Denle amor a este cap que me costó mil. Primero había escrito otra versión y la deseché a último momento y creo que fue lo mejor.


Bang Bang

por Syb

Capítulo XI: Onze


Koushiro había llegado a la oficina hace horas, pero apenas había encendido la computadora e ingresado sus credenciales. Simplemente se había quedado sentado en su silla frente al escritorio y dejado pasar las horas de la mañana, como si nada le importara. Se sentía enfermo y cansado, a veces enfadado, pero por sobre todo anestesiado. Odiaba el día en que su esposa había llegado con esos cupones para ir al gimnasio, y también se odiaba a sí mismo por odiar ese día. Mina era feliz por fin con ese estilo de vida, él no; pero la felicidad de su esposa era lo más importante. Sabía que su padre había elegido la economía como estilo de vida y ella había seguido sus pasos, como si quisiera conseguir su aprobación. Koushiro lo sabía, Mina lo negaba, pero era tan obvio desde que le dijo por qué había ido de intercambio para estudiar en la facultad de economía. Y era tan obvio también que se había casado con él como un acto de rebeldía hacia su padre. Y más obvio aún era el hecho de que Koushiro se había casado con ella porque Mina estaba tan despechada con la vida como él. Ella por su padre y él por Mimi.

Si Osen no hubiese nacido, Koushiro hubiese preferido haber salido corriendo del café donde se habían conocido y no haberle contestado nunca los mensajes. En ese momento de su vida, él estaba guardándose para cuando Mimi volviese a él; aunque aquella idea fuese tan irracional que hasta para Taichi.

—Sal con la chica —le dijo su amigo en su habitación de la universidad, con una lata de cerveza en una mano y una cara de disgusto—, tienes que salir con más chicas y olvidarte de Mimi. Además, Mina se ve buena.

Sin embargo, era evidente que Mina y él ya no se hacían bien el uno al otro, no si el ejercicio le había dado la confianza necesaria a Mina de aceptar en voz lo que quería y lo que no, y ella ya estaba dejando en claro que ya no lo quería cerca. La noche anterior, Koushiro apagó la consola en su oficina demasiado tarde y fue a la habitación matrimonial con la culpa necrosándole las entrañas, finalmente había tomado la determinación de vender aquella consola y decidido proponerle un cambio a su esposa, como por ejemplo cambiarse de ciudad. Cuando se acostó junto a su esposa, se prometió ser un mejor compañero y la abrazó. No recordaba la última vez que la había abrazado, pero entendía por qué lo había dejado de hacer, ya que no sintió nada. Y tampoco sintió algo cuando Mina lo rechazó, alegando que tenía calor. Quizás, el primer indicio del fin había sido su nueva vida como entrenadora.

En la oficina, tuvo una idea y por fin tecleó algo en la computadora. Abrió el buscador para luego escribir un nombre. Iori Hida. Memorizó su número de teléfono en caso de que lo necesitara dentro de la semana. Después de todo, en el desayuno todo quedó claro cuando, en medio del cuello de Mina, apareció un moretón que no parecía ser el resultado de un entrenamiento duro con el equipo femenino de fútbol soccer o de alguna otra actividad que involucrara pesos o elongaciones. Él sabía cómo entrenaba su esposa, la había acompañado demasiadas veces luego de que le dijera que ya no se sentía atraída sexualmente hacia él. No se había sorprendido al notarlo en su cuello, ni la insistencia de ella de cubrirlo con su cabello largo, era algo que sabía que ocurriría tarde o temprano.

A la hora del almuerzo, decidió que era momento de irse, pero no a su casa. Marcó a Miyako y la mujer le cortó inmediatamente, seguramente estaba intentando hacer dormir a su bebé y que le devolvería la llamada cuando la criatura estuviese dormida en otra habitación. Ese día tampoco había llegado a la oficina en bicicleta, así que pudo encerrarse en su automóvil por cuanto tiempo quiso, esperando la bendita llamada de la esposa de Ken. Mientras tanto, Koushiro tuvo que luchar contra sus ganas de golpear su cabeza contra el volante, el sonido del claxon era lo único que lo detenía; ya que no quería que todos en la empresa supieran que su jefe estaba teniendo un colapso mental en medio del estacionamiento.

—¿Koushiro? —preguntó Miyako en la otra línea apenas él contestó el teléfono, la mujer susurraba por lo que había podido comprobar su teoría: era el momento de la siesta de su bebé—. ¿Necesitas algo?

—¿Puedes ir por Osen? —respondió él con la frente apoyada en el volante.

