Con ustedes, el hijo de Poseidón que mi madre congeló, no fotos por favor.


Las miradas seguían viajando entre Dioniso e Hiccup para cuando Quirón dio por iniciada la reunión de jefes de cabaña. La idea de que un hijo de Poseidón apareciera luego de tanto tiempo era toda una noticia que había dejado a todos aterrorizados por la simple muestra de fuerza que hecho nada más llegar, luego estaba el tema de que la presencia de dicho semidiós alterara de esa manera la apariencia del señor D, conocido como un sencillo señor que se sentaba a jugar Pinacle que definitivamente no solía tener la pinta de modelo que tenía ahora mismo. No solo estábamos comprendiendo que el señor D estaría por un tiempo en esas pintas, sino también de qué había sido culpa directa de Hiccup y todavía nadie nos explicaba cómo podía ser eso posible.

La sala estaba en completo silencio luego de que Quirón terminara de hablar, poco a poco se fueron creando leves murmullos entre los hijos de los olímpicos a los que no podía atender por mi lugar en la extendida mesa de Ping Pong.

Desde que cada dios del panteón griego tiene su propia cabaña para hospedar a sus hijos semidioses, las reuniones de jefes se han vuelto cada vez más grandes, al igual que la pobre mesa de Ping Pong que sigue siendo el centro de estas juntas. Quirón y Dioniso tienen su sitio inamovible, al igual que las sillas/tronos de Hera y Zeus, llevamos casi dos décadas enteras sin que surja ningún otro hijo del rey de los dioses, pero ese pequeño trono sigue allí, aguardando por el siguiente mestizo que pueda tomar ese sitio, o esperando el momento en el que Thalia Grace tenga que tomarlo, el puesto de Hera cumple la misma función que su cabaña, una simple muestra de respeto y una forma esplendida de evitarte embestidas de vacas y pavos reales. Las doce sillas siguientes son normales y siguen el orden de las cabañas, pero una vez llegan a Hades –otro asiento vacío– el orden se pierde por completo.

Los que somos hijos de dioses menores solemos ser muy pocos, algunos veranos muchas de nuestras cabañas están vacías. Iris, Hécate e Hipnos son los únicos que llevan todos estos diecisiete años desde la guerra con al menos un representante, el resto de nosotros tendemos a variar. Junto con Astrid y Heather, representando a Niké y Ápate respectivamente, somos de esas cabañas que llevan muchos años seguidos con jefes de cabaña solo porque nosotras tres llevamos aquí mucho años. Otros dioses menores suelen tener uno o dios hijos que se enteran muy tarde de quienes son y siguen rápidamente con su vida mortal.

Ahora mismo, como hijos de dioses menores están Megara, una hija de Hécate, una muchacha que perfectamente podrías confundir con una muchacha de Afrodita o de Ápate, quien ya le falta poco para irse del campamento luego de estar solo tres años; Dolores, una hija de la musa Melpómene; Aurora, hija de Hipnos que milagrosamente estaba muy atenta y despierta, Lefou un nervioso hijo de Hebe que siempre iba detrás de Gastón, el único miembro masculino de la cabaña de Eris; también estaba Aladdín, uno de los ocho chavales de la cabaña de Iris, muchos lo suelen confundir con un hijo de Hermes y por último Jazmín, la única semidiosa que se le ha conocido hasta ahora a Erato, musa de la prosa amorosa, por lo tengo entendido Jazmín tiene algo con Aladdín, pero ¿quién soy yo para afirmar nada?

La cuestión es que, por mucho que Hiccup insistió que era una tontería, no le dejaron sentarse a mi lado a pesar de que, según él y esto es algo que solo él ha dicho, ahí habían un montón de sillas disponibles que podía usar para estar donde quiere y además dedicarle una peineta a su padre, que nunca viene mal. Terminó accediendo cuando Heather y Astrid no aceptaron moverse, al inicio lo consideró una especie de amenaza –lo supongo por como su mano se deslizo levemente hacia la empuñadura de su espada– pero al final accedió luego de decirle que todo estaría bien.

