Capítulo 25: Luna de Sangre (Parte 2)

Remus Lupin leía junto al fuego de la sala común. Aunque decir que estaba leyendo sería una imprecisión. Más bien pasaba una a una las hojas de su ejemplar de 'El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde'* con la mirada completamente perdida y la mente muy lejos de allí. Desde aquella mañana sus reservas de energía habían ido descendiendo progresivamente, tanto que a ese punto poco le faltaba para ir arrastrándose por el suelo.

Por no mencionar que su estado de ánimo era ciertamente terrible. Lo que por supuesto, tenía que ver en gran parte con que el encierro obligado era prácticamente inminente. Y aunque nunca lo reconocería en voz alta, la decisión de Dumbledore había sido un golpe directo a su autoestima. Pero Remus no se quejaba, reclamaba o peleaba. Sabía que tenían razón, era peligroso y por lo tanto el colegio debía tomar las medidas necesarias para mantener a salvo al resto de los alumnos. Jamás reprocharía al director algo como eso, después de todo si estaba allí en Hogwarts y podía estudiar en la escuela a pesar de su condición era por obra y gracia de Albus Dumbledore, y eso era algo que no se cansaría de agradecer a su ilustre director. No cualquiera habría hecho lo mismo en su situación.

Pero de igual forma no podía evitar sentirse frustrado cada vez que le golpeaba la certeza de que ya nunca podría volver a ser completamente normal. Siempre cargaría con la maldición de la licantropía sobre sus hombros.

Y de haber sido el único damnificado puede que hubiera sido más fácil de sobrellevar, pero la realidad era que todas y cada una de las personas que lo rodeaban se habían visto afectadas en mayor o menor medida como consecuencia de su condición, y era prácticamente imposible no sentirse culpable por ello.

Así que sí, puede que estuviera especialmente irritable. Pero tampoco era como si alguien fuera a echárselo en cara dadas las circunstancias.

—¿El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde? ¿Es en serio? — cuestionó Sarah cruzándose de brazos.

Remus elevó la vista en su dirección.

—Una lectura como otra cualquiera — replicó en marcado tono apático.

—Ajam. Seguro que sí. ¿Sabes?, nunca había conocido a nadie que utilizara los clásicos de la literatura para darse latigazos — ironizó la castaña, antes de acercarse hasta donde se encontraba sentado el merodeador y arrancarle el desgastado ejemplar de entre las manos.

El gryffindor trató de resistirse, pero cuando la muchacha de grandes ojos marrones lanzó el libro al sofá más próximo y se sentó sobre su regazo no pudo sino tragar saliva.

—Sé que estás enfadado, cansado, y frustrado. Y estás en todo tu derecho de estarlo e incluso de querer aislarte. No es justo lo que te pasó, no es justo que por las malas decisiones de otros acabaras teniendo que soportar esto cada luna llena durante el resto de tu vida, y desde luego no es justo que te encierren en una celda bajo tierra por miedo a lo que puedas ser capaz de hacer, sobre todo cuando has demostrado en infinidad de ocasiones que con las medidas adecuadas no eres un peligro real para nadie. Pero la vida a menudo está lejos de ser justa. Es San Valentín, y aunque me da absolutamente igual su significado, realmente me gustaría que construyéramos un recuerdo de este día que no tenga nada que ver con la maldita luna llena. En especial porque así están las cosas, Remus Lupin: te quiero y te guste o no, planeo hacerlo por mucho mucho tiempo. Lo que significa que ésta será únicamente una de las múltiples lunas llenas que pasaré a tu lado, y por eso mismo, me niego en rotundo a dejar que ninguna de ellas condicione nuestro futuro o nuestra felicidad — avisó en tono de promesa a la par que se ponía de pie — Así que ahora mismo vas a levantar tu bonito culo del sofá y a seguirme. De lo contrario las consecuencias serán mucho más terribles que una noche encerrado en una celda en mitad del Bosque Prohibido — advirtió.

Remus rió conmovido por su cómico tono de amenaza.

Si bien Sarah Fawley podía parecer una joven dulce e inofensiva, era palpable que bajo esa apariencia encantadora, se escondía un dragón aguardando a ser despertado. Así que no, no se la jugaría, prefería no descubrir que era lo que ocurría cuando tenías la osadía de enfadar a la gryffindor.

—¿Te parece divertido?. Hablo completamente en serio, si no te levantas voy a coger mi varita y te voy a …

Pero antes de poder decir nada más, el merodeador se levantó de improviso y chocó sus labios contra los de ella de forma sorpresiva.

—Me muero de miedo, por un momento incluso he temido por mi vida. Si llego a saber que sacarías la varita, habría comprado una enorme caja de bombones de emergencia para tratar de apaciguar tu ira — bromeó contra su boca.

Un gruñido adorable que a Remus le recordó al de un cachorro de león se escapó entre los labios de la gryffindor.

Y es que no podía explicar cómo era posible, pero con tan solo un par de palabras, Sarah había logrado cambiar radicalmente su estado de ánimo inicial hacia uno mucho más optimista. Quién diría que hacía apenas unos segundos ni tan siquiera era capaz de aguantarse a sí mismo y se torturaba con repetitivos pensamientos autodestructivos, y ahora sencillamente no era capaz de dejar de sonreír. Sarah Fawley realmente era capaz de hacer magia con él sin necesidad alguna de varita, y eso lo asustaba enormemente, a la vez que le llenaba el corazón de esperanza y sueños.

—Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

Remus negó sin dejar de sonreír envolviendo a la chica con fuerza entre sus brazos.

—Gracias — murmuró contra su pelo.

—No hay de qué, son tres galeones por el tiempo perdido como consecuencia de tu cabezonería — bromeó la joven una vez se hubieron separado tendiendo la palma en dirección al merodeador.

Remus rió enlazando su mano con la de ella, antes de comenzar a balancear los brazos de ambos como si de niños se trataran.

—Entonces, ¿Cuál es el plan? — interrogó con curiosidad.

—Había pensado que quizás un poco de pastel de chocolate con chispas de chocolate y salsa de chocolate sería una buena forma de animarte. Y si a eso le sumamos una charla agradable en mi maravillosa compañía, y puede que algo de buena música con la que amenizar el ambiente… a mi me suena al plan perfecto de San Valentín. Ya sabes lo que dicen, "No dejes que la luna llena te impida ver las estrellas" — parafraseó en tono enigmático.

—Lo mío son los autores posrománticos y lo tuyo…¿los manuales de autoayuda?. Imagino tu última lectura. "Cómo conseguir sacar a tu novio hombre lobo de la madriguera y no morir en el intento" — aventuró en marcado tono jocoso dejando escapar una carcajada.

Sarah rió, antes de empujar al chico contra uno de los muros y acercarse lentamente.

—No bobo, eso ponía mi galleta. Así que sé un buen chico y déjame enseñarte las estrellas, Remus Lupin — provocó en tono sugerente guiñándole un ojo.

El merodeador tragó saliva, inevitablemente sorprendido por su repentina cercanía.

—Me…me apunto — balbuceó sin apartar ni por un segundo la vista de sus carnosos labios.

—Así me gusta, lobito — celebró Sarah antes de separarse abruptamente y emprender el camino en dirección a las cocinas.

Remus se tomó unos segundos para serenarse antes de decidirse a seguirla.

Y es que él era gasolina y Sarah la cerilla que con apenas un ligero roce conseguía prenderlo. Y si hubiera tenido una ducha a mano en ese mismo momento, se habría metido bajo el agua helada sin siquiera pensarlo, para lograr templar la burbujeante sangre que hervía bajo su piel nublando por completo sus sentidos.


El ambiente en la sala común de Slytherin se sentía especialmente enrarecido aquella tarde de febrero. Al aura de misterio, oscuridad y distinción normalmente presente, se había sumado un inusual barullo, que se extendía por cada centímetro de la estancia. Y es que para aquella hora de la tarde la sala se encontraba llena hasta los topes. Por amor de Merlín, casi parecía como si Slytherin acabara de ganar la Copa de las Casas y él ni siquiera se hubiera percatado de ello.

Ahí había kneazle encerrado y seguramente no tardaría en averiguar qué era lo que estaba sucediendo exactamente.

Adiós a su tranquilo plan de autocompasión, ahogando sus penas en litros de alcohol hasta dar con la dosis suficiente como para acallar su conciencia. Porque sí, sabía que esta vez la había jodido como nunca antes, tanto que difícilmente habría vuelta atrás, y eso sin contar que aún estaban por verse las consecuencias de sus actos. Así que la autodestrucción estaba totalmente justificada.

—Ey Black, ¿Qué haces? ¿Disfrutando de la alegre velada de San Valentín en soledad? — se burló Nott tomándolo por los hombros a modo de saludo — Luces como un alma en pena, vamos ¡anímate, hombre!. ¡Hoy es un gran día! — canturreó enigmáticamente, dándole una palmadita en la espalda mientras lo empujaba en dirección a una de las esquinas de la sala, donde un reducido grupo de alumnos rodeaban a Evan Rosier como si de un profeta se tratara.

