—No puedo ser el único que piensa que es un título de libro algo raro —Menciono Apolo, no estaban del todo conformes con lo que las Moiras les habían pedido pero, de momento, todos cumplirían con aquellas órdenes.
—El libro se llama Percy Jackson y el ladrón del rayo —Aclaró Atenea.
—¿Se refieren al rayo maestro? ¿Cómo alguien podría robar mi rayo? —Comenzó a reír Zeus, después de todo él se creía completamente poderoso e invencible. ¿Cómo podría ser que alguien robara el arma que siempre llevaba con él.
Atenea comenzó a hojear el libro e incluso en la contraportada en busca de un resumen pero todo se encontraba en blanco. —Mis disculpas, padre, pero no hay nada de información. Incluso el capítulo va a apareciendo conforme voy leyendo.
—Siempre hay una manera de hacer trampa, listilla —Dijo Hermes acercándose al trono de Atenea para tratar de quitarle el libro con una sonrisa burlona. Sin embargo solo comenzaron a pelear por él cuando Hermes no se los pudo quitar.
—¡Basta! —El grito de Zeus fue suficiente para que ambos dioses se detuvieran. —Continúa la lectura, Atenea. Hermes, podrás probar lo que quieras en el siguiente capítulo.
Mira, yo no quería ser un mestizo.
Si estás leyendo esto porqué crees que podrías estar en la misma situación, mi consejo es éste: cierra el libro inmediatamente. Créete la mentira que tu padre o tu madre te contarán sobre tu nacimiento, e intenta llevar una vida normal.
—Es un buen consejo —Se encogió de hombros Hermes.
—Uno que no funcionará —Artemisa rodó los ojos mientras respondía —Los monstruos siempre los encontrarán.
Ser mestizo es peligroso. Asusta. La mayor parte del tiempo sólo sirve para que te maten de manera horrible y dolorosa.
Atenea hizo una pausa, procesando aquello que acababa de leer pero nadie dijo nada. En mayor o menor medida pensaban en los hijos y seguidores que habían perdido a manos de los monstruos. El tiempo no pasaba de manera igual para ellos, pero no significaba que no se preocupan o no intentarán crear al menos un lazo pequeño con sus hijos.
Si eres un niño normal, que está leyendo esto porque cree que es ficción, fantástico. Sigue leyendo. Te envidio por ser capaz de creer que nada de esto sucedió.
Pero si te reconoces en estas páginas —si sientes que algo se remueve en tu interior—, deja de leer al instante. Podrías ser uno de nosotros. Y en cuanto lo sepas, sólo es cuestión de tiempo que también ellos lo presientan, y entonces irán por ti.
—Demasiado dramatismo —Se quejo Dionisio. Quizá por qué él tenía menos hijos mortales que el resto, pero los demás habían visto demasiadas historias que terminaban mal.
No digas que no estás avisado.
Me llamo Percy Jackson.
—¿De quién creen que sea hijo?
—Si habla de rayos quizá sea de Zeus.
—Pero mencionan un ladrón, quizá sea de Hermes
—Pero si es el héroe es más posible que sea de Zeus
—Y si le robó a Zeus quizá sea de Poseidón o Hades…
—Tal vez finalmente Hera tuvo un hijo y su hijo quiere robar a Zeus.
Las declaraciones ocurrían una sobre otra, pero con la última todos guardaron silencio ante la cara llena de ira de la reina de los dioses, haciendo que Atenea retomará la lectura evitando que Hera llegara a hacer algún comentario.
Tengo doce años. Hasta hace unos meses estudiaba interno en la academia Yancy, un colegio privado para niños con problemas, en el norte del estado de Nueva York.
¿Soy un niño con problemas?
Sí.
Podríamos llamarlo así.
Pequeñas risas se escucharon de parte de varios dioses, eso era algo normal entre sus hijos. Pocos de ellos podrían no tener problemas por una u otra razón, así era el mundo mitológico.
Podría empezar en cualquier punto de mi corta y triste vida para dar prueba de ello, pero las cosas comenzaron a ir realmente mal en mayo del año pasado, cuando los alumnos de sexto curso fuimos de excursión a Manhattan: veintiocho críos tarados y dos profesores en un autobús escolar amarillo, en dirección al Museo Metropolitano de Arte a ver cosas griegas y romanas.
—Eso grita monstruo por todos lados. Es el mejor lugar para que alguien le ataque —Interrumpe Artemisa.
Ya lo sé: suena a tortura. La mayoría de las excursiones de Yancy lo eran. Pero el señor Brunner, nuestro profesor de latín, dirigía la excursión, así que tenía esperanzas. El señor Brunner era un tipo de mediana edad que iba en silla de ruedas motorizada. Le clareaba el cabello, lucía una barba desaliñada y una chaqueta de tweed raída que siempre olía a café. Con ese aspecto, era imposible adivinar que era guay, pero contaba historias y chistes y nos dejaba jugar en clase. También tenía una colección alucinante de armaduras y armas romanas, así que era el único profesor con el que no dormía en clase.
—¿Brunner no es el apodo que suele tomar Quirón? —Preguntó Hermes.
—Suele ser, pero el solo acude cuando es un semidiós en verdad peligroso o poderoso. —Respondió Deméter, viendo a Zeus, Poseidon y Hades. Los tres grandes, los tres con los hijos más fuertes de todos.