—Claro que sí, Osen siempre es bienvenida… —dijo la mujer con el entusiasmo usual, Koushiro casi podía oírla hablar de cómo Kurumi y Osen eran las mejores amigas y pasaban toda la tarde conversando en la habitación de su hija, pero Miyako no dijo nada de eso y en su voz había colores de preocupación—. ¿Está todo bien?

—Claro que sí —le dijo con un tono de voz que poco les hacía justicia a sus palabras—. Tengo mucho trabajo que hacer.

—Entiendo —replicó Miyako con una risita, aunque ella había trabajado con Koushiro en aquella empresa antes de casarse con Ken y conocía bastante bien al señor Izumi para saber cuándo estaba mintiendo.

Ambos se conocían desde la escuela, cuando él era su mentor y ella una chiquilla fascinada por todo el conocimiento que almacenaba en su cerebro. Además, en esos momentos, él salía con la chica que más admiraba de la escuela. Ella y Mimi terminaron teniendo una química explosiva que pocas veces se veía. Luego de la escuela, Miyako lo siguió a la misma universidad y carrera, y la cercanía hizo que ella estuviera presente cuando él fundara aquella empresa en la que posteriormente ella trabajaría. Miyako era la persona que podía ver a Koushiro y saber siempre que, cuando Mimi pululaba en sus pensamientos, Koushiro se volvía una persona bastante miserable. Verlo en ese estado deplorable tantas veces hizo que lo bajara del pedestal que lo había puesto en la escuela.

Koushiro se quedó callado y Miyako pensó que era mejor terminar la llamada, pero algo la detuvo. El día anterior había hablado con Mimi en un café y desde entonces no podía dejar de pensar en Michael y el lavavajillas. Su corazón dio un brinco, siempre que Koushiro se sentía así de miserable en la universidad, a ella le daban ganas de golpearlo, decirle que madurara y que entendiera que Mimi ya estaba feliz con Michael y que era momento de olvidarla; pero ahora no podía decir lo mismo. Nunca esperó que el día en que el fin de su miseria podría llegar.

—¿Está todo bien con Mina?

Koushiro suspiró sonoramente con la frente aún pegada al volante haciendo que Miyako se sintiera culpable de preguntar.

—Llamaré a Iori —murmuró con fastidio.

—Oh… —soltó Miyako con sorpresa. No podía ser posible, se dijo, no sabía qué hacer con aquella información y simplemente se mordió la mejilla para no explotar. Iori era un abogado que se especializaba en familia y escuchar su nombre solo significaba una cosa: divorcio—. ¿Quieres hablar?

Koushiro soltó un nuevo suspiro y levantó la cabeza del volante por fin, solo sabía una cosa y era que no quería hablar de absolutamente nada. Él podía ser terriblemente transparente y no quería que Osen se diera cuenta que algo estaba sucediendo con su padre, por eso necesitaba alejarse de ella al menos por ese día. Hablar y desahogarse no era su forma de manejar sus problemas, lo único que necesitaba en esos momentos era enfocarse en otra cosa completamente distinta y evadirse con ella, como un nuevo videojuego violento y terrible. Mientras aprendía y mejoraba sus estadísticas en ese mundo ficticio, su mente daría rienda suelta a un monologo interminable que lentamente evolucionaría a algo coherente. Una solución de algún tipo, como la forma en la que hablaría con Mina de su eventual separación.

Lo amargo era que, al igual que Mimi en el instituto, Mina había elegido irse a los brazos de otro en vez de hablarle. Y fue entonces que su mente hizo sinapsis y le dijo que quizás ese era su problema: él no hablaba de los problemas hasta mucho tiempo después, cuando por fin él podía salirse de su cascarón y hablar de soluciones. Quizás cuando ya era demasiado tarde.

—No, solo necesito un videojuego nuevo —le dijo con una mueca de molestia y escuchó a Miyako suspirar con pesar.

—Lo sé, pero dime si necesitas algo, ¿sí? Siempre eres bienvenido aquí.

—Te llamaré más tarde.

Le envió un mensaje a Osen para avisarle que su tía Miyako iría por ella otra vez. Condujo sin pensar en nada hacia el centro comercial, pasó un lado del cine y trató de no visualizar en Mimi y su bebida cola; ni en el helado que le compró a Osen, solo necesitaba encontrar algo para mantener la mente ocupada. Aun si parte de él chillaba que debía empezar a hablar, quizás gritar y enfadarse, en vez de callarse como lo estaba haciendo. Y repetía el número de Iori una y otra vez como si fuese un mantra.