Reconocía a prácticamente todos sus integrantes, la mayoría de ellos habían estado presentes en su macabro ritual de iniciación, y con otros como Barty Crouch Jr había compartido clases desde su primer curso en la escuela, llegando incluso en algún punto a considerarlo como a un buen amigo. El problema es que en ese momento no se fiaba absolutamente de nadie, así que en la mayor parte de ocasiones prefería aislarse, optando por la soledad como la mejor de las compañías.

Podía sonar un poco patético, pero a decir verdad prefería eso a tener que permanecer alerta y cuidar cada palabra para evitar que alguna de sus opiniones más inconvenientes pudiera llegar a oídos indeseados.

Regulus se dejó conducir por su insufrible compañero de casa dócilmente. Después de todo... ¿Qué otra cosa podía hacer?. ¿Resistirse? ¿Salir corriendo despavorido como un crío asustado?. Por muy fuerte que cerrara los ojos, o muchas mantas que pusiera sobre su cabeza para protegerse de los monstruos, en el momento en que volviera a pisar el mundo real todo seguiría exactamente igual que siempre. La situación no habría variado ni un ápice, al menos no para bien.

—Bien, veo que ya estamos todos — apuntó Evan, con los ojos fijos en él y una escalofriante sonrisa dibujada de manera permanente en su rostro — Como estaba diciendo, es importante que durante las siguientes horas todos permanezcamos a la vista, tan cerca de los ojos de profesores y alumnos como nos sea posible. Y más importante aún, siempre dentro de los límites de la escuela. Respecto al resto de estudiantes de la casa slytherin, debo informaros de que todos han sido convenientemente alertados de que no les conviene salir del castillo hoy, y que en caso de decidir hacerlo a pesar de las advertencias, ésto será exclusivamente bajo su propia responsabilidad. Así que, sin mucho más que decir, solo me queda desearles que pasen una agradable velada, caballeros. Espero que el espectáculo sea de su agrado, en especial porque será el primero de los muchos que están por venir — finalizó a modo de cierre, en un marcado tono de promesa.

Regulus no pudo evitar que un escalofrío le recorriera de los pies a la cabeza.

Tenía miedo. No se molestaría en negarlo, era absurdo siquiera tratar de fingir que no le afectaba. La situación había escalado y se había encrudecido mucho más rápido de lo esperado. Hacía tiempo que había dejado de ser un juego de niños, era el inicio de una cruenta guerra, y el pequeño de los Black se encontraba metido de lleno en el fango. Así que sí, estaba asustado. Tanto que sus uñas permanecían clavadas en las palmas de sus manos tratando de controlar su temblor. Tanto que sentía el latido de su corazón en los oídos. Tanto que no recordaba haber sentido tanto miedo nunca antes. Lo cual era mucho decir.

Consecuencias. Consecuencias. Consecuencias. Consecuencias.

Eso era lo único que martilleaba su cabeza desde aquella noche que se escabulló para enterrar el traslador. Cuáles serían las consecuencias de sus actos y en si sería capaz de vivir con el resultado de las mismas.

Cuando el resto de los slytherin del grupo al fin se hubieron dispersado, Evan se aproximó en su dirección, mientras Regulus permanecía estático, aún con el brazo de Nott sobre sus hombros.

—Hoy será el día en que nos hagas sentir orgullosos, Regulus Black. Recuerda que si todo sale según lo planeado, será en gran parte gracias a ti y al comedido que realizaste de forma impecable tal y como te ordenaron — sonrió acomodando el cuello del jersey del moreno.

La cercanía de Evan se sentía tan abrumadora que por un momento un par de lágrimas rebeldes estuvieron a punto de precipitarse desde sus ojos. Pero no, no les daría la satisfacción de verlo llorar.

—Y tal y como hablamos, una vez todo haya acabado, serás recompensado con la marca. Estoy seguro de que estarás impaciente. Después de todo, es un símbolo de orgullo, de lo que somos, de lo que representamos — expuso el slytherin, disfrutando enormemente del sufrimiento que sabía que estaba provocando con sus palabras.

Regulus se mordió la lengua con fuerza, evitando de esta forma cuestionar en voz alta por qué si Rosier creía ciegamente que portar la marca era un honor, él mismo no la había recibido. En especial, siendo el principal inductor y captador de posibles soldados que lucharan dentro de las filas del señor tenebroso.

Pero no solo conocía la respuesta a esa pregunta, sino que además mostrarse rebelde no ayudaría en lo absoluto a mejorar su situación. Era mucho más inteligente permanecer en un discreto segundo plano y mostrarse dócil, quizás con un poco de suerte, acabaran por obviar su existencia.

—Nuestro chico se hace mayor — se burló Nott fingiendo limpiarse las lágrimas de emoción — Lo único que te falta para convertirte en un hombre de verdad es dejar de llorar por sucias traidoras a la sangre. Con el tiempo te darás cuenta de que una cara bonita no vale absolutamente nada cuando traiciona a los suyos, eligiendo poner siempre por delante a aquellos que no hace tanto no habrían tenido demasiados reparos en quemarnos hasta la muerte en una hoguera — declaró con rabia, apretando involuntariamente los puños.

Regulus tragó saliva. Si bien entendía el punto respecto a marcar tanta distancia como fuera posible con los muggles, o que tal y como le habían enseñado, alguien nacido de progenitores sin una sola gota de magia, no podría en ningún punto llegar a ser tan excepcional como un mago o bruja con generaciones de sangre mágica corriendo por sus venas, nunca había sido partidario del ojo por ojo. Ni de que la única forma de combatir la violencia es con más violencia. Así que nunca podría llegar a estar de acuerdo o justificar ese tipo de métodos. Quizás los muggles hubieran sido irracionales, crueles y bárbaros. Pero a Regulus Black siempre le había gustado pensar que los magos estaban muy por encima de todo eso.

—Alexander tiene mucha razón, querido Regulus. Y puede que con un poco de suerte, tu adorada Alison y el idiota de tu hermano dejen de suponer un problema a partir de esta tarde — aventuró satisfecho, sin disminuir ni un ápice su sonrisa.

La cara de Regulus cambió abruptamente de la resignación a la intranquilidad en apenas un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué... qué vas a hacer? — tartamudeó visiblemente preocupado.

—¿Yo?. Nada. ¿No me has escuchado?. Al igual que el resto, pasaré una agradable velada junto a algunos de nuestros compañeros dentro de los límites de la escuela — declaró complacido dando un par de palmaditas en el hombro de Regulus.

Y tras estas últimas palabras, tanto Rosier como Nott se alejaron sin previo aviso, dejando allí plantado al slytherin con la única compañía de su maltratada conciencia.

La reacción no se hizo esperar, y en cuanto ambos muchachos hubieron desaparecido de su campo de visión, Regulus se encaminó fuera de la sala común y corrió en dirección al lavabo más cercano, vaciando en uno de los inodoros la mayor parte del contenido de su estómago. Que a decir verdad, era francamente escaso.

Una vez se hubo recompuesto, y sin dejar pasar ni un segundo más, emprendió el camino hacia el séptimo piso, rezando a Circe porque su hermano Sirius aún se encontrara allí, o al menos fuera capaz de dar con algún gryffindor que tuviera alguna pista sobre su paradero.


Peter Pettigrew paseaba junto a Daphne Edgecombe por la plaza de Hogsmeade, centro neurálgico del pueblecito, donde se encontraban situados algunos de sus negocios más célebres, desde la archiconocida tienda de dulces HoneyDukes, hasta la boutique Harapos Finos, pasando por la Oficina de Correo por lechuza, o incluso el Emporio de los Tirabuzones de Madame Snelling, un famoso salón de belleza donde acudían brujas y magos en busca de un poco de magia para sus cabellos. Y es que la ilustre Calliope Snelling, regente del lugar, era capaz de transformar con un solo golpe de varita los peinados más mustios y desfasados, en alguna de las tendencias punteras del momento en moda capilar.

—¿Sabías que Hengist de Woodcroft* fue seleccionado para la casa Hufflepuff? — expuso la joven tratando de romper el hielo, cuando ambos muchachos hubieron detenido su paso justo en frente de la estatua del fundador de Hogsmeade.

—¿Ummm?

No se podía decir que la cita estuviera yendo precisamente sobre ruedas. Más bien iba a trompicones, cuesta abajo y sin frenos. Y es que aunque Peter nunca se había considerado a sí mismo como un conversador nato, en ese preciso momento se sentía especialmente torpe, los nervios estaban ganando por goleada a las ganas y a la ilusión previos a la cita, el sentimiento de frustración no dejaba de crecer bajo su pecho y cada minuto que pasaba estaba más decepcionado consigo mismo por su imposibilidad para comportarse como un adolescente normal y corriente, y hacer algo tan simple como entablar una charla agradable con una chica.