Esperaba que el viaje saliera bien. Esperaba, por una vez, no meterme en problemas.
Anda que no estaba equivocado.
Verás, en las excursiones me pasan cosas malas. Como cuando en quinto fui al campo de batalla de Saratoga, donde tuve aquel accidente con el cañón de la guerra de la Independencia americana. Yo no estaba apuntando al autobús del colegio, pero por supuesto me expulsaron igualmente. Y antes de aquello, en cuarto curso, durante la visita a las instalaciones de la piscina para tiburones en Marine World, le di a la palanca equivocada en la pasarela y nuestra clase acabó dándose un chapuzón inesperado. Y la anterior... Bueno, te haces una idea, ¿verdad?
-No, en realidad no. -Mencionó Hermes con unas sonrisa divertida
-Quizá debamos escuchar unas historias más -Le siguió el juego Apolo.
-Un libro que diga mejor todas esas aventuras..
-Creo que tenemos bastantes libros según nos dijeron las Moiras para añadir más, gracias -Los corto Dionisio quien, en ese momento, prefería estar jugando Poker con Quirón en el campamento que estar escuchando aventuras de un semidios.
En aquella excursión estaba decidido a portarme bien.
-Que el lo esté no significa que las cosas salgan bien -Mencionó Demeter
Durante todo el viaje a la ciudad soporté a Nancy Bobofit, la pelirroja pecosa y cleptómana que le lanzaba a mi mejor amigo, Grover, trocitos de sándwich de mantequilla de cacahuete y ketchup al cogote.
—Eso suena bastante asqueroso —Interrumpió nuevamente Deméter pero está vez con el apoyo de la diosa de la belleza, Afrodita.
—Alguien debe enseñarle modales a esa pequeña mortal.
Grover era un blanco fácil. Era canijo y lloraba cuando se sentía frustrado. Debía de haber repetido varios cursos, porque era el único en sexto con acné y una pelusilla incipiente en la barbilla. Además, estaba lisiado.
—¿Sátiro? —preguntó Ares, mirando en dirección a Dionisio.
—¿Quirón y un estudiante que no puede caminar bien?. Si, es muy seguro que sea un sátiro. —Confirmo haciendo un gesto de desinterés con la mano.
Tenía un justificante que lo exima de la clase de Educación Física durante el resto de su vida, ya que padecía una enfermedad muscular en las piernas. Caminaba raro, como si cada paso le doliera; pero que eso no te engañe: tendrías que verlo correr el día que tocaba enchilada en la cafetería.
Risas se escucharon en todo el salón imaginando la escena.
En cualquier caso, Nancy Bobofit estaba tirándole trocitos de sándwich que se le quedaban pegados en el pelo castaño y rizado, y sabía que yo no podía hacer nada porque ya estaba en periodo de prueba. El director me había amenazado con expulsión temporal si algo malo, vergonzoso o siquiera medianamente entretenido sucedía en aquella salida.
—¡No siempre sería culpa del chico! —Interrumpió Deméter, sus hijos siempre eran bastante cercanos a ella y solía comprender mejor algunos problemas a los que se enfrentaban los semidioses.
—Voy a matarla —murmuré.
Grover intentó calmarme.
—No pasa nada. Me gusta la mantequilla de cacahuete.
—Y a mi también pero no me gusta que caiga en mi cabello —Dijo Afrodita, arrugando la nariz en señal de asco.
Esquivó otro pedazo del almuerzo de Nancy.
—Hasta aquí hemos llegado. —Empecé a ponerme en pie, pero Grover volvió a hundirme en mi asiento.
—Ya estás en periodo de prueba —me recordó—. Sabes a quién van a culpar si pasa algo.
Apolo, Hermes, Hefesto y Ares soltaron un suspiro conjunto, sus hijos estaban bastante dados a meterse en problemas. Solían tener una esencia bastante fuerte y mucha hiperactividad, siempre eran culpables así fuera cosa de monstruos.
Echando la vista atrás, ojalá hubiera tumbado a Nancy Bobofit de un tortazo en aquel preciso instante. La expulsión temporal no habría sido nada en comparación con el lío en que estaba a punto de meterme.
—Siempre pueden expulsarla por el lío que hará. —Ares sonrió impaciente por algo más de acción en el libro.
El señor Brunner conducía la visita al museo.
Él iba delante, en su silla de ruedas, guiándonos por las enormes y resonantes galerías, a través de estatuas de mármol y vitrinas de cristal llenas de cerámica roja y negra súper vieja.
Era extraño para los dioses escuchar como los mortales los veían, por supuesto eran conscientes de su edad pero era distinto escucharlo. La inmortalidad traía también un pésimo sentido del tiempo, en ocasiones podían llegar a pasar décadas para que sintieran el paso del tiempo y últimamente se quedaban atrás por lo rápido que la humanidad comenzaba a evolucionar.
Me parecía flipante que todo aquello hubiese sobrevivido más de dos mil o tres mil años.
—Muchísimos años más —susurro Hera
Nos reunió alrededor de una columna de piedra de casi cuatro metros de altura con una gran esfinge encima, y empezó a contarnos que había sido un monumento mortuorio, una estela, de una chica de nuestra edad.
—La mayoría mueren bastante jóvenes —se lamentó Demeter. Pocos de sus hijos griegos llegaban a la vejez.
