Capítulo 6
Desde la puerta, Teresa observó la figura de Clare recargada en el balcón de su habitación, con la vista fija hacia el horizonte. La suave brisa soplaba y movía su cabello de lado a lado. La notó estremecerse ligeramente y abrazar su cuerpo, frotando sus brazos con sus manos para quitar esa sensación de escalofrío. Era ya muy tarde y la luna brillaba en lo alto, iluminando por completo la ciudad de Rabona.
Recordó el episodio de aquella misma mañana, con el chico que se había acercado peligrosamente a Clare quién sabe con qué intenciones. Había actuado rápido, por puro instinto. Atacar primero y hacer preguntas después. Su sorpresa fue tal al ver que se trataba de un simple niño, no mucho menor que Clare, pero con esa misma expresión de inocencia que la hizo enmudecer. No creía que quisiera robarla o hacerle daño, pero cuando se dio cuenta de esto ya era muy tarde. El niño ya estaba comiendo polvo encima de unas cajas rotas de madera con un corte en la ceja que sangraba profusamente. La visión de la sangre debió impresionar mucho a Clare, pero no a ella, que había visto demasiado. Primero quiso disculparse, ayudarlo a levantarse y limpiar su herida, pero seguía en shock. Si se tratara de un simple ladrón se habría marchado sin más, ignorando su miseria. Pero era sólo un niño que la había tomado desprevenida. Ahora que lo recordaba, ni siquiera estaba armado, y había soportado la fuerza de su golpe como un campeón.
Pero todo eso y más era justificable cuando se trataba de Clare. Más que morir por ella, mataría por ella. Por protegerla de todo peligro que hubiera allá afuera. Lamentablemente, por más que quisiera, no podía estar con ella las veinticuatro horas del día. Tenía sus propias obligaciones y sentía que, aunque Clare la amaba profundamente, tarde o temprano tendría que aprender a cuidarse sola, a tomar precauciones y juzgar a la gente antes de que tuvieran la oportunidad de hacerle daño.
Estaba próxima a cumplir los quince años, lo que significaba que su vida social se incrementaría, pues la vida de la aristocracia demandaba más reuniones, bailes y eventos entre los suyos, a los que ya no se podía negar por simple aburrimiento. Siendo una señorita, no pasaría mucho hasta que empezara a tener pretendientes, o que su padre decidiera prometer su mano por negocios y fortunas. Eso hacía hervir la sangre de Teresa, pensar en Clare como un objeto a comerciar y nada más. Pero ella no tenía el poder para oponerse. No siendo una simple guardaespaldas. En poco tiempo, y sobre todo si Clare se comprometía, sus servicios ya no serían requeridos, y tendría que buscar otro trabajo, probablemente fuera de Rabona.
Pero hasta entonces, haría su trabajo al igual que lo había hecho desde que Clare era muy pequeña. Y la protegería a costa de todo.
-Deberías descansar, Clare -exclamó con voz suave que la hizo volverse.
Clare se tranquilizó al ver su sonrisa y entró a la habitación cerrando las puertas del balcón detrás de ella. Desde que habían vuelto a la mansión, Teresa se había mostrado cortante con ella, con el ceño ligeramente fruncido, ni un asomo de sonrisa y respondiendo con monosílabos. Sentía que estaba enojada con ella, aunque no alcanzaba a comprender por qué. Ahora, sin embargo, volvía a su usual sonrisa de siempre, y sus ojos brillaron cuando la miró con la ternura que reservaba sólo para ella.
-Lamento lo de esta mañana. No pretendía reaccionar así, pero ese niño me dio un buen susto -explicó Teresa.
Clare recordó su rostro lleno de sangre y agachó la mirada. Teresa la tomó de la barbilla y le levantó la cara.
-Sabes que sólo hacía mi trabajo. No sé qué intenciones tenía, no pretendía arrojarlo tan fuerte pero no pude evitarlo.
-Lo sé -dijo Clare.
-Si algo te hubiera pasado…
-Lo sé, Teresa -repitió Clare con una sonrisa.
Teresa suspiró y se sentó en la cama.
-Mañana a primera hora quiero que me acompañes a un lugar. Te tengo un obsequio.
Los ojos de Clare se iluminaron.
-¿Qué es?
-No puedo decírtelo, pero sé que te gustará.
-¿No puedes darme ni siquiera una pista?
Teresa le puso una mano en la cabeza y le alborotó el cabello suavemente. A pesar de que había crecido algunos centímetros y su cuerpo era ahora el de una adolescente, seguía teniendo la curiosidad de una niña.
-Desde luego que no. Ahora ve a dormir, vendré a verte en la mañana.
Clare hizo un puchero pero obedeció. Se cambió de ropa y se puso su camisón blanco de algodón para meterse en la cama. Teresa se llevó la lámpara de aceite y salió de la habitación.
Tiene que ser un sueño, pensó Clare.
Las últimas luces del día se esfumaban rápidamente y entre las copas de los árboles ya reinaba la oscuridad. El silencio era extraño, como si se encontrara debajo del agua y no pudiera percibir lo que había a su alrededor. Ni siquiera sus pisadas eran audibles, aunque paso a paso sobre la hojarasca y las ramas debían producir algún sonido. Parecía que el bosque engullía todo, tanto su vista como el resto de sus sensaciones. Sus ojos se estaban tardando demasiado en acostumbrarse a la oscuridad, así que avanzó a tientas con los brazos estirados rogando internamente por no caerse y lastimarse.
