Capitulo inspirado por "Good Night Sweet Possum" by John Powell.

Berk celebraba el quinto aniversario desde que se establecieron en su nuevo hogar. En la segunda primavera, recibieron a Zephyr, la heredera de Nueva Berk. Su nacimiento fue motivo de alegría y celebración para todos los vikingos, especialmente para sus padres, cuyo amor por esta criatura era incalculable.

Mientras Hipo paseaba por el pueblo con su hija, una mariposa se posó en la nariz de la pequeña, provocando un estornudo que ahuyentó al insecto. Zephyr intentó alcanzarlo con sus manitas, pero no tuvo éxito.

―¿Qué sucede, cariño?― preguntó su padre al notar su inquietud en brazos.

―Mariposa― contestó afligida al ver que el insecto se alejaba por completo.

―Sí, ¿Son bonitas, verdad?― cuestionó sin saber exactamente a qué se refería su hija. Observó que la pequeña conservaba una expresión triste y enseguida le ofreció su peluche de dragón, que recibió muy contenta, olvidando la mariposa.

―No estés triste, mi niña― sugirió, besando su cabecita.

Hipo disfrutaba llevar a Zephyr a todas partes, cada momento compartido con su bebé era infinitamente valioso para él. Se detuvo para saludar a Patapez y Brutilda cuando los encontró. Tilda extendió sus manos para que Hipo le entregara a Zephyr, pero él dio un paso hacia atrás, negándose, ya que no confiaba en sus brazos.

―¿Ahora tú también? Astrid tampoco me deja cargarla. ¡No es justo!

―Puede que tenga miedo de que tú o tu hermano la ofrezcan en sacrificio a Loki en un descuido― comentó el castaño con sarcasmo.

―Qué exagerada. Solamente sacrificamos ancianos ― bufó indignada― Y hablando de la cara redonda de tu esposa, hace días que no la veo.

Hipo hizo una mueca de disgusto al escuchar cómo llamaba a su esposa.

―Está algo resfriada y Gothi le recomendó quedarse en cama― mintió.

―Es muy raro. Ella nunca ha faltado a sus labores como jefa, mucho menos por un resfriado― señaló Patapez extrañado.

―Sí lo hizo― contradjo Tilda―Pero fue porque estaba...

Hipo tragó saliva.

―¡Embarazada!― concluyeron ambos rubios al mismo tiempo, sorprendidos.

―¡Shh! Bajen la voz, todavía es un secreto.

Hipo y Astrid notaban cómo Zephyr se deprimía al ver cómo otros niños de su edad jugaban con sus hermanitos. No querían que su hija creciera sola, además tenían todo lo necesario para criar a un segundo bebé. Decidieron aprovechar los días más fértiles de ella hasta lograr un embarazo.

―Parece que los jefes han estado ocupados, ¿eh?― comentó la gemela.

Hipo se sintió muy avergonzado, pero agradeció que Zephyr no captara las indirectas.

―¿Escuchaste eso, Zephyr? Tendrás un hermanito o una hermanita― avisó Patapez emocionado.

―¡Seré hermana mayor!― celebró la pequeña entusiasmada. Sus padres ya le habían hablado sobre la llegada de un nuevo miembro a la familia. Por fin tendría un compañero de juegos.

―Así es, pronto tendrás que compartir la atención y el amor de tus padres― agregó Brutilda con mucha tranquilidad, lo que hizo que la niña se desanimara. De repente, la idea de tener un hermano ya no sonaba tan divertida.

―¿Qué?― replicó Tilda al percibir cómo Hipo la contemplaba con el ceño fruncido― Tengo un hermano y es como tener un parásito que nunca se desprenderá.

Hipo no quería que Zephyr pensara que el bebé la reemplazaría.

―Estamos muy felices por ustedes, amigo― confesó Patapez conmovido por la noticia antes de irse con Brutilda, aunque Hipo no los dejó ir sin que prometieran no decir nada sobre el embarazo de Astrid. Ellos decidirían el momento adecuado para dar el anuncio.

―Puedo caminar solita― afirmó la niña de repente. Hipo entendió eso como una orden directa.

―Como usted ordene, mi general― bromeó mientras la colocaba en el suelo, observando con orgullo lo independiente que era su hija de tres años. Era muy lista y hábil para su edad. La pequeña detuvo sus torpes pasitos al encontrarse con una enorme estatua de un vikingo. Ya la había visto antes y sentía una conexión especial con ella.

―¿Quién es?― preguntó.

―El vikingo más honorable que he conocido― respondió Hipo con nostalgia, refiriéndose a su padre. No lo expresaba abiertamente, pero lo extrañaba. El dolor por la pérdida de Estoico nunca desaparecería de su corazón.

La niña ignoró la respuesta de su padre y su atención fue capturada por el insecto que revoloteaba a su alrededor. Una bonita mariposa, la misma que se había posado en ella hace un rato.

Hipo ni siquiera se dio cuenta de esto porque estaba tan absorto recordando a su padre. Pensaba en cuánto Estoico habría amado y mimado a su nieta, y estaría orgulloso de ver cómo su hijo se convirtió en el jefe que él había soñado para su pueblo. Él lo estaba, desde el Valhalla.

―Me habría encantado que lo conocieras, Zephyr― suspiró con el corazón destrozado. Extrañó no escuchar una respuesta de su hija. El pánico se apoderó de él cuando se dio cuenta de que Zephyr ya no estaba en ese lugar.

― ¿¡Zephyr!?

― Chicos, ¿han visto a mi hija? ― cuestionó exasperado dirigiéndose a Brutilda y Patapez. La pareja negó desconcertada ante la angustia del jefe.

