana, vigilando si algo raro se nos acercaba.
Hiccup se despertó de golpe, provocándonos un pequeño susto a ambas. Aprovechando que no había nadie al rededor, mamá detiene por completo el coche y voltea a verle al mismo tiempo que yo.
–¿Todo bien? –le pregunta mamá apresurada, a pesar de que su expresión de horror, el leve sudor de su frente y su respiración alterada dejaba bastante en claro que definitivamente no estaba bien.
Hiccup abre y cierra la boca no solo para pillar algo de aire, sino también para intentar a hablar.
–He... he... he visto a mi padre... –logra decir con dificultad, con la mano en el pecho, apretujando la tela de su camiseta–. Ya sabe lo que en verdad pasó...
No puedo evitar formar una mueca preocupada en mi rostro. –No tiene pinta de haya sido un encuentro enternecedor entre padre e hijo supuestamente muerto, ¿verdad que no?
Tal vez no debía de haber hecho una broma en un momento como ese, algo en la mirada que mamá me lanzó mientras ladeaba la cabeza levemente en mi dirección me lo dijo claramente, pero bastó unos segundos para que Hiccup se diera cuenta de la tontería que había soltado y no pudiera evitar dejar escapar una que otra risilla mientras negaba con la cabeza.
–Nunca lo hubiera descrito de esa manera, pero definitivamente tienes razón –fue lo que respondió con una sonrisa ladina que en verdad dejaba muy en claro que le estaba costando mostrarla, con la respuesta de Hiccup se logró que mi madre dejara de mirarme como si acabara de proponer ir a quemar el Olimpo a ver qué pasaba–. No está muy contento de que haya enviado a tu amigo ese a enviarle el mensaje, me ha dicho que debí enviarle el mensaje por una carta mediante Hermes Express o que debí haber ido yo mismo a decírselo ¡como si yo supiera que diantres es esa cosa de Hermes Express!
Señalo entonces el bolsillo de su chaqueta, sabiendo que fue ahí fue donde guardó cuidadosamente la postal de Deméter junto a bolita hecha de la postal que le había enviado el dios del Inframundo. –Es el sistema de mensajería del Olimpo –le expliqué mientras mamá retomaba su rumbo–, ahora todo el mundo lo usa, cuando lleguemos a casa te mostraré mejor como enviar una carta o un paquete... ¿pudiste hablar con él en tu sueño?
Hiccup finalmente se volvió a recostar en los asientos traseros con un pesado bufido.
–Podía hablar, pero al viejo siempre le ha encantado el sonido de su propia voz –masculla pasándose una mano por su desordenada cabellera, haciendo que soltara una risilla a pesar de que había notado lo tensa que estaba mamá–, me ha dado la chapa de que cómo me atrevo a mandar a un espíritu de la tormenta, que ellos son más cosa de Zeus que de él –Hiccup se interrumpe a sí mismo cuando ve que mi madre y yo pegamos un respingo casi al mismo tiempo. Oírle despotricar de su padre empezaba a convertirse en algo fácil de asimilar, Hiccup tenía más de un millón de buenos motivos para mandar a su padre a freír espárragos cuando y cómo quisiera, pero que como hijo de Poseidón estuviera tan seguro de pronunciar el nombre del rey de los dioses con tanta facilidad era algo que nos ponía nerviosas–. ¿Qué ha sido eso?
–Hiccup, entiendo que eres el hijo de uno de los Tres Grandes, pero estás hablando con la antigua amante y la hija de una diosa menor que no solo no es muy poderosa y realmente nunca ha tenido mucho respeto a lo largo de la historia, sino que además cae mal... si fuera yo quien pronunciara ese nombre ahora mismo estaría frita por un relámpago.
Él, para cierta molesta nuestra, soltó una especie de risa incrédula y burlona.
–¿Desde cuándo a Zeus le molesta que pronuncien su nombre? Tenía entendido que era un ególatra que se emocionaba de más cada vez que alguien hacía mención alguna de él
Un relámpago que deja todo el cielo momentáneamente en completo blanco es la respuesta inmediata que obtiene Hiccup, un trueno le sigue, tan ruidoso que por unos segundos me zumban los oídos. Es una furiosa lluvia lo que luego sigue, al mismo tiempo que se presentan gran cantidad de rayos y relámpagos que empiezan a pintar amenazantemente todo el horizonte.
