Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Asesinato para principiantes" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 42
—¿Qué te ha pasado? —dijo Tori.
—No lo sé. Tropecé en las escaleras cuando venía de clase de Política. Creo que tengo un esguince.
Bella se le acercó simulando un poco de cojera.
—Esta mañana vine andando al instituto; no tengo el coche —explicó—. Ay, mierda, y mi madre tiene una visita a última hora.
—Puedes venir con mi padre —dijo Tori pasando su brazo bajo el de Bella para ayudarla a llegar hasta el casillero. Agarro los libros de texto de manos de su amiga y los puso sobre los suyos —. No entiendo por qué eliges venir andando cuando tienes coche propio. Yo nunca puedo usar el mío ahora que Daphne está en casa.
—Es que me apetecía dar un paseo —mintió Bella—. Como ya no tengo a Barney de excusa...
Tori le echó una mirada compasiva y cerró su taquilla.
—Pues vamos —dijo—, cojeemos hasta el aparcamiento. Por suerte para ti, soy Arnold Schwarzenegger. Ayer hice nueve series completas de levantamientos.
—¿Nueve series completas? —sonrió Bella.
—Si juegas bien tus cartas puede que te regale una entrada para la exhibición. —Tori flexionó los bíceps y gruñó.
A Pip se le derritió el corazón de ternura por su amiga. Deseó, pensando «por favor, por favor, por favor» una y otra vez, que Tori nunca dejara de ser tan payasa y feliz después de lo que estaba por venir.
Apoyada en ella, llegaron hasta el pasillo y salieron al exterior.
El viento frío le lastimó la nariz y entornó los ojos para protegerse de él. Despacio, avanzaron por la parte de atrás en dirección a la zona donde aparcaban los profesores; su amiga le iba contando su noche de películas de Halloween. Bella se tensaba cada vez que Tori mencionaba a su padre.
Elliot ya estaba allí y las esperaba al lado del coche.
—Aquí estás —dijo al ver a Tori—. ¿Qué ha pasado?
—Bella se ha torcido el tobillo —dijo ella abriendo la puerta trasera—. Y Andrómeda trabaja hasta tarde. ¿Podemos llevarla?
—Pues claro. —Elliot se apresuró a coger el brazo de Bella y ayudarla a entrar en el coche.
La piel de él tocó la de ella.
Necesitó toda su contención para no apartarse.
Con la mochila al lado, Bella observó cómo Elliot cerraba la puerta y se subía al asiento del conductor. Una vez que Tori y Bella se abrocharon los cinturones de seguridad, él encendió el motor.
—Y ¿qué te pasó, Bella? —preguntó mientras esperaba a que un grupo de niños cruzara la carretera antes de salir del aparcamiento.
—No estoy segura —dijo—, creo que apoyé mal el pie.
—¿Quieres que te lleve a Urgencias?
—No —contestó—, seguro que en un par de días está bien.
Sacó el teléfono y comprobó que estaba en silencio. Lo había tenido apagado la mayor parte del día y la batería estaba cargada casi al completo.
Elliot le dio un golpe en la mano a Tori cuando esta intentó cambiar la música que él llevaba puesta en la radio.
—Mi coche, mi música hortera —sentenció él—. ¿Bella?
Esta se sobresaltó y casi tiró el móvil.
—¿Tienes el tobillo hinchado? —preguntó.
—Pues... —Se inclinó y se estiró para tocarlo, con el móvil en la mano.
Mientras fingía palparse el tobillo, giró la muñeca y empujó el móvil detrás del asiento trasero.
—Un poco —dijo; volvió a su posición con la cara roja—. Pero nada grave.
—Bueno, eso está bien —repuso sorteando el tráfico de High Street—. Deberías mantenerlo en alto esta tarde.
—Sí, eso haré —contestó, y sus miradas se cruzaron en el espejo retrovisor. Siguió—: Me acabo de dar cuenta de que hoy tienes clases particulares. No te estaré retrasando, ¿no? ¿Adónde tienes que ir?
—Ah, no te preocupes —dijo; puso el intermitente para torcer a la izquierda en la calle de Bella—. Voy a Old Amersham. No es ninguna molestia.
—Ah, bueno, vale.
Tori estaba preguntando qué había de cena cuando Elliot aminoró la velocidad y entró en el camino de la casa de Bella.
—Vaya, tu madre sí que está en casa —comentó señalando el coche de Andrómeda; y a continuación se detuvo.