― ¿Y a este qué le pasa? ― Preguntó Patán acercándose a la escena.

― Extravió a Zephyr ― susurró la gemela.

― Uh... Astrid lo asesinará.

― Es normal que los niños se escapen a explorar. Son muy curiosos a esa edad. ― Intervino Patapez para que su amigo se calmara.

― ¡Es que ella es capaz de tomar un barco e irse hasta el fin de Midgard! ¡Créanme, no exagero! ― Exageró comenzando a hiperventilar angustiado, una fuerte bofetada de parte de Patán lo sacó de su estado.

― Qué bien se sintió eso ― Sonrió Patán cómo maníaco ― Es decir, ¡concéntrate Haddock! ¿Dónde fue que la dejaste?

― Justo aquí ― Respondió fulminándolo con la mirada mientras acariciaba su golpeada mejilla.

― Bien, te ayudaremos a buscarla. ― Ofreció Patán determinado por ayudar a su amigo y encontrar a su sobrina.

― ¡La encontré! ― Avisó el gemelo.

El alivio inmediato recorrió el cuerpo del jefe.

― Ustedes no son mi mamá ― reclamó el niño que el gemelo llevaba en brazos.

― Brutacio, esta no es mi hija ¡Es que ni siquiera es una niña! ― Regañó Hipo tocándose el puente de la nariz frustrado.

― ¿A no? ― Cuestionó confundido para él mismo ― Entonces tengo un hijo que devolver. Ya vuelvo.

― Solo sean discretos ― Rogó a sus amigos, no quería preocupar a su esposa ― No quiero que Astrid se entere.

― ¿De qué? ― Cuestionó una voz que él conocía de sobra.

El castaño fue abandonado por sus amigos, dejándolo a merced de su esposa. Ninguno quería experimentar un interrogatorio de Astrid. Marcados psicológicamente, terminaban los vikingos que pasaban por los interrogatorios de la jefa.

― ¡Astrid! ¡Cariño! ¿Qué haces aquí? Deberías estar en cama para no enfermarte.

― Estando en cama sí me enfermaré. ¿Qué es lo que ocultas, Haddock? ― Volvió a insistir analizando el lenguaje corporal de su esposo que lo delataba.

El de ojos verdes abrió su boca para inventar una respuesta convincente, pero se quedó boquiabierto cuando por fin encontró a la personita que buscaba. Ahí estaba Zephyr a unos metros, muy feliz y desentendida, persiguiendo una mariposa, y se dirigía a los bordes de la isla que limitaban con acantilados. Tenía que darse prisa.

Astrid notó cómo la mirada de su esposo estaba enfocada a su espalda y quiso voltear para observar lo mismo que él.

― ¡Dioses, no lo había notado! ― Exclamó rápidamente para que Astrid se concentrara únicamente en él. Ella lo miró desorientada.

― Lo preciosa que estás hoy ― Alogió dejando a su esposa con un leve sonrojo.

― Digo, no es que otros días no estés linda, pero hoy resplandeces ― titubeó enamorado. Aunque no se notase, el embarazo la hacía ver con una luz resplandeciente en ella.

― Aww, Cállate ― Sonrió nerviosa golpeando levemente su hombro. El jefe aprovechó que su esposa bajó la guardia para ir tras la traviesa niña. No sin antes plantarle un buen beso, que dejó atontada a su rubia.

― ¡Oye! ¡Espera un momento! ― Reaccionó Astrid cayendo en cuenta de que no traía a su hija con él. ― ¿Dónde está Zephyr? ¡Agh! ¡Ya verás Haddock!

― ¡Lo sé! ¡Y yo te amo mucho más! ― Contestó su marido, ya estando muy lejos. (Hoy dormirá en el sofá.)

No vio rastros de su hija cuando llegó a la llanura del precipicio. Gritó su nombre desesperado, únicamente contestó el mutismo del frío viento. El sentimiento de angustia se profundizó provocando que lágrimas escaparan de sus ojos. Temía lo peor.

― No estés triste.

Abrió los ojos de golpe al escuchar una vocecita a sus pies. Allí estaba su pequeña ofreciéndole su peluche de dragón, Zephyr creía que así su papá dejaría de llorar. Hipo la envolvió en un sólido abrazo.

― ¡Gracias a Thor! ― Suspiró aliviado al tenerla en brazos de nuevo. ― Casi haces que a papá le dé un infarto. No vuelvas a irte así ― regañó a la pequeña que estaba apenada. ― Vamos a casa, amor ― Susurró con cariño, le era imposible enojarse con ella por mucho tiempo.

― Papi ― Llamó la niña en un bostezo, puesto que estaba agotada de tanto correr ― Ya no quiero un hermanito.

― Es algo tarde para eso, ya viene en camino.

― Pues díganle que no llegue, que se regrese mejor.

― Es que ya está en la panza de mami. ― Informó encogiéndose de hombros.

― ¿Cómo llegó allí? ¿Se lo comió? ― Preguntó asombrada.

La única respuesta que obtuvo de su padre fue un incómodo y eterno silencio.

― Mami está enojada ¿Qué tal si me ayudas a pensar en algo para hacerla feliz? ― Sugirió cambiando el tema y así despistarla. Solamente los dioses conocían el por qué lo bendijeron con una hija tan curiosa. Nadie le advirtió lo complicado que sería la paternidad. Pero era innegable las alegrías que esta nueva etapa le había regalado, jamás olvidará cuando vio la carita de su bebé por primera vez y cómo su manita envolvió su meñique, son recuerdos que atesoraría para siempre.

― ¿Entonces sí se lo comió?

Fin.