Un soplo de aire cálido se enredó un momento en el cabello pelirrojo del hombre que contemplaba desde la parte más alta del parque las tumbas de pozo excavadas en la roca. El silencio a esa hora de la noche en aquella parte de la ciudad de Cagliari no debería ser tan espeso; no obstante, nada parecía moverse salvo el viento en aquel momento.
"Tanto esfuerzo en perdurar, tanta energía gastada en cubrir con algo permanente lo fugaz, tanto creer que se puede guardar lo que ya se ha roto…"- el hombre lanzó un suspiro similar a un siseo cansado- "… y sin embargo esto solo demuestra la vitalidad que tienen…cuando sabes que tienes un tiempo limitado, te mueves y te mueves jodidamente rápido…"
Bajó por el camino de piedras flanqueado por vallas ignorando los arruinados carteles. Los últimos no le interesaban y las primeras no podían evitar que alguien como él tuviera una vista aérea del ancestral cementerio, enorme afloramiento rocoso lleno de pozos rectangulares, lugar de última morada de tantos seres humanos y ahora hogar de hiedras y lagartos. Giró a su derecha y continuó por la pasarela de madera que se internaba más en el yacimiento. Contempló los pozos tallados en la roca de la izquierda, y observó como habían usado el lugar como cantera. Curvó los labios en una sonrisa con un punto cruel al recordar un horrible dicho acerca de respetar a los muertos en caso de necesidad…
Llevaba todo el día visitando distintos lugares arqueológicos con dos características comunes: todos eran cementerios… y todos habían sido utilizados durante mucho tiempo. Eso demostraba también dos cosas sobre los humanos: todos querían que sus muertos descansaran en paz y que nadie les perturbara (y tal vez todos tenían la esperanza de que les dejaran hacerlo a ellos mismos cuando les llegara el turno) pero ninguno quería dejar en paz a los muertos de otros. Así que en ese lugar cavaban unos pozos brutales en la roca, y los decoraban incluso con pinturas y símbolos protectores (él se había colado personalmente en varias de aquellas tumbas, tanto abiertas a la visita como cerradas por no estar acondicionadas; ventajas de tener ojos capaces de ver en la oscuridad absoluta y de estar dotado de alas para subir de vuelta al mundo de los vivos) para meter aquello que no querían perder pero que ya no podía continuar acompañándoles.
-"Bueh, como si diez metros de profundidad y una mascarilla orejona fueran a evitar que otros congéneres cojan lo que pueda valer algunas monedas. Da lo mismo lo que hagáis, llevo siglos viéndoos hacer lo mismo, mientras os sigáis empeñando en tratar a los muertos como si estuvieran vivos nunca estarán a salvo"- meditó un instante- "tal vez no podais evitarlo, verdad? El corazón es vuestro rasgo definitorio…"
Continuó caminando hasta una barrera de cuerda. Más allá había una tumba que parecía interesante; se coló por debajo de la exangüe barrera y se metió dentro de la cavidad. No podía importarle menos que estuviese prohibido. La cámara en la que penetró se abría en la ladera de una colina. Los techos y esquinas perfectamente escuadrados le recordaron a las tumbas de Petra, aunque sin los hermosos colores de la caliza de ese lugar y mucho más modestos, desde luego. Observó detenidamente un par de hornacinas ennegrecidas por el líquen y cerró los ojos un instante. Su lengua de reptil cató el aire, explorando sutilmente el ambiente de la tumba. Abrió los ojos de nuevo y se dirigió a una de las esquinas. Levantó algo del suelo. Una diminuta esquirla de hueso. Hueso humano, le reveló su olfato de serpiente.
Al salir de la tumba, refunfuñando ya que se había manchado los zapatos con el barro de dentro, recortado contra la luz del día vio a otro hombre. O eso parecía.
–Oh, no puedo creer que hayas entrado… ¿Acaso no has visto la delimitación? – le increpó con corrección.
– Pues claro que he visto la cuerda. Y la he ignorado ¿acaso crees que yo haré más daño entrando que los que sacaron piedra de este lugar?
– Pero si todo el mundo hiciera lo mismo que tú si que perjudicaría a la conservación del lugar… Lo hemos hablado muchas veces, Crowley, las normas están para cumplirlas- continuó diciendo su interlocutor.
