Disclaimer: los personajes de Kimetsu no Yaiba NO me pertenecen, sino a la mangaka Koyoharu Gotouge.

Advertencia: este capítulo y otros futuros contienen algún spoiler del manga/anime.

Comentarios: me gustaría agradecer a todos aquellos que han leído al menos un capítulo de esta historia y aquellos que la siguen. Me gustaría leer cuáles son sus pensamientos al respecto y qué es lo que esperan de la trama (a la que ya le he trazado una estructura bastante clara). Siempre cae bien leer a aquellas personas que dejan un review y alegran el corazón del escritor, así que, hablando de esas personas…

· Lara: ¡Pronto verás qué sucederá con Kanae! Digamos que quiero desarrollar el potencial que tendría de no haber muerto. Ya por este capítulo observarás algunas cosas que creo que te pondrán feliz jaja. ¡Gracias por el comentario!

Sin más que decir…

¡A leer!

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Capítulo 5

Humanidad

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Lidiar con el cuerpo inerte de un niño sumamente herido resultó ser más difícil de lo que creyó en un inicio. No sobreestimó sus cualidades médicas dadas por las memorias difusas de Kanae y su consciencia corporal, tampoco subestimó el nivel de daño al que había sido sometido el cuerpo del joven Muichiro, sino que la dificultad venía en gran medida por sus propias emociones. No podía soportar verlo en ese estado. Le dolía el pecho solo de mirarlo.

No terminaba por acostumbrarse a la empatía de Kanae, profunda e incandescente, como una llama ardiente en su corazón, casi como si las heridas de aquel niño fueran propias. Trataba de sobreponerse con más dificultades de las que hubiera preferido.

Miró de soslayo a Amane y una de sus hijas, trabajando incansablemente por la salud del joven herido, ayudándole a detener la hemorragia del corte más profundo de su abdomen.

—Nichika, acércame el agua caliente —instruyó con voz suave a la muchacha, aunque se notaba preocupada.

Ella se ocupó de vendar el brazo derecho de Muichiro con extrema destreza y rapidez. Se había quitado el haori de mariposa para trabajar con más diligencia sobre sus heridas sangrantes.

El despertar del chico apenas había sido una falsa alarma, producto del dolor intenso de sus recientes lesiones. Haberlo visto gritar con los ojos desorbitados fue una experiencia que nunca quisiera volver a repetir, y de eso se encargaría hasta asegurar que no despertaría si su proceso de sanación no iba acorde al tratamiento aplicado y sus cuidados.

Era necesario que estuviese dormido y en letargo para eso. Pese al incipiente importe de materiales extranjeros, todavía era complicado un procedimiento médico indoloro.

Y a ella estaba a punto de estallarle la cabeza.

Fue un proceso de horas estabilizarlo, hasta el atardecer y más allá de él. Una de las hijas de Oyakata-sama y su esposa la acompañaban en el proceso. Gracias a Amane no se había dejado amedrentar por el dolor punzante en sus sienes cada que un recuerdo de Kanae se paseaba de súbito por su mente, además, le sorprendía ver su proactividad en vivo, pues también tenía habilidades de curación muy buenas y manos de pulso firme.

En el transcurso de las horas había apelado al uso de los conocimientos del Pilar de la Flor para saber las opciones que tenía con relación a las heridas de Muichiro, era algo que ya había hecho antes durante su estadía en la Finca Mariposa, sin embargo, no podía evitar decir que todas aquellas veces habían sido menos complicadas que esta.

El dolor que sentía cuando intentaba extraer una memoria, era atroz, como si hubiera algo que no encajara del todo y tuviese que hacer esfuerzos para mantener su memoria activa. Había estado pensando que tal vez era sobrecarga de memorias entre su vida y la de Kanae, que quizás la mayor de las Kochō sufría de migrañas o incluso que era algún otro efecto de haber sido expuesta al arte demoníaco de Douma, pero descartaba cada posibilidad con facilidad.

Si bien era cierto que se había propuesto a adaptarse a toda esta locura, estaba lejos de asumir más carga sobre su propia salud. Ya había muerto (o quedado en coma) y había aparecido aquí, ¿por qué no habría de haber otra oportunidad? Quizás la siguiente vez aparecería en el cuerpo de otro cazador. Casi quiso resoplar ante la idea, pero el dolor de cabeza no la dejaba tomarse esta situación de una forma relajada.

O... ¿Tal vez sería capaz de despertarse si moría?

—Kanae-san, ¿por qué no descansas un poco?

La voz de Amane, aunque suave, sonó atronadora para sus oídos. Con los ojos pesados, le sonrió con toda la amabilidad que pudo reunir. No había venido para descansar y no tenía intención alguna de incomodar, pero la sugerencia sonaba tentadora.

—No quisiera incomodar, Amane-sama —contestó intentando contener su dolor de cabeza.

—Sé que tu combate con aquel demonio te ha dejado secuelas y aún no estás del todo recuperada —mencionó tentativamente.

La joven no sabía si había deducido eso por sus habilidades como sacerdotisa o porque su "proeza" se había extendido al punto de colocar en sobre aviso a su siempre serena presencia, pero una leve sonrisa de agradecimiento surcó su rostro. Era cierto que no estaba del todo recuperada y algunas de sus heridas estaban tardando en sanar, quizás más de lo normal, pero todo se lo atribuía a la carga emocional y estrés que estaba empezando a surgir entre tantos pensamientos con respecto a este despertar en un cuerpo ajeno.

Ni siquiera había empuñando la espada por primera vez y había retenido el impulso de tomar el mango para desenvainarla. Era cierto que tenía conocimientos de cómo tomar una katana, pero no de lejos se sentía con la destreza de empuñarla en un entrenamiento, mucho menos en una batalla real. Su conocimiento se debía en gran medida a sus ensayos, meras tomas de personaje que requerían ciertas clases en distintos ámbitos para llevarlos lo mejor posible y agregar características a su psicología.

Se preguntaba si empuñar la espada le resultaría tan impresionante como manejar los conocimientos médicos de Kanae como si fuesen los suyos propios, pero dudaba que pudiese reproducir el mínimo de agilidad que debía tener un Pilar, incluso con la memoria corporal y su capacidad para aprender, además de sus conocimientos básicos. Suspiró internamente sin dar a conocer su diatriba mental.

—Es cierto... Debería hacerle caso —dijo después de unos segundos de reflexión.

Sería imprudente de su parte el no aceptar la sugerencia y, en cambio, arriesgarse a hacer un pésimo trabajo en el tratamiento si insistía en permanecer despierta. Inclinó su cabeza en dirección a la esposa de Kagaya con suma gratitud por su preocupación.

—En ese caso, le diré a una de mis hijas que te habilite una habitación para que descanses—expresó con soltura—. Nichika, haz el favor de llevarte el agua. —Aunque notó que su voz era autoritaria, todavía despedía una calidez amable al hablar a su hija.

Esta se inclinó hacia las dos mujeres como señal de comprensión y despedida. Cargó el cuenco de madera sin expresar algún tipo de esfuerzo a la par que, con suma elegancia y suavidad, casi como si flotara para cambiar de una postura a otra, Amane hizo humilde alarde de su educación y se levantó. Dedicó una venia cortés a Kanae y se dispuso a salir para hacer lo ya dicho.

La puerta corredera no emitió sonido alguno al cerrarse y ella por fin pudo mostrar las expresiones que se formaban en su rostro con su creciente dolor de cabeza. Había sido tan repentino que no lo había visto venir. Volvió a pensar; ¿acaso Kanae sufría de migrañas y jaquecas? Creía que era lo más cerca para describir lo que sentía, como si una parte de su cerebro estuviese reacomodándose constantemente.