—¿En serio? —Bella sintió que su corazón latía al doble de velocidad, asustada de que el aire alrededor de ella vibrara de forma visible—. Le habrán cancelado la visita en el último momento. Tenía que haberlo comprobado, lo siento.
—No seas boba. —Elliot se volvió hacia ella—. ¿Necesitas ayuda con la puerta?
—No —dijo a toda velocidad; cogió su mochila—. No, gracias, puedo yo.
Abrió la puerta del coche y empezó a moverse para salir.
—Espera —dijo Tori de repente.
Bella se quedó congelada. «Por favor, que no haya visto el teléfono. Por favor.»
—¿Te veo antes del examen de mañana?
—Ah —suspiró, recuperando la calma—. No, no puedo, tengo que ir a inscribirme a secretaría y luego al aula enseguida.
—Vale, pues, bueeeeeena suerteeeeee —deseó canturreando las palabras—. Te va a ir muy bien, estoy segura. Iré a buscarte después.
—Sí, muchísima suerte, Bella —sonrió Elliot—, te diría lo de rómpete una pierna,* pero me parece que no es lo más indicado.
Bella se rio de una forma tan falsa que casi se atraganta.
—Gracias —respondió—, y gracias por traerme.
Se inclinó sobre la puerta del coche y la cerró.
Con las orejas al rojo vivo, cojeó hasta la casa mientras escuchaba el motor del coche de Elliot al alejarse. Abrió la puerta de casa y abandonó la cojera.
—Hola —saludó Andrómeda desde la cocina—, ¿te pongo agua para el té?
—No, gracias —dijo; se entretuvo en la entrada—. Edward va a venir ahora a ayudarme a estudiar para el examen.
Su madre le echó una mirada significativa.
—¿Qué?
—No creas que no conozco a mi propia hija —dijo mientras lavaba champiñones en el escurridor—. Ella siempre estudia sola y tiene fama de hacer llorar a los otros chicos en los trabajos en grupo. Estudiar, dice. —Le echó la misma mirada—. Quiero esa puerta abierta.
—Jooolín, sí, señora.
Justo cuando empezaba a subir la escalera una sombra con forma de Edward llamó a la puerta de casa.
Bella fue a abrirle y él gritó un «hola» a Andrómeda y siguió a su amiga escalera arriba.
—Puerta abierta —dijo Bella cuando Edward fue a cerrarla.
Se sentó en la cama con las piernas cruzadas y Edward agarro la silla del escritorio para sentarse enfrente de ella.
—¿Todo bien? —le preguntó él.
—Sí, el teléfono está debajo del asiento trasero.
—Perfecto.
El chico desbloqueó el suyo y abrió la aplicación «Encuentra a mis amigos». Bella se acercó a él y, con las cabezas casi tocándose, observaron el mapa en la pantalla.
El pequeño avatar naranja de Bella estaba aparcado fuera de la casa de los Greengrass en Hogg Hill.
Edward le dio a actualizar, pero el muñequito siguió en el mismo sitio.
—Aún no ha salido —señaló ella.
Unas pisadas acolchadas sonaron por el pasillo y Bella levantó la vista para ver a Jake apoyado en su puerta.
—Florecita —dijo jugueteando con su pelo rizado—, ¿puede venir Edward abajo a jugar al FIFA conmigo?
Los chicos se miraron.
—Pues... ahora no, Jake —contestó ella—. Estamos bastante ocupados.
—Luego bajo y jugamos, ¿vale, colega? —se apresuró a añadir Edward.
—Vale. —Jake dejó caer el brazo a modo de derrota y se fue por el pasillo.
—Se está moviendo —dijo Edward, tras actualizar otra vez el mapa.
—¿Hacia dónde?
—Está bajando por Hogg Hill, llegando a la glorieta.
El avatar no se movía a tiempo real; tenían que estar todo el rato actualizando y esperar a que el círculo naranja avanzara a saltos por la ruta. Se paró justo en la glorieta.
—Actualízalo —pidió Bella con impaciencia—. Si no gira a la izquierda, no se dirige a Amersham.
El botón de actualizar giraba con líneas discontinuas. Cargando. Cargando. Actualizó y el avatar naranja desapareció.
—¿Adónde ha ido? —preguntó Bella.
Edward movió el mapa en todas las direcciones para ver adónde había ido a parar Elliot.
—Para. —Bella lo localizó—. Ahí. Se dirige al norte por la A413.
Se miraron.
—No está yendo a Amersham —dijo Edward.
