Capítulo XVIII

Como cada mañana, Candy se levantó muy temprano para comenzar con sus labores, esta vez se sentía más entusiasmada que de costumbre, pues al día siguiente era su cumpleaños. Hacía poco que se había reunido con sus amigos y acordaron verse en el jardín de los narcisos para celebrarlo con un picnic, algo que además era parte de la promesa que el joven Terry le había hecho hace unos días.

Candy trabajó arduamente en el cuidado de César y Cleopatra, sus confidentes y amigos del solitario establo. Sin embargo, aquel día era distinto, ya que se tenía que preparar a los equinos para presentarlos en una pequeña reunión que tendría la señorita de la casa por la tarde. En efecto, dicha reunión era una forma en la que los señores Lagan esperaban apaciguar la aparente melancolía por la que su joven hija había estado atravesando los últimos días. En varias ocasiones Eliza manifestó que todo se debía a la presencia de Candy en la casa, cosa que los padres consideraron como excusa que disimulaba el malestar ocasionado por un mal de amores o más bien por los continuos desaires del hijo del duque de Grandchester.

Los hermanos Lagan pretendían dar una muestra de equitación, lo cual no era más que una trampa que planearon con el fin de echar definitivamente a Candy de su casa, si no se iba por las buenas sería por las malas, no les importaba las consecuencias o si alguien salía lastimado en el acto. Eliza estaba cansada de insistir a sus padres que no era feliz con la presencia de Candy en la casa, ante eso la madre replicaba que ya se encontraba en los establos, que muy rara vez se la topaba, Neil, por su parte, agregaba los rumores de que se le veía paseando por los senderos cercanos a la casa a solas con muchachos, un joven con apariencia de vagabundo y el otro el hijo del duque de Grandchester, pero la señora Lagan no le daba importancia, en el caso del primero no era asunto de la familia y en el segundo caso podrían ser rumores mal intencionados de Louise, quien desde su punto de vista, disfrutaba de ver infeliz a su querida hija. En cuanto al señor Lagan, estaba más ocupado en sus negocios, que en escuchar las constantes y absurdas quejas de sus hijos.

Eliza pensaba que sus padres habían perdido el juicio, eran completamente indiferentes a las emociones que le carcomían por dentro, nunca había sentido celos por nadie, mucho menos de una chica como Candy, huérfana, sucia y pobre. Por esos días se encontraba tan indispuesta, situación que fue notado por Natasha, quien se puso a su servicio desde que Candy fue relegada al cuidado de los establos, eso hizo que la chica se enterara con mayor detalle del vínculo entre Candy y el noble, de alguna manera todo aquello la llenaba de rabia, ¿cómo era posible que una muchacha más desdichada que ella tuviese el interés de un miembro de la nobleza? A pesar de esta idea, lograba sosegarse al recordar que un noble jamás tomaría como esposa a alguien de ese nivel y para sus adentros constantemente repetía la frase "el cuento de la cenicienta no es real".

Candy terminó sus labores en los establos y dejó a los caballos preparados para la tarde, como le quedó un poco de tiempo libre, decidió acercarse a la casa para ver si podía ayudar a los demás en sus preparativos, gesto que fue bien recibido por la señorita Mary, quien le solicitó terminar de limpiar el piso del saloncito de la señorita Eliza para poder recibir a sus invitados. Candy corrió inmediatamente por una cubeta y un cepillo para pulir el suelo, en ese momento entraron en la habitación sus compañeras Christa y Natasha, la pecosa les saludo con una cálida sonrisa, Christa devolvió el saludo con un gesto similar, pero Natasha la pasó de largo para empezar a limpiar la chimenea, esto hizo que el corazón de Candy diera un pequeño sobresalto, sabía que Natasha seguía molesta con ella.

