Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Asesinato para principiantes" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 45
La carretera de Mill End era estrecha y estaba rodeada de una vegetación muy tupida, como un túnel de árboles oscuros que se cernían sobre ella. Aparcó en el camino de hierba que había justo después del número 40 y apagó las luces.
Tenía el corazón a mil, y cada pelo y cada fibra de su piel desprendían electricidad.
Cogió el móvil, lo puso en el hueco para las bebidas, y marcó el 999.
Dos timbrazos y luego:
—Hola, habla con Emergencias, ¿qué servicio necesita?
—Policía —contestó Bella.
—Ahora mismo le pasamos.
—¿Hola? —saludó una voz diferente, al otro lado de la línea—. Policía, ¿en qué puedo ayudarle?
—Mi nombre es Isabella Swan-Black —dijo muy agitada— y vivo en Little Kilton. Por favor, escúcheme con atención. Tienen que mandar agentes al número 42 de la carretera de Mill End en Wendover. Dentro de ese domicilio hay un hombre llamado Elliot Greengrass. Hace cinco años, Elliot secuestró a una chica de Kilton llamada Sidney Prescott y la tiene retenida en esta casa. Elliot asesinó a un chico llamado William Cullen. Tiene que ponerse en contacto con el detective Remus Hawkins, que fue quien llevó el caso de la desaparición de Sidney Prescott, e informarlo de todo esto: creo que ella está viva y retenida ahí dentro. Yo voy a entrar ahora mismo para enfrentarme a Elliot Greengrass, así que creo que podría estar en peligro. Por favor, manden a los agentes lo más rápido posible.
—Espere, Isabella —dijo la voz—, ¿desde dónde nos está llamando?
—Estoy fuera de la casa y a punto de entrar.
—De acuerdo, quédese donde está. Enviamos agentes a esa dirección. Isabella, ¿podría...?
—Voy a entrar —le cortó Bella—. Por favor, dense prisa.
—Isabella, no entre en la casa.
—Lo siento, tengo que hacerlo —replicó.
Bella sacó el móvil del sujetavasos y, aunque aún oía la voz de la operadora llamarla por su nombre, colgó.
Salió del coche. Atravesó el camino de hierba en dirección a la entrada del número 42 y vio el coche de Elliot aparcado delante de la pequeña casa de ladrillos rojos. Las dos ventanas del piso de abajo estaban iluminadas y su brillo parecía ahuyentar la oscuridad de fuera.
Mientras se dirigía hacia la casa, un foco con sensor de movimiento detectó su presencia y se encendió, llenando el camino con una luz blanca brillante y cegadora. Se cubrió los ojos y siguió avanzando, con la gigantesca sombra de un árbol pegada a la parte trasera de los pies.
Llamó con los nudillos. Tres golpes sordos contra la puerta.
Se oyó un ruido dentro. Y no pasó nada.
Volvió a llamar, golpeó la puerta con la parte suave del puño una y otra vez.
Una luz se encendió detrás de la puerta y a través del vidrio escarchado recién iluminado de amarillo Bella vio que una figura avanzaba hacia ella.
Se oyó el ruido de una cadena que se abría, un cerrojo que se deslizaba y que se desatrancaba con un frío chasquido.
Elliot la miró. Iba vestido con la misma camisa de color verde pastel que llevaba en el instituto y un par de guantes de cocina le colgaban del hombro.
—¿Bella? —dijo con la voz ahogada por el miedo—. ¿Qué haces... qué haces aquí?
Ella lo miró a los ojos, agrandados por los cristales de las gafas.
—Yo —comenzó a decir él—, yo solo...
Bella negó con la cabeza.
—La policía estará aquí en unos diez minutos —señaló ella—. Tienes tiempo para ofrecerme una explicación. —Dio un paso y entró a la casa—. Una explicación con la que pueda ayudar a tus hijas a pasar por todo lo que se les viene encima. Y para que los Cullen por fin puedan saber la verdad.
Elliot se quedó pálido. Retrocedió un par de pasos hasta chocar con la pared. Luego se masajeó el puente de la nariz y dejó escapar un largo suspiro.
—Se acabó —dijo con tranquilidad—, por fin se acabó.
—No tenemos mucho tiempo, Elliot. —La voz de Bella sonó mucho más valiente de lo que ella se sentía.
—De acuerdo —asintió—. De acuerdo, ¿quieres entrar?
