Miedo

Kagome:

Inuyasha abandona la habitación con una cínica sonrisa. Una expresión macabra, que me deja estática sobre las piernas que amenazan con lanzarme al suelo. Finalmente lo logran. Pero ni siquiera soy consiente de ello hasta que mis propias rodillas alcanzan a dar contra la superficie del piso. El rápido movimiento me provoca un leve escozor. Uno que llega a ser reproducido por mi garganta como un inaudible gemido. Más no le pongo importancia a como se sientan mis músculos y huesos rígidos en el suelo. Aquel sentimiento de impacto había conseguido dejarme totalmente muda. Sin el valor de poder decir palabra, o de soltar un simple lamento. ¡Ni siquiera era capaz de gritar! Era imposible hacer nada para apartarme de este trance. Que se siente como si yo misma bloqueara todo tipo de reacciones, y solo esté sumergida bajo la presión del momento.

«No... No puede ser Kagome ¡Todo esto es una vil mentira! ¡Un simple y sucio engaño ocasionado por tu propia mente!» Tenía que insistir en mí misma. Buscar la manera de creer que una tonta ilusión fue la causante de mi ausencia. Necesitaba contradecir los acontecimientos, y renegar ante la situación que se desató bajo estas cuatro paredes. Mi rostro se contrae de solo repasar el momento anterior. Es una sensación de cólera que me llena, y me asfixia, al punto de que la mirada se me nuble y la habitación empiece a darme vueltas. «Inuyasha no estuvo aquí. No habló contigo» Sollocé. Observando como mis manos agitadas, hacían una reacción en cadena que dirigía los espasmos por todo mi cuerpo. Escuchando con claridad como cada latido de mi corazón bombeaba fuerte dentro de mí. Cerré aquellas manos nerviosas en puños, cuando otro sollozo me abarcó de repente. Se me estaba dificultando respirar. Sintiéndome en una posición tan deplorable, mientras me encerraba para escaparme de todo lo manifestado. Quería convertirme en un pequeño ovillo que buscaba el calor de su propio refugio. Solo entonces, mis ojos comenzaron a escocer. Se habían llenado de lágrimas reprimidas, que rodaban por mis mejillas para caer como gotas salinas cargadas de rabia. Intentaba creer que todo esto solo se trataba de un simple espejismo, y que no me enfrenté a mi peor enemigo hace solo unos pocos minutos. Que no rondamos los dos por la misma ciudad, y que la separación es considerable entre cada uno de nuestros cuerpos. Que él tiene su vida, y yo tengo la mía de manera independiente. Sin haber nada que nos relacionara en lo absoluto. Exepto por una cosa «Moroha»

Abrí los ojos de golpe, y las lágrimas dejaron de bañar toda la piel enrojecida. Tan solo fueron pocos segundos de reflexión. Los suficientes como para volver a romperme y soltar alaridos como único sonido dentro del espacio «¡La vió! ¡Él vió a mi hija!» Y la mirada que me dedicó justo en ese momento, se clavó como puñales hirientes en mi interior. Cada punzada que me ofrecía venía untada del odio e incredulidad con la que me miraba. Y al principio intentaba mantenerme firme. Pero nunca conté con este último encuentro. Uno que logró desestabilizarme por completo. Aunque, por un momento pensé que no le creyó a mis palabras. Pude percibirlo por la manera en la que alzaba las cejas con la evidente duda. Y esperaba todo tipo de preguntas y reclamos. Esperaba gritos e insultos. Pero solo se limitó a asentir en silencio. Gesto que no ha dejado de preocuparme.

La naturaleza de Inuyasha es digna de un ser explosivo. No obstante, su silencio, es incluso mucho más aterrador que su ira.

"Esta no va a ser nuestra última conversación Kagome. Ten por seguro que voy a quedarme por un tiempo más en el pueblo"

«¡No! ¡No estoy preparada para enfrentarme a él todavía!» Anhelaba encontrar una solución para todo lo que se venía más adelante. Ya no podía tan solo esconderme o huir, como hice mucho tiempo atrás. Aquellos métodos infalibles que solo sirvieron para ocultarme del estallido, y que seguramente despertarían más sospechas de volverlos a utilizar. Sería ridículo escapar a estas alturas de mi vida; porque además, es algo que ya no quiero hacer. No cuando he conseguido estabilizarme. Por más que le tema a todo lo que se avecina, me reuso rotundamente a seguir en las sombras como un roedor nocturno. Ya no tengo dieciocho años. Y es por eso, que no permitiré que su presencia me supere igual que en el pasado. Sobretodo por mi hija; Ella no debe ser expuesta a cambios bruscos de la noche a la mañana. No quiero separarla de su entorno, y que pierda sus costumbres. Jamás ha abandonado este sitio y no conoce más allá de estas montañas. Sé reusaría a ello inmediatamente de tan solo proponérselo. Una mudanza es algo que deja mucho para suponer. Más cuando no hay una razón coherente que la justifique. Y Moroha es bastante lista, si ignoramos su comportamiento. Podría sospechar que algo extraño sucede, más no me gustaría que eso pasara. Ella nació aquí, es por eso que no quiero ser tan cruel como para separarla de sus amigas por culpa de un temor que solamente es mío. No merece cargar en sus hombros los problemas que solo yo tengo que afrontar. Incluso tampoco quiero sumergir en ello a la misma Sango; Una amiga que ya hizo demasiado por mí, y que tampoco me parece seguir dependiendo de ella, para finalmente convertirme en su responsabilidad. Tenía también su propia vida. La que prácticamente echó al abandono con tal de seguirme a estas montañas. No quiero que la historia se repita por segunda vez, vuelva a dejarlo todo por mi causa. Ella merece rehacer su vida. Y eso es algo en lo que no quiero interferir.