Pero la realidad era que tenía tanto miedo a decir algo inconveniente o a meter la pata y que Daphne no quisiera volver a verlo o hablar con él, que sencillamente había acabado por bloquearse. Tanto que seguramente para ese punto la muchacha pensara que al merodeador le apetecía tanto esa cita con ella como ir a recolectar veneno de acromántula, sobre todo porque había tenido que sacarle cada palabra con sacacorchos y rehuía a toda costa su mirada.

—¿Pasa algo, Peter? — tanteó Daphne algo insegura — Si prefieres hacer cualquier otra cosa no hay ningún problema, yo solo…

El rubio levantó los ojos de golpe visiblemente alarmado.

—¡No! — exclamó con demasiado ímpetu como para resultar casual, abriendo mucho los ojos.

La joven lo observó entre confundida y divertida por su extraña actitud.

Peter se mordió con fuerza los labios antes de decidirse finalmente a sincerarse, quizás si le decía a Daphne como se sentía todo sería más fácil.

—Estoy muy nervioso — reconoció — Nunca antes había tenido una cita de verdad con alguien y tengo miedo a hacer el ridículo, a no estar a la altura, a que te des cuenta de que en realidad no soy tan genial como James, Sirius o Remus y te vayas. No creas que no soy consciente de lo que la gente dice a mis espaldas, creen que ellos solo fingen ser mis amigos por lástima, algunas veces incluso yo lo pienso. Pero por una vez quería gustarle a alguien por mí mismo, no por ser la sombra de otra persona, algo complicado cuando no eres capaz ni de intercambiar dos palabras seguidas con la chica que te gusta — recitó de carrerilla sin pararse siquiera a respirar.

Ambos permanecieron en completo silencio durante unos segundos.

La expresión de Daphne era indescifrable, probablemente porque aún estaba tratando de digerir su discurso, aunque Peter guardaba la esperanza de que ella pudiera llegar a entenderlo y le diera algo de cancha.

No obstante, su respuesta no solo no se hizo esperar sino que además fue completamente opuesta a cualquiera que hubiera conjeturado el merodeador. Y es que de manera completamente sorpresiva y sin siquiera pararse a pensarlo, la hufflepuff se puso de puntillas y unió brevemente sus labios a los de él.

Apenas fue un roce, una tímida caricia de su boca, pero el subidón de adrenalina que experimentó Peter como consecuencia de ello le proporcionó la valentía suficiente como para imitarla, extendiendo su temblorosa mano en dirección a la mejilla de la joven antes de atraerla en su dirección, y unir nuevamente su boca a la de ella.

Fue un beso dulce, sosegado, y en cierto modo, inexperto. Pero de igual forma tan especial y electrizante que por un momento a Peter le pareció sentir como sus pies se elevaban unos centímetros sobre el nivel del suelo.

Cuando al fin se hubieron separado, sus miradas conectaron y casi al instante, una sonrisa cómplice se dibujó en los labios de ambos. Todo a su alrededor era exactamente igual, el abrumador barullo, el continuo trasiego de estudiantes y demás transeúntes, las risas, el eco del agua al discurrir por el lecho del arroyo, el ulular de las lechuzas sobrevolando la villa. Y sin embargo, ellos ya no eran ni de lejos los mismos. Porque inevitablemente cada primera vez nos cambia, nos hace madurar, nos impulsa a crecer, nos ayuda a descubrir quién somos y quiénes queremos ser, y por supuesto, consigue que nos cuestionemos todo aquello que habíamos creído saber hasta ese preciso instante.

—¿De veras Hengist de Woodcroft fue un huffie?. Habría apostado al menos un par de sickles a que perteneció a la casa Gryffindor. ¿Has visto su retrato de los Cromos de Brujas y Magos famosos? — cuestionó Peter de improviso.

Daphne dejó escapar una sonora carcajada.

—La casa Gryffindor no tiene el monopolio de alumnos pelirrojos — bromeó la joven.

—No, si no lo digo por eso, es más porque da bastante miedo, y no me imagino a ningún hufflepuff dando miedo, ¿ser dulce e increíblemente amable no es algo así como un requisito indispensable para ser seleccionado en tu casa? — preguntó Peter continuando la broma.

Daphne rió.

—Eso lo dices porque no has visto a la profesora Sprout realmente enfadada — apuntó divertida, cuando la imagen de la jefa de la casa Hufflepuff regañando a gritos a algunos de sus compañeros tras esparcir a sabiendas semillas de Col Masticadora China sobre el suelo de los invernaderos para lograr que se cancelase la primera clase de la mañana y contar con un par de horas libres, se materializó en su memoria.

—Oh créeme, tengo más que de sobra con enfrentarme al mal genio de la profesora McGonagall día sí y día también. Únicamente la he visto sonreír cuando ganamos al quidditch. El resto del tiempo tiene la misma expresión que las gárgolas de la cornisa. Y no hablemos de cuando James o Sirius hacen alguna de las suyas, ahí directamente un feroz graphorn a su lado parece un animalito indefenso — explicó tragando saliva.

Daphne negó con la cabeza, inevitablemente divertida por la exageración.

—Oye Daff, ¿te parece si vamos a Steepley e hijos y te invito a un té de frutas y a un trozo de tarta de zanahoria y canela?. Es la mejor de todo Reino Unido — propuso el gryffindor algo inseguro, balanceándose instintivamente sobre sus talones.

La muchacha asintió y sin siquiera preguntar enlazó su mano con la de él.

Su tacto se sentía increíblemente confortable, cálido, suave, como un soplo de esperanza directo al corazón.

Y de manera súbita, la idílica estampa se hizo trizas en un abrir y cerrar de ojos cuando una cadena de atronadoras explosiones comenzó a sucederse a su alrededor.

El eco de los gritos, los llantos, las llamadas de auxilio invadieron por completo los oídos de Peter, nublando por completo el resto de sus sentidos.

El humo era denso y le quemaba en la garganta, por lo que tosió un par de veces antes de cubrirse la boca con el jersey de manera instintiva. No podía ver prácticamente nada a excepción de las monstruosas llamas que devoraban uno a uno los edificios, y las estelas dejadas por el resto de individuos en sus caminos de huida.

Una ola de lucidez invadió al hasta entonces aturullado muchacho.

—¡¿Daphne?! ¡¿Daff?! — inquirió a voz en grito, mientras trataba desesperadamente de localizar a la hufflepuff.

Recorrió a gatas la plaza a través de la humareda sin dejar en ningún momento de gritar el nombre de la joven.

—Aquí — logró escuchar a través del tumulto.

El merodeador se dejó guiar por el sonido de la voz de la chica hasta que finalmente dio con ella.

—¿Estás bien? ¿Estás herida? — interrogó en marcado tono de preocupación tomándola de las manos.

Daphne tosió un par de veces antes de contestar.

—Creo que me he roto el tobillo — reconoció con voz lastimera, llevándose la mano instintivamente al lugar de la lesión.

Peter la observó dubitativo.

—Está bien. Yo te llevaré en brazos. Tenemos que salir de aquí cuanto antes — señaló en tono decidido — Pero antes quiero que te pongas esto sobre la nariz y la boca, cuanto menos humo inspiremos mejor — indicó deshaciéndose de su jersey y cubriendo parcialmente con él el rostro de la hufflepuff.

El rubio logró incorporarse como buenamente pudo, antes de tirar de la mano de la chica para ayudarla a levantarse, haciendo uso del pie que aún tenía en perfectas condiciones, y tras hacerlo, la aupó sobre su espalda.

Avanzaban prácticamente a ciegas, el humo impedía distinguir nada a más de un metro de distancia, pero de igual forma Peter caminaba con la vista fija en el suelo para evitar tropezarse con algún trozo de escombro y acabar precipitándolos a ambos de vuelta al suelo.

Necesitaban salir del pueblo cuanto antes, pero aunque caminaba tan rápido como sus pies le permitían hacerlo teniendo en cuenta las circunstancias, con Daphne a sus espaldas no era ni de lejos tan ágil, y tampoco quería agotarse tanto como para necesitar pararse a recuperar el aliento, por lo que lo mejor era tomárselo con calma y avanzar lentos pero seguros. Mejor eso que correr riesgos innecesarios.

No obstante, cuando casi habían alcanzado la taberna de las Tres Escobas, un intenso rayo de luz de color verde brillante cruzó el firmamento, materializándose casi al momento en una escalofriante calavera, a través de cuya boca se deslizaba una enorme serpiente.

—¿Qu... qué es eso? — preguntó Daphne notablemente asustada incrementando por instinto el agarre en torno al cuello del Merodeador.

Peter observó fijamente el cielo antes de contestar.

—No lo sé — mintió — Pero no parece una buena señal.

