Buenas tardes por la tarde. Lamento el retraso. Como algo positivo, diré que tengo varios capítulos empezado, pero este, si breve, me ha costado bastante ya que quería introducir como foco principal un personaje que ha estado relegado a secundario (y eso siempre requiere mimo, esfuerzo y tiempo -siendo este último el factor que más me limita). Procuraré tener el próximo el mes que viene si es posible. Empezado está (al igual que los otros 4 siguientes). Además, espero poder subir pronto el capítulo 26 de Digimon: Archaic Story. Dicho esto, Os dejo el siguiente capítulo.
Capítulo 35: Labores de herrero
-¡Podéis retiraros!- ordenó Vulcanusmon a los trabajadores de su fragua.
Desde su puesto de mando, podía observar el puesto de trabajo de la mayor parte de sus empleados. Una larga cadena de montaje se extendía por el interior de la caverna volcánica donde los Octomon y los Asuramon trabajaban desde hacía un par de semanas sin apenas descanso. Lo cierto era que el olímpico les había prometido a cambio un cuantioso aumento de salario. Era lo que había negociado con Mercurymon.
Vulcanusmon estaba contento de la mejoría de relación con su hermano. Mercurymon había prometido cubrir con los ingresos que recibía de sus mensajeros las horas extras de los empleados de la fragua. Había estado visitándolo además para ver el progreso de las armas y, durante cada visita, se había interesado por los herreros y por los quehaceres de su industria. Los Octomon y Asuramon se afanaban por mostrar al olímpico sus mejores encargos. Lo cierto es que el negocio, ya de por sí era próspero. Ahora que se encargaban de la réplica de armas de los olímpicos, el trabajo se había duplicado.
La ausencia de su mujer le ayudaba a concentrarse. Siempre que tenía problemas con Venusmon, se refugiaba en el trabajo. Normalmente confeccionaba algo de joyería para compensarla por alguna de sus meteduras de pata -generalmente problemas de etiqueta y modales en las exclusivas fiestas a las que su esposa era invitada-. A ella le gustaba y siempre que asistía a un nuevo evento, las lucía con orgullo. Y a él le gustaba que se vanagloriara de sus obras.
Sin embargo, la joyería había quedado relegada a un segundo plano. Venusmon le había confiado un secreto: su misión secreta. Y, mientras ella estaba ausente, le había pedido que le confeccionara un arma gloriosa, como las de tiempos de antaño. Ella siempre había sido una representate más pacifista, comparada con otros miembros de la familia, así que sus armas siempre habían sido más defensivas. Parecía ahora querer algo potente, pero de buen gusto. Saciar las exigencias de la diosa era complicado, pero la conocía lo suficientemente bien como para saber qué quería, o, al menos, descartar todo lo que no quería.
Lo que más solía anhelar Venusmon era el sentido de individualidad: algo que fuera bello por el hecho de ser único, inigualable. Por supuesto, debía de ser hermoso, en el sentido estético de la palabra. Ello complicaba un poco las cosas: no podía hacer arcos, escudos ni espadas. Ningún arma que fuera similar a la de otro olímpico dejaría satisfecha a su amada.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una inesperada visita. Tras la salida de sus empleados de la fragua, un Sepikmon se personó en ella. Se trataba de uno de los mensajeros de Mercurymon.
-Lamento informarle de que mi señor Mercurymon no se encuentra disponible en estos momentos. Me ha mandando para la visita rutinaria. Lamento mucho las molestias.- Vulcanusmon se sintió algo decepcionado ante la ausencia de su hermano. -Tengo una misiva que lo demuestra.-
El mono sacó un sobre de la nada. Con sus brazos delanteros, Vulcanusmon lo abrió. En efecto, se trataba de una carta de su hermano:
"Querido Vulcanusmon,
En primer lugar, lamento mucho no poder asistir a nuestro encuentro. Las cosas se han complicado en el palacio con los preparativos para la siguiente reunión y, por ello, no puedo excusarme. Tenía muchas ganas de tener otro de nuestros encuentros y así ponernos al día, tal y como llevamos haciendo estas semanas. Reitero pues mis disculpas.
Para compensarte por mi ausencia, te daré un adelanto de algunas de las cuestiones que nos competen. Obviamente agradecería tu habitual discreción. Muchos de los aspectos serán tratados en las reuniones venideras, mas prefiero ahorrarme mis pensamientos para nosotros dos.