Ella dudó. Sintió el estómago tan achicado que parecía querer pegársele a la espalda. Pero había refuerzos de camino; podía entrar. Tenía que hacerlo.
—Vamos a dejar la puerta abierta, para cuando llegue la policía —dispuso ella; luego lo siguió por el pasillo, manteniendo una distancia con él de tres pasos.
Elliot torció hacia la derecha y la llevó a la cocina. No tenía muebles, ninguno, pero las encimeras estaban llenas de comida y cubiertos, había hasta un molinillo de especias. Al lado de un paquete de pasta seca había una pequeña llave brillante. Elliot se inclinó para apagar un hornillo y Bella se movió hasta el otro extremo de la estancia para estar lo más alejada posible de él.
—Apártate de los cuchillos —ordenó ella.
—Bella, no voy a...
—Que te apartes de ellos.
Elliot lo hizo y se quedó parado en la pared de enfrente de ella.
—Está aquí, ¿no? —preguntó Bella—. Sid está aquí y está viva.
—Sí.
Ella tembló dentro del cálido abrigo.
—En marzo de 2012 Sid y tú se veían en secreto —dijo—. Empieza por el principio, Elliot, no tenemos mucho tiempo.
—Pero no fue un... —tartamudeó él—. No fue... —Gimió y dejó caer la cabeza.
—¡Elliot!
El hombre suspiró y se enderezó.
—De acuerdo —cedió—. Eran los últimos días de febrero. Sid empezó a... a prestarme atención en el instituto. No iba a mi clase, ella no había escogido Historia. Pero solía seguirme por el pasillo y preguntarme qué tal me iba. Y, no sé, supongo que esa atención me resultaba... agradable. Estaba muy solo desde que Isobel había muerto. Y luego Sid me pidió mi número de teléfono. En este punto no había pasado nada, ni tan siquiera nos habíamos besado, simplemente quería mi número. Le dije que eso sería muy inapropiado. Pero, aun así, no tardé mucho en ir a una tienda y comprarme una tarjeta SIM para poder hablar con ella sin que nadie se enterase. No sé por qué lo hice; supongo que era como una distracción de mi duelo. Lo único que quería era alguien con quien hablar. Solo usaba la SIM por las noches, para que Daphne no se enterase de nada, y empezamos a mandarnos mensajes. Ella era muy amable conmigo; me dejaba hablar de Isobel y de lo preocupado que estaba por mis hijas.
—No tenemos mucho tiempo —observó Bella con frialdad.
—Ya —dijo él—. Entonces Sid empezó a sugerir que quedáramos fuera del instituto. En un hotel. Le contesté que de ninguna manera. Pero en un momento de locura, de debilidad, me encontré reservando una habitación. Ella era muy persuasiva. Acordamos un día y una hora, pero tuve que cancelar en el último minuto porque Tori cogió la varicela. Intenté acabar con aquello, fuera lo que fuera lo que teníamos, pero entonces ella lo sugirió otra vez. Y yo reservé para la semana siguiente.
—El Hotel Ivy House en Chalfont —dijo Bella.
Él asintió.
—Ahí es donde ocurrió la primera vez. —El volumen de su voz bajó a causa de la vergüenza—. No nos quedamos toda la noche; yo no podía dejar solas a las niñas tanto tiempo. Solo estuvimos un par de horas.
—¿Te acostaste con ella?
Elliot no contestó.
—¡Tenía diecisiete años! —exclamó Bella—. La misma edad que tu hija. Eras profesor en su instituto. Sid era vulnerable y te aprovechaste de ella. Tú eras el adulto y deberías haberte comportado.
—Nada de lo que digas me va a hacerme sentir más asco por mí mismo del que ya siento. Le dije que no podía volver a pasar e intenté dejarla. Pero no me lo permitió. Empezó a amenazar con delatarme. Entró en una de mis clases, se acercó a mí y me susurró que había escondido una foto de ella desnuda en algún lugar del aula y que yo debía encontrarla antes de que alguna otra persona lo hiciera. Intentaba asustarme. Así que volví al Ivy House la semana siguiente, porque no sabía de qué sería capaz si no acudía. Pensé que se cansaría pronto de aquel juego.
Elliot se detuvo para rascarse el cuello.
