CAPÍTULO LXV
Gojō y Yūji aprovecharon el fin de semana para ir donde Getō. Este aún no se hallaba del todo cómodo recibiendo a su mejor amigo como la pareja de su sobrino, aunque mientras ellos estuvieran bien, el resto no era de su incumbencia.
A nadie le sorprendió ver a Nanami detrás de Getō, tan arreglado, perfumado y galante como nadie en la escuela había presenciado jamás. Los pantalones de vestir aburridos y las camisas de colores pálidos se transformaron en trajes elegantes y telas que le realzaban la mirada; además, ¿era imaginación de los invitados o lucía más joven?
—¿Crees que se haya puesto bótox? —susurró Gojō sobre la oreja de Yūji.
—Tal vez renunció. Con lo que detesta su trabajo —que no era un secreto para nadie—, no me sorprendería que mañana no se presentara a clases.
—¿Vinieron aquí a cuchichear en mi cara? —inquirió Getō con una sonrisa que por poco escondía su molestia.
Gojō y Yūji se tensaron sobre sus asientos.
—Yo… —se aclaró la garganta—. Yo quería pedirte un favor, tío Getō.
—¿De qué se trata? Si es algo que puedo hacer: con gusto. —Era una oportunidad de estrechar relaciones con su familia.
—Me gustaría que las joyerías de Gojō-sensei no fueran parte del lavado de dinero. —Nervioso no era la palabra que lo describiría, sólo esperaba no estar pidiendo demasiado para ofrecer nada a cambio.
En lugar de responder de inmediato, cruzó los brazos. Se dio un respiro pausado y recargó la espalda contra el asiento en su totalidad.
—¿A qué se debe esa petición? ¿No es algo que debería pedir él?
Gojō fingió demencia.
—No debería sorprenderme a estas alturas que Satoru pudiera caer aún más bajo, pero ¿utilizar a mi sobrino para interceder ante mí?
—¡Fue mi idea! —Se llevó una mano al pecho—. La verdad es que no quiero que siga en esto.
Getō relajó el entrecejo, no por eso perdió seriedad en el semblante. La forma de actuar del muchacho le recordaba bastante a sí mismo en su juventud. Desvincular a la persona que quieres de cualquier cosa que pueda dañarlo o ponerlo en peligro… Conocía ese deseo, esa necesidad.
—No puedo permitir eso.
—¿Por qué? —Comprendió que, por la elección de palabras, era algo que sí se podía hacer, mas su tío no quería autorizarlo—. Debe haber algo que pueda…
—Escucha, Yūji —interrumpió—. Cuando permití que Satoru y Nanami dejaran sus puestos, también se destruyó toda evidencia o registro de sus antecedentes criminales. Por lo general, cuando un miembro comete traición y logra zafarse del ajuste de cuentas, esos registros se entregan a las autoridades y se utilizan para bloquear cuentas bancarias y restringir la salida del país de manera legal. Si yo permitiese que Satoru desvincule sus negocios de los míos, entonces no habría nada que pudiéramos utilizar en su contra.
—¿Y por qué querrías hacer eso?
—Por ti.
Yūji apretó los labios y bajó la mirada. ¿Significaba que, por su culpa, Gojō nunca podría dejar la mafia?
—Escúchame, Yūji. Satoru es un arma andante. Sí, le tengo mucho aprecio, es como un hermano para mí; justo por eso sé de lo que es capaz, pero entiende que también es mi responsabilidad protegerte. Esto es… Velo como un plan de emergencia por si sucede algo malo.
—¿Algo malo? —enunció, frunciendo el entrecejo, las manos hechas puño sobre las piernas.
¿Qué más podía ocurrirle que se considerara malo?
La madre que debía cuidarlo y protegerlo nunca estuvo presente; su abuelo ya había fallecido; la relación que tenía con Sukuna se hallaba fragmentada; su pareja padecía un trastorno de identidad que lo volvía un psicópata y todos sus familiares vivos tenían un nexo con la mafia.
¡Lo único bueno en su vida era que tenía salud!
Consciente de que no se encontraba en una situación precaria y que no carecía de comida, vestido o techo, se limitó a apretar la mandíbula con fuerza para no soltar una estupidez.
Gojō le puso una mano en la cabeza, revolviendo sus cabellos para intentar distraerlo.
