No todo lo que brilla es oro

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.

Esta historia participa del Reto Multifandom #68: "Las estaciones del año" del foro "Hogwarts a través de los años".

Estación elegida: Primavera.


4

Jacaerys Targaryen

El despertar

El rey Jacaerys Targaryen pensó que estaba muerto, pues escuchaba la voz de su hermano Lucerys al otro lado de la puerta.

«No puede ser posible. Luke está en Marcaderiva. Se marchó luego de la coronación y nunca regresó.»

Y, sin embargo, el murmullo persistía.

Sus sentidos, mermados por la leche de amapola, no le ayudaban a distinguir las palabras, pero era su voz. Esa voz que lo transportaba a los días en Rocadragón, después de haber huido de Desembarco del Rey en la oscuridad de la noche.

«No somos fugitivos, ¿verdad Jace? ―le preguntó Luke la primera madrugada que pasaron en la fortaleza. Él le aseguró que no lo eran―. Entonces, ¿por qué me siento como uno?»

«La situación en la corte era insostenible ―respondió Jace. Las palabras eran de su madre―. Esto es lo mejor para nuestra familia.»

Pero irse de la capital no significaba que pudieran referirse a Harwin Strong como «padre» o que ser Laenor se comportara como uno. Y luego su madre enviudó y contrajo nupcias el mismo año con su tío, y solo quedaron ellos dos.

Jace y Luke.

Dos partes de una misma alma.

Porque Joffrey era el que más tiempo de los tres pasaba sobre el lomo de su dragón, volando sobre los riscos sangrantes de Rocadragón, buscando embotellar el atardecer. Porque Joffrey prefería los libros de artes oscuras antes que una espada, antes que la compañía de sus propios hermanos. Jace nunca se sintió enlazado a él; Joffrey nunca pudo hacer una grieta y colarse en su corazón. No como Luke que tenía un lugar allí desde el momento de su nacimiento.

Por eso, cuando Jace se convirtió en el Rey Jacaerys Targaryen, el primero con el nombre, deseaba que Lucerys se convirtiera en su Mano y se sentara a su lado en el Consejo Privado. Pero Luke se marchó después de la coronación, sin que se presentara la oportunidad de ofrecerle el cargo, y el único que le ayudó a poner en orden los Siete Reinos fue Joffrey, el hermano que, hasta entonces, había sido un actor secundario en la obra de su vida.

La puerta se abrió y un resquicio de luz se coló desde el pasillo. Afuera de la habitación, el castillo seguía el transcurso de la vida cotidiana; dentro, ventana y celosía estaban cerrada a cal y canto. «No estaba muerto, solo sumido en oscuridad», pensó Jace. ¿Acaso ese era el destino de los reyes Targaryen, morir en habitaciones oscuras sin ninguna mano cálida que los sostenga en el último aliento de vida?

Su esposa, vestida de oro de pies a cabeza, corrió a su lado y depositó un beso en su frente cuando lo vio consciente. Olía a lavanda. El pelo le rozó la cara cuando se inclinó sobre él.

―¡Gracias a los Siete! ―exclamó Helaena―. Pensamos que demorarías otro día más en despertar.

Cuando ella pronunció esas palabras, imágenes fugaces golpearon su memoria. El anillo girando en su dedo, el vino especiado sobre la mesa, la copa que se sirvió. Y el veneno. El veneno abrasando su garganta, quitándole el aire de los pulmones hasta reducirlo a nada.

Pero nada de eso importaba.

Solo los pasos que resonaron en la habitación y el carraspeo que significaba «he vuelto». Luke que tenía el pelo más largo e indómito, azotado por los vientos de Marcaderiva Luke que era todo músculos y piel bronceada. Luke con su boca pequeña, madura para el saqueo, y sus ojos tan expresivos, capaces de derretir la nieve del Norte.

Y, al verlo, Jace no pudo evitar sentirse pletórico.

―Me tomé la libertad de escribirle a Luke ―dijo su esposa―. A pesar de que el maestre te daba un dedito de vino del sueño para que pudiera descansar, entre sudores y gritos pronunciabas su nombre. ―Jacaerys miró a su hermano que lucía decepcionado ante tal revelación―. Lamento haberte mentido, Luke. Como has pasado cinco años lejos de Desembarco del Rey, pensé que si firmaba yo la carta, no vendrías.

―Eres la reina, tía Helaena. ¿Cómo voy a desobedecerte?

Su esposa sonrió.

―¿El ala de huéspedes será suficiente o le digo a los criados que preparen un torreón?

―La Torre de la Mano es la mejor opción ―intervino Jace.

―La Torre de la Mano es, justamente, de la Mano. No voy a usurpar el lugar de mi hermano Joffrey ―respondió Luke, marcando la distancia. Había regresado, pero eso no significaba que fuera a quedarse―. El ala de huéspedes está bien, tía Helaena.

Ella asintió, le tocó la mejilla y susurró un «qué bueno es tenerte aquí». Luego, se marchó.

Lucerys se sentó a su lado, pero no hizo el amague de acariciarlo. Olía a cuero, a viento, a mar. Ahora era el Señor de las Mareas y los marineros bautizaban los barcos con su nombre.

―Entonces solo se necesita un poco de veneno para que me honres con tu presencia.

―No estoy para bromas, Jace. Lo que sucedió fue muy grave. Un intento de asesinato en plena fortaleza.

―Fue solo eso: un intento. Si piensan en deshacerse de mí, no van a conseguirlo.

―¿Cómo estás tan seguro? ―espetó Luke―. Si lo intentaron una vez, podrán volver a hacerlo. ―De cierta forma, le resultó adorable que su hermano se volviera a preocupar por él―. ¿Y dónde carajos está Joffrey? Se supone que es la Mano. Debe velar por su seguridad.

―Joffrey está en Antigua, disfrutando de los banquetes de Gwayne Hightower y de los secretos de la Ciudadela.

―¿Y por qué se lo permites?

Jace se rió.

―Como te habrás dado cuenta, Luke, no soy bueno haciendo que mis hermanos me obedezcan.

Luke se sonrojó levemente.

―Es diferente.

―No lo es. Joffrey no quiere estar a mi lado. Tú tampoco. ―Miró la corona que reposaba junto a la cama―. Estoy solo, Luke. Esa es la realidad.

Sus palabras ablandaron por un instante su corazón roto. Luke lo ayudó a incorporarse en la cama y le dio un abrazo. Y Jace se permitió tener una mínima esperanza de que Lucerys no volviera a marcharse.