Dando las clases de Historia más rápidas de todo el oeste.
Llegamos a casa mientras la lluvia seguía dejándonos bastante en claro que el rey de los dioses no estaba en lo absoluto contento con la reaparición de Hiccup Haddock, campeón de Deméter, bendecido por Ares, espada idílica e hijo de Poseidón. Pueda que fuera cierto que la misma diosa del amor, parte de los doce Olímpicos, me había enviado a sacarlo de entre el hielo eterno y cruel de mi propia madre, pero seguía sin tener del todo claro si todo aquello era aprobado por el resto de olímpicos o haber participado en esta rarísima misión significaba actuar a sus espaldas. Hiccup me recordaba un poco a lo que había escuchado de Percy Jackson de parte de Reyna, la actual cazadora de Artemisa que había sido pretora del Campamento Júpiter junto a él durante un corto período de tiempo. Ambos eran impertinentes, a penas apreciaban a unos pocos dioses mientras que despreciaban abiertamente a la mayoría, ambos tenían una profunda mirada verde y tenían pinta de estar a punto de ser capaz de matarte con tan solo un movimiento. Hiccup de vez en cuando tenía una mirada extremadamente suave, una mirada de cachorro perdido que hacía que te olvidases que ese era el mismo sujeto que se había bañado demasiadas veces en la sangre de sus enemigos. Hiccup odiaba a Poseidón con todas sus fuerzas, la manera en la que había sido concebido había marcado eternamente su relación, por otro lado, tenía entendido que el héroe del Olimpo y su padre divino realmente tenían un relación, por lo menos, bastante decente. No sabría qué más comparar de ellos, intentaba no pensar en que tan poderosos serían enfrentados el uno contra el otro, sabía a la perfección que había muchísimas cosas que no sabía como para establecer un resultado remotamente correcto.
Mi madre suspiró pesadamente cuando finalmente estacionó el auto, tenía bastantes capas de ropa para hacer de ellas un paraguas, pero aún así acabo tan empapada como yo. Al contrario de Hiccup, quien no se mojaba en lo absoluto gracias a sus habilidades como hijo del dios de los mares.
Cuando finalmente estuvimos en el departamento le dijimos que nos esperara mientras nosotras nos cambiábamos a alguna ropa que no estuviera pegada a nuestro cuerpo. Él nos preguntó qué podría hacer mientras tanto, dónde debería de estar. Para leve disgusto de mi madre, que temía que podría pasar con un chaval de la antigua Grecia cuando tuviera que enfrentarse a las modernidades del siglo XXI por su cuenta, yo le dije que se limitara a explorar lo que quisiera mientras no tocara cosas de la cocina.
Me cambié apresuradamente a lo primero que pillé mientras mamá se metía a darse una ducha caliente, que según ella le hacía mucha falta. Yo no tenía necesidad de amoldar mi temperatura corporal a unos cuantos grados más arriba, así que terminé de vestirme con unos pantalones de estar por casa, una sudadera ancha que no hiciera notar mi falta de sujetador y tiré toda la ropa mojada a la lavadora luego de recoger la de mi madre.
Volví a la sala, dónde Hiccup había decantado por quedarse, justo en el momento en el que el pobre chaval espartano daba un brinco enorme lejos del televisor encendido.
–¿Qué es eso? –pregunta exaltado y sorprendentemente asustado mientras en la tele se muestra una película bélica con varias explosiones. No puedo evitar morirme de ternura al ver como Hiccup se cubre los oídos como un niño chico y desvía la mirada del televisor–. ¿Qué es? ¿Puedes pararlo? Paralo, por favor, no me gusta, no me gusta nada.
Qué sí, que hace unas horas el muy desgraciado le había arrancado sádicamente las alas a una Furia, pero que mono se veía en ese momento, que ganas tenía de calmarle con mimitos y que ganas tenía de acurrucarme con él un buen rato.
Apago la televisión y él puede relajarse finalmente. Siguiendo levemente mis acciones, Hiccup termina sentándose junto a mí en el sofá que tenía detrás de él. Sus ojos se mantiene fijos en mí y mis acciones, tienen un tonito curioso acompañado por una petición muda, tiene muchas ganas de empezar a comprender el nuevo mundo en el que está.