–¿Te vas un par de días y regresas con un tío más bueno que el pan a tu lado? –es lo primero que me dice Heather, con una sonrisa de lado a lado, haciendo que se me sonroje hasta las orejas.

–¡Eh! –reniega levemente Astrid, dejando ver sus celos en su ceño fruncido.

Heather tan solo rueda los ojos. –Venga, cielo, ambas somos capaces de admitir cuando tío está bueno o no.

–Dejadme en paz o dejadme morir –murmuro incómoda mientras las veo sonriéndose–. Si os besáis delante de mí, vomito.

Heather entonces alza y baja las cejas con picardía. –Podría ser un beso de tres.

–¡Heather! –la vuelve a regañar Astrid mientras yo rio por no llorar–. A lo que veníamos, ¿de dónde sacaste a ese tío?

–Buena pregunta –las tres pegamos un respingo en cuanto nos damos cuenta que Dioniso se dirige a nosotras–. Tengo entendido que no salió del Inframundo, tal y como llegamos a pensar nada más recibir la noticia de Poseidón, entonces, ¿de dónde sacaste a este niño-pez, Eliza Small?

–Es Elsa Snow, señor D –le corrijo, ignorando la fija mirada confusa de Hiccup sobre mí, luego le explicaría la terrible manía de Dioniso de cambiarnos los nombres–. Estaba en el jardín del hotel de Bóreas, congelado y vigilado por espíritus de la tormenta.

Es entonces que la hija de Ares, Mulán, no puede evitar meterse. –¿Congelado? Si es un hijo de Poseidón podría controlar el agua que lo congelaba.

–Podéis hablar con él, por si no os habíais dado cuenta –mascullo molesta por la forma en la que todo el mundo espera que yo hable por Hiccup, siento que me están echando la culpa por lo que está pasando en este momento... otra vez.

Pero las miradas se mantienen pegadas en mi cuerpo como si yo de momento a otro tuviera las respuestas de todo el universo.

–Creo que el idiota de mi padre intentó matarme –gruñe Hiccup, finalmente consiguiendo que las miradas viajaban hasta él. Juguetea con sus dedos y tiene la mirada clavaba en la madera mal pintada de la mesa, ahora soy yo la que quisiera estar a su lado–. Y si no fue así no entiendo cómo es que Quíone fue capaz de atraparme en mi propio terreno por tantos siglos.

–Sí, ajá, ajá, que triste tu vida y tu no-muerte, chaval –la voz del jefe de cabaña 12 hizo que la seriedad se esfumara de un plumazo. Naveen era un chico que se pasaba el día con un ukelele en mano, canturreando y flirteando con los mestizos de las cabañas de Apolo o de alguna de las nueve musas, tomando una cantidad definitivamente no recomendable de Monster moradas. La cabaña de Dioniso últimamente había tenido más miembros, ahora mismo solo habían cinco, pero aquello era bastante tomando en cuenta que en todo este tiempo desde la guerra no había llegado ni uno solo. Por ahí escuché de uno que otro mestizo de Hermes que Dioniso y Ariadna se estaban viendo más seguido, por lo que ambos se daban la misma libertad de antes para ir detrás de quién quisieran, todo el mundo estaba a la espera de que en algún momento algún semidiós de Ariadna se mostrara, aunque uno que otro estábamos incrédulos ante esa idea–. ¿Por qué el hecho de que estés aquí ha ocasionado que mi padre se haya bronceado y hecho una permanente?

Hiccup ladeó levemente la cabeza, al parecer la intromisión de Naveen había logrado que el diminuto momento de seriedad en verdad hubiera quedado en el olvido. Antes de que se pudiera decir nada más, Dioniso suspiró pesadamente y respondió la duda de su hijo.

–¿Recordáis que os contamos que en la segunda Gigantomaquia era difícil mantener una sola personalidad e imagen cuando lidiábamos tanto con semidioses romanos y griegos? Pues algo similar pasa con este niño idiota, él me concibe de una manera en particular y susodicha imagen afecta la que yo he establecido hasta ahora, no debería de afectarme tanto, pero digamos que me pillo de sorpresa y ahora mismo hay cosas más importantes en las que centrarse que en mi imagen, así que me tendréis como siempre en cuanto tenga unos minutos a solas.