Fijó nuevamente la mirada sobre el niño malherido en el futón. Pese a las heridas y siendo conocedora del trauma que no le permitiría recordar su vida cuando despertara, sus facciones infantiles se notaban pacíficas, como si estuviese viviendo en sueños los días más felices junto a sus seres queridos.

Seres queridos...

Ella no se había tomado el tiempo de llorar por las personas que había dejado atrás, incluso si en su interior aguardaba la esperanza de que todo esto no pasara de la situación que se había imaginado en un inicio, pero había decidido dejar de amargarse por ello. ¿Cómo había reaccionado su hermana al recibir la noticia de su accidente en medio de sus prácticas en el hospital? ¿Habrían vuelto sus padres del extranjero tan pronto habían recibido la noticia? ¿Sus compañeros se habrían congregado en solidaridad hacia su persona? Eran tantas las interrogantes y tan pocas las respuestas, que volvió a sentir el tirón de dolor en su cabeza mientras observaba a Muichiro.

Llevó lentamente una mano hacia su frente, notando que ya su aspecto febril había estado bajando con parsimonia. Su frente estaba sudada, pero ya su temperatura corporal iba camino a estabilizarse. Recordó de la historia original que sus heridas estuvieron a punto de matarlo por la aparición de las larvas, pero, por fortuna estaba allí.

—Debería despertar cuando se complete la mayoría de su tratamiento —argumentó la muchacha al aire y entre murmullos.

La leve caricia que ella dejó sobre el rostro magullado, fue suficiente para que el niño suspirara entre sueños, como aliviado. Ella se enterneció y sonrió casi imperceptiblemente, cual hermana mayor que buscaba mantener a resguardo a su lastimado hermano pequeño para que no sufriera.

La puerta corredera sonó y la joven supo que Amane había vuelto, así que se levantó justo cuando ella colocaba un pie en la habitación. La observó cerca del pequeño y sonrió con suavidad, con la esperanza de que despertara pronto.

—Ya está lista la habitación. Una de mis hijas te llevará hasta ella —informó señalando grácilmente el pasillo antes de agregar: —Agradezco toda la ayuda prestada para estabilizar el estado de Tokito-san —agradeció con sinceridad.

Kanae enarboló una leve inclinación de cabeza.

—Estoy a su servicio también, Amane-sama. Con los cuidados necesarios despertará más pronto de lo que podríamos asegurar en un inicio. Sé que tiene mucha habilidad para cuidar a los enfermos —agregó.

Había visto dedicación y esmero por mantenerlo vivo en su momento de crisis, pues ella había sido la salvadora de Muichiro luego de la muerte prematura de su gemelo y la precaria situación de salud que lo puso en peligro debido al enfrentamiento con aquel despreciable demonio.

—Madre, soy Kanata. —Escuchó que decían fuera de la habitación.

—Adelante —respondió Amane para que su hija corriera la puerta.

La cazadora presente se acercó hasta la misma y devolvió la reverencia que la pequeña le dedicaba.

—Acompáñeme, Kochō-san, por favor —pidió antes de empezar a caminar.

Amane la despidió con una sonrisa modesta antes de cerrar la puerta.

Los pasillos de la mansión principal eran amplios y al aire libre. Su estructura rectangular dividía las varias estancias del lugar distribuidas alrededor de un jardín con el tradicional lago, adornos indispensables y la grava que se extendía reflejando la claridad de la luna y los farolillos colgantes. El tatami se sentía espléndido bajo sus pies sin el calzado y pudo relajarse solo un poco de todo lo que significaba estar en aquel lugar con esas personas.

El silencio se hizo uno con el sonido ambiental y los pasos casi imperceptibles de ambas jóvenes. Ella llegó a pensar en el curso de su vida, aquella que había dejado y esta en la que se había despertado, sopesando las opciones y analizando sus recuerdos. El hecho de haber sobrevivido en este curso de la trama podría facilitar o hacer mucho más difícil el recorrido que la organización debía seguir. Dependía enteramente de ella ser una gran ayuda o ser el más grande estorbo.

Por un momento pensó contar todo a Oyakata-sama, de alguna manera sentía que él entendería (en gran medida) lo que había ocurrido con ella, sin embargo, no creía que estuviese bien decirle que era una forastera en ese cuerpo y que todo lo que pasaría a continuación estaba dibujando a paneles en un manga, una historia ya trazada que prometía muchas más pérdidas de las que él sería capaz de imaginarse en un inicio.

Inconscientemente negó con la cabeza, casi como si no se pudiese imaginar diciendo todo aquello, sería contraproducente, sobre todo porque cabía la posibilidad de que los acontecimientos no ocurrieran de la misma manera una vez más, empezando por la propia sobrevivencia de Kanae. Tal vez solo empeoraría las cosas, porque contar los hechos desencadenaría una serie de acciones que podrían torcer absolutamente todo lo que conocía hasta el momento, así que, quedarse en la más irresoluta ignorancia de lo que pasaría no era una opción viable.

—Hemos llegado. —La voz de la pequeña casi la hizo saltar, pero se contuvo.

El arco oscuro del cielo creando sombras a su alrededor le indicaba que era ya bastante tarde. Nunca se hubiese imaginado que perdería la noción del tiempo de aquella manera, pero al final se había tenido que quedar en la mansión del líder de los cazadores debido al estado de Muichiro. No había sido algo que pretendiera, pero no sé quejaba de ello más allá de aquel sentimiento empático que a veces llegaba a marearla. Nunca se imaginó que estar en el cuerpo de Kanae pudiese sentirse tan real como en ese momento, con los sentimientos revueltos y a flor de piel, experimentando la más pura bondad de una persona tan cálida como lo era Tanjiro en la historia. Resultaba curioso que sintiese a Kanae como una versión femenina de él hasta ahora, pero sabía que le quedaba mucho por descubrir.

La sensación de que estaba olvidando algo importante la perseguía como una flecha lanzada hacia su dirección, mas no llegaba a impactarla, dejándola con la sensación de perpetua incertidumbre, inquietante y arisca que huía despavorida de su alcance. Era como tener una palabra en la punta de la lengua y no poder decirla. Una puntada a sus sienes le hizo inclinar levemente la cabeza y la niña lo tomó como una venia cortés.

—Solo diga si necesita algo más —pronunció a modo de despedida poco después de deslizar la puerta y dejarla en la entrada de la amplia habitación.

Como toda la estructura de la casa, era tradicional. Entró en la habitación y corrió los fusuma para darse una privacidad esperada. Había una mesa baja y un gabinete junto a las paredes, enfrentados entre sí a la altura central de la estancia. Justo en ese rango, en el medio, había ya un futón desplegado que le recordó su somnolencia a causa de su dolor de cabeza. Las lámparas de andon, una sobre el gabinete y otra sobre la pequeña mesa, emitían una luz opaca tras el papel de arroz con motivos florales.

Suspirando, se acercó hacia la mesita y se despojó de la katana antes de dejarla en el suelo con un silencioso y cansado gesto que parecía retraído de puro dolor. Se quitó el haori y lo dobló cuidadosamente para dejarlo sobre el gabinete, sopesando si dejar también los broches de mariposa allí en vez de en su cabeza, pero decidió que estaría más cómoda si no los llevaba para dormir. Había estado alerta desde que apareció en este mundo y sabía que estaba segura aquí, justo en esta casa. Se apartó de los adornos y sintió liberar otra porción de su espeso cabello oscuro que brillaba sedoso ante la tenue luz de la lámpara.

Sentía demasiada vergüenza como para cambiar su uniforme por alguna muda de ropa en el gabinete, así que se quedó así. Arrastró los pies hasta el futón y se acostó, casi tirándose, un peso muerto, como cuando regresaba de su trabajo tan cansada que caía en el sofá de la sala en el departamento que compartía con su hermana menor.

