Respuestas a los reviews:

kaory1: Eso que pusiste es el trago amargo de la verdad que Kaoru debe enfrentar con resignación: la importancia de Tomoe, no sólo en la vida de Kenshin, sino en todo lo que ahora la rodea, y cómo ahora eso va a cambiar para mal. Kenshin en un dilema, que sí, si bien desarrolló sentimientos por Kaoru, ahora las ganas de responsabilizarse y recuperar el tiempo perdido con Tomoe serán más fuertes, pues piensa que al fin ha llegado su redención de verdad. Saito siendo Saito... Y Enishi, en este capítulo lo verás. Muchas gracias por tu comentario, espero te guste este capítulo.

Atarashii Hajimari: Creéme que a mí también me da depresión escribirla XD, pero creo que un poco de angst no le viene mal a nadie. Todos lo evitamos, pero al mismo tiempo no podemos de dejar de pensar e imaginar escenarios poco felices. Gracias por las buenas vibras y espero que este capítulo suba un poquito los ánimos.


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Capítulo 3: Los hermanos Yukishiro

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Días después, en el Dojo Kamiya, estaban todos enfrente de ella. De Tomoe Yukishiro.

Y, aunque el recelo y la cautela reinaron entre las amistades de Kenshin en un primer momento, muy pronto todos se relajaron y comenzaron a tratar de hacer sentir bien a la invitada. Todos, menos Kaoru.

Tanto Sano como Yahiko no tardaron en contar anécdotas y chistes para darle la bienvenida a la confundida recién llegada; Megumi, por su parte y habiéndose recuperado del shock inicial, entabló una delicada conversación con ella. Al parecer, en cierto grado eran parecidas y podrían llegar a, por qué no, ser amigas. Y Kenshin… el pelirrojo contemplaba embelesado a su esposa, atento a cualquier gesto o necesidad que tuviera, y preguntándole si quería esto o aquello. Todo el mundo procuraba por su comodidad, olvidando inconscientemente al único habitante de la casa que lo único que quería era salir de allí corriendo.

Lo que la kendoka no sabía era que el ex hitokiri realmente había empezado a desarrollar sentimientos por ella, pero en ese mismo momento, en el que las emociones superaban a todos, fueron barridos y contenidos por el hombre. Pues, a pesar del lado malo de la situación, no huiría de su responsabilidad ni de tratar de hacer feliz a Tomoe.

Para Kaoru, no pasó desapercibido el comportamiento de Kenshin hacia su mujer. Se lo veía feliz y relajado, reconociendo, con tristeza, que jamás lo había visto así con ella. Luego se dedicó a examinar a la esposa de su amor. A pesar de los años, era una mujer impresionantemente hermosa: su cabello negro caía en cascada brillante sobre su espalda; su tez blanca, lejos de darle una pálida apariencia, le daba un brillo nacarado y delicado, que resaltaba aún más en sus ligeras y bellas manos. Estaba tan ocupada admirándola, envidiándola y sintiéndose poca cosa en comparación… ¿quién se creyó para pensar que Kenshin se fijaría en ella? Ella, cuyo cabello, aunque bonito, parecía opaco en comparación a la otra, con su piel bronceada por el ejercicio y sus manos callosas. Ella, Kaoru Kamiya, ¿quién era para ponerse a la altura de Tomoe Yukishiro?

Y ni hablar de las habilidades culinarias y domésticas. Sentía que se hundía cada vez más en la auto degradación.

Estaba tan concentrada mirándose las manos que, cuando levantó la vista, se encontró con los ojos negros de la mujer taladrando los suyos. Pero no la sintió hostil, sino con una mirada llena de curiosidad y acompañamiento. Probablemente se había dado cuenta de que la joven estaba enamorada de su esposo y que no estaba muy contenta de tenerla en casa. Tal vez la compadecía.

Kaoru suspiró, desviando la mirada. ¡Cómo deseaba que estuviera Misao! Ella sí estaría de su lado y trataría de animarla, y Aoshi por lo menos se quedaría callado y no tomaría partido por nadie, como siempre.