–Esperad un momento, ¿no es esta la forma en la que soléis aparecer? –pregunta mirando a Dioniso, quien hace una remarcada mueca de asco.

–No, niño-pez, esta –se señala a sí mismo– es una imagen terriblemente antigua de una época a la que no me apetece volver en verdad. Los tiempos han cambiado, ¿no te lo han dicho ya?

Hiccup frunce levemente el ceño y a penas puedo contenerme las ganas de pedirle que no se meta en una discusión estúpida. –Seguís mandando a críos a morir por vosotros y vuestro ego sigue siendo tan enorme como el cielo mismo, lo único que he visto que habéis cambiado es en lo delicaditos que sois cuando se trata de vuestros nombres.

Dioniso solo alza una ceja ante las palabras cortantes del espartano. –Ah, así que ya has pronunciado uno que otro nombre, ¿es por ti que hemos tenido estas horribles lluvias últimamente?

–¿Y qué si he sido yo? –le cuestiona con el mismo tono desinteresado y altanero con el que había desafiado antes a Quirón–. Antes eráis un poco más lógicos, vivís en un mundo lleno de vuestros hijos y nietos ¿qué coño es eso de no poder pronunciar vuestro nombre? Antes hacíamos eso con Hades, para evitar que el dios de los muertos tan si quiera nos pusiera atención, ¿y ahora Zeus tiene una rabieta porque le nombro? ¡Menuda tontería!

–Calma tu boca, pequeña espadita –le advierte clavando sus morados ojos en él, sé lo poderoso que puede llegar a ser el señor D, pero jamás me había causado miedo, y, por las miradas que se lanzan y la tremenda quietud, no soy la única que se está empezando a preocupar–. Los nombres ahora importan más de lo que te puedas imaginar, pregúntaselo a tu nueva dueña.

Hiccup de pronto se levanta de golpe, tumbando bruscamente su asiento, Quirón nuevamente intenta avanzar hacia él para tranquilizarlo, pero el desenvainar de su espada detiene por completo al centauro. Quiero pedirle que se detenga, que no arme ningún alboroto, pero siento que pedirle eso sería deliberadamente darle la razón a Dioniso, y con respecto a ese tema prefiero no hacerlo.

–Soy un hombre libre –masculla con los puños temblándole de la rabia–. ¿O es que eso tampoco ha cambiado?

Por unos segundos siento a Dioniso mirándome fijamente, pero antes de que pueda confirmarlo nuevamente su mirada está en Hiccup.

–Siéntate, anda, solo comprobaba algo –le indica aburrido, desmeritando el asunto sacudiendo levemente una mano en el aire. Luego de mirarlo fijamente por unos segundos, Hiccup chasquea la lengua y, a regañadientes, envaina nuevamente la espada–. Y deja de recordar esa maldita noche, que tan poco fue para tanto.

Naveen se inclina hacia su padre. –¿De qué noche hablas? ¿Cómo es que os conocéis?

–¡No me digas que fuisteis amantes! –suelta de momento Bella, hija de Atenea, Dioniso gruñe.

Volteo rápidamente en dirección a Hiccup, insisto bastante con mi mirada fija en él para conseguir que voltee en mi dirección, cuando consigo su atención le susurro la misma pregunta. Él desvía la mirada rápidamente y los celos me hacen arder por unos momentos.

–Nos conocimos en una dionisia –empieza a explicar Hiccup.

No fastidies.

–¿Una qué? –pregunta Naveen.

Venga, por favor, no fastidies.

–¿Cómo no sabes qué es una dionisia? –le pregunto con un poco más de rudeza de la que quería dejar entrever, dioses, tengo que calmarme–. Las Dionisias, tal y como su nombre debería indicártelo, eran fiestas dedicadas a tu padre en la antigua Grecia, en Roma las conocieron como las bacanales, aunque las romanas incluían más orgías y alcohol.

–Joder –suelta carcajeándose Gastón–, como se lo montan esos romanos

–¿Y tú por qué sabes eso? –me pregunta Naveen como queriendo insinuar algo de lo que no estoy segura.