Su verdadera hermana.

Aun con cansancio y el dolor martillado insidiosamente en cada pliegue de su cerebro, el nudo que se comenzó a formar en su garganta no cedió ni un ápice. Le costó respirar y optó por tomar una bocanada profunda de oxígeno para intentar calmarse, pero eso solo empeoró. Aquello le trajo una suma tristeza, dándose cuenta de que una vez más de que todo lo que vivía era demasiado real. La sensación de añoranza se acurrucó en su pecho como un cachorro herido, en la completa ignorancia de no saber si alguien le rescataría, si alguna vez volvería a ver a su familia. Cómo aquella vez en la que había sufrido un primer quiebre emocional durante la visita del patrón a la Finca Mariposa, sintió aquella sensación de anhelo innegable, de nostalgia. Observó cada recoveco del lugar sin reconocerlo y eso la hizo estallar en un mudo llanto. Cerró los ojos y se acurrucó, abrazando sus rodillas flexionadas casi a la altura de su pecho.

Ella nunca se había separado de su hermana, ni siquiera cuando terminó el instituto y su trabajo le permitió costearse un modesto piso cerca de su agencia. Su hermana menor, que aún cursaba sus estudios, decidió irse con ella ante el inminente viaje de negocios que sus padres harían al extranjero, más largo que los anteriores; no obstante, cuando regresaron, su hermana había decidido que viviría con ella, así que no puso objeción alguna ante su fuerte carácter.

Kanae se abrazó mucho más, buscando alcanzar el fantasma de su hermana tras sus recuerdos, como agua escurriéndose entre sus dedos. La extrañaba tanto que dolía.

Más tarde esa noche, en un profundo letargo que se llevó sus pesares, soñó. Su hermana había estado riéndose por media hora de su rostro preocupado hasta que avisó que se iría a sus prácticas en el hospital. Ella le rogó que, si le preguntaban algo sobre ella, dijera que su apartamento parecía estar vacío.

Solo escuchó la carcajada y el rostro sonriente que ella le dedicaba antes de asentir.

Extrañamente y sin darse cuenta, en su sueño, su hermana había tomado el aspecto de Shinobu Kochō.

...

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...

El salón de rituales se iluminaba imponente con sus particulares lámparas colgantes y de interiores distribuidas por todo el lugar. El silencio sepulcral se sucedió con unas breves palabras pronunciadas por los labios femeninos mientras Kagaya Ubuyashiki se mantenía en vigilia, en su posición ceremonial a la espera de que su esposa terminara de purificar la esencia de su linaje.

Amane se mantenía en completa concentración, siguiendo los mismos pasos que lucía día tras día bajo la atenta mirada del líder de la cofradía.

Tenía contadas exactamente cuántas veces había hecho aquellas purificaciones, porque para eso era que la familia Ubuyashiki buscaba linajes de sacerdotes que produjeran mujeres para la supervivencia de la familia, una que llevaba una lucha sin cuartel contra los demonios y la pestilencia que Muzan Kibutsuji despedía por el mundo; no obstante, Amane era mucho más que una sacerdotisa tomada como esposa para evitar la extinción de su casa y el rápido deterioro de sus miembros. Era consejera, compañera, confidente. Aquella mujer con la que podía dialogar sin guardar el más minúsculo secreto, a la espera de una palabra que terminara por sellar alguna resolución tomada.

Recordaba aún aquella vez que la conoció, a sus trece años. Le había dado la opción de negarse a su matrimonio con él y vivir una vida pacífica lejos de todo lo que significaba ser la mujer que perpetuara la existencia del Clan Ubuyashiki, pero ella le había dicho que cumpliría con ese deber, notando la decisión severa en esos ojos vibrantes y enigmáticos que sus hijos habían heredado también. Su ojo sano la contempló con una casual suavidad, siguiendo cada movimiento en el cúlmine del ritual de purificación.

Él hizo lo propio para ser bendecido por las propiedades místicas de las habilidades de su esposa y se inclinó una vez ante la estela de su espíritu protector y al Dios que preservaba la sangre que Muzan había manchado con su acto egoísta hace tantos siglos atrás, una maldición que había bañado a todas sus generaciones para suplir la inmortalidad de aquel monstruo.

El silencio se hizo una vez más, y a pesar de que el ritual estaba terminado, Kagaya no se movió de su posición en seiza, incluso cuando Amane hizo el amague de prestarle su ayuda, pero él solo reacomodó la almohadilla a su vera para que ella se sentase un momento junto a él. La joven señora no dudó ni un segundo, completamente en confianza.

—¿Qué sucede, Kagaya-sama? —inquirió con sutileza mientras lo miraba con suma atención.

Él correspondió a su mirada, y antes de comenzar con las interrogantes que surcaban su mente, colocó con delicadeza su palma sobre las manos femeninas que se replegaban sobre su elegante regazo. Era una forma habitual de darle las gracias silenciosas, gesto al que ella siempre respondía reflejando una sonrisa en su mirada. Él apartó su mano, pero siguió mirándola.

—Envié una carta a Gyomei junto con algunos kakushi más ahora que Kanae irá a entrenar con él —informó hacia la mujer, quien le miró con curiosidad.

Era normal que el Pilar de la Roca tuviese alguno que otro kakushi a su entera disposición debido a su ceguera, pues necesitaba a alguien que le ayudase en ciertas cosas, entre esas, leer las cartas que se le dirigían y escribir alguna respuesta.

—¿Eso ha sido lo solicitado por Kanae-san? Es bastante peculiar que un Pilar quiera entrenarse con otro —expresó su duda en un susurro que el patrón valoró con avidez. Cada cazador sentía cierta afinidad por un estilo de respiración particular y resultaba peculiar que el Pilar de la Flor, cuyo estilo estaba más que consolidado, quisiera entrenar con alguien que era ajeno al suyo.

—Ningún cazador había sobrevivido al encuentro con una Luna Creciente en poco más de un siglo, Amane. ¿Sabes lo que significa eso? —La aludida lo miró con una leve arruga en el entrecejo, casi imperceptible, esperando que continuara—, significa que el destino empieza a ponerse en movimiento de nuevo, que la onda expansiva de este suceso alcanzará a ese hombre en algún momento y él no tendrá posibilidades de escapar. —Aunque su tono era sublime, su ojo sano se mostraba aguerrido, esperanzado. Amane vio una nueva luz en la mirada de su esposo, completamente enfrascado en lo que, pensó ella, era su habilidad de previsión.

—Y usted estará vivo para verlo —aseveró con decisivo reto.

Era cierto que las habilidades de purificación, que ella colocaba en sus rituales todos los días, habían sido capaces de retrasar el curso de la enfermedad que embargaba a la familia; no obstante, podía sentir la maldición esparciéndose como asquerosos tentáculos, amenazando la vida del líder. Sus hijos no habían mostrado los primeros rastros de la enfermedad y eso era un completo alivio para el corazón de cualquier madre que amara a su descendencia tanto o más de lo que amara la convicción de un esposo abnegado y diligente.

Él le devolvió una sonrisa tenue, pero el brillo enigmático en su pupila le decía que estaba ocultando algo más.

—Sin embargo, hay algo que me ha mantenido intrigado y, quizás, algo preocupado.

Su tono bajo y calmo no le traicionó en ningún momento, pero Amane pudo vislumbrar un leve atisbo de aprehensión en sus palabras. De manera tácita y solo mirándola, él le estaba formulando una pregunta que ella supo interpretar.