Nos habló de los relieves de sus costados. Yo intentaba prestar atención, porque parecía realmente interesante, pero los demás hablaban sin parar, y cuando les decía que se callaran, la otra profesora acompañante, la señora Dodds, me miraba mal.
-Creo que encontramos a nuestro monstruo. -Aporto Poseidon, miró a su alrededor, al parecer solo él y Atenea habían prestado atención a la portada. El sentimiento de que Percy Jackson era uno de sus hijos se volvía cada vez más fuerte. Su mirada viajó hasta su hermano Zeus, no, Zeus se encargaría de que ninguno de sus hijos tuviera un final feliz y si en aquel libro había hecho el juramento. Estigia apoyaría a su hermano menor.
La señora Dodds era una profesora de matemáticas procedente de Georgia que siempre llevaba cazadora de cuero, aunque era menuda y rondaba los cincuenta años. Tenía un aspecto tan fiero que parecía dispuesta a plantarte la Harley en la taquilla. Había llegado a Yancy a mitad de curso, cuando nuestra anterior profesora de matemáticas sufrió un ataque de nervios.
—Uno que seguramente ella misma causó —Ares río mientras que otros dioses comenzaron rápidamente a pensar que monstruo podía tomar esa forma para pasar desapercibido.
—Una de las Furias —Zeus detuvo las discusiones con ese único comentario y ahí mayoría los dioses lo miraron a él y a Poseidon. Hades solo mandaba a sus furias contra los hijos de uno de sus hermanos, entre Hades y Estigia aquel tendría una vida muy difícil. Estigia odiaba que se rompieran las promesas.
Zeus miró con enojo a Hades, pero no dijo nada. Poseidon miró a Hades por un segundo con pena, hasta hace unos días ambos habían tenido hijos menores de dieciséis años, lamentablemente él no había podido esconderlos como su oscuro hermano.
Desde el primer día, la señora Dodds adoró a Nancy Bobofit y a mí me clasificó como un engendro del demonio. Me señalaba con un dedo retorcido y me decía «y ahora, cariño», súper dulce, y yo sabía que a continuación me castigaría a quedarme después de clase.
—Tiene suerte de que en esos castigos no lo haya matado —interrumpió el dios del vino, quien a pesar de todo seguía fingiendo que no prestaba atención a la lectura.
—Si sigue órdenes de un dios en específico no atacará hasta que sea completamente necesario. —La mayoría dirigió su mirada hacia los tres grandes por unos segundos. Su rivalidad era legendaria y nadie descarta que dos de ellos se unieran para deshacerse del hijo del tercero. La guerra que acababa de terminar simplemente dejó demasiado rencor que no desapareciera durante ese siglo o el siguiente fácilmente.
Una vez, tras haberme obligado a borrar respuestas de viejos libros de ejercicios de matemáticas hasta medianoche,
—¿¡Medianoche!? —Varios de los dioses se quejaron de lo mismo.
—Definitivamente un monstruo
—Es un castigo algo inhumano
—Por eso, de un monstruo
Atenea rodó los ojos ante lo infantiles que estaban siendo y continuó la lectura, alzando un poco la voz para que se callarán.
le dije a Grover que no creía que la señora Dodds fuera humana. Se quedó mirándome, muy serio, y me respondió: «Tienes toda la razón.»
—¿Nadie le enseñó que debía ser discreto? —Dijo Dionisio.
El señor Brunner seguía hablando del arte funerario griego.
Al final, Nancy Bobofit se burló de una figura desnuda cincelada en la estela
—No le veo la gracia —Interrumpió Hefesto
y yo le espeté:
—¿Te quieres callar? —Me salió más alto de lo que pretendía.
—Eso es mala suerte nivel semidios —Rio Apolo.
El grupo entero soltó risitas y el profesor interrumpió su disertación.
—Señor Jackson —dijo—, ¿tiene algún comentario que hacer?
Me puse como un tomate y contesté:
—No, señor.
El señor Brunner señaló una de las imágenes de la estela.
—A lo mejor puede decirnos qué representa esa imagen.
Miré el relieve y sentí alivio porque de hecho lo reconocía.
—Ése es Cronos devorando a sus hijos, ¿no?
—¿No había más escenas que pudieran explicar? —Demeter hizo una cara de asco y sus hermanos, Poseidon y Hera no estaban mejor.
—Sí —repuso él—. E hizo tal cosa por...
—Bueno...
—Escarbé en mi cerebro—. Cronos era el rey dios y...
—¿Dios? ¿Acaso ese niño es estúpido? ¿Cómo se atreve a compararnos? ¡Le lanzaré un rayo…
—Es corregido más adelante, padre. —Atenea retomó la lectura, la única que sabía que Zeus no le lastimaria si lo interrumpía.
—¿Dios?
—Titán —me corregí—. Y... y no confiaba en sus hijos, que eran dioses. Así que Cronos... esto... se los comió, ¿no? Pero su mujer escondió al pequeño Zeus y le dio a cambio una piedra. Y después, cuando Zeus creció, engañó a su padre para que vomitara a sus hermanos y hermanas...
—¡Puaj! —dijo una chica a mis espaldas.
—Ahora que imaginé si hubiera estado ahí. —Hera sacudía su vestido y frotaba sus brazos, como si aún sintiera como era vomitada por su padre.