–Tiene pinta de que necesitas unas buenas clases de historia –bromeo mientras apoyo la cabeza en el suave respaldar del sofá sin dejar de mirarlo fijamente–. Primeramente, ¿exactamente de qué época eres?
Hiccup rascó su nuca. –Dioses... no recuerdo bien que año era... ah... ¿seguís fechando según los Juegos Olímpicos?
Chasqueo la lengua mientras niego. –¿Alguna figura importante que pueda buscar? ¿Quién reinaba en este entonces?
–Cleómenes I, padre de Gorgo, hijo de Anaxandridas II –responde seriamente, con un tono que dejaba en claro que aquello se lo había memorizado y recitado de la misma forma varias veces.
Algo hace clic en mi cabeza. –Gorgo... Dylan también la mencionó, era prima de Idylla –digo sin pensarlo, lamentando en cuanto veo como se tensa por unos segundos. Le murmuro torpemente unas disculpas que ni siquiera confirmo que escucha antes de sacar el móvil y empezar a buscar rápidamente Gorgo en el buscador. Empiezo a leer lo que pone–. Nacida en 506 antes de Cristo, fue la hija del rey de Esparta Cleómenes I y esposa del rey Leónidas I. Fue de las escasas mujeres griegas en desempeñar un activo papel político en la época clásica y la más conocida de las mujeres espartanas.
La manera en la que Hiccup se momento a otro se inclinó en mi dirección hizo que pegara un leve respingo y que me sonrojara por completo. –Realmente esa cosa es un invento tan impresionante –murmura fijándose en la pantalla, ignorando, o tal vez restándole importancia, a lo tensa y sonrojada que estaba–. ¿Qué es eso de Cristo?
Intento relajarme mientras bloqueo la pantalla del móvil, no quiero que se nos acerque ningún otro monstruo a casa, dudo que Deméter nos haga el favor dos veces. –Es bastante complicado tener que responder eso –le comento, marcando un poco de distancia como quien no quiere la cosa–. Mira, ¿has escuchado algo de los romanos?
Él asiente levemente. –Un pequeño reino, sí.
–Bueno, pues en unos siglos dejaran de ser pequeños, tomarán todo lo que rodea el Mar Mediterráneo –empieza a explicarle, tecleando rápidamente para mostrarle un mapa en blanco de Europa, me apunto mentalmente descargar ese tipo de imágenes para no recurrir al Internet–. Les tomará unos... ¿cuatrocientos años tal vez? Sí, más o menos unos cuatrocientos años para tomar todo el terreno griego.
–¿Qué? Eso no es posible.
–Completamente posible, si te consuela saberlo, los romanos quedaron tan fascinados con la cultura griega que la imitaron. Así surgen los panteones grecorromanos, te lo explicaría con sus nuevos nombres, pero ya te he comentado que no puedo nombrarles.
Hiccup asiente. –Porque ahora son unos delicaditos.
Suelto una carcajada, sin quererlo, o tal vez sí, quién sabe, no me juzgues, termino apoyando la frente en su hombro más cercano. Intento volver a alejarme, pero él coloca una de sus manos en mi espalda, haciendo que me quede completamente quieta. Mi corazón late alocadamente en mi pecho, el rubor se me extiende hasta las orejas, y me niego rotundamente a mirarlo a la cara. Su mano sube y baja levemente, a penas unos centímetros, es una leve caricia que sencillamente hace que me tenga en palma de su mano como él quiera y para lo que él quiera.
¿Qué diantres me estaba pasando? ¿Estaba esto vinculado con todo ese temita de "la lujuria"?
–Entonces –él me motiva a seguir hablando mientras presionaba levemente con su mano para que me acerque más–, los romanos lo conquistan todo, ¿alguno de sus gobernantes se llamaba Cristo o algo así?
Me tomo unos cuantos segundos para poder responderle. –No... ah, es un tema religioso, luego de adoptar por mucho tiempo la cultura griega, tomó fuerza una religión de Judea, tan solo creían un dios y pensaban que había llegado el hijo de ese dios para salvar a la humanidad. Al inicio fueron perseguidos, pero con el tiempo consiguieron tanto apoyo que se convirtieron en la religión oficial para los romanos. A partir de su importancia se empezó a datar de manera diferente, tomando en cuenta el nacimiento del hijo de dios, Jesucristo.
