Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer
La historia es mía.
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Capítulo 16: Espejito, espejito
—¿Qué demonios haces aquí…, Kate?
«¿Kate…? ¡Kate! ¿¡He escuchado bien!? —Su nombre zumba dentro de mi cabeza como un maldito enjambre de abejas—. ¿La maravillosa divinidad de pie frente a nosotros es la artificial y frívola, Kate?».
Edward afianza su agarre a mi mano derecha entrelazando nuestros dedos y al no obtener respuesta, masculla con voz gélida—: Te pregunté, ¿qué demonios haces aquí, Kate?
Tengo que luchar para mantener mi boca cerrada y la observo sin disimulo, porque en pocas palabras estoy impresionada y no precisamente por confirmar que en el efecto, ella es la exnovia plantada de Edward o porque se ha presentado aquí de golpe y porrazo, sino porque esta mujer, no se ve superficial ni mucho menos plástica, se ve angelical; lo que habla del gran talento como cirujano de mi chico de Ipanema.
«Aunque podría ir por un bidón de gasolina y unos fósforos para probar…», me muerdo la lengua para no estallar en carcajadas por culpa de mis burradas, pero es que al lucubrar mi malévolo plan, casi la veo en llamas derritiéndose cual Bruja Mala del Oeste(1), chillando con voz siniestra: «¡Me derrito, me derrito! ¡Qué mundo, qué mundo! ¿Quién iba a suponer que una flacucha como tú, iba a destruir mi irreal belleza? ¡Oh, mirad desaparezco!(2)».
—¡Oh, Eddie! ¡Al fin has llegado! —exclama desbordando felicidad e ignorando la pregunta y el estado de ánimo de Edward, juguetea con su dorada cabellera—. Tú maligna ama de llaves, sigue odiándome —su voz raya en exasperante inocencia—. Ni siquiera me ha dejado entrar —le reprocha haciendo un cínico puchero con el que intenta ser adorable.
Edward resopla cansando y se toma el puente de la nariz, parece que está haciendo un esfuerzo titánico para no explotar, sin embargo su actitud no la inmuta, ya que la sonrisa del gato Cheshire(3) sigue instalada en su rostro de muñeca y se planta aún más altiva en sus kilométricas piernas, que parecen dos columnas de mármol, terminadas en unas elegantes sandalias amarradas con una cinta blanca en sus delgados tobillos; uno adornado con una delgada y brillante cadena de plata de la cual cuelga un dije en forma de «E». Una cartera Luis Vuitton, blanca y estampada con las letras engarzadas de colores descansa en uno de sus delgados y tonificados brazos.
Pero de todo este exhaustivo escrutinio, mis ojos solo se clavan en el dije, y una electrizante de ola de celos me recorre la columna vertebral, «esa es mi E». Ahora yo soy la que afianza el agarre a la mano de Edward, mientras lucho para que mi autoestima no baje diez puntos.
—¿Cómo qué hago aquí, bebé? Es obvio, ¿no? Hoy comienzan tus vacaciones y vine a pasarlas contigo —anuncia muy campante, ni un solo pelo se mueve de su cabeza.
—Kate, ¿es que tu primera lengua no es el inglés? —suelta mordaz—. ¿O es que la silicona te llegó a los tímpanos y ya no escuchas nada de lo que hablo? Te preguntaré por última vez antes de que pierda la paciencia. ¿Qué demonios haces aquí? —cuestiona separando cada palabra.
Por primera vez, el semblante de Kate cambia. La radiante sonrisa que adorna su rostro se convierte más bien en una dolorosa mueca, y sus ojos viajan fugases y letales a mi persona como si quisiera arrancarme todos los cabellos de la cabeza, para inmediatamente volver a Edward, pero esta vez de una forma totalmente diferente; su mirada ya no es alegre y dulce, sino que es furibunda y dolida.
Algo me dice que sobro en esta conversación o quizá es mero instinto de supervivencia para mantener mi pelo pegado al cuero cabelludo. Bueno, por la razón que sea y aludiendo a la premisa que soldado que arranca sirve para otra guerra, trato de soltar mi mano de la de Edward para darles espacio, pero él al notar mis intenciones, afianza nuestro enlace y me susurra de manera tierna «no»; negativa que me derrite y no soy capaz rebatir. Entonces, es un hecho, me arriesgaré a morir si es que a «doña plástica» alias la malvada madrastra de Blanca Nieves, se le ocurre arremeter con sus cuidadas garras contra mi inocente humanidad.
—¡Tenía que saber, si era verdad! —Me taladra con la mirada y por mero instinto me pego a Edward—. Tenía que corroborar con mis propios ojos, lo que todo el mundo comenta…
—Deja los rodeos, Kate. ¿Qué es eso tan importante que todo el mundo comenta? —pregunta sarcástico, recalcando el «tan».