—¡Ah, qué envidia! —exclamó con el tono desenfadado que le caracterizaba—. Me pregunto en qué momento nuestro querido tío comenzará a preocuparse por mí también —soltó una risa lacónica antes de volver la mirada—. Sin rencores, Suguru. Se lo haré entender a Yūji más tarde si no lo comprende del todo ahora.
Nanami dejó caer los hombros, como si hubiese sido él quien cargara con el peso de la charla.
—Sin embargo, hay una alternativa para que Satoru deje todo esto sin represalias —agregó Getō, pues no era ciego y aunque creyó que Gojō dejaría al chico hablar de inicio a fin, estaba claro que intentaba calmarlo y desviar el rumbo de la conversación para zanjar el tema y salir de allí.
Si en verdad se preocupaba por él y estaba dispuesto a dejar todo atrás por estar con su sobrino, entonces le permitiría salir por la puerta delantera sin nada que deber, con la cabeza en alto.
Yūji levantó el rostro, a la espera de una buena noticia y Gojō bajó la mano de la cabeza a la espalda.
—Tengo dos propuestas para que elijan. —Colocó al frente dos dedos—. La primera: que Satoru me venda los derechos sobre su franquicia. —A Nanami, para términos legales—. La segunda: tienen que casarse.
—Suguru, no creo que… —intervino Nanami, quien cerró la boca cuando el otro levantó una mano para indicarle que aún no terminaba.
—En el primero de los casos pretendo ser generoso, incluso asumiré el pago de impuestos por el traspaso comercial —manifestó sus intenciones—, el resto depende de Satoru. Si quiere tener una vida cómoda con ese dinero, sólo tendría que dejar de despilfarrar. Fácil.
»Por otro lado, si se casan, Satoru deberá ceder mínimo el cincuenta por ciento de sus posesiones a Yūji, lo que incluye viviendas y negocios, claro está.
«Es un zorro astuto» argumentó la voz en el interior de Gojō con la que no le agradaba discutir.
—Pero en Japón no es legal el matrimonio gay —argumentó Yūji, creyendo que esa petición tenía muchas fallas de ejecución.
—Si Satoru tuviera toda su economía y posesiones administradas por bancos nacionales no podría usar la tarjeta negra que tiene, así que de eso no te preocupes. Además, sus paraísos fiscales aceptan certificados de matrimonio de otros países: Canadá, Francia, Finlandia… ¿Me equivoco en algo, Satoru?
—Qué bien vigilado me tienes. Podría tirarme a hacer drama diciendo que sólo me quieres por interés —exageró, limpiándose una inexistente lágrima del borde del ojo—. Pero hay un pequeño fallo en tus condiciones.
—Te escucho.
—Yūji tiene diecinueve.
—¿Me crees tan inflexible y desalmado para proponer que se una a ti porque sí? Gracias a eso tienen dos años para meditarlo. De nada. —De ese modo podría proteger económicamente a Yūji, además de deshacerse de Gojō en el peor y más cruel de los escenarios.
—Oh, sí, gracias, gracias —replicó sin desdén, pero con tono burlesco—. Ahora, ¿desde cuándo la yakuza se volvió versada en el matrimonio igualitario? ¿Acaso has estado investigando para algo que te atañe? ¿Tú o Nanami tienen algo que revelarnos? ¿Una invitación a cierta ceremonia quizás?
Pese al rostro estoico que mantenía Nanami, un tenue carmín le coloreó los pómulos.
—Métete en tus asuntos, Satoru. —A Getō a veces se le olvidaba que el tipo era inteligente—. Seguimos hablando de ti y de Yūji.
—Si creíste que con todo este teatro me iba a echar atrás, estás muy equivocado.
«Nos vamos a casar, ¿verdad? ¡¿Verdad?!» exigió saber la voz a la que Gojō tanto ignoraba.
—Ve preparando todo el papeleo para librarme de esto, porque voy a…
—Tenemos dos años, ¿cierto? —interrumpió Yūji—. ¿Qué pasa si toma más tiempo decidirlo?
—La propuesta es indefinida —respondió Getō—. Podría tomarles diez años o más si prefieren. Si duran —enunció eso último con un tono venenoso en la lengua.
—Entonces, lo pensaremos.