Conocía un poquillo más información, podía ser más precisa, pero me estaba quedando completamente en blanco por las lentas y suaves caricias que hacía en mi espalda. Pude finalmente verlo, dándome cuenta de la sonrisa cariñosa y algo juguetona dibujada en su rostro. Incapaz de hacer otra cosa que recargar mejor mi cabeza sobre su hombro, tan solo me deje llevar por sus toques.
Dioses, este chico acabara conmigo.
Debería de pedirle que se detenga, al menos alejar lentamente su mano, pero se siente tan condenadamente bien que quiero estar así todo para toda la eternidad.
Me aguanto una queja infantil cuando sus movimientos cesan y tan solo deja su mano reposando tranquilamente en mi espalda.
–¿Qué más debería saber? –me pregunta en un susurro, con cierto tono en su voz que me hace pensar que ha hecho todo eso apropósito, a ver cómo reaccionaba a sus caricias.
Él jamás suelta mi espalda, pero finalmente logró enderezarse y marca cierta distancia, no mucho, la verdad, y realmente no tenía claro si eso era un alivio o una molestia.
–Vamos a ver –comienzo, intentando fingir que todo es normal, tirando mi cabello hacia atrás–. Unos siglos después de Cristo, el imperio romano se ha vuelto tan grande que el dinero escasea y deciden dividirlo, los pueblos del norte empiezan a invadir todo lo que pueden y el lado occidental termina desapareciendo. Surgen varios reinos que actualmente conocemos como Países Bajos, España, Portugal, Francia, Alemania, y uno que otro más, pasan otros cuantos siglos, España "descubre" un nuevo continente que es en el que estamos ahora.
–Espera, ¿qué? ¿estamos en otro continente? –pregunta apretujando un poco más mi espalda–. No, no, me encontré con tu madre antes de cruzar un largo mar hacia la tierra de los pueblos nórdicos –con un simple amago algo desesperado, comprendo que quiere volver a ver el mapa. Señala el norte de Dinamarca–. Aquí morí –señala–, ¿cómo he acabado en otro continente entonces?
–Todo el panteón griego se ha trasladado a Estados Unidos, el país en el que estamos ahora mismo, desde hace unos siglos. Los dioses nos han explicado que están fuertemente vinculados con la Civilización Occidental, ellos se mueven dependiendo donde sea el núcleo. De Grecia a Roma, pasaron por Francia, por España, Inglaterra... no en ese orden precisamente –explico mientras señalo cada país en el mapa–. Ahora están aquí, al igual que todo lo que alguna vez fue suyo –rápidamente tecleó una nueva búsqueda, ahora mi pantalla muestra un mapamundi. Señalo Estados Unidos–. Mi familia –comienzo, sabiendo que tarde o temprano tendría que decirlo–, viene de aquí –señaló Noruega–, y de aquí –ahora Grecia–. Descendemos, no sabemos que tan lejano, de algún semidiós de Afrodita. Creemos que hace muchos siglos nuestra familia comenzó con un descendiente de Afrodita que por algún motivo consideró más seguro migrar hasta lo que actualmente es Noruega, nos aferramos falsamente a los dioses nórdicos, fingimos por un tiempo adorar a Freya, pero hace mucho volvimos a la seguridad de nuestro verdadero panteón.
No me ha soltado en ningún momento, pero noto la incomodidad en sus profundos ojos verdes.
–Tú e Idylla... –comienza, como esperando a que se lo negara, pero yo suspiro pesadamente.
–Sí, ambas somos descendientes de Afrodita, ella es un hija mientras que yo soy solo un legado. Afrodita me ha estado mostrando un poco de ella... de vosotros, mediante sueños –tomo la mano libre que tiene con cuidado, suelto un leve suspiro de alivio al notar que él no se tensaba ni apartaba de mí–. ¿Te incomoda eso...?
Él entonces acepta tomar mi mano, tal vez sea un jugueteo de Afrodita –que manda narices que pueda hacer estas tonterías y no venir a decirme de qué iría mi siguiente misión–, pero creo que puedo notar un sonrojo en sus mejillas y ver como su pecho se mueve por un latido acelerado.
–Estoy bien –me sonríe honestamente–... No eres en lo absoluto nada parecida a ella –susurra con una voz tan dulce que me da un brinco el corazón. Empieza a dar piruetas el bendito órgano del amor cuando Hiccup comienza a inclinar su rostro hacia al mío–. Y creo que eso es una de las cosas que más adoro de ti...