—Como me imaginaba… —sonríe con tristeza—. Supongo que has estado muy ocupado como para leer los periódicos o una miserable revista…Tan ocupado, para no darte cuenta de que todo el mundo comenta que me cambiaste por este… este… ¡este Oompa Loompa!(4) —Me apunta con frenesí con sus largos dedos.
Los ojos de Edward se abren enormes por culpa de la bomba que le acaba de soltar, bomba que aún no me atrevía a explicar. «¡Condenada mujer! ¿Por qué tenía que decírselo antes que yo?».
Un momento…
«¿Oompa Loompa? ¡Oompa Loompa! ¿Qué se ha creído esta estúpida de venirme a tratar de pigmeo?». Tengo que hacer uso de todo mi precario autocontrol para no decirle unas cuantas y largarle un «maravilloso rosario», pero no me pondré a su altura. No le daré en el gusto de sacarme de mis casillas, aunque por dentro me estoy muriendo de ganas de gritarle en su cara que por muy enana que sea, ahora es a mí a la que Edward se coge mucho más que encantado, y que si yo soy un Oompa Loompa, ella una tonta sin cerebro y que además se parece un muñeco de cera igualito a Willy Wonka(5).
—¡¿Cómo pudiste Edward?! ¡Hace solo tres meses que me plantaste en el altar! —Le reprocha gritando casi al borde de las lágrimas y reconozco que casi me da pena, pero dejémoslo en solo el casi, cuando el pequeño y significativo número hace eco en mi cabeza…
«¿Solo unos miserables tres meses?».
—Mira Kate, si no quieres que esta conversación tome otro cariz, primero discúlpate con Bella, que ella nada tiene que ver con lo que sucedió entre nosotros. Y segundo, te plantaste tú sola, la boda estaba cancelada y tú…
—¡Mentira! —chilla interrumpiéndolo y negando con la cabeza como si le faltara algún tornillo.
—Cállate Kate, que sabes que tengo razón. Esa mañana te expliqué pacientemente las razones por las cuales no me podía casar contigo, sin embargo tú no me quisiste escuchar y continuaste con el show de igual forma, cuando tenías claro que yo no llegaría a la iglesia.
«¡¿No?! —Me carcajeo internamente al escuchar la nueva información—. ¿Tendrá aire en el cerebro en vez de neuronas?». Excelente fue la decisión de Edward de no casarse con esta fatua mujer que parece salida de «¿Y dónde están las rubias?»; mi inteligente, talentoso, caliente, seductor y adorable chico de Ipanema no era para ella.
«Es para mí», pienso sin poderlo evitar.
Estoy gozando de lo lindo, con la parte de la historia que me faltaba, al punto que tengo que aguantar las irrefrenables ganas de acercarme hasta ella y golpear su cabeza repetidas veces y preguntar: «Toc, toc, toc. ¿Aló? ¿Aló? ¿Hay alguien ahí, Mcfly? ¿Me escuchas, Mcfly? Toc, toc, toc…».(6)
«¿Sonará hueco?», hago lo imposible por no mofarme, casi no puedo resistir la tentación, pero mi conciencia esta vez, del lado bueno de la fuerza me recomienda: «¡Contrólate Swan, que ahora de seguro viene la mejor parte del culebrón!».
—Me veía linda…—afirma, con edulcorada voz de desilusión.
—¿Qué? —pregunta Edward, frunciendo el ceño. Sus pobladas cejas están casi juntas.
—Eso, lo que escuchas, me veía linda, estoy segura, me miré muchas veces al espejo antes de salir a la iglesia. Incluso los invitados me dijeron que eras un ingrato con lo hermosa soy, y tú no lo quisiste ver...
«¡Que alguien se apiade de ella y regale un cerebro por favor!».
—¡Por el amor de Dios, Kate! —Edward gruñe con aquel sexy y educado acento, y mi mente divaga por un segundo a una medieval cama, él, yo y órdenes dictatoriales y calientes—. No cambies el tema y no te hagas la inocente, mira que te conozco demasiado bien para saber que de inocente tienes lo que yo de ingenuo. Por lo demás, no conversaremos de esto delante de Bella, ni ahora ni nunca, porque ya no hay nada que conversar —su masculina mandíbula toma un rictus severo—. Discúlpate con Bella, ¡ahora! —Los profundos ojos azules de Kate viajan hasta a mí, pero de nuevo me ignora.
—¿Quieres ver cómo me veía? ¡Tengo fotos! —ofrece emocionada y busca dentro en su elegante cartera, sin tomar en cuenta lo furioso que está Edward.