Getō le dedicó un gesto cálido.
Incluso con los lentes oscuros puestos, las cejas de Gojō delataron su sorpresa.
«¡¿Yūji?! ¡¿No se supone que teníamos algo especial?! ¡¿Cómo que lo vamos a pensar?! ¡Si es evidente la respuesta! ¡¿O acaso ya no me amas?! ¡¿Todo este tiempo me estuviste usando?!».
Gojō dejó a su versión más insana montarse su telenovela.
Él, por su parte, no pretendía anunciar un «muy bien, ¡nos casaremos en la mañana!», pero sí estaba dispuesto a iniciar el asunto burocrático para venderle los negocios a Getō.
Después de todo, no era un insensato que pretendía hablar por su pareja. Podían ocurrir muchas cosas en dos años, una de ellas: que Yūji no quisiera seguir a su lado; algo pesimista de su parte considerar eso, pero la posibilidad de que sucediese no era de cero.
Después de zanjar el asunto con el lavado de dinero, Yūji pidió hablar con Nanami a solas, cosa que extrañó a este último.
Yūji levantó el rostro, observando con claridad la leve pincelada de confusión mal disimulada en las facciones opuestas.
—¿Sucedió algo? ¿Tuviste algún problema? ¿Con Sukuna quizás? —Preguntarle si lo había tenido con Gojō era una opción, pero dado que habían llegado casi de la manita, lo dudaba.
En el fondo, le emocionaba que Yūji pudiese pedirle alguna clase de consejo. Por desgracia, el chico era tan transparente como el agua y en aquellos ojos marrones no había atisbo de dudas.
No sabía qué esperar.
Yūji negó con la cabeza. Separó los labios y miró con extrañeza cómo Nanami, después de formular aquellas cuestiones, caminó con sigilo hacia la puerta para abrirla de golpe, haciendo que Getō y Gojō cayeran casi uno sobre el otro en el suelo.
—¿Se les olvidó algo?
—Sólo recargué la mano en la puerta para acomodarme el calzado. —Getō se limitó a esbozar una sonrisa forzada para disimular el haber sido atrapados.
—Yo intenté agarrarlo, pero abriste demasiado rápido.
—Sí. Seguro —añadió Nanami, los brazos cruzados, empleando un tono que anunciaba a todas luces no tragarse la mentira sacada de la manga—. ¿Cuántos años creen que llevo conociéndolos, par de chismosos?
El apelativo desdeñoso los atravesó como una flecha.
—Con que de ahí lo heredó Fushiguro —agregó Yūji, anunciando el descubrimiento del siglo para empujar la conversación a otra parte mientras ellos se ponían en pie.
—En mi defensa…
—Ya nos íbamos —cortó Getō, empujando a su amigo hacia afuera.
Esta vez, Nanami no les quitó la mirada de encima hasta que se perdieron entre los pasillos.
Cerró la puerta.
—No han cambiado nada.
—Debiste pasar momentos divertidos.
—Eran un dolor de cabeza impresionante. Créeme. Juraba que para la edad que tengo ahora ya tendría todo el cabello cano.
Yūji no dijo nada para no romper sus esperanzas, pues a la distancia que se encontraba ya podía distinguir algunas hebras platinadas en el área superior de las patillas.
En momentos de tranquilidad como ese, al chico le carcomía la culpa por lo que planeaba decir. Pretendía reclamarle por meterse de forma indirecta en su relación, pero ¿podía culparlo cuando sólo se preocupaba por él?
—Ahora sí —suspiró con alivio—. ¿Qué es de lo que querías habla…? —Nanami suspendió la pregunta cuando el muchacho le rodeó con ambos brazos.
Sin saber qué decir con exactitud, le posó una mano sobre el cabello y la otra en la parte superior de la espalda, apretándolo un poco contra sí.
Era la primera vez que Yūji le daba un abrazo.
—Estaré bien.
Le escuchó decir contra su pecho, antes de ladear el rostro para que su voz no se ahogara contra la tela del traje.
—Sé que a ti y al tío Getō les preocupa que salga con Gojō-sensei, pero estaré bien. Estamos bien.