Tengo que asumir que no hay lugar que me refugie. Me siento obligada a dar la cara aunque el pánico carcoma cada parte de mi ser. Y aveces se me olvida que estoy en mi territorio, y que es algo que tengo a mi favor de cualquier manera. Hace mucho me habían propuesto regresar a Tokio. Cosa que descarté sin detenerme a meditarlo. Eso sería como ir directamente hacia la boca del lobo. Solo alguien en mi lugar estaría completamente loco para tomar una decisión así. Más, cuando hay varias personas residiendo ahí que no deseo ver ni siquiera en pintura. Y por personas no me refiero a aquellos que tengan que ver con Inuyasha, o sea, su familia.

De hecho, me estoy refiriendo a la mía. A esos individuos que lograron despertar un odio profundo, reflejando todo el dolor que me causó su rechazo en aquel momento. Un dolor que no se comparaba a ningún otro. Una traición, que superaba la mediocridad de los novios infieles o las amistades embusteras. Me habían hecho sentir como la primogénita más privilegiada, para después lanzarme al vacío como la oveja negra que manchaba la imagen de todos sus miembros. Me dolió porque los quería. Porque los consideraba los seres que darían su vida por mí, y me protegerían ante cualquier adversidad. Que abogarían siempre de mi lado. Y no sé cuántas veces me reí de ello cada vez que analizaba a mis antiguos pensamientos. ¿En dónde estaba ese apellido tan respetado entre los templos, cuando su heredera más los necesitaba? ¿Dónde quedaba esa fortaleza que juraba mantener a la familia íntegra? ¿Qué hicieron en el momento en que mis lágrimas rodaron, y lancé miles de súplicas, para que perdonaran mi error?

Me lanzaron a la calle. Me gritaron que era una "zorra" y una completa vergüenza para todos los Higurashi. Me prohibieron volver a pisar la gravilla que componía el suelo religioso del complejo de templos donde había sido criada. Me humillaron ante la gente que salía a caminar en medio de aquel parque concurrido. Me apartaron como miembro del clan Higurashi para dejarme a mi suerte, enfrente de todo un público. Me exiliaron de mi hogar. Y lo que más me dolió, fue que por un momento había alucinado con que me entenderían. Había pensado que mi madre, la mujer que tanto amor me profesaba desde bebé, me defendería de aquel hombre machista que en algún momento de mi infancia lo consideraba como un héroe. Al final, su verdadera naturaleza se había liberado justo cuando menos me lo esperé. Acababan de demostrarme que sus raíces siempre estuvieron presentes, y que nunca dejaron de ser simples pueblerinos cargados con los prejuicios de Akamura. Maldigo a mi apellido. Y maldigo a la antigua Kagome que creyó en su protección desde un primer momento. En parte, considero necesario haber pasado por aquella experiencia; Mi carácter se endureció gracias a ello, dejando la torpe ingenuidad en los años pasados. Ellos me prohibieron la entrada a su comunidad. Pero ahora soy yo quien no desea verles la cara.

Estoy segura de que nunca me buscaron al momento de desaparecer. Que ni siquiera perdieron su tiempo en eso. Conozco perfectamente el significado de la palabra "destierro" en los Higurashi. Una vez que ellos te apartan es como si te crucificaran a muerte. No son una familia de un alto rango, o poder; Pero son reconocidos como una de las familias más respetadas en la comunidad religiosa de Tokio. Personas que desafiaron el legado de mi abuelo, abandonándolo casi de por vida cuando decidieron emigrar a la capital. Es que segurísima estoy, de que ni se enteraron de su muerte. En estos catorce... No, casi quince años que llevo viviendo en Akamura, ni siquiera fueron capaces de mandar un telegrama para saber aunque sea sobre la salud del viejo líder del clan. Desde ese momento debí darme cuenta de lo hipócritas que eran. Puesto que si conozco sobre este sitio, es gracias a la misma insistencia que mi abuelo les exigía para saber sobre sus nietos. Tampoco se molestaron por reclamar la estúpida casa, porque, a pesar de ser dignos lugareños de estas montañas, son del tipo de gente que se olvida de donde salieron desde un inicio. Abandonaron tanto este lugar, que ni siquiera aceptaron su tonta herencia. Aquel templo que fue la cuna por más de nueve generaciones para dar paso a el poder que hoy tiene su apellido en la ciudad. De todas formas ellos no se merecían conservar tal patrimonio. Para todos los aspectos yo soy la propietaria. Mi abuelo se aseguró de eso antes de dejar todos los papeles en regla en su testamento. Las únicas que tienen el derecho de pertenecer a todo esto, solo somos yo y mi hija. Siento que ellos deberían alegrarse de que mi corazón no buscara una venganza. Me gustaría poder recuperar todo lo mío y devolverle a mi apellido el verdadero valor que se merece. Sin embargo no deseo arriesgarme cuando tengo mucho a lo que me debo enfrentar. Tengo creada toda una vida en Akamura. Y continuaré con ella; tan solo debo de ser fuerte. Debo de soportar todos los problemas que me rodean.