—Más allá de su evidente incomodidad por las secuelas debido a sus heridas y su palpable cansancio, noté que sigue siendo la misma joven bondadosa y servicial. No se apartó de Tokito-san ni un momento hasta que pudimos estabilizar su estado —mencionó con un dejo de satisfacción.

Kagaya recibió su apreciación con un leve asentimiento.

—Nada en ella parece haber cambiado demasiado, pero me sorprendió el hecho de que no recordara que la Respiración del Insecto fue su creación y no la de su hermana. —Ante esto, la sacerdotisa frunció el ceño—. Si bien fue Shinobu quien la perfeccionó, Kanae se veía ciertamente segura de que su hermana la creó —culminó, no sin algo de incertidumbre.

—¿Tal vez tenga una leve pérdida de memoria? —teorizó la mujer.

El líder del Clan Ubuyashiki no respondió de inmediato. Había cierto velo que cubría sus suposiciones y la previsión en torno a los sucesos que habían rodeado la (casi imposible) supervivencia de la mayor de las mariposas. Cómo tirado por un cordón, manejando solo hipótesis, le encomendaría a Gyomei el recaudar información sobre su comportamiento y actitudes posteriores.

Todo lo que podía saber ahora, era que Kanae se había convertido en un activo poderoso dentro de la organización, así que su creciente popularidad entre el boca a boca de los cazadores de menores rangos empezaba a repercutir en la motivación de todos ellos. Todos temían o ansiaban derrotar a una Luna. Unos pocos lograron la hazaña de matar a una Menguante, otros perecieron en el intento, pero solo Kanae en más de un siglo había logrado sobrevivir al ataque de una Creciente.

Miró a Amane con la tranquilidad brillando en el interior de sus pupilas. El viento sopló fresco, como invitándole a pensar que todo esto solo era la señal que estaba esperando.

—Solo el tiempo nos dará las respuestas.

...

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...

La luz tenue se filtraba a través de los paneles. El cosquilleo cálido sobre sus párpados arrullaba las lágrimas que yacían secas sobre su compungido rostro.

Abrió con lentitud los ojos y el destello de la claridad se reflejó en sus iris somnolientas, tan brillantes como dos estrellas en el firmamento; sin embargo, la sensación de pérdida que había experimentado a lo largo de esa noche, no la abandonó.

Se sentía vacía.

Sola y desamparada, ahogada en la pena de no poder ver a sus personas queridas nada más que en sueños. Sabía que los había soñado toda la noche, aunque no pudiese recordar más que retazos de lo que alguna vez fue su vida.

El dolor persistente de su cabeza le advirtió que tenía que hacer algo para arreglar ese problema, aunque estar preocupada por su palpitante puntada en las sienes le ayudaba a mitigar un poco la sensación de abandono que la embargaba y apartar un poco sus pensamientos sobre ese tema.

Le tomó más de un minuto de evaluación darse cuenta de que tenía comida y un cuenco de agua a un lado de su futón, como si alguien hubiese entrado furtivamente a su habitación solo para que ella comiese en cuanto despertara. A pesar de encontrarse tan mal, sonrió tenuemente agradeciendo a la nada, sopesando cuál de las silenciosas niñas había sido, aunque no tenía hambre, sintió la necesidad de no hacer desprecios a la hospitalidad de la familia Ubuyashiki, quien la había atendido tan bien que le sabía mal tener que irse.

Destapó la comida y se dio cuenta de que era un platillo para servirse frío, con los nutrientes suficientes para empezar el día. Había estado tan agotada que probablemente había despertado bastante tarde, aunque no podría comprobarlo hasta que saliese al sol y notase su posición (una de las innegables capacidades en orientación que tenía Kanae) ya que había dejado el reloj mecánico en su habitación asignada en la Finca Mariposa.

Comió rápido sin apreciar realmente el sabor, aunque un vago deje de calidez se instaló en su pecho por la atención. Repentinamente, como aquella vez, tuvo un ataque de tos que se arrastró por varios segundos en los cuales le costó respirar. Otra vez, pensó.

Se llevó una mano hacia el pecho e intentó respirar profundamente, una acción que le costó pero que pudo lograr en breves momentos luego de que la tos le abandonara tan rápido como había llegado. Sabía que debía investigar qué era lo que tenía, podía hacerlo con los conocimientos de Kanae, pero guardaba cierta reticencia a ello. Comprobar aquella primera suposición que había hecho en torno al arte demoníaco de Douma, significaba que la había dejado marcada más allá de sus heridas visibles.

Sacudió la cabeza y se dispuso a acomodarse antes de ordenar la habitación, tal como la había encontrado.

Tal y como había supuesto gracias a la luz que se colaba entre los paneles de la habitación, era ya por la tarde. Sintió una profunda vergüenza por su despertar tardío, pero nada de eso fue suficiente para amilanar su carácter resolutivo. Solo conocía una habitación en la que podía entrar sin invadir la privacidad de la casa, así que se dirigió hasta el lugar donde Muichiro Tokito descansaba. Quizás encontraría a Amane allí.

Sin embargo, a pesar de las suposiciones, encontró que el joven estaba solo, aunque por su respiración pudo comprobar que seguía estable bajo un profundo sueño que le ayudaría a recuperarse más rápido de sus heridas más críticas. Sin mucha dilación, se acercó para comprobar su temperatura corporal y sus signos vitales antes de suspirar. Sería duro para él cuando despertara plenamente consciente, encontrando que no había ni rastro de memoria sobre su pasado, pero al menos olvidaría por un momento el dolor sordo y contundente que se sentía al perder a todos. Por supuesto, tendría apoyo cuando recuperase sus recuerdos si todo seguía el curso que debía seguir.

Se sobresaltó solo por un leve quejido emitido por el niño, así que ella apartó rápidamente la mano que había permanecido en su frente mientras pensaba en su desdicha. Y entonces, lo observó, topándose de frente con los pozos somnolientos y sumamente cansados que representaban los ojos del futuro Pilar de la Neblina. Pudo identificar cierto miedo en su mirada y un esfuerzo sobrehumano de su parte para lograr entreabrir su boca, seguramente con el objetivo de hablar, pero Kanae notó antes que sus labios estaban tan secos y coartados que necesitaban hidratación.

—No intentes hablar, por favor —sugirió ella con un tono tan suave como tranquilizador.

Él pareció hacerle caso y volvió a cerrar la boca sin haber emitido sonido alguno que pudiese interpretarse como palabra. La muchacha se había levantado hasta la jarra de agua y vertido una generosa cantidad en uno de los vasos para luego volver hasta él. Se acercó a su futón bajo la atenta mirada aniñada de Muichiro, un gesto que la enterneció.

—Voy a darte un poco de agua, ¿está bien? —inquirió con voz moderada al acercar su mano libre hasta la cabeza de él.

Al no sentir hostilidades ni reticencias, se tomó la libertad de moverlo con cuidado, de tal forma que pudiese sostenerlo mientras él bebía pequeños sorbos del líquido vital. Se quedó solo un momento más mientras él tragaba con dificultad para luego volver a dejar su cabeza sobre el futón con precaución de no lastimarlo. Dejó el vaso en el mismo lugar en el cual lo había encontrado y sonrió en dirección Muichiro. La mirada que le dedicó estaba llena de confusión, pero predominaba más el cansancio, mismo que lo terminó venciendo y causando que cerrase los ojos de nuevo justo cuando el fusuma se abrió.

Amane estaba de vuelta y no pareció nada sorprendida de encontrarla allí; en cambio, le ofreció un leve asentimiento de cabeza como saludo y ella se lo devolvió con cierta incomodidad por seguir en el lugar en vez de partir a sus tareas. Tenía un entrenamiento que empezar, al menos después de que se comprase algunas hierbas para los insoportables dolores de cabeza que la atenazaban.