– En primer lugar, ángel – gruño el demonio cansado de la misma historia-yo no soy todo el mundo. Procuro hacer lo que me da la gana, pero intento que no sea delante de ellos. En segundo lugar, he entrado, no he tocado nada, no he pintado en las paredes, no me he fumado un canuto, no he plantado un pino… te diré que si es preciso ni siquiera respiro… por lo que el impacto que puedo provocar ahí no es mayor que el de un animal que entre un instante. Y en tercer lugar, el paseíto por los caminos del parque es una estafa (los carteles comidos por el sol son un insulto al visitante); lo divertido es poder entrar.
– No es que esté en desacuerdo contigo en la mayoría de puntos que mencionas – el ángel también estaba algo frustrado por que las visitas al estilo humano fueran tan descafeinadas, pero se había propuesto firmemente que pasarían desapercibidos en aquel viaje comportándose todo lo humanamente posible que pudieran- sin embargo, también son humanos los que han decidido que se puede ver y qué no… y además, piensa que esto es un parque, al que vienen niños, y no procede que las criaturas se vean expuestos a…
- Y por qué diablos han decidido que podía ser buena idea convertir una necrópolis en un lugar de picnic? Y lo de los mexicanos no cuenta… Si es que se lo buscan ellos solos…- continuó el demonio mientras se quitaba el barro en una mata de hierba.
- Bueno, no sé por qué exactamente. Pero posiblemente la urbanización de la ciudad demandaba zonas verdes y además también han pensado que podría ser un lugar educativo…
- Educativo. Si. Muy adecuado para preescolares. Tanto como una excursión con degustación de cordero a un via crucis o una recreación del Gólgota con…
- Crowley! – Se escandalizó Aziraphele- Cuidado con lo que dices. Tienes una deplorable tendencia a blasfemar en cuanto se te indica otro punto de vista diferente al tuyo…
El demonio torció el gesto y miró al ángel por el rabillo del ojo. Odiaba que le amonestaran y más por esos temas; sin embargo, tampoco quería desagradar a su compañero, así que pese a todo el veneno que podía soltar al respecto, decidió omitir su tóxica respuesta y cambiar de tema.
– Es bastante tarde. Deberíamos volver al hotel y descansar hasta que se haga de día para continuar el viaje – le dijo tratando de sonar indiferente. En el hotel sólo les habían dado una cama.
– Oh, pero si no necesitamos descansar, como bien sabes…- repuso Aziraphele con un leve sonrojo.
- Pues si, pero la idea de que nos comportemos como humanos no ha sido precisamente mía…- el rubor del ángel no le había pasado desapercibido, y le resultó aún más sabroso que la carne muy poco hecha que había cenado- así que lo que harían ellos es volver al hotel y quedarse en su habitación hasta el día siguiente. E incluso, fíjate que atrevimiento, se dormirían… - sacudió la cabeza con fingida desaprobación- que dados son al pecado de la pereza, señor…
- Ya está bien- exclamó el ángel- De acuerdo, volvamos. Me he traído varios libros y hay un escritorio estupendo en la habitación, así que si tu deseas dormir, yo tengo con que entretenerme hasta que sea hora de salir de nuevo.
El demonio hizo lo posible porque no se le notara la decepción en la cara.
– Pues vale. Venga, vamos, movámonos…me estoy quedando helado con esta brisa.
El demonio comenzó a caminar sin volverse hacia la salida del parque. Habían tenido un día largo de visitas y lo cierto es que, aunque no pensaba reconocerlo delante de ángel, se sentía cansado. Aziraphele se había empeñado en que dejaran el potente Guilia fuera del casco histórico de la ciudad, junto al puerto, ya que los sardos circulaban bastante lentamente por toda la isla, y un conductor tan agresivo como Crowley no iba a hacer sino provocar continuos altercados en calles pequeñas y ajetreadas, así que les tocaba andar un buen trecho hasta el hotel.