Claro que sabía lo que significaba, lo que implicaba el hecho de que la marca de aquel que se hacía llamar Señor Tenebroso hubiera sido plasmada en el cielo de la población. Tan cerca de la escuela. Era un mensaje directo a la comunidad mágica, una amenaza de que ni tan siquiera sus hijos estarían a salvo si decidían luchar en su contra u oponerse a su ideología o creencias, a los cambios que pretendían obrar en el mundo de los magos.

Y entonces fue cuando los escuchó, se reían, bromeaban disfrutando del caos que habían logrado generar, de los gritos de pánico, del miedo, del dolor. Estaban cerca. Demasiado cerca para huir.

El merodeador giró sobre sus talones, barriendo con desesperación el espacio a su alrededor. Pero justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, divisó en el callejón más próximo unas desvencijadas puertas de madera a ras del suelo. Un sótano. Perfecto. Se esconderían allí hasta que las cosas se hubieran calmado.

La primera en bajar a través de las escaleras de madera que conducían a la parte inferior fue Daphne. Lo cual le resultó de todo menos sencillo, pues básicamente debía descender cada peldaño a saltos con el único apoyo de su pie bueno.

Cuando al fin la muchacha alcanzó tierra firme, Peter comenzó a bajar los peldaños de igual forma, con tal mala suerte que antes de llegar al final la escalera se desprendió de las bisagras, y el merodeador cayó de culo al suelo.

—Peter, ¿estás bien? — preguntó Daphne visiblemente preocupada, mientras lo ayudaba a incorporarse.

El rubio dejó escapar un quejido de dolor.

—He estado mejor. Pero la escalera ha quedado completamente destrozada. No sé cómo vamos a hacer para salir de aquí — se lamentó al percatarse de que la única vía de escape parecía ser el lugar por el que habían entrado.

—¿Y el hechizo reparo? — propuso la hufflepuff.

Peter rebuscó rápidamente en sus bolsillos, pero no había ni rastro de su varita.

—Creo que he perdido mi varita — informó, golpeándose la frente con la palma de la mano con frustración — Probemos con la tuya.

La hufflepuff lo observó con expresión de pavor.

—Es…estaba en mi bolso y yo…creo que lo perdí después de la explosión — se lamentó tratando de contener las lágrimas que amenazaban con abandonar sus ojos.

Genial. Cada vez la situación estaba peor.

Podían escuchar las voces de los mortífagos en el exterior. Continuaban haciendo de las suyas. Destruyendo e incendiando a su antojo. Sembrando el terror a su paso.

El fuego proveniente de una de las explosiones no tardó en alcanzar el edificio colindante, contagiando con sus llamas las paredes del escondite en el que permanecían ocultos los muchachos.

Daphne gritó hasta casi dejarse la garganta.

El gryffindor no podía creer lo que veían sus ojos. No tenían demasiadas opciones, las llamas abrasaban todo a su paso, el humo invadía la estancia consumiendo a pasos agigantados el poco oxígeno que les quedaba.

Iban a morir.

Morirían allí encerrados.

Daphne se dejó caer sobre el suelo sin dejar en ningún momento de toser.

Apenas eran capaces de respirar.

No les quedaba mucho.

—¡Ayuda! ¡Ayudaaaaaaaaa! ¡Aquí! ¡Por favor! ¡En el cobertizo! — gritó con todas sus fuerzas.

Peter se agachó junto a la hufflepuff, que a esas alturas se encontraba tumbada sobre el suelo, con la cara cubierta de hollín y los ojos prácticamente cerrados.

—Por favor, aguanta Daphne, no te duermas — sollozó zarandeando a la muchacha.

Y siguió gritando, gritó hasta quedarse sin voz, quedando tendido sobre el suelo en el momento en el que se percató de que Daphne había dejado de respirar, y cualquier esperanza de salvarse se evaporó en un abrir y cerrar de ojos.

—¡Bletchley! ¡Bones! ¡Os necesito aquí! ¡Creo que hay alguien ahí abajo! — escuchó alertar a voz en grito, justo antes de que sus ojos se cerraran.


Remus y Sarah caminaban el uno junto al otro por el patio de la Torre del Reloj.

Avanzaban tan despacio, que cualquiera hubiera podido pensar que las suelas de sus zapatos estaban hechas de plomo. Pero la realidad era que trataban de retrasar al máximo el momento de tener que despedirse.

El reloj acababa de marcar las ocho en punto, y en apenas quince minutos deberían estar frente al despacho de la profesora McGonagall, a quién el director Dumbledore había confiado el encierro de Remus aquella noche.

Puede que su cita de San Valentín hubiera sido algo breve, pero desde luego se llevaría un bonito recordatorio de aquella tarde que poder atesorar en el álbum de recuerdos de su memoria. Y todo gracias a Sarah.

Una vez más la gryffindor había ido en su ayuda como si de una superheroína se tratara y había logrado salvar su día. Sólo había hecho falta un poco de pastel de chocolate casero, un par de ridículos bailes al ritmo de 'Love Me Do' de The Beatles y 'Starman' de David Bowie encima de las mesas de las cocinas, un absurdo debate sobre cuál era el mejor condimento para una tostada, y una sesión ininterrumpida de besos, entremezclados con decenas de sonrisas, suaves caricias y un aura de amor que habría sido capaz de enternecer hasta al más escéptico de los magos, para conseguir que olvidara casi por completo el tema del encierro.

Magia.

No había ninguna otra palabra capaz de explicarlo.

El amor era magia, una con la fuerza y potencia suficiente como para conseguir hacerte creer que lo imposible en ocasiones puede llegar a ser posible. Y Remus Lupin, que había creído ciegamente que el futuro no podía guardar nada bueno para él, por primera vez se planteó que existía una posibilidad, por pequeña que fuera, de que hubiera estado equivocado todo ese tiempo. Quizás incluso los hombres lobo adolescentes lograban encontrar a su media calabaza.

—Se que ya es casi la hora pero…¿me acompañarías antes a un lugar?. Hay algo que me gustaría enseñarte — se atrevió a decir el merodeador, enlazando su mano con la de la chica.

Sarah le observó algo confundida antes de asentir, dejándose guiar por él.

Accedieron al interior del castillo, recorriendo uno de los pasillos laterales de la izquierda, antes de detenerse justo en frente de un gran tapiz que representaba a una madre y a su pequeña tomadas tiernamente de la mano.

Remus agitó su varita a la vez que murmuraba 'revelio', en un tono de voz tan bajo que Sarah a duras penas fue capaz de escucharlo, y al instante el tapiz se recogió dando paso a un largo corredor en cuyo extremo había una gran puerta de madera.

Ambos jóvenes se aproximaron en su dirección y nada más llegar, Remus giró la perilla, descubriendo al otro lado una amplia sala, presidida por una gigantesca estatua de un hombre lobo transformado y decorada con otros muchos tapices.

Sarah soltó la mano de Remus y se acercó lentamente para analizarlos. Cada uno de ellos representaba un capítulo de la misma historia.

¡Lumos! — conjuró el merodeador, antes de dirigir la fuente de luz en dirección al primero de los tapices.

La gryffindor abrió mucho los ojos al percatarse de que la imagen había cambiado por completo.

—Narran una trágica leyenda en dos líneas de tiempo completamente diferentes. Si los observas mediante luz natural, cuenta la historia de una joven madre que vive en un pequeño pueblo, cuyos habitantes unen fuerzas para cazar a un terrorífico hombre lobo. Mientras que si los iluminas con Lumos, ella acaba de dar a luz, pero poco después es mordida por un hombre lobo, perseguida sin piedad por su propio pueblo y expulsada de la aldea, condenada a estar para siempre separada de su hija — explicó, mientras recorrían la sala analizando cada uno de los tapices en sus dos versiones.

—¿Cómo…?.

—¿Fui a dar con esta sala?.

Sarah asintió.

—Estaba en segundo. Filch acababa de pillarnos a los chicos y a mí encantando algunos de los libros del pasillo para que atacaran a los slytherin, y decidimos que lo mejor era huir cada uno en una dirección diferente para evitar que pudiera atraparnos a todos. Y bueno terminé aquí — relató en un marcado tono nostálgico.

—¿Crees que volvió a reunirse con su hija? — preguntó la castaña pasando suavemente la mano por la tela del tapiz.

Remus dejó escapar un largo suspiro.

—No lo creo, aunque me gusta pensar que aunque jamás regresó con su familia, permaneció tan cerca de ella como le fue posible, protegiéndola aun en la distancia. Sobre todo porque la leyenda también cuenta que sus aullidos funcionaban como una canción de nana, consiguiendo que cada noche la niña se durmiera con su suave arrullo — narró, esbozando una sonrisa triste.

—Sabes que no permitiré que eso pase, ¿verdad?. No dejaré que nos abandones, ni a mí ni al resto de personas que te quieren — aseguró tratando de contener las lágrimas.

Al percibir su fragilidad, Remus la envolvió con cariño entre sus brazos.

—Lo sé — admitió posando suavemente los labios sobre su cabello.