Justo cuando Candy acababa de limpiar el piso, un montón de cenizas provenientes de las chimeneas cayeron sobre el piso, haciéndole iniciar su trabajo de nuevo, la pecosa interpretó esto como un mero accidente, pero Christa, que pulía los ventanales de las ventanas alcanzó a ver la sonrisa maliciosa que se dibujaba en el rostro de Natasha. Al poco rato Candy volvió a dejar el piso reluciente y cuando se disponía reincorporarse para retirarse sintió un baño de agua helada en su espalda.

- ¡Natasha! ¿Qué has hecho? –exclamó la voz de la tímida Christa al tiempo que corría a ayudar a Candy a incorporarse.

-Ahora sí que pareces cenicienta- se burló sin mostrar una pisca de arrepentimiento de sus actos – Solo le recuerdo a esta tonta cuál es su lugar en el mundo. Recuerda, Candy, yo limpio su piso, tú limpias a sus caballos.

Una vez en Pie, la rubia dejó correr un par de lágrimas por sus mejillas debido a la frustración que sentía, ya no podía resistirlo más, ya no quería callarse a pesar de que Natasha había sido de sus primeras amigas dentro de la casa Lagan esta vez se había pasado de la raya.

- ¿Por qué te molesta tanto que sea amiga de los Grandchester? –le cuestionó Candy - ¿Cómo es que eso puede ofenderte tanto? ¿Acaso crees que soy una interesada o una casa fortunas? Yo sé perfectamente que nunca encajaría en el mundo de los aristócratas, que nunca seré más que una amiga secreta para ellos, pero al menos su bondad me ha ayudado a sobrellevar mi estancia en esta casa tan hostil, así como tú me habías ayudado en un principio. Yo sé que la cenicienta no existe, me has dejado claro que es una patraña que alguien se inventó para que las personas como yo tengan esperanzas; estoy conforme con mi realidad, estoy conforme cuidando de los caballos.

El discurso de Candy se vio interrumpido por la llegada de la señorita Mary, la cual entró alarmada al escuchar los gritos desde el salón principal.

-Candy, ¿qué es lo que está pasando aquí?

Natasha palideció y tragó saliva esperando escuchar una acusación por parte de la pecosa, así que se adelantó y dijo:

-Tropecé y derramé ese balde de agua sucia sobre Candy, es todo.

- ¿Es cierto eso, Candy? –preguntó la señorita Mary dudando de la versión de Natasha.

-Es verdad…

- ¿Y por eso los gritos? –Volvió a cuestionar la mujer

-Candy se molestó mucho, aunque me disculpé prefirió convertir todo esto en un melodrama y hacer más alboroto, tal parece que no está muy bien de la cabeza...

- ¡Es suficiente! –interrumpió la señorita Mary –Candy, regresa al establo inmediatamente y no salgas de ahí hasta que se te requiera. Natasha y Christa, terminen de limpiar, la decoradora está por llegar.

Christa se reprochó a sí misma por no haber dicho nada para defender a Candy, pero tampoco quería tener problemas por causa de ello, estaba decidida a llevar una vida pacífica dentro de la mansión para que le trabajo no la agobiase

Nadie se dio cuenta de que toda esa escena había sido observada por la propia Eliza y su hermano Neal:

- ¿No es esa la sirvienta que te atiende, hermanita?

-Sí, es ella –le confirmó Eliza

-Se me ocurre que ella podría ser un buen peón en nuestro tablero

- ¿A qué te refieres?

-A que en unos días el terreno estará despejado para que seas la futura duquesa de Grandchester.

Entrada la tarde empezaron a llegar los invitados a la reunión, está vez era un número reducido de personas que en la fiesta de cumpleaños, se traba del círculo más íntimo de Eliza y Neal. Se había mandado una invitación a los hermanos Grandchester, sin embargo, por obvias razones no aparecieron en la tarde. Además de Louise, en el lugar apareció otra chica que supuestamente era una de las amigas más queridas de Eliza antes de que se mudara hasta Escocia, se trataba de la señorita Annie Brighton. La señorita Brighton destacaba por su largo cabello castaño claro y menuda figura enfundada en un precioso vestido color azul. Entre las novedades que traía para contar, mencionó sobre su ingreso a una prestigiosa escuela para señoritas en Londres, todas alagaron su suerte, ya que se codearía con la nobleza británica en poco tiempo, lo que le daba mayores posibilidades de tener un matrimonio ventajoso.