¿Quiero ver esas fotos? ¿La verdad? Estoy tan encantada que casi aplaudo y doy saltitos, por ver esas fotos. Tanto así que me siento como Gollum(7) retorciendo las manos, y en vez de repetir con voz terrorífica «mi tesoro, mi tesoro», mi mente susurra «muéstramelas, muéstramelas». Serán tan perfectas como complemento para la bizarra y divertida escena, que casi olvido que la plástica descerebrada, me ha tratado de pigmeo. Pero solo casi.
—Espejito, espejito, dime: ¿Quién es la más bella del reino? —suelto porque mi lengua tiene vida propia y de inmediato me muerdo el labio inferior, para contener cualquier otra e incontrolable payasada. «¡Maldición! ¿Qué nunca en la vida voy a contenerme?».
Miro a Edward de reojo pensando en que tal vez se ha molestado por mi impertinente boca, pero para mi sorpresa es todo lo contrario, mi hermoso chico de Ipanema me mira y la sonrisa coqueta, dulce y arrebatadora se plasma en sus apetecibles labios. Sus ojos brillan con diversión y uno de sus largos dedos viaja a soltar mi labio inferior.
—Te harás daño, pequeña —me reprende lleno de ternura, recorriendo mi labio inferior con el dedo pulgar y acerca su rostro al mío, para besar mis labios.
Luego nos perdimos por unos segundos mirándonos profundamente a los ojos, hasta que un chillón ladrido más parecido a un pitido, explota nuestra burbuja. De dentro de la blanca y presuntuosa cartera de Kate se asoma una cabeza, una peluda, pero a la vez pelada y algo morada, más parecida a un ratón o a un alienígena.
—¡Oh, Anthony! Pórtate bien, hermoso. Aún no es momento de que conozcas a papi.
Al escuchar como Kate ha nombrado al animalejo, Edward y yo abrimos la boca de par en par. Literalmente.
Pero la cosa esa, que por lo visto tiene voluntad propia y al parecer es un perro, descarta la orden de su dueña y sale de un salto de la cartera para presentar su perruna existencia frente a nosotros, moviendo feliz de la vida la cola.
«¡Qué animal más horrible!», es completamente calvo, excepto por unas miserables y blancas mechas que le cubren la cabeza, las patas y la punta de su cola; greñas, que más bien parecen un albino plumero.
—¡No, nene! ¡Anthony, ven aquí! Te dije que aún no es el momento…—Kate se agacha para tomar a su inusitado perro, pero el horrible cuadrúpedo la esquiva de un ágil y liviano movimiento.
Edward entorna sus ojos de los cuales casi veo salir rayos y centellas.
—¿Le pusiste mi nombre al perro? —La increpa furioso, subiendo considerablemente los decibeles de su aterciopelada voz. Su masculino rostro de ángel comienza a tornarse rojo de la creciente rabia que lo posee.
—Pero Eddie, bebé…, si es tan lindo es igualito a ti, ¿qué no lo ves? ¡Mira, si hasta tiene tu alborotado cabello! —Kate ejemplifica su punto envidiablemente feliz y trata de capturar al can, haciendo una extraña danza, que más bien parece una invocación tribal al dios supremo de los horribles perros.
A esta altura, la situación es tan ridícula, que me es casi inaguantable contener la risa, mientras mi pobre Miembro-Man, parece que está contando hasta mil, para dominar su ira, con sus felinas y fieras esmeraldas clavadas en el inocente y pequeño animalito.
No lo puedo soportar más, lo inevitable pasa y me comienzo a carcajear. Edward me mira como si me hubiese vuelto loca, provocando que me ría mucho más fuerte y con más ganas; risa que por lo visto es contagiosa, porque luego de unos segundos, también comienza a reír.
Ahora Kate, es la que nos mira como si nos hubiésemos vueltos locos, sin entender la razón de nuestra risa, carcajadas que a ella le molestan, pero sí le gustan a su cuadrúpedo amigo que moviendo su cola, se acerca hasta a mí, se para en dos extremidades y apoya sus patas delanteras en mis piernas y me mira con sus ojos negros e inocentes.
Cuando lo voy a acariciar, Kate grita con terror—: ¡No bebé! ¡No te acerques, que el Oompa Loompa te puede comer!
Ahí es cuando recuerdo el «casi« y mi furia regresa.
«¿Qué se cree esta tonta descerebrada? ¡Ahora sí que le diré unas cuantas verdades!», pero no alcanzo a abrir mi boca, ya que Edward se me adelanta.
—¡Es suficiente! —gruñe furioso, suelta mi mano y de dos grandes zancadas está junto a Kate, la toma del brazo y la arrastra hasta encararme—. Discúlpate con Bella, ¡ahora!
