Cuarto acto: Corrección de errores y comisión de nuevos.

Adalius sabía que su solo poder era suficiente para garantizar su seguridad durante las noches, tanto que podía darse el lujo de dar una noche libre a su único hombre de confianza.

Pese a ello, Nihon era una tierra muy misteriosa. Podía sentir como la magia y los espíritus se revolvían alrededor del castillo, sensación particular que sólo había tenido en África, y que lo intrigaba y obsesionaba tanto como le hacía sentir inquietud. Andar en esas tierras era confuso, y para él renovaba su ya muy vulnerada capacidad de asombro, tenía la posibilidad de volver a sentirse sorprendido, y eso lo dejaba muy satisfecho.

Sería generoso con esa tierra, buscaría tener la lealtad de ese pueblo a través de esa característica y no del miedo con el que había sometido a tantas otras naciones ya.

Tenía algún tiempo pensando establecer una base central, un lugar donde regresar luego de sus conquistas, una tierra a la cual finalmente llamar hogar… recordaba que la había tenido alguna vez, en su fría y ahora casi ajena Europa, cuando todo inició, cuando su guía, mentor y casi padre Nicola le dio la instrucción y el afecto ante la pérdida de su familia; cuando entabló tan curiosa amistad con ese muchachito mestizo de la casa de los Reed y los Li… si tan sólo no hubiera tratado apuñalarlo por la espalda. Y finalmente ella. Su musa. Su único y verdadero amor: Aria.

Al primero se lo llevó el tiempo, al segundo la traición y la decepción a la tercera. Ante cada una de esas pérdidas, una parte de su espíritu iba muriendo.

En la ausencia de Nicola vio las verdaderas capacidades de su poder. El hechicero comprometido con el mundo murió, y el emperador nació.

Con la partida de Clow murió el hombre confiado, pero con la llegada de Ein pudo bajar nuevamente la guardia. Confiaba en él muy a su modo.

Y Aria… aún había noches en las cuales su recuerdo le robaba el sueño. Él le ofreció el mundo cuando la conquista comenzó. Le dio la posibilidad de regir todo lo que sus ojos alcanzaran a ver. Pero ella no entendió el mensaje. Lo llamó monstruo, le espetó que no estaba honrando la memoria de Nicola, que sus manos estaban manchadas de la sangre de Clow y que ella nunca podría redimirlo luego de eso, que no soportaba verlo…

Y en un descuido, ella misma terminó con su vida, con lo que tomó el alma misma de él en el proceso.

Inquietudes que aún lo mantenían en vela, pero que lentamente comenzaba a dejar atrás… ¿ofrecer nuevamente su mundo a alguien con quien caminar de la mano? Era una vida tentadora, pero repleta de incertidumbre. Habría que ver en el día y la noche siguiente que es lo que aquella mujer de Nihon tenía que ofrecer.


—Esto está todo mal… ¿lo arruiné, cierto? —preguntó Sakura, muy crispada.

Amaya la observaba con una ceja en alto luego de haber arreglado el atuendo y peinar con ahínco a su muy desaliñada prima, y es que debía hacerlo, el episodio de amor que había protagonizado unos minutos atrás, además de arrancarle algo más que un sonrojo, la tenía pensando en la solución para un nuevo problema.

—No lo arruinaste, sólo debemos agregar un paso más al plan, pero todo estará bien. Cuando te pregunté si aún eras virgen, no fue por curiosidad mórbida, primita, sino por legítima precaución. Todo tiene solución.
—¿Es que aún hay modo de solucionarlo?
—Por supuesto. Técnicas Shinobi.
—¿Usarás magia Shinobi en mí?
—No, nada de magia, en principio porque no conozco ninguna fórmula mágica, y porque Schmidt podría notarlo… Hay métodos más… mundanos de solucionar este problema. Te daré detalles mañana durante el desayuno que yo misma te llevaré. Ahora volvamos al jardín, el guardia podría salir del trance en cualquier momento.