—... así que hubo una gran lucha entre dioses y titanes —proseguí—, y los dioses ganaron.
—¿Es todo? Fue una guerra de siglos y lo dice tan fácilmente, es increíble. —Se quejo Ares, pues esperaba algo más de batalla en la explicación.
Algunas risitas.
Detrás de mí, Nancy Bobofit cuchicheó con una amiga:
—Menudo rollo. ¿Para qué va a servirnos en la vida real? Ni que en nuestras solicitudes de empleo fuera a poner: «Por favor, explique por qué Cronos se comió a sus hijos.»
—Oh, si ella insiste, se puede hacer. —Menciono Hermes sonriendo con travesura.
—¿Y para qué, señor Jackson —insistió Brunner, parafraseando la excelente pregunta de la señorita Bobofit—, hay que saber esto en la vida real?
—Te han pillado —murmuró Grover.
—Cierra el pico —siseó Nancy, con la cara aún más roja que su pelo.
Por lo menos habían pillado también a Nancy. El señor Brunner era el único que la sorprendía diciendo maldades. Tenía radares por orejas.
—No —Corto la pregunta Hefesto al ver la mirada que tanto Apolo como Hermes le dirigían, después de tantos milenios conocía bastante las ideas de sus medios hermanos.
Pensé en su pregunta y me encogí de hombros.
—No lo sé, señor.
—Ya veo.
—Brunner pareció decepcionado—. Bueno, señor Jackson, ha salido medio airoso. Es cierto que Zeus le dio a Cronos una mezcla de mostaza y vino que le hizo expulsar a sus otros cinco hijos, que al ser dioses inmortales habían estado viviendo y creciendo sin ser digeridos en el estómago del titán. Los dioses derrotaron a su padre, lo cortaron en pedazos con su propia hoz y desperdigaron los restos por el Tártaro, la parte más oscura del inframundo. Bien, ya es la hora del almuerzo. Señora Dodds, ¿podría conducirnos a la salida?
—¿Así de fácil cambia de tema? —preguntó Hestia, había permanecido callada toda la lectura y durante el juramento pero aquel párrafo le había recordado bastante el horror que habían sufrido en el interior de su padre.
La clase empezó a salir, las chicas conteniéndose el estómago, y los chicos a empujones y actuando como merluzos.
—Bah, los chicos son merluzos —Masculló Artemisa sin poder desaprovechar la oportunidad.
Grover y yo nos disponíamos a seguirlos cuando el profesor exclamó:
—¡Señor Jackson!
Lo sabía.
Le dije a Grover que se fuera y me volví hacia Brunner.
—¿Señor?
—Tenía una mirada que no te dejaba escapar: ojos castaño intenso que podrían tener mil años y haberlo visto todo.
—Más de mil, aunque no lo parezca es un chico bastante observador —Elogio Hestia, ella estaba mucho más cerca de los semidioses al pasar tiempo en los campamentos, aunque ellos no siempre la veían.
—Debes aprender la respuesta a mi pregunta —me dijo.
—¿La de los titanes?
—La de la vida real. Y también cómo se aplican a ella tus estudios.
—Ah.
—Lo que vas a aprender de mí es de vital importancia. Espero que lo trates como se merece. Sólo voy a aceptar de ti lo mejor, Percy Jackson.
—Sin presión —Fue la burla de varios dioses que simplemente comenzaron a soltar risas.
Quería enfadarme, pues aquel tipo sabía cómo presionarme de verdad. Verás, quiero decir que sí, que molaban los días de competición, esos en que se disfrazaba con una armadura romana y gritaba «¡Adelante!», y nos desafiaba, espada contra tiza, a que corriéramos a la pizarra y nombráramos a todas las personas griegas y romanas que vivieron alguna vez, a sus madres y a los dioses que adoraban.
—Pues yo creo que solo Atenea podría hacer eso.
—No todos tenemos tan mala memoria, Apolo —Le regaño su hermana melliza.
—Bien, solo Nea y Arty podrían hacer eso. ¿Mejor? —Atenea reanudó la lectura, aunque en su rostro se podía ver el enojo mientras una flecha plateada se clavaba en el arco del dios.
Pero Brunner esperaba que yo lo hiciera tan bien como los demás, a pesar de que soy disléxico y poseo un trastorno por déficit de atención y jamás he pasado de un aprobado... No; no esperaba que fuera tan bueno como los demás: esperaba que fuera mejor. Y yo simplemente no podía aprenderme todos aquellos nombres y hechos, y mucho menos deletrearlos correctamente.
—Si se los mostrarán en griego…
—Lo encontrarán más rápido los monstruos.
Murmuré algo acerca de esforzarme más mientras él dedicaba una triste mirada a la estela, como si hubiera estado en el funeral de la chica.
Me dijo que saliera y tomase mi almuerzo.
La clase se reunió en la escalinata de la fachada, desde donde se podía contemplar el tráfico de la Quinta Avenida. Se avecinaba una enorme tormenta, con las nubes más negras que había visto nunca sobre la ciudad. Supuse que sería efecto del calentamiento global o algo así, porque el tiempo en Nueva York había sido más bien rarito desde Navidad. Habíamos sufrido brutales tormentas de nieve, inundaciones e incendios provocados por rayos. No me habría sorprendido que fuese un huracán.
—Eso suena a ustedes dos peleando —Demeter señaló a Zeus y Poseidon.
