Capítulo 45

Amo y sirviente

A la mañana siguiente, Oscar lideraba el grupo diurno de la Compañía B, el cual vigilaba las calles de París. A su derecha estaba André y a su izquierda Armand, y como cada día, montados en sus caballos, recorrían todos los rincones de la capital Francesa.

- Comandante, todo está demasiado tranquilo por aquí. - le dijo Armand a la hija de Regnier, luego de que todos detuvieran el paso de sus caballos.

- Así es, Armand. Pero mis informes indican que la situación en el resto de provincias es diferente. No han habido actos violentos, pero hay mucho movimiento porque por estos días los distritos están debatiendo sobre quienes serán enviados como representantes a los Estados Generales. - le comentó Oscar.

Y tras una breve pausa, se dirigió a su pelotón.

- Señores, distribúyanse en pares, tal como quedamos. ¡Espero sus informes detallados al llegar al cuartel! - les dijo imperativamente.

- ¡Sí, comandante! - respondieron todos al unísono.

Entonces la hija de Regnier dirigió su mirada hacia André, y casi sin poder ocultar sus sentimientos, le dijo:

- André, tú quédate a mi lado...

- Sí. - le respondió él, y la miró lleno de amor.

Entonces, los soldados que estaban más próximos a ellos se miraron entre sí, aunque con el rabillo del ojo; les había impresionado mucho la forma en la que Oscar y André se comunicaron en aquel momento. "¿Qué está pasando aquí?" - se preguntaron algunos, y al notar el desconcierto de sus compañeros, Armand y Lasalle - quienes desde hacía varias semanas se habían percatado de que algo estaba pasando entre su comandante y su compañero - decidieron poner paños fríos a la situación, con la única intención de evitar que se esparzan rumores que pudieran perjudicarlos.

- Bueno, compañeros. ¡Dispersémonos! - exclamó Armand, y los guardias volvieron a la realidad.

- ¡Sí! - gritaron, y tras ello, se marcharon.

De pronto, André y Oscar - quienes aún permanecían en el lugar - notaron que un hombre, montado en su caballo, se aproximaba a ellos a toda velocidad. Era uno de los mensajeros de Su Majestad, uno que, en otras épocas, había conocido de cerca a la hija de Regnier.

- Es Monsieur Dumas... - le dijo Oscar a André, y en ese momento, el hombre detuvo su caballo casi frente a ellos.

- Brigadier Jarjayes, André... - les dijo casi a modo de saludo, aunque se le veía agitado.

- Monsieur Dumas, ¿qué lo trae por aquí? - le preguntó Oscar.

- Vengo a traerle un mensaje urgente de Su Majestad. - le respondió él.

Entonces el mensajero le entregó la nota que llevaba consigo, y luego de leerla, el rostro de la heredera de los Jarjayes se transformó.

- André, por favor, regresa al cuartel y pídele al Coronel Dagout que tome el mando del regimiento. - le dijo al nieto de Marion. - Debo dirigirme de inmediato hacia el Castillo de Meudón. - agregó.

- Por supuesto. - le respondió él, aunque algo aturdido por no saber que era lo que estaba pasando.

Y tras ello, Oscar partió.

Entonces, André se dirigió al mensajero, quien permanecía a su lado tratando de recuperar el aliento después del esfuerzo que le había costado - a él y a su caballo - llegar hasta ahí.

- Monsieur Dumas, ¿qué ha pasado? - le preguntó.

- Honestamente no lo sé. - le respondió él. - Me ordenaron que traiga este mensaje con suma urgencia y eso fue lo que hice. De todas maneras, sospecho que algo muy grave debe haber pasado; la reina no acostumbra enviar ese tipo de recados. - agregó.

Y preocupado, André dirigió su mirada hacia la dirección a la que se había dirigido Oscar, pero ya no lograba vislumbrarla.

...

Mientras tanto, en el castillo de Meudon, Luis Joseph, recostado sobre su cama, no dejaba de protestar y de moverse.

- Joseph, por favor hijo, no te muevas más... - le decía su madre, mientras las otras damas de la nobleza trataban de sostenerlo para evitar que se haga daño.

- ¡Suéltenme!... ¡Suéltenme! - les decía Joseph fuera de sí, mientras trataba de levantarse.

- ¡Príncipe, cálmese, se hará daño! - le decían, pero el delfín no estaba dispuesto a quedarse quieto.

María Antonieta no lo sabía, pero en un descuido, su hijo había escuchado - de boca de las damas que lo cuidaban - hablar acerca de su estado de salud. Ahora sabía que su condición era irreversible y que estaba condenado a muerte; incluso sabía que le quedaba muy poco tiempo de vida.

- ¡Déjenme! ¡Quiero salir de aquí! - decía frenético.

Al verlo así, la reina - que había decidido esperar a que llegue la tarde para mandar llamar a Oscar - cambió de opinión, y le pidió a su mensajero real que vaya urgentemente a buscarla. Tenía la esperanza de que, al verla, su hijo pudiera entrar en razón y deje de hacerse daño.

...

Por su parte, a varios kilómetros de ahí, André cabalgaba rumbo al cuartel general para cumplir la orden de Oscar.

Faltaba poco tiempo para el inicio de las asambleas de los Estados Generales, y debido a ello, muchos pensamientos rondaban su mente por aquellos días. Aún no sabía qué rumbo tomarían las cosas, pero esperaba lo mejor y se aferraba a la idea de que - si todo salía bien y los reclamos del pueblo eran escuchados - Oscar y él podrían compartir su vida juntos sin temor a ser declarados traidores.