—Yo sólo… —Lo estrujó, quizá más de lo que debería, pues no quería olvidar ese cálido gesto—. Eres un niño, Yūji. Mi trabajo es protegerte. Sé que pronto serás mayor de edad y tendrás que aprender a cuidarte por tus propios medios, pero… —se le hizo un nudo en la garganta.
Incluso si deseaba sonar afable y cariñoso, sabía que no tenía derecho a imponer sus ideales a esas alturas, mucho menos con todos los años que dejó pasar; debió esforzarse hasta que Wasuke lo aceptara, aunque con el dolor creciente en el pecho por las decisiones de su joven amante, pensar con lucidez no figuró entre sus planes, convenciéndose a sí mismo de que los niños debían mantenerse con su familia de sangre y no con un exdrogadicto que sufría síndrome de abstinencia y un potente insomnio.
—Sólo… —suspiró, agradecido de lo que había recuperado y de lo que sus manos sostenían en el presente—. Prométeme que nos avisarás si te encuentras en problemas. Créeme que, si se tratara del Gojō que conocemos, no tendríamos demasiados inconvenientes, pero desde que su segunda personalidad apareció y se negó a tratarse con un especialista, pues… Hemos visto cosas. Cosas no muy gratas o sanas. Así que tenemos pendiente de que pueda ocurrirte algo. Tal vez te resulte difícil de creer, pero nos importas más de lo que imaginas.
—Ténganle un poco de fe —dijo, separándose de forma paulatina—. Su otra personalidad no es tan mala como parece. Bueno, es cierto que es bastante caprichoso e insistente, actúa de formas extrañas y tiene un ego desmedido, pero estamos trabajando en eso.
Para ese momento los ojos de Nanami se hallaban abiertos de par en par.
—Tú… ¿Has lidiado con su otra personalidad? —Tenía pésimos recuerdos al respecto.
—Sí. —Asintió—. Más de una vez, de hecho.
Nanami lo tomó por los hombros y comenzó a escrutar con la mirada las partes descubiertas del cuerpo contrario en busca de raspones, moretones o heridas.
—No te ha hecho nada, ¿cierto?
Yūji dirigió los ojos al techo. Era pésimo mintiendo y le daba pena hablar de las relaciones que había recibido, así como de las múltiples manoseadas y las veces que se habían comido a besos.
—No me ha forzado a nada —se apresuró a hablar, antes de que el silencio pusiera en duda sus palabras—. Suele hacer berrinche y es algo complicado lidiar con él, pero nada que un jalón de orejas no solucione.
La expresión de Nanami pareció relajarse a la brevedad. El muchacho le decía la verdad. Era un libro abierto para él.
—Si hubiera hecho mejor mi trabajo cuando le seguía la pista a Tōji… —resopló con resignación y negó con la cabeza—. Es una pérdida de tiempo llorar sobre la leche derramada —dirigió aquello más para sí mismo—. Lamento que debas ser tú quien lidie con esto.
Yūji dejó escapar una risita nerviosa, dejando morir la conversación. Esperaba que eso fuera suficiente para que no le metieran más ideas raras a Gojō.
—Vayamos al acuario —sugirió Gojō, sin despegar la mirada de la carretera.
—¿Ahora? —cuestionó Yūji, desviando los ojos hacia el apuesto perfil de su pareja.
—La próxima semana. Pensaba en el de Okinawa o Sendai.
—Hmm, llegué a ir al de Sendai en una excursión en la primaria. —No recordaba demasiado—. Pero, ¿no queda muy lejos Okinawa? Tendríamos que quedarnos en un hotel para descansar del viaje y no sólo pasar de ida y vuelta.
—¡Okinawa entonces!
—Dormirá en el sofá si intenta algo raro —advirtió, pues no era la primera vez que el otro intentaba propasarse con él en un hotel.
Si bien, no rechazaba por completo la intimidad con Gojō, le avergonzaba ensuciar una habitación y que otra persona entrara a limpiar el desastre. No comprendía cómo su novio podía ser tan desvergonzado para que eso no le importara en absoluto.
—Genial, mi deporte de riesgo favorito —canturreó Gojō, seguido de un «¡ay!», tras recibir un pellizco en la mano que posaba sobre una de las piernas de su chico.
