Saquéenme de este cuerpo ajeno, es un asco de lugar.


–¡Hiccup! –lo llamo apresurada, intentando seguirle después de que todos diéramos por terminada de forma abrupta la reunión luego del intenso silencio que se formó en cuanto Hiccup dejó de hablar. Él se detiene para que pueda llegar a su lado, tomo su mano sin pensármelo ni un solo segundo, él entrelaza nuestros dedos. Vamos a fingir que esto no significa absolutamente nada, ¿de acuerdo, querido lector?–. Oye, ¿estás bien?

–Algo incómodo para serte honesto –me responde mientras acaricia el dorso de mi mano con su pulgar, repito, vamos a fingir que no está pasando nada importante–. Hace tiempo que no pienso en la noche que conocí a lord Dioniso... no fue realmente una grata velada.

Me acerco un poco más a él. –¿Quieres hablar de eso?

Él dibuja una mueca en su rostro mientras apretuja un poco mi mano. –No, no quiero hablar de eso, y, siendo completamente franco, quisiera que no intentaras descubrir que ocurrió.

Le asiento lentamente con una sonrisa comprensiva. –De acuerdo, dejamos ese tema entonces. Antes nos han interrumpido, ¿quieres ahora en verdad conocer tu cabaña? O podríamos ir a comer algo primero.

Me siento derretir en el momento que él me dedica una de sus preciosa sonrisa llenas de cariño y ternura. –Creo que me gustaría comer algo, tal ve–

Antes de que Hiccup pudiera terminar de hablar, una mata de liso cabello negro se impactó de momento a otro en contra de su rostro. Él dio unos pasos hacia atrás mientras yo giraba a confirmar qué era lo que había pasado.

–¿Qué ha sido eso? –gruñe Hiccup escupiendo las rosas de su boca.

–Isabela Madrigal –respondo, con el volumen tan alto como para que la hija de Deméter sepa que le estoy hablando también a ella, por un momento parece dispuesta a voltearse en nuestra dirección, pero al final solo siguió caminando–. Jefa de la cabaña de Deméter, creo que es su forma de decirte que no te tiene miedo.

–¿Miedo?

–Casi le clavas una botella en el ojo a uno de sus hermanos, Hiccup –le recuerdo, sin realmente tener muy claro si se acordaba o no–. Sé que su madre es tu patrona y todo eso, pero tiene toda la pinta de que no les vas a caer muy bien.

–El idiota se merecía algo peor, pero no puedo faltarle respeto de esa manera a Deméter.

No puedo evitar suspirar pesadamente. –Hiccup –lo llamo con delicadeza–, sé que mi madre te pidió que cuidaras de mí, y no te niego que no podría soportarlos sin tu apoyo, pero pongamos una regla, ¿de acuerdo?

Él frunce levemente el ceño, con una mueca en el rostro que se me hace muy infantil y divertida–. ¿Qué regla?

–Mira, si llegas a pensar que alguien en el campamento se merece algún tipo de reprimenda física por como me trata a mí, primero pregúntamelo, ¿de acuerdo? Ya si alguien te hace algo a ti, tú mismo decide como defenderte o vengarte. ¿Qué te parece?

Realmente quería que me dijera que sí de inmediato, pero en lugar de eso se me queda mirando fijamente por unos largos segundos, como si esperara que yo retirara mi proposición, o tal vez preguntándose si realmente debería de aceptar. Luego de que los nervios empezaran a carcomerme, él suelta un pesado suspiro, se inclina hacia mí hasta dejar su frente en mi hombro y pregunta.

–¿Realmente tenemos que hacerlo así? –me cuestiona con una voz juguetona y algo infantil, como un niño intentando convencer a sus padre de almorzar pizza en lugar de lo que hubieran preparado. Quiero responderle en ese instante, pero aprieto los labios en cuanto su mano libre empieza a juguetear con mi espalda de la misma manera que lo hizo antes en el sofá de casa.

El muy desgraciado sabía qué estaba haciendo.

–Sí, tenemos que hacerlo así –le respondo con toda la firmeza que puedo recaudar. Lo siento suspirando una vez más, ahora contra mi piel, haciéndome temblar levemente.

–De acuerdo, de acuerdo –asiente finalmente levantándose, dejando en paz mi espalda, pero sin soltar en ningún momento la mano que le ofrecí hace unos minutos–. Prometo que lo haremos a tu manera.