Empiezo a balbucear intentando comprender lo que estaba insinuando, pero él continúa.
–Al inicio estaba preocupado por lo que significaría realmente seguiros, venir hasta aquí con vosotras. Eras hija de la diosa que me convirtió en su posesión, te mandó a buscarme la madre de mi antigua sueña y ahora resulta que también desciendes de la misma diosa –su mano me aprieta levemente, no logro comprender que significa eso–. Realmente tenía miedo de lo que podría deponerme el destino... pero... desde que me sacaste de ese hielo, desde que comenzamos a hablar, desde que me mostrarte que te preocupabas honestamente por mí... desde que lady Afrodita se me presentó hace un par de sueños –confiesa la último en un susurro, haciendo que me preocupe un poco por lo que Afrodita hubiera sido capaz de decirle de mí–. Sé que puedo confiar en ti... quiero creer que puedo confiar en ti.
No puedo evitar entrelazar nuestros dedos, no puedo evitar acercarme un poco más.
–Claro que puedes confiar en mí –le sonrío con toda la ternura que tengo–, no soy muy poderosa, no estoy en la mejor situación con el Olimpo... pero haré todo lo que tenga en mano para evitar que vuelvas a sufrir todo por lo que pasaste...
Lo siento acercarse cada vez más a mí, lo siento presionando mi espalda un poco más que antes, siento nuestras respiraciones entremezclarse y nuestros latidos entrando en sincronía. No dejo de preguntarme si realmente esto es buena idea, si es correcto que algo como esto pase tan rápido.
Termina siendo mamá quién decide por mí.
–¡Elsa! –me llama desde su habitación, aunque sé a la perfección que seguramente ha vuelto allí luego de vernos. Pego un respingo para alejarme de golpe de Hiccup, él hace lo mismo mientras se niega en rotundo en dirigir la mirada hacia allá. Me despido apresuradamente y me encamino velozmente hacia la habitación de mi madre. Al llegar ella está completamente vestida, con el cabello completamente seco, los brazos cruzados y el seño fruncido.
–Hola, mami –le sonrío nerviosa.
–¿A ti te parece normal morrearte con un chaval que acabas de conocer? –me pregunta acusativamente.
–¡No hemos hecho nada! –me defiendo de inmediato.
Mamá alza una ceja, yo resoplo molesta. –¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que no habéis hecho nada?
Hago lo que ella me pide, me planto seria, con los brazos cruzados. –No hemos hecho nada, mamá.
–¿Ha estado a punto de pasar algo? –insiste en preguntar, retándome con la mirada, sabiendo que esa ronda la ganaba.
Aprieto mis labios. –Sí...
Quito la mirada de inmediato, la escucho suspirar pesadamente.
–Mira, cielo, es un buen muchacho, terriblemente peligroso, pero bueno, así que mientras no os hagáis daño... –ella se queda en completo silencio mientras yo regreso mi mirada a ella–. Un hijo del dios de los mares... ahora que tendrás que enfrentar una nueva misión... Debes volver al campamento, hija.
–¿Qué? –le suelto de golpe–. No, ni de broma, ni de puta coña, mamá.
–Dijiste que con Reyna alrededor te habían dejado en paz, que lo habías pasado bien. Con ese muchacho cerca de ti no creo que hubiera algo lo suficientemente estúpido para tocarte un pelo.
Aprieto los labios con rabia, sabiendo que tiene razón.
–Mañana iremos a comprarle algo más de ropa, a que siga conociendo un poco de este nuevo mundo en el que está... luego volvéis al campamento, seguramente allí el oráculo terminara dándote la nueva misión.
–¿Por qué tienes que tener razón? –le preguntó juguetonamente, pero frunciendo levemente el ceño.
Ella me alza una ceja bromista. –Venga, date un ducha y yo preparo algo decente para comer, nuestro invitado merece algo de comida casera.
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Elsa es una simp, lo sé yo, lo sabéis vosotros y lo sabe ella a la perfección... y tal vez Hiccup también lo sepa.
Aún hay muchísimas cosas que descubrir de Hiccup y todavía no estoy del todo segura que tan pronto os lo quiero mostrar todo.
