No todo lo que brilla es oro
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa del Reto Multifandom #68: "Las estaciones del año" del foro "Hogwarts a través de los años".
Estación elegida: Primavera.
6
Aemond Targaryen
Impúdico
Estaba viviendo la noche más fría desde el comienzo de la primavera, pero Aemond Targaryen sentía que su piel, aquella que seguía en contacto con la mano de su sobrino, ardía. Él se había tomado la libertad de tocarlo, incluso cuando no habían establecido los nuevos límites de su relación, y Lucerys no lo había apartado.
En la oscuridad de la estancia, lo único que podía escuchar y sentir era el vaho de su respiración agitada.
―Jaehaera está muerta ―dijo por fin.
Aemond no estaba seguro de comentarle a Lucerys los rumores que oscurecían su muerte, pero le enfurecía profundamente que él pensara que Jacaerys era un hombre inocente, que nunca había cometido actos terribles por poder y vanidad.
―¿Cómo…?
―Mi sobrina siempre fue una niña tímida y retraída. Le gustaban más los libros que el contacto humano. No hablaba; tampoco sonreía. Y se volvió más ermitaña desde que Jaehaerys fue asesinado frente a sus ojos ―explicó―. El maestre decía que lo suyo era «una enfermedad del alma» y dijo que no debía sorprendernos que se haya arrojado a la fosa que había debajo de su ventana.
»Pero yo no creo que eso sea verdad. ¿Sabes por qué? Porque cuando Helaena y yo recogimos su cuerpo y lo llevamos con las Hermanas Silenciosas, tenía marcas en el cuello y en la espalda. Cuando se lo dije a lord Joffrey, me dijo que él se encargaría.
»Poco tiempo después, Daemon Targaryen contrajo una herida durante el entrenamiento que se le infectó hasta el punto de perder el brazo de la espada. Cuando estaba agonizante en el lecho, confesó haber contratado a Sangre y Queso para matar a Jaehaerys, y que él mismo arrojó a Jaehaera por la ventana.
Aemond conocía la naturaleza de Daemon y, de cierta manera, entendía el porqué de la orden que le dio a Sangre y Queso, aunque no la compartiera. Él pensaba que Lucerys había perecido en la Bahía de los Naufragios, que Aemond se había convertido en un Mataparientes, y que su muerte debía ser vengada. Pero, ¿por qué iba a matar a Jaehaera que era más un fantasma que una amenaza? ¿Y por qué hacerlo cuatro años después de la muerte de su gemelo? No tenía coherencia.
Y había algo en la forma que Joffrey Velaryon le dijo que «él se encargaría» que le hacía sospechar que Daemon Targaryen no era en absoluto responsable de la muerte de su sobrina.
Pero, ¿Lucerys estaba preparado para enfrentarse a esa conspiración?
Una sola mirada le bastó a Aemond para entender que ese lazo invisible que conectaba a Lucerys y Jacaerys seguía intacto, a pesar de los años y la distancia. La devoción y la admiración que le profesaba a su hermano era arrolladora.
Después de todo, un lustro atrás, Lucerys le había propuesto una alianza para que su hermano reclamara su derecho de nacimiento y se sentara en el Trono de Hierro.
―¿No crees en la palabra de mi hermano?
―Si la Mano dice que fue Daemon Targaryen quien mató a mi sobrina, ¿quién soy yo para contradecirlo? ―contestó con un deje de ironía―. Pero, como bien has reflexionado, no todo lo que brilla es oro, mi señor Strong. No cambies de opinión, por más que tu estancia en la corte se prolongue.
Lucerys se mordió el labio inferior.
―Eso aún no lo decido.
―No es lo que el rey dice ―provocó Aemond―. Está preparando un banquete en tu honor.
Aemond Targaryen se puso de pie, pero la mano de su sobrino le impidió avanzar. Sus dedos cálidos le hicieron hormiguear la piel.
―Nuestro pacto sigue en pie ―afirmó Luke―. Puedes reclamar lo que te prometí.
Su sobrino rompió el contacto solamente para inclinarse sobre la mesita junto a la cama y encender la vela. La llama iluminó su rostro y el rubor sonrosado de sus mejillas. Aemond vio que estaba cubierto por una fina camisola que no ocultaba los pezones erizados por la brisa de la noche y, al bajar la mirada, se encontró con sus muslos al descubierto. Una sombra color caramelo le poblaba la entrepierna.
Sintió que la boca se le secaba y las palabras morían en su garganta.
«Mierda», pensó.
Cuánto lo deseaba.
Aemond desenfundó la daga que llevaba en la cintura e hizo añicos la tela que los separaba. Lucerys jadeó ante su movimiento y lo ayudó a desvestirse con apremio.
―Nunca escribiste ―reprochó Aemond.
―Tú tampoco.
―No sabía qué decir. Si no ibas a volver por tu hermano, ¿por qué lo harías por mí?
―Podrías haberlo intentado.
Le rodeó la nuca con las manos y lo atrajo hacia su boca. Aemond lo besó con el mismo fervor que lo había hecho en la isla, cinco años atrás, mientras que sus dedos jugueteaban con sus pezones. Lucerys arqueó la espalda y se frotó impúdicamente contra su cuerpo. Aemond se escupió la mano y lo toqueteó entre los muslos, preparándolo para su llegada.
A Aemond poco le importó que la capa blanca estuviera abandonada en el suelo, junto a los votos que había pronunciado, pues lo único que anhelaba era volver a ser uno con su sobrino.
Cuando entró en él y Luke le clavó las uñas en la espalda hasta hacerlo sangrar, en lo único que pudo pensar fue en que era un dolor dulce, ansiado.
Por un instante, había temido que Lucerys hubiera vuelto a los brazos del hombre que le había roto el corazón, pero su sobrino seguía siendo suyo. Sus gemidos no mentían y la forma en que se movía debajo de él, acompañando cada una de sus embestidas, tampoco.
Pero cuando Aemond estaba a punto de derramarse en su interior, Lucerys le dijo:
―Detente.
Y señaló hacia la ventana.
Al otro lado del cristal, más allá de la fosa y el puente levadizo, un dragón de escamas verdes dejaba caer su aliento sobre la Torre de la Mano del Rey. Las llamaradas rojas y doradas envolvieron la piedra y el barro, y convirtieron la torre en una antorcha viviente.