Sobretodo uno que me tenía sin aire sobre el suelo del camerino. Que no me dejaba pensar con claridad, y que solo me zambulle a la desesperación. Haciéndome derramar lágrimas que desfiguran mi rostro ante todo el miedo que profesaba una amenaza latente.

"Solo digo... que espero que tu cuento no sea falso. Porque sin duda, quién no te lo va a perdonar jamás, soy yo" Sus últimas palabras vuelven a mí como una entonación que aparentemente no encuentra un final. Se repiten una y otra vez. Sin dar chance a que mi cabeza se enfoque en alguna otra cosa que aminore todo lo que prometía su significado. Me siento en una especie de ataque de histeria y todo lo que toco es resumido a pedazos en el piso. Estoy rodeada de vidrios e utensilios rotos a mi alrededor. Consiente de que el tonto pánico me está controlando por completo. Y es que ya no sé ni lo que hago. Solo sé que estoy asustada y muy alterada. Que me encuentro vulnerable y a merced de todas las inseguridades que se aprovechan de mi situación.

—¡Kagome!—Sango interrumpe mis arrebatos entrando al camerino como toda una desesperada. Se encuentra con una versión de mí, que transforma su expresión incrédula en una reciente cólera cuando mis temblores descontrolados la hacen maldecir y correr hacia donde estoy. Abrazándome. Para intentar acercarme a algo tan nulo como la calma—¡Maldición! ¡Te dije que me escucharas!—Me mantiene entre sus brazos para obligarme a encontrar la estabilidad. Algo que no puede resultar tan imposible, como lo es ahora mismo. Lloro. Lloro como si la vida misma me estuviese castigando de haber sido en alguna vida pasada un monstruo frío y sin corazón. Un castigo que no termina y solamente se incrementa. Que aveces desaparece, y me hace sentirme en la efímera calma para después volver a azotarme con otro maldito problema. Solo van en aumento para conducirme hacia la locura.

—Muchachas ¿Todo bien por aquí?—Como si no fuera peor; Otro nuevo problema aparece como si lo hubiese llamado hace tan solo un momento. No supone nada grave. Pero es otra cosa, en la que no me encuentro en óptimas condiciones para afrontar ahora mismo. Susaku permanece en la puerta con el rostro contraído al ver el estado en el que nos ve. Desmantelando su característico entusiasmo para dar paso a su preocupación—¡Santa madre! ¿Pero...? ¡¿Pero qué acaba de suceder aquí?!—Vocifera con ambos brazos reflejando gestos de gran exageración. Rápidamente va hacia nosotras. Mirándome con cierto consuelo que parece tocar el alma tan sensible que lo compone—¿Sango, qué le sucede a Kagome?—Me enfoca posteriormente. Sin tan siquiera esperar una respuesta lógica de la castaña—Querida flor ¿Qué te pasa?

—Estaba... él está... aquí—Pronuncio meramente. Entrecortada, y sin ningún tipo de concordancia para aquel que nos oye prácticamente asustado por mi actuar—¡Él estuvo aquí!—Seguí rompiéndome entre los brazos de mi amiga. Ella tan solo se mantenía en silencio mientras me aferraba en su hombro con las hebras de cabello negro que me caían, y cubrían parte de mi cara. Supongo, que ya se esperaba esta confesión de parte de mi persona. ¿Entonces esto era lo que iba a advertirme con tanta urgencia?. Vaya, no podía haber sido más estúpida. Ahí estaba mi maldita terquedad haciendo de las suyas, como en este momento.

—¿Él?—Susaku parece entrar en alguna especie de alteración. Tendía a perder demasiado la calma siempre que presenciaba este tipo de escenas—¿Quién es "él", Sango?—Dirigió su mirada a mi amiga. Interrogándola a la vez que se alarmaba de manera evidente—¡¿Acaso "él" fue quién hizo todo este desmadre?!

—¡Cállate Susaku!—Sango gritó con hostigamiento, provocando que el pelirrojo dejara de gritar ante el miedo que producía la castaña cuando su voz se le endurecía de aquella manera. La misma soltó una ráfaga de aire que hizo que hasta yo percibiera todo el enfado que la colmaba. Luego me ayudó a incorporarme. Apartando todos los pelos oscuros adheridos a mi cara, para poder limpiar mis lágrimas, y llamarme la atención—¡Mírame!—Alza la voz con tanta fuerza, que incluso a Susaku lo sobresalta en un gesto que pudo haber sido algo gracioso de haber ocurrido en otro contexto—¡Kagome, mírame!—Me impone nuevamente. Sin embargo, el sollozo me alcanza primero antes de poder acatar a su orden.

