Capítulo I

La joven miraba a través de la ventana del tren que la llevaba directo al comienzo de su nueva vida, hacía apenas unos días que había aceptado un empleo como dama de compañía para una de las familias más acaudaladas de escocia, era el momento de abandonar el orfanato donde se había criado durante 14 maravillosos años.

No se atrevió a decir una sola palabra en todo el trayecto, honestamente era un manojo de nervios en ese momento y temía decir algo inapropiado ante la señorita Mary, ama de llaves de la familia Lagan. Los Lagan era una familia con cierto abolengo, pues estaban emparentados con el clan Ardlay, uno de los más antiguos y respetados de en Escocia.

La señorita Mary notó la ansiedad que acompañaba a Candy en ese momento, así que en un intento por tranquilizarla decidió pronunciarle unas pequeñas palabras de aliento:

-No estés tan nerviosa, lo harás bien.

-Perdone –respondió Candice con ojos brillantes –me aterra no ser del agrado de la señorita Lagan, quiero decir, no quiero que me echen a la calle en mi primer día de trabajo.

Luego de escuchar las palabras de Candy, la mujer tragó saliva, ella sabía que la señorita Lagan no era una persona fácil de tratar. Para empezar en los últimos meses había cambiado de institutriz 11 veces, pues les jugaba bromas pesadas que les hacían perder la calma y el bienestar mental. Por ello la señora Lagan había optado por una dama de compañía, quizá una amiga de su edad podría ser lo que su hija necesita.

-Por cierto, ¿cómo es la señorita Eliza? –Preguntó Candy con cierto entusiasmo –La señorita y la hermana Lane me comentaron que le cuesta hacer amigos. La pobrecita debe sentirse muy sola, quizá hasta esté enferma.

-No –Alcanzó a decir la señorita Mary –solo digamos que es algo peculiar.

-Entonces me esforzaré en mi trabajo para hacer feliz a la señorita Eliza.

Al poco tiempo la señorita Mary cambió el tema de conversación, la mujer no tenía el valor de romper las altas expectativas de Candy respecto a Eliza. Lo importante era que la ansiedad y los silencios incomodos y prolongados habían desaparecido del ambiente entre ambas compañera de viaje.

Llegaron a Escocia alrededor de las 9, era una mañana fría y cubierta por una espesa neblina que no dejaba distinguir bien el lugar. Candy bajó del tren aferrada a una maleta color blanco, donde solo llevaba una muda de ropa y un cepillo para el cabello.

-Candy, espérame aquí, iré a ver si nuestro coche ya llegó –Le pidió la señorita Mary –No te mueva

-¡Entendido! – Asintió la muchacha

Candy se sentó justo debajo de un reloj donde fuese fácil de localizarla. Ella no se percató que al lado de ella yacía un joven, quien leía una hoja, aparentemente se trataba de una carta. Conforme avanzaba en su lectura, su rostro se deformaba como si esta fuese portadora de malas noticias. Finalmente se puso en pie de golpe y caminó dejando en su asiento un libro.

Por un instante la muchacha dudo si debía llevar el libro, había prometido no moverse de su sitio y por otra parte, aquel joven no tenía una expresión muy jovial en el rostro. De último minuto Candy se puso en pie con el libro entre sus manos antes de perder de vista al dueño del mismo.

-¡Espera! –Gritó Candy corriendo tras del muchacho y abriéndose paso entre la gente, pero éste no volteó en ningún momento, hasta que Candy lo alcanzó en la salida de la estación.

-¿Es a mí a quien gritabas? –preguntó él mirándola con extrañeza

-Sí, disculpa, pero olvidaste esto en la banca hace un momento.

Él retiró un mechón castaño de su frente, mientras se limpiaba una lágrima discretamente y luego dijo:

-Creo que te has confundido pequeña pecosa, ese libro no es mío.

-¿Pequeña pecosa?

-¡Pero mira nada más! ¡Tienes un montón de pecas en toda la cara! –Exclamó acercándose a su rostro para mirarlo más de cerca –Tienes toda una colección de pecas ahí.

-¿Quién te crees que eres? Insultar a alguien que trata de hacerte un favor –dijo Candy retrocediendo un paso, los ojos azules del chico le habían puesto demasiado tensa en ese momento.

En ese momento una voz interrumpió la conversación entre ambos, era la señorita Mary quien llamaba a Candy para abordar el coche.

-¡Candy, te pedí que no te movieras!

-Lo siento mucho, lo que ocurre es que vine a…

Candy miró a su alrededor, el muchacho frente a ella desapareció entre la niebla, no terminó de explicar ya que corrió al interior de la estación para recoger su maleta, la cual afortunadamente no había sido robada, seguramente no llamó la atención de ninguno en el sitio por lo vieja y gastada que se veía.

Ambas abordaron el coche y salieron rumbo a la casa de la familia Lagan, en el trayecto Candy aprovechó para dar lectura al libro que presuntamente pertenecía al chico que vio en la estación. Era un tomo de las obras completas Shakespeare, pero estaba tan subrayado que era casi ilegible en algunos párrafos, aún así Candy continuó leyendo intrigada el texto, se trataba de Hamlet.

Cuando estaban próximas a llegar a su destino, Candy guardó el libro en su maleta con mucho cuidado, posteriormente comenzó a hacer ejercicios de respiración para tratar de bajar un poco las ansias, era el momento de entrar a escena.

Al descender del carruaje se quedó boquiabierta ante la belleza del jardín de la familia y la casa no se quedaba través, era como el castillo de un cuento de hadas, sin duda alguna Eliza era toda una princesa y ella, tal vez sería el hada madrina que cuidaría de ella, sí, a partir de ahora todo era un augurio lleno de felicidad para la pecosa. Sin embargo, toda esta fantasía se vino abajo nada más poner un pie en el primer escalón de la entrada, pues fue recibida con un baño de agua helada.

-¡Señorita Eliza! ¡Joven Neal!–gritó la señorita Mary mirando hacia la terraza de la casa.

-¡No voy a permitir que ponga un pie en mi casa sin darse un baño! –Exclamó Eliza cubriendo su nariz dramáticamente, mientras un muchacho reía al lado suyo.

"¿Ella es Eliza?", se preguntó Candy mientras sentía una extraña mezcla de temor y decepción en su interior.