La semana transcurrió rápido para Yūji, quien esperaba con ansias el viaje al acuario. Megumi buscó reseñas en Internet, haciéndole saber que era el más grande en Japón. También quiso recriminar su actitud infantil, pero en casa Gojō solía tararear una canción ridícula de autoría propia sobre ir a un acuario a cazar un tiburón y huir de la ley junto a su lindo, lindo Yūji.
Ambos eran tal para cual, así que optó por callar y, según tenía entendido, tendría casa sola, por lo que aprovecharía para estar cómodo con Sukuna.
Así, en un abrir y cerrar de ojos, Yūji terminó frente a un grueso cristal templado que exhibía animales acuáticos de todos tamaños y colores, con aletas que parecían un largo y fino velo de novia ondeando en una suave brisa de verano.
Pese a tener una sonrisa de oreja a oreja y estar haciendo un montón de recuerdos con Gojō, un detalle en particular no dejó de rondar en su cabeza: varias chicas mantenían su distancia de Gojō, pero los murmullos de «es tan guapo», «mira qué alto es», «¿será un actor?», «¿es extranjero?», no dejaban de llegar a sus oídos.
Miró a Gojō, quien en ese momento hacía una llamada con Ijichi por un asunto de las joyerías.
Nunca se cuestionó por qué vestía siempre de negro. Ese día llevaba tenis, jeans y camisa dignos de integrarse a un funeral; no había que confundir sus prendas por aquellos aburridos cortes rectos, pues las lucía casi ceñidas al cuerpo, mostrando la musculatura del torso y los brazos.
En contraparte, Yūji tenía encima una playera estampada, oculta por una sudadera azul marino, unos vaqueros y calzado deportivo gastado. Nada especial.
Incluso si caminaba a un lado de Gojō, era fácilmente ignorado. En cierto modo, eso estaba bien, no buscaba destacar.
Recargó los brazos sobre el grueso barandal de metal, divisando su reflejo en el vidrio.
Era un hecho que nadie pensaría que un tipo común y corriente como él era novio del guapo hombre albino que parecía actor extranjero.
En momentos como aquel, deseaba ser una chica. Así seguro notarían que Gojō era su pareja. Podrían caminar de la mano sin recibir miradas inquisitivas y también intentaría aferrarse al brazo opuesto para mantener la cercanía lo máximo posible sin incomodar al ojo público.
¿No estaría Gojō triste con todo eso? ¿Con tener que fingir amistad en la calle, cuando él era quien más buscaba el contacto físico?
Por si eso fuera poco, desde que llegaron, su pareja ya llevaba en el estómago dos helados, unos churros con chocolate, una malteada y gran cantidad de dulces. A Yūji le habría gustado ser capaz de pagar todo eso en agradecimiento o como una forma de demostrarle cariño al consentir antojos y caprichos, pero no podía permitírselo, no tenía dinero.
Eran demasiado diferentes. No vivían en el mismo mundo. Ni siquiera pertenecían al mismo plano astral.
Lo más importante, ¿por qué pensaba en todo eso de la nada? Llevaban más de un año saliendo y de antemano era consciente de las consecuencias de salir con alguien mayor. ¿Por qué justo en esa cita lo razonaba? Se supone que el día iba a ser divertido.
Se irguió por completo al recibir el tacto de una mano en la espalda alta.
Al seguir la dirección del brazo, se topó con el hombre que no dejaba de rondar sus pensamientos.
—¿Te sientes bien, Yūji?
—Sí. No es nada.
Gojō sabía bien que eso carecía de sentido. Yūji desbordaba energía. Lo había visto realizar actividad física extenuante y seguir fresco como lechuga.
No logró retener en la garganta un «hmm» que se traduciría en un claro: no te creo.
—Ah, ya veo lo que pasa aquí.
Yūji se mantuvo atento.
—Ya te aburriste de ver peces y no quieres decir nada para evitar herir mis sentimientos porque el día de hoy me puse realmente guapo para ti y escuchar eso me dejaría tan devastado que procedería a llorar, arruinando mi hermosa cara —finalizó, pasado una mano por el cabello en un gesto digno de modelaje.
—Creo que a su ego le sobran conclusiones, sensei. —Si algo le sorprendía, era que Gojō fuera capaz de soltar toda esa palabrería sin tomar una sola pausa para respirar.