–Gracias.

–Por ahora.

–¡Hiccup!


La cena fue algo... tensa. Hiccup no dejaba de ver asombrado a Dioniso, que finalmente había dejado de ser aquel sujeto bronceado de penetrantes ojos morados y regresaba a ser el señor D, con su lata de Coca Cola Light y jugando Pinacle desinteresadamente con Quirón y uno que otro sátiro. Tengo la teoría de que fijarse en el tremendo cambiazo del dios de los vinos es lo que lo estaba manteniendo completamente indiferente a todas las miradas que tenía sobre él en ese preciso momento. No solo porque evidentemente tener un nuevo hijo de Poseidón paseándose por el Campamento era tremendamente impactante, sino porque Hiccup es un testarudo de narices y no aceptó el hecho de que no estaba permitido sentarse en la mesa destinada para una cabaña distinta a la suya, a pesar de que le insistieron que no lo hiciera, terminó sentándose conmigo.

–Entonces... ¿ya no sacrificáis animales?

–No, aunque los augures romanos rajan peluches.

–¿Qué es un peluche?

–Es un muñeco suavecito pensado para que lo abraces y juegues con él –le contestó luego de pensar por un buen rato cómo diantres se explica algo que parece tan básico.

–¿Y por qué los rajan?

–Porque mayormente los peluches tiene forma de animales.

Hiccup entrecierra los ojos y se inclina hacia mí. –Entonces seguís sacrificando animales.

–No están vivos, Hiccup –le respondo girando los ojos y aguantándome una que otra risa–... ¿siquiera se puede sacrificar algo que no sean seres vivos? –pregunto inclinándome hacia él. No te sabría decir si fue sencillamente por imitarle o por acortar más la distancia–. Entonces... ¿no piensas quedarte por mucho tiempo, eh? –pregunto con delicadeza, deseando en todo momento no incomodarlo.

–No, mientras más lo pienso ¿realmente tengo algún motivo para que siga aquí? He perdido a todos los que alguna vez conocí, no tengo un lugar que llamar hogar, seguramente mis padres llevan todos estos siglos aguardando por mí en el Elíseos... ¿para qué continuar entonces?

Quiero decirle que yo podría ser un motivo, pero me muerdo la lengua no solo porque eso seguía egoísta de narices, sino porque no pienso seguir con esa maldita manía de familiares míos reteniéndolo por sus caprichos. Quiero que se quede, claro que quiero que se quede, quiero poder tenerlo en mi vida, quiero ver hasta donde podríamos llegar porque, malditos sean Afrodita y Eros, aquí hay algo... ¿pero que podría hacer si él sencillamente no quiere?

–Bueno –suelto con pesadez, aferrándome a las esperanzas que tengo de que todo vaya lo mejor posible–... espero que nos reencontremos allí entonces, Hiccup, no te atrevas a reencarnar antes de que muera.

Él suelta una honesta risilla mientras se acerca más a mí, yo le sigo con honestidad. Esto es una de las pocas cosas buenas de ser un semidiós, sabes perfectamente qué hay más allá, sabes perfectamente que caerle bien a tu padre divino te gana un lugar en los Elíseos donde te reencontrarás con todos aquellos que amaste. Tal vez mi caso sea más complicado, tal vez me cueste ganarme un lugar en el Elíseos... pero quiero creer que será mi última parada porque, querido lector, estás fatal de la cabeza si crees que voy a hacer esa tontería de revivir tres veces, ya he tenido bastante con una probadita de la vida, muchas gracias.

Hiccup me sonríe ladinamente. –Creo que prefiero quedarme allá en el Inframundo, aunque algo me dice que mis padres definitivamente intentaron vivir una vida de guerreros más de tres veces. ¡Hey! Tal vez una vez allá podrás conocerlos, seguro que os llevaréis genial.

–Ojalá realmente pueda llegar hasta el Elíseos –termino añadiendo con un suspiro algo pesado–. Esta misión tiene que salir bien... tengo que convencerles que pueden estar seguros de que yo no soy como mi madre.

–Iré contigo.

¿Qué?

–Iré contigo –repite, sonriente–. No sé qué tienes que hacer, pero pienso estar ahí para ayudarte en todo lo que pueda, Elsa, pienso ir contigo a tu misión.

–No pienso dejar que te mueras en mi misión, me deprimiría como no tienes ni idea.