—Kanae-san, buenas tardes —dijo con una leve tonada de comprensión al notar el sonrojo avergonzado en su rostro—. Te he arreglado algunas provisiones para tu partida. Te despediré en la salida —comentó suavemente, a lo que ella asintió como agradecimiento.

Su mirada se dirigió de nuevo hacia Muichiro, rendido de nuevo y con la expresión pacífica. Amane pareció darse cuenta de ello y agregó rápidamente:

—Te escribiré sobre su estado si así lo deseas—aseveró.

—Me gustaría eso, Amane-sama —respondió rápidamente y con agradecimiento—. Me despediré de Oyakata-sama, lamento causar tantas molestias.

—Pierde cuidado.

Un poco más tarde, después de enfrentarse a la enigmática expresión del patrón y despedirse de la familia presente, Kanae salió de la mansión con una pequeña bolsa de provisiones. Había comida y se dio cuenta de que Amane había agregado un par de ungüentos para la cicatrización óptima de sus heridas, acto por el cual ella se sintió profundamente agradecida. Era un gesto pequeño que denotaba una gran humanidad y percepción del entorno, aunque viniendo de Amane y del patrón, no hubiese esperado menos.

Decidió que se desviaría un poco hasta el pueblo más cercano para pasar al boticario por algunas hierbas que conocía y sabía que la ayudarían con sus extrañas migrañas. Ahora se mantenía bien, pero en cualquier momento podría embargarla el dolor y volver a sufrir por ello, así que era mejor atenderlo de inmediato en caso de que ocurriese, así que, ocultando bien la katana con el pliego de su haori, fue hacia su destino.

Aquel pueblo parecía bastante animado, con algunos niños corriendo en varias direcciones mientras jugaban a alguna cosa que ella desconocía. Levantó una que otra mirada curiosa, quizás por el llamativo haori en vez del yukata que llevaban la mayoría de las jóvenes que había visto paseando por las calles. Ella no se atrevió a preguntar dónde quedaba la tienda que estaba buscando, pero se encontró riéndose internamente por su miedo injustificado.

Solo con el simple hecho de sobrevivir, había cambiado el curso de toda una historia, de alguna manera u otra. Pensaba cada vez menos que esto formaba parte solo de su mente (¡sobre todo cuando los dolores de cabeza se sentían tan reales!), así que simplemente se resignaba una vez más. No podía permitirse caer nuevamente en la desesperación como la noche anterior. No podía llorar sobre la leche derramada, completamente derrotada.

Dio una vuelta singular por una parte del pueblo, ayudó a una niña que tropezó y se raspó el tobillo, ganándose en el proceso la simpatía inmediata de un abuelo preocupado, así que finalmente este le dio la dirección del mejor boticario del lugar, no sin antes asegurarse de que ella no fuese a decir nada de la recomendación por su parte, pues la otra botica presente era manejada por un malhumorado hombre competitivo. Los gestos del anciano al referir esa historia causaron que se riera y certificara que su secreto estaba a salvo sin duda alguna.

Más pronto que tarde, llegó a la dirección indicada. La variedad de hierbas medicinales la dejó satisfecha y lista para escoger, asegurando al hombre de mediana edad que atendía, que venía recomendada por el anciano, así que no hubo ningún tipo de objeción a su pedido.

No fue sino hasta que se dispuso a pagar lo que escogió, que escuchó la alarmante conversación de un par de muchachas que habían entrado para comprar algunos frascos de medicina ya elaborada.

—¿Escuchaste lo que dijo Kazumi hace unos días? Aseguró que el espíritu se lleva a alguien cada tres días… ¡Y hoy es el tercer día!

Kanae observó la interacción de reojo, fingiendo observar los distintos frascos del lugar. Un escalofrío le recorrió la espalda. Quizás solo era el folclore, ¿no? Nada que ver con seres demoniacos…

—¿Crees que sea un espíritu de verdad? —instigó la otra muchacha antes de girar su cabeza hacia la entrada y acercarse más a su amiga para susurrar—, escuché a mi padre decir que encontraron sangre sobre la cama de Hiromi, un asunto que ocultaron a la familia. No me imagino la pena que debió sufrir Asumi-san en cuanto se enteró de su desaparición.

Desaparición. Sangre. Cada tercer día. Todo aquello sonó tan sospechoso como preocupante. Se preguntó si Oyakata-sama había recibido algún aviso o avistamiento a través de los cuervos kasugai, pero suponía que no. No le había dicho nada.

«Se supone que esto está dentro del rango de vigilancia de la Finca Mariposa»; pensó con un leve aturdimiento. Los cazadores de su casa eran los que más cerca estaban de este sitio. De alguna manera tenía conocimiento de ello aunque ningún recuerdo había venido a su cabeza. Era… extraño.

Una punzada atacó su sien izquierda. Ahora no, por favor

Salió de la tienda agradeciendo con una inclinación hacia su dueño y suspiró. Ahora estaba un poco tensa mientras sus emociones luchaban con hacerse un frente en sus entrañas. Solo por unas pocas palabras, sentía que estaba en peligro. Era absurdo, pero comprensible. Podía estar en el cuerpo de Kanae invadiendo sus pensamientos, emociones y recuerdos, pero no era una cazadora, al menos aún no se había convertido en una de pleno derecho. ¿Cómo se suponía que iba a luchar contra un demonio? No había tenido ni la disposición de blandir la katana por primera vez.

«Aun así, aun si no tengo la capacidad, no puedo irme… ¿Dónde está Urugi?»; se preguntó. Parecía que se estaba tardando demasiado en entregar la carta a Gyomei. ¿Tan lejos quedaba su residencia?

Otra punzada más. De nuevo. La sensación de que estaba olvidando algo se hizo presente con más urgencia y la desesperó, pero evitó mostrar eso en sus rasgos, decidida a patrullar de manera casual por el lugar hasta que la noche cubriese las casas y la vegetación que rodeaba la aldea. No tenía el corazón para irse y dejar desamparado el sitio, incluso si ella no se iba a poder encargar enteramente de todo en caso de que apareciese un demonio realmente.

Distraerlo era una buena opción. Tal parecía que debía quedarse en la posada del pueblo al menos por esa noche antes de continuar el viaje, pues ahora no solo debía esperar la vuelta (bastante tardía) de Urugi, sino que también se presentaba esta situación particular.

Manejándose con presteza y descubriendo que su apariencia era capaz de torcer en una perezosa sonrisa al más adusto de los gestos, Kanae obtuvo la mitad de precio en una confortable habitación de aquella posada justo cuando el atardecer pintaba sus formas anaranjadas en el arco del cielo, pero no sería hasta muy entrada la noche que se aventuraría a salir. No necesitaba espectadores, o al menos no más de los que pudiese manejar.

No se despegó de su katana, pero sí dejó sobre la mesa las provisiones envueltas en tela que le había dado Amane y se guardó las cuerdas que ataban las hierbas compradas, mismas que se puso a ordenar en pequeñas tiras, dependiendo la cantidad que necesitase utilizar cada vez. Al cabo de un tiempo, se permitió extraer la brillante katana de guarda de mariposa y una hoja de un rosado tan claro que parecía blanco a primera vista.

Desenvainada y entre sus delicados dedos, se notaba bastante más pesada, y estaba segura de que le pesaría más si estuviese en su propio cuerpo. Purgó los pensamientos de su mente porque necesitaba concentrarse, al menos tener un mínimo de control sobre esta katana real. Dioses, todo lo similar que había utilizado en su trabajo era debido a la utilería necesaria en el set.