—Aquella fue la última vez. Solo ocurrió en dos ocasiones y luego ya vinieron las vacaciones de pascua. Las niñas y yo nos fuimos una semana a casa de los padres de Isobel y, al pasar un tiempo lejos de Kilton, volví en mí. Le mandé un mensaje a Sid para decirle que aquello se había acabado y que no me importaba si me delataba. Me contestó y me dijo que cuando se reanudaran las clases me iba a arruinar la vida si yo no hacía lo que ella quería. Yo no sabía qué era lo que ella quería. Y luego, de casualidad, me llegó la oportunidad de ponerle freno.
Descubrí que Sid estaba ciberacosando a aquella chica, así que llamé a su padre, como te conté, y le dije que, si el comportamiento de su hija no cambiaba, tendría que denunciarla y sería expulsada. Por supuesto, Sid entendió el mensaje: destrucción mutua asegurada. Ella podía hacer que me arrestaran y que me metieran en la cárcel a causa de nuestra relación, pero yo podía hacer que la echaran del instituto y arruinar su futuro. Estábamos igualados y pensé que se había acabado.
—Entonces ¿por qué la secuestraste el viernes 20 de abril? —preguntó Bella.
—Eso no fue lo que... —empezó él—. No fue eso lo que pasó, para nada. Yo estaba solo en casa y Sid apareció, creo que alrededor de las diez. Estaba muy enfadada, enfadadísima. Me gritó y me dijo que yo era un tipo triste y asqueroso y que el único motivo por el que me había tocado era porque me necesitaba para que la ayudase a entrar en Oxford, igual que había hecho con Billy. No quería que él fuera allí sin ella. No dejó de gritarme que tenía que irse de casa, salir de Kilton porque la ciudad la estaba matando. Intenté calmarla, pero no hubo manera. Y ella sabía exactamente cómo hacerme daño.
Elliot parpadeó despacio.
—Sid fue corriendo a mi estudio y empezó a rasgar los cuadros que Isobel pintó cuando estaba ya muriéndose, los de los arcoíris. Estropeó dos de ellos y yo le gritaba que parase, luego fue a por mi favorita. Y yo... Yo solo la empujé para que se detuviera. No quería hacerle daño. Pero se cayó de espaldas y se golpeó la cabeza contra mi escritorio. Muy fuerte. Y —suspiró— estaba en el suelo y le sangraba la cabeza. Estaba consciente, pero confusa. Yo me apresuré a ir a por el botiquín, pero cuando volví Sid se había ido y la puerta de la calle estaba abierta. No había venido en coche, no había ninguno delante de casa ni ruido que indicara que se alejaba. Se fue caminando y se desvaneció. Su teléfono estaba en el suelo del estudio, debió de caérsele cuando la empujé. Al día siguiente —continuó— me enteré por Daphne de que Sid había desaparecido. Estaba sangrando y salió de mi casa con una herida en la cabeza y ahora estaba en paradero desconocido. Y a medida que pasó el fin de semana empecé a entrar en pánico: pensé que la había matado. Pensé que habría estado vagando por los alrededores de mi casa y luego, confusa y herida, se había perdido vete a saber dónde y había muerto a causa de las heridas. Que estaba tirada en una cuneta y que solo era cuestión de tiempo que la encontraran. Y cuando lo hicieran, habría pruebas en el cadáver que llevarían hasta mí: fibras, huellas. Sabía que lo único que podía hacer era darles un sospechoso más claro para protegerme. Para proteger a mis niñas. Si me detenían por el asesinato de Sid, Daphne no podría superarlo. Y en aquel momento Tori solo tenía doce años. Era el único progenitor que les quedaba.
—No hay tiempo para esas excusas —señaló Bella—. O sea que inculpaste a Billy Cullen. Sabías lo del atropello con fuga porque habías leído el diario de terapia de Daphne.
—Por supuesto que lo leí —dijo—. Tenía que asegurarme de que mi niñita no estuviera pensando en hacerse daño.
—Y la obligaste a ella y a sus amigos a dejar a Billy sin coartada. ¿Qué pasó después, el jueves?
—Llamé al trabajo para decir que estaba enfermo y llevé a las niñas al colegio. Esperé fuera y cuando vi a Billy solo en el aparcamiento fui a hablar con él. No estaba llevando nada bien la desaparición de Sid. Así que le sugerí que fuéramos a su casa para poder charlar sobre el asunto. Había planeado hacerlo con un cuchillo de casa de los Cullen. Pero luego me encontré algunos somníferos en el cuarto de baño y decidí llevarme a Billy al bosque; pensé que sería más agradable. Tomamos un té y ahí le di los tres primeros somníferos; le dije que eran para el dolor de cabeza. Lo convencí de que debíamos salir a buscar a Sid nosotros mismos; que le resultaría beneficioso para no sentirse inútil y frustrado. Me hizo caso. No se preguntó por qué llevaba puestos los guantes de cuero dentro de casa. Cogí una bolsa de plástico de su cocina y nos fuimos al bosque. Tenía una navaja y, cuando estuvimos lo suficientemente lejos, se la puse al cuello. Le hice tragar más somníferos.