Y tras un par de minutos y alguna que otra lágrima rebelde, ambos muchachos se encaminaron en dirección al despacho de su jefa de casa. No obstante, a su llegada, las instrucciones sobre el encierro fueron muy diferentes a cualquier cosa que hubieran esperado.


El viaje en hipogrifo había sido una de las experiencias más estimulantes que James Potter había tenido la suerte de experimentar en sus casi diecisiete años de vida. Ni siquiera podía compararlo con la sensación que te invadía cuando volabas por primera vez en escoba, pues a decir verdad no se asemejaba ni en lo más mínimo.

Sobre la escoba eras tú quién tenía el control absoluto del vuelo, quien decidía cuando ascender o descender, cuando aumentar o reducir la velocidad, cuando virar o corregir el rumbo. Volar en hipogrifo, por el contrario, suponía una confianza absoluta en el instinto y destreza de la criatura, y por lo tanto, abandonarse a la experiencia de vuelo, dejándose invadir por una cascada de sensaciones y estímulos.

Por no hablar de que sobrevolar en escoba cualquier otra cosa que no comprendiera los terrenos del castillo estaba terminantemente prohibido para todos los alumnos. Pero claro, las férreas normas de vuelo no podían aplicarse cuando viajabas a lomos de un hipogrifo, por lo que esta circunstancia constituía un vacío legal en toda regla.

El viento fresco golpeaba de lleno su rostro, despeinando por completo el cabello rebelde del gryffindor. Libertad. Esa era exactamente la palabra que definía el sentimiento que no había dejado de experimentar desde el despegue. El tacto suave de las plumas le cosquilleaba los brazos, envueltos alrededor del cuello del hipogrifo para evitar precipitarse desde una altura de como mínimo diez metros y acabar convertido en papilla de merodeador.

—Vamos a aterrizar por aquí cerca, ¡Sígueme!— avisó Lily iniciando el descenso en dirección a tierra firme.

James siguió sus instrucciones al pie de la letra, guiando a Westley para que poco a poco redujera la velocidad y se preparara para el aterrizaje.

Ambos hipogrifos tocaron tierra pasados unos minutos, y tras agradecer el viaje con unas palmaditas en el lomo, tanto Lily cómo James se deslizaron en dirección al suelo.

—¿Te ha gustado? — preguntó Lily tímidamente con las manos enlazadas a la espalda.

—¿Bromeas?. Ha sido lo más alucinante que he hecho nunca. Me has puesto muy difícil superarte, voy a tener que romperme mucho la cabeza para lograr al menos igualar algo como esto — expuso James en respuesta visiblemente emocionado.

La adrenalina aún corría con fuerza por sus venas, y una placentera sensación de vértigo continuaba presente en la boca de su estómago.

—Pues nuestra aventura aún no ha terminado — informó la pelirroja en tono misterioso, antes de retomar el paso.

James corrió tras ella hasta alcanzarla.

No tenía ni la más remota idea de qué era lo que le esperaba y mucho menos qué podía ser tan increíble como para superar un vuelo en hipogrifo.

Tras unos metros de caminata, alcanzaron un despejado claro, en el centro del cual había plantado un majestuoso y frondoso roble. El extremo opuesto lindaba con la caída de la montaña.

Tanto Buttercup como Westley se tumbaron en las inmediaciones de la pradera, disfrutando de los manjares peludos con que la gryffindor pelirroja les había premiado como agradecimiento por el viaje.

—Si lo que pretendías era lograr el crimen perfecto arrojándome desde un escarpado precipicio en un recóndito lugar alejado de la mano de Merlín, donde nadie podrá escuchar mis gritos de auxilio y lamentos… debo darte la enhorabuena. Eres realmente astuta, Evans. Lograr que me enamore de ti para luego pillarme con la guardia baja y cuando menos lo espere matarme — teorizó el muchacho en tono de broma, rascándose nerviosamente la nuca.

—Eres tan melodramático, James Potter — replicó la pelirroja rodando los ojos, sin poder evitar que una sonrisa se asomara entre las comisuras de sus rosados labios — ¿No crees que si quisiera matarte me complicaría un poco menos la vida? — negó divertida extendiendo una manta justo al borde del acantilado.

El muchacho la observó indeciso.

—Oh por el amor de Merlín, Potter. No voy a matarte. Solo pensé que podía ser agradable ver la luna desde aquí, mientras tomamos un par de cervezas de mantequilla y algunos dulces — declaró, a la par que sacaba un par de botellines de una cestita de mimbre y los balanceaba delante de los ojos del merodeador.

—Vale. Voy a elegir fiarme de ti — aceptó finalmente tomando una de las cervezas, antes de tomar asiento en la manta.

—Así me gusta. Godric Gryffindor estaría orgulloso — replicó en respuesta la joven dejándose caer a su lado.

James sonrió antes de chocar su botellín contra el de ella a modo de brindis y darle un largo trago.

—Estoy seguro de que su valentía lo llevó de cabeza a la tumba — insistió, agarrándose al hecho de que no se sabía nada en absoluto sobre la fecha o motivo de la muerte del fundador de la casa de los leones.

Lily negó antes de llevarse una babosa de gelatina a la boca.

—Yo creo que sencillamente murió de viejo, ¿no crees que si hubiera perecido en una épica batalla a muerte contra un poderosísimo mago tenebroso lo sabríamos? — cuestionó con obviedad.

James dio un nuevo trago a su bebida sin dejar de sonreír.

—Me aventuraría a asegurar que se lo cargó Salazar Slytherin, después de que acabara con el romance que mantenían y le diera calabazas al darse cuenta de que era un racista de mierda.

Lily se atragantó con su bebida y empezó a toser escandalosamente.

—Eres idiota, James Potter, casi me ahogo de la risa por tu culpa — regañó golpeando su hombro con el de él, sin dejar en ningún momento de reír.

James correspondió su risa, y de un momento a otro ambos se quedaron en silencio con la mirada fija en el cada vez más oscurecido horizonte.

—¿Crees que estará bien?. Para esta hora ya estarán… encerrándolo — musitó el gryffindor, visiblemente afectado.

Lily dejó escapar un largo suspiro.

—Creo que Remus es mucho más fuerte de lo que parece — opinó colocando su mano sobre la del merodeador — A veces pienso en lo difícil que debe ser para él vivir con esto a diario y me rompe el corazón, pero luego recuerdo la increíble persona en la que se ha convertido a pesar de las dificultades que le ha tocado vivir y no puedo sino sentir orgullo — admitió.

James asintió conforme.

—¿Sabes?. Haría cualquier cosa para lograr que fuera feliz, que pudiera vivir tranquilo sin tener que preocuparse por ser un potencial peligro para el resto, o por la discriminación que sufriría si alguien se enterara de que es un hombre lobo.

—Lo sé. Y eso te convierte en un gran amigo y en un mejor hombre.

El merodeador sonrió.

—¿Hombre?. ¿No era un niñato inmaduro que iba por ahí hechizando a diestro y siniestro mientras se creía el adalid de la justicia? — cuestionó enarcando una ceja.

—Eso también — bromeó la gryffindor dejando escapar una carcajada, mientras se llevaba nuevamente el botellín a los labios.

En ese preciso momento, la alarma de su reloj de muñeca comenzó a pitar insistentemente irrumpiendo la quietud del ambiente.

—Bien, justo a tiempo — celebró Lily incorporándose de un salto.

—¿Justo a tiempo para qué? — preguntó el merodeador confundido.

—Está a punto de salir la luna — señaló ella en respuesta, mientras caminaba en dirección al curioso árbol, deteniéndose a escasos tres metros de su tronco.

Para ese punto James no entendía absolutamente nada, así que sencillamente se limitó a seguir a la joven en su arrebato de locura.

Durante un rato no pasó nada, se encontraban parados en completo silencio con la mirada fija en el singular roble que presidía la explanada. Pero justo cuando el muchacho se disponía a preguntar, el repetitivo crujido de decenas de pisadas sobre la hierba rompió abruptamente la quietud presente hasta ese momento.

La luna de sangre brillaba en toda su plenitud sobre sus cabezas, tiñendo la noche de un ligero tono cobrizo.

Y antes de poder siquiera darse cuenta, al menos una docena de tiernos mooncalf* correteaban a su alrededor, dibujando con sus huellas diversos patrones geométricos sobre el pasto del suelo.

La danza mooncalf — musitó James sin despegar ni por un instante la vista de los simpáticos animalitos de grandes ojos.

Lily asintió.

—Sí, solo salen durante la luna llena, y nunca había tenido la oportunidad de ser testigo de algo tan especial como esto. Así que pensé que quizás a ti también te gustaría — explicó encogiéndose de hombros.

James negó con la cabeza sin terminar de creer lo que estaban viendo sus ojos.

—Eres jodidamente increíble, Lily Evans — halagó, antes de tomarla de improviso de la parte trasera de los muslos y elevarla unos centímetros sobre el nivel del suelo, consiguiendo que la pelirroja dejara escapar un gritito de sorpresa.