—No. No, tengo porque hacerlo…Es más, no tengo la más mínima intención de hacerlo. ¡No me humillaré frente a la zorra que elegiste para follarte mientras estás de vacaciones! —Sin intimidarse se zafa del agarre de Edward y esquiva mi mirada.
«¿Zorra?», la mataré, la idiota ha cavado su propia tumba. Podré ser muchas cosas, pero no le aguantaré que me llame de esa forma.
—¡Qué te has creid…!
Pero no puedo terminar la frase, las palabras se quedan atascadas en mi garganta cuando escucho—: Kate, no te permitiré que insultes a mi novia.
«Novia», resuena en mi cabeza y mi corazón comienza una loca carrera, me siento en las nubes, es inverosímil la forma en que me ha llamado.
—¡Mientes! Ella… ¡No! —Kate está tan estupefacta como yo—. ¡No! —Niega al borde de la desesperación.
—¿Qué diablos es todo este alboroto? —protesta una señora de unos cuarenta años que de pronto aparece en la peliaguda escena, es bajita, de rasgos indígenas, su azabache cabellera tomada en una alta coleta. Sus ojos se pasean como si estuviese en un partido de tenis de Edward y yo, a Kate y su perro —que le ladra como si no hubiese un mañana— y viceversa—. ¡Te dije que te fueras mujer!
La ira que la mujer no disimula hacia Kate hace me pegue a Edward, pero lo que termina por aterrorizarme y protegerme contra él, es que detrás de ella, felices y jadeantes vienen los «adorables» Brutus y Sansón. Lo abrazo por la cintura y entierro mi rostro en su pecho.
Edward me acuna en sus brazos, acaricia mi cabello con ternura y luego toma mi mentón con suavidad y lo eleva para mirarme directo a los ojos y decir—: Tranquila, pequeña. No te harán nada…
Kate, al ver nuestra interacción, termina por perder la cordura.
—¡Suelta a mí hombre, insignificante perra! —Sus manos se crispan en afiladas garras y por segundos —que me parecen que pasan en cámara lenta— me despido de mi cabello. Digo solo por segundos, porque rápidamente una brillante idea se atraviesa por mi mente, al ver que se nos acercan los Rottweilers.
—¡Brutus! ¡Sansón! ¡Ataquen! —ordeno de la misma forma que hace unos días lo hizo Edward, pero esta vez apuntando a Kate.
Cruzo los dedos y elevo una silenciosa plegaria la cielo, —prometiendo ser buena— para que las «inofensivas» mascotas de mi chico de Ipanema me hagan caso.
Y al parecer están muy, pero muy bien enseñados, porque apenas escuchan la orden vuelcan su atención a Kate, que comienza a caminar hacia atrás y su amigo cuadrúpedo salta a sus brazos al ver que sus nada amistosos congéneres, se les acercan con pasos amenazantes y asomando sus afilados dientes.
Edward me mira sorprendido, una sonrisa extasiada se estampa es sus labios.
—Eres hermosa y única —susurra y deja un beso en mi frente.
—¡Todavía tienes a estas espantosas bestias! —vocifera, Kate—. ¡Haz algo Edward! ¡Detenlos! —suplica.
Brutus y Sansón, ya están a unos pocos centímetros de ella mostrándole sus colmillos.
—Lo siento Kate, pero ¿quién soy yo, para no cumplirle los adorables caprichos a mi hermosa novia? —suelta desbordando diversión y ladridos amenazantes, respaldan la moción.
Y sin darle un minuto más para respirar, los enormes perros se van en picada contra Kate y su pequeño ratón, que sale despavorida gritando: «¡Ay Dios, ay Dios!». La vemos atravesar a toda velocidad el portón de entrada, dejando una estela de polvo, como si no hubiese sido más, que una desagradable aparición.
—¡Eres malvada, Swan! —exclama Edward riendo a masculinas carcajadas, me toma en brazos y me da una vuelta por el aire—. ¡Y me encanta! —Estampa sus labios en los míos para un mordelón y juguetón beso.
Beso que me deja tonta por unos momentos y luchando por recuperar la respiración.
—¡Hola Kaure! —saluda a la morena mujer, que nos mira con alegre curiosidad—. Veo que sigues odiando a Kate —observa Edward dejándome en el piso con delicadeza y se acerca a ella para besar cariñosamente su mejilla.
—¿Yo? —suelta sarcástica y ríe descarada, luego clava su oscura y penetrante mirada en mí—. Edward Cullen, ¿tienes nueva novia y no eres capaz de informárselo a esta vieja? —Le reprocha queriendo parecer indignada, pero la verdad es que aquel atisbo de complacida sonrisa que se asoma por la comisura de sus labios, la delata.