–Pues te ayudo a cumplir la tuya y me busco otra, así de sencillo.

Aprieto con cierta rabia los labios. –No tienes que hacerlo.

–Ya lo sé. La cosa es que quiero hacerlo –insiste, ahora reposando su cabeza sobre uno de mis hombros, siento como rebusca por una de mis manos por debajo de la mesa, le acepto el gesto, me aguanto los temblores cuando él entrelaza nuestros dedos–. Te dije que no dejaría que nadie te hiciera daño, que te protegería, no pienso morir sin estar seguro de que el Olimpo no intentara mandarte a ningún otro lado que no sean los Campos Elíseos.

Con el corazón latiéndome como loco y las mejillas enrojecidas, me limito a suspirar pesadamente, dándole luego un rápido apretón en la mano.

–De acuerdo, de acuerdo, cuento contigo entonces.

–No te arrepentirás.

–Sé que no lo haré.


Maldigo en cuanto me doy cuenta con qué estoy soñando. Vete a tomar por viento, Hipnos.

¿Recuerdas esa completamente comprensible petición que me hizo Hiccup de no intentar investigar que había pasado la noche que conoció al señor D? ¿Recuerdas como estuve de acuerdo? Bueno, pues a los dioses del sueño no les apetece respetar nada.

Me había ido a la cama luego de la cena esperando un nuevo mensaje de Afrodita, esperando que respondiera a la pregunta que tanto Hiccup como yo teníamos de cuándo conoceríamos de qué iba la siguiente misión, pero no, no pasó eso, lo que en verdad está pasando es que, al igual que cuando lo vi por primera vez en mis sueños, nuevamente estoy en antiguo palacio griego, vestida con un quitón con bordados que hacen referencia a Afrodita, viéndolo todo desde los ojos de Idylla.

Bueno, ahora mismo no veo nada, sino que estoy sintiendo una que otra cosa desagradable.

Sé que estoy tumbada entre cojines, sé a la perfección que estoy borracha que no veas y tengo un calor de mil demonios –cof cof en todos los sentidos de la palabra cof cof–. También hay cosas más desagradables, siento una mano que está subiéndome el quitón, descubriendo más y más centímetros de mis piernas, hay unos húmedos y torpes labios besando mi cuello, y una mano, que asco de mano, que se está buscando un lugar entre mis piernas.

Puedo notar que Idylla le da igual todo eso, ni le gusta ni lo odia, sencillamente está pasando, si me lo preguntas a mí, que soy el parásito que cotillea desde su perspectiva, te diré que nada de lo que está pasando, tomando en cuenta la cantidad de alcohol que seguramente ha consumido, parece realmente caer dentro de los parámetros de sexo consentido.

Mientras me pregunto si hay manera de cambiar los recuerdos y apartar a labios babosos de mí/Idylla, la mirada de ella se desvía perezosamente.

Es entonces que lo veo, con los brazos tras la espalda, levemente apoyado contra una columna, intentando no mirar en mi dirección, sumamente incómodo y con pinta de no querer estar allí. Hiccup está maquillado con polvo dorado, se ve precioso pero es más que evidente que no le gusta como se ve, llevaba un exomis –prenda característica de la infantería– manchado de sangre y tierra que dejaba al descubierto gran parte de su torso. Mis labios, o los de Idylla –realmente no comprendo del todo como debería definirlos– se mueven por su cuenta para dejar pasar el nombre de Hiccup como un suspiro.

¿Por qué Idylla fantasea con Hiccup mientras está con otro tío? Yo qué sé, pero lo hace.

Escucho al sujeto encima de mí gemir el nombre de Idylla, ella lo manda a callar furiosamente y él se disculpa en un murmullo, jamás se voltea en su dirección, mira a Hiccup en todo momento.

Y mientras ella tiene a un pobre desesperado borracho sobre su cuerpo, Dioniso, en ese cuerpo joven, esbelto y bronceado se acerca sonriente hasta Hiccup. Con un quitón dorado y una capa de piel de leopardo colgando desde sus hombros. No escucho nada, no sé de qué hablan, pero Hiccup parece saludar con amabilidad, sin tiempo a hacer nada cuando Dioniso invade su espacio personal.