—Sango, corazón, el pecho se me va a reventar ¡Estoy que no aguanto! ¡Por favor! Dime; ¡¿Qué sucede con Kagome?!—Susaku continuó insistiendo. Siendo ignorado por ella, que daba palmaditas en mi rostro para obligarme a verla a los ojos.

—¡Escúchame!—Pidió. Una vez que pudo obtener una mejor atención de mí—¡No puedes dejarte vencer por él otra vez!

—¡Me amenazó!—Me apresuré a responder. Descubriendo como aquellas cuencas cafés se iban expandiendo ante la sorpresa insertada en sus ojos. A su lado el pelirrojo mostraba un semblante mucho más horrorizado. Con ambas manos sobre su boca, guardando más silencio para poder permitirme hablar—¡Él... vió a Moroha, Sango! ¡La vió!. Y estoy segura de que hará lo que sea para acercarse a ella después de esto. Algo me lo dice. ¡Lo conozco bien, y sé que es alguien muy desconfiado!—Continuo llorando. Tratando de apartar inútilmente las lágrimas gruesas que me rodaban, como si se hubiesen estado acumulado a lo largo de los años para ser liberadas justo en este instante. Susaku hizo el amago de volver a opinar. No obstante, Sango se lo impidió, morfada de mis palabras. Torciendo su rostro en una completa expresión de decepción que me cantaba lo que sentía.

—¿Y acaso le temes?—Intuye. Viéndome como si tuviera ante ella a la antigua Kagome que decidió escaparse a las montañas en medio de un embarazo de tan solo unas pocas semanas. En ese momento la miré con incredulidad. «¿Pero qué dice?» No puedo creer que piense que voy a rebajarme ante ese hombre desgraciado. Me sorprende que Sango sea capaz de suponer tal estupidez—Kagome, tú eres una mujer muy fuerte. Lo has demostrado durante todos estos años. ¡No intentarás desmantelar todo eso ahora! ¿O sí?—Frunce las cejas con seriedad. Profundizando en su expresión para colmarme y darle paso al sentimiento contradictorio en mi pecho.

—Oye bella... No tengo idea de qué es lo que está sucediendo, o de sobre quién están hablando. Pero considero que Sanguito tiene razón—Animó el pelirrojo con una preocupación casi palpable en su mirada—Debo reconocer que en todos estos años, es la primera vez que te veo llorar por culpa de algún imbécil—Suspiró. Haciendo enfadarme mucho más al notar sus erróneas conclusiones. Interrumpo más reclamos por parte de ambos con una negación rotunda. Casi temerable. Porque ninguno de los dos está entendiendo nada. No saben a que tipo de sentimiento me estoy refiriendo; Algo que es mucho más profundo que sentir un simple miedo. Esto es un pánico que llevo cargando durante años, y ni siquiera las terapias han podido ser capaces de aplacar. Es una desesperación que me llena, y me devora muy lentamente. Susaku jamás lograría comprender esa sensación. Ni siquiera Sango lo ha hecho, y ella me acompaña prácticamente desde el inicio. Pero es difícil ponerse en mi lugar, simplemente porque ella aún no es madre.

—No, no ¡Ustedes no me entienden! ¡No se trata de eso! ¡No es Inuyasha quien me aterra!—Mi cabeza se agita con brusquedad ante cada palabra que les suelto. Palabras, que los deja a ambos con otra nueva incógnita presente.

—Oh... entonces "él" es Inuyasha—Susurra Susaku ante la mención de ese nombre. Sango lo manda a callar nuevamente. Haciendo que el pelirrojo se encoja de hombros. Me tomo el tiempo suficiente para continuar cuando ambos guardan silencio. Sorbiendo por la nariz enrojecida a causa de las lágrimas, que intento eliminar torpemente con las manos. Trato de respirar más pasiva cuando alcanzo a tener un mínimo de autocontrol en mí. Levantando la mirada, que aún dejaba mucho que desear sobre mi actitud.

