Hiccup Haddock, el molesto asesino de desayunos.


Me he quedado completamente dormida a pesar de los chirridos de mi alarma, no sé en qué momento me cansé tanto, tal vez fue la cantidad inmensa de sentimientos y pensamientos que se acumularon como un millón de tifones peligrosos en mi mente toda la noche o el haber participado de un versión extremadamente peligrosa de captura la bandera, que sí, que yo estuve mucho tiempo sentada esperando a que algo pasara, pero el estrés mental lo tomaré en cuenta. Puedo escuchar toques en mi puerta, lo cual es nuevo, la verdad, no suelo tener a gente intentando contactar conmigo a estas horas de la mañana.

Escuchar la voz de Hiccup hace que entienda un poco mejor la situación, aunque no puedo evitar frustrarme al escuchar como los toques en mi puerta aumentan la rapidez e insistencia. Dioses me quiero quedar en la cama un poco más.

Bah, la vida hay que vivirla, quien tenga miedo a morir que no nazca.

Me levanto perezosamente y avanzo hasta la puerta, abriéndola lo suficiente solo para que él me vea.

–Vaya, te ves agotada –es lo primero que me dice, cruzándose de brazos y dibujando una leve sonrisilla en los labios–, lo cual es raro, teniendo en cuenta que has dormido bastante.

–Hiccup, ¿te puedo preguntar algo personal y delicado? –suelto tan solo porque me acordé de mis teorías de anoche.

Le veo alzando una ceja. –¿Qué cosa?

–¿Idylla usaba tu voz como una especie de afrodisiaco para sus orgías?

Veo como sus mejillas se sonrojan, lo primero que se me ocurre es disculparme por soltar esa tontería sin tan siquiera pensármelo bien primero, pero al ver como se pasa una mano por el rostro hasta pellizcar el puente de su nariz para luego suspirar pesadamente me detiene.

Con una voz tremendamente cansada me pregunta. –¿Con qué has soñado ahora?

–Oh no, no soñé con nada, o por lo menos no recuerdo soñar con nada, lo deduje –confieso con simpleza–. No pude evitar preguntarme por qué aprenderías a cantar como una sirena, tengo entendido que no ibas a guerras, por lo que no creo que tuvieras la gran necesidad de ahogar a enemigos, por lo que asumí que lo más común sería usarlo como un tipo rarísimo de afrodisiaco y como solías usarlo de esa forma no sabes si, cuando tan solo tienes una intención violenta, también terminas induciendo un poco del lado lujurioso, además comentaste algo de que la cercanía afectaba, eso explicaría porque estabas particularmente preocupado por mí.

–Lo último es porque los otros no me importan en lo absoluto –me corrige, aun con las mejillas algo enrojecidas.

–Sí, eso lo di un poco por hecho, déjame reformular. Por eso estabas particularmente preocupado de que me afectara de esa manera, ¿mejor?

Hiccup me mira en completo silencio por unos segundos hasta suspirar pesadamente. –Conocí a la ninfa de un río que me recomendó aprender a cantar como una sirena porque era lo que todos mis hermanos hacían. Me enseñaron a cantar pero no a manejarlo. Era un poco dispara una flecha sin fijarte en el objetivo, dependía de la persona, de la cercanía, de mis intenciones, eran una cantidad infinita de factores lo que marcaban cómo sería la reacción de la persona. Luego de aprender y pasar por situaciones... incómodas –quise preguntarle a qué se refería con eso último, pero su expresión me dejo en claro que eso era todo lo que quería comentar con relación a ese tema–, decidí preguntarles como manejar del todo las reacciones que podrían tener la gente, me dijeron que ciertas entonaciones muy precisas podrían mover la balanza de un lado a otro, pero jamás supe identificarlas correctamente.

Mientras asentía seguí preguntando. –¿Cómo si fuera un idioma?

Él se hunde en hombros. –Podrías decirlo así.

–¿Y puedes nacer con esa habilidad o solo se puede aprender?

–Si eres una sirena pues naces con la habilidad, si eres un hijo de Poseidón puedes llegar a aprenderla, pero cualquier otro mortal o semidiós no podría –de momento a otro se inclina un poco hacía mí, recordándome que tan solo tenía una camisa ancha y la ropa interior cubriendo mi cuerpo–. Ahora que ya lo entiendes mejor, ¿se te ha pasado las ganas de ayer?

No puedo evitar sonreír con sorna. –Oh no, en lo absoluto, aún quiero comerte la boca, pero comprenderé si quieres tomarte tu tiempo.

Sus mejillas se enrojecen tanto que parece que brillan. –Elsa –su voz es una advertencia.

–¿Tampoco me tomas en serio hoy? –le digo dando un paso hacia él.

Puedo notar a la perfección como se tensa todo su cuerpo. –No me provoques, copito, luego no sabré detenerme.