Xiao-Lang se había marchado un poco antes, no sin llenar de besos a su amada los últimos minutos que compartieron, en el conocimiento de que probablemente no podría ser suya por un muy largo rato, o quizás nunca más.

Un poco después, ambas muchachas estaban sentadas en el jardín donde su aventura comenzó, fingiendo que estaban por concluir la conversación.

—Y… ¿qué tal estuvo? —preguntó repentinamente Amaya, bajando la mirada.
—¿Te refieres a…? —La kunoichi asintió repetidas veces—. Bueno... él fue muy lindo conmigo —respondió Sakura, en consideración de que el encuentro había sido posible gracias a su prima.
—Ya veo… —Hubo un breve silencio con sabor a indecisión—. Y… ¿te dolió?
—¡Amaya! —ahogó un grito.
—¡Lo siento! Es sólo que… no, olvídalo. Perdóname por preguntar semejante barbaridad… no tienes que contestarme…

Sakura se cubrió la boca con las manos, al parecer, había descubierto algo.

—Acaso… ¿tú eres virgen aún? —A esa pregunta, la kunoichi se cubrió el rostro y, avergonzada, asintió—. ¿Cómo es posible? Supe de un par de misiones tuyas antes de esta, en una incluso fingiste un matrimonio…
—Ha… Hay otras formas de engañar a un hombre… En lo que refiere al sexo, son particularmente estúpidos, hay métodos para jugar con sus mentes y si eso no funciona, el sake siempre puede ayudar.

Vino un breve silencio luego de eso. Sakura observó de reojo a aquella niña con la que creció. Cuando eran pequeñas, ella y Tomoyo eran su mundo, conocían todos sus secretos, se tenían tal confianza que supieron todo entre ellas. Con la madurez llegaron las responsabilidades y los secretos, Amaya era la más involucrada en la política, por lo mismo, su grado de secretismo era mayor.

A pesar de eso, la futura consorte descubrió que la niña inocente y romántica jamás se fue, seguía ahí, demostrando esa avergonzada curiosidad sobre los temas de la vida. Así que pensó que sería bueno despejar un poco sus dudas, después de todo, era como su hermana.

—Dolió un poco… bueno, de hecho más que un poco. Pero mejoró después… En realidad, mejoró muchísimo cuando nos acostumbramos el uno al otro, al punto de que no quería que parara jamás. Además, Xiao-Lang hizo lo posible por ser amable. Siento un poco de malestar, pero estoy bien.
—¿Sabes? Te admiro… Tomaste una elección peligrosa, pero a cambio evitaste que algo que era tuyo te fuera robado. Este momento te pertenece sólo a ti.
—Y soy consciente de que pagaré con sangre por ello… —Hecho ese comentario, apretó los puños con fuerza—, estoy muy nerviosa, ¿qué será de todos si me descubre? No puedo engañarlo con magia, lo averiguaría de inmediato y…

Amaya detuvo lo que parecía el inicio de un ataque de ansiedad al poner su mano sobre la de ella, y recuperó el contacto visual.

—Confía en mí. No todo se debe resolver con magia, a veces, la solución más sencilla resulta ser la mejor. Me voy ahora, debo prepararlo todo.


Xiao-Lang se coló con sigilo por la ventana de su habitación. Al entrar, encontró a Kagami sentada en seiza sobre su futon, aún representaba a Amaya, pero su doble había desaparecido. La chica se levantó y luego de sonreírle, tomó sus manos.

—Fuerza, señor Li. Mi ama confía ciegamente en usted.
—Gracias.

La madrugada comenzaba a entrar, tendrían unas horas para dormir. Tanto él como Sakura tomaron el consejo de tratar de reposar, y con los recuerdos de lo sucedido esa noche, obtuvieron sosiego suficiente para descansar profundamente. Y tal vez por última vez.