La muchacha aprovechó la cercanía para hundir las manos en su cabello, peinándolo hacia atrás con suavidad, mientras los ojos del merodeador permanecían fijos en ella.

—¿Puedo besarte ya?.

Lily asintió tímidamente con una sonrisa dibujada en el rostro, y tras hacerlo, los labios del joven envolvieron los suyos en una suave y cálida caricia.

—Podría acostumbrarme a esto — murmuró contra su boca.

—Esa es la idea —- sonrió él antes de darle un último beso, esta vez en la punta de la nariz, y devolverla de vuelta al suelo.

Lily suspiró.

—Se hace tarde, creo que deberíamos regresar antes de que alguien se percate de nuestra ausencia, de lo contrario vamos a tener que contestar demasiadas preguntas…

El merodeador asintió.

No obstante, por las expresiones de sus rostros, cualquiera hubiera podido adivinar que de haber podido, habrían alargado su aventura durante al menos un par de horas más.

Y tras recorrer el camino de vuelta en dirección al bosque, emprendieron el vuelo con destino a Hogwarts, a lomos de Buttercup y Westley.

Los jóvenes sobrevolaron el terreno por encima de las copas de los árboles, con el firmamento nocturno salpicado de estrellas y la luna roja como únicas fuentes de iluminación.

Sin embargo, cuando se encontraban a escasos metros de los terrenos de la escuela, pudieron divisar desde la distancia como grandes columnas de fuego recorrían de una punta a otra la villa de Hogsmeade.

Lily y James intercambiaron una breve mirada de intranquilidad, antes de descender con rapidez en dirección a los establos. Y tras resguardar a los hipogrifos en sus respectivas cuadras, partieron a toda velocidad en dirección a la escuela para tratar de averiguar qué estaba sucediendo.

Los gritos de auxilio no tardaron en invadir sus oídos una vez alcanzaron la intersección que unía los caminos entre los terrenos de la escuela y la villa.

Decenas de alumnos recorrían el sendero con la ropa completamente chamuscada, y múltiples magulladuras y heridas, algunas de las cuales se veían realmente graves.

—¿Qué…qué ha pasado? — exigió James interponiéndose en el camino de una joven con el uniforme de la casa Ravenclaw.

La cara de pavor de su rostro lo decía todo.

—Explosiones, decenas de ellas, han destruido casi por completo Hogsmeade. Los profesores están tratando de evacuar al máximo número de alumnos posibles antes de que lleguen los aurores — explicó sin dejar en ningún momento de sollozar.

Las expresiones de horror en las caras de Lily y James no se hicieron esperar.

—¿Cre…crees que todos estarán bien? — se atrevió a preguntar refiriéndose a sus amigos.

—Solo hay una manera de averiguarlo. Vamos a buscarlos — declaró el merodeador en tono decidido, tomando la mano de la chica para conducirla en dirección al castillo.

No recordaba haber corrido tanto nunca antes en su vida. Pero de igual forma, avanzar esquivando al resto de alumnos asustados se hacía realmente difícil.

Al alcanzar la puerta central, casi como si alguien hubiera escuchado sus plegarias, divisaron a Sarah a escasos metros de ellos. Para su tranquilidad la castaña no tenía ni un solo rasguño, lo que inevitablemente les dio algo de esperanza.

—¡Sarah! — gritó Lily antes de echar a correr en su dirección y envolverla entre sus brazos.

—¡Lils! ¡James!, ¿Estáis bien? — interrogó con un marcado tono preocupado recorriéndolos de arriba a abajo con la mirada.

Ambos muchachos asintieron.

—Sí, ¿Qué ha pasado?. Una estudiante de la casa Ravenclaw nos ha contado que ha habido varias explosiones en Hogsmeade.

Sarah asintió.

—Aún no se sabe qué ha ocurrido exactamente, pero la mayoría de profesores han acudido a la villa a auxiliar a los heridos y al resto de personas que hayan podido quedar atrapadas entre los escombros — relató — Iba con Remus de camino al despacho de Dumbledore cuando comenzamos a escuchar los gritos de auxilio — se estremeció.

James abrió mucho los ojos ante la mención de su amigo.

—Y Remus…

—Está bien. Sólo ha habido un pequeño cambio de planes y en lugar de encerrarlo bajo tierra en medio del Bosque Prohibido, Dumbledore ha creído que dada la situación estaría mejor dentro del castillo, así que la profesora McGonagall ha habilitado una de las salas de entrenamiento y la ha sellado con hechizos silenciadores y de contención para que pueda pasar allí la noche sin llegar a ser un riesgo para el resto de alumnos — informó Sarah, dejando escapar un largo suspiro.

El merodeador asintió conforme.

—¿Y el resto? — se atrevió a preguntar Lily.

La angustia se hizo visible en el semblante de la castaña.

—Los he buscado por todas partes, pero no he logrado encontrar a ninguno de ellos — lamentó con voz apesadumbrada.

—Sé cómo podemos dar con ellos. No os mováis de aquí, enseguida vuelvo — declaró James, antes de salir corriendo escaleras arriba en dirección a la Sala Común de Gryffindor.

El merodeador no se hizo esperar demasiado y en no más de diez minutos estaba nuevamente frente a ellas con la respiración completamente agitada y un amarillento pergamino entre las manos.

—Juro solemnemente que esto es una travesura — apuntó en dirección al mismo.

Las caras de las jóvenes eran un auténtico poema, sobre todo cuando al asomar sus cabezas para vislumbrar su contenido descubrieron que era un mapa de la escuela, con la posición a tiempo real de todas y cada una de las personas situadas dentro de los límites del terreno comprendido en el mismo.

James comenzó a recorrer uno a uno los diferentes niveles y estancias hasta dar con los dos de los nombres que buscaba.

—Sirius y mi prima están juntos — informó.

—Menuda novedad. Dime algo que no sepa, esos dos pasan más tiempo juntos que separados — negó Lily.

—No me has dejado terminar — replicó James en respuesta, mientras mordía con fuerza su labio inferior — Están juntos, en el despacho de Slughorn en las mazmorras.

Los tres muchachos intercambiaron breves miradas de confusión, antes de emprender a toda prisa el camino en dirección a las mazmorras.

Cruzaron el largo pasillo que recorría de un lado a otro la estancia, y tras pasar de largo el aula de pociones y el armario de calderos, al fin alcanzaron la sala donde se encontraba situado el despacho.

—¿Creéis que deberíamos llamar? — preguntó James dubitativo sin terminar de decidirse a desbloquear la puerta.

Lily rodó los ojos.

No tenían tiempo para tonterías, ni mucho menos para formalidades. Por lo que a modo de respuesta extrajo su varita y apuntó con ella en dirección a la puerta.

James tragó saliva.

El golpe de varita abatió de golpe las bisagras, revelando la estampa de sus dos amigos recostados el uno junto al otro medio desnudos, mientras el resto de su ropa se encontraba desperdigada por el suelo a su alrededor.

La reacción de todos ellos no tardó en hacerse esperar, James clamaba al cielo cómicamente gritando una y otra vez 'mis ojos, mis ojos', mientras que Sarah y Lily permanecían con la vista fija en el suelo y las mejillas teñidas de un rojo intenso.

—¿Puedes decirlo más alto?. Creo que en Durmstrang aún no se han enterado… — regañó Ali en dirección al dramático gryffindor, mientras trataba a toda prisa de recuperar el resto de sus prendas y se las ponía a trompicones.

Sirius no tardó en imitarla, y cuando ambos muchachos estuvieron completamente vestidos, sus amigos al fin consideraron seguro volver a destaparse los ojos.

—Por el amor de Merlín, chicos. ¿En qué centauros pensabáis cuando considerásteis que era una buena idea intercambiar fluidos en medio del despacho del maldito profesor de pociones? — reclamó Lily con una marcada mueca de incomodidad — No sabéis lo preocupados que estábamos… supongo que no tenéis ni la menor idea de que está pasando ahí fuera, ¿verdad? — cuestionó.

Alison y Sirius intercambiaron sendas miradas de confusión.

Pero justo cuando Lily se disponía a acceder al interior de la sala, el moreno la frenó elevando una mano.

—Yo que tú no haría eso pelirroja, si avanzas un paso más vas a salir despedida contra el muro que tienes a tu espalda — avisó — Embrujo antiintrusos. Por eso estamos aquí, nos quedamos encerrados y según la rubia, el único que puede deshacerlo es quién lo conjuró, así que… ¿Alguno puede avisar a Slug? — pidió en tono de súplica — Y de todas formas…¿Qué nargles está pasando ahí fuera?. Hemos oído gritos pero pensamos que serían los alborotadores de primero.

Sarah negó con la cabeza.

—Hogsmeade ha sido atacada con una serie de explosiones simultáneas, seguramente premeditadas, aunque aún no hay mucha más información al respecto. Pero sí muchísimos heridos, por eso mismo estamos intentando reunir a todo el grupo y asegurarnos que todos estamos sanos y salvos — explicó con marcado tono de preocupación.