No le molestaba que se comportara de ese modo, aunque seguirle el juego también era una terrible idea. Siempre actuaba en complicidad, era divertido, pero cuando el narcisismo hacía acto de presencia se tornaba peligroso.
—Sensei… —Apretó los puños, previo a relajarlos para elevar las palmas a la altura del diafragma—, si yo fuera una chica, ¿no se divertiría más? Se supone que esto es una cita y…
—¿De qué estás hablando? —Llamó la atención de Yūji, quien tenía la cabeza baja con una expresión atribulada—. Siempre reímos y la pasamos bien cuando salimos, ¿no?
—Bueno, sí, pero me refiero a… —hizo una pausa para mirar alrededor, donde era evidente quiénes eran pareja, dada la cercanía, no porque realizaran actos llamativos.
Gojō intentó adivinar en qué centraba el muchacho su atención. Sólo veía aburridas parejas y grupos de amigos que… ¡Oh!
—Ya veo, ya veo —sonrió, sosteniendo su propio mentón—. Haberlo dicho antes, eso puede arreglarse.
No dejó hablar al chico. Le tomó el rostro con ambas manos y lo calló con un beso fino, suave, nada carente de sentimiento, sólo de profundidad, pues sabía que algún visitante, incómodo, mandaría llamar a seguridad si comenzaba a agasajarse en público.
Yūji le sostuvo las muñecas, más por reflejo que por ánimo de separarlo. No quería romper el contacto incluso si sabía que debía hacerlo por el lugar en el que se encontraban.
Los besos de Gojō siempre le despegaban los pies del suelo, por lo que, al separarse, le tomó un par de segundos salir de su ensoñación. Mientras tanto, Gojō notó que, en efecto, esa zona en específico se había sumergido en el silencio característico de película de terror y que recibían varias miradas de asombro.
No solo había evidenciado una relación homosexual, que, al parecer, había incomodado a una familia con niños pequeños que comenzaba a caminar en dirección a la cabina de seguridad más cercana.
—¡Sensei! —moduló la voz para que nadie más que ellos pudiera escucharla.
—Si miras a las seis en punto —levantó un dedo para pedir la palabra—, verás cómo se nos acerca un guardia de seguridad.
Yūji realizó aquello con discreción nula y giró rápido el rostro para fingir que nunca pasó.
—¿Qué hacemos ahora?
—En sus marcas —enunció con una mueca de satisfacción.
—No se atrevería.
—¿Listos? —Tomó la mano del muchacho.
—Oigan, ustedes dos —pronunció el oficial.
—¡Fuera! —se adelantó Yūji, robando la última palabra a su profesor.
El par de tórtolos emprendió la huida del acuario.
Yūji olvidó de golpe sus preocupaciones. Ahora creía que eran estúpidas. Por algo él no debía pensar demasiado las cosas, nada bueno o inteligente salía de esa actividad tan agotadora.
Experimentó un cosquilleo en el vientre. Siendo honesto, le parecía mágico ese momento: cruzar bóvedas marinas atravesadas por túneles de cristal, observados con curiosidad por animales de cola y branquias, que seguro los envidiaban por ir tomados de la mano.
La agitación era inexistente, la reemplazó una magnífica descarga de adrenalina con algo adicional, algo que le hacía experimentar la misma sensación de un niño entrando por primera vez a una dulcería gigantesca con la promesa de poder llevarse a la boca todo lo que deseara.
—Alterar el orden público con tu pareja: Listo. ¿Qué sigue, Yūji? ¿Qué hacen los jóvenes hoy en día?
—¿Cómo? ¿No lo sabe? —la impresión en su voz era similar a alguien que desconoce la existencia de la gravedad en el universo—. Esto me pasa por salir con alguien del siglo pasado —ironizó sin malicia—. Siento que estoy saliendo con mi abuelo.
—¡Apenas paso de los treinta!
—Su cabello no me dice lo mismo.
—¡Soy albino de nacimiento!
—Le creeré para no romper sus ilusiones. Ahora —cambió de tema—, es evidente que lo que sigue es atracar un banco.
—Perfecto. Nada en lo que no tenga experiencia.
—¿Por qué siento que eso no es una broma?
Gojō soltó una carcajada.
—¡Diga algo, sensei!
Se escuchó otra risa y, por el resto del día, sólo fueron en aumento.