Me encantaría que se veía completamente serio y firme mientras me decía eso, pero realmente parecía que le estaba tomando mucho trabajo dar la imagen que quería. ¿Sa veía increíblemente encantador y seductor mientras lo decía? Sí, pero también es cierto que a mí cualquier cosa que haga me parece encantadora, así que no soy una jueza fiable en ese punto.

Me cruzo de brazos. –¿Solo me besaras cuando esté dispuesta a abrirme de piernas?

Él da unos pasos hacia atrás mientras desvía la mirada y cubre levemente su rostro con una mano, como si eso ocultara lo rojas que estaban sus mejillas.

–Te espero fuera, cámbiate.

–Ayer me recibiste sin camisa, eso es doble moral de tu parte.

–¡Estaba a punto de irme a dormir! ¡No te esperaba!

–Y yo me acabo de despertar por que tú llamaste a mi puerta, estamos a mano –le digo con falsa dignidad antes de empujarlo juguetonamente un poco más atrás para poder cerrar la puerta–, no me demoro nada.

–Eso es mentira –parece estar bromeando, pero sigue desviando la mirada y se nota que aún está avergonzado.

–Puedes ayudarme a vestirme si crees que tardo tanto.

Es él quien cierra la puerta.

No puedo evitar soltar una carcajada. –¡No aguantas ni una!


Para cuando estábamos en el comedor, al notar las intensas miradas que los hijos de Niké le dedicaban a Hiccup, fue que recordé que este niño grande había aceptado la pelea con Astrid por... motivos, supongo. Ya tiene a toda la mesa de semidioses que sencillamente no saben ser buenos perdedores, mucho menos buenos ganadores, mirándolo con rabia, pero como los está ignorando olímpicamente he decidido tan bien regañarlo mudamente con la mirada.

–¿Qué pasa? –me pregunta confundido.

–Me he acordado de la pelea que aceptaste tener con Astrid.

Me sonríe con sorna el muy desgraciado, hay que ver lo bipolar que me hace este hombre. –No durará mucho, no te preocupes.

–No sé si quiero saber exactamente qué significa eso.

–Creo que ya te haces una idea correcta, copito.

Ignoraré el apodo que lleva usando conmigo últimamente, mayormente me molesta que la gente se refiera a mí con algo relacionado a mi madre, pero a él se lo dejaré pasar... por ahora. –Si la matas, Heather me matará a mí, si Heather me mata a mí, tú la matarás a ella y si tú la matas a ella por todos los dioses sé que Astrid encontrará la manera de revivir para matarte –explico toda la secuencia de muertes innecesarias que sé que se llevarán a cabo por su cabezonería con la esperanza que eso le haga recapacitar de su decisión.

–Creo que exageras.

–Tú no conoces a Hofferson como yo, Hiccup, no tienes ni la menor idea de lo que es capaz.

Me mira confundido por unos silenciosos segundos. –¿Cuál de las dos es Hofferson?

–¿Cómo es que todavía no lo sabes? –le pregunto acusativamente, dándole un leve empujón con el hombro.

–¡Nadie me ha dicho sus apellidos! –se defiende de inmediato, con una mano en su pecho y una expresión de exagerada de indignación–. No entiendo como a veces sencillamente esperas que sepa cosas que nadie me explica. Me he pasado todo este tiempo congelado, por si se te ha olvidado.

No puedo evitar dibujar una mueca en mi rostro. –Me arrancaron la piel de las manos ese día, no se me olvida, Hiccup.

De momento a otro él me dedica una sonrisa burlona, toma una de mis manos. –Y gracias a mí estás como nueva, ¿no es así?

No puedo evitar regresarle la sonrisa. –De acuerdo, sí, ahora que lo pienso jamás te agradecí por sanarme las manos, así que, gracias Hiccup –le digo con exagerando un voz dulce y amable para luego soltarme de su agarre bruscamente–, sigo creyendo que no deberías de hacerlo y que es tremendamente inmaduro de ambas partes.

–Tengo curiosidad de cómo planea dar una pelea de verdad cuando ayer tan solo duró unos segundos –la sonrisa victoriosa de Hiccup hace que ruede los ojos.

–Como dije, esto es tremendamente inmaduro.

De momento a otro siento como dejar caer gran parte de su peso sobre mi hombro, tiene uno de sus brazos rodeando mis hombros mientras inclina la cabeza para que vea a la perfección esa tonta expresión de pena que supongo yo le hace creer que conseguirá algo de mí.

–¿Eso significa que no vas a ir para apoyarme? –me pregunta con una voz infantil y haciendo un puchero.

–Exactamente –respondo, sonriendo de inmediato ante sus sorpresa.