Más rápido de lo que pensó, el silencio se hizo uno con sus pasos mientras el pueblo comenzaba a atenuar sus luces interiores y encender los diferentes chōchin de las entradas, aquellos llamativos farolillos de papel que iluminaban con vehemencia el camino. Había unos pocos hombres patrullando, algo que le causó cierta sensación de incomodidad, ya que, si era cierto que había un demonio merodeando las calles, esos hombres podían salir lastimados.

Utilizando toda su destreza en permanecer silenciosa, se escabulló de la posada a través de la ventana, rumbo al amparo del cielo nocturno y sus estrellas titilantes. Supo esconderse de los hombres y fue lo suficientemente astuta como para que no la notaran.

Se mantuvo así un par de horas más, hasta que los hombres fueron menguando e intercambiaron el turno de vigilancia. En pleno estado de alerta, no notó nada fuera de lo normal, aunque el viento se volvió más despiadado y el sonido sibilante de sus ráfagas le traía la sensación de escalofríos. Parecía que más allá de eso no iba a pasar nada.

Y allí estaba la palabra clave: parecía.

Fue una sensación leve, tan leve que pareció muy lejana de su posición, pero inmediatamente el cuerpo de Kanae reaccionó a la sensación de detectar la esencia de un demonio reciente, quizás de pocos días de conversión. Los vellos de su nuca se erizaron y su corazón se aceleró frente al miedo y expectativa de encontrarse con una de esas cosas, pero el cuerpo de la cazadora, aquel que había invadido sin quererlo, estaba más preparado y dispuesto que sus pensamientos arremolinados y llenos de pavor.

Fue un actuar antes que pensar debido a ello. Su mente no podía coordinarse ni ponerse de acuerdo con sus movimientos, así que sus acciones pudieron parecer algo erráticas mientras despegaba una carrera directamente en dirección al aura que había sentido. Para su horror, no tardó en encontrarlo, aunque agradeció que pareciese más humano que un grotesco demonio, confirmando con su mente que era un convertido de hace pocos días. El hecho de pensar que una de las Lunas Crecientes o el mismo Kibutsuji estuvo tan cerca de Oyakata-sama o de la Finca Mariposa, la enfermó.

Desenvainó la katana con demasiada destreza y rapidez, sorprendiéndose a sí misma, aunque la descoordinación de sus pensamientos con sus movimientos la hizo tropezar en su objetivo, dándole un segundo al demonio para darse cuenta de su presencia y huir. Contuvo el chasqueo de su lengua y le persiguió, encontrándole tan fácilmente como podría ser.

Ni siquiera le dejó un respiro antes de volver a la carga, pero en vez de cortarle la cabeza de tajo como debió, controló el impulso natural de cazador gobernante en las manos de la mariposa mayor y le propinó una patada que dejó al demonio en el suelo, demacrado por la sorpresa. Kanae procedió a amarrarle las manos juntas tras la espalda con una de las cuerdas que le habían dado junto a las porciones de hierbas compradas, más rápido de lo que el demonio novato pudo darse cuenta.

Ahora tenía un serio problema. Ya que había controlado el impulso inicial y era capaz de gobernar el cuerpo de nuevo, no se sentía capacitada para quitarle la cabeza. Oh, Dios. ¿Y ahora qué? Se llenó de algo parecido a la frustración, bajando la nichirin a la altura del cuello demoníaco cuyo cuerpo se retorcía, diciendo palabras que la joven no entendía.

Un momento de vacilación que le dio la oportunidad de ver algo más que su férreo control sobre el cuerpo de Kanae, pues este comenzó a producir la cosquilleante reacción de la compasión, la empatía desbordante que ella albergaba y que se extendía hasta los demonios. La sensación la desbordó y sus manos temblaron con muchas dudas de por medio. Si la verdadera Kanae había reaccionado de esta manera en su encuentro con la Segunda Creciente, entonces tenía el motivo por el cual había muerto.

La emoción intensificada de su comprensión y entendimiento hacia cualquier ser, era demasiado para que alguien como ella lo pudiese manejar si llegaba a ocurrirle de nuevo.

Un segundo más de vacilación y hubiese muerto si la aparición que se presentó a su costado hubiera venido de algún enemigo, en cambio, observó en estado de shock cómo alguien le daba un golpe en la nuca al demonio con el lateral de la palma.

—Es seguro. —La voz del muchacho la colocó en un estado de tensión. Ladeó la cabeza en su dirección y sintió que se le secaba la boca.

El asistente de Tamayo, Yushiro, la miraba con severos ojos en constante evaluación.

—Está bien, Yushiro. —Fue otra voz suave y madura la que resonó en respuesta.

Por supuesto, no podría haber faltado la señorita en cuestión, quien hizo su aparición justo al lado de su asistente. Ella solo alternó la mirada entre ambos, incapaz de decir nada. No se imaginó que pudiese encontrarlos allí, ni en un millón de años. Los eventos a los que podría enfrentarse eran bastante al azar. Además, de todas las personas que se hubiese podido encontrar...

—Parece un poco pasmada...

—Yushiro —llamó su atención arrastrando las sílabas en advertencia por su grosería, a lo que él moderó su postura y se puso muy recto. La cazadora contuvo la risa que luchó por abrirse paso entre su garganta y, en cambio, miró tentativamente a Tamayo, esperando que ella hablara—. Mi nombre es Tamayo, y este es Yushiro. Nos fijamos en que tenías ciertas dudas sobre cortar su cabeza o no al tener una naturaleza demoníaca y me pregunté la razón detrás de tu accionar —expuso con un matiz de creciente curiosidad.

No era para menos. No se encontraban con un cazador con ese nivel de empatía y esa vacilación constante todos los días. Debía aprender a gestionar esas emociones ajenas para evitar otro episodio similar. Una cosa era no querer matar a un demonio y otra era dudar completamente de hacerlo.

—Tamayo-san... Ustedes también son demonios —dijo con obviedad y escuchó un vestigio de resoplido por parte del joven, pero la médica ahogó ese gesto con una simple mirada—. Quiero decir, se acercaron voluntariamente...

Tamayo pareció dubitativa un solo instante para luego responder de manera rápida.

—Es cierto, es que… hace mucho tiempo que no veía a un cazador con piedad por algún demonio —aceptó ella—. Me resultó curioso.

La muchacha pudo notar un leve atisbo de reconocimiento tras sus pupilas, un brillo parpadeante como si recordase algo en particular. Claro, al conocer la historia, ella sabía perfectamente de quién se estaba acordando…

«Espera un momento, se suponía que debía conocer a Tanjiro de una manera similar a esta»; se dijo. ¿Algo de esto iba a cambiar el hecho de que Tamayo conociese o no al protagonista?

Otra punzada. Gimió por lo bajo sin poder evitar llevarse la mano hasta la sien izquierda.

—Es un demonio reciente, pensé que quizás pudiera recuperar algo de… humanidad. —Hubiese sonado completamente absurdo de haber estado frente a otro cazador, pero sabía que Tamayo lo comprendería.

—Tamayo-sama —llamó Yushiro rápidamente mientras inspeccionaba el cuerpo— —, este no es el demonio que atacó hace tres días. Seguramente tenga solo horas de conversión.

—¿Horas? —repitió Kanae con un creciente dolor punzante, otra vez.

Sentía la absurda necesidad de irse a casa, como si toda la energía sobrenatural del demonio estuviese invadiendo sus sentidos e interfiriendo con su razón, ¿o solo era ese fastidioso y recurrente dolor de cabeza?

—Eso es grave. Kibutsuji podría estar muy cerca. Será mejor que nos retiremos —sugirió la mujer de inmediato antes de centrarse de nuevo en Kanae—. Eso ha sido un acto bondadoso de tu parte, ¿te encuentras bien? Parece que estás algo enferma —cuestionó con cierta duda—. Puede parecer imposible pero soy médica, podría ayudarte en lo que pueda si gustas. —Aquel era un ofrecimiento que ella sabía que podía aceptar sin temor.