—Es... es mi hija—Limpio más gotas saladas, que se resbalan por mis mejillas trazando un camino como si fuera un canal fluido. Intento suspirar para volver a alcanzar nuevamente la confianza en mí misma. Para darme el valor de hablar sin derrumbarme otra vez—Es de Moroha que temo. Si ella lo descubre yo me muero ¡Me muero Sango! ¡Ella me odiará!—Si mi hija se entera de que él está rondando por esta zona, va a enfadarse como nunca antes lo ha hecho. Ella lo detesta de una forma inigualable. Lo odia mucho más que yo, y no soporta ningún tipo de mención que le advierta de su persona. Hace salir a la luz aquella parte de mi hija que me aterra. No es común divisar en sus ojitos claros, el tinte maligno que los colma, solo de sopesar sobre él. Ni siquiera quiere ser consciente de su nombre. No quiere saber absolutamente nada, de aquel que en las lejanías comparte un lazo sanguíneo. Y en parte es por mi culpa que sus reacciones siempre sean tan cerradas en este tema. Nunca fueron mis intenciones provocarle un odio irremediable a mi hija. No obstante, sentía que era necesario mentir. Quería empezar un futuro donde solo seamos nosotras las protagonistas; Le dije que se marchó. Y que nos abandonó mucho antes de su nacimiento. Palabras que fueron suficientes como para despertar un gran rencor en ella. Que año tras año va en aumento y solo su ausencia lo incrementa. No estuvo presente cuando los problemas, los insultos, y las faltas, provocaron en su corazón una gran brecha que ni siquiera yo que soy su madre me atrevo a rebasar. Acepto que eso no fue lo mejor que hice, pero fue lo necesario y lo que tenía que hacer para alcanzar mis objetivos. Un mundo en donde nosotras no seamos más que dos integrantes que se quieren mutuamente. Tengo claro, que Moroha lo hubiera odiado de todos modos de haberle dicho la verdad. No le contaría todo, por supuesto. Sentiría mucha vergüenza de revelar mi pasado ante mi hija. Aún así, eso no justifica el gran vacío que le dejó desde su infancia, y que yo misma permití. Por eso intenté taparlo todo con mentiras. Debía buscar una excusa para justificar su ausencia, y sin querer, terminé perjudicando enormemente a su pensamiento. Y ese es justamente mi temor. Me asusta que jamás me pueda perdonar por lo que hice, y que todo su rechazo, entonces sea canalizado hacia mí.

—Kagome ¿Qué tonterías dices? ¡Tú eres su madre! Y Moroha te adora con la vida. ¡Ella nunca sería capaz de odiarte!—Sango parece enojada conmigo. A pesar de todo, sé que su molestia no supera a su preocupación. Ella trata de darme ánimos. Que recobre la compostura para analizarlo todo más lentamente. No obstante, mis negaciones no se detuvieron.

—¡No, Sango!—La miré. Intentando encontrar la comprensión en su ojos—Tú conoces perfectamente a lo que me estoy refiriendo. Ella es demasiado rencorosa. ¡Lo odia como nunca antes a odiado a una persona! Sus ojos se oscurecen de solo ser mencionado frente a ella. Y ten por seguro de que si lo descubre no va a mirarme a la cara más nunca en su vida. Se va a sentir engañada y manipulada. ¡Me va a crucificar en ese mismo momento!—La punzada de dolor vuelve a devorarme. Se aprovecha de mi vulnerabilidad para jugar con mis emociones. Las lágrimas no dejan de caer. Los sollozos y balbuceos al parecer no encuentran un final. Me sumergen en el sentimiento. Ahogándome en el abismo en el que me encuentro justo ahora. Sango parece desmenuzar aquella expresión encolerizada que la poseía momentos atrás. Me mira con una compasión, que estoy segura de haberle rompido el alma.

—Kagome—Pronuncia. Totalmente vencida. Y tal vez ahora, pueda ser capaz de entender como me siento. A su lado, Susaku nos mira con el desconocimiento en sus ojos carmecinos. Pero ello no es un impedimento para narrar el dolor que parece provocarle.

—Pequeña flor—Me llama. Y lo veo alzar la mano, genéticamente más amplia que las de nosotras, para acariciarme el cabello y eliminar el rastro de lágrimas que bañan la tez blanquecina. Algo me dice, que de alguna manera ya comprende todo lo confuso de la situación—Deja salir todo—Susurra con suavidad. Susaku es un tipo de persona que comprende el alma de los demás. Te brinda una seguridad interna con solo una sonrisa delicada sobre sus labios. Te apoya en los momentos difíciles, y te da su mano cuando más la necesitas. Me siento agradecida por conocerle. Entonces me vuelvo a romper. Abrazándolos a ambos como si temiera perderlos a ellos también en mi vida. La maldita vida que solo que me ha creado con el único propósito de hacerme sufrir—Shhh... Tranquila—Jamás me pude imaginar que una voz modificada, podría ser capaz de producir tanta calma como la del travesti pelirrojo que me refugia entre sus brazos de buen amigo. Que besaba mi cabeza sin cuestionamientos. Ni se detenía a juzgarme para complicarme la existencia.

—Mi hija es la copia exacta de él. Es por eso que temo—Tomo algo de aire cuando consigo reponerme. Mirándolos a ambos mientras las lágrimas volvían a rodar por mi cara. Aquellas que limpio una última vez, para demostrar un poco de seguridad ante mis amigos—No permitiré que Moroha, sepa que su padre es Inuyasha—Suspiro con profundidad. Notando el resoplido de Sango ante la sensación contradictoria. Y entiendo perfectamente que no esté de acuerdo con ello. No obstante, no a cambiar mi manera de pensar en lo absoluto.

No pienso arriesgarme a perder a lo que más quiero en la vida.

—Haber si entendí bien, preciosa—Susaku parece bastante sorprendido tras darle una explicación a su desconocimiento—¿Él padre de la chaparra no sabe que tuvieron una hija, y ahora anda por el pueblo lanzándote amenazas e indirectas? ¡¿Pero en qué clase de lío te has metido, mujer?!—Está a punto de volver a perder la calma. A lo que Sango prefiere lidiar con él. Puesto que yo no me encuentro del todo capacitada para eso.