Edward no le contesta, el solo ríe con esa risa ronca y musical que me tiene deslumbraba, «Dios, ¿por qué es tan endiabladamente hermoso?». Mi pobre corazón no lo resistirá si sigue escuchando esa palabra una y otra vez; palabra que por lo visto Edward, no tiene la más mínima intención de rectificar.
—Uno, no estás vieja y dos, Kaure esta hermosa señorita es Isabella Swan —me atrae hacia él, acariciando mi cintura—. Bella, ella es Kaure una querida amiga y quien cuida de esta casa junto a su esposo, Gustavo —nos presenta sin volver a pronunciar «esa» palabra y por alguna razón desconocida, mi corazón se estruja con cierta desilusión.
Intento dejar guardado bajo siete llaves el extraño dolor, para quizá definitivamente olvidarlo, recompongo el gesto, le ofrezco mi mano y le regalo mi mejor sonrisa, ya que después de ver cómo ha tratado a Kate, no tengo la más mínima intensión de transformarme en su enemiga por la cantidad incierta de tiempo que permaneceré aquí.
—¡Hola, Kaure! —saludo alegre, pero ella no contesta, solo toma de mi mano, luego deposita su mano libre encima de nuestro enlace, inspira profundo y cierra los ojos.
Miro a Edward sin entender qué diablos sucede, él solo sonríe divertido y niega con la cabeza.
—¡Ya! ¡No comiences a abrumarla con tus brujerías! —advirte en un tono que no puedo determinar si está divertido o más bien algo inseguro con la situación.
Kaure abre sus ojos, suelta mis manos y me regala una cálida sonrisa, pero no me dice nada, solo mira a Edward y expresa en portugués—: Você é um homem muito afortunado. O amor da seu vida é agora em sua coração. Não oprimir-se, todo vai ficar bem(8) —y así misteriosa como lo dijo, desaparece hacia el interior de la casa.
El rostro de Edward se torna lívido, cierra sus ojos y suspira profundamente. «¿Qué diantres le habrá dicho la misteriosa mujer?».
—¿Edward? —Lo llamo preocupada al ver lo blanco que se ha puesto y acaricio su mejilla, él abre sus ojos y estos me taladran abrasadores y con un sentimiento que no puedo descifrar—. ¿Te sientes mal? ¿Qué te dijo Kaure que te puso así?
—Eh…No…, no…, nada importante… —contesta dudoso con el ceño fruncido y se rasca la nuca, justo en el instante que dos alegres ladridos llegan junto a nosotros y dos pares de pesadas patas reclaman atención.
—¡Ay, Edward! —exclamo aterrorizada y me escondo detrás de él, abrazándolo por la cintura y esta vez enterrando mi rostro en su espalda, tiemblo de los pies a la cabeza.
—Brutus, Sansón, ¡sentados! —Les ordena con amabilidad, pero la voz es firme porque no da lugar a réplicas. Asomo mi cabeza por el lado, para ver qué sucede.
Ambos negros y enormes perros han hecho caso a la orden de su amo ipso-facto, sentándose uno al lado del otro como si fuesen dos pequeños soldados.
—Ven… —dice apenas en un susurro tomando una de mis manos que se aferran a su cintura y me guía para que salga de mi escondite—. No tengas miedo pequeña, que nada te harán, no se los permitiré. Además, ellos pueden percibir la adrenalina que corre por tu cuerpo y eso los hará desconfiar pensando en que tú los vas a atacar.
—¿Yo? —suelto incrédula abriendo mis ojos enormes. «¡Si ellos fueron los que me mostraron los dientes la última vez!».
—Brutus, Sansón —los llama otra vez, mientras ellos esperan pacientes, por una nueva orden de su amo—. Esta hermosa señorita es Isabella y nos acompañará por todas nuestras vacaciones, por lo que quiero que sean amables con ella, ¿entendido? —Ambos perros contestan con un ladrido.
«¿Esto es en serio? ¿Edward, les está hablando a los perros? ¿Quién mierda es, el encantador de perros?», pienso impresionada por el espectáculo que tengo frente a mis ojos.
—Ahora, sean buenos chicos y saluden… —esta vez les ordena divertido, me guiña un ojo y tomándome de los hombros me guía hasta que quedo enfrente de Sansón, la plateada placa en forma de hueso que cuelga de su collar me lo informa.
El perro hace lo que su amo le manda y sin dudar levanta su pata derecha hacia mí, para que nos demos un fraternal saludo perruno-humano. Tomo la enorme y pesada pata de Sansón, aún con algo de miedo, y la muevo de arriba a abajo correspondiendo su saludo.