Sin embargo, sintió de nuevo el terror de estar cambiando demasiado las cosas en vez de evitarlo. Kanae había muerto y esto no debió haber ocurrido, no debieron haberse cruzado nunca. Dudó, y aquel instante le valió una mala mirada del asistente y una leve caída en los párpados de Tamayo, casi imperceptible pero visible para ella que estaba justo frente a su silueta. Habían malinterpretado su reticencia.

—No es lo que piensan, es que me duele la cabeza y estoy aturdida —pronunció casi en un murmullo, un hilo de voz que pretendía reprenderse a sí misma.

Eso pareció ser suficiente para ambos, aunque Tamayo lo aceptó mucho más fácil que Yushiro, a juzgar por su expresión de sospecha y malhumor. Algunas cosas parecían no cambiar.

Pocos momentos después, surcaron la ilusión que había creado Yushiro. Ella no tuvo el ánimo de hacerse la sorprendida, pero agradeció que ambos ni repararan en eso. Esta era una pequeña casa tradicional, parecía más de paso que una vivienda propiamente dicha, pero eso no quería decir que careciera de todo lo que sabía que Tamayo llevaba a cabo.

Yushiro colocó uno de sus sellos sobre la frente del demonio que dejó sobre una de las camas de la amplia habitación, suponía que era para que no despertara repentinamente y Tamayo pudiese trabajar en función de ello.

—Todo listo, Tamayo-sama —pronunció solemne mientras la aludida le brindaba un suave asentimiento de cabeza.

—Gracias Yushiro —dijo. A él parecieron brillarle los ojos antes de pararse junto al lugar donde la mujer ya estaba sentada.

La improvisada cazadora, quien se encontraba frente a la médica, contuvo las ganas de reír por un momento, pero no hizo demasiada falta que prosiguiera, pues su dolor de cabeza estaba aumentando y eso le arrebató cualquier sensación de carcajada que pudiese albergar en su interior.

—Traeré su té favorito —agregó el muchacho antes de desaparecer rumbo al pasillo que, suponía, conducía a la cocina.

—Parece bastante entusiasta —mencionó ella hacia la mujer demonio.

—Disculpa sus modales —respondió antes de levantarse hacia el gabinete para tomar un vaso y una infusión que debía ser para su dolencia—. Es joven… al menos en nuestros términos —sumó sin más, pero Kanae solo agitó la mano para restar importancia a ello mientras sonreía de manera espontánea.

Yushiro volvió pronto con la tetera llena de agua caliente y una taza para Tamayo.

Fue así como, nuevamente, se dieron las presentaciones y hablaron del trabajo que realizaba la médico, además de explicarle quién era Muzan Kibutsuji y sus demonios. Ella ya sabía todo esto, tanto porque ya sabía el curso de la historia como por su papel de Pilar a través de los vagos recuerdos que albergaba el cuerpo de Kanae.

Dio el último sorbo a su infusión, sintiéndose infinitamente mejor que hace un rato. Aquello se debió notar en su rostro.

—Veo que la tensión se ha despejado en gran medida —evaluó la mujer mientras la más joven asentía.

—Muchas gracias por eso —correspondió, aunque pronto se notó levemente incómoda bajo la inquietante y sistemática mirada de la médico—. ¿Sucede algo?

—No te alarmes, pero creí que el vestigio demoníaco provenía del demonio que recuperamos, pero viene realmente de ti —soltó con cierta duda.

Yushiro la observó con más recelo, como si esperase que les traicionara en algún momento, pero ella solo suspiró. Ni siquiera había necesitado un examen para determinar sus sospechas. Aquellos vestigios que un demonio tan antiguo como Tamayo podía notar, muy probablemente eran los resquicios del arte demoníaco de Douma que estaban afectando a su sistema respiratorio de manera gradual.

—Fue la Segunda Luna Creciente —comunicó, ganándose miradas de sorpresa—. Me enfrenté a ella y sobreviví por poco. Casi muero —Kanae murió y ahora estoy yo; se corrigió mentalmente—, pero logré llegar al amanecer hasta que pudieron atenderme; sin embargo, tiempo después noté que ese demonio me había afectado a tal punto que me dejó secuelas.

—Eso es… desafortunado —empatizó Tamayo. Se le notaba que quería agregar algo más, así que ella asintió como motivación—. Eres la primera humana que alberga vestigios demoníacos, al menos nunca antes lo había sentido u oído… ¿Podría pedirte un favor? —prosiguió.

—Claro, ¿cómo negarme después de su ayuda, Tamayo-san? —aceptó con un cariz sutil para infundir confianza. Incluso Yushiro parecía dispuesto a suavizar su postura.

—¿Me permitirías analizar tu sangre? Quizás encontremos una cura para tu afección, además de, quizá… nos ayude a desarrollar una cura para los demonios —confió su objetivo con algo de esperanza.

Ella sonrió, más brillante y dispuesta que nunca. Si su sangre podía acelerar el proceso de esa cura, con gusto se la daría. No quería que aquella afección terminara convirtiéndose en una enfermedad degenerativa para su sistema, y ya que Tamayo lo había mencionado, ella misma debía aportar también a la investigación.

—Mis conocimientos médicos tal vez no lleguen a ser tan vastos como los suyos, pero también pretendo analizar mi sangre. Si tengo avances, se lo haré saber —aseguró.

Vio que algunas emociones se arremolinaron en los ojos de la médica, pero esta continuó con un semblante pacífico y agradecido. En el fondo, ella podía entender a Tamayo después de saber cómo fue su vida y todo lo que ayudaría a la cofradía en los siguientes momentos clave. Ella estaba agradecida por la confianza de un humano, más aún, de un cazador. Se alegraba porque sabía que ella no sería la única en tenerle confianza en un futuro.

—Muchas gracias, Kanae-san. —Fue lo último que pronunció para zanjar el tema.

Esa noche durmió en aquella casa sin rastro de desconfianza. Podía parecer sumamente extraño para ambos demonios, pero aquella era la ventaja de la que gozaba al saberse toda la trama con sus debidos sucesos. Había ciertas cosas que sabía que debían ocurrir, pues su intervención en ello era prácticamente imposible, aunque el creciente miedo que se manifestaba en ella cuando pensaba en los sucesos que estaban directamente relacionados con su particular existencia, persistía, reptándole por la espalda como una sanguijuela.

Al día siguiente, muy temprano, se despidió de ambos demonios ocultos en el sótano de la construcción y hasta conoció al pequeño gato, Chachamaru, del cual, sorprendentemente, Yushiro le explicó su función. Por obviedad, fue la única que salió de la casa aquella mañana y siguió las indicaciones previamente dadas para volver a la posada. Estaba muerta de hambre y necesitaba refrescarse con urgencia, así que no tardó en hacerlo.

La mirada del posadero se vio pasmada cuando la vio entrar. Abrió la boca para decir algo mientras señalaba hacia las escaleras, luego a ella, y de nuevo a las escaleras. Boqueaba como un pez, pero ella simplemente le ofreció la sonrisa más brillante e inocente que pudo formar, instándole a no preguntar.

«Tengo que volver a casa»; pensó mientras arreglaba sus cosas nuevamente para cargar de vuelta a la Finca Mariposa.

No solo influía la sensación de la noche anterior de que debía ir al que era su hogar en ese instante, sino también porque debía buscar algunos instrumentos médicos de Kanae, porque no se le había ocurrido llevarse nada de eso sino hasta que se encontró con Tamayo. Le sería útil investigar cuando no estuviese entrenando o de misión con Gyomei.