Mamá suspira pesadamente, tensándose y haciendo todo lo posible para no mirar demasiado la furia de Zeus, encendiendo el limpiaparabrisas.
–Ya hemos entrado a Estados Unidos –masculla apretando tanto el volante que los nudillos se le ponen completamente blancos.
Chasqueo la lengua. –Creo que debí mencionarte algo –le comentó a Hiccup, él, aún tranquilo, tan solo me dedica una mirada que me invita a seguir hablando–. Verás, hace ya varios años que surgió una terrible profecía que avecinaba el fin del Olimpo, ya ha pasado la amenaza –le digo rápidamente, a pesar de que en ningún momento noté que pareciera realmente preocupado–, la cosa es que la profecía decía que todo dependería de algún hijo de los Tres Grandes, eso, sumado a que sus hijos habían ocasionado una guerra mundial... pues, juraron no volver a tener más hijos.
–Y ahora estás tú –añade mamá, sin tan siquiera mirarnos por el retrovisor–, cuando, por lo que parece, el Olimpo había dado por hecho de que estabas muerto, a excepción de Afrodita.
Ambas estamos terriblemente preocupadas, es cierto que luego de derrotar a Cronos, Percy Jackson había pedido a los dioses dar por finalizado ese tratado, eso podía ser un buen motivo para tranquilizarse, pero había algo innegable con respecto a la presencia de Hiccup Haddock en estos tiempos. Que podía ser peligroso para el Olimpo.
Hiccup era un semidiós lleno de rencor, que se llevaba fatal con su propio padre, tremendamente poderoso y dispuesto a tan solo mostrarle respeto a Deméter y Ares, dioses que le habían entregado su bendición y que definitivamente lo hacían más poderoso de lo que ya podía era sencillamente con ser un hijo de Poseidón o con tener la maldición de Aquiles sobre él... Si Hiccup hubiera legado quince años antes, si alguna otra hija de Afrodita hubiera ido a liberarlo... ¿cómo hubiera terminado la guerra con él de por medio?
La Gran Profecía había hablado del fin del Olimpo, eso hacía que no pudieras evitar pensar en el resto de apodos que no comprendía del todo, la calamidad me podía imaginar por qué, podía estar haciendo mención así a Ares ¿pero la lujuria? ¿aprendiz de las mortales melodías? ¿qué significaba todo eso?
Él sigue imperturbable, la información que le acabamos de dar parece no haber despertado ninguna alarma en él, su mirada ni siquiera se dirige a la terrible lluvia del exterior, tan solo mira el techo de coche sin darle importancia a nada.
–Yo nací mucho antes del juramento del que hablas.
–Eso jamás impidió al rey de los dioses a intentar librarse de los niños que rompieran ese juramento, es cierto que hace mucho no tiene importancia, que supuestamente habían acabado con el juramento... pero algo me dice que el de allí arriba te ve como, por lo menos, una importante molestia –le advierto sin dar mucha información. Para mi susto, él deja escapar un intento de risilla.
Se levanta perezosamente. –Entonces... –su mirada verde, radiante de algo de perversión a la para que interés, se clava en mí de tal manera que siento que me está retando a un duelo a muerte que sé a la perfección que perderé lamentablemente–, ¿el viejo Zeus podría quererme muerto ahora mismo?
Más relámpagos suenan furiosamente. Temerosa, asiento.
–Pues que lo intente –suelta sonriente mientras se le escapaban más risillas–. Le deseo buena suerte para encontrar mi parte mortal, la única que puede herir.
Se recuesta con una sonrisa ladina en el respaldar del asiento del medio, guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón, con un aura pedante rodeándolo que hace que mis mejillas se enrojezcan levemente y tenga que desviar la mirada para no empezar a actuar como tonta a su alrededor.
Logro mantener la compostura porque, le guste a él o no, esto es un tema serio. –Frena un poco, espartano, tu seguridad puede terminar poniéndonos a mi madre y a mí en peligro.
Eso parece ser lo único que logra hacer que se tome este tema en serio... la idea de que salgamos lastimada le afecta notoriamente.
–De acuerdo –asiente finalmente, sin dejar de mirarme en ningún momento–, me tranquilizaré... pero para que lo sepáis... no permitiría que ningún dios, mucho menos Zeus, os hiciera algo.