—Susaku juro que si vas por ahí revelando esto, no te lo vamos a perdonar jamás—Amenazó la castaña. Haciendo que el pelirrojo alzara la mano, utilizando el índice y el pulgar para hacer el gesto de cerrarse la boca. Yo estoy recostada sobre uno de los sofás del salón de mi casa. Incorporándome una vez que acepto el vaso de agua y el calmante, que me ayudan a conllevar la migraña y dolor en la parte interna de las sienes. Es probable que en los próximos días también me sienta igual.

—¿Dónde está mi hija?—Pregunté tras pasar el medicamento. Siento la garganta escocer un poco, aunque todavía puedo hablar. Hay un recuerdo algo nulo sobre Moroha en mi cabeza. No obstante, si me contó sobre ese tipo de detalles, al parecer no le hice énfasis por lo obvio.

—Ella se quedó a dormir en la residencia de la anciana Kaede. Esta noche estará con sus amigas. Te lo había mencionado anteriormente—Sango se cruzó de brazos en la aclaración. Di un suspiro ante la sensación de libertad que me produce lo dicho. No quiero que Moroha sea otra testigo al verme de esta manera. De solo pensarlo mi cabeza cae contra el respaldo del mueble. Había decidido cerrar los ojos para que la medicina comience a surtir efecto.

—Presiento que esta historia, va mucho más allá de esta noche y lo que me dijeron—Susaku pareció dudar. Entrecerraba ambos ojos en cada una de nosotras como si esperase más información—Imagino que tendrá que ver con tu llegada de hace años ¿Cierto?—Inquiró. Y no sé porqué le sostuve la mirada, cuando sus ojos escarlata se posaron en los chocolate. Supongo que es una especie de reclamo por nuestra falta de confianza.

—Susaku, ya te explicaré con más detalle en otro momento. No seas tan impaciente—Sango volteo la mirada. Sabía que el pelirrojo no daría su brazo a torcer hasta que le explicaran mejor sobre aquello que no entiendía. Él tan solo se encogió de hombros en un morfido singular, e inconforme con su respuesta—¿Ya te sientes mejor?—Ella decidió que era mejor centrar su atención en mí. Mirándome, como si quisiera que le solicitara asesinar al causante de mi delirio. No sería una mala idea si lo analizo detenidamente. Un tanto descabellado pero eficaz.

—Sí—Libero un suspiro en cuanto mis ojos se abren. Encontrándome con el color castaño de los suyos y ambos brazos por sobre su pecho—Ya estoy bien—Intento hacer el amago de sonreír. Darle un poco de seguridad a mi afirmación. Pero también bajarle los humos a la preocupación de los dos. De algo sirvió al parecer. Puesto que Sango dió un resoplido relajando los hombros que hasta ahora mantenía bastante tensos.

—Mira que quise advertirte, ¡Pero eres muy necia Kagome!—Me reclama haciendo uno de sus tan encantadores pucheros. No sabe lo adorable que se ve cada que sus cachetes se ensanchan ante la inconformidad. Me hace sonreír en un gesto que le da toda la razón. Es verdad. Soy malditamente necia.

—El encuentro iba a suceder de un modo u otro—Le quito importancia encontrando un modo de defenderme. Vuelvo a cerrar los ojos otra vez. Consiente de que ambos me están analizando profundamente.

—¿Quieres hablar de ello?—Inquirió la morena con pose profesional. La miro. Sé perfectamente el tipo de charla que quiere que tengamos.

—No. Ahora me siento algo cansada—Niego colocando un cojín sobre mi rostro. Un gesto infantil que me toma siempre que quiero evadir a la gente—Y no creo que mañana tampoco quiera hacerlo—Añado además. Consiente de que no voy a conversar sobre ello en lo absoluto. Entonces, un cuerpo se mueve hasta mí. Posteriormente, mi cabeza es obligada a quedar sobre un par de piernas. Me dejo hacer. Tal y como hacía en aquellos años en donde me dieron mis primeros dramas de adolescente. Es una acción que me reconforta. Me hace sentir protegida cada vez que acaricia mi cabello para adormecerme en el gesto íntimo. Sango va mucho más allá de una simple amistad. Para mí, siempre será la hermana mayor que nunca pude tener.

—No intentes escapar de la situación, Kagome—Me regaña. En un canto arrullador que por más suave que suene, no significaba que dejase de ser como un sermón de su parte. Doy un bufido con ello. Volviendo a dejar descansar el cojín sobre mi cara.

—¿Quién dijo que me estoy escapando?—Inquirí. Casi sarcástica.

—A mí me parece que sí lo haces—Susaku tampoco ayuda mucho con los pinchazos de sus comentarios. Retiro la almohadilla de mi cara. Fulminando al pelirrojo como si estuviese clavando puñales por todas partes de su cuerpo—¿Qué? No me mires así bonita. Ni que fueras a morderme—Su reto me parece muy tentador. Hace rato que anda jodiendo bastante. Y contraígo el ceño cuando la migraña regresa sin aviso alguno. Por ello, desvio la vista hasta un punto neutro de la habitación.