—No.
Sus ojos siguieron el avatar durante once minutos: Elliot conducía carretera arriba y avanzaba a saltos exponenciales cada vez que Edward presionaba el dedo sobre la flecha de actualizar.
—Está cerca de Wendover —señaló Edward y, al ver la cara de Bella, añadió—: ¿Qué?
—Los Greengrass vivían en Wendover antes de mudarse a una casa más grande en Kilton. Antes de que yo los conociera.
—Ha girado —apuntó Edward, y Bella se inclinó otra vez sobre el mapa—, hacia una carretera llamada Mill End.
Bella observó el punto naranja inmóvil en la carretera de píxeles blancos.
—Actualiza —pidió.
—Ya lo estoy haciendo —contestó Edward—, está atascado. —Dio otra vez al botón; el círculo de carga giró durante un segundo y luego se detuvo y dejó el punto naranja en el mismo sitio. Pulsó otra vez, pero no se movió.
—Ha parado —informó Bella mientras cogía la muñeca de Edward y la giraba para ver mejor el mapa. Se levantó, cogió el portátil de Edward de su escritorio y se lo puso en el regazo—. Vamos a ver dónde está.
Abrió el buscador y entró en Google Maps. Buscó «Carretera de Mill End, Wendover» y lo puso en el modo satélite.
—¿A qué altura dirías que está? ¿Aquí? —Señaló a la pantalla.
—Un poco más a la izquierda.
—Vale. —Bella llevó al hombrecillo naranja a la carretera y emergió la vista de calle.
La estrecha carretera comarcal estaba rodeada de árboles y arbustos altos que brillaban al sol cuando Bella clicó y arrastró la imagen para conseguir una vista completa. Solo había casas en uno de los lados, un poco retiradas.
—¿Crees que está en esta casa? —Ella señaló a una pequeña construcción de ladrillos con un portón blanco, casi escondida por los árboles y el cable de teléfono que la bordeaban.
—Mmm... —Edward paseó la vista entre el celular y la pantalla del portátil—. O es esa o la que está a su izquierda.
Bella miró los números de la calle.
—O sea que o está en el 42 o en el 44.
—¿Es ahí donde vivían? —quiso confirmar Edward. Bella no lo sabía. Ella se encogió de hombros y él le preguntó—: Pero ¿puedes preguntarle a Tori?
—Sí —afirmó ella—. Tengo un montón de práctica en esto de mentir y engañar. —El estómago se le encogió y se le cerró la garganta—. Es mi mejor amiga y esto la va a destrozar. Va a destrozar todo y a todos.
Edward estiró las manos para tomar las de ella.
—Ya casi hemos acabado, Belly —la animó.
—Ya ha acabado —puntualizó ella—. Tenemos que ir ahí esta noche y ver qué es lo que esconde Elliot. Sid podría estar viva.
—Eso es solo una suposición.
—Todo ha sido una suposición. —Ella apartó la mano para poder llevársela a la cabeza, que le estallaba—. Necesito que esto se acabe ya.
—Claro que sí Belly —dijo él amable—. Vamos a acabar con ello ya. Pero no esta noche. Mañana. Averiguarás por medio de Tori a qué casa ha ido, si es donde vivían antes. Y podemos ir allí por la noche, cuando Elliot no esté, y ver qué es lo que hay. O podemos llamar a la policía como anónimos y mandarlos a esa dirección, ¿te parece? Pero ahora no, Belly. No puedes arriesgar así tu vida esta noche, no te lo voy a permitir. No dejaré que tires a la basura tu futuro en Cambridge. Ahora mismo, te vas a poner a estudiar para el examen y vas a dormir un poco. ¿Vale?
—Pero...
—No, nada de peros, Sargentita. —La miró, y sus ojos se pusieron repentinamente serios—. El señor Greengrass ya ha arruinado demasiadas vidas. No va arruinar la tuya también, ¿me oyes?
—De acuerdo —dijo ella sin discutir más.
—Bien. —La tomo de la mano, la levantó de la cama y la sentó en la silla. Luego empujó esta hasta el escritorio y le puso un bolígrafo en la mano—. Ahora vas a olvidarte de Sid Prescott y de Billy durante las próximas dieciocho horas. Y te quiero en cama y durmiendo a las diez y media.
Miró a Edward, sus ojos amables y su cara seria, y no supo qué decir, no supo qué sentir. Le pareció encontrarse en un precipicio, a punto de reír, o de llorar, o de gritar.