—Buenas tardes, Sansón —«¡Dios, esto es hermoso!», una ola cálida y cariñosa se aloja en mi interior que me sonreír como boba.
Encantada y con mis miedos ya olvidados, como si fueran recuerdos de un lejano pasado, repito la acción con Brutus. Esta vez sintiéndome más atrevida, lo saludo aventurándome a acariciar su enrome cabeza; caricias que el corresponde sacando su lengua, para darme un buen beso, por todo mi rostro.
—¡Puaj! —exclamo riéndome, risas que acompaña Edward.
—¿Ves que no era tan terrible?
—No, no lo era —tengo que aceptarlo, realmente estaba sobreactuando.
—Brutus, nada de besos, ¿entendido? —dice gozando de lo lindo con la situación—. Estos labios, solo los beso yo…—el perro ladra en respuesta.
Los miro con la boca abierta, la interacción que Edward tiene con sus perros es hermosa e increíble, y eso me habla de que este sexy y encantador hombre tiene un hermoso corazón. Al menos para a mí es así, ya que ese es el concepto que tengo de las personas que aman y tratan con respeto a los animales.
—Bien, ahora que todos somos amigos, ¿entremos? —ofrece abriendo la cristalina puerta de su casa.
Como el buen anfitrión que es, antes de instalarnos me hace un recorrido completo por la casa. Pero, a decir verdad, el reciente altercado me ha dejado nerviosa; por lo que mi mente absorbe todo sin absorber, sobre todo porque aún le debo explicaciones a Edward por la famosa publicación de las revistas.
A grandes rasgos puedo decir que la casa parece una enorme cabaña construida de madera nativa, vigas al aire, de grandes y luminosos ventanales pivotantes que permiten que la brisa del mar mantenga ventilados todos sus rincones. Prácticamente no tiene paredes interiores, si no múltiples y diferentes ambientes separados por los mismos originales ventanales o por plantas, tan verdes y enormes que le da a cada espacio —ya sea un living, un comedor o una simple sala de estar— un aire hermoso y mágico, como si estuvieses viviendo en una casa del árbol de los cuentos. No hay ningún ventanal que no tenga vista a la playa, que por cierto es privada, en forma de herradura y de blanca y fina arena.
Está decorada con muebles cómodos, en su mayoría blancos, también hay algunos oscuros que se iluminan con algún detalle de color cálido. Una terraza de proporciones exorbitantes rodea toda la parte de atrás de la casa y ésta también está engalanada con diferentes ambientes para descansar, muchísimas reposeras y coloreadas hamacas que de solo verlas, te invitan a pasar el día entero recostado en ellas.
En resumen, la casa de veraneo de Edward es preciosa y cálida, y está a años luz de la mansión que posee en Río, que por supuesto, también es hermosa, pero muy fría. Esta casa tiene alma, se ve que hay amor puesto en ella, porque no hay un rincón donde no haya un pequeño detalle que hace cada habitación completamente perfecta. Es enorme, pero aquí no da la impresión que las habitaciones sobran sino más bien, que silenciosas e impacientes esperan por ser llenadas.
—Y por último mi habitación, nuestra habitación —aclara sonriendo coqueto, sosteniendo la puerta para mí como todo un caballero.
Con pasos tímidos entro al cuarto. Con lo primero que mi vista se encuentra es con la enorme cama con dosel emplazada justo en el centro, la blanca y vaporosa cortina está abierta, dejando ver el albo cobertor que la adorna y la cantidad impresionante de cojines de todos los portes que hay encima de ella; se ve cómoda, muy cómoda.
Mis ojos recorren todo de izquierda a derecha. La pared en la que descansa el respaldo de la cama está pintada de un lindo color shedron, las otras dos que la flanqueaban de un cremoso color marfil las cuales tienen empotradas unas puertas corredizas de madera. La cuarta pared es completamente de cristal, —que es la que tiene vista a la playa y enfrenta a la cama— abarcaba todo el ancho de la habitación, así como también del suelo hasta el techo. Los mismos ventanales pivotantes que adornan toda la casa están abiertos. El paisaje es magnífico, como una de esas casas de ensueño, en las que con un par de pasos puedes encontrarte con la belleza de la inmensidad del mar.
Dejo mi cartera sobre el banquillo a los pies de la cama. A mi derecha una de las puertas plegables de madera está entreabierta, a través de la pequeña abertura alcanzo a distinguir un espacioso y moderno baño y un vestidor de colores neutros, molduras de madera y un par de plantas decorativas.