—Bienvenido —le dijo el encargado de la tienda de forma tan inesperada que Koushiro saltó como un ciervo asustado. El hombre le sonrió, incómodo, y pronto Koushiro lo reconoció como el que le había vendido el videojuego cuando Benjamin Barton fingió ser su hijo.

—Hola… —graznó y quiso seguir su camino, pero el hombre parecía querer seguir hablando.

—¿También viene por la expansión?

—Sí… —dijo solo por decir y siguió caminando, esperando que el hombre entendiera que era solo un introvertido que necesitaba buscar lo que quería en completo silencio, pero no lo hizo; en vez de eso, este se alejó de la caja registradora y empezó a caminar hacia él—. Puedo hacerlo solo.

—Ah… —dijo el hombre y se quedó parado a un lado de unas consolas en exhibición—. Su esposa ya está atrás.

—¿Qué?

—Su esposa…, dijo que quería probar la expansión… —le explicó—, al principio pensé que ella estaría enfadada por el juego y que venía a devolverlo, pero me sorprendió que quisiera verlo y jugarlo. Lleva un tiempo allá atrás.

Koushiro sintió que su alma se desprendía de su cuerpo y, sin decir palabra alguna, decidió ir hacia ella. Casi no podía respirar y sentía la boca seca, y su corazón lo sentía retumbar en sus oídos. Sabía que no era su esposa la mujer que jugaba a aquella expansión, pero aun así sentía el miedo irracional de que, al llegar a la sala de muestra, se encontraría con Mina y su moretón en el cuello, y le diría que ya había hablado con Iori Hida y que esperara lo peor. Sin embargo, cuando llegó a la parte de atrás de la tienda, su corazón se estremeció al ver a Mimi Barton intentando jugar, aunque no tuviera una buena postura ni tomara el control de manera apropiada.

—Mimi… —graznó y ella se enderezó como si un escalofrío recorriera su espalda.

Cuando ella se volteó a verlo, él notó que la mujer había estado llorando.

—Koushiro… —respondió ella y su mentón convulsionó levemente apenas lo vio parado frente a ella—. No puedo… —dijo entonces mientras miraba el control de la consola como si estuviera en medio de un colapso mental y un ataque de ansiedad—, no sirvo para esto, no puedo jugar con Benji.

—Está bien —murmuró él con una sonrisa con la que empatizaba con su dolor. Podrían pasar diez mil años y ella todavía tendría poder sobre él—, puedo ayudarte.

Ella asintió con desilusión, como si no creyera que alguien fuese capaz de ayudarla; como si él no estuviese ahí para ella ni que daría todo por hacerla feliz, y parte de él se sintió molesto. Él tomó asiento a su lado y extendió una mano para que ella le diera el control, fue entonces que notó que el pecho de la mujer se agitaba con cada respiración que daba y él sintió que su cuerpo se consumiría en llamas apenas ella rosara sus dedos con los de él. Koushiro sintió que empezaba a perder la cordura con cada segundo que pasaba junto a ella.

—Lo siento —le dijo ella, sin entregarle el control aún—, por todo.

Ella volvía a intentar disculparse por algo que había hecho en la escuela. Koushiro sonrió incómodo, no quería hablar de nada. Ni de lo de Mina ni lo que había pasado hace diez años. No quería escuchar la razón del por qué él no había sido suficiente para Mimi, o qué había tenido Michael que no tenía él. Solo quería estar con ella y disfrutar de su compañía y de todas esas sensaciones nostálgicas que pensó nunca más experimentaría junto a Mimi.

—Mimi…

—Eres tan bueno con Benjamin —le dijo ella y él solo podía mirar hacia la pantalla, donde el personaje de Mimi yacía muerto a la espera de que ella presionara el botón de reinicio para volver al juego para una nueva oportunidad—, incluso después de lo que te hice en la escuela.

—Él es solo un niño —le respondió encogido de hombros, intentando mantener la compostura aún si sintiera que estaba siendo imposible. Mimi estaba frente a él con la punta de la nariz roja y gotas entre las pestañas y él solo pensaba en besarle los labios como hace una década atrás.

—Me gustaría que Michael fuese como tú —resopló ella, mientras que, con la punta de sus dedos, intentaba limpiarse las lágrimas, pero muchas más brotaban de sus lagrimales como para que eso sirviera de algo. Koushiro no quería verla o querría limpiárselas él con sus propias manos. Él negó con la cabeza, aunque supiera que si ella hubiese dicho esas palabras hace diez años atrás, se pondría feliz; pero algo no se sentía bien. Michael no era parecido a él en lo más mínimo y por eso se había casado con Mimi—. No es buen padre como tú.