El desayuno de Amaya y Sakura estuvo impregnado de un ambiente enrarecido y lleno de tensión. La joven apenas tocó sus alimentos y la presión en la boca de su estómago se intensificó cuando la kunoichi le entregó un diminuto paquete a la chica y le exhortó a leer más tarde hasta memorizar las indicaciones que venían con él.

—¿Y exactamente qué es esto…? —preguntó Sakura viendo el objeto, que lucía inquietantemente orgánico en su fragilidad.
—No querrás saber —anticipó la ninja con nerviosismo.
—Estoy intuyendo que esto terminará dentro de mí cuerpo, así que sí, definitivamente quiero saber.
—Ay… en fin, tú lo pediste: es un huevo de codorniz… o al menos lo era, el cascarón fue cuidadosamente disuelto. El ave fue alimentada con semillas específicas para que la yema…
—Fuera roja… —anticipó, cada vez más asustada—. E-entonces… esto…
—Sí —respondió Amaya, al ver que su prima había asumido en parte la forma de su uso—. Sólo tendrás que hacer un poco de teatro. Es un método creado en China y ha sido eficaz por siglos. —Amaya intentó ser jocosa para aligerar la carga de su prima, pero fue en vano.

La idea era, de hecho, repugnante, y la hizo sentir sucia y desconcertada. Pero debía reponerse, debía seguir en papel si quería que todo su elaborado plan tuviera éxito, así que despejó toda duda de su mente y se comportaría como la doncella que era.

Las siguientes horas las pasó en mucha introspección.


La cena, cercana al ocaso, estaba programada para ser privada. Sakura fue conducida por un samurái hasta la sala de banquetes donde sólo un par de personas la esperaban.

Adalius, debía admitir, quitaba el aliento en su exótica elegancia. A la luz de las velas, su largo cabello dorado parecía destellar, y sonrió con desenfado al ver a Sakura aparecer.

A su lado, Einn se mantenía estático como una estatua, la jovencita tragó pesado al saber que bajo la armadura no había otro que su amante.

—Por favor, toma asiento, Sakura —invitó el emperador, moviendo una silla para que ella la ocupara, costumbre rara, dada la usanza de sentarse en el suelo de los japoneses.

La charla en la mesa fue bastante trivial, aunque el rubio parecía interesado de verdad en conocer un poco más a la castaña, aunque ella le respondía en la medida de lo posible con monosílabos, tratando por todos los medios de ser cordial. Y en más de una ocasión, fue capaz de ver de reojo a la escolta del emperador. No se movía, y mucho menos hablaba, pero cada que Adalius daba una muestra de caballerosidad o directa intención seductora, Sakura podía sentir como el guardia se tensaba, y pidió a los ancestros Amamiya y Li que dieran sosiego y temple a Xiao-Lang. Todo el escenario era una prueba para ambos.

—Espero hayas disfrutado la cena, Sakura —dijo en un melódico susurro el gobernante, aún cuando la muchacha apenas si dio un par de bocados en toda la velada—. Una de las doncellas se encargará de los últimos preparativos. Nos veremos en unos minutos.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando él tomó su mano y besó el dorso de la misma, para dejar la habitación seguido de Einn, e hizo pasar a una casamentera caucásica de negro y largo cabello, que invitó con delicadeza a Sakura a seguirla.


—No debes temer. El emperador es un amante gentil. Como él mismo diría: déjalo fluir. Si lo complaces, podrías dejar de ser sólo una concubina y convertirte en una esposa… Eso es a lo que todas aspiran, aunque es complicado, sólo ha habido una.

Sakura no estaba prestando especial atención a las palabras de aquella mujer, que dedicada se empeñaba en acomodar el ligero atuendo con que la había ataviado y la perfumaba delicadamente. Estaba más al pendiente del dispositivo que Amaya le había facilitado, y que estaba debidamente ubicado… al menos no tendría que fingir temor. El que sentía era bastante real.