—Si estamos peleando… ¡Trataste de robar mi rayo! —Gritó Zeus, tomando dicho rayo y señalando a su hermano.
—¿Porque robaría tu estúpido rayo? —Respondió Poseidon tomando su tridente. —No eres el único que puede crear tormentas. Y no necesito un rayo para eso.
—Pero con el rayo te podrías adueñar de los cielos.
—¿Por qué no seguimos leyendo, Zeus? —Pregunto Hera, esperando que ambos dioses le hicieran caso. —Quizá por eso enviaron el libro a la Moiras, para evitar el robo y que puedas castigar al culpable.
Nadie más pareció reparar en ello. Algunos chicos apedreaban palomas con trocitos de cookies. Nancy Bobofit intentaba robar algo del monedero de una mujer y, evidentemente, la señora Dodds hacía la vista gorda.
—Por supuesto que algo tiene que ocurrir con la pequeña cleptomana.
Todos miraron mal a Hermes con el comentario, después de todo su había un experto en robos ese era el.
Grover y yo estábamos sentados en el borde de una fuente, alejados de los demás. Pensábamos que así no todo el mundo sabría que pertenecemos a aquella escuela: la escuela de los pringados y los raritos que no encajaban en ningún otro sitio.
—Ellos solo encajan en el campamento mestizo, como todos los semidioses. Es peligroso que el semidiós no vaya en camino. —Pensó en voz alta Artemisa, recordando todas las veces que había matado a algún monstruo que acosaba a algún semidiós o semidiosa.
—¿Castigado? —me preguntó Grover.
—Qué va. Brunner no me castiga. Pero me gustaría que aflojara de vez en cuando. Quiero decir... no soy ningún genio.
—Ya sabemos que no es uno de Atenea, quedan 10. Pero tomando en cuenta el pensamiento mortal actual, quedan 8 posibles padres.
—¿Apolo?
—¿Si, hermanita?. Guarda silencio por cinco minutos al menos.
Grover guardó silencio. Entonces, cuando pensé que iba a soltarme algún reconfortante comentario filosófico, me preguntó:
—¿Puedo comerme tu manzana?
Risas comenzaron a escucharse por la sala, los dioses no se dieron cuenta del pequeño arco de piedra que comenzaba a formarse hasta el fondo del lugar poco a poco con el mismo tenue resplandor que tenía el hilo de las Moiras.
Tampoco tenía demasiado apetito, así que se la di.
Observé la corriente de taxis que bajaban por la Quinta Avenida y pensé en el apartamento de mi madre, a sólo unas calles de allí.
—Eso es adorable, aunque lo intentan los padres no siempre pueden comprender a los semidioses. —Hestia era la diosa de la familia y del hogar. Era ella quien veía las señales en los semidioses cuando recién llegaban al campamento. Las señales de finalmente ser apreciados, de finalmente sentirse bienvenidos en algún lugar.
No la veía desde Navidad. Me entraron ganas de subir a un taxi que me llevara a casa. Me abrazaría y se alegraría de verme, pero también se sentiría decepcionada y me miraría de aquella manera. Me devolvería directamente a Yancy, me recordaría que tenía que esforzarme más, aunque aquélla era mi sexta escuela en seis años y probablemente fueran a expulsarme otra vez. Era incapaz de volver a soportar esa mirada.
—Teme tanto el decepcionarla —No era secreto que Hera odiaba a los semidioses y tenía poca tolerancia para los mortales pero, había momentos, en los que envidiaba la facilidad de sus vidas. O los momentos de los que siempre se había visto privada al ser madre de dioses.
El señor Brunner aparcó su vehículo al final de la rampa para paralíticos. Masticaba apio mientras leía una novela rústica. En la parte trasera de la silla tenía encajada una sombrilla roja, lo que la hacía parecer una mesita de terraza motorizada.
—Necesito una de esas —Brinco Apolo con entusiasmo mirando a Hefesto.
—Puedo mandarte a una dónde sigas interrumpiendo, Apolo. —Le sonrió Artemisa dulcemente aunque en sus ojos relucía la amenaza.
—Asi estoy bien, gracias.
Me disponía a abrir mi sándwich cuando Nancy Bobofit apareció con sus desagradables amigas —supongo que se habría cansado de desplumar a los turistas—, y tiró la mitad de su almuerzo a medio comer sobre el regazo de Grover.
—Vaya, mira quién está aquí.
—Me sonrió con los dientes torcidos. Tenía pecas naranja, como si alguien le hubiera pintado las mejillas con espray.
—Asco. No todas las modas son para todos. Hasta los mortales saben que usar maquillaje de tu tono es la mejor opción siempre. —Comenzó a decir Afrodita —Quizá debería bajar y darle algunos consejos…
—Continua, Atenea —La Interrumpió Zeus.
Intenté mantener la calma. El consejero de la escuela me había dicho un millón de veces: «Cuenta hasta diez, controla tu mal genio.» Pero yo estaba tan cabreado que me quedé en blanco. Y a continuación oí un revuelo y estrépito de agua.
—¿¡Agua?! ¡Agua! ¡Poseidon, el muchacho es tuyo! ¡Rompiste el juramento! —Zeus gritó tomando su rayo, acercándose al trono de Poseidón.