Mi curiosidad puede más y comienzo a deambular por la habitación, absorbiendo cada detalle. A cada lado de la cama hay un pequeño buró adornados con unas lámparas de madera en forma de rectangular, huecas de en medio para abrir paso a la luz de las pequeñas velas que tienen en el interior, sobre los burós penden del techo, unas grandes lámparas blancas y redondas y justo de tras de ellas unos sencillos candelabros negros de hierro forjado con un vaso liso y una vela en el interior.
La otra puerta corrediza de madera está completamente abierta y da a lo que parece ser un encantador jardín, pero al dar un vistazo más de cerca me encuentro con una amplia y acogedora terraza llena de vida con los distintos tonos de verde y los colores de las flores que la decoran estratégicamente. En el extremo derecho hay un jacuzzi en el que fácil caben diez personas; un par de cortinas blancas penden del techo haciendo las veces de toldo, pero si las sueltas y las aseguras a los ganchos que hay en el piso, cierras el entorno dando privacidad al hermoso espacio.
El balcón es un imán para los sentidos, así que me quedo en el y me siento en el borde, tomo una profunda respiración y me deleito con el sonido de las olas, del viento que juega con mí cabello y con el aroma a naturaleza mezclado con lo salino del mar.
Edward se sienta a mi lado y por unos momentos contemplamos en silencio el océano, hasta que no lo aguanto más, necesito imperiosamente aclarar el mal entendido de las revisas que de forma abrupta y malintencionada le informó Kate.
—Edward, tengo que pedirte disculpas…
—¿Por qué? —pregunta poniéndose de pie, frunce el ceño y con uno de sus largos dedos, suelta el labio que furioso aprieto entre mis dientes.
—Por lo de las revistas… Juro que yo no lo sabía, apenas me he enterado hoy en la mañana por mi padre… Discúlpame por favor, te lo debiese haber dicho inmediatam…—intento explicar, pero él me corta.
—Shh…—para mi discurso con un dulce beso—. Tranquila. ¿Me ves enojado? ¿O que he dudado de ti?
—No, pero lo más probable es que salgan más reportajes y será molesto y… ¡Ni siquiera sabía que me seguían! ¡O siquiera que era importante! —mascullo realmente frustrada.
—Bella…—con ambas manos me toma de los hombros y baja su rostro a mi altura, para mirarme directamente a los ojos—. Te lo vuelvo a repetir, no me interesa. Sí, reconozco que me impresionó un poco al principio, pero después pensándolo bien…, que escriban todo lo que quieran, jamás se enterarán de lo que realmente sucede entre nosotros. Esa verdad, solo la sabemos tú y yo y eso es lo único que me interesa, y también es lo único que te debería interesar a ti…
—Edward…—susurro conmovida y aliviada por su respuesta—. Gracias…
—De nada. Ahora pequeña, voy por nuestras cosas y vengo enseguida, quedas en tú casa... —anuncia regalándome una sonrisa sincera, besa mis labios y entra a la habitación.
Contemplo el maravilloso paisaje, con mi alma mucho más tranquila al haber aclarado el incómodo lío, pero la vista de ensueño no es suficiente para sosegarla por completo, porque mientras suspiro y miro el horizonte, donde cielo se funde con el mar, la aterciopelada voz de Edward susurra dentro de mi cabeza: «No te permitiré que insultes a mi novia».
—Novia… —suspiró otra vez, queriendo darme de cabezazos contra la muralla, por no saber el por qué le doy tanta importancia a tan insignificante palabra y por no tener la capacidad de discernir qué es lo que me inquieta. La afirmación de ella o la no constatación de ella.
Mi corazón se contrae con pesar, al darme cuenta que el estúpido e irracional sentimiento, se debe a que Edward no me ha presentado con Kaure como tal. «Pero tampoco lo negó», me recuerda la voz de mi conciencia que ahora la estúpida no coopera dándome falsas esperanzas. «¡Es solo sexo! ¡Sexo!», repito con vehemencia, no puedo darme el lujo de perder el norte. Pese a eso, vuelvo a suspirar llena tristeza.
—¿Bella? ¿Qué tienes, pequeña? —Edward está mirándome fijamente, se ve preocupado.
«¿Cuánto rato llevará observándome? ¡Demonios! ¿Por qué siempre tiene que ser tan malditamente silencioso?».
—Nada, Edward…—sonrío pretendiendo ser convincente.
—Bella…—duda unos segundos—. Si estás así por lo que pasó con Kate… Bueno, yo dije que tú…
—No importa, Edward…—lo corto, él no me debe explicaciones y yo no soy quién para pedírselas. Además, no me gusta verlo así de inseguro. Si olvidamos el tema, será mucho mejor para ambos.