La casamentera terminó su trabajo con pericia, lo que dejaba en claro que era algo que hacía con regularidad, y salió de la alcoba con una sonrisa condescendiente que le dedicó a una Sakura, sentada en el tálamo nupcial. Hizo una reverencia al pasar por el umbral, en el cual Adalius ya esperaba, vestido también sólo con una bata de seda de color dorado que combinaba con su cabello.

—Espera un poco —indicó en voz muy baja a su guardián—. Cuando termine y me lleves de vuelta a mis aposentos, pide que te lleven a la mucama de vuelta, pásala bien con ella, que yo trataré de divertirme aquí.

Li no respondió. Se quedó clavado al suelo el par de segundos que vio a Sakura en el borde del lecho, testigo del temor y la incertidumbre en sus ojos, y portador de una culpa silenciosa que lo arrastraba cerca del llanto.

Reaccionó al fin, luchó de nuevo con toda su fuerza de voluntad contra el impulso de buscar la muerte de Adalius en ese momento… el demonio dorado estaba por tomar algo tan suyo, que si no intentaba asesinarlo, estaba seguro que él mismo moriría de puro dolor. Sin pensarlo mucho, dio la media vuelta, cerró la puerta y se alejó de aquella muy personal representación del infierno tanto como pudo. En un ejemplar mutismo, comenzó a llorar, al amparo del yelmo que cubría su rostro.


Adalius se acercó con suficiencia a Sakura, que casi no se atrevía a respirar con las manos sobre las rodillas, tratando de distraerse en el piso ante ella, hasta que esa concentración fue interrumpida por los pies descalzos del rubio al alcanzarla.

—Eres muy hermosa —confesó con voz trémula, tomando su mentón para hacer que lo viera a los ojos—. No tengas miedo, disfruta la velada.

Las enormes manos del hombre se colaron entre la delgada tela y la tersa piel de los hombros de la chica, la prenda se deslizó, y descubrió con ello su torso, y dejó al hombre sin aliento ante tan sublime visión, en complemento a los temores de la inocente jovencita. La dejó completamente desnuda sólo un momento después. Ella temblaba. Ciertamente él no era el primer hombre al que conocía, pero lo que estaba por pasar no era producto del amor o siquiera del gusto, era una negociación política, era prácticamente el pago de un rescate, donde el rehén era su pueblo.

Él dejó caer su bata, y la hizo sentir más miedo aún. Ante ella podría estar lo más cercano a la representación de un dios griego, pero eso no le era de ninguna manera relevante. Sin siquiera atreverse a mirarlo atendió a la orden que le dio de recostarse.

Con ánimo seductor se acomodó sobre ella.

El momento había llegado. Él comenzó a besar con suavidad su cuello ignorando los escalofríos que le provocaba, no había que ser muy listo para darse cuenta de que la experiencia lo había hecho más que competente en esas artes, pero los temores de Sakura simplemente no le permitían concentrarse. Pensó en todo: la noche anterior, Xiao-Lang, su familia, su patria.

Cerró los ojos, esperando a que todo terminara, pero ni siquiera había comenzado. Sabía que él estaba a sólo milímetros de concretar la unión, y no sé atrevió a moverse ni respirar por unos segundos.

Adalius tomó con firmeza la mandíbula de Sakura, obligándola a volver a abrir los ojos. Por primera vez dejó el papel de amabilidad que había asumido desde el principio.

—No cierres los ojos —ordenó con una voz siseante, simplemente terrorífica.

Ella no se atrevió a replicar. En su estupor, él dio la primera embestida, brutal, sin miramientos.

Sakura gritó de dolor.

Afuera, Li apretó los dientes hasta que un reguerillo de sangre bajó por la comisura de sus labios, pero su suplicio no hizo más que comenzar. Podía escuchar el llanto de su amada, y supo entonces cuánto realmente odiaba al mismo hombre al que las circunstancias hicieron que le jurara fidelidad. Se juró a sí mismo que cobraría en sangre el dolor que les estaba provocando, que era apenas una fracción del que ya le había ocasionado al mundo.

Pero en total sinceridad, no era el mundo el problema.