En primer lugar, como ya sabrás, tu esposa se encuentra en una misión importante. Venusmon tiene tendencia a actuar por libre así que es probable que, incluso tú sepas más que yo. Quizás los dos estemos poco informados. He de admitir que estoy sumamente sorprendido con su implicación por la causa. La primera parte de su misión tuvo éxito, lo que me ha llevado a acoger a una huésped inesperada en el palacio. Es ella la razón principal por la que no puedo ausentarme. La presentaré en la próxima reunión.
Con respecto a uno de mis mayores quebraderos de cabeza, Ceresmon me ha presionado y, tras duras negociaciones, hemos llegado a un acuerdo. Hubiera preferido optar por una vía más diplomática, sin embargo, el resultado será satisfactorio para todos. Agradecería tu apoyo en la mesa una vez se presente su causa. Sabes que ha estado sufriendo mucho durante su cautiverio y necesita nuestra ayuda para recuperarse.
Por último, he de decir que el estado de salud de Minervamon es delicado. No sé si ella querrá comentarlo, ya que es muy orgullosa para estas cosas, mas se lesionó en la última incursión. Actualmente Marsmon está cuidando de ella. No dudo en que nuestra hermana, tras mi tratamiento, no tardará en recuperase. Así que no tienes por qué preocuparte. Está en buenas manos.
Volviendo a lo que nos compete, ante la imposibilidad de visitarte, he mandado a mi más fiel mensajero para que compruebe el estado de la producción y de las armas. Sabes que me gusta hacer un seguimiento para poder organizar los siguientes pasos de nuestra revolución. Él me informará de los detalles en cuanto abandone tu fragua.
Una vez más, me disculpo por estos pequeños inconvenientes.
Afectuosamente, tu hermano,
Mercurymon.
PD: Destruye esta carta una vez la hayas leído. Es mejor no dejar rastro de ninguna correspondencia incriminatoria."
Tal y como indicaban las instrucciones, Vulcanusmon envolvió sus manos en llamas y destruyó la misiva. Las muestras de afecto y los secretos iban unidos en su familia, así que no se sorprendía por aquella petición. Al fin y al cabo, la revolución podía conllevar su detención si altos miembros de las fuerzas del orden los descubrían.
Repasó mentalmente los contenidos de la carta. La ausencia de su hermano parecía justificada. No parecía tener motivos para desconfiar ni de él ni de su empleado. No le hacía mucha gracia pasearle por las instalaciones y enseñarle el armamento producido, mas no le quedaba otro remedio. De todas formas, si el simio intentaba algo raro, no saldría de ahí con vida. La seguridad de la fragua era excelente y, además, él podía manejar todo tipo de armas contra él. No había problema.
Mercurymon parecía saber algo más sobre los planes de su esposa que él. Aún así, el desconcierto que había evidenciado en su carta lo tranquilizaba. No era la primera vez que Venusmon desaparecía sin decírselo a nadie. Al menos esta vez ambos sabían que era por una buena causa. Por otro lado, no tenía ni idea de quien podría tratarse la invitada secreta. Si fuera su madre, Mercurymon se lo hubiera advertido para prepararlo mentalmente. Siempre había tenido una relación de amor-odio con ella desde sus traumas infantiles. Supuso que, si se tratara de alguien importante, ya se le habría ocurrido. Habría que esperar para conocer su identidad.
Lo que más le preocupaba era el estado de Minervamon. Sabía que era fuerte pero imprudente. Haría cualquier cosa por no perder sus armas originales o saciar su curiosidad. Esa ansia de conocimiento, imprudente, y de búsqueda de nuevas experiencias le había pasado factura en el pasado. No le extrañaba que se hubiera lastimado. No le dio mucha importancia a las exigencias sobre Ceresmon. Ya estaba tarada previa al cautiverio. No quería imaginarse cómo se encontraba su psique post captura.
Sepikmon seguía frente a él, observándolo. Su expresión fácil se mantenía oculta tras su máscara tribal. El digimon parecía así imperturbable. Parecía estar esperando a las instrucciones del olímpico. El dios lo observó severamente. El mono ni se inmutó.
-Cuando quieras.- comento Vulcanusmon irónicamente. El mensajero asintió. Parecía no tener mucho más que decir, carta a parte.
Comenzaron a caminar hacia los niveles inferiores. Vulcanusmon desactivó parte de la seguridad para que pudieran avanzar con comodidad. Sepikmon tornó a mirar hacia otro lado en lo que el olímpico lo hacía. Parecía no querer dar al dios motivos de desconfianza.
Una plataforma los llevó a otra planta subterránea. Vulcanusmon lideró el paso hasta que se toparon con una gran puerta metálica. El olímpico activó el mecanismo y el pórtico comenzó a girar sobre si mismo hasta abrirse por completo.