Las noches mediterráneas son cálidas, pero a veces la brisa del mar resulta sorprendentemente fresca. Para alguien acostumbrado al calor extremo del infierno, aquel aire resultaba francamente molesto; sin embargo, Aziraphele parecía disfrutar con ella. "Como las gaviotas"- pensó el demonio- "los ángeles son hijos de la brisa y del sol" Miró un instante de soslayo a su compañero, a su serena expresión y a la mirada de curiosidad que, aunque era una de sus características más claras, se había acentuado desde que habían iniciado aquel viaje. A Crowley le gustaba pensar en el mismo como unas vacaciones, si bien era cierto que llevaba en su maleta unos cuantos formularios de "trabajos" que tenía que realizar en aquella isla de Italia. Confiaba en que no le llevaran demasiado tiempo, y confiaba también en que Aziraphele no se los frustrara todos, pues ese mes iba bastante mal de productividad y no quería que sus superiores se mosquearan y empezaran a atarle en corto.
Bajaron por una larga calle con bastante movimiento en la que los árboles habían roto con sus raíces el asfalto, asemejando venas retorcidas surgiendo de una piel carbonizada. Crowley sintió una súbita sensación de intensa angustia cuando la imagen le trajo el recuerdo de cómo sus alas se abrasaron tras la caída e, inconscientemente, su mirada buscó los serenos ojos de Aziraphele que caminaba a su lado.
– ¿Ocurre algo, querido amigo? – preguntó, un poco preocupado- ¿Te ha sentado mal la cena?
–Eh? No, no… todo está bien, no hay problema – repuso, sonriendo con lo que intentó que fuese un gesto indiferente- Solo me estaba preguntando… ¿lo que quieres ver mañana también es un cementerio?
– Ah, una necrópolis, si. Pero es sumamente interesante ya que cambia la tipología de las tumbas. Esta isla es notable por la cantidad de culturas que la habitaron o que establecieron colonias, fundamentalmente comerciales. Por ello, tiene influencias de gran cantidad de pueblos, como los griegos, los cartagineses, los fenicios…- repuso entusiasmado Aziraphele- y los yacimientos que veremos mañana son únicos en el mediterráneo! Estoy convencido de que atraerán tu atención, ya que el tophet se menciona en la Biblia como un lugar de culto supuestamente demoníaco.
– Ya, si fueran comida, los sardos serían cocina fusión, no? – agradecido por tener algo en lo que pensar que le alejara de los malos recuerdos y sobre todo, por la amplia sonrisa del ángel, Crowley sintió como empezaba a desaparecer el peso que sentía sobre los hombros cada vez que rememoraba su conversión en demonio- Porque la mezcla que había en el museo de Cagliari era coj… brutal. He flipado con ese collar que parecía mesopotámico junto a las espadas de tipo lengua de carpa y ese Bes gigante ahí, enseñándolo todo.
– Bueno, yo no lo expresaría exactamente así… - reconoció prudentemente el ángel- pero sin duda elegí este lugar porque es muy poco convencional.
Al llegar al hotel, era casi la una de la mañana. El recepcionista les saludó educadamente, y levantó una ceja al verles juntarse para pasar por la estrecha puerta del ascensor. Esperaba que ningún huésped se quejara si estaban pensando continuar la fiesta en la habitación.
La pesada llave abrió la puerta con suavidad, y ambos entraron en la espaciosa habitación. Aziraphele fue derecho a su maleta.
– Mmm… me parece que he traído un manual muy completo acerca de asentamientos fenicios en Cerdeña, tengo algunas dudas que quiero despejar…
- Pero no te quieres duchar primero? Porque supongo que lo de hacerlo juntos queda descartado – comentó Crowley con una sonrisa gamberra.
Sin embargo, el ángel ya se había ajustado sus gafas de cerca y estaba consultando un par de librotes que había extraído de su maleta, llenos de puntos de lectura y señales de colores.
– ¿Mm? ¿juntos el qué? – preguntó sin poner atención- Ah, mira, aquí está el dato que buscaba. La planimetría de una tumba de pozo…fabuloso, fabuloso sin duda…
- Nada, da igual…ya me ducho yo y luego, cuando termines de extasiarte con ese abuelo de las páginas amarillas, ya si te apetece, te duchas tú- gruñó más que dijo el demonio, cogiendo sus cosas para ir a la ducha.
Entró en el baño y más que nada por fastidiar, dejó la puerta entreabierta, pese a que sabía que ya había perdido a Aziraphale al haber aparecido libros en escena. Al menos, el agua salía bien caliente y en cantidad. Siempre le resultaba muy reconfortante el agua caliente (y limpia) de la que podía disfrutar cada vez que estaba en la Tierra.