De un momento a otro, la conversación fue interrumpida por la llegada de Saito, trayendo dos noticias. La primera era que habían localizado a Enishi y lo habían convencido de, no sólo unirse a la Policía, sino de asentarse en Tokyo, a pedido del aludido, para estar cerca de su hermana. Lo que Saito no dijo, sabiendo las sensibilidades que tocaría, era que el albino se mostró fugazmente ilusionado de vivir cerca del Dojo Kamiya.

Y la segunda noticia, que fue la estocada final para Kaoru, era la adquisición de una casa al otro lado de la ciudad para el matrimonio Himura, regalo de Aritomo Yamagata (quien conocía la historia de amor pasada entre Kenshin y Tomoe). El lugar estaba listo para ser habitado, y, viendo a Kenshin no queriendo perder más el tiempo para ir a morar en su nuevo hogar, Kaoru fue invitada a la cena que quería organizar Tomoe allí en agradecimiento a los que la encontraron y los amigos del pelirrojo que lo apoyaron. Según se dijo, Enishi llegaría a tiempo esa noche para compartir con todos.

A los ojos de Kaoru, todo esto le parecía de lo más surrealista e inaudito. Ocultando las lágrimas y no queriendo ver a su amado pelirrojo salir del dojo con sus pertenencias, alegó un dolor de cabeza y se refugió en su habitación; obviamente no asistiría ni loca a esa cena. Kenshin sólo la miró con algo de culpa y angustia, y le prometió que vendría a visitarla cuando se sintiera mejor.

Durante la noche, con el dojo vacío (todos en la fiesta) y mientras lloraba, Kaoru hacía planes. Si bien necesitaba sacar la desilusión de su interior en forma de llanto, aquello no iba a impedir que siguiera con su vida. Tal vez un poco más amargada, un poco más rota, un poco más pequeña… pero le quedaba el nombre de su padre, y se concentraría en devolverle al dojo y al apellido Kamiya la gloria de antaño.

Pensaba en volver a presentarse a las exhibiciones y competencias de kendo, ahora que tenía varios alumnos más, y hasta se le ocurrió que ya era hora de ir al Dojo Maekawa a pedirle una carta de recomendación al sensei para, por lo menos intentar, solicitar su ingreso como estudiante de la prestigiosa escuela Yagyu Shinkage. Debía ponerle un nuevo rumbo a su vida y ese sería el de la espada, honrando a su padre y buscando la excelencia en el arte de la misma.

Con esos pensamientos aliviando su corazón, Kaoru se quedó dormida entre lágrimas.

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A la mañana siguiente, sola, después de un frugal desayuno y mientras podaba unas plantas, sintió que alguien llegaba al dojo. En un principio pensó que podrían ser sus amigos, llegando para contarle novedades y pidiendo un cuarto para calmar la resaca aún latente. No contaba con la llegada del matrimonio, pues ya tenían dónde quedarse. Pero no era ninguno de los que ella esperaba.

Era Enishi Yukishiro.

Se lo veía feliz y al fin con un ápice de ilusión por la vida. Y Kaoru no dejó de notar el hecho de había atravesado la ciudad entera para llegar hasta allí. Ella no sabía que él vivía a pocas calles de su dojo.

Más allá de eso, ¿por qué llegaba a verla en vez de irse a descansar a su nuevo hogar?

Nuevo hogar… ahora todo era "nuevo" en el buen sentido de la palabra para la gente a su alrededor. Y Tomoe Yukishiro era la llave de ese cambio y ese optimismo. Que Kenshin y Enishi estuvieran tan felices como nunca hizo que, inconscientemente, volviera la amargura a su corazón. Y no encontró mejor blanco que el hombre que tenía enfrente para intentar desquitarse.

—¿Qué quieres? —preguntó de manera hostil con voz ronca, pues recién la usaba después de casi un día entero.

Enishi sólo se dedicó a contemplarla por un rato.

—No fuiste anoche a la cena que dio mi hermana —le dijo con simpleza.

—No tengo que darte explicaciones de nada.

—Himura está con ella, y los vi felices.

—Nadie te preguntó.

—Y tú estás libre, Kamiya —dijo esto último con un brillo extraño en la mirada.