En las orillas de los dos dioses el resto comenzaba a tomar sus respectivas armas y escudos. Hestia, más pacífica que el resto, comenzaba a alejarse con la fogata apagándose cada vez que se alejaba.
Zeus lanzó el primer ataque a Poseidon, quien de inmediato tomó su tridente para defenderse. Vientos se dirigieron a Poseidon con un movimiento de mano de Zeus, desestabilizando al rey de los mares aunque de inmediato Poseidon contraatacó y una ola mando a Zeus directo hacia su trono.
Casi de manera sincronizada Apolo, Artemisa, Hermes, Demeter y Hefesto se colocaron detrás de Poseidón mientras que Atenea, Hera, Ares y Dionisio hacían lo mismo con Zeus. Afrodita, Hades y Hestia se alejaron buscando una manera de protegerse para no inmiscuirse en la pelea lo más que pudieran.
Flechas comenzaron a volar de parte de los gemelos arqueros mientras las vides de Dionisio se enfrentaban con las plantas de Demeter. Poseidon se enfrentaba a Atenea y Zeus al mismo tiempo mientras que Hermes intentaba mantener a raya a Ares. Y entonces se vieron suspendidos en el tiempo.
El primer ruido de metal se escuchó, Zeus y Poseidon combatían espada contra espada, con el resto de los dioses intentando apoyarles o bien, intentando detenerlos en el caso de Afrodita, Hades y Hestia.
Las tres Moiras habían aparecido nuevamente para detener la pelea, colocando a los ahora inmóviles dioses de regreso en sus tronos.
—Si hemos dado está oportunidad es para evitar más peleas, no para que arruinen aún más nuestro futuro. —Las tres Moiras hablaban al mismo tiempo, dando un pequeño toque escalofriante a la situación. —Poseidon quizá rompió el juramento, pero no es razón para atacarle cuando tú hiciste lo mismo, Lord de los cielos. Ahora, Lady Atenea, continúe con la lectura.
Todos se miraron unos a los otros cuando las tres ancianas desaparecieron antes de que Atenea comenzará a obedecer la orden. Si alguno comenzaba a hablar pronto habría otra pelea.
No recuerdo haberla tocado, pero lo siguiente que vi fue a Nancy sentada de culo en medio de la fuente, gritando:
—¡Percy me ha empujado! ¡Ha sido él!
La señora Dodds se materializó a nuestro lado.
—Si ya utilizó sus poderes comenzará a ser más consciente del mundo sobrenatural —Se lamentó Hestia, aún existía una enorme tensión en el salón del trono.
Algunos chicos cuchicheaban:
—¿Has visto...?
—... el agua...
—...la ha arrastrado...
No sabía de qué hablaban, pero sí sabía que había vuelto a meterme en problemas.
—No sabe nada de lo que está pasando. —Afrodita negó con la cabeza. —Sueles ser un padre más presente, Poseidon.
—Si en los libros hicimos el juramento no pudo atraer la atención. Fuera de mis hijos no me relaciono con semidioses. —Poseidon negó con la cabeza.
En cuanto la profesora se aseguró de que la pobrecita Nancy estaba bien y le había prometido una camiseta nueva en la tienda del museo, se centró en mí. Había un resplandor triunfal en sus ojos, como si por fin yo hubiese hecho algo que ella llevaba esperando todo el semestre.
—Y ahora, cariño...
—Lo sé —musité—. Un mes borrando libros de ejercicios.
—No funciona así, si adivinas el castigo te pondrán uno peor. —Hermes comenzaba a retomar el buen humor y si iban a ser obligados a estar ahí pronto todos lo harían aunque después les volviera a explotar la situación.
Pero no acerté.
—Ven conmigo —ordenó la mujer.
—¡Espere! —intervino Grover—. He sido yo. Yo la he empujado.
Me quedé mirándolo, perplejo. No podía creer que intentará encubrirme. A Grover la señora Dodds le daba un miedo de muerte. Ella lo miró con tanto desdén que a Grover le tembló la barbilla.
—Me parece que no, señor Underwood —replicó.
—Pero...
—Usted-se-queda-aquí.
—Vaya sátiro, ¿Porque no género una distracción?
—Demasiados mortales, cuesta más trabajo. Y si está ahí Quirón debe creer que la situación está más bajo control —Respondio Dionisio, después de todo él era el único que podía molestar a los sátiros.
Grover me miró con desesperación.
—No te preocupes —le dije—. Gracias por intentarlo.
—Bien, cariño —ladró la profesora—. ¡En marcha!
Nancy Bobofit dejó escapar una risita.
Yo le lancé mi mirada de luego-te-asesino y me volví dispuesto a enfrentarme a aquella bruja, pero ya no estaba allí. Se hallaba en la entrada del museo, en lo alto de la escalinata, dándome prisas con gestos de impaciencia.
Los mismos gestos que Poseidon hacía, sabía que aquel chico era su hijo, y sin ningún entrenamiento le preocupaba que aquel primer enfrentamiento con un monstruo saliera demasiado mal.
Concentrados en la lectura ninguno vio como el arco de piedra terminaba de formarse y resplandecía por un par de segundos simulando una puerta. Una por la que sí se asomaban podía verse un barco volador.
¿Cómo había llegado allí tan rápido?