-Por aquí.- le indicó a su invitado. Sepikmon se notaba asfixiado por el calor y había comenzado a sudar. -Conforme más nos acercamos al núcleo del volcán, más ascienden las temperaturas, lo siento. Es una medida natural de defensa.-
Continuaron avanzando por un sinuoso pasillo hasta que Vulcanusmon indicó que era momento de pararse. Posicionó una de sus manos sobre un panel adherido a la pared y ante ellos apareció una nueva puerta, bastante más pequeña que las anteriores. Se abrió de par en par ante ellos.
-Ya hemos llegado.- anunció el olímpico.
Sepikmon observó el nuevo habitáculo, sin apreciar nada especial. Vulcanusmon situó otra de sus manos en el panel y se encendieron las luces. Se encontraban en un pasillo y doce nuevas secciones se extendieron ante ellos. Algunas de ellas se encontraban vacías, mientras que otras estaban repletas de armamento. Se encontraban numeradas.
Desde su posición no podía vislumbrar con detalle el contenido. Se acercó un poco a la primera de ellas. El I tenía un par de gigantescas espadas con adornos eléctricos a modo de trueno. Envolviéndolas había lo que parecían ser varias pesas doradas. A su lado, al II contaba con lanzas doradas de distintos tamaños: unas finas como agujas y otras grandes y afiladas, listas para empalar a enemigos gigantescos. Entre ellas, había un par de báculos con un zafiro incrustado en la cúspide.
-Mucho dorado.- comentó Sepikmon mientras anotaba sus hallazgos.
-Es un color que nos favorece, o bueno, a la mayoría.- El mono logró arrancarle una sonrisa a Vulcanusmon. Parecía que el mensajero tenía sentido del humor.
La tercera contaba con varios tridentes hechos con colmillos de Tylomon. La cuarta y la quinta se encontraban vacías.
-Oh, el King's bite de Neptunemon. Maravilloso. No notarían la diferencia con el original.-
-De hecho, el original se perdió hace años. Leviamon debió de tragárselo en tiempos antiguos. Desde entonces Neptunemon usa el segundo que le hice.- Sepikmon siguió apuntando.- No hace falta que anotes eso.-
-Oh, no se preocupe.- le enseñó la nota. Se trataba de una lista de las armas que habían sido completadas y el número aproximado de copias que había en cada departamento. Nada sospechoso. Parecía un trabajador eficiente, al igual que los suyos. La determinación y eficacia era una de las cosas que más valoraba Vulcanusmon en sus empleados.
Sepikmon se aproximó a la sexta. Se encontraba coronada por tres lanzas de tono níveo, cuyos remates parecían afiladas guadañas. A su lado, varios arcos plateados más pequeño con forma de media luna. La sección contigua era similar, pues también estaba compuesta por arcos, esta vez negros con remates dorados en forma de sol. A su vez, iban acompañados por unos revestimientos metálicos para las garras.
-Los mellizos pues.- comentó Sepikmon. Vulcanusmon asintió. El mensajero se quedó mirando los revestimientos, los cuales brillaban tenuemente ante la luz del proyectos que los iluminaba.
-Cualquier protección es poca.- añadió el olímpico.- Además, aunque no lo parezca, le ayudan a disparar con el arco.-
Sepikmon prosiguió con su tarea. La octava contaba con otro tipo de guantes, esta vez mucho más humanoides y de mayor tamaño. Parecían estar hechos para el combate cuerpo a cuerpo. En la novena, por su parte, solo se encontraban cuchillos de caza.
-Reconocería el Aztec de mi señor Mercurymon en cualquier sitio.-
-Es el que más remplazos me ha pedido.- admitió el dios.- Antes de empezar la producción masiva de armas, años atrás, tuvimos una buena bronca: en un año 3 Aztec. Ya le dije, ni uno más. Y míranos ahora: ya he recreado doce.- Sepikmon parecía complacido ante aquellas confesiones. Supuso que oír hablar de su jefe le entretendría. Parecía admirarlo mucho. -La décima es la mía.- explicó entonces.- Está vacía porque he priorizado el armamento de los demás.- Sepikmon no dijo nada, mas sabía que a su hermano le agradaría.
El mono se movió a la undécima, que presentaba una gran espada y un escudo con motivos de serpiente.
-Minervamon nunca ha usado un remplazo. No creo ni que le guste que haya recreado sus armas. – Sepikmon se encogió de hombros. Mientras estuvieran las armas listas, no parecía importarle mucho más.
Prosiguieron hasta llegar a la última. A pesar de la barrera que los separaba del cubículo, el olor a vino que desprendían los barriles no tardó en embriagarlos.