Kaoru abrió los ojos con sorpresa ante la implicación. ¿Sería posible? Y de ser así… ¿eso quería decir que él había estado sufriendo todo este tiempo por un amor que nació sin ser correspondido? Por un instante, sintió empatía por el hombre albino, por ahora ser ella la fuente de sus sufrimientos sin quererlo.

Pero rápidamente se recuperó, se excusó por recibirlo con poco decoro, y lo invitó a pasar a tomar un té.

Mientras bebían juntos en el engawa, no se dirigieron la palabra. Hasta que Kaoru no pudo más.

—¿Qué quieres? —repitió.

Enishi simplemente la miró.

—¿Y todavía lo preguntas? Te tenía más inteligente.

—Bien, pues en esto no lo soy, no entiendo por qué vienes aquí en vez de recuperar el tiempo perdido con tu hermana.

—Ella ahora debe estar ocupada con su marido —se arrepintió al instante de decir eso, a juzgar por la palidez que tomó el rostro de Kaoru, pero tarde o temprano tendría que enfrentarse de verdad a la realidad—. Quería verte y saber cómo estabas; además, ahora vivo a tres calles de aquí.

—Pues ya ves que sigo entera, así que no te preocupes —respondió ella con la voz quebrada y rehuyendo su mirada. En un movimiento rápido, él tomó su mano, asombrándola.

—¿Dejarás que te visite más seguido? —demandó saber.

—¿Y para qué quieres hacerlo? —preguntó ella a su vez, con cautela.

—Repito, Kamiya: ¿y todavía lo preguntas? —comenzó a impacientarse Enishi—. No he dejado de pensar ni un minuto en ti desde que dejamos la isla.

Con una velocidad que la sorprendió hasta a ella misma, Kaoru retiró su mano.

—No te puedo aceptar, y sabes muy bien por qué —fue su respuesta a esa proposición tácita que él le había hecho.

Sí, Enishi sabía muy bien por qué. Aceptarlo implicaría convertirse en pariente de la misma Tomoe, y a su vez, ello la llevaría a tener que frecuentar al matrimonio Himura. Algo que no estaba dispuesta a hacer, a diferencia del mismo Enishi, quien por fin podría convivir con su hermana después de más de una década y con cuyo marido acababa de hacer las paces parcialmente (ahora el resquemor que sentía por el pelirrojo tenía el nombre de Kaoru Kamiya). Tampoco quería condenar a Kaoru a tener que visitarlos y tratar con ellos, sabiendo la tortura que sería para ella. Tal vez hasta fue muy precipitado e invasivo de su parte llegar al día siguiente de la mudanza de Himura, quien le dejaba con el corazón hecho añicos, pidiéndole matrimonio como si nada…

Pero es que había esperado y fantaseado tanto con este momento, que sentía que tenía que actuar rápido antes de despertar en Rakuninmura y darse cuenta de que todo había sido un sueño.

Jamás se había imaginado descubrir que Tomoe seguía viva y que podría vivir plenamente en la nueva era, como él y Himura querían. Y a todo esto, la mujer de la que se había enamorado estaba libre para él. Era demasiado bueno para ser verdad.

Y sí que lo era, porque sabía que le costaría mucho ganarse el corazón de Kaoru Kamiya.

—Además —continuó Kaoru, sacando a Enishi de sus pensamientos—, estoy decidida a seguir a pleno el camino de la espada que protege la vida. Quiero llevar una vida dedicada al perfeccionamiento del kendo, y un matrimonio sólo sería un obstáculo para ello.

—Pero necesitarás un heredero tarde o temprano —punto para Enishi.

—Yahiko será mi sucesor —punto para Kaoru.

—Y la sangre Kamiya se perderá para siempre —siguió insistiendo él.

—Vete.

—Volveré, Kaoru —se despidió él, poniéndose de pie—. Ahora que tengo la oportunidad, no desistiré. Así tenga que pasar por encima de todos, incluido tu amado Himura y tu respetado intento de bushido.

Dicho esto, se fue. Desapareciendo de la misma manera sorpresiva con la que había hecho su aparición.

Agotada, Kaoru repasó los sucesos. Ahora no sólo tendría que hacerle frente a sus propios sentimientos destrozados y su existencia ahora insulsa, sino que tendría que lidiar con un enamorado y ansioso Enishi Yukishiro.

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