Suelo tener momentos como ése, cuando mi cerebro parece quedarse dormido, y lo siguiente que ocurre es que me he perdido algo, como si una pieza de puzzle se hubiera caído del universo y me dejara mirando el vacío detrás. El consejero del colegio me dijo que era una consecuencia del TDAH, Trastorno Hiperactivo del Déficit de Atención: mi cerebro malinterpretando las cosas.
Yo no estaba tan seguro.
—Pronto dejara de pensar que es un malentendido. —Comentó Hefesto
—Muchos pierden su inocencia al hacerlo. Ojalá pudieran permanecer siempre en la ignorancia. —Hestia era quien más niños había visto llegar al campo asustados, su familia.
Me dirigí hacia la señora Dodds.
A mitad de camino me volví para mirar a Grover. Estaba pálido, dejándose los ojos entre el señor Brunner y yo, como si quisiera que éste reparara en lo que estaba sucediendo, pero Brunner seguía absorto en su novela.
—Estrategia, si dejas que tus enemigos sepan que sabes lo que van a hacer pueden cambiar su plan. Es mejor que ellos no sepan que tú sabes. —Declaro Ares
—Eso… —Apolo ladeo su cabeza solo un poco.
—Ni siquiera hace sentido, Ares. —Reclamo Atenea.
—Perdon por no encontrar palabras bonitas y referencias rebuscadas como tu, diosa de la sabiduría. A veces las cosas deben ser más simples. —El dios de la guerra se encogió de hombros.
Miré de nuevo hacia arriba. La muy bruja había vuelto a desaparecer. Ya estaba dentro del edificio, al final del vestíbulo. «Vale —pensé—. Me obligará a comprarle a Nancy una camiseta nueva en la tienda de regalos.» Pero al parecer no era ése el plan.
—Trata de alejarlo de todos. Que no pueda recibir ayuda —Poseidon comenzaba a sentir el nervio, con todos sus hijos siempre había sido cercano, excepto quizá por Teseo.
Nos adentramos en el museo. Cuando por fin la alcancé, estábamos de nuevo en la sección grecorromana. Salvo nosotros, la galería estaba desierta.
Ella permanecía de brazos cruzados frente a un enorme friso de mármol de los dioses griegos. Hacía un ruido muy raro con la garganta, como si gruñera. Pero incluso sin ese ruido yo habría estado nervioso. Ya es bastante malo quedarse a solas con un profesor, no digamos con la señora Dodds. Había algo en la manera en que miraba el friso, como si quisiera pulverizarlo...
—Posiblemente eso quiera, Alecto no es fanática de ninguno de los héroes —Mencionó Hades.
—Has estado dándonos problemas, cariño —dijo.
Opté por la opción segura y respondí:
—Sí, señora.
Se estiró los puños de la cazadora de cuero.
—¿Creías realmente que te saldrías con la tuya?
—Su mirada iba más allá del enfado. Era perversa.
«Es una profesora —pensé nervioso—, así que no puede hacerme daño.»
—Me... me esforzaré más, señora —dije.
Un trueno sacudió el edificio.
—No somos idiotas, Percy Jackson —prosiguió ella—. Descubrirte sólo era cuestión de tiempo. Confiesa, y sufrirás menos dolor.
—Creen que robó el rayo. Pero una benévola no apoyaría a Zeus, solo responden ante ti —Demeter cuestionó a Hades, arrugando un poco la nariz.
—Quizá Hades se ha puesto del lado de Zeus en esta guerra —Hera miró con sospecha al señor del inframundo pero era algo que podía pasar, poco probable pero quizá en el futuro algo había cambiado.
—O quizá quiere el rayo para sí mismo… —Acuso Zeus, listo para comenzar una nueva pelea. Pero fue detenido por Hera y Poseidon.
—No es que no disfrute ser paralizado de la nada, pero no creo que las Moiras están felices de venir a detener otra pelea tan pronto.
¿De qué hablaba? Quizá los profesores habían encontrado el alijo ilegal de caramelos que vendía en mi dormitorio. O quizá se habían dado cuenta de que había sacado la redacción sobre Tom Sawyer de internet sin leer siquiera el libro y ahora iban a quitarme la nota. O peor aún, me harían leer el libro.
La voz de Atenea sonaba realmente enojada conforme leía aquel párrafo, el resto de dioses comenzaba a reírse mientras escuchaban su tono tratar de parecer normal y su cara tomar un tono rojizo.
—Oh, ya basta —Gritó pero eso solo provoco que risas comenzaron a estallar con los dioses.
—¿Y bien? —insistió.
—Señora, yo no...
—Se te ha acabado el tiempo —siseó entre dientes.
Entonces ocurrió la cosa más rara del mundo: los ojos empezaron a brillarle como carbones en una barbacoa, se le alargaron los dedos y se transformaron en garras, su cazadora se derritió hasta convertirse en enormes alas coriáceas... Me quedé estupefacto. Aquella mujer no era humana. Era una criatura horripilante con alas de murciélago, zarpas y la boca llena de colmillos amarillentos, y quería hacerme trizas…
—Una furia en su primer encuentro. Ahí quedó el pringado —Rio Ares, recibiendo la mala mirada de Poseidón.
Y de pronto las cosas se tornaron aún más extrañas: el señor Brunner, que un minuto antes estaba fuera del museo, apareció en la galería y me lanzó un bolígrafo.