Ese bastardo podía tenerlo todo, podía tener las riquezas que deseara, podía tener a la mujer que quisiera… ¿por qué debía ser Sakura de su propiedad?

El llanto de ella había disminuido. Ya sólo lanzaba lamentos bajos, y trataba en la medida de lo posible no pensar en el dolor, pero era imposible, su cuerpo aún era tierno para el tipo y ritmo de la invasión al que era sometido, y Adalius no le había permitido retirar la mirada de la suya. Pensaba que el remedio de Amaya había funcionado y habían logrado engañarlo, aunque no era como si hubiera mucho que encubrir… estaba totalmente segura que el sangrado resultante era auténtico.

—Sé que tienes, miedo, pequeña… no debes temerme. Con el paso del tiempo aprenderás que puedo ser un amante muy complaciente en la medida que lo seas conmigo, y quién sabe… tal vez podríamos llegar a… no sé… amarnos.

El rubio pasó los brazos por debajo de la cintura de la chica, elevando sus caderas y logrando una unión más profunda aún. No metafórica, sino literalmente sus ojos dorados destellaron con luz propia, evidenciando el uso de magia.

Sakura se estremeció de pies a cabeza. Por medio de aquello que el hechicero hacía, las terminales nerviosas vinculadas al placer de ella fueron estimuladas al unísono. En un acto deseado pudo ser la sensación más increíble y gratificante, pero por desgracia para ella, hizo las cosas aún peores. Estaba siendo ultrajada, ese hombre le estaba robando una parte de su espíritu, y era una contradicción atroz el sentir tanto placer físico en medio de semejante dolor en el alma.

Él, viendo los efectos físicos en la jovencita, se sintió con el derecho de concluir el encuentro, y llegó a su propio clímax al final entre jadeos roncos y sensuales.

Se separó de ella unos momentos después, aparentemente regocijado de la sinfonía de lamentos ahogados que ella lanzaba. Vio la sangre sobre las sábanas, el llanto de la chica, y el dolor experimentado no era algo que se pudiera fingir. Con indiferencia tomó su bata dorada luego de levantarse, y se vistió con ella.

—Esta habitación será tuya a partir de hoy. Tienes un baño para ti sola y no te mezclaras con mis otras concubinas. Incluso podrás recibir visitas de tus familiares si solicitas mi autorización con anticipación, y siempre tendrás servidumbre a tus órdenes. —Caminó hasta la puerta y echó un último vistazo a su obra, con una sonrisa de mal disimulada satisfacción—. Sí que eres hermosa, pasaremos muchos buenos momentos juntos en el futuro.

Desde luego, ella no respondió. Lo único que pudo resolver fue hacerse un ovillo. Al parecer, él estaba habituado a ese comportamiento de las doncellas que le eran entregadas, así que lo tomó con naturalidad y se marchó.

Afuera, Xiao-Lang, lo esperaba en su rigidez habitual. Agradecía que el yelmo y la armadura ocultaran sus gestos y su lenguaje corporal. Quería matarlo, quería arrancar con lujo de crueldad cada miembro del emperador, quería demostrarle en el idioma del dolor la forma en que arrancó su corazón esa noche.


Pasaron minutos, interminables minutos, hasta que se aseguró de que Adalius ya no estaba cerca. Sakura se levantó con dificultad del lecho y caminó lenta y débilmente hasta la pileta de baño destinada para ella, bellamente ornamentada con pétalos de rosas y velas aromáticas.

Entró, y comenzó a llorar escandalosamente. El agua templada hizo lo propio para atenuar sus dolores, en tanto ella concentraba las labores de higiene a su zona íntima. Estaba asqueada, furiosa, y trataba de expulsar de sí misma toda la inmundicia con la que sentía que cargaba, pero probablemente le sería imposible deshacerse de las flemas del demonio. Sin lugar a dudas, su corazón y su cuerpo estaban realmente corruptos, y nunca volvería a ser la misma.

Cuarto acto.

Fin.