Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Asesinato para principiantes" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 43

«Los siguientes poemas y extractos de textos ofrecen representaciones de la culpabilidad. Están ordenados cronológicamente por fecha de publicación. Lea todo el material cuidadosamente, y luego complete la tarea que se le pide a continuación.»

El ruido de las manecillas del reloj era como un pequeño tambor en su cabeza.

Fue a las hojas donde debía escribir sus respuestas y las miró una última vez.

El vigilante del examen tenía los pies sobre la mesa y la cara metida en un libro de bolsillo con un lomo muy gastado. Bella estaba sentada a un escritorio pequeño que cojeaba, en medio de una clase vacía con capacidad para treinta. Y ya habían pasado tres minutos.

Miró sus papeles, hablándose a sí misma para bloquear el sonido del reloj, y acercó el boli a la página.


Cuando el vigilante anunció que el tiempo había acabado, Bella ya había terminado, hacía cuarenta y cinco segundos, y tenía los ojos clavados en el segundero del reloj, que estaba a punto de completar un círculo. Cerró el pliego y se lo dio al hombre cuando salió de la clase.

Había escrito sobre cómo ciertos textos manipulan la culpa mediante el uso de la voz pasiva durante la acción del personaje. Había dormido casi siete horas y le pareció que había hecho un buen examen.

Se acercaba la hora de comer y, al girar por el pasillo, oyó a Tori llamarla.

—¡Bella!

Justo en el último segundo recordó añadir la cojera a su forma de caminar.

—¿Cómo te ha ido? —Tori llegó a su altura.

—Pues creo que bien.

—Yupi, ya eres libre —dijo levantando el brazo de Bella como si esta estuviera celebrándolo —. ¿Qué tal el tobillo?

—Ahí va... Creo que mañana ya estará mejor.

—Ah, oye —la llamó Tori mientras revolvía en el bolsillo—, tenías razón. —Sacó el teléfono de Bella—. Sí que te lo habías dejado en el coche de mi padre. Estaba debajo del asiento de atrás.

Bella lo cogió.

—No sé cómo habrá llegado hasta allí.

—Deberíamos celebrar que ya eres libre —propuso Tori—, mañana podría invitar a todo el mundo a casa y hacer noche de juegos o algo así.

—Sí, a lo mejor.

Bella esperó y cuando hubo finalmente un momento de silencio, dijo:

—Oye, ¿sabes?, mi madre hoy va a enseñar una casa en la carretera de Mill End en Wendover. ¿No era ahí donde vivían antes?

—Sí —contestó Tori—, qué gracia.

—El número 44.

—Ah, el nuestro era el 42.

—¿Tu padre aún va por allí?

—No, la vendió hace tiempo —contestó Tori—. Se la quedaron cuando nos mudamos porque mi madre tenía una herencia enorme de su abuela. Luego, mientras mi madre pintaba, la tuvieron alquilada, para sacar un dinerillo extra. Pero mi padre la vendió hace un par de años, después de que muriera mi madre, creo.

Bella asintió. Estaba claro que Elliot llevaba bastante tiempo contando mentiras. Unos cinco años, de hecho.

Durante la comida, Bella estuvo medio zombi. Y cuando la acabó y Tori estaba ya yéndose, cojeó hasta ella y la abrazó.

—Vale, pesada —dijo Tori intentando desasirse—, ¿qué es lo que te pasa?

—Nada —mintió Bella, y a continuación la soltó.

Harry la alcanzó y ayudó a Bella a subir la escalera para ir a clase de Historia, aunque ella le dijo que no hacía falta. El señor Greengrass ya estaba en el aula, sentado a su mesa con una camisa verde pastel.

Bella no lo miró cuando pasó de largo su sitio habitual en la parte de delante de la clase y fue a sentarse en la última fila.


La hora se le hizo interminable. El reloj parecía burlarse de ella cada vez que lo observaba en su intento de enfocar cualquier cosa que no fuera Elliot. No pensaba mirarlo. Sentía el aliento pegajoso, como si su propia respiración tratara de ahogarla.

—Por suerte para nosotros —decía Elliot—, hace unos seis años se localizó el diario de uno de los médicos personales de Stalin, un hombre llamado Alexander Myasnikov. Este escribió que el líder ruso sufría de una enfermedad cerebral que podría haberle dificultado la toma de decisiones e influido en su paranoia. Por lo tanto...

El sonido del timbre interrumpió su frase.

Bella dio un respingo. Pero no a causa del timbre. Sino porque algo le había hecho clic en el cerebro cuando Elliot había dicho la palabra «diario», y ese algo se quedó sobrevolándola y tomando forma lentamente.

La gente empezó a recoger los folios y los libros y a dirigirse hacia la puerta. Bella, con su cojera y en el fondo, fue la última en salir.

—Espera, Isabella —oyó la voz de Elliot tras ella.

Se volvió, rígida y de mala gana.

—¿Qué tal el examen?

—Bueno, bien, sí.

—Me alegro —sonrió—. Ahora ya puedes descansar.

Le devolvió una sonrisa vacía y cojeó pasillo adelante. Cuando estuvo fuera del alcance de la vista de Elliot, abandonó la cojera y empezó a correr. No le importó tener clase de Política a última hora. Corrió, con esa palabra que Elliot había dicho persiguiéndola. «Diario.» No paró hasta que se dio de bruces con su coche y con mano nerviosa buscó la manija para abrir.