Yo le alzo las cejas. –Tal vez porque leo los mitos griegos y sé un poquillo de la cultura de la que venimos, pedazo de genio.

Él resopla aburrido mientras se recuesta en el respaldar de su silla. –¡Bah! ¡Leer! Eso es cosa de vosotros los hijos de dioses menores... y de los aracnofóbicos estos –concluye señalando a Bella con la cabeza.

–Vete a tomar por viento, idiota –gruñe Astrid–, a ver si haces algo productivo con tu vida de mierda y te dejas de tomar tantas porquerías.

–¡Ese lenguaje! –regaña Quirón, pero Astrid sigue maldiciendo, al menos por lo bajo.

–En fin, en fin –los corta Heather, con una sonrisa de oreja a oreja–. ¿Qué hicisteis en esa dionisia?

El señor D, poco a poco perdiendo algo de melena y el bronceado, se limita a resoplar. –Por si no lo habéis pillado, niños incultos, las dionisias no eran esas salvajes fiestas que los romanos tanto adoraban. Eran fiestas en honor a las artes, al teatro y a veces a la cosecha. Aquella noche su antigua dueña hizo una fiesta enorme a la que mi esposa y yo asistimos. Ariadna insistió con que quería descubrir que era todo ese tema de "aprendiz de las mortales melodías", pero en cuanto empezamos a hablar fue llamado.

La calma llega un poco a mí al comprender que Hiccup no se lo montó con el señor D, es cierto que ahora tenía una apariencia más joven, pero seguía siendo una imagen mental vomitiva. Pero al lado de la calma llegó la curiosidad, y algo de frustración, porque si tan solo pudieran haber hablado un poco más ahora mismo yo también tendría respuesta a la misma pregunta que alguna vez tuvo Ariadna.

–Y no se te volvió a ver en toda la noche, ¿eh, niño-pez? –termina de momento a otro, con un tono más serio, confundiéndonos por completo al resto de semidioses. Veo a Hiccup apretando levemente los labios y obligándose a calmar su respiración.

¿Qué habría pasado aquella noche luego de que Hiccup fuera llamado?

La toz falsa de Quirón intenta cortar la tensión, pero le cuesta un poco. –Esta reunión no estaba pensada para rememorar antiguas vivencias –aclara mirando de reojo al señor D, que pone una expresión que dejaba muy en claro que se quitaba la culpa de encima–. Hiccup Haddock, tienes diecinueve años, según el protocolo del Campamento Mestizo deberías de ser enviado al Campamento Júpiter para que allí te instruyas en aquello que desees, el problema es que jamás recibiste educación y adaptarte al mundo romano será el doble de complicado tomando en cuenta que te tienes que adaptar al mundo moderno. Como añadido a todo eso, tienes la maldición de Aquiles sobre ti de la misma forma que una que otra bendición de algún olímpico, nada más adentrarte en el Campamento Júpiter lo perderías todo... Entonces, muchacho, ¿qué tienes planeado hacer?

Hiccup solo miró con desgano a Quirón.

–Ir en alguna misión, morir en batalla y reencontrarme con mi madre en el más allá.


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Buah, un semidiós con pensamientos suicidas, originalidad, señoras y señores.

Hombre, no son precisamente deseos suicidas, pero vosotros me entendéis, ¿a qué sí?

Se nota un poquito que no tengo ni idea de que personaje de Disney poner en que cabaña, ¿verdad? Quería tirar un poco de personajes de Dreamworks, pero a ellos los estoy reservando para el Campamento Júpiter.

Os voy avisando que Naveen os va a caer muy mal porque necesito a un tío que caiga mal que no sea Hans, como excusa os diré que ahora mismo no conoce a Tiana y por ello es un idiota. ¿Por qué no Gastón? Porque ya sabemos que Gastón es idiota y tampoco le pienso dar mucha importancia o escenas. Digamos que, de los hijos de los 12 olímpicos Naveen es el idiota supremo, y entre los hijos de dioses menores el título lo tiene Gastón.