A Elliot se le quebró la voz. Los ojos se le aguaron y una lágrima solitaria le corrió por la mejilla.
—Le dije que le estaba ayudando, que, si parecía que a él lo habían atacado también, ya no sería un sospechoso. Se tragó algunos más y luego empezó a resistirse. Lo tumbé y le hice tomar más. Cuando empezó a cabecear, lo cogí y le hablé sobre Oxford, sobre las impresionantes bibliotecas, las elegantes cenas, lo bellísima que se ponía la ciudad en primavera. Para que se quedara dormido pensando en algo bueno. Cuando estuvo inconsciente, le puse la bolsa alrededor de la cabeza y le cogí la mano mientras moría.
Bella no sintió ninguna compasión por el hombre que tenía ante ella. Once años de recuerdos se borraron de un plumazo y lo único que dejaron fue al extraño que se encontraba con ella en la habitación.
—Entonces fue cuando mandaste el mensaje de confesión al señor Cullen desde el celular de Billy.
Elliot asintió, con la vista clavada en el suelo.
—¿Y la sangre de Sid?
—Se había secado debajo de mi escritorio —explicó—, había quedado una pequeña mancha que no vi cuando limpié, así que usé unas tenacillas para poner un poco debajo de sus uñas. Y, por último, le planté el móvil de Sid en el bolsillo y dejé al chico allí. No entraba en mis planes matarlo. Intentaba proteger a mis niñas; ya lo habían pasado demasiado mal. No merecía morir, pero mis hijas tampoco. Era una elección imposible.
Bella subió la mirada para intentar retener las lágrimas. No había tiempo para explicarle lo equivocado que estaba.
—Y luego, a medida que pasaban los días —lloró Elliot—, me di cuenta del error tan grave que había cometido. Si Sid había muerto a causa de las heridas, a estas alturas ya la habrían encontrado. Y entonces aparece el coche y encuentran sangre en el maletero; debió de haber estado lo suficientemente bien como conducir hasta algún otro lugar después de dejarme. Me había entrado el pánico y había pensado que ella estaba muy grave cuando no era el caso. Pero ya era demasiado tarde. Billy ya estaba muerto y yo lo había convertido en el asesino. Cerraron el caso y todo se quedó tranquilo.
—Y entonces ¿cómo llegamos de esa situación a la retención de Sid en esta casa?
Elliot dio un respingo ante la ira que apuntaba tras esas palabras.
—A finales de julio, yo volvía a casa en coche y de repente la vi, sin más. Sid iba andando por el arcén de la carretera principal de Wycombe, y se dirigía hacia Kilton. Paré a su lado y era obvio que se había drogado... y que apenas había dormido. Estaba delgadísima y con una pinta terrible. Y así fue como sucedió. No podía dejar que volviese a casa porque si lo hacía, todo el mundo sabría que a Billy lo habían asesinado. Sid estaba colocada y desorientada, pero conseguí meterla en el coche. Le expliqué por qué no podía volver a su casa y luego le aseguré que yo cuidaría de ella. Acababa de poner esta casa a la venta, así que la traje aquí y retiré la propiedad del mercado.
—¿Dónde había pasado todos esos meses? ¿Qué le sucedió la noche de la desaparición? — presionó Bella, al sentir que los minutos se les escapaban.
—No recuerda nada; creo que sufrió una contusión. Dice que solo quería alejarse de todo. Fue a casa de un amigo que estaba involucrado en temas de drogas y él la llevó a casa de otros conocidos para que se quedara allí. Pero no se sentía a salvo en ese sitio, así que se escapó para volver a casa. No le gusta hablar de aquello.
—Howie Bowers —pensó en alto Bella—. ¿Dónde está Sid, Elliot?