—Necesitas conversar sobre ello, Kagome—Nuevamente Sango insiste. La miro. Aveces puede llegar a tener la personalidad de una madre consentidora. Una madre consentidora, que obviamente me aplica un castigo—Si quieres puedo sacarte una cita en mi consultorio, y te atiendo adecuadamente. Sabes que mi horario no es muy apretado—Me guiña el ojo al decir lo último. Una pequeña broma, que no puedo evitar que me haga sonreír.

—¡Lo ven! ¡Ahí está la Kagome que conocemos!—La exclamación de Susaku parece demasiado convincente. Parece orgulloso de mi última reacción. Y su gesto se intensifica cuando lo miro completamente conmovida—Querida. Eres una mujer fuerte y bella, que merece siempre sonreírle a la vida. Debes tratar de hacerle frente a los problemas. Justo como has hecho a lo largo de todos estos años.

«Es verdad. Pero; ¿Cómo se le hace frente a algo, de lo que no se está preparado? ¿Cómo puedo superar la adversidad, cuando es aquello que menos quiero enfrentar en la vida? ¿Cómo ganar la batalla donde las espadas brillan por su ausencia?»

—Nunca se está preparado para los momentos difíciles—El argumento de Sango me hace mirarla de repente «¿Acaso también lee mentes?» La miro con sorpresa. Y me lanza una sonrisa picarona que se puede interpretar como algo "cómplice". Haciéndome sonreírle también. Ella me conoce demasiado como para saber exactamente los tipos de pensamientos que me recorren—Y hablar es un modo reflectivo para encontrar soluciones positivas. Te ves demasiado estresada, y no puedes seguir huyendo de las cosas. Ahora es el momento exacto para avanzar. No dejes que ese canalla destruya a tu fortaleza—Sango me vuelve a sonreír al terminar. Sintiendo una calidez, que me hace agradecerle a Kami, o a cualquier deidad que me haya tomado lástima, como para cruzar a tan maravillosa persona en mi camino. Quién diría que la niña que le daba puñetes a los demás en el kinder, se iba a introducir tanto en mi vida al punto de quedarse para siempre.

—¿Qué día tienes libre?—Finalmente me rindo. Poniendo en blanco la mirada ante el apapacho que sus manos ejercen sobre mi cabello. La morena vuelve a sonreír triunfante al haberme convencido. Quedándose algo pensativa para tratar de reajustar su horario.

—El próximo martes. ¿Te parece?—Asiento. Debo reconocer que me hace falta liberar un poco de todo lo que me tiene tan oprimida. Puede que sí lo esté necesitando en realidad. Confío en Sango. Ella sabrá escucharme y no me juzgará. Nunca lo ha hecho como amiga, o como hermana. Mucho menos como psicóloga. Soy yo quien se resiste a dar ese primer paso. Me aterra, porque una vez dado ya no existe vuelta atrás.

—Bien. Entonces, te esperaré ese día—Con todo resuelto, decide hacerme a un lado para levantantarse del mueble. Toma su cartera al incorporarse. Dispuesta a irse.

—Kagomecita—Susaku interrumpió cuando el silencio logro colmar todo el espacio. Por primera vez, lo veo con una mirada seria que me provoca una sensación extraña. Él suspira a punto de hablar cuando sus ojos rojizos me encuentran. Y parece que estoy a punto de ser sermoneada también por él—No sé exactamente bajo qué circunstancias fue que terminaste introducida en este problemón. Y reconozco que la duda sobre el padre de tu hija era algo que me preguntaba bastante, incluso desde que te vi llegar totalmente sola con la pancita. Pero te advierto, que debes saber muy bien con lo que estás jugando. Recuerda que a quién más lástimas en ello es a tu bebé—Reflexiona. Y a pesar de que no se equivoca, me siento con la necesidad de refutar. De hacerle saber que todo eso lo tengo presente, y que hay decisiones que por muy malas que sean, son presisamente esas las que se deben de tomar.

—Vengo de un pasado muy perjudicado gracias a él. Y si estoy haciendo lo que hago, es solamente con el fin de proteger a mi hija—Respondo algo severa. Provocando un leve fruncimiento en el ceño de mi amigo.

—¿Estás segura de que es para proteger a tu hija? ¿O es para protegerte a tí?—Inquiere con ambas cejas alzadas. Una pregunta retórica que solo me hace morderme el labio sin saber que más opinar de ello. Pero es verdad. Soy un poco cobarde cuando pongo como pretexto a mi hija, para no corresponder a esta parte egoísta de mí. Susaku asiente convencido pero no me vuelve a cuestionar. Cosa que le agradezco. Sé que está esperando una especie de explicación más detallada. Pero no quiero envolverlo en mi vida como ya he hecho con los pocos que saben a profundidad sobre mí. No quiero que él también salga lastimado por mi culpa, y que sufra las consecuencias.