-Será mejor que nos alejemos…- aseguró Vulcanusmon. -La sustancia es… peligrosa. Ha sido de los que más me ha costado recrear.-
Siguiendo el consejo del olímpico, Sepikmon abandonó la sala. Tras él, Vulcanusmon la cerró a cal y canto. Ambos iniciaron el camino hacia la plataforma que les conduciría de nuevo al nivel superior.
-¿Todo correcto?- inquirió el pulpo. El mensajero asintió mientras revisaba sus notas. No recibió ninguna otra respuesta. -Sé que aún tengo que recrear mis propias armas, pero son las que menos me preocupan. Lo puedo hacer en un santiamén. Pensé que era mejor idea adelantar trabajo con las otras.- La respuesta nuevamente fue el silencio.
Dado que el siervo de su hermano no le contestaba, decidió acompañarlo hasta la salida. Se sentía extraño al tener que dar explicaciones y justificarse ante alguien que, ni lo conocía, ni era de su mismo rango. Hubiera preferido mantener la conversación cara a cara con Mercurymon.
Sin embargo, había decidido aprovechar aquella inusual situación y había intentado entablar charla con el mensajero, sin éxito. Era algo que lamentaba. No recibía muchas visitas. Sus empleados iban allí para trabajar y, salvo para peticiones especiales, no solían hablar con él más que saludos cordiales y trivialidades. Los trataba bien y los consideraba parte de su familia. Una relación formada a base de profesionalidad y respeto mutuo. Sin embargo, ello no los convertía en amigos suyos.
Desde su casamiento, había notado también el recelo de algunos de sus familiares, los cuales se habían alejado. Su esposa lo entretenía, mas sabía que Venusmon era un espíritu libre y, de atarla, la perdería. El matrimonio no se había roto aún, a pesar de las circunstancias adversas que habían tenido que afrontar los olímpicos y ellos mismos con sus propias diferencias. Y por ello Vulcanusmon estaba eternamente agradecido. No obstante, ello no significaba que se encontraran en su mejor momento.
El acercamiento de Mercurymon había sido recibido con los brazos abiertos. Las visitas que recibía lo sacaban de la rutina de su trabajo. Ambos tenían mucho en común: eran dirigentes de dos importantísimos negocios en el Mundo Digital. En el pasado nunca habían tenido problemas. Ahora, lo apoyaba más que nunca. Entendía las razones que lo habían llevado a iniciar la revolución. Él de vez en cuando también echaba de menos a la mayoría de miembros de su familia. Era un esfuerzo que valoraba.
-Buenas noches.- se despidió cordialmente Sepikmon. -Informaré al señor Mercurymon de todos los avances.-
-Supongo que la próxima visita vendrá él en persona, ¿no?- Sepikmon se quedó dubitativo.
-Mientras no esté ocupado, seguro que viene a visitarle.-
-Es algo que no puedes asegurar, eh.-
-El señor Mercurymon se encuentra sumamente ocupado últimamente. Apenas pasa tiempo en su castillo y sus visitas a la oficina central también han disminuido.-
-Entiendo…- hizo una breve pausa. El silencio fue incómodo. -Seguro que quiere marcharse ya. Tendrá un largo camino. – pensó el olímpico. -En fin, no te entretengo más. Regresa sano y salvo y dale las noticias a mi hermano.-
-Así será.- sentenció Sepikmon. Hizo una reverencia y comenzó a bajar con una gran agilidad por la ladera del volcán. El dios no tardó en perderlo de vista. Se movía con una agilidad inesperada.
Vulcanusmon cerró el pórtico y volvió a refugiarse en su taller. Ese era su oasis, su refugio. Echaba de menos a su esposa. Echaba de menos los tiempos antiguos, los encargos importantes como aquel, la notoriedad que solía tener. Ahora todo era rutinario. Aquello era excitante y le gustaba. Sin embargo, no podía evitar sentirse insatisfecho. Nunca era suficiente.
Decidió volver al trabajo. Era tarde, mas no estaba cansado. Siempre que se sentía inquieto, necesitaba trabajar en sus bocetos antes de acostarse. Tenía grandes ideas para las nuevas armas de su esposa. Con eso lograría reavivar la chispa. Quizás así la próxima vez Venusmon le invitara a alguno de esos eventos de nuevo. Le había dicho que iba a visitar el spa de una amiga entre misión y misión. Esa podría ser una escapada románica perfecta.
Con aquellos dulces pensamientos, comenzó a revisar sus notas. No creía tenerlo listo antes de que la siguiente reunión se celebraba, mas no perdía nada por intentarlo.