—¿Puede ser? —Artemisa volteo a ver a Poseidon, sabiendo que el dios había reservado aquella espada para uno de sus hijos.
Poseidon solo asintió, cada vez más seguro de que Percy era su hijo. Esperaba que le diera un buen uso a aquella espada, un uso que hiciera que la joven Belladonna se sintiera orgullosa del héroe que la usaba aunque fuera casi imposible.
—¡Agárralo, Percy! —gritó.
La señora Dodds se abalanzó sobre mí.
Con un gemido, la esquivé y sentí sus garras rasgar el aire junto a mi oreja. Atrapé el bolígrafo al vuelo y en ese momento se convirtió en una espada. Era la espada de bronce del señor Brunner, la que usaba el día de las competiciones.
—Me pregunto si el uso del arma en clases era una manera de acercarse al semidios, ellos suelen sentirse atraídos por el metal que se usa, tratan de usarlo porque sus instintos reconocen que lo necesitan.
—Quiza Percy se sintió atraido los primeros días, tendremos tiempo más que de sobra para averiguarlo.
La señora Dodds se volvió hacia mí con una mirada asesina.
Mis rodillas parecían de gelatina y las manos me temblaban tanto que casi se me cae la espada.
—¡Muere, cariño! —rugió, y voló directamente hacia mí.
Me invadió el pánico e instintivamente blandí la espada. La hoja de metal le dio en el hombro y atravesó su cuerpo como si estuviera relleno de aire. ¡Chsss! La señora Dodds explotó en una nube de polvo amarillo y se volatilizó en el acto, sin dejar nada aparte de un intenso olor a azufre, un alarido moribundo y un frío malvado alrededor, como si sus ojos encendidos siguieran observándome.
Poseidon se quedó viendo a Atenea con el asombro en su mirada antes de soltar una orgullosa carcajada.
—Mi hijo derrotó a la furia en su primer intento y sin entrenamiento. ¡Ese niño será mi ruina!
—¡Ese niño bien podría ser un luchador natural, imagina lo que podría hacer con entrenamiento!
La voces de Poseidón y Ares sonaron por toda la sala, mientra veia a los dos dioses. Después de todo aquello era bastante habitual, que no notaron el silencio de Zeus, pensando en lo poderoso que podría llegar a ser ese semidiós con el entrenamiento adecuado.
Estaba solo. Y en mi mano sólo tenía un bolígrafo.
El señor Brunner había desaparecido. No había nadie excepto yo. Aún me temblaban las manos. Mi almuerzo debía de estar contaminado con hongos alucinógenos o algo así.
¿Me lo había imaginado todo?
Regresé fuera.
Había empezado a lloviznar.
Grover seguía sentado junto a la fuente, con un mapa del museo extendido sobre su cabeza. Nancy Bobofit también estaba allí, aún empapada por su bañito en la fuente, cuchicheando con sus compinches. Cuando me vio, me dijo:
—Espero que la señora Kerr te haya dado unos buenos azotes en el culo.
—La niebla siempre es bastante divertida —Comentó Hermes
—No para el, seguramente comenzara a pensar que perdio la cabeza —Respondió Hefesto
—Para eso están Quiron y el sátiro, seguro entre ellos lo pueden convencer de que todo fue un sueño —Devolvió Hermes.
—¿Quién? —pregunté.
—Nuestra profesora, lumbrera.
Parpadee. No teníamos ninguna profesora que se llamara así. Le dije de qué estaba hablando, pero ella se limitó a poner los ojos en blanco y darse la vuelta. Le pregunté a Grover por la señora Dodds.
—¿Quién? —preguntó, y cómo vaciló un instante y no me miró a los ojos, pensé que pretendía tomarme el pelo.
—Bueno, no parece que el sátiro sirva de mucho. —Hefesto le sonrió con orgullo a Hermes.
—No es gracioso, tío —le dije—. Esto es grave.
Resonaron truenos sobre nuestras cabezas.
El señor Brunner seguía sentado bajo su sombrilla roja, leyendo su libro, como si no se hubiera movido. Me acerqué a él. Levantó la mirada, algo distraído.
—Ah, mi bolígrafo. Le agradecería, señor Jackson, que en el futuro trajera su propio utensilio de escritura.
Se lo tendí. Ni siquiera había reparado en que seguía sosteniéndolo.
—Señor —dije—, ¿dónde está la señora Dodds?
Él me miró con un aire inexpresivo.
—¿Quién?
—La otra acompañante. La señora Dodds, la profesora de introducción al álgebra.
Frunció el entrecejo y se inclinó hacia delante, con gesto de ligera preocupación.
—Percy, no hay ninguna señora Dodds en esta excursión. Que yo sepa, jamás ha habido ninguna señora Dodds en la academia Yancy. ¿Te encuentras bien?
—Pero Quirón hizo una buena salvada. —Hermes lucía triunfante.
—Fue el final del primer capítulo —Atenea lucía algo agotada, después de todo ese era el primero de muchos capítulos que siguen y casi había comenzado una pelea entre Zeus y Poseidon.
Fue ahí que el arco comenzó a brillar llamando la atención de los dioses. Uno a uno seis semidioses salieron disparados por el lugar, el aspecto de sus ropas dejaba algo que desear pero también el hecho de que todos parecían estar aterrados y de inmediato preparados para defenderse aunque estuvieran agotados.
—Semidioses, presentense.