—En el desván. —Su mirada se dirigió a la pequeña llave que había sobre la encimera—. Arreglamos esto juntos. Acondicioné el espacio, instalamos paredes de madera de contrachapado y un suelo decente. Ella eligió el papel pintado. No hay ninguna ventana, pero pusimos montones de lámparas. Sé que debes de pensar que soy un monstruo, Bella, pero nunca la he vuelto a tocar desde aquella vez en el Ivy House. No es eso. Y ella no es como antes. Es una persona diferente; tranquila y agradecida. Tiene comida, y yo vengo a visitarla y a cocinar tres veces a la semana y cada fin de semana, y dejo que se duche. Y luego nos sentamos a ver la tele juntos. Nunca se aburre.
—¿Está encerrada ahí arriba y esa es la llave? —Bella la señaló.
Elliot asintió.
Y entonces, en la carretera, oyeron el sonido de coches que llegaban.
—Cuando la policía te interrogue —dijo Bella ahora apresurada—, no les cuentes nada del atropello con fuga ni cómo te cargaste la coartada de Billy. Una vez que confieses ya no será relevante. Y Tori no merece perder a toda su familia, quedarse completamente sola. Ahora yo protegeré a tus hijas.
Sonido de puertas de coches cerrándose de golpe.
—Es posible que entienda tus motivos —dijo—. Pero nunca te perdonaré. Le quitaste la vida a Billy para salvar la tuya. Destrozaste a su familia.
Un grito de «Hola, policía» les llegó desde la puerta abierta.
—Los Prescott han vivido un duelo de cinco años. Me amenazaste y también a mi familia; te colaste en mi casa para asustarme.
—Lo siento.
Pisadas en el pasillo.
—Mataste a Barney.
La cara de Elliot se arrugó.
—Bella, no sé de qué estás hablando. Yo no...
—Policía —dijo el agente que entró en la cocina.
La luz del cielo brillaba en el borde de su gorra. Su compañera entró detrás, con la vista oscilando entre Elliot y Bella y su apretada coleta agitándose al ritmo de este movimiento de cabeza.
—Muy bien, ¿qué es lo que está pasando aquí? —preguntó la agente.
Bella miró hacia Elliot y los ojos de ambos se encontraron. Él se estiró y ofreció sus muñecas a la mujer.
—Han venido a detenerme por el secuestro y la privación ilegítima de libertad de Sidney Prescott—dijo, sin apartar los ojos de ella.
—Y el asesinato de William Cullen —añadió Bella.
Los agentes se miraron durante largos segundos y luego uno de ellos asintió. La mujer avanzó hacia Elliot y el hombre presionó algo en la radio que llevaba en el hombro. Retrocedió hasta el pasillo para hablar a través de ella. Con ambos de espaldas Bella, rápida como un rayo, se acercó a la encimera y cogió la llave. Corrió hacia el pasillo y enfiló escalera arriba.
—¡Ey! —le gritó el agente.
En la parte de arriba vio la pequeña escotilla en el techo que llevaba al desván.
Un gran candado unía el pestillo a un aro metálico que estaba atornillado al marco de madera. Debajo, había una pequeña escalera de dos travesaños.
Bella se acercó y se estiró para meter la llave en el candado, que cayó al suelo con un sonoro ruido metálico. El policía estaba subiendo la escalera tras ella. Giró el pestillo y se apartó para que la escotilla se abriera.
Una luz amarilla llenó el agujero que se abrió sobre ella. Y sonidos: música dramática, explosiones y gente gritando con acento americano. Bella cogió la escalerilla y la bajó hasta el suelo justo cuando el agente llegaba a su lado.
—Espera —gritó él.
Bella avanzó y subió, con las manos sudadas y pegajosas apoyándose en los escalones metálicos.
Asomó la cabeza a través de la trampilla y miró alrededor. La habitación estaba iluminada por varias lámparas de suelo y en las paredes se podía ver un diseño floral verde y blanco. En un lado del desván había una pequeña nevera con un hervidor y un microondas encima, y estanterías con comida y libros. En el medio de la habitación, había una alfombra de pelo rosa y detrás una gran pantalla plana cuya imagen acababa de congelarse.
Y allí estaba ella.
Sentada con las piernas cruzadas en una camita llena de cojines de colores. Con un pijama de pingüinos azules, el mismo que tenían Tori y Daphne. La chica miró a Bella, con los ojos muy abiertos y asustados. Parecía un poco mayor, un poco más rellena. Tenía el pelo algo más lacio que antes y la piel mucho más pálida. Seguía con la mirada clavada en Bella, el mando de la tele en la mano y un paquete de galletas Jammie Dodger en el regazo.
—Hola —dijo Bella—, soy Bella.
—Hola —dijo ella—, soy Sid.
Pero no lo era.