Me doy una ducha caliente y caigo a la cama totalmente rendida. Intento analizar lentamente las cosas, ahora que me encuentro sola y sin ningún tipo de presión. Por lo que tengo entendido, Inuyasha es el cabecilla de los ejecutivos. Y si era así, ¿Qué intenciones tenían ellos en Akamura? Porque tratándose de él, dudo que venga a hacer un acto de caridad solo por amor al arte. No es un hombre que dé sin recibir algo a cambio. Y resulta mucho más sospechoso cuando ha venido personalmente a este tipo de lugar, que sé que no le causan la menor gracia. Hay algo mucho mayor que lo ha traído hasta aquí, porque no creo que mi presencia sea razón suficiente. Más cuando han pasado los años y sería absurdo continuar con una búsqueda donde sería imposible encontrarme; A no ser que él se lo haya mencionado, cosa que dudo porque confío en su fidelidad. Tuvo que haberme dicho la verdad con respecto a las casualidades de la vida. ¡Que bendita casualidad que no pudo llevar su atención a otra parte del mundo! Era lógico que al final diese conmigo, y más en esta noche. Por eso aprovechó para hacerme hablar de más, y contarle la verdadera razón de mi huída. Cosa en la que no iba a ceder, porque no le debo ningún tipo de explicación. Pero sus insistencias continuaron; ¿Acaso no podía dejar las cosas a un lado, y tratarme como un simple desconocido? ¿Quién en su sano juicio, ajusta cuentas pendientes con una persona que no fue relevante hace más de catorce años? Y es que no me ha demostrado cambio alguno. Sigue siendo un auténtico caprichoso dónde todo debe coordinar tal y como lo manda. Pero para su desgracia, las cosas conmigo no funcionarán igual. De todas formas, ocurrió lo inevitable y terminó encontrándose con quién no debía conocer. Haciendo que en su mirada lo colmará la incógnita, que me daba la seguridad para deducir, de que no va a pasar por alto eso último.

¿Kagome? ¿Qué pasó? ¿Qué te hizo? ¡Mierda! Si tan solo hubiese estado ahí para defenderte de ese troglodita—Decido contactarme con esta última persona. Su voz se escucha muy alterada. Amplificada por la bocina del teléfono fijo que hay en la pared del salón principal. Tuvo que haberse asustado cuando se cortó la llamada con el estruendo. Lastimosamente, no pude recuperar mi celular dado que cayó a una altura considerable. Tampoco es que lo vaya a extrañar mucho. Apenas solo me servía simplemente para llamar.

—No me sucedió nada—Calmé—Gracias por preocuparte por mí—Le esbocé una sonrisa a pesar de saber que él no estaba presente para admirarla. Ojalá la distancia ya no sea una barrera que nos límite de información. No sabe cuanto necesito de su apoyo ahora. Como mismo me ha apoyado todos estos años atrás.

Kagome. Sabes que te considero como una hermana menor. Pero también sabes que no me gusta estar obligado a escoger entre ambos. No me pongas en esa situación—La tranquilidad y severidad que proyecta a la vez, consiguen ponerme los pelos de punta. No es muy común que emplee esa tonalidad cuando me regaña o sermonea. Posteriormente, lo siento suspirar hostigado, y aquello desencadena a mi propio suspiro. Me lo imagino del otro lado de la línea con el ceño fruncido, descansando una de sus manos en el puente de su nariz.

—Eso no pasará. Te doy mi palabra—No miento en lo absoluto. No me gustaría hacer el papel de tercero que vaya arruinando relaciones y amistades por ahí. Mi respuesta parece brindarle un poco más de seguridad. Algo que me reconforta, ya que no quiero sentirlo tan tenso como sé que lo está. Se puede percibir incluso desde las grandes distancias.

Bien—Asiente, notoriamente conforme—Te prometo que pronto estaré a tu lado para apoyarte con lo de tu hija, y ese grandísimo idiota—Sé que su promesa será verdadera. Él cuidó de mí todo este tiempo. E incluso aún lo hace sin importarle las lejanías. Fue aquel que usó la cabeza, para encontrarme varios meces después de mi desaparición. La única persona, que además de Sango, sabía mi destino. Quién entendió todos mis miedos, mis problemas, e inseguridades. Quién se preocupaba por nuestro bienestar. Quién enviaba dinero para poder aprender a sostenerme antes de estabilizar mi vida. Quién nos ha protegido, e incluso del mismo Inuyasha, ya que jamás le ha comentado ni una sola vez de mi paradero. Era algo que yo no deseaba y que él entendió perfectamente. No quiere interferir más de lo que ya hace. Tan solo se limita a aconsejar. Dándome cortas visitas cada cierto tiempo determinado. Siempre respetando a mi privacidad. Y no sabe cuanto le agradezco. Se arriesga a perder a una gran amistad, que por mucho que ese imbécil no lo merezca, me reuso rotundamente a romper la maravillosa relación, que incluso supera todo lo que yo pude haber significado. Miroku no merece ser otro más que también salga perjudicado por mi causa.

...

Nota de Autor: Cada vez más, hay una nueva pista liberada en la historia. Aunque queda bastante aún por descubrir sobre esta maravillosa aventura. Esperemos que las cosas vayan para bien y no para mal. Tengo fé, en que les puede gustar lo que les tengo preparado para mucho más adelante. (人•͈ᴗ•͈)

Cuídense mucho.

Atte: La Kamila.