Koushiro sintió ganas de vomitar, pensando que se volvería loco si en diez años más, Mina volvería para decir exactamente lo mismo. ¿Por qué nadie era capaz de quedarse en el presente?

—Eso no cambia nada —le dijo él y por fin la miró.

No quería estar en esa conversación, pero Mimi lo había acorralado y ya no había escapatoria.

—Lo sé —respondió ella con nuevas lágrimas brotando—, lo elegí a él y no a ti —le dijo de la forma más cruda que pudo, pero de alguna forma supo que era consigo misma con quien estaba enfadada—. De todas formas, ya no importa, Michael está engañándome. Hoy hablé con Iori Hida y él me dirá qué debo hacer.

Mimi habló más rápido de lo que su mente pudo procesar, así que cuando se escuchó a sí misma, sintió que había compartido más información de lo que hubiese querido con la persona equivocada. La mujer se quedó petrificada a la espera de que el pelirrojo dijera algo, pero por más que esperara, nada ocurría. Intentaba contentarse de que, si bien era Mina con la que Michael estaba engañándola, no había dado demasiada información como para el pelirrojo se diera cuenta que hablaba de su esposa. Sin embargo, Koushiro cerró los ojos con hastío cuando cayó en cuenta del origen de ese moretón en el cuello de su esposa y trató de controlar la ira con una larga y profunda respiración, Michael Barton no parecía ser más que una peste contagiosa obsesionada con todo lo que él amaba.

—Mimi, deja de hablar, por favor —le pidió él y ella asintió con los labios sellados. Había demasiadas cosas que debía procesar y no era tan rápido con sus sentimientos como quisiera—. Necesito un momento.

—Sí…

Koushiro intentó relajar sus hombros y extendió su mano para que por fin Mimi le entregara el control de la consola. Estaba dispuesto a presionar el botón para revivir a su personaje y así poder enseñarle a la señora Barton a jugar, con la única finalidad de que ella fuese capaz de hacerlo más tarde con su hijo; pero no pudo. Cuando sus manos tuvieron el control, él simplemente soltó todo el aire de sus pulmones y lo dejó sobre el asiento. Estaba resignado.

—¿Koushiro? —preguntó ella con un hilo de voz—, ¿estás bien?

A la mierda, quiso decir, Mimi jamás se callaría, aunque se lo pidiera. No estaba en su naturaleza el callarse y él no podía luchar en contra de ella sin perder la batalla. La miró a los ojos y por primera vez se permitió preguntarse qué era lo que realmente amaba de ella, o si era la idealización la que la hacía irresistible. No eran el uno para el otro, él no podía pensar con ella a su lado hablando sin parar y sin pensar un segundo lo que salía de su boca. No sabía qué era lo que no le permitía superarla después de una década: quizás era su boca, o sus ojos color miel o su sonrisa.

—¿Koushiro? —dijo ella otra vez y él negó con la cabeza, necesitaba que lo dejara pensar de alguna forma.

—Cállate, por favor —le pidió con un hilo de voz y con el dorso de la mano le acarició una mejilla y luego la otra. De pronto, de la boca de Mimi salió un suspiro, así que él repasó sus labios con su dedo pulgar. No pudo aguantar sus ganas y se acercó a su boca de a poco, y como ella no se movió, la besó. Mimi pareció derretirse apenas sus labios se juntaron y le pareció que se moriría con solo oírla gimotear. Su cuerpo reaccionó tan rápido que sintió que se prendería en llamas, y con una desesperación que no reconocía de sí mismo, intentó abrazarla, pero sus manos no podían quedarse quietas en solo un punto de la silueta de Mimi. Ella cerró sus manos en su nuca, como si no quisiera que se alejara de sí ni un solo centímetro. Él no recordaba si alguna vez se habían besado así en la escuela, pero se alegraba de no tener que morir sin experimentarlo.

Había olvidado que estaban en medio de una tienda de videojuegos, pero de pronto todo volvió a su mente cuando el grito agudo de un niño inundó el lugar. Koushiro se separó de la mujer de sus sueños para ver al niño en cuestión, quien parecía ser mucho menor que su hija o Benjamin, y se preguntó si ese pequeño debería estar merodeando con tanta libertad por una tienda como esa. En ese mismo momento entró el encargado de la tienda con el padre de la criatura del grito y todos se miraron un segundo que pareció durar una eternidad.

—Ya nos vamos —dijo la mujer.