Lo último que recordaba era que estaba con Teresa, pero no se la veía por ningún lado. Probó a llamarla, sin éxito. No es que no le saliera la voz, era que no tenía control sobre sus labios y su lengua, como si estuviera paralizada y su cuerpo se moviera por medio de unos hilos que la controlaban.
A lo lejos, diminuta, había una luz que rompía el negro del bosque. Siguió avanzando, alegre de tener en dónde posar su mirada para no andar a ciegas, y conforme se acercaba bordeando árboles nudosos y arbustos distinguió que era una fogata, mas no había nadie a la vista. Como si sus sentidos despertaran de un largo letargo, fue capaz de sentir el calor tocando su piel, ver con claridad las flamas rojas y amarillas danzando sobre los leños, y escuchar el crepitar de la madera y la hojarasca que se consumía.
Las copas de los árboles eran demasiado densas como para poder ver el cielo o alguna construcción que estuviera cerca. Estaba acostumbrada a ver la catedral de Rabona desde la ventana de su habitación, pero ahí no había nada de eso. Estaba en el corazón del bosque y se encontraba sola.
Tiene que ser un sueño, repitió.
Su memoria estaba ofuscada, sólo existía el presente. Pero la sensación de haber vivido algo similar no la abandonaba. ¿Cuándo había sido? Parecía un recuerdo lejano, y tan lejano que, irónicamente, le parecía haberlo soñado.
Lo único que sabía con certeza era que tenía que salir de ahí, y pronto. El bosque de día era peligroso, pero de noche era mortal.
Antes de poder girarse sintió una mano que se posaba en su hombro derecho. Se sobresaltó por el contacto pero su mente sugirió que probablemente se trataba de Teresa.
-¿En dónde estabas?
Clare se volvió por completo y se topó con un hombre alto que se encorvaba sobre ella. Sintió erizarse los vellos de su nuca y retrocedió un paso en respuesta. El hombre la miró de pies a cabeza y sonrió de lado. Clare detectaba el peligro pero no atinaba a escapar. Teresa, ¿en dónde se había metido? A estas alturas, en una situación similar, ya la habría salvado. Siempre contaba con su protección y por lo tanto no tenía nada encima con qué defenderse. Sus ojos buscaron alguna rama astillosa, o una piedra lo suficientemente grande para golpearlo, en vano.
El hombre avanzó un paso más hacia ella y detrás de él surgieron otros dos. Los tres la miraban con apetito, formándose ideas en su cabeza que hacían que a Clare se le revolviera el estómago.
-¡Teresa! -gritó, y se asombró de lo débil que sonaba su voz.
Los hombres ahora se reían de sus patéticos gritos de ayuda.
-Nadie vendrá a salvarte -dijo uno de ellos.
El que estaba más próximo a ella estiró la mano para tocarla y Clare cerró los ojos. El contacto nunca llegó, sólo una serie de sonidos secos y quejidos ahogados. Cuando los volvió a abrir vio que los tres estaban tirados frente a ella sujetando sus cabezas y sus rostros, al parecer retorciéndose de dolor.
-Tere…
Una mano se cerró alrededor de su muñeca y la jaló hacia el frente.
-¡Tenemos que salir de aquí!
Por primera vez Clare reparó en la persona que la jalaba. Esperaba ver la rubia cabellera de Teresa ondeando con el viento, su imponente silueta cerniéndose en el bosque y su brillante armadura plateada destellando en contraste con la oscuridad.
En cambio, vio a un niño de cabello castaño, varios centímetros más bajo que ella, vestido con un pantalón café, una camisa blanca de algodón y unas botas de cuero. En su mano que no la sujetaba llevaba un tronco grueso y salpicado de sangre. Y ahora estaban los dos corriendo hacia ningún lugar en particular, simplemente alejándose de la fogata y de los tres hombres que habían planeado atacarla. El niño la había salvado.
-Espera -exclamó Clare.
-¡No hay tiempo!
-¡Espera! -Clare se detuvo en seco y el niño trastabilló unos pasos y la soltó.
Entonces se volvió hacia ella y Clare pudo ver que se trataba del mismo niño que había visto la mañana del día anterior. Sus ojos azules estaban muy abiertos y dilatados por la poca luz que les llegaba. Respiraba agitadamente después de haber corrido.
-¿Quién eres? -preguntó Clare.
Tal vez no era el momento de detenerse a charlar, pero tenía que saberlo.
El niño abrió la boca para responder y entonces la luz brillante lo consumió por completo y la cegó por unos momentos.
Cuando abrió los ojos, ya era de día. Estaba acostada en su cama con la vista fija en la puerta de cristal de su balcón, por donde entraba de lleno la luz matutina.
Después de todo sí había sido un sueño. El recuerdo todavía estaba vívido, su corazón ligeramente acelerado por la adrenalina de escapar. Teresa no estaba por ningún lado, pero aquel niño la había salvado.
La puerta de su habitación se abrió y Clare se incorporó en la cama. Era Teresa, con su tenue sonrisa y un asomo de sorpresa en sus ojos.
-Clare, apenas venía a despertarte.
Clare sonrió en respuesta y se bajó de la cama, después la rodeó y envolvió a Teresa con sus brazos. La guerrera ya estaba vestida y uniformada, su brillante armadura impecable y la espada fija en el cinturón. Clare sintió el frío metal contra su piel y eso la reconfortó.
-¿Qué sucede? ¿Tuviste un mal sueño? -preguntó Teresa.
-No exactamente. Pero me alegro de verte.
Teresa le puso una mano en la cabeza y cuando se sintió libre de su abrazo se dirigió a su armario para sacar un vestido y sus botas.
-Ve a lavarte la cara -ordenó-. Nos iremos después de desayunar.
Continuará…