—Es que Bella, tú no lo entiendes. Si dije que eras…
—¡Ya, Edward! En serio, no tiene la más mínima importancia, entiendo porque lo hiciste, no tienes que darme explicaciones y por cierto, gracias por defenderme de Kate… —le regalo una resplandeciente sonrisa, para demostrarle que todo va bien.
—De nada…
—Y… ¿qué tiene planeado para hacer hoy, doctor Cullen? —pregunto coqueta y me cuelgo de su cuello, necesito dejar atrás el incómodo término que me perturba.
Edward que nota el cambio en mi estado de ánimo, también sonríe coqueto, y un brillo juguetón y malicioso ilumina sus ojos.
—Desnúdate Swan —ordena dándome una sonora nalgada.
Abro mis ojos de la impresión. «¿Otra vez quiere tener sexo? ¡Esta será la tercera vez en el día! ¡Este hombre insaciable me desintegrará!».
—¡Estás loco, Cullen! ¡Está Kaure!
—No, no está, se ha ido.
—¿Qué?
—Lo que escuchas. Tú y yo, estamos absolutamente solos, solos para poder castigarte tal como te lo prometí por ser tan desconfiada. Primero, partiré recostándote sobre mis rodillas para darte unas buenas nalgadas y así nunca más dudes de mis palabras. Luego, pagarás con tu desnudez, quiero verte desnuda mañana, tarde y noche, completamente expuesta y lista para mí, para cuando yo tenga ganas de tomarte a mi antojo… —gruñe como el mismísimo príncipe de las tinieblas del sexo.
«¡Oh. Mí. Dios!», aprieto las piernas de la más indecente anticipación.
Y me entrego a esta aventura que recién comienza…
Nota del autor:
(1)Bruja Mala del Oeste: Personaje de la película "El mago de Oz". Ataca a Dorothy(la protagonista) y sus amigos con animales de diferentes tipos y consigue atraparla con Monos Voladores.
(2)"¡Me derrito, me derrito!" ¡Qué mundo, que mundo! ¿Quién iba a suponer que una flacucha como tú, pudiera destruir mi irreal belleza? ¡Oh, mirad desaparezco!: Cita a la bruja mala del oeste, en la película "El mago de Oz", cuando muere derritiéndose después de que Dorothy vierte sobre ella una olla con agua, obviamente con algunas palabras cambiadas para que sirviera para Kate.
(3)Cheshire: es un personaje ficticio creado por Lewis Carroll en su conocida obra Alicia en el país de las maravillas. Tiene la capacidad de aparecer y desaparecer a voluntad, entreteniendo a Alicia mediante conversaciones paradójicas de tintes filosóficos
(4)Oompa Loompa: son personajes ficticios del libro Charlie y la fábrica de chocolate del autor británico Roald Dahl. Son pigmeos de "Loompalandia", donde habitaban hasta que Willy Wonka los encontró y les propuso trabajar a cambio de nueces de cacao sus favoritas, y solo se encontraban en Loompalandia una vez al año.
(5)Willy Wonka: es un personaje de ficción, propietario de una fábrica de chocolate y protagonista de dos libros de Roald Dahl: Charlie y la fábrica de chocolate y Charlie y el gran ascensor de cristal. Willy Wonka es un oscuro personaje al cual le deleitan tanto los dulces que opta por abrir la mejor fábrica del mundo, es interpretado por Gene Wilder en 1971 y por Johnny Depp en el 2005
(6)Toc, toc, toc. ¿Aló? ¿Aló? ¿Hay alguien ahí Mcfly? ¿Me escuchas Mcfly? Toc, toc, toc…: Cita de la película "Volver al futuro" de 1985 dirigida y escrita por Robert Zemeckis, producida por Steven Spielberg y protagonizada por Michael J. Fox. En esta escena en particular, Biff Tanner el antagonista abusivo de la película, trata de esta forma a George Mcfly(padre de Marty Mcfly papel interpretado por Michael J. Fox) golpeando su cabeza como si estuviese hueca al ver que no obtenía ninguna respuesta de su parte.
(7)Gollum: s un personaje de la Tierra Media en el universo de historias de J. R. R. Tolkien. Su nombre original era Sméagol y posteriormente fue nombrado como Gollum en referencia al ruido regurgitante que hacía con su garganta. Uno de sus deseos más profundos fue el de poseer el Anillo Único (el cual lo tenía esclavizado y llamaba "mi tesoro"), y lo estuvo buscando durante muchos años después de haberlo perdido.
(8)Você é um homem muito afortunado. O amor da seu vida é agora em sua coração. Não oprimir-se, todo vai ficar bem: Eres un hombre muy afortunado, ella es la mujer de tu vida. No te abrumes todo resultará bien.