Ambos jóvenes abrieron mucho los ojos visiblemente consternados.

—¿Quién falta? — se atrevió a preguntar Sirius pasados unos segundos.

—Aún nos queda dar con Peter y con Carol. He intentado localizarlos en el mapa pero nada, deben estar en algún punto fuera de los límites — conjeturó James, tratando de controlar por todos los medios el temblor que amenazaba con apoderarse de su voz.

Nunca antes había estado tan preocupado por la seguridad de sus amigos. Por una vez el riesgo era real, y hasta que no estuviera completamente seguro de que todos ellos estaban sanos y salvos no se quedaría tranquilo.

—Sí, y no sé hasta qué punto será una opción avisar a Slughorn para sacaros de aquí, la mayor parte del profesorado se encuentra en la villa ayudando a los heridos — informó Lily, mientras trataba por todos los medios de buscar una solución que resolviera el embrollo en el que se habían metido.

—Normalmente el embrujo antiintrusos suele estar ligado a un par de objetos de la sala en la que se lanza, creando una barrera mágica invisible entre ellos. Por lo que si conseguimos romper temporalmente su conexión, el hechizo se quedaría sin efecto el tiempo suficiente como para que podáis salir antes de que vuelva a activarse — propuso Sarah encogiéndose de hombros.

No estaba del todo segura de su descabellada teoría, pero aún así eso seguía siendo mejor que nada.

—Vale, ¿y cómo hacemos para romperla? — preguntó Sirius esperanzado.

Sarah se llevó un dedo a los labios pensativa.

—Existe un hechizo que quizás pudiera funcionar. Sirve para interrumpir encantamientos y conjuros mucho más potentes, por lo que lo normal sería que funcionara de igual forma — intervino Lily a modo de propuesta.

Sirius asintió.

—En ese caso, lo dejo en tus manos pelirroja, si alguien puede hacerlo esa eres tú — aceptó el merodeador.

La muchacha negó con la cabeza divertida.

—Necesito que os resguardéis tras el escritorio por si acaso esto no sale bien del todo — indicó en tono vacilante — Y vosotros, fuera del umbral de la puerta — continuó en dirección a Sarah y a James.

Los muchachos siguieron al pie de la letra sus indicaciones, y una vez hubieron tomado sus respectivas posiciones, la pelirroja cerró los ojos y realizó una respiración profunda antes de elevar la varita en dirección a la barrera mágica invisible.

¡Partis temporus!* — exclamó con decisión.

Y tras hacerlo, el muro invisible se tiñó ligeramente de azul desvelando finalmente su estructura, antes de dividirse justo por la mitad, dejando un camino libre en el centro.

Tanto Sirius como Alison asomaron tímidamente la cabeza por encima del escritorio y al percatarse de que tenían vía libre para escapar, corrieron sin dejar pasar ni un solo segundo en dirección al umbral de la puerta, logrando finalmente abandonar esa dichosa sala.

—Gracias. Gracias. Gracias — agradeció Sirius tomando en volandas a la pelirroja mientras daba vueltas sobre sus talones.

Lily lo regañó instándole a devolverla de vuelta al suelo. Requerimiento al que por su puesto el merodeador se negó en un primer momento, con el único objetivo de hacerla de rabiar.

James por su parte, enarcó una ceja, inevitablemente divertido por el repentino derroche de afecto de su amigo hacia la muchacha a la que tantas veces había jurado odiar, a la par que abrazaba con cariño a su prima, feliz de descubrir que tanto ella como Sirius estaban perfectamente sanos y salvos.

—Ahora entiendo porque te resistías tanto a salir con Rosier — bromeó sin poder contenerse, ganándose en consecuencia un más que merecido manotazo de parte de la rubia.

Y tras un par de abrazos y achuchones, todos ellos emprendieron nuevamente la búsqueda para tratar de localizar al resto de sus amigos.


Caroline Rose estaba junto a Amos Diggory en la verdulería 'The Magic Neep' cuando escucharon la primera explosión. Los muchachos habían aprovechado su excursión a la villa para hacerse con algunas semillas de Malva Dulce para la clase de Herbología, antes de encaminarse en dirección a la famosa tetería de Madame Tudipié, donde degustarían sus famosas pastas con mermelada de frambuesa, acompañadas de un par de tazas de reconfortante té de jengibre.

En un primer momento pensaron que un siniestro accidente había sido el causante del estruendo. Sin embargo, en cuanto las explosiones empezaron a sucederse, tuvieron la certeza de que la situación estaba lejos de poder ser calificada como una catástrofe fortuita.

Por suerte para ambos, la verdulería mágica estaba justo al otro lado del arroyo, y por lo tanto lo suficientemente alejada del pueblo como para no resultar un objetivo útil, así que tanto ellos como su amable dependiente Matthew Teasdale habían resultado ilesos.

El camino de vuelta a Hogwarts fue una auténtica pesadilla, casi costaba creer que lo que percibían sus sentidos fuera completamente real. La gente huía despavorida, intentando por todos los medios arribar a un lugar seguro. Los gritos de auxilio eran ensordecedores y había sangre, había mucha sangre por todas partes.

No obstante, en lugar de dejarse llevar por el pánico, los muchachos trataron de evitar por todos los medios que el terror los dominara. Claro que estaban asustados, serían unos necios de no estarlo, pero la realidad era que no tenían ni un solo rasguño, por lo que lo mejor que podían hacer es ayudar a atender a los heridos. Después de todo, harían falta muchas manos amigas en la enfermería.

Poppy Pomfrey agradeció enormemente su gesto y enseguida los puso manos a la obra. Caroline se encargó de limpiar y desinfectar algunas heridas superficiales, mientras que Amos clasificaba a los heridos a su llegada, seleccionando aquellos que debían ser enviados de forma urgente e inmediata a San Mungo como consecuencia de la gravedad de sus lesiones.

—¡Carol! — escuchó gritar desde el umbral de la puerta, antes de que un huracán de nombre James Potter corriera en su dirección y la envolviera con fuerza entre sus brazos.

Al castaño le siguieron el resto de sus amigos, que con lágrimas en los ojos manifestaron su felicidad por haber hallado a la gryffindor completamente sana y salva.

Amos no tardó en acercarse al grupo y abrazar de igual forma a todos y cada uno de ellos. Incluido James, al que poco le faltó para ahogar al hufflepuff, debido a la gran presión que había ejercido como consecuencia de su arrebato de hermandad.

—Ya es suficiente, James — señaló Caroline, tirando con fuerza del brazo de su amigo para separarlo de su novio.

El joven respiró profundamente tratando de rellenar nuevamente sus reservas de aire.

—¿Hipogrifo Salvaje? — interrogó de improviso el hufflepuff, recibiendo en consecuencia muecas de confusión de parte del resto de los miembros del grupo, que a esas alturas consideraban seriamente la posibilidad de que la falta de oxígeno hubiera afectado a su juicio — Hipogrifo Salvaje — volvió a insistir en dirección a James — Ese es el perfume que llevas, ¿no?.

—Emmm sí, eso creo, me lo regalaron mis padres por Navidad — respondió titubeante, sin llegar a entender cuál era el punto de esa pregunta en aquel preciso momento.

El hufflepuff asintió pensativo.

—Branston llevaba exactamente ese mismo perfume en nuestra salida a Hogsmeade, pero él jura que jamás estuvo allí, ni siquiera recuerda haberme visto ese día — relató, con una mueca de diversión dibujada en el rostro.

Le había pillado y lo sabía. Y de no haber estado seguro del todo, la cara de pavor del merodeador había terminado por confirmar su descabellada teoría.

Caroline abrió la boca sorprendida.

—¡Eras tú! ¡Cómo he podido no darme cuenta antes! — exclamó en tono acusador señalando con el dedo índice en dirección a su amigo — ¿Por qué te estabas haciendo pasar por Branston, James? — inquirió.

Para ese punto, Alison y Sirius no entendían absolutamente nada, Lily tenía una perpetua expresión de tierra trágame dibujada en el rostro y Sarah estaba más perdida que un bowtruckle en el desierto.

—Yo… salgo con alguien desde hace un tiempo. Pero no queríamos que nadie lo supiera por el momento, así que pensé que quizás la poción multijugos podía ser una buena forma de estar juntos sin que nadie se diera cuenta — admitió finalmente encogiéndose de hombros.

Las caras de estupefacción del resto no se hicieron esperar.

Sobre todo la de Sirius, que debatía en su fuero interno si tenía derecho a estar enfadado con su mejor amigo por no haberle contado nada, cuando él mismo le había ocultado lo de Alison, dos veces.

—Nuestra historia es complicada. Muy complicada, para ser más exactos. Entonces pensé que lo mejor era no decir nada hasta que ambos estuviéramos realmente seguros — suspiró, asumiendo toda la culpa, sin intención alguna de arrojar a Lily a los leones.