No obstante, muchas veces ni él mismo podía convencerse de que algo así fuese a ocurrir. Casi se sentía un ingenuo por creer que los miembros de la nobleza pudieran aceptar a los plebeyos como iguales. ¿Renunciar a sus privilegios? Imposible. Pero aunque André lo sabía, necesitaba darle una oportunidad a los Estados Generales; estos habían sido convocados después de casi doscientos años para intentar solucionar los múltiples problemas que aquejaban a su país, y deseaba obligarse a pensar que una Francia distinta podía nacer a partir de sus asambleas, porque no solo la suya, sino la vida de muchos franceses estaba en juego.

Sin embargo, aún si las tan ansiadas peticiones del pueblo llegaban a concretarse, ¿que pensaría el patriarca de la familia sobre una posible relación entre su heredera y él? ¿Acaso el General Jarjayes sería capaz de aceptarlo?

André no podía ofrecerle a Oscar lo que alguien como el general esperaría para una de sus hijas. Regnier era dueño de una inmensa fortuna, y aunque André poseía bienes que le permitían darle a Oscar una vida mucho más que acomodada, su patrimonio no era equiparable al patrimonio de los Jarjayes. Por otra parte, el padre de su amada siempre había visto en él a un sirviente. ¿Cómo podía esperar ahora que lo acepte como esposo de su hija?

Y mientras pensaba en ello, una profunda tristeza empezó a invadir su corazón.

No podía evitarlo; él amaba a Oscar y era muy feliz sabiéndose correspondido, pero por otra parte, también deseaba con todo su corazón ser aceptado por su familia, sobre todo por el General Jarjayes. El nieto de Marion sabía muy bien lo mucho que Oscar quería a su padre y estaba seguro de que si él no aceptaba su relación, esto dejaría en una posición muy difícil a la mujer que amaba, y aunque André también estaba seguro de que - llegado el momento - ella no se dejaría doblegar por su padre, André no deseaba ser el motivo de una confrontación entre ambos.

No obstante, afectar la relación de Óscar y Regnier no era lo único que lo hacía sentir así de afligido, sino también romper la relación que él mismo tenía con el general.

A pesar de ser amo y sirviente, Regnier y André siempre fueron muy cercanos. El esposo de Georgette confiaba plenamente en él porque de la misma manera que preparó a Oscar para que mantenga el honor y legado de la familia Jarjayes, también preparó a André para ser el compañero de su hija.

Regnier le enseñó formalmente el arte de la esgrima, se aseguró de que tenga una educación que le permitiera moverse en el difícil mundo de la corte de Versalles y nunca lo trató como a un sirviente, sino casi como a un miembro de su familia.

André aún recordaba los consejos que el padre de su amada le daba casi a diario desde que cumplió diez años. Al notar lo maduro que era, Regnier decidió ser honesto con él y relatarle las cosas tal cual eran dentro de la corte de Versalles, un lugar donde la lucha de poderes - ya sea por rango o por influencias - estaban a la orden del día. Años más tarde, al estar sumergido en ese mundo, comprobaría que todo lo que le había dicho el general era cierto.

Por todo ello, el nieto de Marion sentía un gran respeto por su amo. Al no haber crecido con su padre, Regnier fue su principal influencia masculina, y aunque muchas veces no estuvo de acuerdo con la forma en la que trataba a Oscar cuando era una niña, también comprendía que su intención no era la de dañar a su hija, sino que ella continúe con la tradición familiar de la cual se sentía tan orgulloso.

"Oscar François de Jarjayes, Brigadier del Ejército Francés, sexta hija del laureado General François Agustin Regnier de Jarjayes, honorable miembro de una familia que ha comandado las tropas reales por generaciones "

El padre de Oscar ni siquiera sospechaba que él amaba a su hija, de hecho, André estaba convencido de que Regnier creía que ambos - Oscar y él - se veían casi como dos hermanos. ¿Cómo reaccionaría al enterarse de la verdad? - se preguntaba André, aunque casi estaba seguro de que el general tomaría el hecho como una ofensa hacia su familia, más que eso, como una traición a toda la confianza que había depositado en él, y eso era lo último que el nieto de Marion deseaba; no tenía miedo de morir bajo el filo de su espada, tenía miedo de decepcionarlo, y que piense lo peor de él.

Y mientras reflexionaba sobre ello, repentinamente su vista empezó a ponerse borrosa de nuevo.

- ¡Maldita sea!... - exclamó, mientras hacía inútiles esfuerzos por tratar de enfocar correctamente; cada vez eran más frecuentes esos episodios.

Entonces detuvo su caballo, y trató de relajarse. No podía perder el control cada vez que eso ocurría; tenía que tranquilizarse - se decía. Sin embargo, era imposible para él no sentirse abrumado por ello.

- "Mi vista falla cada vez más seguido... Y justo ahora que se acercan los Estados Generales... Si sigo así no seré más que un estorbo para Oscar... No podré protegerla cuando me necesite." - se repetía.

Mientras tanto, a varios kilómetros de ahí, su prima Camille le escribía una nueva carta, la cual contenía los datos del médico que le había recomendado su marido. Según Marcel, el galeno era prácticamente una eminencia en lo que a problemas de vista se refería, y la hija de Juliette no perdía la esperanza de que - con su ayuda - su primo pudiera recuperar la visión de su ojo izquierdo.

Ella ignoraba que André estaba a punto de quedarse ciego, pero aún así, sentía la imperiosa necesidad de hacerle llegar esa información, como si su corazón presintiera el riesgo que André corría sino se atendía lo antes posible.

...

Fin del capítulo