Se quitó la ropa negra y entró en la ducha. Había tirado la chaqueta y el cinturón sobre la cama antes de entrar en el baño, pero el resto colgaba como una muda negra de serpiente gigante en una percha atornillada a la pared. Cerró los ojos mientras el agua caliente le empapaba el pelo y corría por su piel. Alzó la cabeza, aún con los ojos cerrados y dejó escapar un largo suspiro de satisfacción. Era una lástima que no hubiera bañera en lugar de ducha, pero tampoco estaba tan mal una larga ducha de agua caliente. Bajo el rociador, dejó que poco a poco la tensión del viaje fuese desapareciendo. Ojalá pudiera hacer lo mismo con toda la tensión acumulada durante su existencia como demonio, pero esa ya estaba demasiado enquistada y dudaba que fuera a irse jamás. Habían sido tantas y tantas cosas… y cada una peor que la anterior.
Sacudió la cabeza, llenando de gotitas el espejo y las paredes del baño. Se supone que estaba allí para relajarse. Había trabajado muy duro para apañárselas y poder escapar a aquel lugar durante unos días sin que le molestaran, y sobre todo, para poder estar más tiempo con Aziraphale, y no pensaba desperdiciar ese tiempo pensando en su maldito trabajo. Apoyó las manos en la pared y estiró la espalda bajo el agua, provocando la aparición de sus grandes alas negras. Pese a que no podía desplegarlas apenas dentro de aquella ducha que, aunque amplia, no contaba con los cuatro metros de anchura necesarios para poder extenderlas, le apetecía mucho sentir el agua caliente resbalando sobre sus plumas y acariciando la sensible piel bajo estas.
Giró la cabeza para mirarla. Donde antes había una dermis suave y rosada, ahora no hay más que cicatrices y tejido queloidal, debido a que se le abrasaron al caer del Cielo, como a todos los demás Caídos. Había intentado mejorar su aspecto con todos los trucos que había aprendido de los humanos, pero sin éxito. Sus plumas tenían un negro brillante como de ébano pulido, pero la piel dañada continuaba recordándole su imperdonable falta.
Suspiró. Nada podía hacerse ya, así que mejor no pensar en ello. Y si aquello había sido por hacer preguntas, por querer saber más, pues al diablo con el Cielo. Tenía todo el Cielo que necesitaba, y estaba justo en la habitación de aquel hotel.
Sacudió ligeramente las alas, y las bajó para empezar a enjabonarse el pelo y el cuerpo. Los ángeles no se bañan… siempre están limpios y puros… por el contrario, los demonios… bueno, tampoco se bañan, pero están marranos hasta decir basta. Crowley siempre había sido un demonio atípico en ese sentido; el odiaba sentir el cuerpo sucio, y había aprendido de los humanos el placer del agua.
"De algunos, claro, romanos y árabes si lo tenían claro… y luego llegaron los cristianos en la edad media y se jodió la higiene…gente más guarra…"
Continuó con las alas, para las que usaba el mismo champú que para sus ondas pelirrojas, y cuando acabó de lavar escrupulosamente cada centímetro de su esbelto cuerpo, dejó que una generosa cantidad de agua caliente se llevase los restos de jabón. Tras secarse con varias toallas (no le gustaba nada la sensación de quedarse mojado) se acercó al gran lavabo sobre el que reposaba su más que cumplida bolsa de aseo, y empezó a aplicarse crema. En realidad, y por mucho que le acusaran de ser superficial, no era sólo cuestión de coquetería (que también) pero el ser una serpiente a ratos tenía sus desventajas, y una de ellas era que su piel tendía a resecarse exageradamente, por lo que necesitaba hidratarla a menudo… tan solo había un pequeño inconveniente con aquello.
Ángel! Puedes venir un momento? Necesitaría que me hicieras un favor…
¿Eh? Oh, ¿Ya has acabado? Llevas tanto tiempo ahí dentro que casi me había olvidado de que no estaba solo – dijo la voz quisquillosa de Azirafel desde la habitación.
Entra un momento, hay algo que necesito que hagas por mi.
En la habitación se oyó el arrastrar de una butaca cuando el ángel se puso de pie. Marcó con parsimonia el libro con un punto de lectura de cuadros y suspirando, entró en el baño.
Está bien… ¿Qué es lo que…!SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS!