—Por favor, dime que no es ninguna slytherin — suplicó Sirius llevándose las manos a la cara mientras se temía lo peor.

—¿Qué?. Claro que no, Pads. ¡¿Por quién me tomas?! — exclamó en tono ofendido — Es solo que… no es tan sencillo.

La boca de Sirius se abrió instantáneamente cuando el nombre de una posible candidata le vino a la mente.

—¿No será Minnie?. Siempre he pensado que os traéis un rollo un poco extraño, sobre todo porque no paras de darle excusas para que te castigue — bromeó, golpeando el hombro de su amigo de forma sugerente.

James por poco se ahoga de la risa.

—Claro que no, lo mío con Minnie es meramente platónico.

—¿Entonces? — insistió Alison, demasiado picada por la curiosidad como para poder dejar pasar el tema.

—Entonces le prometí que no diría nada, y no voy a faltar a mi promesa — aseguró en tono decidido.

Lily le regaló una mirada cargada de gratitud antes de decidirse a hablar.

—Soy yo — admitió dando un paso al frente.

—¿Qué eres tú el qué? — cuestionó Alison confundida sin entender absolutamente nada.

Para ese punto, el resto, que a diferencia de la rubia habían pillado a la primera el mensaje, permanecían estáticos sin saber muy bien qué decir.

Después de todo, ¿en qué extraña e improbable realidad alternativa los archienemigos James Potter y Lily Evans pasaban de odiarse a muerte a amarse con locura?. Al parecer, en esa misma.

—Soy yo. La chica misteriosa de la que habla, soy yo — volvió a insistir, a la par que enlazaba tímidamente su mano con la del merodeador.

No obstante, antes de que alguno de sus amigos pudiera siquiera reaccionar o decir algo al respecto, una pareja de aurores irrumpió en la enfermería portando una camilla donde yacía su amigo Peter inconsciente, con el rostro cubierto de hollín, y la ropa completamente chamuscada.


Peter Pettigrew despertó al día siguiente en la enfermería de la escuela.

Su cuerpo se encontraba completamente agarrotado, tanto que no podía evitar gemir de dolor al tratar de hacer el más mínimo movimiento. Tenía la boca pastosa y tan seca como si hubiera estado comiendo arena del desierto.

El merodeador trató de hablar para avisar a la enfermera de que había despertado, no obstante sus cuerdas vocales no lograron emitir palabra alguna, sino únicamente una serie de sonidos ininteligibles, que por suerte alertaron a la sanadora.

—Me alegra saber que al fin ha despertado, señor Pettigrew, nos tenía muy preocupados — declaró la enfermera a modo de saludo mientras ayudaba al muchacho a incorporarse, antes de tender un vaso de agua fresca en su dirección.

El gryffindor lo tomó con manos temblorosas mientras miraba a un lado y a otro tratando de entender qué era exactamente lo que había sucedido, no obstante, las gruesas cortinas que rodeaban la cama le impedían ver nada más allá del pasillo situado a la espalda de la señora Pomfrey.

—Iré inmediatamente a avisar al profesor Dumbledore de que has despertado. Quería ser el primero en hablar contigo cuando lo hicieras — informó en marcado tono compasivo, antes de volver a cerrar tras ella.

Peter se recostó sobre la almohada, mientras masajeaba sus sienes tratando de recordar.

Recordaba la explosión, haber tratado de escapar, los mortífagos, la marca tenebrosa, el cobertizo, el incendio, el humo, las llamas y…Daphne.

¡Gárgolas galopantes!. Debía buscar a Daphne cuanto antes y asegurarse de que la muchacha estaba sana y salva. ¡Qué suerte habían tenido de que los aurores hubieran llegado justo a tiempo para salvarlos!, de lo contrario habrían acabado pereciendo entre las llamas.

Sin embargo, justo cuando se disponía a escapar del cubículo, las cortinas volvieron a correrse revelando tras ellas al resto de los merodeadores. Incluso Remus estaba allí, vale que su apariencia no fuera la mejor, las lunas llenas lo dejaban completamente magullado, lleno de arañazos y con los niveles de energía bajo mínimos, pero de igual forma el muchacho había hecho el esfuerzo de ir a visitarlo, lo que inevitablemente encendió el corazón del rubio.

Claro que eran sus amigos. Sus mejores amigos. Y como no podía ser de otra forma, estaban ahí para él, tanto en las buenas como en las malas, al igual que otras muchas veces Peter había estado ahí para ellos cuando lo habían necesitado.

—¿Cómo te sientes Wormy? — preguntó James rompiendo el hielo, a la vez que se situaba a la derecha de la cama.

Remus y Sirius no tardaron en seguir sus pasos.

Peter levantó el pulgar a modo de afirmación, pues seguía sin poder emitir ni una sola palabra. Y muy probablemente hasta que su garganta se recompusiera seguiría sin poder hablar con normalidad.

No obstante, de igual forma, articuló el nombre de la hufflepuff con los labios a modo de pregunta.

Sus amigos intercambiaron sendas miradas de inquietud.

¿Dónde está? — volvió a articular sin emitir sonido alguno, con la esperanza de que los chicos volvieran a leerle los labios.

Su nivel de ansiedad no hacía más que incrementarse como consecuencia de la incertidumbre, haciendo que a ese punto su corazón latiera completamente desbocado, tanto que era capaz de escuchar el eco de sus latidos.

Remus se aclaró la garganta antes de intervenir.

Después de todo, siempre había sido el más racional de todos ellos a la hora de tratar temas especialmente delicados.

—Cuando llegaron los aurores era demasiado tarde para ella, Peter. Intentaron reanimarla, sanarla con magia, pero Daphne hacía tiempo que se había ido — consiguió decir con la voz entrecortada.

No. No. No. No. No. No.

No podía estar muerta.

Daphne no podía estar muerta.

Ellos estaban felices, al fin se habían besado, caminaban de la mano mientras bromeaban.

No podía estar muerta.

Debía de ser un sueño, una horrible pesadilla de la que no tardaría en despertar.

Peter negó enérgicamente con la cabeza mientras las lágrimas comenzaban a encharcar sus mejillas.

—Lo sentimos mucho, tío — consiguió decir Sirius mientras luchaba a toda costa por contener las lágrimas.

Daphne no merecía eso. Peter no merecía eso. Ese no podía ser el final de su historia. Pero lo era.

Y allí mismo, junto a la cama de la enfermería sus tres amigos lloraron de impotencia, acompañando con sus lágrimas los sollozos del rubio mientras lo abrazaban con fuerza, prometiendo que nunca más permitirían que nadie volviera a hacerle daño.


*'El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde': novela corta escrita por Robert Louis Stevenson, que narra la historia de Jekyll, un científico que crea una poción o bebida que tiene la capacidad de separar la parte más humana del lado más maléfico de una persona. Cuando Jekyll bebe esta mezcla se convierte en Edward Hyde, un criminal capaz de cometer cualquier atrocidad. Según se cuenta en la novela, en nosotros siempre están el bien y el mal juntos; por eso, Hyde, símbolo de todo lo perverso, resulta repugnante a todo aquel que lo ve.

*Hengist de Woodcroft: Fue un mago conocido como el fundador de Hogsmeade en Escocia. Nació en la Edad Media alrededor del año 982 (No se sabe su fecha de nacimiento exacta). Asistió a Hogwarts, en donde fue seleccionado como un orgulloso Hufflepuff. En su vida de adultez se le atribuye principalmente la fundación de Hogsmeade, luego de ser expulsado de casa por sus padres muggles. Luego de este suceso, se dice que vivió en Las Tres Escobas durante el resto de su vida.

*Referencia al juego Hogwarts Legacy.

*Mooncalf: Es una criatura tímida que sólo sale de su madriguera durante la luna llena. El Mooncalf tiene una piel gris pálida y cuatro piernas delgadas que terminan en grandes pies planos. También tiene ojos saltones que están en la cima de su cabeza. Una vez que el Mooncalf está bajo la luz de la luna, realiza movimientos de baile complicados sobre sus patas traseras. Se cree que esto es parte del ritual de apareamiento de los Mooncalf pero también tiene el efecto secundario de la creación de patrones geométricos en campos de trigo que confunden a los muggles. El estiércol del mooncalf, si se cosecha antes de que salga el sol, hará que las plantas mágicas crezcan más rápido y sean más fuertes.

*Partis temporus es el conjuro de un encantamiento que divide temporalmente un objetivo en dos, creando una brecha en donde sea que el lanzador haya apuntado su varita. Este hechizo es especialmente utilizado contra hechizos elementales, como el fuego maligno, y hechizos de defensa, protego maxima, por ejemplo. El efecto de este hechizo es muy versátil, ya que puede utilizarse para crear un camino entre alguna sustancia, como el fuego, o para abrir una brecha en alguna superficie mágica, como las creadas por el encantamiento escudo y sus derivados.