El picotazo de Urugi junto a la ventana distrajo su atención. Resopló y se acercó hasta la misma para correr el cristal antes de colocar sus brazos en jarras, tal cual la postura que había tomado al regañar a algunos cazadores testarudos durante las semanas posteriores a su despertar. Si Urugi tuvo queja alguna por su postura, no lo demostró; en cambio, voló hasta ella para acurrucarse entre las oscuras hebras de su cabello y su hombro. Cualquier reclamo que iba a hacer con alusión a su retraso, murió en sus labios. El gesto del cuervo había sido tan tierno que no fue capaz de decirle nada. Soltó el aire y sonrió antes de acariciar suavemente las plumas de su ala visible.

—Tienes suerte de que deba volver a la Finca Mariposa, eh. Un poco más y no me hubieses encontrado sino hasta el próximo pueblo —susurró, terminando de arreglar sus cosas para dejar todo ordenado.

Urugi salió grácilmente de su escondite para agitar las alas y anunciar su mensaje.

¡Él te espera, él te espera! —Su voz compuesta por un graznido grave y elegante contrastaba rotundamente con su distintivo tono emocionado, pero no se quejó de ello.

Urugi era un cuervo bastante especial que hablaba poco y estaba apegado a ella, tanto que le hacía preguntarse dónde había terminado tras la muerte de la verdadera Kanae. Torció el gesto y se obligó a apartarse de esos pensamientos, acción que resultó bastante fácil con el cosquilleo particular del pico del cuervo entre sus largos cabellos.

Con agradecimiento y una educada reverencia, se despidió del posadero antes de seguir su camino de vuelta. Se preguntó qué diría su hermana al verla de nuevo allí, pero le alivió no tener que mentirle, aunque fuese a decirle media verdad. Se quedaría en que justo iba a investigar toxinas por su cuenta y ya estaba. Utilizó la destreza de Kanae para llegar rápido a la Finca Mariposa, porque cierta satisfacción la embargaba cuando podía ir más rápido que una bala a través de los boscosos paisajes.

Solo cuando cruzó el portón exterior, Urugi echó a volar.

—Estoy aquí —habló con la tonada cantarina de su voz y de inmediato escuchó cómo su hermana corría uno de los fusuma de la entrada que daba hacia área de entrenamiento.

Shinobu asomó su cabeza y con lentitud se dispuso a ir hasta ella. La recién llegada pudo escuchar a varias personas entrenando antes de que la puerta volviese a cerrar.

—Nee-san, te hacía ya varios pueblos más lejos —dijo con un aparente tono desenfadado, pero ella sabía reconocer el brillo de alegría en sus ojos.

—Todavía pretendo ir, pero dejé algunos frascos e instrumentos importantes de investigación para cuando no esté entrenando —habló antes de abrazarla de manera repentina.

La menor de las hermanas se quedó sin habla, pero le devolvió un abrazo reconfortante. Kanae la soltó, esgrimiendo una sonrisa satisfecha antes de entrar a la casa. Ella no lo pudo notar, pero Shinobu frunció el ceño, demasiado perceptiva para dejar pasar los detalles. Creyó confirmar varias sospechas que ya tenía desde que vio despertar a su hermana, pero decidió darle algo de espacio, quizás ella se lo diría en algún momento.

Mientras tanto, la mayor de las mariposas recogía sus pasos hasta la habitación de la joven cuyo cuerpo había robado. Robado. Sonaba tan irreal como ridículo, aunque todo esto se sintiese más allá de lo real. Todavía no tenía una explicación plausible para su fenómeno espiritual, pero esperaba encontrar algún indicio pronto, de lo que fuese, cualquier cosa que la pudiese ayudar.

Punzada.

Cuando estuvo revisando de manera superficial la habitación, la sorprendió el dolor de nuevo y casi quiso ponerse a llorar. Soltó unos pergaminos sobre el escritorio para masajearse las sienes, pero cualquier masaje era inútil contra ese dolor. ¿También tenía que ver con los rastros demoníacos de Douma en su cuerpo? ¿Estaba sobrecargada del estrés de esta vida y de la que se había traído desde su muerte? ¿Era el miedo de cambiar los hechos de una manera tan irremediable que nada pudiese volver a ser igual?

«Esto es solo otro mundo, una fantasía. Una vida prestada que no es mía»; pensó.

Punzada.

Esta casi la hizo gritar, pero en vez de ello, la tumbó en el suelo. Su frente casi se dio de bruces con una caja de madera lacada que estaba en un respaldo debajo de la superficie del escritorio. Sus pupilas se enfocaron en la esquina pulida que sobresalía desde las sombras.

Ella nunca había querido ser invasiva revisando objetos y recuerdos que no eran suyos, le bastaba con los leves resquicios de memoria a los que tenía acceso cuando lo necesitaba. Revisaba lo necesario de aquella habitación suspendida en el tiempo sin mover ni un frasco porque reconocía que estaba en un cuerpo que no le pertenecía. El hecho de pensar que el alma de Kanae pudiera estarle viendo con desaprobación solo por el hecho de permanecer en su habitación, le daba escalofríos.

Pero

Pero esa caja la estaba llamando. Estaba segura. De nuevo vino a ella la pesada sensación de estar olvidando algo importante, pero más pesada fue la tensión que asaltó cada músculo de su cuerpo mientras levantaba la mano hacia el objeto, como hipnotizada por este. Temblando. La tomó precariamente con los dedos e hizo un último esfuerzo por sentarse y enderezar su postura en el suelo. Respiró profundo, la temperatura de la habitación dio la impresión de bajar unos cuantos grados a la par que ella contemplaba insistentemente la caja, como si no comprendiera que debía abrirla con las manos porque con los ojos no iba a poder hacerlo.

Acarició tiernamente la caja, llevada por un extraño sentimiento de calidez, nostalgia y tristeza. Delineó cada tallado de flores y mariposas sobre la superficie. En sus labios se armó la sonrisa involuntaria, sin darse cuenta siquiera de que sus ojos estaban húmeros, al borde de las lágrimas debido a causas desconocidas. Su corazón dio un vuelco cuando decidió abrirla por fin y…

Todo su mundo giró, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. De frente hacia atrás. En todas las direcciones. Soltó un jadeo de pura impresión, guiada por la confusión, la sorpresa y un fuerte soplo de realidad.

Había un simple cepillo artesanal y una peineta, ambos labrados con piedras preciosas, una reliquia a toda vista. Los había visto antes, los había visto muchas veces en la vida que había dejado atrás, pero esto era imposible. Simplemente imposible.

Le dolió el pecho y su cabeza empezó a martillearle tan fuerte que no pudo evitar gritar, soltando la caja y dejando que rebotara contra sus piernas. Se llevó los dedos hasta la cabeza mientras negaba.

Aquel cepillo y esa peineta estaban en un marco colgante en su apartamento, en su mundo real. Había sido un regalo de alguien anónimo, alguien que parecía saber cómo había acabado allí.

Su respiración se cortó. Miles de imágenes que hasta ahora habían estado escondidas, salieron a la luz.

Comentarios: en el segundo databook oficial de Kimetsu no Yaiba, se encuentra el dato de que fue realmente Kanae quien inventó la Respiración del Insecto porque Shinobu no tenía la fuerza suficiente para utilizar la de la Flor.

Pues bueno, tal parece que esta curiosa viajera de cuerpos de verdad comparte algo más que el cuerpo con la pobre Kanae, solo hace falta aclararlo jaja.

Agradecería mucho tu comentario si la historia te parece buena, si no puedes con la intriga, si tienes ansias por leer el otro capítulo… ¡Todo es válido!

¿Dudas, sedas o tomatazos?

Próximo capítulo: Revelación.