-Oh no, no creo que suceda algo así –musitó Annie con una risita –En realidad mis padres ya se encuentran arreglando un compromiso para mí, por eso mi deseo de acudir al real colegio San Pablo.

- ¿No me digas? –irrumpió Louise intrigada - ¿Y se puede saber quién es el caballero con quien has de casarte?

- ¿Quién más va a ser, mi querida Louise? –Agregó Eliza –Es obvio que se trata de mi querido primo Archie, si se la pasaron juntos todo el verano pasado tocando duetos en la villa de Ardlay aquí en Escocia.

- ¡No me lo puedo creer! Qué fortuna que un chico tan elegante como Archibald Cornwell se convierta en tu prometido.

-Bueno… aun no es un hecho, solo se han iniciado las negociaciones y…

-Entonces me parece de muy mal gusto que lo presumas como si fuera un hecho, ¿te imaginas la vergüenza que te haría pasar que de repente te rechace? –se burló Louise –Además, escuché que él estaba interesado en Diana Grandchester.

- ¿En Diana? –Preguntó Neal sumándose a la conversación con un tono de voz que le hacía sonar un tanto celoso.

-Sí justamente la primavera pasada compartieron duetos en la casa de la princesa Eugenia, prima de Diana, no le dejó de dar atenciones, hasta que su hermano, Terry, interrumpió aquel cortejo.

-Los Grandchester son unos arrogantes –agregó Neal –se la pasan como pavorreales, viéndonos a todos como si fuéramos inferiores, negándose a asistir a nuestras reuniones.

-Pero tienen especial fascinación por los plebeyos, se han convertido en la vergüenza de su familia –se rio Louise –Figúrense que los han visto con un vagabundo y además con su sirvienta, ¿cuál era su nombre, el de la rubia pecosa? ¡Ah sí! Candy.

Al oír el nombre y la descripción, Annie palideció de golpe, ese nombre e incluso la descripción le hicieron recordar su pasado, no obstante, sabía que solo se trataba de una consecuencia, no podía ser la misma persona que le había acompañado en su infancia.

-Hablando de esa mugrosa huérfana –dijo Neal –es hora de hacer poco de ejercicio, ¿no crees, hermanita?

- ¡Oh sí! Annie, en tu última carta me dijiste que estabas aprendiendo un poco de equitación, además, como recordé que mañana es tu cumpleaños, decidí que una gran forma de celebrar sería regalándote un caballo.

Annie tragó saliva y se rehusó, en realidad era demasiado miedosa y sus niveles de ansiedad se elevaban con solo acercarse a los caballos, por eso no había logrado aprender equitación satisfactoriamente, no obstante, tuvo que ceder a la propuesta de ir a montar debido a la presión de todos los presentes.

Neal se puso de pie y se adelantó hasta las cuadras para ver si los caballos estabas preparados, estaban ensillados y listos para ser montados, Candy había preparado todo, justo ella se encontraba sobre la paja leyendo un poco del libro que atesoraba cuando el señorito entró abruptamente al lugar. Candy se incorporó al ver entrar al muchacho, este se acercó a los caballos alegando que deseaba supervisar que todo estuviera en orden, incluidas las sillas, la rubia no le tomó importancia al comentario de éste, pues creyó que solo buscaba importunarla, por lo que volvió a esconder la nariz entre las páginas del libro. Evidentemente, no comprendía el error que acababa de cometer, confiar en Neal Lagan le costaría muy caro.

Continuará…