Hiccup se endereza de golpe y se inclina más hacia mí. –¿Qué? ¿Por qué? ¿Hablas en serio?

–Buscaré algo más entretenido y menos infantil en lo que gastar mi tarde, muchas gracias por la oferta, Hiccup.

–Vas a abandonarme, con esas dos locas, completamente solo –su tono es acusativo y su rostro está fruncido en una expresión muy tierna, no puedo evitar apretujar un poco sus mejillas con una mano.

–Podrías ser un niño grande y decirle a Astrid que lo de la pelea te parece una tontería –le propongo como si en verdad estuviera hablando con un niño pequeño.

–¡No me voy a echar atrás! –dice apresuradamente mientras se aleja de mi agarre–. Venga, no durará mucho, ¿por qué no vienes?

–Para que sepas en todo momento que no tienes mi apoyo.

–Me rompes el corazón –acusa, recargando su mentón en mi hombro, acariciando perezosamente mi espalda con dos de sus dedos haciendo que me recorriera un escalofrío que supe disimular–, en miles de pedazos.

–Sí, sí, que triste, una pena enorme, Hiccup –le respondo juguetona mientras alargo la mano para tomar un trago del zumo de naranja que he estado ignorando por un rato.

–¿Si prometo darte un beso en los labios al ganar vendrías?

Es un milagro que el jugo no se me escape por la nariz.

Lo aparto de mí con un empujó algo brusco mientras no puedo dejar de toser, lo escucho reírse al muy descarado mientras veo como todo mi plato de comida termina bañado en el jugo de naranja que he escupido y que se ha derramado.

–No aguantas ni una –repite la broma que le dije hace unos minutos, haciendo que frunciera el ceño como nunca mientras me ponía más roja que todo un campo de tomate.

–Me has fastidiado el desayuno –señalo a mi pobre plato de comida aguada–, ¿solo para hacer esa broma?

–Ha valido la pena –sonríe victorioso.

–Quiero que sepas que esto hace que definitivamente no vaya a apoyarte –le dejo muy en claro, pinchando su pecho con un dedo–, asesino de desayunos.

–Asesino de desayunos –repite, asiento y sonriendo como idiota–, creo que me gusta ese nuevo apodo, me lo apuntaré, tal vez pueda añadirlo junto a "asesino de niñas molestas de Niké".

–No te atrevas –le gruño–, si se te va la mano con Astrid...

Él me interrumpe girando los ojos. –Su novia te matará, yo la mataré a ella y Astrid volverá de entre los muertos para matarme, sí, soy bueno memorizando esas cosas, no te preocupes por mí. O tal vez sí, si preocuparte por mí significa ir a apoyarme en esta tonta y posiblemente extremadamente rápida batalla, entonces preocúpate por mí.

–No quiero.

–Haré lo que pidas –insiste.

–Ya tienes que hacer lo que pida, ¿recuerdas? Me debes un favor –me doy cuenta de la enorme ventaja que tengo en ese preciso momento, por su expresión puedo adivinar que Hiccup también–. ¡Me debes un favor! –repito, sonriendo y señalándome acusativamente.

–O... podría deberte dos favores –propone nervioso, regresando a acariciar mi espalda.

No puedo evitar darle un manotazo cuando empiezo a ponerme nerviosa. –Tú sabes perfectamente lo que haces conmigo cuando me acaricias le espalda –le acusó con las mejillas incendiadas, decido ignorar la sonrisa juguetona de Hiccup que intenta, terriblemente, parecer inocente.

–No tengo idea de que hablas.

–Manipulador –mascullo mientras su mano vuelve al mismo sitio de antes–, para ya con eso –intento volver a apartar su mano, pero su respuesta es apretarme la cintura y pegarme a él.

–Por favor, ven a verme –repite, volviéndome a poner su rostro en mi hombro, acercando peligrosamente sus labios a mi cuello–, te deberé dos favores, Elsa, por favor.

–Eres imposible.

–Ajá –asiente.

–Irredimible.

–Completamente.

–Y un niño grande mimado.

–Veo que coincidimos.

Aprieto mis labios mientras lo miró fijamente con el ceño fruncido, él sonríe victorioso.

Resopló mientras me alejo un poco de él.

–¡Está bien, está bien! –finalmente accedo a lo que él finalmente me da un poco de espacio y me muestra una enorme sonrisa.

–Gracias, copito, eres todo un encanto –me dice con una expresión demasiado tierna para mi salud mental.

–No tientes tu suerte, Haddock, no la tientes... y me debes dos favores.

–Por supuesto –asiente con una sonrisa de oreja a oreja


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Hiccup acumulando apodos raros porque puede, porque quiere.

Nuestro sirenito es irresistible, es lo que hay.

Por si no ha quedado claro, yo creo que el canto de Hiccup no le afectó, son solo hormonas de adolescente.