Veo como Dioniso acaricia su cintura y uno de sus brazos, veo como empieza a susurrar contra su oído haciendo que Hiccup se ruborice. Yo quisiera ayudarle de salir de esa incomoda situación, porque en su expresión se puede notar a la perfección que si antes no quería estar ahí, ahora quiere escapar. Pero Idylla malinterpreta todo, deja que aquel rojizo en sus mejillas le dé una idea equivocada y permite que la furia guíe su actuar.

Se quita de encima bruscamente a ese sujeto, dejándome finalmente apreciar que se trata de un muchacho no mucho mayor de fornido cuerpo y ondulado cabello rubio. Él vuelve a llamarla, ahora se refiere a ella como mi señora, pero Idylla lo ignora para levantarse bruscamente y bramar.

–¡Hiccup!

Él se aparta bruscamente de Dioniso, se pone recto y firme ante ella, Dioniso la mira de arriba a abajo, analizando absolutamente todo, seguramente preguntándose si podría transformarla en un delfín, Idylla no parece notar o tan si quiera importarle eso, se limita a hacerle una seña a Hiccup y encaminarse apresuradamente fuera de aquella sala.

Caminó por largos pasillos abiertos hacia el jardín del palacio, el azul de la noche se combina con el rojo de las antorchas que iluminan el lugar. Noto a los esclavos apartándose en cuanto notan el ánimo de su dueña, noto el cuerpo de Idylla tenso por toda la furia acumulada. Se adentra en una estancia de largos vanos, aquella que recuerdo como el lugar donde se "despidió" de Hiccup, la que supongo que es su habitación.

Se desploma bruscamente en sus almohadas, tomando una manzana roja del cáliz dorado que tenía al lado.

–Mi señora –la voz de Hiccup se adentra repentinamente, es entrecortada y cansada, dejando en claro que ha estado siguiéndola apresuradamente.

La muy maldita le arroja la manzana, le da justo en una pierna, él hace una mueca y retrocede un poco, sé que Idylla no lo ha notado, es evidente que no lo conoce en lo absoluto, pero sé que Hiccup solo está fingiendo que le ha dolido. La furia aumenta y aumenta, toma más frutas del bendito cáliz y las arrojas una a una sin parar, cada vez con más fuerza. La mayoría impactan contra su torso, una que otra le da en las piernas.

Una cae en su cara, quiero arrastrarla de los pelos en cuanto él cierra los ojos y aguanta la respiración, definitivamente intentando no mostrar que le dolía emocionalmente todo lo que estaba pasando.

Quiero detenerla en cuanto me doy cuenta de lo que intenta hacer, pero solo soy una espectadora y esto ya ha pasado. Idylla toma el cáliz y lo lanza con todas sus fuerzas, pero pesa bastante así que solo las frutas que rebotan llegan a darle.

–Mi señora –Hiccup lo intenta otra vez.

–¡CÁLLATE! –le responde dando un puñetazo en la mesilla donde había estado reposado el cáliz–. ¿Por qué siempre tienes que hacer esto? –pregunta luego de respirar profundamente varias veces para intentar tranquilizarse. Lo veo temblar, ella se acomoda mejor entre los cojines–. ¿Por qué haces que me enfade así, Hiccup? Sabes a la perfección que odio enfadarme así contigo.

Menuda idiota. Asquerosa manipuladora. Víbora esclavista. Tóxica de mier...

–No sabe cuánto lo siento, mi señora –murmura Hiccup con la cabeza agachada y la voz algo temblorosa.

Dioses, como quiero abrazarlo y decirle que no se merece nada de esto.

Pero Idylla solo aprieta los dientes y lo mira con rabia.

–Lárgate –masculla rabiosa, Hiccup alza la vista angustiado–. No quiero verte en lo que queda de noche.

Él toma aire profundamente, asiente y dice. –Buenas noches, mi señora.


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¿Por qué hare esto de crear personajes solo para odiarlos con toda mi alma? ¿Será esto una especie de masoquismo?

Nah, no creo.

Por cierto, Isabela, mi personaje favorito de Encanto, pues claro que marca terreno y muestra quien manda dando hostias con su melena, me encantaban esas escenas en la película. No le digáis cosas feas a mi niña de flores, si a un hermano vuestro le clavaran una botella en el ojo también estaríais indignados.

Os prometo que Elsa va a mimar mucho a Hiccup después de esto, no os preocupéis.

Por aquí ya es tarde, luego decidiré si os doy un capítulo más de maratón o lo dejo aquí.