Día 19/8:

Honeymoon


El sol calentaba toda su piel expuesta. Kagome sonrió, sus ojos cerrados tras unas gafas de sol, y reacomodó la cabeza a un lado.

Ah, se estaba en la gloría...

Ojala pudiera coger el presente, guardarlo en un tarrito de cristal y conservarlo para siempre, para abrirlo cuando quisiera y poder revivir cada una de sus sensaciones y sentimientos que en ese momento le embargaban.

Los segundos pasaron, suaves, apacibles... hasta que Kagome escuchó unos pasos acercándose a ella. Ni siquiera se alertó; lo esperaba, sinceramente.

—Aquí tiene, señora.

—Muchas gracias— Kagome abrió los ojos y se quedó paralizada por un segundo cuando descubrió a Koga, con un elegante traje de camarero, portando una bandeja en la mano... y sobre ella descansaba un cóctel recién hecho.

Wow, qué imagen más... sin palabras.

Este Koga le tendió la bebida, la cual Kagome sostuvo un poco por inercia, y todavía estaba sorprendía cuando él le guiñó con un ojo coqueto y se marchó de vuelta al bar de la terraza.

¿Pero qué...?

—Mujer, ¿acabamos de casarnos y ya piensas en irte con otro?— exclamó de pronto una voz. El comentario había intentado ser una broma, pero bajo la superficie Kagome notó un regusto de celos. Esos tan familiares y queridos celos.

La mujer salió rápidamente de su sorpresa... para meterse de lleno en el mundo de las babas. Por supuesto, atrás quedó su inimaginable camarero. Y es que no podía ser de otra manera con semejante imagen de quién se había convertido hace pocos días... en su marido.

InuYasha estaba caminando hacia ella después de haber ido a darse un chapuzón en la piscina, así que numerosas perlas líquidas goteaban de su pelo recogido en una coleta y caían en carreras imaginarias por cada palmo de su piel. Como cada vez que lo veía de esa guisa, Kagome se maravilló porque semejante espécimen estuviera tan seguro de querer pasar la vida a su lado. Pero míralo a él con ese cuerpazo atlético, con ese bañador rojo que le sentaba como un guante. Y esos increíbles y profundos ojos dorados. Y ese pelo albino, tan brillante y tan bien cuidado. Y ese mentón cincelado. Y... Y... Y... Qué todo.

Kagome sonrió, llevándose la copa a los labios, y soltó un murmullo de apreciación. No sabía si por lo buena que estaba la bebida o por lo bueno que estaba su marido, pero no pensaba preocuparse mucho por resolver el problema.

—Deja de ser tan gruñón— dijo mientras levantaba las rodillas para que InuYasha tuviera sitio en la tumbona donde ella estaba sentada.

—Ya te gustaría— exclamó él por lo bajo. Extendió la mano para coger la bebida de ella y le dio un pequeño sorbo. Inmediatamente después, hizo una mueca de asco— Puaj, qué de azúcar.

—Pues está muy bueno, que lo sepas.

InuYasha arqueó una ceja. Se inclinó a ella, apoyando sus brazos a cada lado del cuerpo femenino. Kagome quiso reír cuando algunas gotas que caían de su pelo chocaban con la piel expuesta de su barriga.

—¿Esa bazofia o ese idiota lameculos?

Kagome puso los ojos en blanco. Dejó con cuidado la bebida en la mesita que había colocada entre las dos tumbonas que le correspondían y después rodeó con los brazos el cuello de InuYasha para atraerlo hacia él. Vio una gota descender por la curvatura de su nariz y depositó un beso ahí.

Sonrió cuando lo escuchó gruñir por lo bajo.

—Mi marido es que el que está muy bueno, el que está cañón. Debería preocuparme yo y no tú, de las miradas que te echan las demás mujeres del resort, cariñito mio.

InuYasha puso los ojos en blanco a la vez que una sonrisita perezosa cruzaba su expresión. Siempre le había dicho que le parecía de lo más absurdo sus muestras de celos porque él jamás podría mirar a otra, aunque se sentía profundamente alagado y satisfecho de la posesividad de ella.

Quién entendía a los hombres.

—Pues que miren, porque tocar no van a tocar nada— exhaló él en un murmullo ronco, inclinando la cabeza.

—Más les vales, o seré yo la que se ponga a gruñir ahora, y puede que algo más...

—Pero mujer...

Cualquier cosa que fuera decir InuYasha quedó olvidado cuando sus labios entraron en contacto, y a pesar de que llevaban casi una semana en aquella maravillosa y lujosa luna de miel, aprovechando cada segundo para estar juntos, la llama se encendió en sus cuerpos.

Y ellos no dudaron en quemarse juntos.

·

~o~o~o~o~

·

—Espero que ahora que nos hemos casado no te pongas celoso de cualquier hombre que se me acerque.

—¿A qué viene eso, mujer?

—Nada, nada... Aunque cuando te pones en modo posesivo me encanta...

—...

—¡¿Te estás sonrojando?! ¡Ohhh!

—¡No! ¡No lo estoy haciendo! ¡Son imaginaciones tuyas!

—Vale, vale, ya no te digo nada, pero no te vayas del futón, porfa. Todavía es temprano y afuera hace mucho frío. Además...

—¿Qué...? Oh, ¿eso que huelo es...?

—¡No hace falta que lo digas!

—¡Ja! ¿Quién es la que se está sonrojando ahora, eh?

—Hmpf...

—Ven aquí, mujer, anda. ¿Qué estabas soñando, si puede saberse?

—No te lo voy a decir. Por burlarte.

—Venga, que voy a portarme bien, te lo prometo.

—... ¿De verdad?

—Sí. Cuéntame qué pasaba.

—Pues... Estábamos en un resort de esos carísimos...

—¿Resort?

—Hum, como una posada pero para ricos, con servicios de habitaciones, tres piscinas, suits...

—Dices palabras de lo más raras, Kagome, pero sigue contando...

Oh. Eh, hum... ¿P-por d-dónde iba? Ah, sí. Pues estábamos descansando y entonces t-tú te ponías celoso y... y...

—¿Y? Continúa, por favor.

—Dé-déjame mejor mostrártelo...

—...

—...


Y hasta aquí llegó mi humilde homenaje a una de mis parejas más queridas. Todo lo que escribo de ellos es poco para lo que merecen.

Espero que os haya gustado tanto como a mi escribirlo.